Maurice, de E. M. Forter
Editorial Navona. 290 páginas. Escrito
en 1913-14, publicado en 1971, ésta edición es de 2022
Traducción de José Manuel Álvarez Flórez
y Ángela Pérez Gómez
Hace unos veinticinco años leí Una
habitación con vistas (1908) de E. M. Forster (Londres, 1879 –
Coventry, 1970). Recuerdo que fue un libro con el que no conecté, su conflicto
me resultó anticuado y no disfruté aquella lectura. Sin embargo, en los últimos
años, Almudena, mi mujer, ha estado leyendo la obra de este autor británico, y
le ha gustado mucho. Esto me hizo pensar que, tal vez, leí aquella primera
novela en un momento inadecuado, o que si lo leyera ahora me gustaría más.
Almudena me recomendaba, sobre todo, Maurice, que Foster escribió entre
1913 y 1914, pero que no se publicó hasta 1971, un año después de la muerte del
autor. Éste temía que el libro fuera rechazado por todas las editoriales, por
su temática homosexual explícita, o que, en caso de publicarse, acabara con su
carrera.
Almudena leyó Maurice en su edición de Seix Barral de 1983, en la Biblioteca
Breve, que yo le regalé, tras encontrarla en la Cuesta de Moyano por dos o tres
euros. Vi que Navona ha publicado algunas nuevas ediciones de los libros de E.
M. Forster y les solicité Maurice y Pasaje a la India para
poder reseñarlas. Ya en casa me di cuenta que la traducción de Navona y la de
Seix Barral, que tenía en casa, era la misma. Navona ha revisado esa traducción
y a actualizado algunos de los criterios de uso gramatical, como el de no
acentuar palabras como «rio» (pág. 16). El libro de Navona tiene la letra más
grande y me parece una mejor edición, en todo caso, de un libro que estaba
descatalogado, así que bienvenida sea esta edición.
Maurice es una
«bildungsroman» o novela de aprendizaje, en la que conocemos a su protagonista –Maurice
Hall– el día en el que, a los catorce años, va a terminar su formación en un
colegio privado y va a pasar a estudiar bachillerato, con la idea de estudiar
una carrera en la prestigiosa universidad de Cambridge. Maurice es huérfano y
uno de sus profesores de ve en la obligación de, antes de que les abandone,
explicarle cómo funciona el mundo de las relaciones sexuales entre un hombre y
una mujer. De forma sutil, el primer capítulo se cierra anunciando el drama que
llegará más tarde: «Después la oscuridad avanzó de nuevo, la oscuridad es
primigenia pero no eterna, y produce su propia y dolorosa aurora.» (pág. 21)
Maurice descubrirá al llegar a casa
ese verano del fin del colegio que el jardinero que estaba empleado en su casa,
y con el que había jugado de niño, se ha despedido y ha dejado a la familia.
Empezará a llorar, sin saber qué es lo que le ocurre. El lector intuye que
Maurice llora porque el jardinero ha sido, sin todavía poder formulárselo de
forma consciente, su primer amor. Imagino que ningún lector actual se va a
acercar a este libro sin saber que es una novela que trata sobre la
homosexualidad del propio autor. En caso contrario, hacer una deducción como la
que he hecho yo arriba le costaría más, puesto que la novela, al menos en su
primer tercio, es sutil en sus enunciados y muestra la confusión interior que
va a atravesar el joven Maurice, que no sabe cómo interpretar sus sentimientos
y deseos.
Forster no dedicará muchas páginas a
describirnos la vida de Maurice en el bachillerato. Se limitará a señalar
aspectos de su personalidad como estos: «En una palabra, fue un miembro
mediocre de un mediocre colegio y dejó una desvaída y favorable impresión tras
él.» (pág. 27). A los dieciséis años, empiezan a surgir «pensamientos sucios en
su mente», pero Forster se guardará de explicarnos en qué consisten y se
mantendrá así, por ahora, una buscada ambigüedad.
Más tiempo será el dedicado en la
novela al paso de Maurice por la universidad. Cuando Maurice llega a ella, Forster
se encargará de contarle al lector que en su proceso de formación Maurice va a
hacer un descubrimiento que será trascendental: «Las personas se transformaron
en seres vivos. Hasta entonces, había supuesto que eran lo que él pretendía
ser: lisas piezas de cartón sobre la que se dibujaba una imagen convencional.»
(pág. 36)-
Para Mourice la vida, parece
decirnos Forster, consiste en guardar las formas y pasar por un ciudadano
respetable, independientemente de sus sentimientos o los impulsos que sienta
dentro de sí; sentimientos e impulsos que deberán ser siempre reprimidos.
Sin embargo, Maurice va a tener que
enfrentarse a sus verdades interiores y verbalizar ante sí mismo que solo se
siente atraído por su propio sexo. «Amaba a los hombres y siempre los había
amado» (pág. 73)
Una cosa que me gusta de Maurice es que Forster no idealiza a su
personaje –aunque el lector pueda leer la novela identificando a Maurice con el
propio autor– sino que lo muestra con todas sus debilidades, lejos de la
victimización. Así en la página 73, después de pasar una primera crisis en la
que ha de reconocerse que es homosexual, Forster escribe esto sobre él: «No
había merecido el afecto de nadie, pues de comportaba con los demás de un modo
convencional, artero y mezquino, porque lo mismo hacía consigo mismo.»
Una idea interesante sobre el libro es
la de ver cómo lidian sus personajes homosexuales con sus ideas religiosas. En
este sentido, Clive, al que Maurice conoce en la universidad, se da cuenta de
que debe cortar con el cristianismo, que no tiene capacidad de acogerle, aunque
esto vaya a chocar con las ideas conservadoras de su familia (a la que no
revelará, en ningún caso, su condición sexual).
Aunque Maurice va a sufrir algún
tipo de discriminación cuando terceras personas sospechen de su homosexualidad,
Forster, como decía, no cae en una mirada victimista hacia sus personajes, y se
encargará de señalarnos que su condición sexual les convertirá, por ejemplo, en
misóginos: «Las mujeres se habían transformado en algo tan remoto como los
caballos o los gatos. Todo lo que aquellas criaturas hacían resultaba
estúpido.» (pág. 114)
Además, Forster presenta a Maurice,
perteneciente a una familia burguesa, como un clasista. En la página 188 leemos
en boca de Maurice: «Yo también he tenido relación con los pobres –dijo
Maurice, tomando un trozo de pastel–, pero no puedo preocuparme por ellos. Uno
debe echar una mano en pro de la tranquilidad del país de un modo general, eso
es todo. Ellos no tienen nuestros sentimientos. No sufren lo que nosotros
sufriríamos si estuviéramos en su lugar.»
Y, sin embargo, pese a estos
elementos de su personalidad, que podrían hacernos antipático a un personaje
como Maurice, la novela consigue ser profundamente emotiva. En Maurice, Forster nos muestra a un hombre
burgués que, si no hubiera sido por su condición sexual, que le va a obligar a
bucear en sí mismo y preguntarse por su identidad, rompiendo con muchos de sus
tabués, se hubiera convertido en un ciudadano convencional, machista y
clasista, como exigían los cánones de su tiempo y de su clase social. En la
Gran Bretaña de la época se homosexual era ilegal y Maurice podía haber acabado
en la cárcel si alguien le acusa de practicarla, lo que hará que tenga que
replantearse algunas de sus ideas sobre la sociedad en la que vive.
Me han gustado también algunas leves
notas de humor, como cuando Maurice y Clive tienen que dejar Cambridge y
empezar a trabajar: «Después la prisión se cerró, pero sobre ambos a la vez.
Clive entró en el tribunal. Maurice en los negocios.» (pág. 114)
El libro se cierra con una nota
final, firmada por Forster en 1960, aquí el autor nos dice que en Maurice trató
de crear un personaje lo más alejado de él mismo: «Alguien agraciado, sano,
físicamente atractivo, mentalmente lento, un aceptable hombre de negocios y
bastante presumido» (pág. 285). Forster se queja, casi cincuenta años después
de haber escrito el libro, que para lectores actuales solo puede tener un
interés parcial. Pero realmente, Maurice es una novela muy entretenida,
emocionante, rompedora y moderna para un lector actual, más de un siglo después
de ser escrita. Una delicia de libro. Quiero seguir con la obra de E. M.
Forster.
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