Soy un gato, de Natsume Soseki
Editorial Impedimenta. 646 páginas. 1ª
edición de 1905, ésta es de 2010.
Traducción de Yoko Ogihara y Fernando
Córdoba
Después de leer tres libros casi
seguidos de Kenzaburo Oé, me
apeteció seguir con escritores japoneses. En la lista que elaboré, Natsume Soseki (Tokio, 1867 – 1916)
ocupaba un puesto importante, ya que se trata de uno de los autores más
reputados y leídos de Japón. Además se considera que introdujo a su país en la
modernidad literaria. De hecho, como ocurrió con Benito Pérez Galdós en España, en los billetes de 1.000 pesetas, el
rostro de Soseki ha aparecido durante muchos años en los billetes de 1.000
yenes.
«Soy un gato, aunque todavía no
tengo nombre.» es la primera frase del libro. Este gato anónimo va a ser el
particular narrador de la novela, que inicialmente se publicó por entregas en
una revista satírica. El gato nos va a empezar contando cómo llega a la casa
del maestro Kushami, una familia de clase media compuesta por el maestro, su
mujer y dos niñas pequeñas. En la casa también vive (o trabaja) la sirvienta
Osan, con la que el gato no acabará nunca de llevarse bien, porque a ella no le
gusta él.
El maestro va a recibir en su casa a
diversos visitantes. Uno de ellos es Meitei, que es propenso a tomarles el pelo
a los demás, haciéndoles creer historias inventadas. Otros es Kangetsu, que es
más joven que los dos anteriores, y fue alumno de Kushami. En el presente
narrativo de la novela, Kangetsu está haciendo un doctorado en la universidad
de ciencias Físicas, donde principalmente se dedica a pulir bolas metálicas,
tarea que puede llevarle años hasta que consiga su deseado título de doctor. A
Kangetsu también le ha salido una oportunidad matrimonial con la hija del señor
Kaneda, un acaudalado hombre de negocios. Kushami desprecia a los hombres de
negocios, ya que se considera a sí mismo un intelectual. Y este desprecio ‒y
las venganzas que propiciará por parte de Kaneda‒ va a generar algunas de las
escenas cómicas de la novela. De telón de fondo histórico, tenemos la guerra
ruso-japonesa, que tuvo lugar entre 1904 y 1905, y terminó con victoria
japonesa.
Soseki quiso realizar en esta obra
inaugural una crítica social a la era Meiji, que abarca desde 1868 hasta 1912,
un periodo que casi coincide con su vida. Este periodo histórico de Japón se
caracterizó por la modernización del país y también por su occidentalización.
Soseki mantuvo una relación ambigua con Occidente, puesto que él estudió en la
universidad Lengua Inglesa, y conocía la cultura británica y su literatura,
pero también era un gran admirador de la poesía tradicional china y de los
haikus, los poemas breves japoneses. En 1900 el gobierno japonés le concedió
una beca y pasó tres años en Londres. En Inglaterra sufriría muchos choques
culturales y soledad. Fue un periodo de su vida en el que principalmente estuvo
en bibliotecas públicas, leyendo a autores ingleses, que acabaron influyendo en
su obra, como Laurence Sterne con su
novela Vida y opiniones del caballero
Tristam Shandy, que se cita en Soy un
gato.
Principalmente el gato nos mostrará
las conversaciones que el maestro tiene con sus amigos. En más de un caso, son
conversaciones extensísimas, que se adentran en el absurdo. Un efecto, este de
reflejar el absurdo, que busca la comicidad. También estas conversaciones
muestran el conservadurismo de los personajes, que temen que las nuevas
generaciones de japoneses pierdan las costumbres de sus antepasados y el
respeto a los demás. «Al final puede que la sociedad entera no sea más que una
especie de congregación de lunáticos, formada por miles de chalados, cada uno
con su obsesión particular.» (pág. 487) o «Entre los humanos hay un dicho:
“Amarás a tu prójimo mientras puedas sacar provecho de él.”» (pág. 434)
Más que las páginas que recogen las
conversaciones entre los personajes humanos, me gustan aquellas en las que se
muestran las andanzas del gato, que visita a otros gatos del vecindario, o se
adentra en la casa de Kaneda, el enemigo de su dueño, para averiguar cómo vive.
También habrá un día en el que seguirá al maestro hasta unos baños termales y
nos mostrará cómo son. Sin embargo, la mayoría de las páginas reflejan las
conversaciones que el maestro mantiene con sus visitas, y diría que muchas de
ellas sobran, porque las bromas sobre el absurdo de la realidad se alargan de
forma innecesaria, sin asomo de tensión narrativa.
Me gusta el episodio en el que se
narran los conflictos que el maestro tiene con los estudiantes adolescentes de
un colegio cercano que, de forma continua, se cuelan en su jardín y que,
además, disfrutan provocándole para que se salga de sus casillas. Aquí Soseki
hace una simpática crítica de costumbres sobre la mala educación de los jóvenes
y la terquedad y simpleza del maestro. En realidad, en la figura del maestro
Kushami, Soseki se está burlando de sí mismo. Los dos comparten algunas
características, como la de ser maestros de inglés, o la de lucir un gran
mostacho. También el maestro está aquejado de dispepsia (o dolor de estómago),
unos dolores que debían acompañar al autor, ya que murió en 1916, a los
cuarenta y nueve años, por una úlcera de estómago.
Este capítulo, en gran medida, queda
desvinculado de la estructura general de la novela, como si se tratase de una
novela dentro de la novela, con su particular estilo narrativo. En realidad, Soy un gato parece un banco de pruebas
para el narrador que será más tarde Soseki.
Hay momentos en los que parece que
Soseki se olvida de que el narrador de la historia es el gato, y el lector tiene
la sensación de estar leyendo una novela omnisciente, ya que nuestro gato sin
nombre es capaz de citar a Balzac o a los clásicos griegos, en sus reflexiones,
en sus ligeras críticas a la condición humana. De hecho, es asombrosa la
influencia de la cultura clásica europea sobre Japón, o al menos sobre el Japón
que Soseki refleja en esta novela. En algún momento, pensaba que a pesar de que
el lector tiene que hacer el pacto con el autor de que el narrador de la
historia es un gato, que puede reflejar las conversaciones humanas, puede leer
cartas o diarios y tiene el discernimiento suficiente como para juzgar a los
humanos, este gato hacía reflexiones que no justificaba su experiencia vital
«como gato doméstico». Por ejemplo, en la página 347 empiezan siete páginas en
las que el gato describe la historia del vestido moderno que, para mí,
simplemente sobraban en la novela. Creo que el propio Soseki, en algún momento
de la escritura del libro, se da cuenta de este problema de verosimilitud del
que estoy hablando, y en la página 488 el gato dice: «Poseía, por ejemplo, el
don de adivinar los pensamientos de la
gente. ¿De dónde me venía este don? No merece la pena romperse la cabeza para
hallar la respuesta. El hecho indiscutible es que poseía esa cualidad, y
punto.»
El gato también nos expone
reflexiones metaliterarias, y se dirige a «sus lectores» o en la página 225
dice: «Soy partidario del estilo descriptivo y realista de la literatura.» o en
la página 417: «Constituye la esencia del carácter del maestro, y es su
peculiar carácter el que le ha convertido durante estos meses en un conocido
personaje de una novela cómica por entregas».
Como curiosidad me gustaría apuntar
que Soy en gato está publicado ahora
mismo en España en tres editoriales, con tres traductores diferentes (Trotta,
Alianza e Impedimenta). Yo solo he leído la traducción de Impedimenta y me
parece un gran trabajo, pero tengo la sensación de que la belleza de su portada
ha contribuido en gran medida a su éxito comercial. Una compañera del colegio
en el que trabajo me vio con el libro y me dijo que ella lo había leído. Lo
había comprado por la portada y porque es amante de los gatos. A ratos la
lectura le aburrió, me contó, pero luego cerraba el libro, miraba la portada y
seguía.
Como ya he apuntado, creo que Soy un gato es una novela simpática, con
momentos brillantes, pero a la que le sobran páginas; sobre todo, aquellas en
las que las conversaciones entre el maestro y sus amigos se alargan sin fin. A
veces, también, hay hilos narrativos que se agotan enseguida y quedan
inconclusos. Todo esto muestra que Soseki escribía su novela por entregas a
impulsos variables, sin pensar de forma precisa en una estructura narrativa
clara. Mientras escribo esta reseña, estoy acabando Botchan, la segunda
novela de Soseki, que se publicó en 1906, y que me está gustando bastante más.
Ya hablaré de ella.
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