Pálida luz en las colinas, de Kazuo Ishiguro
Editorial Anagrama. 203 páginas. 1ª
edición de 1982, ésta es de 2017
Traducción de Ángel Luis Hernández
Francés
Hace ya más de veinte años leí Los
restos del día (1989) de Kazuo
Ishiguro (Nagasaki, 1954), que fue un libro que me gustó, pero que no llegó
a emocionarme del todo. Tengo el presentimiento de que si lo leyera ahora me
gustaría más que entonces. Luego leí Cuando fuimos huérfanos (2000) y de
éste sí que recuerdo ya una sensación de decepción, de no conexión con la
propuesta. Sin embargo, cuando Ishiguro ganó el Premio Nobel de Literatura en 2017 pensé que, en algún momento
tendría que volver con su obra. Ha sido en 2023, seis años después, cuando lo
he hecho, acercándome a su primera novela.
De entrada, hay que señalar que el
perfil de escritor de Ishiguro no deja de ser curioso. Nació en Japón, en
Nagasaki, en 1954, pero sus padres y él se trasladaron a Inglaterra en 1960 y
ha desarrollado su carrera literaria en inglés. Si bien Los restos del día, cuyo protagonista es un atildado mayordomo británico,
es una novela de temática y forma puramente anglosajona, su primera novela, Pálida luz en las colinas, es mucho más
japonesa.
Etsuko es la narradora de la novela.
Es una mujer de unos cincuenta años, que vive en la campiña inglesa, pero que
nació en Nagasaki, en Japón. Durante el tiempo narrativo de la historia, Etsuko
recibe la visita de Niki, su hija menor, que vive en Londres. El padre de Niki
es inglés, y Etsuko tenía una hija mayor, llamada Keiko, hija de un hombre
japonés, que se ha suicidado hace seis años, información que el lector recibe
durante las primeras páginas del libro. No sabremos, sin embargo, qué ha
ocurrido con el primer marido japonés y el segundo marido inglés de Etsuko.
Esta novela está construida sobre muchos silencios y sobreentendidos
narrativos; en este sentido, me ha parecido una narración muy medida, muy
madura para ser una primera novela y estar publicada cuando el autor tenía
veintisiete o veintiocho años.
En la tercera página, la narradora
escribe: «Ahora no tengo ganas de hablar de Keiko. No es algo que me consuele.
Solo la he mencionado porque ésas fueron las circunstancias que rodearon la
visita de Niki el pasado mes de abril, y porque durante esa visita volví a
recordar a Sachiko después de tanto tiempo. Nunca conocí bien a Sachiko. En
realidad, nuestra amistad fue cosa de unos cuantos meses de verano, hace ahora
muchos años.» (pág. 11)
El cuerpo principal de la novela se
va a centrar en los recuerdos de Etsuko de un verano en Nagasaki en la década
de 1950, cuando conoció a Sachiko, una mujer que vivía en una casona, apartada
de la urbanización moderna en la que vivía ella, con una niña, de nombre
Mariko. No se dice expresamente, pero el lector intuye que el marido de Sachiko
murió en la Segunda Guerra Mundial. Sachiko mantiene una relación con un hombre
norteamericano, que ha prometido (aunque esta promesa parece, en todo momento,
poco clara) llevarse a Sachiko y a Mariko a Estados Unidos. Esta esperanza da
fuerza a Sachiko para salir adelante, aunque va a tener que ponerse a trabajar
en el restaurante de la Sra. Fujiwara, una viuda de buena familia que, tras la
guerra, su fortuna ha ido a menos. Mariko es una niña traumatizada por algunos
sucesos que tuvo que vivir al final de la guerra, y de forma habitual abandona
su casa y vaga por los bosques de los alrededores. En realidad, tanto la madre,
Sachiko, como la hija, Mariko, son dos personajes esquivos, sobre cuyo misterio
la narradora, Etsuko, siente cada vez más curiosidad.
Una de las ideas de fondo de la
novela es el cambio de un Japón clásico y nacionalista a otro más moderno e
influenciado culturalmente por los Estados Unidos. Así, por ejemplo, el lector
podrá observar las diferentes posturas que se dan entre personajes japoneses al
analizar el pasado: el suegro de Etsuko ha ido a visitar a su hijo y a su
nuera, que están a punto de convertirse en padres (se supone, aunque esto no se
dice nunca explícitamente, que de Keiko) y el suegro (que fue profesor en el
instituto local) está preocupado por las opiniones que un amigo del hijo (que
ahora es profesor en el mismo instituto en el que había recibido clases del
padre de su amigo) ha vertido sobre un colega y él, diciendo que inculcaron
ideas equivocadas en las cabezas de los jóvenes, sobre la grandeza imperial de
Japón, ideas que condujeron al sacrificio de toda una generación en la guerra.
Además, el padre, al recibir una visita de unos compañeros de trabajo de su
hijo Jiro (el primer marido de Etsuko) escuchará estupefacto como uno de ellos
cuenta que discutió con su mujer porque ella se atrevió a votar en las
elecciones por un candidato diferente a su marido, hecho que al suegro le
resulta incomprensible y que es para él una muestra de la decadencia del nuevo
Japón. Sin embargo, Niki, la hija inglesa de Etsuko vive de una forma muy
moderna y distendida en Londres con sus amigos, y no parece tener ningún
interés en casarse o tener hijos.
El verano de Nagasaki, con su calor
insoportable y su tierra cuarteada, se va cubriendo de un manto de inquietud y
amenaza. De hecho, al final de los recuerdos de Nagasaki se insinúa una
tragedia que no acaba de ser narrada y esta sensación que se le queda el lector
de escena o información escamoteada me ha parecido que estaba muy lograda. Como
ya apunté al principio, no todos los cabos van a quedar atados en esta novela y
éste me parece uno de sus mayores logros, esa sensación de que el lector debe
reconstruir partes que le faltan de la historia. Sin embargo, las escenas
retratadas son muy bellas y precisas, sin caer estilísticamente Ishiguro en
alardes verbales.
Entre la narración de los recuerdos
de Nagasaki, Etsuko también nos hablará del recuerdo (mucho más cercano en el
tiempo) de la visita de cinco días que le hizo su hija Niki, y estas imágenes,
en las que madre e hija rememoran algunas escenas de su pasado en común,
teñirán de melancolía inglesa las páginas de la novela.
«Las razones por las que me fui de Japón
estaban justificadas y sé que siempre me tomé muy a pecho el bienestar de
Keiko.», dice Etsuko en la página 99, pero el lector no sabrá cuáles son esas
razones que hacen que la protagonista de la novela acabe en Inglaterra, aunque
intuye que tienen que ver con el contagio de deseos de su amiga Sachiko, que
soñaba con irse a Estados Unidos. Un halo siniestro parece cubrir esos últimos
días en Japón.
Como en 2022 leí una decena de
novelas japoneses, en más de una ocasión me he encontrado pensado que ésta era
una más dentro de esa tendencia lectora. En más de una ocasión me he encontrado
sintiendo que la novela estaba escrita originalmente en japonés (de lo japonés
que me parecía todo) y no en inglés. Aunque, por otro lado, es una obra en su
ritmo muy anglosajona. Esta mezcla de culturas de Ishiburo me ha resultado muy
estimulante. Pálida luz en las colinas
me ha parecido una novela muy sutil, muy madura para ser una primera novela y,
como ya he dicho, estar publicada cuando su autor tenía veintisiete o veintiocho
años. Me ha dejado un gran sabor de boca este libro y me han dado ganas de
seguir leyendo la obra de este autor, e incluso releer las dos novelas que ya
había leído hace más de veinte años.
David, le recomiendo mucho Un artista del mundo flotante. También de temática japonesa y de enfrentamiento entre el antiguo y el nuevo Japón.
ResponderEliminarA ver si lo leo, tiene buena pinta. Saludos.
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