Tokio Blues (Norwegian Wood), de Haruki Murakami
Editorial Tusquets. 383 páginas. 1ª edición de 1987; ésta es de 2007.
Traducción de Lourdes Porta
Hasta ahora nunca había leído nada
de Haruki Murakami (Kioto, 1949). Lo
cierto es que tenía prejuicios contra él. Murakami ha sido un escritor muy exitoso
y al que más de un lector al que respeto le ha acusado de bestselero. Sin
embargo, también a otros lectores a los que respeto les he oído comentar que es
un buen escritor. Después de tantos años de oír hablar de Murakami, he acabado
sintiendo curiosidad por él. Compré una edición de bolsillo de Tokio Blues, en el rastrillo navideño
del colegio en el que trabajo, hace dos años por unos pocos euros. Al final, no
ha sido este ejemplar el que he leído, sino otro de la biblioteca de Móstoles.
Era el mismo paginado, pero en la edición original de Tusquets la letra es más
grande y me pareció más cómodo de leer. Ya sabéis que yo soy alguien que compra
libros para luego leerlos sacándolos de la biblioteca; esto no es nada nuevo.
El narrador y protagonista de esta
novela es Toru Watanabe, quien en la primera página tiene 37 años y su avión
está a punto de aterrizar en el aeropuerto de Hamburgo. Estamos en 1987, el año
de publicación de la novela. Por la megafonía del avión empieza a sonar Norgelian Wood de los Beatles, una
música que le traslada al Tokio de su juventud, al año 1969, cuando estaba a
punto de cumplir 20 años.
El cuerpo principal de la novela
está constituido por la cascada de recuerdos a los que accede Watanabe tras
escuchar Norgelian Wood, una música
que le sumirá en la tristeza. El tono melancólico será el elegido para
rememorar su llegada a Tokio –desde su Kobe natal– para estudiar en la
universidad a los 18 años. Desde el principio, el narrador le irá suministrando
pistas al lector para indicarle que la historia que va a leer va a tratar sobre
diversas pérdidas.
Watanabe va a estudiar Teatro
(teórico) en una universidad privada japonesa de poco prestigio y se alojará en
una residencia de estudiantes dominada por una corriente nacionalista y de
ultraderecha, algo que no le agrada mucho. Apodará a su compañero de habitación
con el sobrenombre de Tropa-de-Asalto por su mente cuadriculada, un personaje
al que tanto Watanabe como el lector irán cogiendo cariño.
De forma casual, en un viaje en
tren, Watanabe se encontrará con Naoko, a quien ya conoció en Kobe. Naoko
también se ha mudado a Tokio para estudiar en la universidad. Empiezan a quedar
los domingos para llevar a cabo largos paseos por la ciudad en los que casi no
hablan. Las descripciones de estas escenas de paseos me han recordado a muchas
secuencias de cine oriental donde se muestran relaciones misteriosas. Estoy
pensando, por ejemplo, en la película japonesa Dolls (2002) de Takeshi Kitano o en la norcoreana Hierro
3 (2004) de Kim Ki-Duk. Esta
percepción no deja de ser curiosa, porque a pesar del poso oriental de su imaginario,
se ha acusado a menudo a Murakami de ser un autor de fuertes influencias
occidentales. Esta última apreciación, en realidad, también es cierta: las
referencias literarias, cinematográficas o musicales de Watanabe son europeas
y, sobre todo, norteamericanas. Así, por ejemplo, Watanabe conoce a Nagasawa,
otro estudiante de la residencia que será su amigo, gracias a su admiración
común por El gran Gastby de Francis
Scott Fitzgerald. Nagasawa es rico, arrogante y tiene mucho éxito con las
chicas. Enseñará a Watanabe el arte de ligar en los bares los sábados por la
noche y conseguir un sexo intrascendente, que le hará sentir vacío.
La relación entre Watanabe y Naoko
se estrecha, y el lector descubre el lazo secreto que les une: en el instituto
de Kobe los dos solían salir con Kizuki, mejor amigo de uno y novio de la otra.
A los diecisiete años, después de escaparse de las clases con Watanabe y jugar
al billar con él, Kizuki decide suicidarse. Su muerte separará en Kobe a
Watanable y Naoko para unirlos un tiempo después en Tokio.
Watanabe es alguien solitario (como
he leído en una entrevista que afirmaba ser Murakami en sus tiempos de
universidad) y, aunque no parece hacer muchos esfuerzos por conocer gente nueva,
sí se relacionará con Tropa-de-Asalto, Nagasawa, Naoko y una compañera de clase
llamada Midori. Todos estos personajes están bien perfilados y me he adentrado
en las escenas del libro con interés. Quizás leía con prevención, tratando de descubrir
rasgos de escritura de bestseller; una prosa que asocio a la grandilocuencia y
a los personajes estereotipados. Sí he creído percibir cierta tendencia a la
grandilocuencia en los diálogos: «Tal vez mi corazón esté recubierto por una
coraza y sea imposible atravesarla», le dice Watanabe a Naoko en la página 44.
«No ambiciono el poder o el dinero. Tal vez sea un egoísta, pero es increíble
lo poco que me interesan. En eso parezco un santo. Es más que nada por
curiosidad. Quiero medir mis fuerzas en el mundo cruel.», le dice Nagasawa a
Watanabe en la página 79. Una cosa que me gusta de este diálogo es que Watanabe
consigue rebajar la intensidad de Nagasawa diciéndole que parece un personaje
salido de una novela de Dickens (poco antes Watanabe acababa de leer la novela Lord Jim de Joseph Conrad, prestada por
Nagasawa). Como ya apunté las referencias a la cultura occidental son
apabullantes en esta novela. En un momento dado, alguien le pregunta a Watanabe
si lee a autores japoneses, pero él le da a su interlocutor una lista de
autores europeos o norteamericanos. La novela apela, más de una vez al guillo y
la referencia culta, para conseguir la complicidad del lector. Así, por
ejemplo, cuando Watanabe ha de visitar a una amiga (no quiero contar más de la
trama), que está recluida en un sanatorio mental en la montaña, lleva para leer
La
montaña mágica de Thomas Mann.
Además de hablar de los Beatles, también se hacen muchas referencias al jazz, y
sobre todo se nombra al pianista Bill Evans. El jazz es una de las grandes
pasiones de Murakami y, por lo que he leído, se habla de él en todas sus obras.
Midori es un personaje más mundano
que Naoko, y su libertad a la hora de hablar de sexo, por ejemplo, también
sirve para contrarrestar la grandilocuencia de los diálogos de Watanabe. En la
página 139 Midori le dice a Watanabe que habla de una manera un poco extraña y
le pregunta: «No estarás imitando al personaje de El guardián entre el centeno, ¿verdad?» Este comentario contiene
alguna de las claves del libro: El guardián
entre el centeno se puede entender como una de las referencias de esta
novela y, hasta cierto punto, Watanabe puede verse como un Holden Caulfield a
la japonesa. Watanabe ha de enfrentarse a un mundo adulto que no le comprende y
que no acaba de gustarle. En la novela tendrá varios trabajos eventuales, los
principales son en una tienda de discos y en un restaurante. Sus jefes son
personajes distantes y desdibujados. De hecho, casi no aparecen adultos en esta
novela. En los dos o tres años de universidad de los que se habla aquí,
Watanabe no va a visitar a sus padres, en algunos casos se dice que no vuelve a
casa durante las vacaciones porque tiene que trabajar, o si va a visitar a su
familia esas escenas nunca se cuentan. Watanabe está solo y sin contacto con
sus padres (no hay visitas, ni llamadas telefónicas, ni nada), además no tiene
hermanos. La única persona adulta que se acaba convirtiendo en un personaje es
Reiko, una mujer de 38 años, ingresada en un sanatorio mental. Reiko no acaba
de ser una adulta completa, sino que más bien es una adolescente que extravió
la ruta al mundo de los adultos.
Murakami juega en su novela, de modo
bastante constante, a los contrastes entre los freudianos «eros» y «thanatos»:
la pulsión de vida, el sexo y la belleza de los cuerpos jóvenes han de
enfrentarse de forma constante a la podredumbre de la muerte. Así, por ejemplo,
en la página 252 cuando Watanabe ha de ayudar a un adulto, que en el hospital
está cercano a la muerte, no puede dejar de pensar en el cuerpo desnudo de la
chica de veinte años a la que ama. Murakami va entrelazando estas dos imágenes
durante unos cuantos párrafos.
Juventud, suicidios, soledad, jazz,
literatura, bares, alcohol, belleza, referencias culturales occidentales y
localizaciones y sensibilidades orientales… lo cierto es que con todos estos
elementos Murakami acaba creando algunas páginas hermosas y plenamente disfrutables,
pese a que a mis cuarenta y cinco años, en más de un caso pueda verle al texto
las costuras. Me hubiera gustado encontrarme con este libro a mis dieciocho
años o así. Sé que en ese momento lo hubiera disfrutado mucho y hubiera sido
una lectura muy impactante para mí. Tokio
Blues es una lectura que voy a añadir a mi lista de libros que recomiendo a
adolescentes de bachillerato en el colegio.
Leí en el blog de Vicente Luis Mora que los personajes de
una novela posterior de Murakami, After Dark, y los planteamientos de
la novela eran demasiado similares a los de Tokio
Blues y esto hacía que Mora renegara ya de la lectura de Murakami. Yo, al
haber leído únicamente una de sus novelas más famosas, sí la he disfrutado, aún
teniendo en cuenta lo que he comentado sobre sus costuras. Al hablar de esta
lectura en las redes sociales, me recomendaron que me acercara a Crónica
del pájaro que da cuerda al mundo, que es para muchos de los
entusiastas lectores de Murakami su obra más destacada.
Es posible que lo haga.
Siempre me ha pasado algo parecido con Murakami: me gusta mucho la literatura japonesa del S. XX, pero nunca he querido leer a Murakami por sospechar que es literatura bestselera. Tengo desde hace unos 10 años una copia sin leer precisamente de Tokio Blues.
ResponderEliminarAndrés
Hola, Andrés:
EliminarComo decía no está mal, aunque se lo recomendaría más a un adolescente que a un adulto.
Saludos
Leí "Tokio blues" hace bastantes años y me gustó bastante. Es lo único, que recuerde ahora, que he leído de él. Sí que es un autor más occidental que oriental pero escribe con soltura y sus alusiones cultas sencillas -típicas de los best sellers- hacen que su lectura resulte agradable y poco dificultosa.
ResponderEliminarTomo nota del título que citas al final pues es tanto lo que este hombre ha escrito que quiero ir sobre seguro.
Tu reseña me ha encantado. Es perfecta y tocas todos los aspectos del relato. Magnífico.
Un fuerte abrazo
Hola, Juan Carlos:
EliminarGracias por tus palabras. A ver si leemos los dos "Crónica del pájaro que da cuerda al mundo" y lo comentamos.
Un abrazo
De Murakami sólo he leído "Kafka en la orilla" y lo odié. Fue de mis peores lecturas del pasado 2020, aunque creo que se debió más bien a que tampoco me gusta nada el realismo mágico (pecado capital, lo sé).
ResponderEliminarSin embargo, por lo que comentas este libro parece muy similar a otra novela japonesa, "Kitchen" de Banana Yoshimoto, que a mí, con sus fallos y entendiendo que fue una novela de iniciación (la autora la escribió veintipocos años) me gustó mucho. Y es que me gustan estos libros melancólicos, así que es posible que Tokio Blues me pueda gustar. Si vuelvo a darle otra oportunidad a Murakami, será con este libro.
"Tokio Blues es una lectura que voy a añadir a mi lista de libros que recomiendo a adolescentes de bachillerato en el colegio." Esto me dio bastante curiosidad, me gustaría saber cuáles son los libros que conforman esa lista, si es posible claro.
Te conocí por tu canal de YouTube, dijiste que tenías un blog en donde comentabas libros y aquí estoy. Quizás me pase a comentarte algunas entradas más de vez en cuando a partir de ahora. Un saludo.
Hola, como digo en esta reseña me acerqué a este libro con muchos prejuicios y al final me pareció que estaba bien.
EliminarTe dejo la lista de las lecturas para adolescentes, que la tengo en este blog:
https://desdelaciudadsincines.blogspot.com/2019/04/mi-lista-de-recomendaciones-de-libros.html
Saludos