Editorial Alba. 235 páginas. 1ª edición de 1888 y de 1900; esta de
2001.
Traducción de Víctor Gallego Ballestero.
Ya comenté aquí, en
2016, que un viernes del invierno de 2015 fui con mi novia a la plaza del Dos
de Mayo de Madrid para deshacerme de algunos libros que no quería acumular en
la librería Rincón de Lectura. Los
cambié por dos libros de Antón P. Chéjov
(Taganrog, Rusia 1860-Badenweiller, 1904) más
dos euros. Uno de los libros de Chéjov era el titulado Cinco novelas cortas, que compilaba cinco narraciones de Chéjov,
que iban desde las 64 páginas de Una historia aburrida (1889),
hasta las 114 de El duelo (1891); el segundo era
éste, que contiene otras dos novelas cortas: La estepa (1888) y En el
barranco (1900). La primera tiene 147 páginas y la segunda 72. Las
cinco novelas del primer libro estaban publicadas entre 1889 y 1895; por tanto,
estas dos nuevas novelas cortas a las que me he acercado ahora son una anterior
a las otras y la segunda posterior.
La estepa
fue la novela corta ‒nos cuenta la contraportada del libro‒ que convirtió a
Chéjov en un escritor de éxito. Yegorushka es un niño de nueve años, huérfano
de padre, al que su madre manda desde el pueblo a la ciudad para que estudie en
el instituto. En el verano de la estepa viaja en una calesa con su tío, el
comerciante Iván Ivánich Kuzmichov, y el padre Jristofor Siriski, además del
joven cochero Deniska. El viaje empieza con pena para Yegorushka: «Se sentía
enormemente desdichado y tenía ganas de llorar» (pág. 15), que acompaña en el
pescante de la calesa a Deniska sin comprender muy bien a dónde se dirige ni
para qué.
La
estepa está contada en tercera persona. La voz narrativa
de Chéjov se acerca, en muchos casos, al punto de vista del niño. Así, desde la
tristeza inicial, Yegorushka irá sintiendo cada vez más fascinación por el
viaje, tanto por el paisaje, con sus animales y ríos, como por las personas con
las que se irá encontrando por el camino. En este sentido, La estepa es una novela de descubrimiento, y el viaje se vuelve más
misterioso y trascendente cuando el tío Kuzmichov y el padre Siriski, que
buscan por la estepa al poderoso Varlámov, al que quieren vender un cargamento
de lana, dejan a Yegorushka a cargo de los viajantes que trasladan la lana en
una caravana de carros. Entre desconocidos, Yegorushka escuchará historias terroríficas
y empezará a atisbar cómo es la esencia del pueblo ruso. Chéjov narra, con
divertida ironía, cómo todos los compañeros de viaje de Yegorushka parecían
haber vivido un gran pasado y cómo habían sido expulsados de él, hasta su
presente, por la fatalidad. En la página 80 leemos: «Escuchó las risas de Dímov
y experimentó por esa persona un sentimiento semejante al odio», y comprendemos
que Yegorushka no conoce aún el alcance de sus sentimientos. Si bien ya he
apuntado que el narrador sitúa, durante gran parte de esta novela, su punto de
vista muy cerca de la mirada del niño, en otros momentos le hace comprender al
lector que su mirada es demasiado crédula y en algunos otros ‒como buen
escritor del siglo XIX‒ se pone sentencioso y escribe frases como ésta: «Los
hombres que han cantado en un coro, ya sea como tenores o como bajos,
especialmente aquellos que al menos una vez en su vida han tenido la ocasión de
dirigirlo, suelen mostrarse severos y hostiles con los niños, y no pierden esa
costumbre ni siquiera cuando han dejado de cantar» (pág. 99). En cualquier
caso, Chéjov es un escritor sutil y sus intervenciones en el texto nunca son muy
marcadas.
Me ha llamado la
atención que en esta novela corta, Chéjov presta mucha más atención que en
otros textos suyos a la pura descripción del paisaje; entre las páginas 65 y 67
se habla de la estepa durante tres páginas. Son unas páginas bellas, pero me han
llamado la atención porque identificaba a Chéjov con un autor al que le
interesaba más hablar del estado de ánimo de sus personajes y de las relaciones
entre ellos, y no como a un escritor tan descriptivo. Entiendo que el de La estepa es un Chéjov joven, dotado ya
de talento, pero que aún no ha acabado de definir el estilo que lo hará famoso;
ese estilo que con tanta delicadeza describe el alma de sus personajes y las
distancias que se crean entre ellos.
Chéjov escribió En el barranco después de las cinco
novelas cortas que leí en 2016, y se aprecian algunas diferencias frente a la
frescura inaugural de La estepa: para
empezar, las relaciones entre los personajes son más complejas. Nos encontramos
aquí con la familia Tsibukin, los ricos de una aldea llamada Ukléievo. El padre,
viudo, se ha casado con Varvara, una joven atractiva y ambiciosa. Su hijo
pequeño, Stepán, es sordo, y débil de salud además de retraído; está casado con
la joven Aksinia. El hijo mayor de Petrov Tsibukin es Anísim, que al comenzar
la novela será un joven (que empieza a dejar de serlo, puesto que ha cumplido
ya veintiocho años) soltero y disoluto, que ha empezado a beber demasiado.
Petrov y Varvara le buscarán una novia a Anísim, y la encontrarán en una
ingenua joven (casi una niña) de una aldea próxima. En la novela se describirá
la boda y cómo Anísim, después de celebrarla, dejará a su mujer con su familia
para continuar con su vida en la ciudad.
En esta novela corta, la
mirada del Chéjov narrador sobre lo contado parece mucho más ácida que la que
había mostrado en La estepa. Aquí, En el barranco, los crímenes se suceden:
las fábricas del pueblo producen sin licencia, contaminando el aire y el río,
en el negocio de Petrov Tsibukin se vende vodka clandestino y Anísim realizará
pagos con moneda falsa. Además ‒y esto solo está insinuado‒, alguna de las
mujeres de la familia también son adúlteras. Pero toda la degradación de la
familia no acaba aquí, puesto que en su seno se acabará cometiendo un terrible
crimen propiciado por una disputa sobre la herencia. No quiero desvelar más
sobre la trama de En el barranco,
pero la escena del crimen es terrible y tan tremenda que, por un momento, me
pareció que había dejado de leer al sutil y elegante Chéjov para adentrarme en
el territorio salvaje de Dostoievski.
El remate de esta novela corta es emocionante y soberbio.
Me ha sorprendido que En el barranco, algunas casas de la
aldea tengan teléfonos. Me ha sacado de golpe del siglo XIX.
Doce años separan La estepa (1888) de En el barranco (1900), y la mirada de Chéjov ha saltado de la
inocencia de un niño de nueve años, que empieza a entender el mundo de los
adultos y a asimilar la pérdida de un pasado, a otro mundo de depravaciones,
crímenes e hipocresías brutales. La
estepa / En el barranco es un libro magnífico para iniciarse en Chéjov y he
disfrutado tanto estas dos novelas cortas como ya lo hice el año pasado con Cinco novelas cortas (a fin de año elegí
este libro como una de mis diez mejores lecturas de 2016). Se suele recordar a
Antón P. Chéjov como uno de los grandes maestros del relato breve, y esta fama
ha eclipsado su excelencia en la novela corta. He leído siete de él y me
encantan. Tengo que seguir con sus cuentos. Chéjov se está convirtiendo en uno
de mis escritores favoritos.
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