A orillas del mar, de Abdulrazak Gurnah
Editorial Salamandra. 348 páginas. 1ª edición de 2001; ésta es de
2022.
Traducción de Patricia Antón de Vez y Rita da Costa
Hace unos meses leí Paraíso
(1994) de Abdulrazak Gurnah
(Zanzíbar, Tanzania, 1948), primero de los libros del último Premio Nobel de
Literatura 2021 que había rescatado la editorial
Salamandra. Ya comenté que me gustó ese libro; sin llegar a deslumbrarme,
tampoco. Sé que hay lectores que esperan que el Premio Nobel premie la
excelencia literaria absoluta, pero yo, a estas alturas, me conformo con que me
descubre a un buen escritor. Y esta labor se cumplió con la lectura de Paraíso, una historia de África contada
desde el punto de vista de los africanos.
Así que como la lectura de Paraíso me había parecido una buena
experiencia, cuando la editorial Salamandra sacó a principios de 2022 un nuevo
libro de Gurnah, A orillas del mar (2001), me apeteció solicitárselo para poder
leerlo y comentarlo.
Si bien la acción de Paraíso se desarrollaba en África ‒en
Tanzania, concretamente‒ a principios del siglo XX, la de A orillas del mar transcurre en Gran Bretaña, a finales del siglo
XX, y serán los personajes africanos los que rememoren, desde la vida en la
antigua metrópoli, su pasado en Tanzania.
La novela comienza con Saleh Omar,
un tanzano de sesenta y cinco años, arribando en el aeropuerto de Gatwick, en
Inglaterra, con un nombre falso y fingiendo que no sabe hablar inglés, pese a
haberse educado en un colegio británico. Las autoridades de inmigración querrán
devolverle a su país de origen, pero Omar enuncia la palabra «refugiado», la
única que parece querer hacer ver que conoce del inglés. Omar sabe que el
gobierno británico otorga la condición de refugiado a cualquier persona que
llegue al país del lugar del que él viene y aduzca que su vida corre peligro.
Entre la persona que interroga a Omar en el aeropuerto y Omar se produce el
primer choque cultural. A pesar de que Omar le ha indicado que no habla inglés,
el encargado de los pasaportes no podrá resistirse a ofrecerle una charla
condescendiente en la que cuestionará su condición de refugiado. Para este
vigilante de las fronteras europeas (a pesar de ser de origen rumano), Omar es
demasiado viejo para iniciar una nueva vida en Europa y ha cometido un error;
mucho mejor sería para él volverse a la tierra de la que ha salido. Aunque a
este hombre no le quedará más remedio que sellar el pasaporte de Omar con la
marca que le permitirá permanecer en Reino Unido, no podrá resistirse a una
pequeña ruindad: requisarle (o más bien robarle) un pequeño cobre de caoba que
contiene oud-al-qamari, una especia olorosa, que se convertirá en un símbolo de
la rapiña que durante siglos Europa ha ejercido sobre sus colonias. «El mundo
entero se había sacrificado por los valores europeos, las más de las veces sin
alcanzar a disfrutarlos.» (pág. 25). Sin embargo esa cajita de caoba con una
especia guarda el único recuerdo que Omar se ha querido traer de África, y nos
empezará a narrar cómo llegó a él. Esta primera analepsis de la novela
‒mientras Omar espera el sello en su pasaporte‒ contendrá algunas de las claves
de la historia que Gurnah quiere contarnos, una historia sobre el pasado
colonial de Zanzíbar, pero también sobre las personas africanas que la poblaban
y sus conflicto y envidias.
Omar pasará a vivir a un campo de
refugiados, a un hostal en una pequeña ciudad al sur de Inglaterra, y luego a
un apartamento que le suministrará una asociación de ayuda a los refugiados.
Omar habrá de confesarse ante Raquel, y decirle que en realidad sí sabe hablar
inglés, que ha fingido que no porque la persona que le vendió el billete de
avión en Zanzíbar le sugirió que así lo hiciera, sin aclararse exactamente qué
ventaja puede tener esto para él. Sin embargo, Rachel ya se ha preocupado de
buscar a otro inmigrante de Zanzíbar que puede hacer de intérprete de Omar. Esta
persona será Latif Mahmud, profesor en una universidad de Londres y poeta.
Rachel, que en principio se ha enfadado con Omar, entenderá sus motivos. Omar
se sorprende porque conoce a Latif de Zanzíbar, y el encuentro entre los dos
hombres, y su narración de los hilos del pasado que los atan, constituirán el
núcleo narrativo de la novela.
La novela consta de tres partes. La
primera está narrada por Omar, que cuenta de un modo autoconsciente,
dirigiéndose a un interlocutor indefinido. «He aquí la historia del mercader
que me conseguía el oud. La contaré como sigue.» (pág. 30), no mucho después
nos dirá que no sabe a quién puede interesarse su historia, pero el lector no
tendrá la sensación de que la está escribiendo para, tal vez, ser leída, sino
que la está rememorando mientras mira el techo de su nueva habitación en
Inglaterra.
El narrador de la segunda parte será
Latif, quien nos hablará de su pasado en Zanzíbar y de cómo consiguió llegar
hasta Londres. Si bien, Omar nos ha contado en la primera parte que recibió una
beca de estudios que le llevó a Nigeria, y esta parte me gustó, quizás algunas
de mis páginas favoritas de este libro son aquellas en las que Latif nos habla
de su beca de estudios en Alemania Oriental. Son páginas originales y
sorprendentes, mostrando la mirada de un africano sobre un país comunista,
detrás del Telón de Acero.
La tercera parte está narrada, de
nuevo, por Omar, y en ella, principalmente, se recogen algunas conversaciones
que éste tiene con Latif. De un modo lejano, y algo confuso, Omar y Latif están
emparentados, y han compartido una historia común que, en gran medida, les ha
llegado a su situación actual de refugiados en Reino Unido. En varios momentos
se evoca Las mil y una noches, libro con el que parece indicarnos Gurnah
que guardan relación las historias que Omar cuenta a Latif, y las versiones que
da éste último de ellas. Uno de los puntos claves de estas historias es la
posesión de una casa en Zanzíbar, una casa a orillas del mar, que los dos, pero
sobre todo, Omar, parecen relacionar con la calma y la felicidad del pasado. La
posesión de esa casa, mediante bodas y herencias, va a enredar la historia en
la que ambos personajes quedan relacionados.
Me ha llamado la atención que,
quitando la excepción de Las mil y una
noches, muchas de las referencias culturales, y literarias, de la novela
son occidentales. Así, por ejemplo, Omar cita varias veces a Bartleby,
el escribiente, el cuento de Herman
Melville. En este sentido, en la página 161, leemos, por ejemplo: «Me hacía
pensar en aquella escena de Rojo y negro
en la que Julien se aloja en casa de la duquesa prácticamente convencido de que
heredará su fortuna (…) ¿O ese incidente aparecía en La feria de las vanidades?»
Ya en la primera parte Omar le
contará al lector que ha estado en la cárcel en su país, pero no será hasta el
tramo final de la novela que se rebelen los detalles de ese suceso.
Una vez que los británicos dejan
Tanzania, Omar nos hablará de que el gobierno de la nueva nación independiente
se hizo socialista y se acercó a los países del Bloque del Este, dentro del
contexto de la Guerra Fría. El nuevo gobierno, nos contará Omar, empezó a
detener a la gente por miles. En algunos casos, a opositores políticos, pero en
otros por rencillas personales, por puro abuso de poder. Y al leer sobre estos
abusos de poder a los que se vio sometida una parte de la población civil, he
sentido A orillas del mar vinculada
con las primeras novelas de Milan
Kundera, con novelas como La insoportable levedad del ser o La
broma, donde se denuncia el peso de los regímenes totalitarios sobre
los individuos.
La mirada que nos propone Gurnah
sobre África me ha parecido muy original. Me gustó Paraíso, que, como dije, habla de africanos en África, y me ha
gustado más A orillas del mar, sobre
africanos en Europa. En cualquier caso, los dos textos se complementan muy
bien. En algún momento he mantenido la conversación ¿qué podemos esperar de un
premio Nobel, el premio literario más prestigioso del mundo? Creo que el premio
Nobel a Gurnah nos ha acercado a un gran escritor, que había pasado, al menos
en el mundo hispano, bastante desapercibido y esto está muy bien.
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