Un hijo cualquiera, de Eduardo Halfon
Editorial Libros del Asteroide. 139
páginas. 1ª edición de 2022
He leído bastantes de los los libros que ha publicado
Eduardo Halfon (Ciudad de Guatemala,
1971), Monasterio, Duelo, Signor Hoffman; Mañana
nunca lo hablamos, El boxeador polaco, Saturno,
Canción, Biblioteca
bizarra, y algunas obras más tempranas como El ángel literario, De
cabo roto y Elocuencias de un tartamudo.
Después de algunos titubeos iniciales en busca de una
voz propia, Halfon acabó creando al personaje que va a ser el narrador de todas
sus novelas: Eduardo Halfon, alguien muy parecido a su autor, pero que no es
exactamente él. El Halfon personaje es un fumador empedernido, por ejemplo, y
el Halfon autor no fuma. Por lo demás, los dos comparten edad, nacionalidad y
peripecias vitales comunes. En los libros que está publicado, desde hace ya
unos años (algunos son rescates de editoriales anteriores), en la editorial Libros del Asteroide, está
creando una obra que, en realidad, es la misma novela, publicada por partes, ya
que todos estos pequeños volúmenes, que apenas superan las cien páginas, están
unidos por un mismo narrador y por unos temas comunes. Halfon habla en estos
libros de su gran familia judía latinoamericana, proveniente de Europa o de
Oriente Medio, e indaga en el tema de la identidad. ¿Es Halfon judío,
guatemalteco, norteamericano (donde ha vivido gran parte de su vida), polaco?
¿Cuál es su identidad?
En Un hijo cualquiera aparece, en gran
medida como hilo conductor de su nueva propuesta, la figura de su hijo real,
nacido hace cinco años, y del que en el libro nos va a hablar desde su
nacimiento hasta que tiene tres o cinco años. En el primer capítulo, Halfon
habla del parto de la mujer para dar a luz a su hijo, y de la decisión inicial
de hacerle o no la circuncisión, una decisión que han de tomar los padres, que
será irreversible para el hijo, y que, de un modo u otro, formará parte de su
identidad. «Y entendí, de una manera categórica o aun mística, que el pene de
mi hijo, a partir de ese momento, ya no era suyo», leemos en la página 14, como
conclusión de este capítulo. A través de los padres y los antepasados se va ya
conformando la que será, por aceptación o rechazo, la identidad del hijo.
Desde aquí, Halfon recuerda algunos episodios de su
niñez, uniendo así sus recuerdos iniciales con los primeros pasos de su hijo.
«El sentimiento de paternidad, como escribió James Joyce en Ulises, es un misterio para el hombre.»
(pág. 11), Halfon, en sus reflexiones sobre la paternidad evoca a algunos
autores, como en la cita que señalo.
En Un hijo
cualquiera también nos habla de sus comienzos en la lectura y en la
escritura, a una edad relativamente tardía, a los veinticinco años, al volver a
Guatemala tras una larga estancia en Estados Unidos y un título de ingeniería
bajo el brazo. A los veintiocho años viaja a París: «En aquel tiempo, en París,
yo estaba en mi primera fase de lector. Es decir, la fase de alguien que,
cualquiera que sea su edad, acaba de descubrir la magia de los libros y siente
la necesidad de leerlos todos. La lectura, entonces, como acto personal de
anarquía o como inmolación literaria (dependiendo si uno está más próximo a
Emma Bovary o a don Quijote). Leer como si la literatura fuera una droga. El
lector junkie.» (pág. 37). No estoy del todo seguro, pero creo que ya había
leído previamente en los libros de Halfon algo sobre sus comienzos en la
lectura y la escritura. Sí que estoy seguro, sin embargo, de leer aquí, de
forma tangencial sobre algunos temas ya tratados en otros libros: en la página
18 nos habla de cómo en el año 1981, tras la escalada de violencia en
Guatemala, los padres de Halfon deciden mudarse a Estados Unidos. Sobre esto
había leído en el libro de relatos Mañana
nunca lo hablamos. En la página 135 aparece alguna referencia al abuelo
polaco que escapó de un campo de concentración, historia que se cuenta en El boxeador polaco.
Las fronteras entre lo que es una novela y un libro
de cuentos en Halfon son difusas. En sus libros es frecuente que se produzcan
saltos en el tiempo y en el espacio y que el Halfon personaje nos cuente
historias que se pueden ajustar al tiempo narrativo de un relato, y que no
tienen, en realidad, que ver con una composición clásica de novela. En la
contraportada del libro Halfon habla de «historias que componen este libro» y
los editores de «los textos reunidos en este nuevo libro». Creo que de un modo
deliberado se evita hablar de libro de relatos porque esto limitaría las
ventas. El mercado del libro en España, e imagino que casi todos los países
será igual, acepta mucho mejor las novelas que los libros de relatos. En Monasterio, donde Halfon narra el viaje
su viaje a Israel, para asistir a la boda de una hermana, nos encontramos de
forma más clara con una novela, y en Signor
Hoffman con un libro de relatos, unidos por la persistencia de una misma
voz narrativa. Pero, en el fondo, y como ya he apuntado, cada nueva entrega de
un librito de Halfon supone, en realidad, un nuevo capítulo de su gran y única
novela en construcción.
De Un hijo
cualquiera me gustaría destacar el relato titulado Beni, en el que Halfon
viaja a Guatemala para recoger los restos de su abuelo muerto, y ha de entrar
en un cuartel militar acompañado de un viejo guardaespaldas de la familia. Me
ha parecido una narración muy poética y con una gran tensión narrativa, que
indaga en el pasado de violencia del país dejando sin aliento al lector. Un
relato que comparte sequedad y precisión con los textos de su compatriota Rodrigo Rey Rosa.
Por el contrario, me parece que tiene menos tensión
un relato titulado La pecera, donde
un Halfon que acaba de sufrir un accidente se adentra en un cine de Bélgica,
donde las cosas parecen normales, pero no del todo, con un ligero toque onírico
a lo Julio Cortázar.
He leído Un
hijo cualquiera en muy poco tiempo. Lo he disfrutado como suelo disfrutar
los libros de Halfon, aunque también es cierto que ha desaparecido en parte la
sensación de extrañamiento y sorpresa del principio, de la época en la que leí Monasterio y Duelo, quizás sus obras más destacadas. Los relatos o novelas de
Halfon siempre son entretenidos y me dejan con sensación de querer leer más, lo
que es, claramente, un síntoma positivo. Pero no sé si hay en la propuesta de
Halfon algunos indicios de agotamiento, como si los misterios principales de su
gran familia judía hubieran sido ya expuestos en sus páginas y él siguiera
dando vueltas alrededor de ellos de un modo indefinido. Desde luego, cuando en
2008, Halfon creó en El boxeador polaco
al personaje Halfon y la idea de la búsqueda de la identidad en su familia
judía dio con una propuesta poderosa, que generó sus mejores frutos en Monasterio y Duelo, pero no sé si la misma fórmula va a poder ser repetida por
él para siempre. Por ahora su obra me parece de las más estimulantes de la
narrativa latinoamericana del presente. ¿Escribirá Halfon en el futuro algún
libro en el que deje de lado al personaje Halfon, se agotará la propuesta o
podrá renovarla de forma inagotable? El tiempo nos dirá.
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