Nanina, de Germán García.
Editorial FCE. 297 páginas. Primera edición de 1968, esta de 2011.
Durante las pasadas vacaciones de
Navidad leía el volumen Cuentos completos de Edgar Allan Poe. A principios de año,
cuando ya había leído la mitad del libro, me apeteció hacer un alto en esa
lectura de casi 1.000 páginas y, aprovechando que estaba por Moncloa, me pasé
por la librería Juan Rulfo con la
intención de comprar algún libro de literatura latinoamericana. Me acabé
decidiendo por una novela que tenía la peculiaridad de que la podía encontrar
allí, en la Juan Rulfo (perteneciente a la editorial mexicana FCE), pero
difícilmente en otra librería de Madrid.
El nombre de Germán García (Junín, Argentina, 1944-Buenos Aires, 2018) me sonaba
por haber hojeado los libros que tiene publicados en la editorial argentina Ediciones de la Flor, pero realmente me
decidí por este libro porque pertenece a la Serie del recienvenido, una colección de rescates que el FCE
encargó a Ricardo Piglia. De esta
serie había leído con anterioridad Hombre en la orilla, un libro de
cuentos de un joven Miguel Briante
(cuando publica el libro, Briante tiene veinticuatro años), que me pareció un
gran libro. Hombre en la orilla se
publicó en 1968, el mismo año que Nanina.
Los dos escritores, Briante y García, han nacido el mismo año (1944), aunque
según las solapas de sus libros el de Briante se publicó cuando tenía
veinticuatro años, y el de García cuando tenía veintitrés. Obviamente, pese a
esta diferencia de meses, los dos pertenecían a la misma generación de
escritores argentinos. En el caso de García, Nanina era su primera novela.
Cuando se publicó Nanina en 1968 agotó cuatro ediciones en
tres meses y poco después fue prohibida por la dictadura de Juan Carlos
Onganía, que además quería meter en la cárcel a García, algo que al final no
ocurrió. Al parecer, cuando en 2011 Piglia hace el rescate de esta obra era un
libro inencontrable en Argentina, pese a ser un mito literario.
He leído una entrevista a García en
la que éste afirma lo siguiente: «La secuencia argumentativa de Nanina no era muy interesante: cómo
alguien pasa de ser un púber a ser un adolescente, y cómo en ese trayecto va
surgiendo un pasado infantil. Necesitaba darle un ritmo que para mí mismo fuera
legible. El libro no tiene una estructura novelística. Es algo que aprendí de
Henry Miller».
Nanina es una
novela de formación, protagonizada por un joven que en el tiempo narrativo de
la historia tiene poco más de veinte años, y que irá evocando su pasado en la
ciudad de Junín (lugar de nacimiento del autor) y su llegada a Buenos Aires. El
protagonista de la novela es Leopoldo García. El apellido coincide con el del
autor, y Leopoldo es su segundo nombre real. Así que Germán García se propuso
jugar en su primera novela a la autoficción.
En cierto modo, esta novela de
formación me ha recordado a La senda del perdedor de Charles Bukowski. Las dos novelas
hablan de un joven de clase humilde, con un padre no demasiado equilibrado (muy
exigente en el caso de Bukowski y alcohólico en el de García); las dos hablan
del despertar al sexo y presentan el mundo del trabajo como un aparato infernal
del que los protagonistas necesitan huir; el camino de huida que encuentran en
ambos casos es el de la biblioteca y la escritura.
Es cierto que la novela de Bukowski
se estructura de una forma más lineal y para el lector es más fácil, gracias a
esta estructura sencilla, acercase a las desventuras de Chinaski (el alterego
de Bukowski). La novela de Germán García dibuja diferentes escenas de la vida
del joven Leopoldo desde su llegada a la gran ciudad de Buenos Aires, donde
sueña con labrarse un futuro como escritor, pero que en el corto plazo le exige
buscarse la vida en cualquier ocupación desagradable (lógicamente este
planteamiento también se parece al de las novelas de John Fante, uno de los grandes modelos de Bukowski). Leopoldo nos
irá hablando de su pasado en Junín, desgranando escenas de su infancia y
adolescencia. Como el propio García comentaba en la entrevista que he citado
más arriba, su novela avanza, en gran parte, a trompicones, enlazando recuerdos
más o menos lejanos del tiempo narrativo de la novela.
La poesía contenida en algunas
escenas, en las que se evoca la infancia, me ha recordado al lirismo
melancólico de los poemas de Jorge
Teillier. Las escenas en las que Leopoldo empieza a trabajar en una fábrica
me han parecido muy vivas, con una esencia política nada explícita. En general,
me han gustado más y me han parecido más auténticas las escenas que describen
la vida del narrador en Junín (y por tanto que hablan de la infancia y la
adolescencia), que las de su vida en Buenos Aires.
Imagino que algún lector se habrá
preguntado al leer esta reseña por qué se prohibió el libro en la Argentina de
1968 y por qué se quiso encarcelar a su autor. La acusación sobre la obra sería
de obscenidad. García describe de forma explícita la iniciación sexual del
narrador. En gran parte, como ocurrirá con Bukowski, la descripción de las
escenas sexuales será vital y en gran medida sucia y frustrante. Se hablará
también de masturbaciones clandestinas y abusos sexuales en el colegio. Acabo
de comprobar que La traición de Rita Hayworth de Manuel Puig también se publicó por primera vez en 1968, y no me
atrevo a afirmar que García hubiese leído a Puig y se hubiera visto
influenciado por él, porque no sé realmente qué libro apareció en el mercado
primero, pero sí que siento una intensa conexión entre las dos propuestas: en
su mirada infantil del pueblo detenido en la provincia, con su doble moral, y
la mirada desprejuiciada sobre la infancia y el despertar sexual. En ambos
libros se describen, o insinúan, abusos homosexuales en el colegio; de forma
más explícita en Nanina. Si bien los
recursos narrativos utilizados son diferentes, ya que mientras Puig eligió una mezcla
posmoderna de recursos narrativos en principio menores (la radio, el cine…),
García elige la intensidad de una primera persona muy lírica y descarnada.
Mediante el término «Nanina», García
personifica la pureza de la infancia perdida. Así describe Leopoldo a su madre:
«El tiempo te absorbía fugaz y anónimo dejándote las arrugas por tu cuenta, los
horarios de esclavos por tu cuenta, las botellas vacías por tu cuenta: fuiste
demasiado grande para recorrer los caminos de Nanina» (pág. 14).
El lenguaje de Nanina es muy potente y poético, sin caer nunca en lo cursi;
poético y descarnado, por extraña que suene esta combinación de adjetivos. Me
ha llamado la atención un recurso de estilo, que si bien en principio podría
tomarse por un error, o un descuido, al ser reiterado y buscado se convierte en
un rasgo más de la propuesta: en la narración García «juega al juego» de la
repetición de vocablos. Así por ejemplo podemos leer expresiones como «propagar
propaganda» (pág. 127), «me parto en dos, parto» (pág. 128), «al reventar
reventarán» (pág. 170), «se introduce en introducción» (pág. 211) o «terminamos
terminando».
Al hablar de Nanina he citado a
autores como Charles Bukowski, John Fante y Manuel Puig. Creo que voy a seguir
añadiendo nombres: este libro también me ha recordado las narraciones de Haroldo Conti, otro escritor que
poetizaba sobre la provincia argentina. Y el lirismo triste de ambos nos lleva al
escritor italiano Cesare Pavese, del
que tanto como Conti como García han bebido. En las décadas de 1950 o 1960
Pavese fue un autor muy leído y reputado.
He disfrutado bastante de la lectura
de Nanina de Germán García, otro de
esos clásicos de la literatura argentina del siglo XX que no conocía hasta que
entré, a principios de enero, en la librería Juan Rulfo, y al que he podido
llegar gracias al buen gusto de Ricardo Piglia. He estado mirando la página de
FCE sobre la colección de rescates Serie del recienvenido. A Piglia le dio
tiempo a elegir trece títulos antes de morir. Ya he leído dos de ellos (Hombre en la orilla y Nanina) y los dos –desconocidos hasta
entonces– me han parecido muy buenos. Un hipotético plan de lectura sería
completar toda la serie. Estoy seguro de que los libros elegidos por Piglia no
me van a decepcionar.
Exelente reseña David! Otra colección muy buena que te recomiendo son Los rescatados de Abelardo Castillo, editado por Capital Intelectual. Un abrazo!
ResponderEliminarHola Cristian: la verdad es que tengo ganas de leer los Rescatados de Piglia, y a Aberlardo Castillo también me apetece leerlo. Tengo un libro en casa con un cuento suyo. A ver si me pongo.
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