domingo, 30 de julio de 2023

Arenas movedizas, por Junichiro Tanizaki

 


Arenas movedizas, de Junichiro Tanizaki

Editorial Satori. 246 páginas. 1ª edición de 1928-30, ésta es de 2018

Traducción de Aiga Sakamoto y Miguel Martín Onrrubia, prólogo de José Pazo

 

En 2022, tras volver con Kenzaburo Oé, decidí acercarme a más obras de la literatura japonesa, que acabaron siendo diez. Uno de los autores clásicos del Japón del siglo XX, que apunté como posible lectura, era Junichiro Tanizaki (Tokio, 1886 – Yugawara, 1965). Volví a aparcar por un tiempo, y por quinta vez, los Cuentos completos de Lorrie Moore, para acercarme a una de las novelas más significativas de Tanizaki, Arenas movedizas, que se publicó, en principio, por entregas en una revista entre 1928 y 1930. Los libros que he estado mirando de Tanizaki han sido en la editorial Satori, especializa en literatura japonesa, porque sé que también los tienen en Siruela, pero las traducciones de Siruela están hechas desde el francés y no directamente del japonés, como hace Satori. En este caso, la traducción es de Aiga Sakamoto y Miguel Martín Onrubia.

 

En el prólogo de José Pazos –que leí al finalizar la novela– descubro que el título, Arenas movedizas, realmente procede de la traducción al inglés de esta novela en 1994, y de ahí pasó a otros idiomas occidentales. En japonés la novela se titula Manji, que es un carácter sin un significado concreto, pero cuyo dibujo tiene cuatro ramas, en forma de esvástica invertida. Al parecer, con ese carácter japonés Tanizaki quería simbolizar el espíritu de su libro, ya que lo que parecía al principio una relación lésbica entre dos mujeres, se complicará en un triángulo, y al final pasará a ser un cuadrángulo.

 

Sonoko, de veinticuatro años, es la narradora principal (aunque no la única) de esta historia. Está casada con Kotaro, un joven abogado, que no parece tener mucho empuje para hacerse camino y prosperar en su profesión, para lo que ha abierto un despacho en Osaka, al que no acuden muchos clientes. Sonoko procede una familia más acomodada que la de Kotaro, y los padres de ella le han ayudado a sufragarse los estudios. Aunque son jóvenes y recién casados, la relación entre Sonoko y Kotaro no parece muy pasional ni alegre. Sonoko se aburre y decide acudir a una academia de pintura. Allí conocerá a Mitsuko, una joven de veintitrés años, hija de una próspera familia de comerciantes de Osaka, que están buscando una buena boda para ella.  Mitsuko es una joven de gran belleza y Sonoko quedará subyugada ante su embrujo. Se conocerán y se harán amantes. Esta situación no parece, en la novela, difícil de mantener, ya que su amor lo harán pasar por una amistad; aunque esto no impide que empiecen a circular rumores por Osaka, que, para los padres de Mitsuko, pueden ser perjudiciales a la hora de encontrarle marido.

 

En algún momento descubriremos que Sonoko, aunque casada hace no mucho, ha tenido ya un amante masculino, fuera del matrimonio, y que está acostumbrada a engañar a su marido para poder llevar la vida que ella quiere. En la página 51, en una conversación entre las dos jóvenes, una de ellas dice: «Pero, una vez casada, aunque tengas la mejor habitación del mundo… ¿No crees que es ser como un pájaro atrapado en una bonita jaula de oro?» La mirada de Tanizaki sobre sus personajes me ha resultado, en muchos casos, muy moderna. De hecho, a veces tenía la sensación de que estaba leyendo una novela escrita en la actualidad y que hablaba de personajes de hace un siglo, pero con la mirada actual. Pero no, esta mirada que me ha resultado tan actual, sobre la posición de la mujer en la sociedad, y sobre temas sexuales, era la de Tanizaki hace un siglo. Imagino que sus libros tuvieron que resultar escandalosos en el momento de su publicación.

 

Aunque la novela es de 1928-1930, en ella aparecen el teléfono y el cine. Me llamaba la atención cuando Tanizaki hablaba de estos avances tecnológicos, que imagino que eran modernos para la época, y el autor desea que aparezcan en su libro, para que sus imágenes resulten así más modernas en el imaginario de sus lectores.

 

Sonoko descubrirá que Mitsuko, además de con ella, se ve con un atractivo hombre joven llamado Watanuki, que es uno de los personajes más interesantes de la novela, y de cuyas características personas no quiero hablar, por no destripar ya, a partir de aquí, parte de la historia al lector. Watanuki hace que una novela que, en principio, parecía una historia de amor prohibido, una historia de ocultación, entre en otro camino más tenso, más ambiguo, quizás en el del thriller que prometía el texto de contraportada de la novela.

 

«Poco a poco, fui sumergiéndome en unas arenas movedizas que me atrapaban, y de las que no podía salvarme. Aunque era consciente de mi crítica situación, ya no había remedido posible.» dice Sonoko en la página 131. En el prólogo, José Pazó crea un paralelismo entre esta novela y La mujer de la arena (1962) de Kobo Abe. Es cierto, que, en las dos, los personajes se ven atrapados por fuerzas que no controlan y en la primera novela se hunden en esas arenas movedizas de un modo metafórico y en la segunda de un modo real y expresionista.

 

En el tramo final del libro, Sonoko dirá de Mitsuko que «era el tipo de mujer que necesita atraer al máximo número de admiradores» (pág. 225). En gran medida, el tema central de Arenas movedizas es el del deseo, y el de conocer la forma en que las personas que poseen una belleza superior la usan con los demás y cómo los demás reaccionan ante esa belleza. La belleza y el deseo acaban con los pensamientos racionales de las personas, parece decirnos Tanizaki en este libro atractivo y seductor.

 

Al principio comenté que la narradora del libro esa Sonoko, pero que no era la narradora única, ya que existe un segundo narrador. Sonoko visita a un «profesor» innominado al que le está contando su historia. En la página 47 Sonoko le dice al profesor, que ella le había hablado de él a Mitsuko, y que a ésta le hubiera gustado conocerle, «ya que le gustaban mucho sus novelas», leemos. En algún momento, he llegado a pensar que la figura del «profesor» podía identificarse con la del escritor, con la del propio Tanizaki.

En algunos momentos del libro, aparecen párrafos con letra bastardilla, que se corresponde a anotaciones que el profesor hace a la narración de Sonoko.

En esta narración, de Sonoko al profesor, se le va a adelantando al lector información de acontecimientos que se le van a explicar más tarde, y sobre el lector pesará en todo momento una sensación de amenaza y de final trágico para la historia de amor prohibido entre las dos jóvenes. De hecho, desde el principio de la novela el lector sabrá que más de uno de los personajes principales está muerto. La muerte y la idea del suicidio, como en tantas novelas japonesas, rondan las páginas de Arenas movedizas.

La construcción novelística, con estos dos narradores, es de gran sutiliza. Arenas movedizas es una historia turbia, moderna y muy bien hilada. He de leer más obras de Junichiro Tanizaki porque esta me ha gustado mucho.

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