Editorial Random House. 340 páginas. 1ª edición de 1998, esta de 2015.
En la primavera de 2013 leí Chronic
City, publicada originalmente en 2009. Fue mi primera incursión en el
universo de Jonathan Lethem (Nueva
York, 1964) y se convirtió en una de mis mejores lecturas de aquel año.
Realmente me impresionó ese libro y empezaba a ser extraño para mí mismo no
haber repetido con este autor, después de lo que me había gustado aquella
novela. No sabía si acercarme a La fortaleza de la soledad (2003) o
a Huérfanos
de Brooklyn (1999); ninguna de las dos estaba en las bibliotecas que
suelo frecuentar. Al final, me decidí por Huérfanos
de Brooklyn cuando esta novela volvió a la mesa de novedades de las
librerías porque Random House volvió
a ponerla en circulación, con una faja que apunta que es un libro de «Fondo de
editor», algo parecido a lo que hizo Anagrama
con sus rescates de color rojo.
En enero de 2017 me lo regaló mi
novia por Reyes, después de haberme visto más de una vez hojeando el ejemplar
en La Central de Callao.
Cuando comenté Chronic City escribí lo siguiente: «Chronic City puede leerse como un sentido homenaje, como una
carta de amor desde el espacio, de Jonathan Lethem a la isla de Manhattan. “Manhattan
es eso, un universo de bolsillo”, se afirma en la página 369». En este caso, Huérfanos de Brooklyn es un sentido
homenaje al barrio neoyorquino de Brooklyn, si bien la acción de la novela no
transcurre sólo aquí, ya que también aparece con fuerza Manhattan y, hacia el
final de la narración, la historia traslada sus escenarios a un pueblo de
Maine.
Chronic City era una
novela de personajes en una Nueva York distópica, una narración influida por Philip K. Dick o Thomas Pynchon, y Huérfanos
de Brooklyn está escrita al estilo de las novelas negras. Como buen
posmoderno, Lethem usa los géneros literarios para hablar de otros asuntos, y,
sin bien en Huérfanos de Brooklyn hay
un crimen, una agencia de detectives, varios sospechosos, persecuciones en
coche por las calles de Nueva York y personajes que son encañonados con
pistolas, decir que Huérfanos de Brooklyn
es sólo una novela negra sería una forma de desmerecerla.
La novela empieza con su narrador,
Lionel Essrog, y su compañero, Gilbert Coney, vigilando desde un coche la
entrada de un zendo en Nueva York. Aparecerá su jefe, Frank Minna, que se
dispone a entrar en el zendo y les pedirá que le escuchen a través de un
micrófono. Si pronuncia unas palabras clave, ellos deberán entrar en el centro
a rescatarle. Minna sale del local, acompañado de un personaje al que Lionel
siempre se referirá como un «gigante», y comienza una trepidante persecución
por Nueva York, que acabará con Minna asesinado.
En el segundo capítulo, Lionel nos
explicará la relación que tiene con Minna: junto con Gilbert y dos chicos más
(Tony y Danny) se ha criado en un orfanato de Brooklyn llamado Saint Vincent.
Cuando Lionel tiene trece años, en 1979, los cuatro empiezan a recibir las
visitas de Minna, que entonces tiene veinticinco. Minna requiere sus servicios
para una empresa de mudanzas que, desde el principio, parece esconder algo
turbio. Minna desaparece y dos años después volverá para acoger definitivamente
a los cuatro huérfanos (los «Hombres de Minna»), bajo el amparo de una empresa
de detectives, que se hace pasar por un servicio de limusinas.
Tras el segundo capítulo, en el que
después del acelerado comienzo de persecuciones y disparos, el lector acaba
conociendo los lazos que unen a los personajes, la narración vuelve a 1994.
Lionel se ha propuesto descubrir quién ha asesinado a Minna, que no sólo es su
jefe, sino también una figura paterna para los cuatro «huérfanos de Brooklyn».
Uno de los grandes logros de esta
novela es la creación de la voz narrativa de Lionel, quien sufre el síndrome de
Tourette, lo que le lleva a comportarse de modo compulsivo, pues a veces
siente, por ejemplo, el irresistible deseo de tocar los hombros de sus
interlocutores un número determinado de veces, o debe repetir series de
palabras, que normalmente acaban en ladridos o insultos. Lógicamente, este
comportamiento desconcierta a sus interlocutores (sobre todo cuando no le
conocen) y hace que sus tareas de detective no puedan ser discretas y tiendan
siempre al disparate y el caos. El lenguaje de Lionel, además de describir sus
ataques de tics, juega de forma dinámica con la modernidad, y sus comparaciones
y metáforas se adaptan bien a su experiencia de urbanita, de chico de una calle
de Brooklyn, acostumbrado al cine. Así, por ejemplo, en la página 26 podemos
leer: «Nuestro grupo se fragmentó y alcanzó la cola del suyo, ambos se
fundieron, como naves espaciales en un videojuego antiguo» y un poco más abajo:
«Los dientes musitaron un a la mierda con mueca de Joker por mero placer».
Lionel es una gran construcción, y
esto hace que Huérfanos de Brooklyn
no sea sólo una novela negra, como apuntaba más arriba (aunque, por supuesto,
las grandes novelas negras no son sólo eso). Huérfanos de Brooklyn es consciente de las fuentes narrativas de
las que bebe y así, en más de una ocasión, se cita, por ejemplo, a Philip
Marlowe, y además de a detectives literarios, se cita a otros del cine o de las
series de televisión. También, en alguna ocasión, se interpela de forma irónica
al lector de la novela.
«Nueva York es una ciudad
touréttica», nos dice Lionel en la página 129. Ya he apuntado que Huérfanos de Brooklyn es, como parece
habitual en la obra de Lethem, una canción de amor a su ciudad, un lugar del que
su narrador casi nunca ha salido.
Me ha resultado curioso que en el
1994 de la novela, el uso del móvil es aún una novedad tecnológica que llama
mucho la atención del narrador.
Huérfanos de
Brooklyn es una novela prolija en diálogos, como ocurre en cualquier buena novela
negra, aunque se trate de una con más de un componente irónico como ésta. Huérfanos de Brooklyn tiene sentido del
ritmo; menos en el explicativo capítulo dos, la novela avanza en su planteamiento
detectivesco de forma bastante acelerada y el lector tendrá que tener cuidado
con los detalles, puesto que los motivos que hacen avanzar la narración suelen
estar escondidos, a menudo, en pequeños vericuetos de la más pura minucia
narrativa. Huérfanos de Brooklyn es,
en definitiva, una grata lectura, narrada por un personaje memorable, aquejado
por el llamativo síndrome de Tourette, pero que para mí no alcanza las cotas de
excelencia literaria de Chronic City,
una novela más compleja y honda, con mucha más capacidad para despertar la
capacidad de maravillarse del lector. Tengo ganas de acercarme a otros libros
de Lethem; me han hablado muy bien de Los jardines de la disidencia, su
última novela, y sobre La fortaleza de la soledad me estoy
encontrando con opiniones enfrentadas. La verdad es que me está apeteciendo
leer las dos. De la generación literaria de escritores norteamericanos nacidos
en la década de 1960, Jonathan Lethem me sigue pareciendo uno de los más
interesantes. Volveré a él.
Hola, David. Este libro fue el primero que leí del autor, hace más de diez años (tengo el de la colección 21, con lomos amarillos, de DeBolsillo). Guardo buen recuerdo. Luego me acerqué a "La fortaleza de la soledad", que me gustó mucho en su primera parte y luego me decepcionó un poco. Desde entonces (hace ocho o nueve años) no he vuelto a leer a Lethem. Pero me apunto "Chronic City". Un saludo.
ResponderEliminarHola Jesús:
EliminarEl de "La fortaleza de la soledad" le he querido leer en algún momento, a ver si lo busco. Y el de "Chronic City" me encantó. Espero que lo busques y que te guste.
Saludos