Recuerdos de vida, de Juan Eduardo Zúñiga
Editorial Galaxia Gutenberg. 119 páginas. 1ª edición de 2019.
En el verano de 2020 leí La
trilogía de la guerra civil de Juan
Eduardo Zúñiga (Madrid, 1919 – 2020), un volumen formado por tres libros de
cuentos que me gustó mucho, que tenía algunas narraciones de una calidad
altísima. Como dije entonces, La trilogía
de la guerra civil contiene algunos de los mejores cuentos que he leído.
Aunque en casa tengo, aún sin leer,
un libro que sacó Cátedra en 2019
con las dos primeras novelas cortas de Zúñiga, El coral y las aguas e Inútiles
totales, compré en la última Feria del Libro de Madrid Recuerdos
de vida. No sabía que existía este pequeño libro de memorias de Zúñiga
y me encapriché de él cuando lo vi en la caseta de la editorial Galaxia Gutenberg, un pequeño libro de
memorias que se publicó el mismo año que Zúñiga cumplía cien años. Según una
nota final, Zúñiga escribió este breve libro entre 2011 y 2018.
Recuerdos de vida empieza con
Zúñiga rememorando una nevada que cayó en Madrid en el invierno de 1930 o 1931,
un fenómeno natural que, para los ojos del niño que fue, revistió la realidad
de un halo de extrañeza. La imagen inicial que Zúñiga elige para abrir su libro
no parece arbitraria ni casual, ya que el autor se ha caracterizado por ser un
enamorado de los idiomas y las literaturas de los países del Este y, en
especial, de Rusia, de la que ha llegado a escribir algún ensayo y de la que ha
traducido a alguno de sus escritores al español.
Los recuerdos de Zúñiga empiezan en
un chalet del madrileño barrio de Prosperidad y, sobre todo, de uno de sus
cuartos, en el que se encerraba a leer a autores como Julio Verne o Emilio Salgari.
«Este fue mi primer espacio confidente, beneficioso por las horas que allí
pasaba. Leía cuanto me era posible y dibujaba escenas de las historias que me
gustaban.» (pág. 16).
En 1934, con quince años, visita por
primera vez la Biblioteca Nacional, donde elaboró un diccionario de jeroglíficos
egipcios, una de sus primeras pasiones. Pronto se despertó en él el gusto por
el estudio de idiomas: «Siendo adolescente me puse a estudiar francés y poco
después inglés, sin profesores, sólo con alguna gramática escolar y utilizando
a la vez las guías para viajeros con frases hechas en ambos idiomas.» (pág.
22-23).
Uno de los acontecimientos de la
vida de Zúñiga será que, a los trece años, un comercial de una editorial deja,
por debajo de la puerta de casa, un folleto de una colección de libros, con un
texto de la novela Nido de nobles del ruso Iván
Turguéniev. Como ya he dicho, Zúñiga se va a enamorar de Rusia y su
literatura, unas inquietudes intelectuales que, durante los años del
franquismo, le van a ser difíciles de satisfacer, porque desde España se miraba
con sospecha cualquier interés por aquel país. Zúñiga no acaba de contarnos si
concluye sus estudios universitarios, aunque sí que apunta que acudía de oyente
a clases de Filosofía en la Complutense. Sí llegaremos a saber que, mientras
mantiene trabajos para ganarse la vida, como un empleo en una fábrica de
discos, se dedicará a estudiar por su cuenta idiomas y la cultura de los países
del Este: además de Rusia, Hungría, Bulgaria o Rumanía. Y llegará a traducir
libros al español de estos idiomas, que en el Madrid de la época no le
interesaban a nadie. Incluso sus primeros libros publicados serán ensayos sobre
las realidades históricas de algunos países del Este. Uno de los temas más
interesantes de estas memorias es ver cómo Zúñiga se evadirá mentalmente de la
triste realidad del franquismo a través de las ensoñaciones e idealizaciones de
los países del Este y cómo la cultura le sirve para crearse un mundo propio,
una habitación propia en el fondo de su mente.
Zúñiga analiza además sus comienzos
literarios, su influencia de los escritores eslavos y cómo estos hablan de la
realidad a partir de lo elusivo. Así nos hablará de cómo surgió el primer
relato de lo que acabaría siendo su magnífica La trilogía de la guerra civil. No hablará de la guerra
mostrándonos los combates, sino a las personas del barrio de Arguelles que,
después de que la población civil de la zona fuese evacuada, no dejaron sus
casas porque les resultaba imposible separarse de sus pertenencias.
Aunque los tres libros de La trilogía de la guerra civil se
publicaron ya en democracia, Largo noviembre de Madrid en 1980, La
tierra será un paraíso en 1989 y Capital de la gloria en 2003, su
gestación proviene de, al menos, la década de 1970. Imagino que más tarde,
Zúñiga, que tiene fama de ser un escritor muy autoexigente, puliría esos
relatos, impublicables durante el franquismo, hasta su versión final.
La familia de Zúñiga deja el barrio
de Prosperidad y en un piso de Bravo Murillo será donde el escritor pase los
tres años de la guerra, un tiempo que le dejará profundamente marcado. En 1938
será llamado a filas con la quinta de los jóvenes que cumplían entonces los
diecinueve años. Será su exagerada delgadez y sus gafas lo que haga que no sea
enviado al frente. Sí que tenía que acudir cada mañana a la Comandancia para
recibir una instrucción. Esta experiencia le llevará a escribir su primera
novela corta (rescatada ahora por Cátedra), titulada Inútiles totales.
También nos hablará de la gestación
de la novela El coral y las aguas,
que escribió en el desaparecido Café Michigan. Zuñiga quiso alejarse del
realismo social de aquellos años, escribiendo en clave sobre los abusos del
franquismo, y así trasladó su historia a una isla de la Grecia clásica. Aunque
la novela la publicó la editorial Seix
Barral pasaría sin pena ni gloria porque nadie entendió bien el juego de
crítica de la realidad que planteaba su novela histórica.
Zúñiga no habla de modo directo del
franquismo, sino ‒como aprendió de los rusos‒ de un modo elusivo, pero de puntillas
se va filtrando la situación económica (su familia cayó en desgracia tras la
guerra) y las duras condiciones morales de la época. Nos hablará también de las
tertulias a las que empieza a acudir y de la gente que conocerá en ellas, y de
las precauciones que tienen que tomar ante los confidentes de la policía
política que pululaban por esos espacios.
Zúñiga es un escritor profundamente
madrileño y, sin embargo, estas memorias, estos Recuerdos de vida, acaban pareciendo estar escritos por un escritor
de un país del Este, un escritor que ha de enfrentarse al silencio de su
régimen dictatorial durante unas décadas oscuras.
Recuerdos de vida es un libro
bellísimo, de una vitalidad envidiable en un escritor que ha madurado estas
escasas páginas durante la última década de su vida, que llegó a los ciento un
años. Un libro que nos recuerda el poder balsámico de la literatura y la
cultura, sobre todo durante los años más difíciles.
A ver si me acerco pronto al libro
de Cátedra con las dos novelas iniciales de Zúñiga, que tienen muy buena pinta.
Diría que por no haber destacado en el género de la novela, sino en el del
cuento, que es más minoritario, Zúñiga no es un autor tan conocido como
debería. Es uno de los grandes autores españoles de los últimos cien años, todo
un maestro.
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