Un lugar soleado para gente sombría, de Mariana Enriquez
Editorial Anagrama, 229 páginas. Primera
edición de 2024.
De
Mariana Enriquez (Buenos Aires,
1973) había leído, hasta ahora, su libro de cuentos Las cosas que perdimos en el
fuego (2016) y la novela Nuestra parte de noche (2019). Con
estas dos obras me lo he pasado muy bien. Estaba barruntando la idea de
acercarme a Los peligros de fumar en la cama (2009), el anterior libro de
cuentos de Enriquez, cuando vi el anuncio de que Anagrama publicaba una nueva
colección de relatos de esta autora titulada Un lugar soleado para gente
sombría (2024). Decidí pedírselo a la editorial, para poder leerlo y
reseñarlo y, ya de paso, les pedí también Los
peligros de fumar en la cama. El personal de prensa de Anagrama me envió
los dos y me siento afortunado por ello.
Un lugar soleado
para gente sombría
está formado por doce relatos, la misma cantidad de las dos colecciones de
cuentos anteriores de Enriquez.
Mis muertos tristes es el primer
relato. Empieza con la descripción de un barrio depauperado de Buenos Aires. Es
un comienzo que me recordaba al del primer cuento de Las cosas que perdimos en el fuego, que se titulaba El
chico sucio. Una mujer que vive sola empieza a escuchar los gritos de
su madre muerta; y también podrá ver a otras personas fallecidas. Y este
fenómeno no solo ocurre con ella, sus vecinos del barrio también empezaran a
tener que tratar con estos muertos. El cuento termina criticando esa manía de
la ultraderecha de culpar de los problemas sociales a los inmigrantes o a los
más desfavorecidos. Es un buen cuento. La sensación que tengo es que he vuelto
a abrir el libro de Las cosas que perdimos en el fuego, que ha aumenta ahora su
número de relatos. Es decir, Mariana Enriquez ha encontrado una fórmula de
éxito y va a seguir explotándola en este libro. Enriquez, a través de los
mecanismos del género fantástico y de terror, va a mostrar, siendo crítica, las
contradicciones y los problemas de la sociedad en la que vive.
Los pájaros de la noche es el segundo
cuento, y aquí la narradora es una adolescente que nos va a hablar de su
hermana mayor y de sus padres. Como en otros cuentos de Las cosas que perdimos en el fuego, ahora nos hemos trasladado de
Buenos Aires al Paraná. «Tengo una enfermedad cuyo síntoma principal es que la
piel se pudre, como si estuviera muerta. Por suerte no huele, es solo el
aspecto verdegrís lo impresionante, y que, de vez en cuando, se cae y voy dejando
jirones de mí misma por la casa.» (pág. 35). Diría que en este nuevo libro,
Enrique ahonda más en los temores a la descomposición del propio cuerpo, porque
esta idea aparece en más relatos. En la región en la que vive la familia hay
muchas leyendas sobre pájaros: «Todos los pájaros son mujeres que han recibido
un castigo», y pasará a hablar de estos mitos de Misiones, Corrientes o Entre
Ríos: las mujeres que desobedecen, que tienen mala conducta, etc. se
transforman en pájaros. De este modo, Enriquez señala aquí la composición
machista de la cultura popular. En este relato la creación de una atmósfera
funesta y opresiva está por encima de la creación de la trama.
La desgracia en la cara tiene un trabajo
de composición interesante: las primeras páginas están narradas en primera
persona por un varón (algo inusual en los cuentos de Enriquez) y, antes de la
mitad del relato, se pasará a un narrador omnisciente en tercera persona lo
que, además, marcará un salto en el tiempo. El relato gira en torno al trauma
de la madre de una familia que sufrió una violación en su adolescencia. La hija
acabará descubriendo que esa violación no fue necesariamente a manos de un
hombre. Tanto la madre como la hija irán perdiendo el rostro, de un modo
drástico, perturbador. Cruda metáfora del borrado de las mujeres.
Julie se ha convertido en mi relato favorito
del conjunto. La narradora, una joven bonaerense de veinte años, nos va a
hablar de su prima Julie, de veintiuno, hija de sus tíos que emigraron a Nueva
York y que, en el tiempo del relato, vuelven a Argentina. Julie ha sido una
niña con obesidad que jugaba con amigos invisibles, mientras que la madre era
aficionada a la ouija. Los amigos invisibles de Julie parecen ser fantasmas con
los que no solo habla, sino que también mantiene relaciones sexuales con ellos,
como en la película ochentera El ente. Según lo estaba pensando,
Enriquez cita a película en el relato. Me ha encantado esta confluencia de
recuerdos ochenteros. Como decía, este relato se ha convertido en mi favorito,
porque tiene un giro final, en la última página, que no me esperaba, y que
cambia el sentido de lo narrado y que lo abre hacia otros terrores, que me ha
parecido muy sutil. Como trasfondo social del relato aquí se ven las tensiones
entre los argentinos que emigraron a países más prósperos y los que se quedaron
en el país.
Metamorfosis es un relato sobre los miedos a
las enfermedades. Una mujer de cuarenta y tantos años ha de ser operada del
útero, del que le extraerán un mioma, que ella se empeñará en introducir de
nuevo en su cuerpo. Es un relato con menos trama que otros, que apuesta por la
extrañeza y la repugnancia. Me ha parecido menos conseguido que otros del
conjunto.
Un lugar soleado para gente sombría, que trata de una
mujer argentina en Estados Unidos, me ha parecido otro de los relatos más
destacados del libro. La narradora escribe artículos para revistas
paranormales, y le propone al editor escribir sobre Elisa Lam, que apareció
flotando muerta en el depósito de agua de un hotel de Los Ángeles, depósito que
reúne a unas personas en un culto que invoca a Elisa Lam. Esta historia está
basada en algo real, y fue extraño leer sobre esto y poder buscar las últimas
imágenes de Elisa Lam en el ascensor del hotel, que están en YouTube. Este
relato habla también del miedo real a la pérdida de los seres queridos.
El
narrador de Los himnos de las hienas es un joven gay que acompaña a su
pareja, diez años más joven que él, a visitar a su familia en su pueblo del
interior. En este pueblo la municipalidad creó un zoo para atraer a turistas,
pero los animales murieron en un incendio, al que sobrevivieron las hienas. La
pareja visitará un palacio abandonado donde, en el periodo de la dictadura, se
piensa que se torturó a presos políticos. La visita a este lugar –lógicamente–
va a tener consecuencias inesperadas. He tenido la sensación de que una idea
muy parecida a esta ya la usó Enriquez en uno de los cuentos de Las cosas que perdimos en el fuego. No
es un mal cuento en realidad (como no lo es ninguno de los incluidos en esta
colección), pero me ha parecido de ejecución más previsible y mecánica.
Diferentes colores hechos de lágrimas también es un
buen cuento, pero he tenido un poco ya al leerlo sensación de agotamiento. Es
decir, ya sé que Enriquez va a dar un giro fantástico a lo que narra y por eso,
cuando ese giro ocurre, no acaba de sorprenderme. En este caso, unas mujeres
jóvenes, que trabajan en una tienda de ropa de segunda mano, van a visitar a un
anciano que les quiere vender unos vestidos de su mujer fallecida y unas joyas.
Los vestidos van a mostrar sobre los cuerpos de las mujeres que se los prueben
los daños que han sufrido sus antiguas dueñas. Aquí, como ocurría en Nuestra parte de noche, parece
criticarse la impunidad de la clase alta argentina durante la última dictadura,
y la impunidad en general, hace unas décadas, sobre los maltratos domésticos a
las mujeres.
En
Cementerio
de heladeras una mujer adulta habla de un incidente de su primera
adolescencia, que ocurrió treinta años antes, y en el que tuvo lugar la muerte de otro niño a causa de una broma
más que desafortunada. Es un cuento correcto, aunque con menos fuerza que
otros.
En
Un
artista local una joven pareja de Buenos Aires va a pasar unos días a
una casa en el campo, a un pueblo que está tratando de salir a flote gracias a
enfocarse hacia el turismo. Este cuento está narrador en tercera persona.
Pronto empezarán a sentir la extrañeza de que no todo parece estar en su lugar
en este pueblo. El final me ha recordado al de algunos cuentos de Lovecraft, con la creación de nuevos
mitos. Aquí se habla también del problema de la despoblación de los pueblos
argentinos.
En
Ojos
negros una trabajadora social, que acerca, con una furgoneta, comida a
mendigos por las noches, nos va a contar su encuentro con dos niños cuyos ojos
no tienen pupilas, sino que son completamente negros. De nuevo he sentido aquí
la influencia de los cuentos del círculo de Lovecraft, como el titulado Los
perros de Tíndalos de Frank
Belknap Long.
Quien
haya leído Las cosas que perdimos en el
fuego con gusto y se acerque ahora a Un
lugar soleado para gente sombría creo que va a disfrutar de nuevo de la
experiencia. Lo único malo que le va a poder ocurrir es que su capacidad de
sorpresa ya no va a poder ser la de antes. Como dije al comienzo, Mariana
Enriquez ha encontrado una fórmula exitosa de narrar –unir terrores cotidianos
a otros sobrenaturales, y hacer crítica social a la situación de los pobres en
su país, y sobre todo a la de las mujeres– y sigue explotando el mismo camino.
Como diferencia, creo que ahora he podido percibir que algunos relatos se
adentraban más en los miedos a las enfermedades y el envejecimiento del cuerpo.
En Un lugar soleado para gente sombría
hay relatos realmente muy buenos. He pasado verdaderos grandes ratos leyendo
este libro.
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