Editorial Baile del Sol. 71
páginas. 1ª edición de 2013.
De Javier Cánaves (Palma de
Mallorca, 1973) ya he comentado en el blog cuatro libros: sus tres novelas
editadas por Baile del Sol y su poemario Limpieza y absorción (2011), editado
por Delirio. Ya he contado también
aquí que Javier y yo somos amigos, y que antes de conocerle había leído sus
poemarios Al fin has conseguido que odie el blues (Premio Hiperión, 2003)
y El
peso de los puentes (Premio Ciudad de Palma Rubén Darío, 2005). En
diciembre de 2013 Baile del Sol ha editado su último poemario, Momentos
estelares, y Javier Cánaves tuvo la gentileza de hacérmelo llegar a
casa por correo ordinario.
El propio Cánaves nos cuenta en
su prólogo que con este nuevo libro se rompe el orden cronológico en el que
hasta ahora se han ido publicando sus poemas. Aquí se incluyen composiciones
que están escritas antes de la publicación en 2011 de Limpieza y absorción. Momentos
estelares está formado por cuarenta poemas escritos entre 2008 y 2013.
Cánaves, en correos electrónicos, me comentaba que le preocupaba que los poemas
de este libro no terminaran de cuajar como una unidad con entidad propia. Pero,
como le dije a él en privado y hago ahora en público: en realidad no hay
ninguna sensación de discontinuidad en el libro, y ciertamente la variedad de
enfoques y temas le da fuerza y consistencia.
De hecho, y lo digo desde ya, Momentos
estelares me parece, junto con Al fin has conseguido que odie el blues,
el mejor poemario de Javier Cánaves hasta la fecha. Y posiblemente, el tono de
desencanto de Momentos estelares, su
suave ironía y la nostalgia por la juventud hacen de él una obra de gran
madurez.
El tema principal de Momentos estelares sería el de la
juventud que nos dejó y la asimilación de la vida adulta con sentido de pérdida,
pero también tras haber conquistado la lucidez de una mirada más sabia sobre el
mundo.
El poema Sed puede ser un buen ejemplo para mostrar el tono del poemario:
Sed
La vida y sus momentos estelares.
Qué grandes fuimos y qué triste es todo
ahora. No me dejes esta noche
beber más. Todo brilla y todo duele
en un temblor descontrolado. Bebo
y no debiera. ¿Qué se hizo, dime,
de tanto amor y tanta sed? Aquella
sed era
diferente, era sagrada,
sed de gigantes en la cuerda floja,
sed de Clyde Chestnut y de Bonnie Parker,
sed de un fulgor violento, irrepetible
como mi cuerpo de los dieciocho
años, como tu risa que ya nunca
escucho. Todo brilla y todo duele.
En esta noche inmensa, no me dejes
beber más. No me dejes. Tengo miedo.
Mi sed es diferente, es más oscura.
La vida y sus momentos estelares.
Qué grandes fuimos, Dios, qué grandes fuimos.
El poeta vuelve continuamente la
mirada hacia el pasado, mientras se adentra con incertidumbre en las sombras
del futuro. Me gustaría destacar también el poema Sobre las primeras veces:
Sobre las
primeras veces
Como la primera vez que viste a una mujer desnuda,
de carne y hueso, a tan solo un descuido
de tus dedos temblorosos;
como la primera vez que pisaste la nieve acumulada
y el campo y las montañas y tu vida entera
parecían la misma cosa
pura e inviolable;
como la primavera vez que leíste aquel poema
de Charles Bukowski, GERTRUDE ESCALERAS ARRIBA, 1943,
y supiste que todo momento mágico, irrepetible,
guarda en su reverso una imagen de la decrepitud
y la derrota;
como la primera vez que escuchaste aquel tema
de Damien Rice mientras una Natalie Portman de pelo rojo
avanzaba entre la multitud a tu encuentro
y fuiste consciente de que, pese a su belleza,
lo hubieses dado todo por escribir aquella canción
antes que por dormir a su lado.
¿Cuántas veces nos quedan
como aquellas primeras veces?
Y, como es habitual en la obra de
Cánaves, el poeta habla del amor y de la belleza, mezclando el tono celebrativo
con la inminencia de la pérdida, de la grandeza que sabemos que sólo va a
perdurar en nuestro recuerdo. Me gustaría incluir ahora el poema que más me ha
gustado del libro, posiblemente uno de los poemas que más me han gustado en los
últimos años:
El trueque
La verdad
siempre tuvo un aire triste,
sobre todo
después de limpiarse la cara.
Prefiero mirar
por la ventana o centrar mi atención
en la curva
perfecta de tu culo.
Dios bendiga
los gimnasios de barrio, la fe en la perdurabilidad,
los domingos a
partir de las ocho, después del Apocalipsis
y antes del
telediario.
Quiero
desmenuzar tu existencia
bajo la
vigilancia imparcial del aire acondicionado. Quiero pensar
que
recordaremos este momento con una precisión maniática
y no me refiero
a tus palabras, sino a los detalles,
los detalles
que después nos apuñalarán con su dulzura:
los libros apilados en la mesita de noche,
la lata de Kas
Limón a medio beber, la persiana entreabierta
a una calle con
muchos números para convertirse, al fin,
en la calle más
triste y asesina del mundo,
una calle en la
que zambullirse en pelotas,
con una copa de
vino tinto en la mano,
después de
haber brindado por todas las cosas rotas
que fuimos
apilando a lo largo de nuestras vidas.
Pero esto es un
primero y carecemos de vino,
debemos conformarnos con el Kas Limón
de los figurantes anónimos.
Te veo caminar
desnuda por el pasillo.
Morirás siendo
esclava, ciega y sin dientes, sola,
lejos de todo
lo que un día amaste,
pero ahora
mismo (y lo sabes ) eres una diosa,
la más grande
entre todas las diosas que los hombres inventaron.
Tus pechos son
lágrimas de cera viva.
Deja que queme
mis labios en ellos, deja que me olvide de todo
por unos
minutos, no, no prepares todavía la ensalada,
no me preguntes
si estoy bien porque nunca he estado mejor,
necesito
contártelo todo pero no puedo hablar,
sólo puedo
abrir la boca para lamer tus pezones,
el vello de tu
ombligo, para darte las gracias
con esta
especie de quejido tonto,
como un perro
salvado de la lluvia,
como un reo
indultado en el último instante.
Ya te dije,
cosas de poetas.
A veces se nos
va la cabeza y andamos días, meses enteros,
sin nada sobre
los hombros.
Decapitados que
le aúllan a la luna,
a los letreros
luminosos de las ciudades,
al culo de la
primera que se arriesga a acogerlos en su cama
y les da de
comer y de beber,
y les baila
desnuda hasta que caen dormidos
o se tiran por
la ventana.
La verdad es
terrible, ¿lo sabías?
Al final la
verdad es un juguete roto en manos de los pobres,
es esta música
sonando en tu portátil mientras troceas el tomate
y mis ganas de
arrancarme el corazón y entregártelo
sin condiciones
ni plazos
y qué triste es
la vida,
qué grande, ¿no
la sientes?, ¿no escuchas sus pisadas,
el
desplazamiento de tropas bajo la cama deshecha?
Mientras le añades pipas a la ensalada, y pasas, y cuadraditos de pavo
y no sé cuántas
cosas más, yo me agacho y vigilo,
escruto el
sideral abismo hecho de ausencias, sandalias
y cajas de
cartón.
Todas las cosas
rotas de mi vida, las que me empeciné en romper
y las que me llegaron
así, ya rotas, sin posibilidad de ser devueltas.
Objetos hechos trizas, frases partidas y olvidadas en la guantera del
coche
o en el cajón
de los cubiertos.
El material de
que está hecha mi ternura, la poca que logré salvar,
la que te
entrego a cambio de tu cuerpo y tu alma
y unas hojas de
lechuga
y un tomate.
El trueque me
parece justo.
No debes
preocuparte. Nadie
sabrá que nos
vendimos por tan poco.
Y no me resisto a mostrar aquí el poema que Javier Cánaves me dedica de
Momentos estelares, lo que me hace
sentir un gran orgullo. Según me comenta Javier, me dedica el poema Hambre
porque se acercó a este libro de Knut
Hamsun tras leer sobre él en mi novela Acantilados de Howth.
Hambre
Para David Pérez Vega
Me pasé el día
leyendo Hambre, de Knut Hamsun.
El sol quemaba
mis hombros y yo leía y veía a Hamsun
abrazado al
cabronazo de Joseph Goebbels.
Aquella
novelita me tenía hipnotizado.
Le di gracias
al cielo por no haberla leído
con 18 años. De
haberlo hecho,
probablemente
me hallaría bajo tierra,
muerto por
inanición artística,
como un
aspirante a maldito
sin otro mérito
que su propia defunción.
Mientras leía y
dejaba que el sol
hiciera su
trabajo, el hambre crecía en mi interior
como una víbora
borracha.
Hambre, sí,
pero hambre de qué.
Terminado el
libro, lo cerré y me zambullí
en la piscina. Nadé
con la esperanza de ser sólo
tormento
muscular. El verano crepitaba.
Mi actividad
acuática no hacía más que aumentar
el hambre que
sentía,
que me devoraba
por dentro como un ácido.
Ya en casa, recordé
que la gran novela del hambre
había sido escrita por un españolito anónimo
del siglo dieciséis. Pues sepa
vuestra merced,
ante todas
cosas, que a mí me llaman Lázaro de Tormes.
Pensé en un rostro áspero, con los dientes
partidos,
repleto de cicatrices,
en Joseph Goebbels quemando la vieja Europa,
en todo lo que
había hecho falta
para el surgir
de la Literatura.
Tuve un
instante de terror,
un segundo de
vértigo inmedible.
Tenía que
tranquilizarme,
el verano no
había hecho más que empezar.
Quedaban muchos
meses por delante
para intentar recomponer
la ciudad
posnuclear
que era mi
vida.
Pero el hambre,
joder, no remitía.
La víbora
mordía en lo más hondo.
Así que, como ya he señalado al comienzo de la entrada, Momentos estelares me ha parecido un
poemario de una gran madurez y hondura, que me ha hecho disfrutar mucho, que
entroncaría de forma directa con la poesía que siempre ha sido mi favorita: la
poesía narrativa que pretende encontrar el lirismo en la experiencia cotidiana,
como ya hicieron antes que Cánaves poetas como Jaime Gil de Biedma o Juan
Luis Panero, y a cuya tradición Javier Cánaves se suma con voz propia.
Absolutamente de acuerdo en tu afirmación de que este libro es uno de mis preferidos de su producción poética. Este es un libro inmenso.
ResponderEliminarHola Detective:
ResponderEliminarSí, suena incluso raro que Cánaves tuviera alguna duda sobre él, cuando todo encaja tan bien.
saludos