No leer, de Alejandro Zambra
Editorial Anagrama. 310 páginas. 1ª
edición de 2010
En 2020 leí Poeta chileno, la novela
más larga de Alejandro Zambra
(Santiago de Chile, 1975) y tuve oportunidad de cambiar algunos mails con el
autor. Me preguntó entonces si me apetecía leer los libros suyos que me
faltaban, y el propio Zambra, que por entonces ya vivía en México, gestionó con
la editorial Anagrama que me
enviaran Mis documentos (2013), Tema libre (2018) y No
leer (2010). Ese mismo año de la pandemia leí y comenté los dos
primeros y se me quedó pendiente el tercero. Tras la lectura de Literatura
infantil (2023), me apeteció leer toda la obra de Zambra –uno de mis
escritores latinoamericanos actuales favoritos– y, de este modo, me acerqué a No leer y a Facsímil (2014).
No leer recoge
columnas y artículos que Zambra publicó en periódicos y revistas, desde 2002
hasta 2018, cuando hizo la última ampliación de este libro. Estos textos no
están ordenados cronológicamente, sino por temas y, diría que también, por su
extensión; situando los más cortos al principio y los más largos al final.
Este libro es, en cualquier caso,
una selección de esos artículos. El propio Zambra nos cuenta en el prólogo que
acabó prefiriendo los encargos de las publicaciones que le pedían hablar de sus
escritores favoritos de un modo libre, que aquellos que le pedían opinar sobre
novedades literarias. Esta última tarea le llegó a padecer alguna situación
incómoda en Chile, cuando se encontraba con otros escritores, y decidió
dejarla. Además, no deseaba ser esclavo de las novedades literarias a la hora
de elegir sus lecturas.
El primer texto se titula Lecturas
obligatorias y es una crítica a la imposición de la lectura poco
meditada desde el colegio. «Así nos enseñaban a leer: a palos» (pág. 15). Sin
embargo, en el segundo texto sí elogia la lectura de los cuentos de Julio Cortázar desde el colegio. Otro
texto elogia la lectura juvenil de libros en fotocopias, porque los libros
reales eran muy caros en Chile.
Estos primeros textos, sobre los
comienzos en la lectura del autor y el colegio, son simpáticos y en ellos está
la esencia del Zambra de sus novelas y cuentos, pero limitada por la exigencia
de un máximo de palabras por artículo, que le había de exigir las revistas y
periódicos con los que colaboraba. Casi se puede saber qué textos se publicaron
en el mismo medio observando su extensión.
Zambra también recuerda sus primeras
lecturas conjuntas con amigos, donde cada uno comentaba sus textos; reuniones
que le sirvieron para armar sus primeros libros, y contradecían esa idea de la
soledad propuesta por Kafka para el
escritor.
Es posible que el lector no chileno
se encuentre aquí con reseñas de libros de autores que desconoce, como por
ejemplo Adolfo Couve, del que se
habla en las páginas 40 y 41. Las reseñas de Zambra, en muchos casos, no
describen exactamente lo que el lector se va a encontrar en los libros, sino
que se acerca a comentarlos desde ángulos tangenciales, de tal modo que el
texto se lee con interés, por su originalidad, pero sin saber muy bien qué pensar,
al final, del libro que se está reseñando.
Sí me han dado ganas de leer y
buscar Toda la luz del mediodía de Mauricio Wacquez, que según Zambra es una de las más trasgresoras y
mejores novelas de la literatura chilena.
También se reúnen los artículos que
hablan de leer diarios o la correspondencia de escritores. Me ha llamado la
atención el que habla de la poeta Gabriela
Mistral, y de la lectura de su correspondencia. De ella se deduce que la
poeta no era «una especie de monja», sino que era una lesbiana que ocultaba su
condición sexual, y este hecho de su biografía sí puede, según Zambra,
modificar la mirada de la crítica literaria sobre su obra. Es bonito también el
homenaje que hace Zambra a Manuel Puig,
tras leer sus cartas. Se ensalza también a Juan
Carlos Onetti, a Mario Levrero o
a Josefina Vicens.
En la página 85 leemos: «En los
últimos años he experimentado innumerables veces la felicidad de no leer
algunos libros que, si hubiera seguido trabajando como crítico literario,
debería haber leído.», y de aquí es de donde está tomado el título del libro;
de ese deseo de libertad lectora, de no tener que leer por compromiso, sino lo
que uno desea en cada momento. Aquí se lanzan algunos dardos contra el escritor
chileno Jorge Edwards, que llegó a
presentar en Chile Los detectives salvajes de Roberto
Bolaño, confesando que no la había acabado de leer, algo que también hizo
en la presentación de Epifanía de una sombra, la novela
póstuma de Mauricio Wacquez. En el
mismo artículo, Zambra carga también contra la escritora chilena Carla Guelfenbein, de la que se alegra
de no tener nunca más que leer sus nuevos libros. Este artículo, aunque da
título al volumen, en realidad no resumen la tónica general del libro, pues que
en la gran mayoría de sus textos (o al menos los seleccionados aquí) Zambra
invita a la lectura de los libros que comenta y no a lo contrario.
Es simpática la anécdota en la que
Zambra cuenta que presentó la novela La
vida imposible del escritor español Juan
Manuel de Prada en la universidad Diego Portales de Chile, y le sugirió al
escritor que leyera un poco del libro, y de Prada leyó durante hora y media,
para desesperación de todo el mundo.
Algunas de las historias que cuenta
Zambra sobre su vida han aparecido en sus novelas o cuentos, como la de haber
trabajado de telefonista, que aparece en un cuento de Mis documentos.
Me ha gustado el artículo sobre los
textos falsos de Borges, García Márquez o Neruda que circulan por la red, y acaba siendo un alegato en contra
de la mala literatura, contra lo cursi y la autoayuda.
No conocía al escritor chileno Germán Marín, pero Zambra sí me anima a
leer su novela Historia de una absolución familiar. También son bellas las
palabras con las que Zambra homenajea a Pedro
Lemebel.
En la página 171 leemos: «Coetzee
fraguó la mejor literatura de las últimas décadas.»
A partir de la página 205 comienza
la segunda parte del libro y me parece que No
leer gana en altura, porque aquí se recogen textos más largos de Zambra,
como el primero titulado La poesía de Roberto Bolaño, que
ocupa unas once páginas, frente a las, más o menos, dos de los artículos
anteriores. En estas once páginas, Zambra puede desarrollar sus ideas de un
modo más interesante y atrayente que antes.
También me gusta el elogio que hace a
los poetas chilenos Gonzalo Millán y
Nicanor Parra y al escritor peruano Julio Ramón Ribeyro.
El artículo Buscando a Pavese, en el
que Zambra narra un viaje al pueblo natal del autor italiano, tiene casi la
intensidad de un relato de Zambra y me ha gustado mucho.
En la tercera parte, bastante más
breve que las otras, Zambra nos habla del proceso creativo de Bonsái
y a mí, como admirador del autor, me han interesado estas páginas.
Me preguntaba una persona en las
redes sociales si No leer estaba a la
altura de Entre paréntesis de Roberto
Bolaño. Lo cierto es que, leído en esta misma colección de Anagrama, me
gustó más Entre paréntesis de Bolaño,
porque me abrió más caminos hacia la lectura que No leer. Pero no quiero decir con esto que no me haya interesado No leer, porque es un libro muy ameno
sobre literatura y que, en gran medida, en contraposición con el título, sí que
invita a leer muchos libros a los que no me he acercado hasta ahora.
Adolfo Couve vale mucho la pena; además de pintor notable, fue un maestro del género de la novela breve, laboriosamente trabajada hasta encontrar "la palabra justa" de su admirado Flaubert. En los últimos años ha habido dos proyectos de reunir su breve obra (el último en Ediciones Tácitas), pero dudo de que hayan llegado a España. Wacquez era amigo de José Donoso y hasta vivió en el mismo pueblo de Teruel, Calaceite. La trilogía de una absolución familiar está en Alfaguara, pero es difícil de hallar; Chile ha sido bastante injusto con Marín (le negaron el Premio Nacional de Literatura) y solo se reedita su prosa más breve.
ResponderEliminarMe ha interesado mucho, David, ya lo he apuntado en mi lista.
ResponderEliminarUn abrazo.