domingo, 28 de mayo de 2017

Los días de la peste, por Edmundo Paz Soldán

Los días de la peste, de Edmundo Paz Soldán.
Editorial Malpaso. 319 páginas. 1ª edición de 2016.

El viernes veintiocho de abril (justo cuando empezaba un puente de cuatro días en Madrid), me llegó al buzón de casa un paquete inesperado. Cuando lo abrí, me sorprendió encontrarme con una edición no venal (previa a la edición definitiva) de Los días de la peste, la nueva novela de Edmundo Paz Soldán (Cochabamba, Bolivia, 1967). En una nota manuscrita, José de Montfort (el encargado de prensa de Malpaso) me informaba de que la novela saldría a la venta el día quince de mayo. Por un lado, prefiero que las editoriales no me envíen libros de forma espontánea; creo que es más conveniente (para mi salud mental, sobre todo) que yo les pida lo que creo que me va a gustar. De ese modo será mucho más fácil que disfrute de la lectura y que pueda escribir una reseña positiva. Me incomoda la sensación de que una editorial me envíe un libro y que yo no lo lea, pero tampoco quiero adquirir la obligación de leerlo. Sin embargo, en este caso Montfort acertó plenamente, porque Paz Soldán es un escritor con el que he disfrutado antes, y lo más seguro es que yo mismo le habría pedido este libro cuando viera anunciada su publicación. Acabé los Cuentos completos de John Cheever y me puse con esta novela antes de que apareciera en el mercado. Me resultó una sensación extraña saberme uno de sus primeros lectores.

De Edmundo Paz Soldán había leído hasta ahora tres libros: las novelas Río fugitivo (muy recomendable) y Norte, y el libro de relatos Billie Ruth. Sé que a Edmundo le interesa bastante el género de la ciencia-ficción, al que pertenece su última novela, Iris (previa a la aparición de Los días de la peste), y también hay ciencia-ficción en su colección de cuentos Las visiones. Eso me hizo presuponer que Los días de la peste podía pertenecer a este género, lo que el propio autor me desmintió en una conversación de Facebook que surgió en mi muro.

En un vídeo que he encontrado en YouTube, Paz Soldán presenta su nueva novela y dice que empezó a leer libros sobre cárceles y que le llamó mucho la atención una crónica, escrita por un inglés, sobre su experiencia en la cárcel de San Pedro en La Paz. «Mi novela tiene que usar esta atmósfera de una cárcel como de La Paz, donde los presos viven con sus familias», podemos escuchar en el vídeo del que hablo (titulado Edmundo Paz y Los días de la peste; su nueva novela).

En Los días de la peste el lector se adentrará en una cárcel llamada La Casona, a la que los presos invocan y preguntan como si se tratase de un ser vivo y consciente. La Casona está ubicada en la remota región de Los Confines, perteneciente a un país hispanoamericano (por los nombres de los personajes y el habla) indeterminado, pero que yo leía como si fuese Bolivia (aunque también podía ser Paraguay, por ejemplo).

La novela se divide en tres partes, y cada una de ellas en varios capítulos no numerados. Cada capítulo se abre en una rueda de voces narrativas muy dispares, con un encabezado que indica al lector quién es el personaje que da continuidad al siguiente. Estas voces narrativas están escritas en primera persona o en tercera (una tercera persona que, mediante el recurso del estilo indirecto libre, se acerca bastante, sin juzgarlos, a los personajes sobre los que Paz Soldán pone su foco en cada momento). Cada voz narrativa se prolonga en el libro durante dos o tres páginas y vuelve a aparecer pasadas cinco o treinta páginas. No todas las voces (sobre treinta) tienen el mismo peso en la novela. El gobernador de la prisión, algún alto juez o político de Los Confines, pasando por los policías de la cárcel, hasta los presos con más recursos o los que ocupan el último escalafón social de La Casona, van dándose paso en la novela, un paso brusco, eléctrico, que no da tregua al lector.

Manteniendo las peculiaridades de cada personaje, el estilo del libro es rápido y normalmente de frases cortas y tajantes, que a veces carecen de verbo; por ejemplo, en la página 15 podemos leer: «Ronquidos, llantos, gruñidos, ayes. El cuerpo se recostó contra una fuente de piedra agrietada, demasiado inquieto como para intentar dormir». Para acompañar esta sensación de inmediatez, rapidez y violencia que impregna cada página, también se reproducen en el texto sonidos onomatopéyicos («cri cri cri» o «puaj, puaj») y coloquialismos propios de Hispanoamérica («quivo», «chicote»…), y en algún caso ‒intuyo‒, propios del subambiente carcelario («tonchi», por una droga que imagino que será la cocaína; o «wa-wa», por bebé); además, los personajes de La Casona también usan más de una palabra en inglés, españolizándola («bisnes» por negocio, por ejemplo, o «selfis»).

Cada capítulo empieza con una mirada desde el poder. Así, las primeras voces narrativas serán las del gobernador o el juez, y luego entrarán en escena policías, presos o familiares de presos, porque La Casona es una cárcel muy particular: en ella, algunos presos viven con sus familias, aunque éstas no hayan cometido ningún delito, o incluso siguen allí por voluntad propia después de haber cumplido su condena, ya que en la cárcel hicieron prosperar sus negocios y no quieren perderlos. Todo se puede comprar y vender: dormir en una celda más amplia, salir y entrar de la cárcel para ir a la ciudad, pagar a los policías desde fuera para que maten a un preso, porque los familiares de la que fue su víctima no están contentos con la sentencia… El negocio de otros presos, auspiciado y vigilado por los policías, puede ser también ofrecer protección a terceros, en un ejercicio de puro abuso y extorsión.

El lector entra en la rueda de voces narrativas de La Casona con asombro, con la sensación de haber penetrado en un territorio feroz, sucio, violento y bien dibujado. La idea de documento veraz es muy grande y las imágenes narradas tienen mucha fuerza.
A partir de la página 70 empecé a plantearme lo siguiente: el libro me está gustando, sus páginas están bien escritas y son potentes, pero no puede ser que Edmundo Paz Soldán no haya creado aquí un nudo dramático globalizador que mueva a los personajes hacia algún desenlace temporal con una trama unificadora, porque si pretende seguir narrando su rueda de voces sin cohesionarlas, la novela va a descarrilar. Me percato de que este pensamiento es propio de un aprendiz de escritor y no de un lector puro. Con la edad, uno ha de aceptar que ya no volverá a ser nunca aquel lector adolescente de Philip K. Dick y seguir adelante. Como era lógico suponer, Paz Soldán cuenta con una carrera sólida de escritor a sus espaldas porque sabe lo que ha de hacer para que no se le descarrile una novela. Por supuesto, aunque en las primeras páginas las líneas narrativas que servirán de pilares de carga en la construcción de la novela están sólo sugeridas, éstas van cobrando cada vez más fuerza. Principalmente son dos las columnas de las que hablo: en La Casona (igual que en Los Confines) cada vez es más fuerte el culto pagano a la diosa Ma Estrella, a la que se representa con un cuchillo entre los dientes, y las autoridades locales empiezan a verlo como una amenaza electoral que puede jugar a favor de algún candidato de la oposición que ha abrazado el culto, en principio propio de personas poco instruidas, de modo que deciden prohibirlo. El segundo núcleo narrativo sería que en La Casona se está expandiendo un virus desconocido que produce vómitos y diarreas, que hace que los enfermos se muestren violentos y que mueran en poco tiempo.
El pueblo de Los Confines (esto ocurrirá antes en el interior de La Casona) pronto relacionará la prohibición del culto a Ma Estrella con la peste desatada, entendiendo que la segunda es consecuencia de la ira de la primera. La muerte, el caos y la violencia se darán la mano cada vez con más intensidad.

En cierto modo, Los días de la peste (ya desde el título) nos puede hacer pensar en una historia medieval, una historia que podría estar situada en la Bolivia de 1950, 1900 o 1800, hasta que ciertos elementos, como la presencia de drones, sitúan la acción en la época actual. Cuando unos presos discuten sobre la implantación en la cárcel de un negocio de implantes biónicos, podríamos llegar a pensar incluso en una novela ligeramente futurista.

Los días de la peste me ha hecho pensar en Mario Vargas Llosa, uno de los autores predilectos de Paz Soldán, quien escribió una de sus primeras novelas, Río fugitivo, bajo la influencia de la ópera prima de Vargas Llosa, La ciudad y los perros. En Los días de la peste tenemos una cárcel, en vez de un colegio militar, que actúa como opresivo mundo cerrado. También la novela de Paz Soldán me ha traído a la mente Lituma en los Andes, en la que Vargas Llosa indagaba sobre el peso de las religiones paganas y las supersticiones en Perú. Me doy cuenta ahora de que, si Vargas Llosa hubiera escrito esta novela, no le habría indicando al lector en cada corte del texto a quién pertenecía la nueva voz narrativa. Yo siempre he considerado que estas confusiones que generaba Vargas Llosa en sus libros no eran del todo necesarias y agradezco los encabezamientos de Paz Soldán.

En cierto modo, también he pensado en José Donoso y su gusto por las máscaras deformantes y los monstruos cotidianos en El obsceno pájaro de la noche, en la Casa de Ejercicios Espirituales de la Encarnación de la Chimba.

Los días de la peste podría inscribirse en la tradición de la novela de dictadores hispanoamericana (Yo, el supremo de Augusto Roa Bastos o El otoño del patriarca de Gabriel García Márquez, por citar dos ejemplos clásicos), al entender el espacio de la cárcel como metáfora de lo que ocurre en un país. Por tanto, el gobernador sería ese dictador cuya omnipresencia fluye al ritmo de los golpes de Estado y las desavenencias de un poder del que no acaba de tener el control absoluto. Pero también podría inscribirse en la más moderna tradición del género apocalíptico (El año del desierto de Pedro Mairal o Plop de Rafael Pinedo, por citar otros dos ejemplos), con ese inquietante virus que va destruyendo el precario equilibrio de La Casona.


Los días de la peste es un libro potente y eléctrico, asfixiante y terrible en las realidades e injusticias que muestra, una novela poco apta para lectores melindrosos (lo mostrado aquí suele ser sucio y brutal, y no hay claros personajes positivos), que, nutriéndose de la tradición hispanoamericana, nos da muestras de su salud. No conozco toda la obra de Edmundo Paz Soldán, pero tengo la impresión de que Los días de la peste es uno de sus trabajos más ambiciosos y logrados. 

domingo, 21 de mayo de 2017

La uruguaya, por Pedro Mairal

La uruguaya, de Pedro Mairal.
Editorial Libros del Asteroide. 142 páginas. Primera edición de 2016; ésta es de 2017.

De Pedro Mairal (Buenos Aires, 1970) leí hace ya más de quince años su primera novela, Una noche con Sabrina Love (1998), toda una odisea adolescente. Un libro del que guardo un grato recuerdo. Aquella lectura me animó a leer las dos siguientes novelas suyas que aparecieron en España: Salvatierra (2008) y El año del desierto (2005). Me doy cuenta ahora de que estas dos últimas aparecieron aquí con el orden cronológico cambiado. En 2016 leí alguna buena crítica de La uruguaya en la prensa argentina y, cuando la publicó en España Libros del Asteroide, le escribí un correo a la editorial para solicitársela. Ellos me la enviaron a casa muy amablemente. Muchas gracias.

El protagonista de La uruguaya es Lucas Pereyra, escritor argentino de cuarenta y cuatro años. La novela recoge la narración de un día de su vida, un día que fue bastante largo y que el personaje evoca un año después de que tuvieran lugar los acontecimientos narrados. Ese día, Lucas va a dejar su hogar de Buenos Aires para atravesar el Río de la Plata y viajar a Colonia del Sacramento, en Uruguay. Una vez allí, tendrá que tomar un autobús hacia Montevideo. Su objetivo es sacar 15.000 dólares de una cuenta que abrió en un banco del país vecino, donde le han ingresado dos adelantos por sus libros desde España y Colombia. Si recibe ese dinero en Argentina, una nueva ley sobre el tratamiento de las divisas provocaría que el dinero se quedase en menos de la mitad. Su idea es tomar los 15.000 dólares en metálico y volver esa misma noche a Buenos Aires con el dinero escondido en un cinturón. También ha quedado con Magali Guerra Zabala, una joven uruguaya de veintiocho años que conoció unos meses atrás en un festival literario en la localidad uruguaya de Valizas. Lucas se ha enamorado de Guerra, como la llama, y durante los meses previos a esta cita ha estado intercambiando con ella correos electrónicos. Las expectativas eróticas que ha puesto en este encuentro en Montevideo son grandes. También quiere quedar con Enzo, un hombre de setenta años que fue, hace mucho tiempo, profesor suyo en una taller literario de Argentina.

En el momento del viaje, Lucas está casado con Catalina, con la que tiene un hijo pequeño llamado Maiko. La relación entre Lucas y Cata no pasa por su mejor momento. Lucas sospecha que Cata, que trabaja en el sector de la medicina, le es infiel. Además, Lucas siente que en los últimos tiempos no le ha ido demasiado bien como escritor y ha estado viviendo a expensas de ella; también le debe dinero a algún familiar más. Si consigue engañar a las autoridades en la aduana y regresar a casa con los 15.000 dólares de los adelantos, podrá saldar sus deudas y tener la tranquilidad necesaria para escribir durante los próximos diez meses.

La novela está escrita como si se tratase de una larga carta, en la que Lucas le narra a su mujer Catalina (como ya he comentado, un año después de los hechos) lo que le ocurrió en aquel día crucial del pasado. En más de una ocasión se le recuerda al lector que está ante una evocación traída desde un futuro cercano; en otras ocasiones, la narración se deja llevar por la pura sensación de presente narrativo. En más de un momento, Lucas reflexiona (ante Cata) sobre lo que suponía para él su relación con ella, y sobre todo lo que ha supuesto para su vida la llegada de su hijo, a una edad ‒cuarenta y cuatro años‒ tal vez un tanto tardía para la paternidad. «Tendría que haber un curso para criar hijos. Tanto curso de preparto y después nace y cuando llegás a tu casa por primera vez no sabés ni dónde ponerlo. ¿Dónde lo apoyás, en qué parte de la casa va ese viejito mínimo, ese haiku de persona? Nadie te enseña. Nadie te advierte lo duro que es no dormir, renunciar a vos a cada rato, postergarte. (…) A veces también le tengo miedo a Maiko. Miedo a él. Incuba cada virus que se agarra en el jardín, lo aísla y lo fortalece dentro de su flamante sistema inmunológico y me lo pega con toda su furia. Sus gripes me derrumban» (pág. 44).

Desde su crisis de mediana edad, Lucas se plantea su rol de marido y de padre, además de su condición de escritor. «Cuando no escribo ni trabajo sube el volumen de las palabras dentro de mi cabeza y me van inundando», leemos en la página 15, como declaración de un sentir vocacional. Sin embargo, más tarde Lucas parece pensar que se equivocó al elegir ser escritor. En la página 56 podemos leer lo siguiente: «La plata estaba en mi infancia, me rodeaba, me recubría con buena ropa, cuadras de un barrio seguro en Capital, alambrados de fin de semana, cercos de clubes, ligustros bien podados, barreras que se levantaban a mi paso. Y yo después me había dado el lujo de hacerme el descarriado, el artista sin empuje empresarial, el bohemio. Era un lujo más. El hijo sensible de la alta burguesía pero el precio de mi bohemia se empezaba a pagar ahora. Era a largo plazo. Un resbalar gradual».

En cierto modo, parece que Pedro Mairal, a través de la voz narrativa de Lucas Pereyra, se ha propuesto llevar a cabo un ajuste de cuentas consigo mismo. Desconozco si Mairal ha estado casado y se ha divorciado, o si ha tenido hijos, pero en algún punto de la novela me ha parecido que estaba jugando a la autoficción. Por ejemplo, cuando relata el encuentro con Guerra en el festival literario, al finalizar ese día, debe sentarse en un autobús con una crítica literaria que le espeta una pregunta inoportuna para su mente obnubilada por el sexo: «¿Lucas, vos tuviste oportunidad de leer lo que yo escribí sobre el eje civilización y barbarie en tu novelística?». Me dio la impresión de que esa pregunta se la podía haber hecho perfectamente esa misma crítica al escritor de El año del desierto, novela en la que Mairal hablaba precisamente de ese «eje civilización y barbarie».

La uruguaya abunda en argentinismos ‒algunos como «telo», «quincho» o «cheto» no los conocía‒ y en anglicismos (homeless chic, living, voz en off…); en algún momento, estos últimos parecen tener una función cómica en el texto. La novela está escrita con mucho sentido del ritmo y un tono desenfadado, que acaba derivando, en más de una página, hacia la comedia o la autoparodia. También suele abundar el párrafo de aliento poético.


La anterior novela de Pedro Mairal que leí fue El año del desierto, que me pareció más ambiciosa en su composición que La uruguaya. El año del desierto me impresionó mucho y la destaqué como una de mis mejores lecturas de 2013. Aunque tengo la impresión de que La uruguaya está escrita en un tono menor respecto a El año del desierto, me ha parecido una gran novela corta. Retrata con mucho encanto ‒con un gran sentido del patetismo que deriva en comedia‒ la crisis de mediana edad de un escritor. Su prosa es muy bella y tiene un gran sentido del ritmo. La verdad es que casi la leí de un tirón y me sentí muy feliz con ella. Pedro Mairal sigue siendo uno de mis escritores hispanoamericanos actuales (de los nacidos a partir de 1970) favoritos.

miércoles, 17 de mayo de 2017

Ovejería, por Leandro Hernández Gómez

Editorial Das Kapital. 314 páginas. 1ª edición de 2015.

A Leandro Hernández Gómez (Osorno, Chile, 1970) lo conozco desde hace más de una década. Sin embargo, nunca nos hemos visto en persona. Coincidimos ‒hace ya más de diez años‒ en un foro literario en el que una docena de personas (a lo sumo) hablábamos sobre Roberto Bolaño. Por aquel entonces ninguno de los dos tenía un libro publicado. Cuando esto ha ocurrido nos los hemos ido enviado por correo transoceánico. De él ya he leído dos poemarios, publicados en la editorial de Santiago de Chile Das Kapital: Umo (2010) y Maicillo/Sauló (2014). En 2015 publicó otro poemario con Das Kapital titulado Ovejería. Me lo envió a principios de 2016 y yo lo he leído un año más tarde. El tema de la entrada de libros en mi casa se me ha ido de las manos desde hace tiempo y además me ocurre que, en los últimos años, me cuesta encontrar el momento para leer poesía, de la que he sido más asiduo en otras épocas de mi vida. Pero, al fin, me he acercado a Ovejería, un poemario mucho más grueso que los otros que ha publicado Hernández en Das Kapital. De hecho, Ovejería contiene ‒es cierto que algunos son bastante cortos‒ casi trescientos poemas.

En sus dos poemarios anteriores ya había aparecido el término «Ovejería», que yo identifiqué entonces como un lugar de Santiago de Chile que el poeta evocaba en sus versos. Ahora sé (para siempre) que Ovejería es una población que creció cerca de Osorno, que se encuentra a casi mil kilómetros al sur de Santiago, y que en la actualidad Ovejería es un barrio (no sé si este término se usa en Chile) de Osorno, el lugar donde nació y creció (hasta que se fue a la capital en la adolescencia) Leandro Hernández.
En principio, al saber que Ovejería, el último libro de Hernández, era una evocación de los territorios de la infancia a los que el autor vuelve ya adulto, pensé de forma inmediata en el también poeta chileno Jorge Teillier, que en sus poemas evoca los recuerdos de su pueblo Lautaro, al que acude desde Santiago.
Tras leer Ovejería considero que la filiación entre los dos poetas es más de cercanía temática que compositiva. Los poemas de Teillier son más íntimos y desgarrados que los de Hernández, que ha elegido evocar el territorio de su infancia desde la carencia de énfasis. En más de un caso, los versos de Hernández nombran a personas o calles, presencias que parece querer materializar en la página con solo enunciarlas. Se alude en los poemas a hechos o detalles del pasado, en la mayoría de los casos de un modo directo, con versos sencillos que en casi todos los casos eluden el vuelo metafórico: las palabras son directas y primordiales. Flamengo es uno de los primeros poemas del libro:

Flamengo

existen todavía
los clubes deportivos
Flamengo y Barcelona
en la liga de Ovejería?

para los que no recuerden:
el primero de la Guajardo
el segundo de La Trinchera

en la prehistoria del Flamengo
hubo un club en la Guajardo
que se llamó Borussia

Flamengo puede ser paradigma de algunos de los planteamientos estilísticos del libro: una voz poética cercana a la del autor (que en muchos casos se lee como si fuese una voz narrativa) pregunta a un colectivo de personas no identificado, pero que el lector entiende que son sus amigos y vecinos de Ovejería, por alguna persona o lugar del pasado. El poeta quiere dejar constancia de una realidad que vivió o de un lugar que pisó, como ya he apuntado, y en muchos casos desea que el recuerdo sea una enunciación de nombres más que de sensaciones: «En la prehistoria del Flamengo / hubo un club en la Guajardo / que se llamó Borussia». Es cierto que Ovejería no es un poemario de versos aislados (sería muy difícil encontrar en el libro un verso memorable), y en muchos casos tampoco es un libro de grandes poemas sueltos; en realidad funciona más como conjunto, como largo recuerdo hilado en casi trescientos poemas. En este sentido me ha recordado su lectura a Yo me acuerdo de George Perec, libro con anotaciones como ésta: «Yo me acuerdo que Colette era miembro de la Real Academia de Bélgica». En los dos casos, la enumeración de recuerdos contiene claves personales que el lector no conoce del todo, pero intuye, y en la no explicación de por qué elige un recuerdo y no otro recae gran parte del misterio compositivo. Ovejería es un libro para leer entero y no para abrir al azar y leer poemas sueltos.

Los poemas de Ovejería parecen agruparse en series temáticas que, sin aviso, se van dando paso: la evocación del colegio, del aeródromo, del río, de las calles…
Reproduzco un poema que habla de uno de los profesores del colegio que también (aunque no es lo normal aquí) tiene un poso político:

el Peter

hay posiciones irreconciliables
(tal como ocurre con Pinochet)
sobre su legado sobre su gestión
sobre su manera de hacer escuela

golpeó a muchos niños y niñas

se emborrachaba para los bingos
ex alumnos cobraban venganza
(grande Chico Melo)
rodeados x metros cuadrados de pilsen

algunos agradecen los coscachos del Peter
otros los justifican y aplauden

hay otros a los que nos parece el Peter
signo de violencia impunidad

también hay personas que piensan
que los niños y niñas maltratados
eran responsables y se lo merecían.

Antes he hablado de Jorge Teillier y también de George Perec, el mismo Leandro Hernández nos pone sobre la pista de otra posible influencia en un poema corto llamado Spoon river:

Spoon river

no es
Spoon river
es Ovejería

ribera este
del río Rahue

No he leído Spoon river de Edgar Lee Masters, pero sé que en este poemario hablan los muertos del cementerio sobre los habitantes de un pueblo norteamericano. Busco algún poema en internet y me encuentro con que comienzan con preguntas sobre algunos de los habitantes de la población. Por ejemplo, así empieza La colina de Masters: «¿Dónde están Elmer, Herman, Bert, Tom y Charley, / El débil de voluntad, el fuerte de brazo, el payaso, el borrachín, el luchador?»
Éste es uno de los poemas de Hernández: Tres pisos // y de Tres Pisos / alguien se acuerda? // y de su hermano?
En Ovejería el lector español se puede encontrar con muchos chilenismos, y la verdad es que aunque a veces no entendía algunas palabras me gustaba su lectura (palabras como: guata, chomba, maicillo…)

Como ya he comentado al principio, creo que este poemario funciona como artefacto intercomunicado de una página a otra, y que la lectura de algún poema suelto puede causar en el lector una sensación de impenetrabilidad en las claves personales propuestas. Los poemas que más me gustan son aquellos en los que la voz poética reconstruye anécdotas del pasado, o cuando al final de lo colectivo (calles, río, colegio, tiendas…) se pasa a lo personal y Ovejería se convierte en cierto modo en un ajuste de cuentas o conversación con el padre muerto (el poema que dejo abajo, Cordero, toma la voz poética del padre) o con una vecina (pionera de la población), llamada la señora Hortensia.

Reproduzco para finalizar algunos de los poemas que más me han gustado del libro:

restorant

estoy en primero o segundo básico

mis padres  ya han concretado
en esto de poner un almacén
al lado de la escuela

mi padre me comunica que ese día
almorzaré en un restorant

me enseña lo que debo hacer
lo que debo decir
cómo debo pagar

me pasa un billete

estoy emocionado

finalmente resulta ser
el restorant "La Feria"
estaba todo ya conversado

raro pero también inolvidable

termino mi comida sentado
a una mesa solo

de postre: duraznos con crema

la amable señora me pregunta
si deseo  repetición de comida

no gracias

me pregunta si quiero más postre

sí encantado

el gesto de ofrecer
repetición de postre
merece todas las memorias

termino de comer
sentado a una mesa solo

saco el dinero y pago
alguien me recibe el billete
y me voy a la escuela
sin esperar el vuelto


Ovejería y el agua (V)

teníamos en la Guajardo
una piscina al borde de un risco

por ella la planta de agua potable
vaciaba  a diario su superávit

nos bañamos en esa piscina
al borde de un abismo
por el que una vez caímos


Cordero

llevo treinta días borracho
luego de perderlo todo por segunda vez
es como resucitar para volver a morir

mi ex mujer y mi hijo están a mil kilómetros

me vine de Santiago mojado
un temporal preparaba un aluvión

es fines de mayo del noventa y tres
en las calles de la Guajardo han abierto
zanjas para poner el alcantarillado

hoy he decidido dejar de tomar
como lo he hecho innumerables veces
solo que esta vez será para siempre

limpio mi casa y baldeo el piso sucio
abro las ventanas como las zanjas las calles
parecen trincheras en las que se acumula el barro

no puedo dormir tranquilo despierto
transpirando como si un aluvión surgiera
del síndrome de abstinencia

intento cerrar los ojos pero hay imágenes
que no me dejan veo pasar mi vida borracha
tambaleándose para caer en una zanja

cada zanja es un grito sordo cada grito
un par de pies que se acalambran sudo frío
tercianas y me levanto a cerrar las ventanas

las ventanas son las zanjas
afuera hay un aluvión y dentro mío
hay una alcantarilla que revienta

las vecinas me alimentan me saludan
me felicitan por verme sobrio bien
don Hernán muy bien vecino  siga así

no lo soporto no soporto esta sed
sólo podría apagarla un aluvión

El delirium tremens me expulsa
de la cama húmeda

algo me persigue y me empuja
a salir a las calles embarradas

 a saltar las trincheras abiertas

domingo, 14 de mayo de 2017

Dejen todo en mis manos, por Mario Levrero

Editorial Caballo de Troya. 121 páginas. 1ª edición de 1996; esta de 2007.

Hasta ahora, en el blog sí que había reseñado libros que había leído en el pasado y a los que me acercaba por segunda vez, pero de los que nunca antes había escrito. En esta ocasión voy a realizar un experimento: Dejen todo en mis manos lo leí en 2010 y, por entonces, ya lo reseñé en mi blog. Ya he contando por aquí que he estado leyendo varios libros de Mario Levrero (Montevideo, 1940-2004) casi seguidos porque me invitaron a escribir un artículo para la revista Quimera (número 402), que ha aparecido a comienzos de mayo. Un domingo estaba dudando entre empezar La máquina de pensar en Mario, un libro de ensayos sobre la obra de Levrero, o leer alguna más de sus obras; acabé cogiendo de mis estanterías esta novela corta y leyéndola entera ese mismo día.

Con Dejen todo en mis manos me inicié en el universo Levrero. Casi siete años después, he leído prácticamente toda su obra y quiero comentar esta novela, después de este periplo, sin leer previamente lo que ya escribí sobre él en 2010. Lo haré a posteriori. Todavía no sé si me llevaré alguna sorpresa. Ya he dicho que esto será un experimento sobre mi evolución personal como comentarista de libros, o sobre el hecho de acercarse a una obra por primera vez, desde el desconocimiento del autor, y hacerlo más tarde, tras conocer casi toda su obra, sus fobias y sus filias.

En Dejen todo en mis manos nos encontramos con el típico narrador de las obras de Levrero: una persona innominada que ha de realizar un viaje. El narrador es un escritor y la novela empieza en el despacho de su editor. Éste le está comentando qué le parece su último libro: «La novela es buena –dijo el Gordo, e hizo una pausa significativa−. Pero…». El narrador sabe que ésa es exactamente la única categoría posible para su literatura: «Buena, pero…».

Ante el deseo acuciante de dinero que tiene el narrador, el Gordo le encargará una misión: debe viajar al pueblo de Penurias (en el interior de Uruguay) para encontrar a Juan Pérez, una persona que envió a la editorial una novela magnífica, por la que ya se ha interesado una fundación sueca, y que quieren editar, pero que olvidó dejar en el sobre o el manuscrito los datos para localizarle. Le pagará 2.000 dólares y otros 500 como anticipo de la publicación de su novela.

«Soy un escritor. No soy Phillip Marlowe», leemos en la página 17. A estas alturas ya sé que Raymond Chandler es uno de los referentes de Levrero, que en algunas temporadas llegaba a leer una novela policiaca al día. El género policiaco ha sido una importante influencia para Levrero, aunque casi siempre desde una perspectiva paródica (Nick Carter se divierte mientras el lector es asesinado y yo agonizo o La banda del Ciempiés). Dejen todo en mis manos también es una novela negra en cierto modo paródica, aunque mucho más cercana a unos parámetros realistas que las dos novelas citadas anteriormente, que inciden en una visión surrealista y onírica del mundo.

Si bien Dejen todo en mis manos se mantiene de modo más firme dentro del realismo, no deja de mostrar tintes de extrañamiento propios del mundo de Levrero: en la primera escena, cuando el Gordo se levanta de su asiento para ir a consultar con su jefe la propuesta económica que le hace el narrador, éste tiene la sensación de que, durante el tiempo de espera, se ha quedado dormido y en su sueño ha aparecido un payaso: «Debo haberme quedado dormido durante un minuto o dos, porque apareció un hombre con una gran nariz roja, de payaso, y me dijo en francés una frase incomprensible de seis sílabas» (pág. 13).

El narrador, con 200 dólares de adelanto, toma un autobús para Penurias (los pueblos y ciudades de alrededor reciben nombres como Miserias o Desgracias) y, una vez allí, se aloja en el único hotel de la ciudad. Sus pesquisas le llevarán, en primera instancia, hacia una prostituta llamada Juana Pérez, de la que parece acabar enamorado, o al menos siente que ha desbloqueado algunas partes insensibles de sí mismo, un trastorno que arrastraba desde que le abandonó su mujer (en este momento conocemos algún dato de su pasado) y que sus sesiones de psicoanálisis no parecían mejorar.

La novela está escrita con mucho sentido del ritmo: uno termina sus 120 páginas con la sensación de haberse acercado a una novela más larga, porque los acontecimientos y encuentros narrados son muchos. Además de entrevistarse con un gran número de habitantes de Penurias, el narrador se encontrará con un compañero de la infancia, con el que ajustará cuentas muchos años después de los problemas que tuvo con él.

Hay varias pistas que indican que el narrador de Dejen todo en mis manos comparte muchos rasgos de carácter o vitales con su creador: Mario Levrero. En un momento de la novela, se señala: «Cuando uno, por razones válidas o no, se ha creado fama de humorista, todo lo que pueda decir o hacer es un chiste» (pág. 46). Durante años, Levrero colaboró como guionista en revistas de historietas.
En la página 67 leemos: «Aunque la crítica haya señalado injustamente una influencia de la pornografía en mi literatura, no me gusta pormenorizar esos detalles que cualquiera puede imaginar». Frases similares las he leído en boca de Levrero en Un silencio menos, el libro que recopila las entrevistas más interesantes que le hicieron.

La presencia de Raymond Chandler es constante en esta novela, empezando por la cita inicial, y siguiendo por las referencias a Marlowe, o la frase con la que acaba el capítulo 5: «Adiós, muñeca», al despedirse de una chica a la que acaba de conocer. También, cuando el protagonista no sabe cuántos días va a tener que quedarse en Penurias, empieza a recorrer sus calles buscando, sin encontrarla, una librería en la que comprar las obras completas de Phillip Marlowe.

La novela tiene bastante sentido del humor, y mucho de ese sexo realizado y no realizado que es frecuente encontrar en las novelas de Levrero. Además de sus continuas referencias al mundo de los sueños, o al de las hormigas (uno de los puntales secretos del escritor, que afirma que a las hormigas les debe una parte de sus influencias a la hora de escribir), también nos encontramos aquí con referencias a la presencia de un ser superior («Los dioses estaban enojados, y era inútil oponerse a sus designios»: pág. 80), que, más que con una idea religiosa, guardan relación con una mirada paranoica sobre el mundo, a lo Philip K. Dick. No solo podemos encontrar referencias paródicas a la novela policiaca (sobre todo al mundo de Phillip Marlowe, como ya he señalado), sino también a la cultura popular: la Pantera Rosa, Arnold Schwarzenegger, películas de Los Tres Chiflados o el protagonista de tiras cómicas llamado indio Patoruzú.

Igual que me ocurrió en febrero de 2010, he vuelto a disfrutar mucho de Dejen todo en mis manos. Si bien en aquel momento lo hice desde la sorpresa, ahora lo hago desde el conocimiento de la obra y las influencias del autor sobre ella, después de haber leído un libro de entrevistas a Levrero y un análisis crítico de su obra (antes de escribir esta reseña he acabado La máquina de pensar en Mario). Sé que hay lectores de Levrero que se acercan a él, por primera vez, acometiendo la lectura de La novela luminosa, lo que no me parece recomendable, porque es mejor conocer primero algo de su obra anterior para entenderle bien. Sigo considerando que Dejen todo en mis manos puede ser una puerta estupenda para acercarse a la obra de Mario Levrero.


Éste es el momento en el que voy a acercarme a lo que escribí sobre esta novela la primera vez que la leí en 2010. Si le interesa, querido lector, usted también puede hacerlo pinchando AQUÍ.

jueves, 11 de mayo de 2017

Unos poemas de Romancero negro, de José Luis Gracia Mosteo



El poeta José Luis Gracia Mosteo (Calatorao, Zaragoza, 1957) ha publicado en febrero de 2017 el poemario Romancero negro. Con él quedó finalista del Premio Fray Luis de León de 2014. El poemario cuenta con un prólogo de Montero Glez y en él podemos leer poemas treinta poemas, de los que quiero mostrar aquí los tres primeros:




1.
…No pretendas saber, pues no está permitido, / el fin que a mí y a ti, Leucónoe, / nos tienen los dioses asignados…
Horacio
JÁCARA DE CRISTIAN JUÁREZ, SICARIO
Dos mil es lo que cobraba,
justo dos mil aunque diga
que un narco le apuraba.
Viajaba hacia San Diego
procedente de Tijuana,
tenía catorce años,
una madre y dos hermanas.
Era para mantenerlas
y que así se callaran;
me dijo el capo Morelos
que si no lo hago las mata.
¿Qué podía hacer, señor,
sino cumplir lo que mandan?
Matar no es nada difícil,
y la vida hay que ganarla.
Me regalaron un colt,
cartuchos y una navaja;
ahora veremos, dijeron,
si quieres utilizarlas,
si sabes hacer muertitos
como quien arrea vacas.
El primero fue el peor,
no dormí en una semana,
los que llegaron después,
ya eran ganado sin alma.
Viajaba hacia San Diego
procedente de Tijuana,
pasaba ciego de mota
con cinco escenas grabadas:
cuatro decapitaciones
y una mujer torturada.
Nada más las degollé,
me jalaron en Tijuana;
tú solo haz lo que debes
si quieres ver a tu mama.
Ocho soldados y un cura
le seccionaron el alma:
unos con la balacera,
otros con palabras blandas,
que el cielo está muy arriba
pero el infierno, en Tijuana,
y para viajar tan cerca
con el celular te basta.
Un federal de Jalisco
le metió el tiro de gracia:
ahora veremos, le dijo,
si mueres igual que matas;
si eres hombre o eres chavo,
al encarar a la Parca.
Pero él ya no le oía,
lejos como se encontraba,
muy arriba, en el Norte,
llegando a su nueva casa,
que hasta sonreía, dicen,
al sentir entrar la bala.
En un hoyo lo enterraron
al fondo de una cañada,
entre Tijuana y San Diego
para que no destapara
los que pagan la pachocha,
ni su pericia probada,
que cuando se mata tanto,
es mejor no contar nada,
 y metro y medio de tierra,
dos piedras y una meada
cierran la boca a cualquiera
y no hay tarifa que valga.
Dos mil es lo que cobraba,
justo dos mil aunque diga
que un narco le apuraba.


2.
…Soy un héroe pequeño, y pequeño es también el atrio / de Eetión  de Anfípolis en que me alojo / sin más compañía que una serpiente sinuosa y una espada…
Calímaco

CUATE SUGAR ES ORDENADO CHULO
No me interrogue, no más,
no voy a hablar, se lo juro,
cuando cumplí veinte años
me ordenaron como chulo.
Fue el día de Todos Santos
el que mataron el chivo,
me tendieron en su sangre
y rodearon el ombligo,
pa luego hacerme una cruz
en donde nace el resuello.
Luego, bebimos tequila
y cantamos todos juntos,
comimos tacos con chile
y fumamos tres carrujos.
Después, trajeron una hembra
y la cabalgué ante muchos;
ahora soy hombre macho,
todo un padrote cumplido,
tengo claro que, si no hablo,
mañana seguiré vivo.
No me interrogue, no más,
no cantaré, se lo juro,
a la hora de la verdad
no se achicopala uno,
bájese a mamar, agente,
que abajo tengo un buen puro,
cuando cumplí veinte años
me ordenaron como chulo.



3.
…Uno de sus ojos estalla de ira, mas…
Antípatro de Tesalónica

LA BANDA DE LA LÍNEA UNO (I)
No viajes en la Línea Uno,
por Dios, no viajes ni subas,
desde las diez de la noche,
no te acerques a esa línea
si no te las quieres ver
 con la banda del Rafita.
Ya sabes, son tres chavales
que se dicen salvatruchas;
no cojas el suburbano,
da en el búho una vueltita,
que llevan navaja y Täser
y un puño con el que atizan
para  limpiar los pelucos,
 iPhones y prendas bonitas.
No viajes en la Línea Uno,
no subas, ni se te ocurra,
desde las diez de la noche,

no te acerques a esa línea.