La última vez que fue ayer, de Agustín Márquez
Editorial Candaya. 156 páginas. 1ª edición de 2019
Conozco a Agustín Márquez (Madrid, 1979) de algunos eventos y presentaciones
literarias en Madrid. Además es uno de los editores de La Navaja Suiza y, en una ocasión, fui el presentador de un libro
de su editorial (Asesinato de Danielle
Collobert). Agustín siempre me ha parecido un hombre modesto, e ignoraba que
además de ser editor también escribía. Me alegré por él cuando en 2019 vi que
aparecía su primera novela, La última vez que fue ayer, en la editorial Candaya, que –como ya he
dicho muchas veces– me parece un referente de la literatura en castellano.
Compré esta novela en la Feria del
Libro de Madrid de 2019. Fui hasta la caseta de Candaya el día que Agustín
estaría firmando. Aunque presentía que el libro me iba a gustar, he tardado más
de un año en acercarme a él. La explicación es tan sencilla como delirante: La última vez que fue ayer lo había
comprado y, por tanto, no tenía la sensación de que debía leerlo pronto y
reseñarlo, como me ocurre con los libros que pido a las editoriales.
En realidad estaba leyendo Empresas
y tribulaciones de Maqroll el Gaviero de Álvaro Mutis, y como éste es un libro formado por siete novelas
cortas, decidí hacer un alto después de la tercera y acercarme al libro de
Agustín Márquez, que he tardado en leer poco más de un día.
Agustín Márquez ha crecido en una de
las ciudades dormitorio del sur de Madrid, no estoy seguro ahora de si Fuenlabrada
o Leganés. Para un mostoleño como yo, este nudo sur de Madrid (Móstoles,
Alcorcón, Fuenlabrada, Getafe y Leganés) constituye un mundo propio bastante
intercambiable. Sé que si Agustín ha crecido en uno de estos cinco municipios
ha tenido experiencias vitales similares a las mías, y sobre ellas trata su
primera novela, La última vez que fue
ayer.
El primer bloque de la novela está
ambientado en 1988. Un narrador innominado nos introduce, casi desde la primera
frase, en el micromundo de su barrio: «La carretera que atraviesa el barrio es
una recta de kilómetro y medio. El pavimento está repleto de manchas de aceite,
huellas de frenazos y calcomanías de animales» (pág. 13).
El barrio del que habla nunca se
ubica en un lugar concreto, y de este modo Márquez parece indicarnos que puede
ser cualquier barrio del extrarradio de cualquier ciudad de España en los años
80, un barrio repleto de gente marginal, y al borde de un descampado de
cascotes, hierbajos y jeringuillas de yonquis.
Márquez despoja a sus protagonistas
del nombre: el hermano del narrador será, por ejemplo, el Chico A, y su mejor
amigo el Chico B. A otros personajes se les nombrará por su profesión o (los
menos) por su apodo. En una entrevista de radio, Márquez dice que ha hecho esto
porque opina que el proceso de prosperidad de las ciudades ha hecho que se
cosifique a las personas.
El narrador es un adolescente que en
1988 habla con naturalidad de su barrio, su familia y sus amigos. Aunque
describe realidades crudas, su lenguaje no deja de ser culto: «La carretera es
nuestro Rubicón de alquitrán y asfalto» (pág. 15). La verdad es que no me
imagino a ningún chico de mi barrio de Móstoles con una referencia como ésta.
En la mayoría de los casos usa términos como «masturbarse» por «hacerse pajas»;
es decir, aunque el narrador pertenece a su entorno como uno más, a la hora de
describirlo se posiciona un tanto por encima de él. En ningún momento se nos
hablará de los estudios que el narrador emprende, así que no acabaremos de
saber por qué elige la cultura o de dónde le llega. Aunque lo contado por el
narrador parece fuertemente apegado a la realidad reflejada en sus palabras,
tal vez se esté narrando desde el futuro, desde el mundo conquistado de la
cultura.
En cualquier caso, el narrador
acabará siendo poco fiable. Aunque la novela es, en apariencia, realista, hay
detalles que la acaban por acercar a los parámetros del expresionismo; o bien
Márquez ha optado por la exageración en lo contado, o bien su narrador no es
fiable. Por ejemplo, en un momento dado el protagonista nos informa de que
guarda los restos de un familiar muerto en un arcón. A veces, las escenas
exageradas se plantean con intencionalidad cómica. Así, por ejemplo, de un
vecino que habla con su muñeca hinchable, se nos cuenta que ha empezado una
fase sado en su relación y que esto le lleva a visitar al mecánico del barrio
para parchearla, tras apagar cigarrillos en su goma. Un humor negro recorre
gran parte de las páginas de esta novela. Otro ejemplo de imagen no realista,
creada en función de la fuerza cómica, siempre dentro del humor negro, podría
ser ésta: «El hijo del farmacéutico: fallecido. Le han puesto en la tumba una
cruz verde que se ilumina por las noches» (pág. 39).
Desde 1988 se produce un salto
narrativo a un segundo y tercer bloque, que irían casi unidos, y que nos llevan
a 1992 y 1994. Ahora el narrador siente que su barrio está perdiendo la
esencia, que se está volviendo hipócrita. Si bien en la primera parte el
narrador afirmaba: «El descampado es un mundo de mierda, pero esa mierda es
Nuestro Mundo» (pág. 24).
En el descampado surge un nuevo
concepto urbanístico: la urbanización, mundo cerrado y excluyente, que se
enfrentará al del barrio, mundo abierto y proletario. Junto con la urbanización
vendrá el centro comercial y el colegio privado. «Albañiles con corbata,
mecánicos con las uñas blancas, pobres con dinero. Es el nuevo hábitat del bar:
¿hay algo más cruel para un pobre que otro pobre que cree tener dinero?»
Ya he comentado que la mayoría de
las escenas descritas en el libro son crudas; aquí existe una premeditada
búsqueda de lo sórdido. También las escenas son crueles, y no faltará el amigo
del grupo que disfrute torturando animales. En un momento dado, el narrador
describe uno detrás de otro a sus vecinos, eludiendo siempre los nombres, y refiriéndose
a ellos por el número de piso que ocupan («el vecino del primero tercera»
etc.), constituyendo una descalabrada Rúe del Percebe, o –una referencia más
culta– un descalabrado La vida instrucciones de uso de Georges Perec.
Además de con el lector, el narrador
conversa con dos personas: una chica con la que tuvo su primera experiencia
sexual y que en los años 90 está en Inglaterra, a la que escribe cartas que
nunca sabremos si son contestadas (parece que no). Y también con su hermano
mayor –el Chico A–, cuya ausencia tiñe de melancolía toda la novela. El Chico A
se ha suicidado antes de que empiece el tiempo narrativo. Y este suceso creará
una de las imágenes finales más espeluznantes del libro.
La última vez que fue ayer no es una novela de trama, aunque sí se narran
sucesos de continuidad episódica: por ejemplo, sabremos cómo muere uno de los
mejores amigos del narrador en un accidente de tráfico (Chico B). La novela, más
que crear una trama cerrada, trata de apresar una sensación de derrota en torno
a las calles de un barrio de los suburbios, siendo su mayor creación la voz
narrativa y el desgarrado lirismo de su lenguaje. En este sentido, diría que el
estilo de la novela se parece al del primer Ray Loriga, principalmente a Lo peor de todo. La última vez que fue ayer es una buena
novela y gustará, sobre todo, a aquellos lectores que crecieron en la época de
los 80 o 90, al aire violento de los descampados. Además, hace poco ganó en
Francia el primer premio del Festival
Chambéry de Primera Novela y esto hay que celebrarlo. Enhorabuena, Agustín
y editorial Candaya.
Hola, David:
ResponderEliminarNo conocía al autor. He leído con atención tu reseña y me ha parecido de lo más interesante. Esta novela te parece que tiene un estilo expresionista, de un realismo que se escapa un poco por su escasa consistencia objetiva... Ya te digo muy interesante.
De lo que comentas me he quedado con esa cita algo sarcástica por la dureza que encierra: «Albañiles con corbata, mecánicos con las uñas blancas, pobres con dinero. Es el nuevo hábitat del bar: ¿hay algo más cruel para un pobre que otro pobre que cree tener dinero?» Y es que ese enfrentamiento Urbanización - Barrio está muy bien traído.
Novela que me atrae y que me la apunto
Un abrazo
Hola, Juan Carlos:
EliminarEs una propuesta interesante ésta. Esta misma semana estaba Agustín en Francia recibiendo su premio a la mejor primera novela.
Un abrazo