domingo, 29 de noviembre de 2020

Cielos de Córdoba, por Federico Falco

Cielos de Córdoba, de Federico Falco

Editorial las afueras. 100 páginas. 1ª edición de 2011; ésta es de 2020.

 

De Federico Falco (General Cabrera, Argentina, 1977) había leído hasta ahora dos colecciones de relatos, La hora de los monos (2010) y Un cementerio perfecto (2016), que habían bastado para que se convirtiera en uno de mis escritores latinoamericanos favoritos de la actualidad. Así que, cuando en redes sociales vi que la nueva editorial barcelonesa las afueras publicaba en España su novela corta Cielos de Córdoba, publicada en 2011 por la puntera editorial argentina Nudista, consideré de forma inmediata que quería leerla. Estuve navegando por la web de las afueras, y me pareció que su trabajo editorial era muy interesante. Les escribí para solicitarles el libro y poder leerlo y reseñarlo y, amablemente, me lo enviaron en unos días.

 

El protagonista de Cielos de Córdoba es Tino, un niño de once años al que le faltan unos pocos meses para cumplir doce. Comenzamos la novela con Tino visitando a su madre en el hospital del pueblo donde viven. La madre lleva ya tiempo ingresada por una dolencia indeterminada, pero que el lector entiende que puede ser grave. Como es habitual en sus relatos, Falco nos introduce en el mundo de Tino con un tono en apariencia sencillo y ligero, consiguiendo que el lector perciba lo vivido a través de su mirada. Tino se halla en una frontera difusa: aún es un niño, pero se está adentrando en la adolescencia sin comprender muy bien los cambios físicos o mentales que se van a asociar a ella. Como hemos visto, su madre está ingresada en el hospital y su padre va a ser otra figura ausente, ya que regenta en el pueblo un museo dedicado al estudio de los ovnis, y dedicará más tiempo a escrutar los cielos con unos prismáticos (esos «cielos de Córdoba», a los que alude el título), esperando una llamada del más allá, que a su único hijo. De hecho, cuando Tino llega a su casa será él quien prepare la cena, supliendo a su madre; así que en realidad Tino parece tener, en más de un aspecto, más madurez que su propio progenitor, un adulto que se verá obligado a pedir dinero a su padre para sobrevivir, mientras espera a que arranque su quimérico museo.

 

Tino no es un chico muy popular en su colegio. En el tiempo de la novela, conoceremos su amago de amistad con Omar, un compañero de clase que siente un repentino interés por él, a raíz de una mentira sobre su madurez sexual que Tino le ha contado. Éste será uno de los temas del libro: el despertar de la sexualidad en Tino, y su posible atracción por Omar. «En el pueblo dicen que ustedes están locos», le comentará Omar a Tino en la página 77. La familia de Tino procede de Buenos Aires, y en el pueblo donde transcurre la acción no parece ser una familia muy bien acogida. En ningún momento se dice el nombre de este pueblo, del que se nos da el dato de que recibe turistas, y que por lógica ha de estar ubicado en la provincia argentina de Córdoba.

 

Durante la lectura me estaba preguntando por la fecha en que estaba situada la historia: que se tuvieran que ajustar las antenas del televisor para recibir bien la imagen, y que nadie hablara de celulares y sí de un coche modelo Renault 12, me hacía pensar que el tiempo narrativo de la novela no era el actual, y que la narración nos llevaba unas décadas atrás en el tiempo. En la página 56 se nos habla de una pintada de aerosol que contiene el sintagma «enero del 86», una pista muy sólida para dar forma a mis especulaciones.

 

En el prólogo de La hora de los monos, el escritor y crítico Antonio Jiménez Morato hablaba de la esencia «neofantástica» de la propuesta de Federico Falco. Es decir, la teoría de Jiménez Morato era que autores del panorama actual argentino estaban trascendiendo el realismo narrativo a través de una apuesta, que sin ser abiertamente fantástica, bordeaba este género al presentarnos escenas claras pero extrañas. Por ejemplo, ante un suceso inusual, los personajes no reaccionan del modo esperado en un relato realista. En Cielos de Córdoba, aunque en apariencia la nouvelle es de corte realista, en más de una escena se juega a la extrañeza. Por ejemplo, Tino ha hecho amistad con una mujer mayor ciega que vive en el hospital, y Falco describirá algunas escenas con ella que no dejan de ser extrañas. La obsesión del padre por los ovnis es otro elemento de alejamiento del realismo y, debido a su empeño en montar y hacer sostenible un museo de sucesos paranormales, me recordaba al personaje del cuento Un cementerio perfecto, que recorre pueblos de Argentina tratando de crear precisamente eso, el cementerio perfecto.

Como buen niño, Tino se sigue fijando en los animales y en la naturaleza. La descripción de los espacios abiertos (el río del pueblo y los animales) crea destellos poéticos en el libro y rebaja la tensión narrativa de algunos pasajes.

 

En gran medida, y como ya he apuntado, Cielos de Córdoba me ha recordado a algunos de los cuentos largos (casi nouvelles) de Un cementerio perfecto, donde también se describían los pueblos de la provincia argentina y también había niños o adolescentes que se encontraban en un periodo de descubrimiento y cambio en sus vidas. Esto ocurría, sobre todo, en Silvi y la noche oscura, una narración que he sentido emparentada con Cielos de Córdoba.

 

Cielos de Córdoba es una destacada novela corta sobre el paso de la niñez a la adolescencia. Describe perfectamente la sensación de desamparo, soledad, extrañeza, pero también de descubrimiento, de un niño que está haciendo ese salto vital. Nada es explícito en esta narración, sino que todo quedará bellamente insinuado, mediante una prosa en apariencia sencilla, pero en realidad muy elaborada.

 

Diría que Federico Falco no es un autor muy leído en España, y me parece una pena, porque es un escritor verdaderamente destacado de la nueva narrativa latinoamericana. Unos pocos días antes de escribir esta reseña, Falco quedó finalista del premio Herralde de novela 2020 con su obra Los llanos, así que acaba de fichar por la editorial Anagrama. Espero que esta buena noticia contribuya a que Federico Falco se convierta en un autor más leído en España. Y no quisiera acabar este texto sin recomendar a su posible lector que visite la página web de la editorial las afueras, que considero que está haciendo una gran labor. Cielos de Córdoba no va a ser el último libro que lea de su editorial.

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