miércoles, 25 de febrero de 2015

Antología de Gerardo Diego: Enrique de Mesa (9)

El noveno poeta que antóloga Gerardo Diego en 1934 para su Poesía española, antología (contemporánea) es Enrique de Mesa (Madrid, 1878 – 1929). Escribe Diego sobre él: “Era Enrique de Mesa empleado del Ministerio de Instrucción Pública, y como tal, fue varios años secretario del Museo de Arte Moderno. De este cargo fue destituido por la Dictadura de Primo de Rivera y confinado en Soria en enero de 1929. Falleció el 27 de mayo del mismo año.



Dejo aquí uno de los poemas que aparecen en la antología:

ELEGÍA DE ABRIL


¡ Con cuánto alborozo ,
traspuesto el pinar,
sendero del chozo,
te vuelvo a pisar !

Sendero que bajas,
riberas del río
tallado entre lajas
que moja el rocío;

y trepas y brillas
allá en los alcores
con verdes orillas
cubiertas de flores.

¡ Oh quién te pudiera
por siempre pisar,
en esa ladera
que baja al Paular!

Mozos cabrerillos,
rota la mañana,
entre los tomillos
y la mejorana,

suben desde el hato
saltarinamente
por aquel regato
de la clara fuente.

Cumbre y valle dora
recio sol de estío;
la hondonada llora
perlas en lo umbrío.

Arde el cielo en llamas,
fulgen los neveros ;
cruzan las retamas
trochas de cabreros.

Y gris, en la fronda
de espeso pinar,
clarea la monda
de algún calvijar.

Pero el buen hermano
de la añeja andanza
se pudrió en el llano,
viva su esperanza.

¡Pobre hermano mío!
Trochas y veredas,
robles , sol y río,
puertos y roquedas,

dicen a mi paso
(¡tus amados viejos!):
— ¿Nuestro amigo, acaso.
— Ya florece lejos... —

¡Alma, no recuerdes
punzadoras cuitas!
Las praderas verdes
brotan margaritas.

Entre la verdura
de los pastizales
manan agua pura
cavas y chortales.

Y por la garganta
del pinar silente
vuela un mirlo, y canta
melodiosamente. 

domingo, 22 de febrero de 2015

Crónicas marcianas, por Ray Bradbury

Editorial Minotauro. 260 páginas. 1ª edición de 1950; esta de 2008.
Traducción de Francisco Abelenda. Prólogo de Jorge Luis Borges.

De Ray Bradbury (WaukeganIllinois1920-Los ÁngelesCalifornia, 2012) había leído hasta ahora únicamente Fahrenheit 451, hace ya más de veinte años, cuando era un lector casi exclusivamente de ciencia ficción. Fue una pena que me acercara primero a Fahrenheit 451, porque este libro me decepcionó en su momento y esto me disuadió de acercarme a Crónicas marcianas. Especulo ahora que, si tal vez hubiese encontrado primero Crónicas marcianas y no Fahrenheit 451, en la edición de bolsillo de Orbis en que lo tengo, quizás sería en estos momentos un gran lector de la obra de Bradbury, que habría devorado hasta agotarla.

El caso es que Crónicas marcianas fue uno de esos libros que debería haber leído durante mis años de formación como lector y que se me pasó. De adulto, en más de un momento he pensado acercarme a él y algo –el recuerdo decepcionante de Fahrenheit 451, posiblemente– me echaba para atrás. Mi novia me regaló este libro en la bonita edición en tapa dura de Minotauro, y todavía han tenido que pasar dos años para que me pusiera con él. He tenido que esperar a un momento en el que me empieza a interesar de nuevo la literatura fantástica o de ciencia ficción, y he mirado en las bibliotecas que frecuento qué tenían de autores como Ray Bradbury, Kurt Vonnegut, J. G. Ballard o Stanislaw Lem. En la biblioteca de Móstoles tienen al menos diez libros de Bradbury publicados por Minotauro, a los que me acercaré.

Crónicas marcianas está constituido por veinticinco relatos, y cuyo conjunto –gracias a su unidad temática y la evolución temporal de las historias narradas– bien podría constituir una novela. Cuenta el editor en el prólogo del libro que un joven Bradbury viajó en 1949 a Nueva York con dos colecciones de cuentos en busca de editor. Se entrevistó con varios y todos le pedían una novela, hasta que el editor de Doubleday, Walter Bradbury (extraña coincidencia) le pidió que reorganizara sus relatos en un solo volumen, con Marte como motivo, y así llegó hasta nosotros este libro.

Los veinticinco relatos, escritos antes de 1950, transcurren entre 1999 y 2026 y narran las fases de la colonización de Marte por parte de los terrestres. Leo en internet que Bradbury se considera a sí mismo más un escritor de fantasía que de ciencia ficción, y que de sus obras sólo Fahrenheit 451 sería en sentido estricto ciencia ficción. Ciertamente, cuando leía Crónicas marcianas me parecía que estaba ante una obra que no tenía mucho interés en cubrir las expectativas realistas que puede despertar una obra sobre una futura colonización en Marte; el planeta rojo de Bradbury es un territorio más propio de la imaginación que de la ciencia especulativa.
En el Marte de Bradbury existe una cultura milenaria de humanoides con poderes telepáticos. Esto permite que, al encontrarse con los terráqueos, se puedan comunicar en inglés: los marcianos pueden leer la mente. Las descripciones de Marte no aspiran, en ningún caso, a la verosimilitud científica, sino que prevalece la construcción poética. Así se describe un arma marciana: “El arma disparaba hordas de chillonas abejas doradas. Doradas, horribles abejas que clavaban el aguijón envenenado, y caían sin vida, como semillas en la arena” (pág. 30).

Al principio los cuentos hablan de los marcianos y de las primeras y leves incursiones terrestres en su planeta. Primeras expediciones condenadas al fracaso, hasta que en un momento dado los humanos llevarán a Marte la varicela, que se expandirá entre los marcianos, colapsando su civilización. A partir de entonces –a partir del segundo tercio del libro– los colonos terrestres se encontrarán en Marte con ciudades en ruinas y marcianos perdidos que vagan por el planeta, que podrán reencarnarse en los seres que obsesionan a los terráqueos gracias a sus poderes mentales.

“Los marcianos, seres morenos, de ojos rasgados y amarillos”, así se describe a los habitantes de Marte en la página 35; y en esta descripción se puede intuir el espíritu de denuncia de Bradbury sobre la propia historia de su país: los marcianos serían los indios, cuya cultura destruyeron los europeos. En la página 95, esta interpretación de la novela parece hacerse más explícita: “¿Cómo se sentirían si fuesen marcianos y viniera alguien y se pusiera a devastar el planeta?”, pregunta un personaje. Y recibe esta respuesta: “Yo sé muy bien cómo me sentiría –respondió Cheroke–. Llevo en mis venas sangre Cherokee. Mi abuelo me contó muchas cosas del Territorio de Oklahoma. Si hay algún marciano por los alrededores, yo estoy con él”.
También podríamos hablar de una crítica a la política de la época, al miedo a un conflicto nuclear que dominaba el mundo en un año como 1949. En Crónicas marcianas (la novela apocalíptica más imaginativa que he leído) no sólo Marte acabará arrasado por la mano del hombre.

En su prólogo para este libro, Borges se interroga: “¿Qué ha hecho este hombre de Illinois, me pregunto, al cerrar las páginas de su libro, para que episodios de la conquista de otro planeta me llenen de terror y de soledad? ¿Cómo pueden tocarme estas fantasías, y de una manera tan íntima?”. Me ha resultado curioso encontrar una conexión entre los cuentos de Crónicas Marcianas y los de Borges: la obsesión por el otro, o por las paradojas de la creación de la realidad (estoy pensando en el cuento Encuentro nocturno, en el que un hombre se encuentra con un marciano y cada uno ve Marte en momentos diferentes de su historia); o por la simulación.

Una posible respuesta a las preguntas de Borges sería que en realidad Bradbury no habla del futuro, sino de su propia época y país. El lector, pese a que las fechas que se señalan en los relatos le deberían llevar a unos 50-80 años después del momento en que están escritos, siempre acaba viendo un pueblo norteamericano de los años cuarenta, con sus granjeros en el porche y su miedo a la bomba nuclear. De hecho, el cuento Un camino a través del aire está fechado en 2003, y en él se narra el éxodo de la comunidad negra de un pueblo del sur de Estados Unidos hacia Marte. Los negros van hacia el cohete que les llevará a un mundo mejor montados en caballos y carretas, ante la mirada atónita de un tendero blanco con ideas racistas. El pueblo americano de 1949, con todos sus problemas sociales, está narrado en este cuento, en esta fantasía especulativa.

Me ha llamado la atención descubrir que Crónicas marcianas es una clara influencia en la obra de mi admirado Philip K. Dick. Los marcianos perdidos en el Marte de Bradbury me han recordado a los de su novela Tiempo de Marte; sus robots, que actúan como sustitutos de personas, a los de sus novelas Podemos construirle o Los simulacros; y el uso de los poderes psíquicos de los marcianos, y las confusiones sobre el concepto de realidad que esto genera, a toda la obra de Dick.

Hay cuentos muy cortos en Crónicas marcianas, que casi parecen poemas en prosa, y otros más largos, a veces de más de veinte páginas, con una estructura más clara de relato. Entre ellos me ha llamado la atención por ejemplo el titulado Usher II, donde un excéntrico personaje reconstruye en Marte la mansión del famoso relato de Poe, después de que la literatura fantástica fuese prohibida en la Tierra. Este relato parece un claro antecesor de la novela Fahrenheit 451. Me ha llamado la atención mucho también Vendrán lluvias suaves, un cuento sin presencia humana. O La mañana verde, que podría acercarse a los preceptos del realismo mágico, con un hombre que siembra semillas de árboles en la atmósfera enrarecida –pero respirable– de Marte y ve cómo crecen en una sola noche.


Crónicas marcianas fue el último libro que leí en 2014 y me alegro de haber esperado hasta el final para elaborar la lista de las mejores lecturas del año, porque tengo claro que este libro de 1950 se merecía un hueco de honor en esa lista. Como dije al principio, una pena que no me acercara antes a esta obra. Lo compensaré leyendo más libros de Ray Bradbury en 2015.

jueves, 19 de febrero de 2015

Grietas, un poema de El bar de Lee

Dejo hoy aquí un poema de El bar de Lee, que creo que nunca había mostrado en el blog. Es el cuarto poema de los dos poemarios que componen el libro (el primero, Móstoles era una fiesta, es de 1998, y el segundo, El calvo del Sonora, es de 2008).
Es un poema de 1998. Ha llovido ya, pero ahí está ya mi obsesión con un escritor como Gesualdo Bufalino, o bien el deseo de vivir dentro de una novela.




GRIETAS

                                Las heridas cicatrizan pero
                                                         las cicatrices crecen con nosotros.
                                                                    Stanislaw Jerzy Lec                                                 
                     
Sutura en el cemento, sonríe el barro
descabezado con labios finos.
Sus grietas son las mismas que hace doce años,
cremalleras en la pista de baloncesto. Mis brazos arqueados
se van cubriendo de fardos. Sostienen el aire,
Atlas bajo un mundo hueco, estibador
 de naranjas en redes sin fondo.

Doblado para escupir, camino de la fuente,
un sabor hipocondriaco quema mi garganta, dulce.
Escupo en un pañuelo, imito a Gesualdo Bufalino
en Perorata del apestado. Buscando mi peste negra.
Doblado recapacito: la naturaleza imita al arte
rendija de luz bajo la puerta
grieta de labios finos
                                    costurón en la naturaleza.

Dejo el juego. Comienzo a andar.
Observo el deportivo ámbito de las edades.
Recojo mi balón. Mi abuela
me lo regaló en mi décimo segundo cumpleaños.
Ella murió hace dos años, un cáncer.
En la cama de un hospital, donde ya no reconocía aquel rostro
que me cuidaba en la niñez
y yo quería ser tan alto como mi tío (su hijo).
Un cáncer. En la cama de un hospital.

Ya no se puede jugar con ese balón, sólo es
una coartada, una esfera social, una excusa
para abordar la pista sin las manos vacías.
Palpo su piel gastada, sus costuras rotas
y tratando de escapar su cámara negra
de goma
                  como un alma
                  como las tripas de un estratega reventado
                  como una peste negra.

Las grietas ya no son las mismas que hace doce años.
                                                                              

                                                                               18-2-98.

domingo, 15 de febrero de 2015

Mensaka, por José Ángel Mañas

Editorial Destino. 165 páginas. 1ª edición de 1995.

Recuerdo perfectamente el revuelo que levantó José Ángel Mañas (Madrid, 1971) cuando en 1994 quedó finalista del premio Nadal con Historias del Kronen. Por aquel entonces yo era un estudiante de CC. Físicas en la Universidad Complutense de Madrid, que soñaba desde siempre con ser escritor. Y surgió para mí Mañas, de repente y desde la nada, con unos pocos años más que yo y recién licenciado en Historia, para mostrarme que aquel sueño podía hacerse realidad. Pero lo cierto es que al principio experimenté algo de rechazo hacia él: yo por aquel entonces había dejado de leer libros de ciencia-ficción y terror y me dedicaba a la “literatura seria”. Como cualquier joven quería tener aficiones y referencias importantes y por tanto desconfiaba de los fenómenos de masas, como parecía ser Historias del Kronen entre las personas de mi generación. Recuerdo a un compañero de la academia en la calle Quintana a la que acudía, que leía aquel libro y me comentó: «Es el mejor libro que he leído en mi vida», y yo pensé: «No será para tanto, ¿cuántos libros habrás leído tú en tu vida?». Fue unos años más tarde cuando lo leí, cuando ya estaba en la facultad de Empresariales de la Carlos III y, después de un febrero universitario, un compañero de clase me lo dejó. Lo tenía marcado con un subrayador amarillo, recuerdo. Lo cierto es que leí el libro rechazado unos años antes en poco tiempo y me pareció que no estaba mal. Tenía sentido del ritmo, y su costumbrismo juvenil me resultaba cercano (aunque mi juventud había sido más tranquila que la de los personajes del libro). No está mal, pensé, pero éste no debería ser el mejor libro que ha leído nadie en su vida.

Seguí fijándome en la evolución del fenómeno Mañas, pero no leí nada más de él. Recuerdo alguna reseña en prensa donde criticaban con dureza sus libros. Yo diría que Mañas no caía muy bien en sus entrevistas públicas; había adquirido ante los periodistas la obligación de comportarse como uno de sus personajes y resultaba un tanto ridícula su chulería de chico de colegio bueno que juega a ser malote (o al menos eso me pareció a mí siempre).

En la biblioteca leí alguna de las páginas de esas novelas que los críticos denostaban; y sí, me pareció que una vez abandonado el estilo rítmico, de frase corta, costumbrista, profuso en diálogos de sus novelas juveniles no le salía lo de escribir frases largas (como leí en una entrevista: «Yo también sé escribir frases largas») y sofisticar su discurso.
He leído también reseñas sobre el nuevo Mañas, reciclado en la actualidad en escritor de novela policiaca, histórica o basada en una serie televisiva, en concreto Águila roja (qué mala es la edad y qué canalla es el mundo de la literatura para aquellos jóvenes que iban a comerse el mundo: “Mañas se confirma en esta descarnada novela como uno de los más prometedores escritores de finales del siglo XX”, leo en la contraportada de esta novela de 1995, y ahora escribe novelas con los personajes de una serie de televisión).

Estaba el año pasado (creo, o tal vez a principios de 2014) en la librería de segunda mano Ábaco, de la calle Raimundo Fernández Villaverde, y vi este libro, Mensaka, nuevo, la primera edición de 1995 por cuatro euros, y al abrirlo y leer unas páginas dio la casualidad de que uno de sus narradores pasaba en moto precisamente por esa calle, por Raimundo Fernández Villaverde, y me entró una cierta nostalgia de mi juventud noventera, así que decidí comprarlo y llevármelo a casa. El viernes 28 de noviembre tenía que empezar con un nuevo libro y debía de tomarlo de mi montaña de inleídos antes de salir para el dentista (reservé este día porque era fiesta escolar). Imaginé que al salir del dentista no iba a tener la cabeza para algo demasiado sesudo, así que me pareció un buen día para dedicarlo a la nostalgia noventera de Mañas. Acabé el libro ese mismo día.

Recuerdo que vi en vídeo la película Mensaka del director Salvador García Ruíz y me pareció bastante mejor que Historias del Kronen de Montxo Armendáriz, que vi en el cine de Móstoles (cuando había cines).

Si en Historias del Kronen nos acercábamos a la siniestra voz del asocial Carlos, en Mensaka tendremos la oportunidad de acercarnos a ocho voces narrativas (cuatro chicos y cuatro chicas). Lo cierto es que la estructura narrativa de esta novela está cuidada: la reproducción de una entrevista en un fanzine sobre el grupo musical en torno al cual gira en gran parte la trama, para iniciar el libro, y para finalizar un epílogo; entre medias ocho personajes que toman la palabra, dos veces cada uno. La entrevista del fanzine nos sirve para conocer cómo se conocieron algunos de los personajes, y el epílogo para saber cómo se van a separar. Las voces narrativas que componen el texto principal del libro ya no siguen ninguna estructura rígida: cada capítulo será una voz narrativa, hasta llegar a las ocho, y después cada una de las voces tendrá otro capítulo, pero sin repetir el orden inicial (Mañas cuida la estructura, pero no hasta los extremos casi matemáticos de Mario Vargas Llosa, por ejemplo).

Fran y Javi son primos y ensayan su música en la Nave. Allí conocen a David, un joven de un estrato social más bajo, al que se unirán para que sea su batería. El grupo parece siempre a punto de firmar un contrato con una gran discográfica que podría hacerles ganar realmente dinero. David ha tenido problemas psiquiátricos con las drogas y es un personaje inestable. Ricardo es el cuarto personaje masculino: amigo del barrio de David; se dedica al trapicheo de droga a pequeña escala, mientras añora los supuestos viejos tiempos.
Los personajes femeninos (Bea, Natalia y Cristina) son las parejas –o posibles parejas– de los chicos del grupo, y Laura es la hermana de Javi, que pertenece a una generación más joven y, por los amigos que tiene y por cómo es ella misma, más agresiva aún que la anterior.

Todas las voces narrativas están bien perfiladas, aunque es cierto que, tras sus obsesiones y muletillas particulares, tienen una forma de expresarse bastante uniforme, incluyendo, incluso, los errores lingüísticos que comenten (“detrás suyo”, “enfrente mío…”).

El afán cartográfico de Mensaka es tan fuerte como recuerdo que era en Historias del Kronen: el nombre de las calles de Madrid tiene casi la misma presencia en el libro que el nombre de las personas, convirtiendo así a la ciudad en un personaje más, lleno de atascos, de polución; de violencia, en definitiva.

A veces, para acelerar el ritmo de la narración, Mañas no utiliza la puntuación necesaria en la frase, y largas parrafadas (que bien puntuadas estarían constituidas por frases cortas) fluyen por la página sin puntos ni comas.

Captar la jerga juvenil madrileña es tan importante aquí como en la novela anterior. Me he sonreído ante el uso de algún término que ya ha caído en desuso y que me ha hecho viajar en el tiempo veinte años: pepino por moto, travelones por travestis, peseto por taxista, muvis por movidas o asuntos, corbatos por trajeados, o llamar a la abuela “la vieja de mi vieja”, o el mensaka del título por mensajero.

Detrás de las historias de la ciudad, del grupo musical y los trabajos precarios, se deja ver el desencanto del paso del tiempo y la sensación de no ir a alcanzar los sueños propuestos. “El tiempo pasa muy deprisa, demasiado deprisa”, con estas palabras acaba uno de los capítulos en los que Cristina es la narradora.

Cuando leí Menos que cero de Bret Easton Ellis ya me di cuenta de la relación que tenía esta obra con el personaje nihilista y asocial de Historias del Kronen. Mensaka, más que por Easton Ellis, me ha parecido influenciado por Trainspotting de Irvine Welsh. Leí Trainspotting hace mucho, pero recuerdo que la voz narrativa también iba cambiando de un narrador a otro y la obsesión por los problemas derivados de las drogas está en el texto de Mañas como estaba en el texto de Welsh. Además hay una escena en la que Cristina, que trabaja de camarera en un bar, se va al baño para pincharse heroína, escena que está casi calcada de un personaje femenino de Trainspotting.

Como dije, tardé un día de fiesta en leer este libro y la verdad es que fue una lectura agradable. Me hizo reencontrarme con una parte de lo que fue la literatura española en los 90. Y aunque recuerdo que cuando veía a Mañas en alguna entrevista de televisión de la época o leía la entrevista en un periódico no me acababa de caer bien, ahora, después de que todo aquel éxito literario se fuese diluyendo en malas críticas, desapego de los lectores, e intentos de relanzar su carrera gracias a los géneros más comerciales y poco literarios (como la novela sobre los personajes de la serie Águila roja: lo repito porque no doy crédito), miro con simpatía los comienzos de su carrera. Mensaka está publicado cuando su autor acababa de cumplir veinticuatro años y es un libro ameno, de ritmo rápido, con personajes bien perfilados y reconocibles, con una estructura sólida y una trama (aunque deja ver demasiado que su modelo es Trainspotting) no desdeñable.

Para finalizar quisiera comentar una anécdota que me contó el jefe de estudios del colegio en el que trabajo, que ya está jubilado y que fue muchos años profesor de Lengua y literatura: cuando se publicó Historias del Kronen los alumnos del colegio leían compulsivamente el libro, pasándoselo de unos a otros, y le arrancaban las tapas para que los profesores no se dieran cuenta de que estaban leyendo “el libro prohibido”. En realidad no creo que estuviese prohibido leer el libro en sí, sino hacerlo en horario de clase cuando el profesor estaba explicando la lección. Escribir un libro que consiga que los adolescentes lo quieran leer a toda costa me parece un logro muy a tener en cuenta.

domingo, 8 de febrero de 2015

El general y la musa, por Román Piña Valls

Editorial Sloper. 211 páginas. 1ª edición de 2013.

Conocí a Román Piña Valls (Palma de Mallorca, 1966) en persona a finales de diciembre de 2014. Para finalizar el año me fui unos días a Palma con mi novia y una tarde quedamos con Román. Unas semanas antes había aceptado una de mis novelas para publicarla, durante 2015, en su editorial Sloper. En la cafetería de un hotel de la plaza de Cort hablamos de mi libro, de los suyos, de la editorial y de la literatura en general. Al despedirnos Román nos mostró cuáles eran las mejores librerías de Palma. Estábamos alojados cerca, pero estaban cerradas porque era un día de fiesta. Al día siguiente –sábado– mi novia y yo habíamos quedado con unos amigos para visitar unos pueblos de la isla (Valldemossa, Deyá y Soller) y por tanto no pude entrar en esas librerías. Tampoco podría al día siguiente, por ser domingo –además, el último de nuestra estancia en Palma–. Pero me pasé por la librería de El Corte Inglés para ver qué tenían. Lógicamente lo que había en las mesas de novedades era muy similar a lo que podría ofrecer cualquier Corte Inglés de España, con la única salvedad de la interesante sección de libros en catalán. Revisando las estanterías (de libros en español), encontré El general y la musa, que Román Piña publicó en su propia editorial, y sentí curiosidad por esta novela ambientada en Palma, en la que aparecían las calles por las que llevaba días paseando y los pueblos que había visitado (Valldemossa o Deyá, leí en una simple ojeada) y por saber cómo escribe el que va a ser mi editor.

El general y la musa está ambientada en la Palma de 1933 y su protagonista es Francisco Franco. A pesar de que es una novela de clara tendencia al disparate, está basada en hechos históricos (como he comprobado buscando en internet): en febrero de 1933 Manuel Azaña nombró a Franco jefe de la Comandancia Militar de Baleares. Franco, junto a su familia y su ayudante, su primo Francisco Franco Salgado-Araujo (que también aparece como personaje en la novela) se instala en marzo de 1933 en el palacio de La Almudaina. Dice el documento consultado en internet (ver AQUÍ) que durante su estancia en Baleares, Franco pudo disfrutar de dos de sus aficiones: montar a caballo y la caza. Pero en la novela de Román Piña las aficiones que cultiva Franco en Mallorca serán muchas más.
En la isla, el ardor guerrero desarrollado por Franco durante las guerras de Marruecos se irá diluyendo en una vida cada vez más disipada. Franco se interesa por el jazz y empezará a tocar la batería en un grupo que da conciertos en el bar Honolulu de la calle del Borne, se aficionará en exceso al licor de hierbas, visitará prostíbulos, playas nudistas y se hará amigo de la bohemia literaria de la isla, sobre todo del escritor inglés Robert Graves (afincado en Deyá) y de su mujer Laura.

El cuerpo principal de la novela lo constituye un diario escrito por Franco desde marzo hasta octubre de 1933. La prosa en la que supuestamente escribe Franco tiene mucho sentido del ritmo y es más rica en la narración de acontecimientos que de pensamientos. Franco se expresa con un lenguaje muy propio de la oralidad de ahora y, así, son frecuentes en su discurso palabras como “flipar”, “friki” o “heavy”.
Franco recibe las visitas de personajes de la época como Largo Caballero o Primo de Rivera, que le invitan a unirse políticamente a ellos; pero él no quiere entrar en política. Está feliz con su batería y una investigación en la que se embarca para averiguar si el piano que se exhibe en Valldemossa y que se afirma que tocó Chopin es auténtico o no. Román, al final de la novela, nos informa de que la polémica en torno a la autenticidad del piano, y al número de la celda que habitaron en el siglo XIX el músico Chopin y la escritora George Sand, es auténtica. Esta investigación por parte de Franco constituye la trama que hace que la narración avance.

La intención de Román Piña en esta novela es humorística, y para conseguirlo uno de los recursos principales que utiliza es el del anacronismo. Ya hemos comentado el tema del anacronismo en el lenguaje, pero éste se manifiesta sobre todo en los sueños de Franco, que son profusamente narrados en el texto y que en muchos casos son parodias de películas de épocas posteriores a 1933, como Casablanca o El planeta de los simios. También en algún caso se hace referencia al correo electrónico, por ejemplo. Además, se irá apareciendo en los sueños de Franco, durante la noche o la vigilia, la imagen de una bella joven, con cuerpo de sirena, llamada Patricia Conde (sí, esta Patricia Conde), que Franco no dudará en tatuarse en el pecho, y que se convertirá en la musa de nuestro general.
Sin embargo, entre estos disparates históricos también nos encontramos con más de un personaje real que se relaciona con Franco, como Lorenzo Villalonga, psiquiatra y escritor mallorquín, que escribió tanto en castellano como en catalán; y que se convertirá en su profesor de mallorquín.

Además del diario escrito por Franco, la novela cuenta con una introducción en la que un periodista anglosajón entrevista a los personajes de la novela –a Franco o a Patricia Conde– además de al autor, Román Piña. Éste juega a mostrar algunas de sus ideas compositivas al escribir este libro: “Para que la novela sea aceptada como una obra del siglo XXI, o vapuleamos un poco el molde, o quebramos la estructura, o no habrá analista, editor ni periodista que se acerque a olerla” (pág. 19); o “Yo he apostado por darle Nocilla a Franco, contra la verdad histórica.”

En las páginas finales del libro, una vez que se acaba el diario de Franco, un informe médico de un tal doctor Nieto nos muestra que el autor del diario tal vez sea Marcos Badosa, que ha protagonizado alguna de las otras novelas de Piña, como Stradivarius rex, y así se introduce aquí un nuevo juego de cajas chinas y de vasos comunicantes en las obras de Román Piña.

Me ha gustado encontrarme literariamente en El general y la musa con las calles de Palma por las que caminé a finales de año, y con los pueblos que visité, en ésta y en otras ocasiones, como Valldemossa, Deyá (aquí hice una foto en la tumba de Robert Graves) o Soller; y con un Franco como protagonista, metido a detective aficionado, que se le hace al lector bastante simpático.

El general y la musa es una novela disparatada y agradable que se lee constantemente con una sonrisa en los labios, y cuya bocanada de aire fresco se agradece, frente a los aires de trascendencia y seriedad que exhala tanta novela sobre la guerra civil española.

jueves, 5 de febrero de 2015

Antología de Gerardo Diego: Juan Ramón Jiménez (8)

El octavo poeta que antóloga Gerardo Diego en 1934 para su Poesía española, antología (contemporánea) es Juan Ramón Jiménez (Moguer, Huelva, 1881 – San Juan, Puerto Rico, 1958).
Por supuesto, conozco algunos de los poemas más famosos de Jiménez, pero no le leído en profundidad. Observo extrañado, al abrir la antología de Diego, que la sección dedicada a Jiménez, de sus poemas sólo aparecen los títulos de sus poemas (a no ser que “ 5 UN RUISEÑOR” sea en sí mismo un poema. No encuentro información en internet sobre este posible error de la antología. Así que dejo aquí algún poema de Juan Ramón Jiménez, tomado de internet, pero que no está reproducido en la antología de Gerardo Diego.




ADOLESCENCIA
En el balcón, un instante
nos quedamos los dos solos.
Desde la dulce mañana
de aquel día, éramos novios.
—El paisaje soñoliento
dormía sus vagos tonos,
bajo el cielo gris y rosa
del crepúsculo de otoño.—
Le dije que iba a besarla;
bajó, serena, los ojos
y me ofreció sus mejillas,
como quien pierde un tesoro.
—Caían las hojas muertas,
en el jardín silencioso,
y en el aire erraba aún
un perfume de heliotropos.—

No se atrevía a mirarme;
le dije que éramos novios,
...y las lágrimas rodaron
de sus ojos melancólicos.


El siguiente poema está anunciado en la antología (el título), pero luego no está reproducido:

EL POEMA A CABALLO
¡Qué tranquilidad violeta
por el sendero a la tarde!
A caballo va el poeta...
¡Qué tranquilidad violeta!

La dulce brisa del río,
olorosa a junco y agua,
le refresca el señorío...
La brisa leve del río.

A caballo va el poeta...
¡Qué tranquilidad violeta!

Y el corazón se le pierde,
doliente y embalsamado,
en la madreselva verde...
Y el corazón se le pierde.

A caballo va el poeta...
¡Qué tranquilidad violeta!

Se está la orilla dorando.
El último pensamiento
del sol la deja soñando...
Se está la orilla dorando.

¡Qué tranquilidad violeta
por el sendero, a la tarde!
A caballo va el poeta...
¡Qué tranquilidad violeta!


LA ESPADA
¡Qué confiada duermes
ante mi vela, ausente
de mi alma, en tu débil
hermosura, y presente
a mi cuerpo sin redes,
que el instinto revuelve!

(Te entregas cual la muerte).

Tierna azucena eres,
a tu campo celeste
trasplantada y alegre
por el sueño solemne,
que te hace aquí, imponente,
tendida espada fuerte.

Gran misterio: tengo que averiguar por qué no están los poemas de Juan Ramón Jiménez (está su nota biográfica y su poética) en la antología de Gerardo Diego de 1934.

domingo, 1 de febrero de 2015

Relatos, novelas y ensayos de José Bianco

Editorial Atalanta. 378 páginas. Primera edición de los textos: desde 1929 hasta 1986. Esta edición es de 2013.
Prólogo de Jorge Luis Borges.

No sé desde cuándo me suena el nombre de José Bianco (Buenos Aires, 1908 – 1986) como autor clásico argentino, pero lo que tengo claro es que en el verano de 2009, cuando viajé a Buenos Aires, ya lo conocía. De aquella visita me traje a Madrid once libros de autores argentinos, y me recuerdo en una librería de la calle Corrientes sopesando si compraba Las ratas de Bianco. No lo hice porque, a pesar de que el precio era muy bajo, no me gustaba la pobre edición de quiosco, aunque de la misma colección me llevé Una novela que comienza de Macedonio Fernández.
En mayo de 2013 mi novia me regaló por mi cumpleaños este volumen de la editorial Atalanta, que había salido al mercado unos meses antes y que me había visto hojear en las mesas de novedades de las librerías. Dado mi desbarajuste con los libros que entran en mi casa y que acumulo sin priorizarlos sobre lecturas nuevas, ha permanecido en mi montaña de libros inleídos hasta noviembre de 2014.

Al hojear el libro algo me llamó inicialmente la atención: parecía que incluía la novela La pérdida del reino (1971), que en este libro no llega a las cien páginas, cuando yo tengo esa novela comprada en un rastrillo benéfico y publicada por Adriana Hidalgo, que tiene 477. Así que Atalanta ha incluido en este volumen sólo el comienzo de esa novela, lo que me parece una decisión, cuanto menos, extraña.

José Bianco fue el jefe de redacción de la mítica revista Sur desde 1938 hasta 1961, amigo de Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, las hermanas Silvina y Victoria Ocampo, Juan José Hernández o Virgilio Piñera. Además, cuando Bianco se fue a vivir una temporada a París, frecuentó a Albert Camus, Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir o André Gide.
José Bianco es autor de una obra relativamente breve: en 1932 publicó un libro de cuentos titulado La pequeña Gyaros; en 1941 la novela corta Sombras suele vestir; en 1943 Las ratas; el libro de ensayos Ficción y realidad se publicó en 1972 (reunía ensayos publicados en revistas años antes) y la novela larga La pérdida del reino en 1971.

En el prólogo del libro, Borges afirma: “José Bianco es uno de los primeros escritores argentinos y uno de los menos famosos”. Octavio Paz afirma: “Si hay justicia literaria –ya que no hay justicia divina–, creo que la obra de José Bianco, en lo futuro, subsistirá: será mucho más conocida y estimada, sobre todo, cuando obras más vistosas pero menos esenciales desaparezcan”.
Para valorar estas afirmaciones tenemos que tener en cuenta que tanto Borges como Paz eran amigos de Bianco y colaboradores de la misma revista Sur; pero tras leer las novelas cortas que incluye este libro lo cierto es que no me parecen exageradas sus palabras.

Leo el cuento El límite, publicado en 1929 en una revista (incluido luego en La pequeña Gyaros), y escrito cuando Bianco no alcanzaba los veinte años. En una nota inicial se nos informa de que lo que leemos es una versión modificada por el autor en 1983. A pesar de las posibles correcciones, si Bianco podía escribir un cuento así a los veinte años tengo claro que su talento literario era muy grande. El límite es un acercamiento muy sensible a la mentalidad de un adolescente y a su descubrimiento del mundo, del amor y de la muerte.

Voy a decir desde ya que al leer este libro he hecho algo que no había hecho nunca. Al leer las novelas cortas Sombras suele vestir y Las ratas, y avanzar luego con los ensayos y las entrevistas incluidas aquí, me estaba dando cuenta de que no había conseguido penetrar del todo en las claves compositivas de estas dos novelas cortas. Así que, al finalizar las entrevistas, decidí volver a empezar con el cuento y las dos novelitas, que he leído por tanto dos veces. En cambio no he leído las cien páginas que aparecen en este libro de La pérdida del tiempo. Ya leeré la novela completa en la edición de Adriana Hidalgo.

Sombras suele vestir tiene 50 páginas y es una historia de fantasmas (o de locura, aunque para mí es una historia de fantasmas) al estilo de Otra vuelta de tuerca, de Henry James. Como curiosidad, añadamos que es Bianco el primer traductor al español de esa novela y que fue él a quien se le ocurrió cambiar el título de lo que sería la traducción literal, Una vuelta de tuerca, por el de Otra vuelta de tuerca, nombre con el que ha trascendido en nuestro idioma la traducción de la famosa novela de James. Decía que a mí Sombras suele vestir me ha parecido más una historia de fantasmas que de locura porque no está contada desde el punto de vista de un narrador confuso, sino que una voz omnisciente nos cuenta las andanzas de los personajes y en algún momento acompaña los movimientos del supuesto personaje que luego descubrimos que está muerto y que por tanto no le queda más remedio que ser un fantasma, aunque ella misma no lo sepa. Esta novelita ha ganado para mí en la segunda lectura, porque detalles que descubrimos aproximadamente en la página 40 estaban ya insinuados en la página 10, pero al leer primeramente esta página 10 sin conocer el juego que se traía entre manos Bianco con sus personajes, se nos habían pasado desapercibidos.
El estilo de Bianco es elegante, inteligente, trabajado. Sus novelistas no son aptas para una lectura apresurada; están repletas de sugerencias, de insinuaciones, de sutilezas; necesitan de un lector atento, dispuesto a entrar en ese juego narrativo en el que intuye que le están escamoteando información importante de la historia y será él quien tiene que completarla o imaginarla.
El Bianco de Sombras suele vestir me ha parecido un antecesor del Elvio E. Gandolfo de novelas cortas como René Carótida.

Las ratas me ha resultado un libro casi diferente en la segunda lectura. Básicamente porque en la primera no me había llegado a percatar del todo hasta qué punto el narrador nos está mintiendo. Creo que decidí leer estas dos novelas otra vez porque me había acercado a ellas confundido: Sombras suele vestir la estaba leyendo como una historia realista y sólo al final me di cuenta de que era una historia de fantasmas, y Las ratas la leí, ya escarmentado de la narración anterior, como si fuese una historia de fantasmas, cuando aquí me hallaba más ante una historia de locura.
En Las ratas nos acercamos a una familia bonaerense de clase alta con más de un cadáver guardado en sus armarios. Delfín Heredia, el narrador, tiene catorce años en el momento en el que suceden los hechos que quiere contarnos referentes a la muerte de su hermano Julio. “Julio se ha suicidado”, leemos en la primera página de esta novela. Y en la segunda lectura ya sabremos que tenemos que tener mucho cuidado con nuestro narrador porque está jugando con nosotros. La novela es densa, sutil, inteligente, como Sombras suele vestir. Al igual que en la anterior había referencias eruditas a la Biblia, en Las ratas se nos ofrecen elevados comentarios sobre música clásica. Delfín, mientras practica con su piano, conversa con el autorretrato que su padre pintó en su juventud y que ahora, extrañamente, se parece a Julio (sólo hermano por parte de padre de Delfín). Delfín desea en realidad una complicidad imposible con su medio hermano; y los juegos entre la relación real y la imaginada se van entrelazando en el relato hasta un final de odios y celos familiares.
La prosa inteligente, erudita y algo distante de Las ratas me ha recordado a la que posteriormente usa Jorge Barón Biza para su gran novela El desierto y su semilla.

Después me salté, como ya dije, las cien primeras páginas de La pérdida del reino, y leí los ensayos escritos por Bianco. Cita mucho a un escritor francés que ahora parece haber caído en el olvido, Julien Benda. Más interesante me parece su ensayo sobre Marcel Proust.
Pero más que con los ensayos, he disfrutado con las entrevistas finales sobre su obra y su labor en la revista Sur.


De este libro editado por Atalanta destaco el relato El límite y las novelas cortas Sombras suele vestir y Las ratas. Narraciones sutiles, llenas de trampas y que darán trabajo (y satisfacciones) a un lector exigente.