Cielos de Córdoba, de Federico Falco
Editorial las afueras. 100 páginas. 1ª edición de 2011; ésta es de
2020.
De Federico Falco (General Cabrera, Argentina, 1977) había leído hasta
ahora dos colecciones de relatos, La hora de los monos (2010) y Un
cementerio perfecto (2016), que habían bastado para que se convirtiera
en uno de mis escritores latinoamericanos favoritos de la actualidad. Así que,
cuando en redes sociales vi que la nueva editorial barcelonesa las afueras publicaba en España su
novela corta Cielos de Córdoba, publicada en 2011 por la puntera editorial
argentina Nudista, consideré de
forma inmediata que quería leerla. Estuve navegando por la web de las afueras,
y me pareció que su trabajo editorial era muy interesante. Les escribí para
solicitarles el libro y poder leerlo y reseñarlo y, amablemente, me lo enviaron
en unos días.
El protagonista de Cielos de Córdoba es Tino, un niño de
once años al que le faltan unos pocos meses para cumplir doce. Comenzamos la
novela con Tino visitando a su madre en el hospital del pueblo donde viven. La madre
lleva ya tiempo ingresada por una dolencia indeterminada, pero que el lector
entiende que puede ser grave. Como es habitual en sus relatos, Falco nos
introduce en el mundo de Tino con un tono en apariencia sencillo y ligero,
consiguiendo que el lector perciba lo vivido a través de su mirada. Tino se
halla en una frontera difusa: aún es un niño, pero se está adentrando en la
adolescencia sin comprender muy bien los cambios físicos o mentales que se van
a asociar a ella. Como hemos visto, su madre está ingresada en el hospital y su
padre va a ser otra figura ausente, ya que regenta en el pueblo un museo
dedicado al estudio de los ovnis, y dedicará más tiempo a escrutar los cielos
con unos prismáticos (esos «cielos de Córdoba», a los que alude el título),
esperando una llamada del más allá, que a su único hijo. De hecho, cuando Tino
llega a su casa será él quien prepare la cena, supliendo a su madre; así que en
realidad Tino parece tener, en más de un aspecto, más madurez que su propio
progenitor, un adulto que se verá obligado a pedir dinero a su padre para
sobrevivir, mientras espera a que arranque su quimérico museo.
Tino no es un chico muy popular en
su colegio. En el tiempo de la novela, conoceremos su amago de amistad con Omar,
un compañero de clase que siente un repentino interés por él, a raíz de una
mentira sobre su madurez sexual que Tino le ha contado. Éste será uno de los
temas del libro: el despertar de la sexualidad en Tino, y su posible atracción
por Omar. «En el pueblo dicen que ustedes están locos», le comentará Omar a
Tino en la página 77. La familia de Tino procede de Buenos Aires, y en el
pueblo donde transcurre la acción no parece ser una familia muy bien acogida.
En ningún momento se dice el nombre de este pueblo, del que se nos da el dato
de que recibe turistas, y que por lógica ha de estar ubicado en la provincia
argentina de Córdoba.
Durante la lectura me estaba
preguntando por la fecha en que estaba situada la historia: que se tuvieran que
ajustar las antenas del televisor para recibir bien la imagen, y que nadie
hablara de celulares y sí de un coche modelo Renault 12, me hacía pensar que el
tiempo narrativo de la novela no era el actual, y que la narración nos llevaba
unas décadas atrás en el tiempo. En la página 56 se nos habla de una pintada de
aerosol que contiene el sintagma «enero del 86», una pista muy sólida para dar
forma a mis especulaciones.
En el prólogo de La
hora de los monos, el escritor y crítico Antonio Jiménez Morato hablaba de la esencia «neofantástica» de la
propuesta de Federico Falco. Es decir, la teoría de Jiménez Morato era que
autores del panorama actual argentino estaban trascendiendo el realismo
narrativo a través de una apuesta, que sin ser abiertamente fantástica,
bordeaba este género al presentarnos escenas claras pero extrañas. Por ejemplo,
ante un suceso inusual, los personajes no reaccionan del modo esperado en un
relato realista. En Cielos de Córdoba,
aunque en apariencia la nouvelle es
de corte realista, en más de una escena se juega a la extrañeza. Por ejemplo,
Tino ha hecho amistad con una mujer mayor ciega que vive en el hospital, y
Falco describirá algunas escenas con ella que no dejan de ser extrañas. La
obsesión del padre por los ovnis es otro elemento de alejamiento del realismo
y, debido a su empeño en montar y hacer sostenible un museo de sucesos
paranormales, me recordaba al personaje del cuento Un cementerio perfecto, que recorre pueblos de Argentina tratando
de crear precisamente eso, el cementerio perfecto.
Como buen niño, Tino se sigue
fijando en los animales y en la naturaleza. La descripción de los espacios
abiertos (el río del pueblo y los animales) crea destellos poéticos en el libro
y rebaja la tensión narrativa de algunos pasajes.
En gran medida, y como ya he
apuntado, Cielos de Córdoba me ha
recordado a algunos de los cuentos largos (casi nouvelles) de Un cementerio
perfecto, donde también se describían los pueblos de la provincia argentina
y también había niños o adolescentes que se encontraban en un periodo de
descubrimiento y cambio en sus vidas. Esto ocurría, sobre todo, en Silvi
y la noche oscura, una narración que he sentido emparentada con Cielos de Córdoba.
Cielos de Córdoba es una
destacada novela corta sobre el paso de la niñez a la adolescencia. Describe perfectamente
la sensación de desamparo, soledad, extrañeza, pero también de descubrimiento,
de un niño que está haciendo ese salto vital. Nada es explícito en esta
narración, sino que todo quedará bellamente insinuado, mediante una prosa en
apariencia sencilla, pero en realidad muy elaborada.
Diría que Federico Falco no es un
autor muy leído en España, y me parece una pena, porque es un escritor verdaderamente
destacado de la nueva narrativa latinoamericana. Unos pocos días antes de
escribir esta reseña, Falco quedó finalista del premio Herralde de novela 2020 con su obra Los llanos, así que acaba
de fichar por la editorial Anagrama. Espero que esta buena noticia contribuya a
que Federico Falco se convierta en un autor más leído en España. Y no quisiera
acabar este texto sin recomendar a su posible lector que visite la página web
de la editorial las afueras, que considero que está haciendo una gran labor. Cielos de Córdoba no va a ser el último libro
que lea de su editorial.
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