De Las varonesas me habló
este último verano el lector santaferino del blog que firma como Criticón, y que en realidad se llama Ignacio Luccisano, el mismo que me
envió unas fotos de Santa Fe (Argentina) para poner imágenes a las calles de
los personajes de Juan José Saer.
Ignacio me comentaba que en 2015 se había reeditado en Argentina este libro
inencontrable allá y que fue publicado por primera vez en la Barcelona de 1978.
Me decía además que Las Varonesas fue elogiado por Roberto Bolaño y me dejaba (en una entrada de Jorge Ibargüengoitia) un enlace al gran blog La biblioteca de Asterión
(ver AQUÍ). Esta entrada del crítico Guillermo
Belcore comienza diciendo: “¿Cómo funcionan en la Argentina los mecanismos
de consagración literaria? ¿Por qué tantas obras excelentes se hundieron en el
olvido? ¿Por qué la crítica periodística y académica festeja fruslerías
brevísimas, piezas de época intrascendentes, como si de un Borges se tratase?
¿Son hoy el amiguismo, el esnobismo y las teorías descabelladas provenientes de
Francia los únicos parámetros de legitimación? Las preguntas brotan
naturalmente desde la lectura maravillada de Las Varonesas.”
Como bien dice Belcore en la
entrada de su blog, Bolaño habla de Catania en la página 54 de Entre
paréntesis; en un artículo titulado Exilios y que
probablemente escribió en los años 90 del siglo XX, cuando aún no estaba
generalizado el uso de internet y por eso, imagino, Bolaño recuerda mal el
nombre de Carlos Cantania (Santa Fe,
Argentina, 1931) y le llama Cataño. Escribe Bolaño: “... El narrador argentino
Cataño, creo que ése es su nombre aunque no estoy seguro, autor de una novela
notable y olvidada: Las Varonesas,
editada en Seix Barral a finales de los setenta, se marchó a Costa Rica, en
donde estuvo viviendo hasta el triunfo de la revolución sandinista, tras lo
cual se fue a Managua… ¿Dónde está Cataño ahora? No tengo ni idea. Sólo leí de
él una novela. Espero que siga escribiendo”
Las Varonesas se editó en Barcelona en 1978 y en su momento recibió
buenas críticas en España. Sin embargo, la novela no se pudo distribuir en
Argentina porque el país estaba inmerso en la dictadura de Videla y los temas
tratados por Catania en este libro –principalmente el incesto y las guerrillas
hispanoamericanas- no pasaron la censura militar. Catania, como nos contaba
Bolaño, emigró (o se exilió) a Costa Rica, y por lo que sé (me lo ha contado
Ignacio Luccisano) Catania reside ahora, de nuevo, en su Santa Fe natal.
Desarrolló gran parte de su carrera artística (ha escrito dos novelas más, tres
libros de cuentos, una veintena de obras de teatro, y ha sido director de cine)
en Costa Rica.
Catania tardó en escribir esta
novela cinco años. Desde las primeras páginas observamos que, como otros
grandes escritores hispanoamericanos de la época, ha asimilado las técnicas de
la narrativa del siglo XX que provienen del mundo anglosajón, principalmente de
William Faulkner y de James Joyce. La novela comienza con
Alfredo, su protagonista, jugando al billar en un bar de Santa Fe, y mientras
juega recuerda: su paso por un colegio de curas y su relación con Aldo, su
amigo de la infancia; además de momentos que ha compartido con su hermana
Adela. La narración salta de una escena a otra (presente narrativo en el bar o
pasado con Aldo o Adela) con absoluto afán de continuidad en el texto, como
proponía Faulkner en obras como El ruido y la furia, algo que sería
un recurso muy usado por el Mario Vargas Llosa de sus primeros
libros (La ciudad y los perros o La casa verde ahondan en ello).
El ambiente familiar descrito por
Catania para la casa de Alfredo es asfixiante: después de la muerte de la madre,
los cuatro hermanos (Alfredo, el escritor nihilista; Adela, la estudiante de
filosofía; Lucía, la beata que escribe un diario; y Patricia, la niña de tres
años que habla con los animales) viven (el padre decidió vivir solo en Santa
Fe) en una casa familiar ubicada en una de las islas de los riachos del río Paraná,
con un jardín plagado de estatuas a las que llaman “Las Varonesas”, y que hacen
referencia a las mujeres de la familia (con aspecto hombruno o de varón).
Alfredo quiere ser escritor y
reflexiona sobre lo que llama “la teoría del Error”, un texto en realidad
elaborado por el niño que fue su único amigo, Aldo. Alfredo además mantiene
relaciones sexuales con su hermana Adela, algo que crea un vínculo muy estrecho
entre los dos, pero que también los atormenta. El personaje torturado y
nihilista de Alfredo tiene algo de Erdosain, el personaje de Los siete locos, la gran novela de Roberto Arlt.
Las pasiones –sobre todos los
celos- se desatan en la primera parte de Las
varonesas, lo que conducirá al asesinato.
Además de cambiar de escena en el
mismo párrafo del texto, como ya apunté antes, otro de los recursos de los se
sirve Catania es el de escribir en tercera persona pero ceder la voz narrativa
a la primera persona de los personajes cuando le apetece. También, en la
primera parte podemos leer páginas de los diarios de Lucía, la hermana mayor,
una persona inocente, conservadora, que no acaba de entender la extraña
relación que une a Alfredo y Adela.
Al comenzar la segunda parte – en
la página 123- tenemos la sensación de que hemos comenzado a leer una novela
nueva. Ahora un narrador, en principio innominado, le cuenta a otra persona
(por los giros lingüísticos y los comentarios el lector llega a saber que ambos
son argentinos) su experiencia como guerrillero en Guatemala. Sobre todo se nos
hablará de El Castor, un guerrillero mítico. Aquí (algo que se repetirá en la
quinta parte del libro) resultan espeluznantes las descripciones de las
torturas a las que el ejército guatemalteco somete a los guerrilleros que
captura. Me atrevería a decir que este libro supera en descripción macabra de
la tortura a las páginas de La fiesta del Chivo de Mario Vargas Llosa. Esta guerra sucia
que partió, pasada la mitad del siglo XX, de las cloacas de los estados
hispanoamericanos se convierte en uno de los ejes centrales del libro.
Además de esta violencia física
de las torturas otro de los motores del libro es el de la sexualidad sin
filtros morales. Es, por tanto, Las Varonesas, una obra de trasfondo
denso, oscuro.
Debería decir, desde ya, que Las Varonesas no es una obra de cómoda
lectura. Su ambición es grande y esto hace que necesite de un lector atento, de
un lector que quiera adentrarse en la espesura, en ocasiones asfixiante de sus
páginas. Así alcancé la tercera parte, ya en la página 247, sin saber aún si la
primera parte estaba conectada con la segunda. Pero como era lógico y como
llevaba tiempo sospechando, así era: Julián Brocca, que se presenta en esta
tercera parte como técnico de la municipalidad en la casa de la isla, que
investiga sobre los daños causados a la propiedad por las últimas inundaciones,
y que acabará manteniendo una relación sexual con Lucía, será el guerrillero
argentino que le narraba al segundo argentino (que no es otro que Alfredo) sus
aventuras en Centroamérica.
Además del diario de Lucía, en
otras páginas podemos asistir a los diálogos interiores. de Patricia (la
hermana pequeña, de tres años) con los animales de la isla, o leer las cartas
que una joven centroamericana, llamada Ciomara, que se decida a viajar por el
mundo, se intercambia con Alfredo. El libro acabará con Alfredo conociendo a
Ciomara y viajando con ella a su gran casa familiar en Guatemala. Allí Alfredo
tendrá ocasión de conocer de primera mano a los compañeros de armas de Julián
Brocca.
En algún momento se habla del reciente
golpe de estado en Chile, así que lo lógico es pensar que la acción de la
novela se sitúa más o menos en 1974.
Me ha resultado curioso, y no
quiero dejar de señalarlo, que Catania centra gran parte de su historia en la
ciudad de Santa Fe, para mí, hasta ahora, territorio literario de Juan José
Saer, y que me ha resultado llamativo que, de repente, los personajes de
Catania crucen el puente colgante de las novelas de Saer, visiten el Yacht Club
o se acerquen a Rincón.
No sé si Saer y Catania llegarían
a conocerse, pero me encanta pensar que sí que ocurrió, que ambos fueron amigos
y que en alguno de los bares de la ciudad (tan mítica) hablaron en su juventud
de las obras que iban a escribir.
Violencia estatal, incesto,
asesinatos, celos incontrolados, existencialismo nihilista… A través de las
innovaciones formales de Faulkner o Joyce para tratar de concebir una novela
total, Catania consigue escribir esta suerte de ambiciosa novela que es Las
Varonesas, un libro en el que si bien, como ya he apuntando, cuesta en
algún momento entrar, y requiere de un lector paciente y colaborar, también
debemos decir que, como apunta Guillermo Belcore –el crítico literario que
lleva el blog La biblioteca de Asterión-,
Las Varonesas es una obra bastante destacable
dentro del canon de la novela argentina, una obra injustamente olvidada.
Edición de Las Cuarenta, 2015 |
Yo señalaría que el impacto de El
traductor de Salvador Benestra
–otra obra injustamente olvidada de la narrativa argentina, que se ha rescatado
recientemente- ha sido más grande para mí que el de Las Varonesas, pero sé, sin duda, que este libro puede codearse, en
ambición y calidad literaria, con otros de la época del boom hispanoamericano que ahora aparecen en los textos de historia
de la novela, de los que Catania ha sido excluido injustamente.
Gracias a que Guillermo Belcore
leyó el comentario que Roberto Bolaño dejó en Entre paréntesis sobre
Catania, que buscó la edición de Seix Barral de Las Varonesas y
percatándose de la importancia de esta novela olvidada convenció al editor Néstor González para que la reeditara
en 2015 en la editorial Las Cuarenta,
ahora pueden disfrutar de ella los lectores argentinos (aunque uno de ellos me
comentó en Facebook que la novela le salía muy cara en su provincia).
Si usted es un lector español del
blog y le interesa esta novela está de suerte: se puede conseguir en Iberlibro
la primera edición (1978) de Seix Barral (yo la conseguí por 4 € y sin gastos
de envío). También puede ser que este libro, que el gran crítico literario
argentino Guillermo Belcore llama “la Gran Novela (argentina) de los Setenta”,
en España tan sólo me interese a mí. Y tan feliz, como decía George Orwell: «No
importa ser una minoría de uno si tienes razón».
Claro que Catania y Saer fueron amigos, e intimos. Y se vein con frecuencia no solo,para charlar de lo que estaban escribiendo, sino de todo, de la vida. Se siguieron viendo hasta los ultimos dias del Turco.
ResponderEliminarEstimado lector:
EliminarVaya, me alegra conocer el dato.
Si tiene más información, y le apetece dejarla aquí, yo estaría encantado de leerla.
Saludos
A mí también me entraron ganas, gracias por la recomendación, David, un abrazo.
ResponderEliminarHola Verónica:
EliminarPues en España parece bastante fácil conseguir la primera edición a bajo precio.
Saludos
Me has convencido. Pedido está.
ResponderEliminarHola José:
EliminarMe alegra que te interese este libro. Sin duda merece la pena. No te pierdas tampoco "EL traductor" de Salvador Benesdra, otro grandísimo libro olvidado.
Saludos
Dadas las conexiones con otras novelas que indicas, debe ser muy buena. No tardaré en leerla.
ResponderEliminarHola:
EliminarMe alegro de que pueda interesarte. Ya me contarás, y como le he dicho a José: lánzate también a por la de Benesdra.
Saludos
Soy el autor de Las Varonesas.Gracias,David. Observacion:la segunda parte transcurre en Guatemala,no en Nicaragua. Fuimos muy amigos con el turco Saer. Nos leiamos mutuamente lo que escribiamos. Un fuerte abrazo. Carlos Catania
EliminarHola Carlos:
ResponderEliminarQue gran honor que entre a comentar en el blog un autor como usted. Es todo un orgullo.
Ahora mismo corrijo lo de Guatemala.
Me alegra mucho pensar que Saer y usted fueron amigos. La verdad es que esto activa mi curiosidad.
Si me permite me gustaría proponerle algo: ¿le gustaría que le hiciera unas preguntas sobre su relación con Saer o sobre su relación con Las Varonesas en 1978 o en 2015 y publicarlo en el blog como una entrevista? Dentro de lo que humildemente pueda, me encantaría contribuir a la difusión de su obra.
Si le apetece, póngase en contacto conmigo. Mi correo es este david_p_l@hotmail.com
Reciba un cordial y admirativo abrazo.
David