domingo, 4 de junio de 2023

Tess de los d´Urberville, pro Thomas Hardy

 


Tess de los d´Urberville, de Thomas Hardy

Editorial Alba. 478 páginas. 1ª edición de 1891, ésta es de 2017

Traducción de Catalina Martínez Muñoz

 

A finales de 2020 leí Jude el oscuro (1985), la última novela que escribió Thomas Hardy (Higher BockhamptonStinsford, Inglaterra, 1840 - Max Gate, 1928). Me impresionó mucho aquella lectura y se convirtió en una de las mejores de ese año. Luego, en 2021, me acerqué a El alcalde de Casterbridge (1886), que me pareció una buena novela, pero que no estaba a la altura de Jude el oscuro. Leí que la crítica considera que las dos grandes novelas de Hardy eran Jude el oscuro y Tess de los d´Urberville (1891). Su última y penúltima novela. Hardy dejó de escribir novelas, por las fuertes críticas que recibió de la sociedad de su época, que juzgaban sus obras, no por su calidad literaria, sino por su idea de «moralidad». Y Hardy era realmente duro con la hipocresía moral de su época.

 

Tess de los d´Urberville comienza con un hecho fortuito: el campesino John Durbeyfield se cruza, camino de su casa, después de haber bebido más de un trago, con un sacerdote viejo, pero nuevo en la comarca, que le saluda con el apelativo de «sir». Algo que sorprende a John. El sacerdote le aclarará que su apellido, Durbeyfield, es, en realidad, una deformación de d´Urberville, una antigua e ilustre familia que proviene de los normandos. Esta noticia inesperada trastocará la vida del sencillo John, que empieza a darse ínfulas de grandeza. John es de natural perezoso y bebedor, y cada día lo tiene más complicado para sacar adelante a su familia, con media docena de hijos. A su mujer y él se les ocurrirá la idea de enviar a Tess, la mayor de los hijos, que anda por los dieciséis años, a pedir ayuda, reclamando el lazo de sangre, a una familia de d´Urberville que viven en su región. Lo que aún no saben es que esos familiares lejanos si siquiera son unos verdaderos d´Urberville, como ellos, sino unos comerciantes enriquecidos que han tomado el apellido para ennoblecerse de forma ilegítima.

 

El alcalde de Casterbridge empezaba con una escena tremenda: un hombre borracho vende a su mujer en una fonda, y luego no dejará de arrepentirse. En los tres libros que he leído de Hardy los protagonistas toman malas decisiones influidos por el alcohol, que es un elemento naturalista más en el conjunto de las realidades descritas. Hombres y mujeres que aspiran a algo más de lo que la vida les hace ser, pero que parecen abocados a no poder abandonar sus tristes condiciones existenciales. Siempre, las circunstancias y la sociedad van a estar ahí, interpuestas entre sus sueños y la realidad. Sin embargo, los impedimentos de la realidad se acercaban más a las premisas del folletín en El alcalde de Casterbridge, y me han parecido más sutiles y trascendentes en las otras dos novelas.

 

La acción, como en muchas de las obras de Hardy, se sitúa en la región de Wessex, de nombre ficticio, y que se ubica en el sur y suroeste de Inglaterra. En Tess de los d´Urberville, por ejemplo, aparece el pueblo de Casterbridge de la novela El alcalde de Casterbridge. Imagino que también habrá localidades que se repiten en Jude el oscuro, pero ya no recordaba los nombres, después de tres años.

 

Creo que no voy a contar mucho del argumento de esta novela, porque es preferible que el lector se acerque a ella sin más. Pero sí voy a hablar de algunos de sus temas, que la hacen realmente moderna: en gran medida, Tess de los d´Urberville es una novela sobre el consentimiento sexual de las mujeres, que en la novela se pueden ver abocadas a situaciones de abuso, y, sin embargo, la culpa de este abuso caerá más sobre la víctima que sobre el verdugo, por ser mujer en un caso y hombre en el otro. Incluso los personajes más filosóficamente avanzados, no podrán dejar atrás sus prejuicios sobre la «virtud» de las mujeres, aunque ésta les haya sido arrancada por la fuerza.

En cualquier caso, las escenas sexuales de abusos están contadas muy sutilmente, y el lector, aunque lo supondrá, no acabará nunca de saber qué ha ocurrido exactamente entre algunos de los personajes.

Además, Tess habrá de quejarse a sus padres de que no le advirtieron nada sobre los peligros que acechan a las jovencitas por parte de los hombres. Para Tess su belleza será una especie de condena. De hecho, hay un momento impresionante, en el que va a sufrir los abusos laborales de un patrón miserable y ella se relajará porque no le tiene miedo a ese tipo de abusos, como sí a los que provienen del deseo; abusos en los que los hombres pueden llegar a culpar a las mujeres sobre lo que su belleza les «conduce a hacer».

 

Creo que Jude el oscuro era un libro que no daba tregua al lector de un modo más intenso que Tess de los d´Urberville, que tiene algún momento valle en la narración de su drama. En estas «páginas valle» de la novela, Hardy describe la vida rural en una vaquería de un pueblo de Inglaterra con mucho encanto y con mucho conocimiento, como puede apreciar el lector gracias a los sutiles detalles con que se describen las tareas agrícolas. Sin embargo, el último tramo del libro es tan demoledor y potente como el de Jude el oscuro. Tess, como va a ser Jude en la imaginación de su autor, cuatro años más tarde, tiene ambiciones, y quiere mejorar y aprender. Jude soñaba con acudir a la universidad y conseguir una formación reglada, algo que le va a resultar imposible viniendo del ambiente en el que vive. En Jude el oscuro la universidad se llevaba más de un palo por elitista, y esto también va a ocurrir en Tess de los d´Urberville.

Dentro de una novela de realismo tremendista, como es ésta, me ha encantado una página en la que Hardy, para simbolizar el frío interior que atraviesa el corazón de Tess, lo muestra con el invierno que sufre la campiña y unos espectrales pájaros que llegan del Polo Norte: «Hacía años que no se veía un invierno como aquel. Llegó poco a poco, sigiloso, como los movimientos de un jugador de ajedrez. Una mañana, los pocos árboles solitarios y los tejos de los setos amanecieron como si hubieran cambiado su forma vegetal por un tegumento animal. Las ramas estaban cubiertas de una pelusa blanca, como una piel que le hubiera crecido a la corteza durante la noche, cuadriplicando su grosor normal; el árbol o los setos formaban un dibujo de duras líneas blancas en el lúgubre gris del cielo y el horizonte. Las telas de las arañas revelaron su presencia en cobertizos y paredes, donde hasta entonces no se habían observado, visibilizadas ahora por aquel ambiente cristalizado, y colgaban como lazos de estambre blanco en verjas, postes y salientes de las casas.

A esta temporada de humedad congelada siguió una secuencia de heladas secas, cuando a la meseta de Flintcomb-Ash empezaron a llegar en silencio extraños pájaros del Polo Norte, criaturas flacas y espectrales, de ojos trágicos, ojos que habían presenciado pavorosos cataclismos en las recónditas regiones polares, de una magnitud inconcebible para el ser humano, bajo temperaturas gélidas que ningún hombre sería capaz de soportar; que habían visto partirse las masas de hielo y desmoronarse las montañas de nieve en el fulgor de la aurora boreal; ojos casi cegados por los torbellinos de ventiscas colosales, que habían presenciado contorsiones terráqueas y aún conservaban la emoción causada por aquellas escenas. Estos pájaros sin nombre se acercaban mucho a Tess y Marian, pero nada contaban de lo que habían visto y que la humanidad jamás vería. No tenían la ambición del viajero por contar sus aventuras, y, mudos, impasibles, despreciaban aquellas experiencias a las que no daban ningún calor, y preferían fijarse en lo que ocurría en esta acogedora meseta: en los triviales movimientos de las muchachas que removían la tierra con sus escardaderas para desenterrar un manjar que podría servirles de alimento.» Sé que esta cita, de la página 350, es excesiva para una reseña, pero me gustó tanto esta página que quiero que quede aquí registrada, por si me apetece volver a leerla en el futuro.

 

Aunque ya he dicho que esta novela tiene mucho que ver con el naturalismo, Hardy también se permite algunas notas de humor. En este sentido, me ha gustado este párrafo de la página 339: «De pequeña había visto a veces a los cazadores asomados por encima de los setos, escudriñando entre la maleza y apuntando con sus escopetas, vestidos de una manera extraña y con los ojos sedientos de sangre. Aunque en esos momentos parecieran hombres toscos y brutales, le habían explicado, no eran así todos los días del año; en realidad eran personas muy civilizadas, menos ciertas semanas del otoño y el invierno, en que, como los habitantes de la península de Malaca, se comportaban como enajenados y, animados por el único propósito de destruir la vida –en este caso la de unos pájaros inofensivos, criados artificialmente con el único fin de satisfacer estas inclinaciones–, perdían sus modales de caballeros y se volvían salvajes con sus compañeros más débiles en la numerosa familia de la naturaleza.»

 

Como era propio en las novelas del siglo XIX, el narrador de Tess de los d´Urberville interviene en la narración, aunque estas intervenciones se han quedado un tanto anticuadas, no resultan molestas. En más de un caso, el narrador analiza a los personajes con una profundidad que no podrían llevar a cabo (como el narrador nos indica) ellos mismos. En algún momento, el narrador llega a juzgar la conducta de alguno de los personajes, usando un plural mayestático. Siempre, en cualquier caso, el narrador está del lado de Tess, la protagonista trágica de esta historia, que llegará incluso a desear no haber nacido («Jamás en su vida, podía jurarlo por su alma, había hecho nada malo a conciencia. Y, sin embargo, la habían juzgado con la mayor severidad.», página 428).

Tess de los d´Urberville es una novela eminentemente moderna, porque Hardy muestra la débil posición de la mujer en su época con una perspectiva que resulta totalmente actual. A veces la he sentido como si una persona del siglo XXI estuviera escribiendo una novela ambientada en el siglo XIX. Tess de los d´Urberville, además de una novela naturalista, no deja de ser una novela política y de denuncia. «Pocas mujeres se ofrecían para trabajar en el campo en la temporada de invierno, y resultaba más ventajoso contratarlas, porque eran más baratas y hacían su trabajo tan bien como los hombres.» (pág. 346). En este sentido, me ha parecido tan reivindicativa de la pobre posición de la mujer en la sociedad de la época como pueden serlo las novelas de Anne Brontë, La inquilina de Wildfred Hall (1848) y Agnes Grey (1847).

 

Creo que me gustó más Jude el oscuro (1895), la última novela de Thomas Hardy, que Tess de los d´Urberville (1891), la penúltima, pero esta segunda me ha parecido una grandísima novela, en cualquier caso. Las dos son bastantes mejores que El alcalde de Casterbridge (1886), y ésta también es una buena novela.

Cuando comenté Jude el oscuro, acabé diciendo que una de las influencias más claras que mostraba este autor era la de Fiódor Dostoievski, y acabé escribiendo que Thomas Hardy era el «Dostoievski del Támesis» y con Tess de los d´Urberville, repleta de personajes atormentados, me lo ha confirmado. Conecto mucho con este autor; debo acercarme a más libros suyos.

 

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