Este fue el primero de los libros que compré en Buenos Aires, y la verdad es que me equivoqué al hacerlo. Y digo que me equivoqué porque pensaba que compraba un libro que no había leído de Piglia, y no era así. A veces olvido bastantes cosas de los libros que leo, pero no suelo llegar al extremo de olvidar si los he leído o no. De Piglia había leído, hace al menos diez años, este de Prisión Perpetua y Respiración artificial. Ambos me gustaron y me desconcertaron. La confusión con Prisión perpetua se debió a que cuando yo lo leí era un libro editado por Lengua de Trapo y lo recordaba más grueso (en esa edición había algún cuento añadido).
De todos modos, me ha gustado releerlo. En realidad me ha gustado más ahora que cuando lo leí por primera vez. Entonces me pilló desprevenido, ya que no se trata de un libro tradicional, donde se plantea una historia con unos personajes. El autor interviene, las formas de acercarse al texto son variadas, parece que se intercalan textos de distintas épocas, se hace metaliteratura… Y ahora, que ya he leído a Vila-Matas y así, estaba más preparado para una miscelánea como la planteada.
Prisión perpetua consta, en principio, de dos historias, la que da título al libro y otra llamada Encuentro en Saint-Nazaire.
En Prisión Perpetua, el propio Piglia toma la palabra y nos habla de la mudanza de su familia desde un suburbio de Buenos Aires, hasta la ciudad de Mar del Plata. Y una vez allí de la fascinación adolescente que sentía por un norteamericano que en Nueva York había llegado a ser una promesa literaria y había aparecido en Argentina persiguiendo a una mujer mientras escribía una novela inacabable. Piglia nos dice que en esa época llevaba un diario, su primer ensayo literario, y lo curioso para él es que allí están registrados hechos que ha olvidado por completo y otros de los que guarda un recuerdo inolvidable no aparecen. En la narración de sus recuerdos irá insertando páginas de su diario adolescente para dar una visión caleidoscópica de Steve Ratliff, el americano que le saca más de veinte años y cuya actitud vital marcó su vocación literaria. También se intercalan páginas que podrían formar parte de los escritos de Ratliff, donde queda patente su obsesión por las cárceles.
En un momento Prisión perpetua se abre o al diario del joven Piglia o los escritos de Ratliff, y se suceden una serie de vertiginosos microrrelatos, que empiezan: “Había un ex alcohólico…”, “Había una mujer…” , literatura del fragmento.
Encuentro en Saint-Nazaire es un texto diferente, pero yo lo he leído como si fuese una continuación del anterior. En él, un escritor llega a París, a la casa de los escritores extranjero, y se empieza a interesar por el antiguo inquilino de su cuarto, otro escritor obsesionado con las estructuras del lenguaje, en el que intenta encontrar secuencias como series matemáticas. Este personaje se llama Stephen Stevensen. Quien investiga sobre él es un escritor que yo interpretaba como trasunto del mismo Piglia; entonces quería ver en Stephen Stevensen una mutación de Steve Ratliff. Y lo leía como si el Piglia adulto estuviese buscando al Esteve que le impresionó en la adolescencia en un París claustrofóbico. Lo leía como si fuese el Doctor Pasavento de Vila-Matas, y los personajes pudiesen cambiar de nombre y de pasado a su antojo.
Así yo he hecho una lectura vila-matiana de Piglia y el resultado ha sido que me he quedado con ganas de más. Piglia me ha gustado más que lo que recordaba.
De hecho, posteriormente he leído todo lo que escribió Roberto Bolaño, y he percibido una influencia de Piglia en él. Piglia también quiere sacar a Borges a la calle, y como el chileno, escribe como si detrás de cada suceso hubiese un misterio que queda sin resolver. Es decir, escribe una novela psicológica como si fuese una novela policiaca.
En la biblioteca de Móstoles tienen casi todo lo que Piglia ha sacado con Anagrama. A ver si me pongo, aunque creo que por ahora estoy empezando a saturarme de argentinos.
De todos modos, me ha gustado releerlo. En realidad me ha gustado más ahora que cuando lo leí por primera vez. Entonces me pilló desprevenido, ya que no se trata de un libro tradicional, donde se plantea una historia con unos personajes. El autor interviene, las formas de acercarse al texto son variadas, parece que se intercalan textos de distintas épocas, se hace metaliteratura… Y ahora, que ya he leído a Vila-Matas y así, estaba más preparado para una miscelánea como la planteada.
Prisión perpetua consta, en principio, de dos historias, la que da título al libro y otra llamada Encuentro en Saint-Nazaire.
En Prisión Perpetua, el propio Piglia toma la palabra y nos habla de la mudanza de su familia desde un suburbio de Buenos Aires, hasta la ciudad de Mar del Plata. Y una vez allí de la fascinación adolescente que sentía por un norteamericano que en Nueva York había llegado a ser una promesa literaria y había aparecido en Argentina persiguiendo a una mujer mientras escribía una novela inacabable. Piglia nos dice que en esa época llevaba un diario, su primer ensayo literario, y lo curioso para él es que allí están registrados hechos que ha olvidado por completo y otros de los que guarda un recuerdo inolvidable no aparecen. En la narración de sus recuerdos irá insertando páginas de su diario adolescente para dar una visión caleidoscópica de Steve Ratliff, el americano que le saca más de veinte años y cuya actitud vital marcó su vocación literaria. También se intercalan páginas que podrían formar parte de los escritos de Ratliff, donde queda patente su obsesión por las cárceles.
En un momento Prisión perpetua se abre o al diario del joven Piglia o los escritos de Ratliff, y se suceden una serie de vertiginosos microrrelatos, que empiezan: “Había un ex alcohólico…”, “Había una mujer…” , literatura del fragmento.
Encuentro en Saint-Nazaire es un texto diferente, pero yo lo he leído como si fuese una continuación del anterior. En él, un escritor llega a París, a la casa de los escritores extranjero, y se empieza a interesar por el antiguo inquilino de su cuarto, otro escritor obsesionado con las estructuras del lenguaje, en el que intenta encontrar secuencias como series matemáticas. Este personaje se llama Stephen Stevensen. Quien investiga sobre él es un escritor que yo interpretaba como trasunto del mismo Piglia; entonces quería ver en Stephen Stevensen una mutación de Steve Ratliff. Y lo leía como si el Piglia adulto estuviese buscando al Esteve que le impresionó en la adolescencia en un París claustrofóbico. Lo leía como si fuese el Doctor Pasavento de Vila-Matas, y los personajes pudiesen cambiar de nombre y de pasado a su antojo.
Así yo he hecho una lectura vila-matiana de Piglia y el resultado ha sido que me he quedado con ganas de más. Piglia me ha gustado más que lo que recordaba.
De hecho, posteriormente he leído todo lo que escribió Roberto Bolaño, y he percibido una influencia de Piglia en él. Piglia también quiere sacar a Borges a la calle, y como el chileno, escribe como si detrás de cada suceso hubiese un misterio que queda sin resolver. Es decir, escribe una novela psicológica como si fuese una novela policiaca.
En la biblioteca de Móstoles tienen casi todo lo que Piglia ha sacado con Anagrama. A ver si me pongo, aunque creo que por ahora estoy empezando a saturarme de argentinos.
También me suceden este tipo de olvidos. De Piglia recuerdo con placer y desconcierto La ciudad ausente, aunque yo te recomendaría El último lector - Saludos.
ResponderEliminarHola
ResponderEliminarRecuerdo que Respiración artificial tenía algunas páginas de lectura ardua, al nivel de las de Faulkner. Pero era genial cuando hacía metaliteratura y hablaba de un posible encuentro entre Kafka y un joven Hitler en las tabernas de Praga. Kafka siendo el solitario oyente de un exaltado joven, y usando ese material para escribir su obra. O cuando Piglia habla de la vida de Gombrowicz en Argentina.
El de EL último lector lo he hojeado. Me pareció un libro de metaliteratura muy a lo Vila-Matas. Tengo ganas de ponerme más con Piglia.
saludos
Y a mi que el Doctor Pasavento ha sido el único de Vila-Matas que se me atragantó...
ResponderEliminarCoincido en cuanto a la valoración del capítulo pigliano del encuentro Kafka-Hitler.Se me quedó muy grabado
Hola detective:
ResponderEliminarPues el año pasado por estas fechas, tuve un momento Vila-Matas y me leí 6 libros de él seguidos. El de Doctor Pasavento quizás me pareció la culminación de su estilo. Me encantaban sus párrafos inteligentes y sus referencias, aunque quizás tenía un poso demasiado triste. De todos modos, me encantaba la busqueda de Robert Walser, un escritor muy curioso. Llevaba su foto en mi carpeta de la facultad de empresas...
De todos modos, los libros de Vila-Matas que más me gustaron fueron los que ya había leído hace 6 ó 7 años: Bartleby y compañía, y París no se acaba nunca.
Y sí, el momento Hitler-Kafka de Piglia es mi escena favorita de la metaliteratura...
saludos
Leí respiración artificial a principios de año y me fascinó, también me quedo con ese momento de Hitler y Kafka, y las reflexiones filosóficas. Lo mejor sin duda.
ResponderEliminarUno de los primeros libros que leí de Piglia fue "Nombre falso". ¿Lo ha leído alguien? También me gustó mucho "Plata quemada", una obra de literatura que pretende ser de no ficción. Muy recomendable.
Saludos