El hombre que amaba a los perros, de Leonardo Padura
Editorial Tusquets, 573 páginas. Primera edición de 2009; esta es de 2019
En 2021 se celebró –por motivo de la crisis del COVID– la Feria del Libro de Madrid en septiembre y no a finales de mayo y principios de junio, como suele ser lo habitual. Una mañana de sábado, en la que había ido a visitar la Feria, me percaté de que estaba allí firmando su obra Leonardo Padura (La Habana, 1955) y, aunque no lo había pensado previamente, me apeteció comprar alguno de sus libros y que me lo dedicara. Me decidí por el que sabía que era el más reputado, El hombre que amaba a los perros (2009). Tenía pendiente leer a Padura desde hacía muchos años. En la biblioteca de Pueblo Nuevo había hojeado más de una vez sus libros policiales, protagonizados por Mario Conde. Recuerdo también que una vez que fui a la FNAC de Callao, a la presentación de un libro del también cubano Pedro Juan Gutiérrez, me senté al lado de una persona, para darme cuenta, no mucho después, de que era Leonardo Padura, quien había acudido a la presentación del libro de su amigo Pedro Juan.
Decidí leer esta extensa novela (573 página, de un tamaño de letra inferior al habitual en Tusquets), aprovechando mis vacaciones de profesor en Navidad. De este modo, lo empecé el 30 de diciembre de 2023 y lo finalicé tres semanas después.
El primer capítulo de la novela nos lleva hasta La Habana de 2004. Iván, el narrador, se encuentra en el entierro de Ana, la que ha sido su pareja durante los últimos años. Iván nos va a narrar, después de la primera página, la agonía de Ana en una Cuba en ruinas. Iván va a contarle a una Ana moribunda la historia de un misterio hombre mayor con el que tuvo varios encuentros en la playa, hacía ya casi treinta años. Y sabrá que la muerte de Ana será el detonante para que se decida a contar la historia, que le atormenta desde hace décadas, y que no se atrevió a escribir por miedo. Es un gran primer capítulo, que introduce al lector en un mundo de sugerentes hilos narrativos y crea muchas expectativas.
En el segundo capítulo conoceremos a Liev Davídovich, que en 1929 está recluido, junto a su mujer, Natalia Sedova, en Siberia, en la localidad de Alma Atá. Liev Davídovich no es otro que Trotski, que está a punto de saber que Stalin ha decretado su expulsión del país.
En el capítulo tres, nos será presentado Ramón Mercader, un catalán que, en 1936, está combatiendo contra las fuerzas franquistas en la sierra del Guadarrama. Cuando arranca su narración, ha ido allí a buscarle su madre, Caridad, para decirle que el Partido Comunista se ha fijado en él y le quiere encargar una misión. Si en ese momento acepta, sin saber aún en qué va a consistir su misión, ya no tendrá opción de echarse para atrás.
El capítulo 1 está escrito en primera persona, con la voz narrativa del cubano Iván, y los otros dos en tercera persona, con una voz narrativa similar, y que (más tarde) el lector comprenderá que es la de Iván, que, al fin, se decidió a narrar la historia que quedaba sugerida en el primer capítulo.
Al principio, pensaba que, quizás, Padura fuera a crear una estructura en la que las tres historias mantuvieran el orden inicial, y que se repitiera la estructura 1-2-3, 1-2-3…, pero no fue así, ya que en el capítulo 4 no volvemos a la voz narrativa de Iván, sino a la historia de Trotski, que ha de postularse para que algún país quiera acogerlo. Este país será Turquía, en primera instancia, después Noruega, Francia y definitivamente el México en el que encontrará la muerte.
Sentí una ligera decepción al descubrir que en capítulo 4 no volvíamos a Iván, porque el primero me había parecido el capítulo más atractivo de los tres que llevaba leídos. En relación a este punto, debería aclarar que, en principio, no soy seguidor del género de novela histórica, y que la primera persona de Iván, un cubano de 2004, como podía ser Padura, me había resultado más auténtica, que la reconstrucción de dos personajes históricos, de tiempos, más o menos pasados, como son Trotski y Mercader. Es decir, si quiero leer sobre la guerra civil española busco a escritores que fueron contemporáneos a los hechos narrados y pudieron observarlos de primera mano, y me cuesta más confiar en autores que, desde el presente, reconstruyen hechos históricos no vividos. En cualquier caso, he de decir que la historia de Trotski y Mercador o, más bien, la visión literaria que Padura tiene de Trotski y Mercader me ha ido conquistando poco a poco, al ir pasando las páginas de esta extensa novela, porque quizás las 573 páginas del libro pueden parecer un número engañoso, si tenemos en cuenta –como dije– que la letra de este libro es más pequeña que la que habitualmente usa Tusquets.
A grandes rasgos, el hecho luctuoso que une a los dos personajes históricos es conocido por todos. Ramón Mercader acabó con la vida de Liev Trotski clavándole un piolet en la cabeza en 1940, en Coyoacán, México. Es decir, esta es una mala novela para ese tipo de lector que odia los así llamados «spoilers», porque Padura es fiel a los hechos históricos y El hombre que amaba a los perros es una novela muy bien documentada. Sin embargo, sí que va a ser una novela recomendable para aquellos lectores que no piensan que la literatura se sustenta en giros narrativos más o menos sorprendentes, sino que se trata de un viaje en el que el autor nos quiere hacer reflexionar sobre la realidad y ponernos en el pellejo de sus personajes.
El hombre que amaba a los perros es, en gran medida, una reflexión sobre los sueños rotos de la historia, sobre el devenir siniestro de las utopías. Stalin, uno de sus personajes de fondo, quedará retratado como un genocida, como un sádico dispuesto a todo por conservar el poder absoluto, capaz de las venganzas más miserables sobre aquellos que, en algún momento, osaron llevarle la contraria, o discutirle cualquier asunto en un contexto en el que ya no existía ningún atisbo de democracia o crítica. La crítica no solo se va a quedar en la URSS, sino que Padura la va a hacer extensible a Cuba, retratando a Iván como a un personaje aplastado, un joven que quiso ser escritor, que fue aplaudido mientras sus escritos se amoldaron a los cánones del comunismo, y que será acallado y castigado en cuanto sus palabras muestren el mínimo sentido crítico, algo que nunca debería abandonar ningún escritor.
Padura, nacido en La Habana, siempre ha vivido en Cuba y, hasta cierto punto, extraña que un libro como El hombre que amaba a los perros lo haya podido publicar un cubano que sigue allá. Quizás en 2009, año en el que aparece el libro, se había ya relajado algo la censura en la isla, respecto a las décadas anteriores. En cualquier caso, en las páginas del libro nunca se nombra a Fidel Castro, que, como he observado, es una de las que condiciones para poder ser crítico con la situación cubana y poder seguir viviendo allá. En los libros de Pedro Juan Gutiérrez ocurre algo parecido.
Pero la intención de Padura no es solo criticar a las dictaduras en que se convirtieron la URSS o Cuba, sino acercarnos a unos personajes de carne y hueso sobre los que va a caer el peso de la historia y su derrota, personas que han de portar sobre sus espaldas pesadas cargas de las que no saben cómo desprenderse. Trotski, durante el tiempo narrativo que cuenta su historia, será siempre una víctima, un perseguido, alguien que entiende que solo sigue vivo porque Stalin le usa como excusa para acusar a sus enemigos en Moscú de ser sus aliados y poder exterminarlos. Llegará un momento en el que sabrá que su vida ya no le es útil a Stalin y que este va a tratar de matarlo en cualquier momento. En más de un
momento, se le recordará al lector que Trotski también fue un despiadado asesino durante los tiempos de la Revolución de Octubre.
Mercader, pese a que el lector seguirá sus pasos como agente soviético, entrenado para matar, irá introduciéndose con él en un mundo cada vez más turbio. Y no serán pocas las dudas que le asalten cuando se vaya acercando a su objetivo final. Mercader, pese a que el lector sabe que es, o que, más bien, va a ser, un asesino, será también una víctima de sus circunstancias vitales. Alguien que quiere, por ejemplo, agradar a su madre o a su novia, alguien que en su juventud ha confiado en un ideal de pureza histórica.
La grandeza de El hombre que amaba a los perros va a ser que el lector va a sentir compasión por sus tres actores principales. Hacia el final un cuarto personaje, que hará también de narrador interpuesto, nos dirá que Iván es una víctima sin culpa, y no así Trotski y Mercader, de los que dirá, hablando de la historia que obsesiona a Iván, que esta es la de «un hijo de puta que mató a otro hijo de puta». Sin embargo, la grandeza como escritor de Padura será que el lector sienta compasión también por ellos.
En principio «el hombre que amaba a los perros» del título es la forma en la que Iván se refiere a la persona que ha conocido en la playa bajo el nombre de Jaime López y que, cuando empiece a contarle la historia de su amigo Ramón Mercader, acabará comprendiendo que son la misma persona. Jaime López pasea en las playas de Cuba con dos bellos galgos borzois rusos, que era el tipo de perro que también había tenido Trotski, que era otro hombre que también amaba a los perros. Iván, por su parte, que se gana la vida como veterinario aficionado, será el tercer hombre que ame a los perros. Los perros simbolizan en esta novela la capacidad de amor que subyace en cada ser humano, pero a todos los desvíos vitales y los destinos equívocos.
Está muy logrado el modo en el que Padura nos transmite cómo Mercader acabará sintiendo que su vida y su destino se van pareciendo cada vez más a los del hombre al que el Partido Comunista le hizo matar, sintiéndose un títere de la Historia.
El hombre que amaba a los perros es una novela escrita con gran belleza e inteligencia, en un español bastante neutro, en el que se filtran muy pocos cubanismos, cuya fuerza artística prevalece sobre la ambición testimonial (que no es pequeña), y que me ha emocionado mucho. Es de una de las novelas del siglo XXI, escritas en español, más lograda y ambiciosa de las que yo he leído.
Pues fíjate, David, que yo a estas alturas aún no he leído nada de Padura. El hombre que amaba a los perros es de esos títulos que siempre tengo en la cabeza y en la lengua cuando se habla de autores cubanos, pero nada, chico, que aún no le he hincado el diente. A ver si le llega su turno. Aunque si te soy sincero no sé cuándo porque a día de hoy estoy un poco ahíto de lecturas sobre Rusia, sobre Stalin y demás joyas de los años 30, 40 y 50 del siglo pasado.
ResponderEliminarUn saludo
Es un gran libro. Y Padura es un gran autor. Leelo cuando te apetezca, que creo que te va a gustar. Saludos.
EliminarYo llegué a este libro a través de George Orwell. Estaba leyendo Homenaje a Cataluña y el libro de Padura me gustó mucho en general. No soy aficionada a leer historia porque con la memoria solemos hacer encaje de bolillos, pero tanto el de Orwell, que es pequeñito, pero te lleva a querer saber más; como todo lo que dices sobre el de Padura, creo que son dos libros necesarios para comprender la historia. Saludos.
ResponderEliminarLa literatura nos sirve para acercarnos a la historia y entender el aire de una época.
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