Editorial Lumen, 470 páginas.
He terminado de leer hoy esta Poesía completa de Alejandra Pizarnik y la sensación que tengo es la del que ha ido a bucear en aguas desconocidas y al tratar de volver a la superficie se ha dado cuenta de que estaba a demasiada profundidad y va a tener problemas de descompresión. Hacía tiempo que no leía un libro tan hondamente desgarrado. Era extraño incluso acabar de leer un poema en la renfe o el metro, levantar la vista y enfrentarla a la cotidianidad clase media del vagón.
Alejandra Pizarnik, según lo leído en la página del Instituto Cervantes (pinchar aquí), nació en 1936 y se suicidó en 1972, mediante la ingesta de pastillas. Vivió por tanto 36 años, también parece que sus experiencias vitales (de un vitalismo intimo o sentimental) podrían llenar varias biografías.
Sin haber querido leer muchos estudios sobre su obra, mi impresión es la de haberme encontrado con cuatro temas principales en sus poemas: la infancia perdida, el desamor, la pulsión de muerte y el arte de la escritura como redención imposible.
Su primer libro de poesía La tierra más ajena es de 1955 y Pizarnik tenía 19 años cuando se publicó. Los gastos de esta primera edición fueron sufragados por su padre, judío emigrante ruso que se dedicaba al negocio de las joyas en el barrio bonaerense de Avellaneda. Al parecer, el padre tomó esta decisión como un intento de animar a su hija frente a un desengaño amoroso y sus primeras muestras de desequilibrios, ya en esta época empezaría también a visitar al psicoanalista. Este primer libro casi adolescente se abre con una cita de Rimbaud y es de corte bastante surrealista. De los primeros poemas destacaría Reminiscencias (pág. 13), donde ya aparece el tema del desengaño amoroso. En Poema a mi papel (pág. 22) ya hace una referencia a la metapoesía “es mío es mío es mío”, escribe orgullosa sobre sus poemas. Esta ilusión irá decayendo hasta constatar la incapacidad del arte para procurarle la felicidad en los últimos libros. También en La tierra más ajena aparece la metáfora sobre el barco que ha de llevarla a la muerte, que se va a repetir en el resto de su obra, en el poema Irme en un barco negro (pág 37). Este poema está incluido en la última sección del libro titulada Un signo en tu sombra donde cobra fuerza la temática del desengaño amoroso y consigue los mayores logros, a mi entender, de este debut.
En La última inocencia de 1956, Pizarnik sigue indagando en su voz poética y va depurando su surrealismo. El tema de la infancia perdida aparece claramente en el poema La de los ojos abiertos: “La vida juega en la plaza / con el ser que nunca fui” (pág. 51). Y la pulsión de muerte se va intensificando, en el poema Siempre dice: “Cansada por fin de las muertes de turno / a la espera de la hermana mayor / la otra gran muerte” (pág. 63).
Realmente en la obra de Pizarnik la búsqueda de la muerte se asemeja a la búsqueda de la belleza o lo sublime. La muerte se identificará con la redención, con el descanso del sufrimiento, con la realización de las metas…
En el poemario Las aventuras perdidas, de 1958 dice en el poema El despertar: ¿Cómo no me suicido frente a un espejo / y desaparezco para reaparecer en el mar / donde un gran barco me esperaría / con las luces encendidas” (pág. 93). En la página citada del Instituto Cervantes se especula sobre si la muerte y el suicidio en Pizarnik era un tema literario o un tema real; cuestión que, entiendo, remite al conflicto de aceptar la poesía como autobiográfica o no. En todo caso, esa pulsión estaba latente en la joven poeta de, como mucho, 22 años que escribe eso.
Pizarnik viaja a París, donde se relaciona con Cortázar y demás escritores hispanoamericanos, y escribe Árbol de Diana de 1962, con prólogo de Octavio Paz, lo que hace pensar que ya a principios de los 60 su nombre sonaba en el panorama poético en español. Aquí los poemas se hacen más cortos y elementales, como si Pizarnik atravesase un periodo de indagación personal. A mí particularmente este libro me ha gustado menos que los antecedentes y precedentes.
Yo diría que la gran Pizarnik es la de los libros Los trabajos y las noches de 1965, y sobre todo la que desarrolla su talento desbordante en Extracción de la piedra de la locura de 1968 y El infierno musical de 1971.
De Extracción de la piedra de la locura la parte que más me ha impresionado ha sido la IV, con tres poemas largos, escritos en prosa poética o bien en largos versículos (pág. 247-258).
En El infierno musical me ocurre lo mismo que en el libro anterior, los poemas que más me han gustado han sido los más largos. En este libro, el tema que prevalece sobre los demás es el de la imposibilidad del arte como redención frente al dolor de la existencia. Igual que Jaime Gil de Biedma escribió que el creía que quería ser poeta pero que en realidad lo que quería ser era poema, Alejandra Pizarnik plantea un problema de dimensiones similares. Pero si en Gil de Biedma el tono era irónico en Pizarnik es dramático, su imposibilidad para vivir en la vida real lo que vive en el poema, donde encontraba un orden momentáneo, está transmitido mediante la metáfora de la imposibilidad de asir a la música. Así escribe en el poema Piedra fundamental: “Yo quería que mis dedos de muñeca penetraran en las teclas. Yo no quería rozar, como una araña, el teclado. Yo quería hundirme, clavarme, fijarme, petrificarme. Yo quería entrar en el teclado para entrar adentro de la música para tener una patria. Pero la música se movía, se apresuraba.”
Y en este poema, unos versos (o párrafos) más abajo escribe: “Una noche en el circo recobré un lenguaje perdido en el momento que los jinetes con antorchas en la mano galopaban en ronda feroz sobre corceles negros. Ni en sueños de dicha existirá un coro de ángeles que suministre algo semejante a los sonidos calientes para mi corazón de los cascos contra las arenas.” (pág 265-266). Este ha sido quizás el poema que más me ha gustado del libro, alcanza cotas reflexivas sobre el fracaso del arte que me recordaban a las de Fernando Pessoa en el poema Tabaquería, tal vez mi poema favorito.
Despues de El infierno musical el libro recoge una sección titulada Poemas no recogidos en libros, que tiene el sentido del afán totalizador, pero cuya calidad es bastante inferior a la de los dos últimos libros comentados. Sin embargo la sección titulada Textos de sombra contiene aun una incuestionable joya, que sería el poema Sala de psicopatología (pág. 411-417), donde Pizarnik nos habla de su experiencia en el psiquiátrico Pirovano. Un poema largo, casi prosa, donde se abandona el acostumbrado tono surrealista, para dar pie a un estilo más directo y coloquial, que también alcanza altas cotas de intensidad dramática al describir la vida cotidiana en la sala 18 de este psiquiátrico. En una de sus salidas será cuando Pizarnik tome las pastillas que acabarán con su vida.
Un libro desgarrado, terrible, con una fuerza inmensa; con una música propia muy desasosegante; un libro con versos como estos: "Pero creo que mi soledad debería tener alas", "La jaula se ha vuelto pájaro / y se ha volado / y mi corazon está loco / porque aúlla a la muerte / y sonríe detrás del viento / a mis delirios", "el aire me castiga el ser / Detrás del aire hay monstruos / que beben de mi sangre", "La rebelión consiste en mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos", leer esto y luego levantar la vista a la realidad clase media del vagón de metro; un libro que debería leer todo joven con aspiraciones poéticas (me hubiera encantado toparme con él a mis veinte años, aunque entonces tenía a Baudelaire, Bukowski o Celine y no iba mal servido).
He terminado de leer hoy esta Poesía completa de Alejandra Pizarnik y la sensación que tengo es la del que ha ido a bucear en aguas desconocidas y al tratar de volver a la superficie se ha dado cuenta de que estaba a demasiada profundidad y va a tener problemas de descompresión. Hacía tiempo que no leía un libro tan hondamente desgarrado. Era extraño incluso acabar de leer un poema en la renfe o el metro, levantar la vista y enfrentarla a la cotidianidad clase media del vagón.
Alejandra Pizarnik, según lo leído en la página del Instituto Cervantes (pinchar aquí), nació en 1936 y se suicidó en 1972, mediante la ingesta de pastillas. Vivió por tanto 36 años, también parece que sus experiencias vitales (de un vitalismo intimo o sentimental) podrían llenar varias biografías.
Sin haber querido leer muchos estudios sobre su obra, mi impresión es la de haberme encontrado con cuatro temas principales en sus poemas: la infancia perdida, el desamor, la pulsión de muerte y el arte de la escritura como redención imposible.
Su primer libro de poesía La tierra más ajena es de 1955 y Pizarnik tenía 19 años cuando se publicó. Los gastos de esta primera edición fueron sufragados por su padre, judío emigrante ruso que se dedicaba al negocio de las joyas en el barrio bonaerense de Avellaneda. Al parecer, el padre tomó esta decisión como un intento de animar a su hija frente a un desengaño amoroso y sus primeras muestras de desequilibrios, ya en esta época empezaría también a visitar al psicoanalista. Este primer libro casi adolescente se abre con una cita de Rimbaud y es de corte bastante surrealista. De los primeros poemas destacaría Reminiscencias (pág. 13), donde ya aparece el tema del desengaño amoroso. En Poema a mi papel (pág. 22) ya hace una referencia a la metapoesía “es mío es mío es mío”, escribe orgullosa sobre sus poemas. Esta ilusión irá decayendo hasta constatar la incapacidad del arte para procurarle la felicidad en los últimos libros. También en La tierra más ajena aparece la metáfora sobre el barco que ha de llevarla a la muerte, que se va a repetir en el resto de su obra, en el poema Irme en un barco negro (pág 37). Este poema está incluido en la última sección del libro titulada Un signo en tu sombra donde cobra fuerza la temática del desengaño amoroso y consigue los mayores logros, a mi entender, de este debut.
En La última inocencia de 1956, Pizarnik sigue indagando en su voz poética y va depurando su surrealismo. El tema de la infancia perdida aparece claramente en el poema La de los ojos abiertos: “La vida juega en la plaza / con el ser que nunca fui” (pág. 51). Y la pulsión de muerte se va intensificando, en el poema Siempre dice: “Cansada por fin de las muertes de turno / a la espera de la hermana mayor / la otra gran muerte” (pág. 63).
Realmente en la obra de Pizarnik la búsqueda de la muerte se asemeja a la búsqueda de la belleza o lo sublime. La muerte se identificará con la redención, con el descanso del sufrimiento, con la realización de las metas…
En el poemario Las aventuras perdidas, de 1958 dice en el poema El despertar: ¿Cómo no me suicido frente a un espejo / y desaparezco para reaparecer en el mar / donde un gran barco me esperaría / con las luces encendidas” (pág. 93). En la página citada del Instituto Cervantes se especula sobre si la muerte y el suicidio en Pizarnik era un tema literario o un tema real; cuestión que, entiendo, remite al conflicto de aceptar la poesía como autobiográfica o no. En todo caso, esa pulsión estaba latente en la joven poeta de, como mucho, 22 años que escribe eso.
Pizarnik viaja a París, donde se relaciona con Cortázar y demás escritores hispanoamericanos, y escribe Árbol de Diana de 1962, con prólogo de Octavio Paz, lo que hace pensar que ya a principios de los 60 su nombre sonaba en el panorama poético en español. Aquí los poemas se hacen más cortos y elementales, como si Pizarnik atravesase un periodo de indagación personal. A mí particularmente este libro me ha gustado menos que los antecedentes y precedentes.
Yo diría que la gran Pizarnik es la de los libros Los trabajos y las noches de 1965, y sobre todo la que desarrolla su talento desbordante en Extracción de la piedra de la locura de 1968 y El infierno musical de 1971.
De Extracción de la piedra de la locura la parte que más me ha impresionado ha sido la IV, con tres poemas largos, escritos en prosa poética o bien en largos versículos (pág. 247-258).
En El infierno musical me ocurre lo mismo que en el libro anterior, los poemas que más me han gustado han sido los más largos. En este libro, el tema que prevalece sobre los demás es el de la imposibilidad del arte como redención frente al dolor de la existencia. Igual que Jaime Gil de Biedma escribió que el creía que quería ser poeta pero que en realidad lo que quería ser era poema, Alejandra Pizarnik plantea un problema de dimensiones similares. Pero si en Gil de Biedma el tono era irónico en Pizarnik es dramático, su imposibilidad para vivir en la vida real lo que vive en el poema, donde encontraba un orden momentáneo, está transmitido mediante la metáfora de la imposibilidad de asir a la música. Así escribe en el poema Piedra fundamental: “Yo quería que mis dedos de muñeca penetraran en las teclas. Yo no quería rozar, como una araña, el teclado. Yo quería hundirme, clavarme, fijarme, petrificarme. Yo quería entrar en el teclado para entrar adentro de la música para tener una patria. Pero la música se movía, se apresuraba.”
Y en este poema, unos versos (o párrafos) más abajo escribe: “Una noche en el circo recobré un lenguaje perdido en el momento que los jinetes con antorchas en la mano galopaban en ronda feroz sobre corceles negros. Ni en sueños de dicha existirá un coro de ángeles que suministre algo semejante a los sonidos calientes para mi corazón de los cascos contra las arenas.” (pág 265-266). Este ha sido quizás el poema que más me ha gustado del libro, alcanza cotas reflexivas sobre el fracaso del arte que me recordaban a las de Fernando Pessoa en el poema Tabaquería, tal vez mi poema favorito.
Despues de El infierno musical el libro recoge una sección titulada Poemas no recogidos en libros, que tiene el sentido del afán totalizador, pero cuya calidad es bastante inferior a la de los dos últimos libros comentados. Sin embargo la sección titulada Textos de sombra contiene aun una incuestionable joya, que sería el poema Sala de psicopatología (pág. 411-417), donde Pizarnik nos habla de su experiencia en el psiquiátrico Pirovano. Un poema largo, casi prosa, donde se abandona el acostumbrado tono surrealista, para dar pie a un estilo más directo y coloquial, que también alcanza altas cotas de intensidad dramática al describir la vida cotidiana en la sala 18 de este psiquiátrico. En una de sus salidas será cuando Pizarnik tome las pastillas que acabarán con su vida.
Un libro desgarrado, terrible, con una fuerza inmensa; con una música propia muy desasosegante; un libro con versos como estos: "Pero creo que mi soledad debería tener alas", "La jaula se ha vuelto pájaro / y se ha volado / y mi corazon está loco / porque aúlla a la muerte / y sonríe detrás del viento / a mis delirios", "el aire me castiga el ser / Detrás del aire hay monstruos / que beben de mi sangre", "La rebelión consiste en mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos", leer esto y luego levantar la vista a la realidad clase media del vagón de metro; un libro que debería leer todo joven con aspiraciones poéticas (me hubiera encantado toparme con él a mis veinte años, aunque entonces tenía a Baudelaire, Bukowski o Celine y no iba mal servido).
Tremenda poeta la Pizarnik. Cuando leía al comienzo de tu texto "Hacía tiempo que no leía un libro tan hondamente desgarrado", coincidí y recordé inmediatamente a Pessoa y "El libro del desasosiego". Luego me encuentro con tu referencia a "Tabaquería" y comprendí que tu impresión y la mía respecto a la Pizarnik eran muy similares. Cuando dí con ella, a mis veintitantos años, me deslumbré, me estremecí y, por supuesto, me entristecí.
ResponderEliminarHay que releer a Alejandra Pizarnik, sin duda.
Hola,
ResponderEliminarYo no he leído las poesías completas, pero sí una antología que hay en Visor. Coincido contigo en el tono adolescente, a veces melodramático, pero que se salva por la fuerza y originalidad de su voz poética.
César Aira, que escribió una biografía sobre ella, se lamentaba de que había trascendido únicamente la imagen de una Pizarnik depresiva, como si toda su vida hubiera planeado el suicidio. Y es cierto que tiene también textos cómicos y surrealistas muy curiosos que no se conocen tanto.
Llego ahora hasta este blog y me sorprende encontrarme con Alejandra Pizarnik. Menudo escalofrío.
ResponderEliminarLlegué a tu blog por esas cosas raras que tiene el destino cibernético, y me quedé un buen rato recorriéndolo. Me gustó mucho y te deseo un gran 201O. !Saludos! Ezequiel.
ResponderEliminarHola Peri y Ezequiel:
ResponderEliminaracabo de leer vuestros mensajes con retraso. Seguro que existe una opción que descnozco para que el blog mande un mensaje al correo electrónico.
Saludos con retraso
Encontré su poesía a los 15 años, y de mí, hizo lo que quiso. Nombró el dolor como nadie. Lo iluminó. Abrió las palabras con su extraño sentido del humor, su ironía. No pude hacer otra cosa que amarla desde entonces.Tenía que decírtelo. Y agradecerte por nombrarla.
ResponderEliminarUn abrazo. Analía.
Hola, esta fue una de las primeras entradas de poesía del blog, y el recuerdo es muy grato.
ResponderEliminarAhora sé que para que los lectores se queden al comentar poesía es mejor colgar algún poema del libro.
Debería haberlo hecho aquí.
un abrazo
David