martes, 27 de abril de 2010

Que me maten si..., por Rodrigo Rey Rosa


Editorial Seix Barral, 127 páginas. Primera edición de 1997.

Fue poco después de acabar Piedras encantadas, otra de las novelas de Rey Rosa, que leí en enero, cuando acudí a la librería de segunda mano Dedalus, en la calle de los Madrazos de Madrid, detrás del museo Thyssen. La librería está regentada por dos argentinos (si no me equivocan los acentos) y su especialidad es la literatura hispanoamericana. Buscaba alguno de los títulos que aún no había leído de Rey Rosa. Encontré esta novela, Que me maten si…, que según la contraportada “puede considerarse la obra maestra de Rey Rosa”.

Tras unos tres meses en la sección de inleídos de mi librería, me apeteció ponerme con ella. (Siempre me propongo que los inleídos no aumenten y siempre me cuesta mantener esta premisa.)

Si en los libros de Rey Rosa la acción se había situado, hasta ahora, en Guatemala o Marruecos, ahora también podemos encontrar escenarios europeos: Inglaterra o París.
La novela está ambientada en los años posteriores al alto el fuego de la guerra civil de Guatemala, es decir finales de los 90 del siglo XX.

En Que me maten si… no existe la figura de un protagonista principal, sino que un pequeño puñado de ellos se va dando réplica en los cortos capítulos:
Ernesto, antiguo soldado, ha decidido dejar el ejército e ingresar en la universidad. Su padre, militar, opina que hace lo correcto, ahora que los escándalos sobre la vulneración de los derechos humanos por parte de la institución empiezan a salpicarla.
Pedro Morán, amigo de Ernesto, e implicado en casos de corrupción militar y contrabando de droga.
Lucien Leigh, escritor de viajes y ficción, inglés de más de 80 años, que viaja a Guatemala para documentar alguna de sus historias, y que acostumbra a perder ocasionalmente sus audífonos para luego captar los sonidos a través de una frecuencia de radio.
Emilia, militante desencantada de izquierdas, de la que Ernesto se enamora en la universidad.

De nuevo, como en casi toda la narrativa de Rey Rosa, nos encontramos aquí con la brutalidad que el autor guatemalteco achaca a su país: “Allí había sido asesinado a sangre fría –Guatemala style- un amigo querido. Le intrigaban los seres brutales, pero la brutalidad en ese país era una fuerza impersonal que se manifestaba aquí o allá, una fuerza fuera del control de los hombres, implacable y desinteresada” (página 9).
Tampoco falta el tema de la corrupción: “En este país, para gente como vos o yo, el único lugar para enriquecerse es la institución. O la droga” (página 14).

El estilo vuelve a ser elíptico, concentrado, sugerente y poético, sobre todo cuando describe las amenazas de la selva o de los narcos a través de las grabaciones del audífono de Leigh.
Quizás respecto a otros de sus libros, la historia narrada en esta novela sea más oscura aún, más carente de esperanza. El destino de los personajes parece ser sólo la muerte, ni siquiera les acaba por salvar el exilio o la literatura; pero más escalofriante que la falta de futuro para sus personajes, resulta el escaso porvenir que Rey Rosa concede a los inocentes de su país, los niños, centrada su imagen, esta vez (en Piedras encantadas eran los niños de la calle y las bandas) en una institución benéfica bajo sospecha de cometer abusos con ellos.
El mal triunfa, parece decirnos Rey Rosa, y además va a seguir haciéndolo. Y se despide de nosotros frente al muelle donde los niños del orfanato juegan a tirarse al río. “Y el agua oscura y oleaginosa de jade y obsidiana se alzaba en pequeñas olas y recibía generosamente una y otra vez los pequeños cuerpos oscuros” (página 127).

En el fondo del mar o del río ha sido donde los asesinos impunes han hecho desaparecer en las páginas de esta historia los cuerpos de sus víctimas. Leí estas últimas líneas en el autobús camino del colegio donde trabajo, cerré el libro y observé por los cristales el sol naciente, estremecido, impactado.

Lo único malo de las novelas de Rey Rosa es que se leen como mucho en dos días, y uno siempre acaba con ganas de más. Ya sólo me queda por leer de él el libro de cuentos Ningún lugar sagrado (que ha engrosado ya las filas de mis libros inleídos, porque lo encontré en la librería Antonio Machado, anexa al Círculo de Bellas Artes), el libro de relatos Otro zoo (al que la crítica no puso muy bien, aunque dentro del nivel de Rey Rosa esto no me impide desear leerlo) y la última novela en Anagrama, El material humano.

Cuando acabe con ellos ¿cómo será entrar en una librería de segunda mano sin la esperanza de encontrar un libro sin leer de Rey Rosa?

domingo, 25 de abril de 2010

23 de Abril, la noche de los libros

Como el año anterior, esta vez también acudí al Círculo de Bellas Artes de Madrid para escuchar al precio Cervantes. Si en 2009 con Juan Marsé la sala estaba a rebosar, la afluencia de público fue menor este 23 de abril con José Emilio Pacheco; al fin y al cabo, Marsé jugaba en casa.
El presentador del acto fue el poeta y traductor Jordi Doce, quien además de hacer un recorrido por la obra de Pacheco debía entrevistarle con las preguntas propuestas por alumnos de institutos madrileños, que habían estado trabajando con sus textos. Las primeras filas de la sala Ramón Gómez de la Serna estaban reservadas para ellos.
Algunas se terminaron por quedar vacías ante la ausencia de alumnos en este viernes por la tarde (demasiado buen tiempo al fin en Madrid). Me senté detrás de unas chicas que no creo que escuchasen ninguna palabra del premio Cervantes y a las que continuamente había que chistar para que dejasen oír al resto, (cuchicheaban entre sí, y ante una carcajada general una preguntaba: “¿qué ha pasado, qué ha pasado?”; pobre, se perdió lo mejor…) acompañadas de una profesora con tatuaje y rastas de colores postizas, que acabaron abandonando la sala antes de que Pacheco terminase de hablar (que el cielo nos libre de las profesoras de literatura enrolladísimas).

Doce preguntaba a Pacheco y éste se iba por las ramas, hablaba de su primer ordenador, de su admiración por Borges, y lo decepcionado que se sintió tras leer la biografía sobre él escrita por Bioy Casares, como éste durante 30 años es capaz de anotar: Hoy Borges cenó en casa, y las pequeñas mezquindades del maestro al criticar a otros. Algo similar sintió Pacheco, al parecer, con Octavio Paz.

Y aquí los pantalones del poeta permanecieron firmes, pero tuvo tiempo para confundir su copa de agua con la de Doce, azorado cuando aseveró que Pacheco había nacido en el D. F. y él aseguró que no, que era de Ciudad de México.

Al final, hice cola con algunos chicos de instituto y Pacheco me firmó Como la lluvia, aunque le tuve que confesar que no había leído aún ningún libro suyo entero. Los había hojeado y me había sentido identificado con su estilo de poesía narrativa.
Cogí el metro en Sevilla para bajarme en San Bernardo y visitar la Casa de Asturias en Madrid. Allí unas 20 personas asistimos a un pequeño encuentro con los narradores Ignacio del Valle, Jon Bilbao y Jorge Díaz (este último no asturiano), presentados por Miguel Munárriz. Cada uno recomienda algún libro que le marcó y se habla entonces de El gran Gatsby, Moby Dick, y me descubren a un autor norteamericano del que no tenía consciencia y que capta mi interés de forma inmediata: James Salter (ya me pondré con él).
A continuación cada uno habla de su más reciente obra.

Después de los narradores llegaban los poetas, y en el intermedio hay un coctel gratuito (si esto hubiese estado anunciado afuera, estoy seguro que los interesados por los libros se hubiesen multiplicado en la Casa de Asturias). Me acerco a Jon Bilbao y le muestro mi ejemplar de Como una historia de terror, su primer libro de relatos, que me resultó una grata sorpresa el año pasado. Compré también el nuevo, Bajo el influjo del cometa, y Bilbao tuvo la amabilidad de firmarme los dos.



Empieza el acto de los poetas, con una estructura similar. También presenta Munárriz, y los convocados son aquí Herme G. Donis, Alejandro Céspedes y Fernando Beltrán. Ellos o el público leen poemas, de libros o de tiras de papel que Céspedes ha insertado previamente en globos que ha inflado y dispersado por la sala.


Tomamos algo más, converso con Céspedes, quien ya conté que tuvo la amabilidad de escribirme un prólogo para mi libro Móstoles era una fiesta; me firma su último libro, Flores en la cuneta, premio Jaén de poesía. Me presentaron al joven escritor asturiano David Barreiro, y pasadas las 12,30 empiezan a recoger las copas y las botellas.

Salí a la calle y la noche era espléndida. No me apeteció coger el metro y caminé por la calle, llena de jóvenes de marcha, ajenos a los libros. En la calle San Bernardo entré todavía en la librería Fuentetaja, donde nunca había estado antes, y paseé entre los anaqueles. Estaba muy animada la librería. Me gustó, amplia, con buen fondo.

Y seguí andando por la Gran Vía, con una bolsa llena de libros, pensando en lo efímero de todo, en el advenimiento del libro digital, en la desaparición de las bibliotecas, de las librerías, de las editoriales… un momento vencido al menos, aún, por esta noche.

(Nota: las fotos están sacadas de Internet. Yo no llevaba cámara esta noche)

miércoles, 21 de abril de 2010

La fiesta vigilada, por Antonio José Ponte


Editorial Anagrama. 239 páginas. Primera edición 2007.

A este libro me condujo la lista hallada, a finales de 2009, en el blog Moleskine literario de Iván Thais, elaborada por el escritor peruano Gustavo Faverón, y cuyo título era: Los diez autores imprescindibles de la década en América Latina.
De los diez desconocía a Rubem Fonseca, por ejemplo, del que leí un libro y me gustó bastante. Y había hojeado éste de Antonio José Ponte en la biblioteca de Móstoles, pero en su momento no me decidí a leerlo. En su lista, Gustavo Faverón afirmaba sobre Ponte: “Habiendo publicado lo mejor de su obra a partir del año 2000, el matancero Ponte es probablemente el mayor hallazgo literario de América Latina en el nuevo milenio, y solamente la irregularidad de nuestra crítica inmediata y la dificultad relativa de la obra del cubano pueden explicar el hecho de que ese reconocimiento no sea unánime. Un arte de hacer ruinas o El libro perdido de los origenistas, con toda su sutil belleza, son el mejor anuncio para La fiesta vigilada, sin duda una de las cuatro o cinco mejores novelas aparecidas en los últimos diez años en español.”

La cita consiguió transmitirme su entusiasmo.
Lo primero que habría que decir sobre La fiesta vigilada, es que, aunque Faverán se refiere a ella como novela, quizás quedaría mejor encuadrada en el género ensayístico. Si bien no se trata, en ningún caso, de un ensayo frío, pues el autor, además de aportarnos datos y hechos objetivos, en ocasiones nos narra acontecimientos de su vida, donde destacarían las páginas sobre un año de beca que pasó en Oporto, o un viaje que hizo como escritor invitado por Alemania, y nos asusta la velada amenaza sobre su obra que sufre en los jardines de la Sociedad General de Autores de La Habana.

En la primera parte del libro, Nuestro hombre en La Habana (remix), se sirve del famoso libro de Graham Green para darnos una visión de la Cuba prerrevolucionaria, mientras el autor se va convirtiendo en un fantasma oficial de régimen.
En alguna crítica he leído que el estilo austero de Ponte recuerda al de los escritores del Este europeo. He sentido a veces la presencia de las digresiones de las novelas del checo Milan Kundera, sobre todo en una de las ideas principales del libro de Ponte: el análisis sobre cómo las autoridades revolucionarias prohibieron la fiesta en Cuba (cerraron salas de baile, bares…) por considerar que el ocio podía ser contrarrevolucionario; lo que podía remitirnos a la tesis de La broma de Kundera: la constatación del devenir de una sociedad que ha perdido la capacidad de la risa.
Aunque la fiesta acabará reapareciendo en la Cuba de los años 90 en su vertiente más miserable con la apertura de hoteles para turistas y el resurgir de una prostitución de mera subsistencia.

Se nos narrará la visita de Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir a la isla, y con un sutil, pero cruel, sarcasmo se nos informará de los problemas oculares del escritor francés que le conducirán a la ceguera ante todo lo que ve.

Por las páginas del libro también desfila Ry Cooder y los músicos que formaron el Buena Vista Social Club, creando la nostalgia de una inexistente banda de música de los años 60. Igual que muchos visitantes de la isla buscan un esplendor revolucionario pasado que tampoco existió nunca.

Estremecedora resulta la parte del libro titulada Un paréntesis de ruinas, donde asistimos al desmoronamiento de La Habana, a la visión de la ciudad en ruinas que nunca fue bombardeada.

En la última parte, Una visita al Museo de Inteligencia, el autor inicia una búsqueda kafkiana de la culpa, hablándonos del trabajo de los espías en la RDA, y de su propia culpa ante el régimen cubano.

El estilo visceral del Reinaldo Arenas de Antes que anochezca deja paso en La fiesta vigilada a uno más austero y objetivo, pero no por ello menos contundente en su exposición.

Antonio José Ponte nos muestra una visión panorámica de las ruinas de La Habana, y escritores como Pedro Juan Gutiérrez nos han enseñado cómo se vive dentro de ellas. Ambas visiones se complementas y se hacen necesarias. El libro de Ponte resulta demoledor y doloroso en su lucidez. En algún momento me he encontrado pensando en él como si leyera un libro del bloque soviético previo a la caída del muro de Berlín, me ha asustado pensar que esto está ocurriendo ahora mismo en Cuba.

miércoles, 14 de abril de 2010

Sobre andamios de humo, por Alejandro Céspedes


Ediciones Vitruvio. 177 páginas. Edición de 2008.

De Alejandro Céspedes había leído hasta ahora dos libros de poesía, Las palomas mensajeras sólo saben volver (Premio Hiperión de 1994) y Hay un ciego bailando en el andén (publicado por la editorial Hiperión en 1998).

En 2008 Vitrubio editó el volumen Sobre andamios de humo, que recoge su poesía desde 1979 hasta 2007. Entre este libro recopilatorio y el último suyo en Hiperión ha transcurrido toda una década sin publicar, periodo roto en 2008 con la aparición del nuevo poemario Los círculos concéntricos (premio Blas de Otero en 2007) y Flores en la cuneta (premio Jaén en 2009 y publicado por Hiperión de nuevo).

En Sobre andamios de humo, Céspedes ha corregido y reescrito varios de sus libros más antiguos y ha fundido los titulados Muchacho que surgiste, Tú, mi secreta isla y La noche y sus consejos en un texto llamado Y con esto termino de hablar sobre el amor.

Sobre andamios de humo
comienza con el poemario titulado James Dean, amor que me prohíbes. En él la voz poética indaga en la esencia frustrante del amor idealizado y lejano de la adolescencia, simbolizado por la figura del actor James Dean. “Desde mi infancia oscura / creo soñar que siempre has existido” (página 13), “Mi dolor es insecto / conservado en el ámbar del pasado” (página 21).
James Dean ha muerto, la voz poética reza por su retorno en el primer poema del libro, mantiene un diálogo con su póster personalizado, y se pregunta qué hubiese ocurrido con su vida si Dean no hubiese llegado a existir y no hubiera podido encarnar en él la idealización del amor. La figura de Dean da paso también a la de Alejandro Magno o Ánibal de Cartago. “Nunca entendí la magia de los libros” (página 30), se reflexiona ante estas evocaciones eróticas. En el último poema, Epílogo, se abre la temática del siguiente, pues la voz poética es consciente de que debe abandonar las ensoñaciones dolorosas y estériles de la adolescencia. Se deben matar a los mitos para pasar a ser naufrago de la vida.

En Y con esto termino de hablar sobre el amor, la ensoñación del amor y el deseo no se asienta ya sobre un póster sino sobre personas con una presencia más real. Así varios poemas hablarán de la fijación por el compañero de la infancia y primera adolescencia para quien los juegos de corte homosexual se quedaron en eso y la consiguiente frustración provocada en la voz poética. La vida del instituto, cruel para un homosexual, también sirve de inspiración a otros versos.
En esta parte existen textos en los que la voz habitual desaparece y en el poema se recrea una pequeña historia con personajes, esto ocurre por ejemplo en Viaje de fin de curso. En estos poemas la voz de Céspedes se asemeja a la de algunos de Kavafis.
Años después la voz poética tendrá su experiencia del amor, a veces sólo del sexo. La satisfacción no parece mejorar respecto a la situación anterior; así se habla, por ejemplo, de “la miseria que nos mantiene juntos” (página 67).
En Y con esto termino de hablar sobre el amor se filtra también el contexto de la década de los 80, con el afán de libertad de una generación buscada en los excesos de la noche y las drogas, cuya presencia de vida desgarrada se hace constante hacia el final del poemario. Sirva de ejemplo el poema titulado Madrugada en Cool, que se desarrolla en la pista de baile de una discoteca, bajo el sonido estridente de los woofers y el aturdimiento del éxtasis.

Las palomas mensajeras sólo saben volver quizás contenga los versos más sentidos de todo el volumen. Aquí asistimos a la muerte del compañero sentimental en versos como: “La muerte está creciendo / en ti como un silbido” (página 87), “¡Qué avalancha de muerte traen tus venas / y qué frágil velero te transporta” (página 97), “Ni un milímetro más / podía resistirse en ti la vida” (página 101). Aquí acabaría la primera parte del poemario y la segunda tratará sobre la evocación del ausente, mientras la juventud y la vida se va evaporando de la voz poética (“Aborrezco el poder de la memoria” (página 115)) que cada vez más se irá refugiando en la evocación de un infancia que comienza a idealizar.

Hay un ciego bailando en el andén ahonda en el último tema abierto en Las palomas mensajeras sólo saben volver. El poeta dialoga desde el primer verso con su propia infancia: “En qué lugar de mí / se agazapaba el hombre / que me iba a mirar como a un extraño” (página137), “Quédate aquí conmigo” (página 142). La existencia del poeta se ha convertido con el paso de los años en “un catálogo de conductas vacías” (página 155) porque, se afirma, “No hay más vida en el hombre / que su propio pasado” (página 156). La presencia de la muerte propia, como un deseo incluso, se va haciendo cada vez más latente, “En todo cuanto hago no hay sentido. / Lo sé” (página 158). En el poema XXI se describe la visita al cementerio donde yacen sus antepasados.


La poesía de Alejandro Céspedes suele presentarse en poemas largos, donde se puede desarrollar una pequeña vivencia; además de poseer, como he expuesto, continuidad argumental dentro de un poemario. Esto, unido a lo comentado, sobre la presencia de escenarios urbanos o las drogas, podrían hacernos pensar en la que fue llamada Poesía de la experiencia, pero tengo la impresión de que Céspedes trasciende a esta etiqueta, puesto que su poesía es más honda y sentida que mundana e irónica (características más ligadas a la poesía de la experiencia) y se uniría a la de los poetas de la generación del 27. Una poesía la suya llena de hallazgos metafóricos, que a veces recuerda a Luis Cernuda, poeta que por cierto aparece citado en sus poemas.

Céspedes fue uno de los organizadores del premio en el que mi libro Móstoles era una fiesta resultó finalista en 1998, también fue lector en aquel Primer premio de poesía Ciudad de Móstoles. Pude conversar por aquellos años alguna vez con él, trabajaba en Móstoles como gestor cultural. Hace no demasiado nos hemos vuelto a encontrar alguna vez, y amablemente aceptó mi atrevida petición de realizar un prólogo para la edición por Barlteby de Móstoles era una fiesta.
Desde este espacio quería darle mi agradecimiento por su amabilidad.

Esta es su página web: http://alejandrocespedes.blogspot.com/

Allí se puede descargar en pdf Sobre andamios de humo y Los círculos concéntricos.
Sin embargo, es Flores en la cuneta el libro nuevo que más me apetece leer: soy un mitómano de los libros en papel.
Esperemos que entre estos últimos poemarios y los siguientes no vuelva a transcurrir tanto tiempo como una década.

miércoles, 7 de abril de 2010

La grande, por Juan José Saer


RBA editores. 446 páginas, primera edición de 2008.

He finalizado hace unos minutos de leer La grande, el último libro que escribió Juan José Saer. Además, quedó inacabado. En principio debía constar de siete capítulos, en los que cada uno narraría lo sucedido en siete días, empezando un martes y acabando un lunes. Saer pudo finalizar el capítulo seis, el del domingo, y escribir una sola frase del séptimo y último. Saer escribía a mano en cuadernos y luego pasaba, o le pasaban, lo escrito a ordenador. El capítulo sexto lo escribió directamente a ordenador tras cinco páginas de cuaderno y ser hospitalizado, y no pudo imprimirlo para revisarlo, se nos dice en el epílogo (poder escribir así de una vez, sin revisar, no puede generar más que envidia y asombro en alguien como yo, que he de revisar un texto veinte veces para que suele mucho peor que este último capítulo de Saer).

En La grande Gutiérrez ha regresado a “la ciudad” (Santa Fe, en Argentina) tras más de 30 en Europa. Allí ha sido guionista de cine y vuelve con el dinero suficiente como para comprar la casa de un corrupto personaje local. El martes que comienza la novela, Gutiérrez sale de su casa en Rincón para visitar a un antiguo amigo al que quiere invitar a un asado el domingo. Le acompaña Nula, un joven de 29 años (la mitad de la edad de Gutiérrez), cuya familia es de origen sirio.
Este paseo constituye las primeras 70 páginas del libro. Saer juega continuamente con el punto de vista de cada personaje sobre lo que le rodea y la visión que tiene uno del otro.

El autor vuelve a retomar su particular universo de personajes. Sé que Nula aparece en su último libro de relatos, Lugar, y desconozco si Gutiérrez nació en alguna obra previa. Aunque se le conecta con los personajes de La pesquisa y Las nubes porque cuando Pichón volvía a París en La pesquisa se cruzó con él en el aeropuerto, además es un antiguo amigo de Tomatis.

Si bien La pesquisa y Las nubes –los otros dos libros que he leído de Saer- tenían un argumento cerrado, La grande dispersa sus contenidos en más de 400 páginas. No estamos aquí ante una novela de trama, sino ante un tratado de personajes.
Nula es un antiguo estudiante de medicina que abandonó esta disciplina para dedicarse a la filosofía, carrera que a su vez sigue sin finalizar porque empezó a vender vinos para ganarse la vida. A pesar de esta ocupación mundana sigue tomando notas para escribir un ensayo sobre el devenir. Este hecho potencia la profundidad de la novela, ya que el lector puede acceder a las notas mentales que Nula va tomando para su trabajo. Quizás en el personaje de Nula Saer evoque sus propios recuerdos como descendientes de emigrados sirios en “la ciudad”.

El concepto de “fragmentariedad” recorre el libro. Saer parece quedar indagar aquí en la imposibilidad de dar explicación a toda la realidad, pese a que su esfuerzo es arduo. Entre sus modelos ya advertí en obras anteriores la admiración por Borges, en La grande queda más patente la asimilación de Marcel Proust o James Joyce. En el paseo de Nula y Gutiérrez en el capítulo 1, ya se nos dice que era como si caminaran por tiempos distintos, uno en el presente y el otro en la memoria. El narrador puede comunicarnos una serie de escenas que no dejan de ser fragmentos sueltos de una realidad más amplia que el lector debe recomponer.

Si bien Nula es el personaje que aparece en más páginas del libro, también en otros capítulos la figura central pasa a ser Tomatis, Gutiérrez o Soldi, quien, con una joven llamada Gabriela, se dedica a entrevistar a Gutiérrez y otras personas para realizar un ensayo sobre las vanguardias literarias de los años 40, 50 y 60 en “la ciudad”. Desde distintas perspectivas se indaga en la figura de Mario Brando, un abogado de buena familia y líder fundador del movimiento poético precisionista, que trataba de unir a la poesía con el lenguaje científico. Uno de los temas del libro será esta recreación de las vanguardias locales y sus patéticas, y a veces siniestras, luchas de poder.

Lo mundano y lo profundo se van dado paso en La grande. El paisaje natural de pantanos y riachos de la ciudad se ha visto invadido por la presencia del supercenter, el gran centro comercial que recoge el ocio consumista de toda la región. Saer parece simbolizar en él la vulgaridad de los tiempos modernos.

El estilo es denso, indagador en la realidad y en la mirada de los personajes sobre el contexto que los rodea en función de sus sentidos y el peso de sus recuerdos. El paso del tiempo, el arte, la dictadura, la corrupción, la pobreza… todo parece tener cabida en La grande. Incluso un suceso que se insinuaba en La pesquisa: la evocación de Pichón Garay de su hermano desaparecido en los años de la dictadura, se desarrolla aquí.

El domingo Gutiérrez reúne en su casa a todos los personajes que siguen vivos de las novelas de Saer para comer un asado. El día transcurre caluroso hasta que la noche anuncia la tormenta y la oscuridad. Un hermoso cierre, en el que los personajes parecen despedirse de su creador, quien se funde con la escena hasta desaparecen en una imagen final en la que la alta cultura se mezcla con la vulgaridad, de nuevo, del supercenter.

Siento el vacío satisfecho y triste que deja esta gran novela, de tempo lento, que me ha acompañado durante casi tres semanas.