Los días de la peste, de Edmundo Paz Soldán.
El viernes veintiocho de abril
(justo cuando empezaba un puente de cuatro días en Madrid), me llegó al buzón
de casa un paquete inesperado. Cuando lo abrí, me sorprendió encontrarme con
una edición no venal (previa a la edición definitiva) de Los días de la peste, la
nueva novela de Edmundo Paz Soldán
(Cochabamba, Bolivia, 1967). En una nota manuscrita, José de Montfort (el encargado de prensa de Malpaso) me informaba
de que la novela saldría a la venta el día quince de mayo. Por un lado,
prefiero que las editoriales no me envíen libros de forma espontánea; creo que
es más conveniente (para mi salud mental, sobre todo) que yo les pida lo que
creo que me va a gustar. De ese modo será mucho más fácil que disfrute de la
lectura y que pueda escribir una reseña positiva. Me incomoda la sensación de
que una editorial me envíe un libro y que yo no lo lea, pero tampoco quiero
adquirir la obligación de leerlo. Sin embargo, en este caso Montfort acertó
plenamente, porque Paz Soldán es un escritor con el que he disfrutado antes, y
lo más seguro es que yo mismo le habría pedido este libro cuando viera
anunciada su publicación. Acabé los Cuentos
completos de John Cheever y me puse
con esta novela antes de que apareciera en el mercado. Me resultó una sensación
extraña saberme uno de sus primeros lectores.
De Edmundo Paz Soldán había leído
hasta ahora tres libros: las novelas Río fugitivo (muy recomendable) y Norte,
y el libro de relatos Billie Ruth. Sé que a Edmundo le
interesa bastante el género de la ciencia-ficción, al que pertenece su última
novela, Iris (previa a la aparición de Los días de la peste), y también hay ciencia-ficción en su
colección de cuentos Las visiones. Eso me hizo presuponer
que Los días de la peste podía
pertenecer a este género, lo que el propio autor me desmintió en una
conversación de Facebook que surgió en mi muro.
En un vídeo que he encontrado en
YouTube, Paz Soldán presenta su nueva novela y dice que empezó a leer libros
sobre cárceles y que le llamó mucho la atención una crónica, escrita por un
inglés, sobre su experiencia en la cárcel de San Pedro en La Paz. «Mi novela
tiene que usar esta atmósfera de una cárcel como de La Paz, donde los presos viven
con sus familias», podemos escuchar en el vídeo del que hablo (titulado Edmundo Paz y Los días de la peste; su nueva
novela).
En Los días de la peste el lector se adentrará en una cárcel llamada
La Casona, a la que los presos invocan y preguntan como si se tratase de un ser
vivo y consciente. La Casona está ubicada en la remota región de Los Confines,
perteneciente a un país hispanoamericano (por los nombres de los personajes y
el habla) indeterminado, pero que yo leía como si fuese Bolivia (aunque también
podía ser Paraguay, por ejemplo).
La novela se divide en tres partes,
y cada una de ellas en varios capítulos no numerados. Cada capítulo se abre en
una rueda de voces narrativas muy dispares, con un encabezado que indica al
lector quién es el personaje que da continuidad al siguiente. Estas voces
narrativas están escritas en primera persona o en tercera (una tercera persona
que, mediante el recurso del estilo indirecto libre, se acerca bastante, sin
juzgarlos, a los personajes sobre los que Paz Soldán pone su foco en cada
momento). Cada voz narrativa se prolonga en el libro durante dos o tres páginas
y vuelve a aparecer pasadas cinco o treinta páginas. No todas las voces (sobre
treinta) tienen el mismo peso en la novela. El gobernador de la prisión, algún
alto juez o político de Los Confines, pasando por los policías de la cárcel,
hasta los presos con más recursos o los que ocupan el último escalafón social
de La Casona, van dándose paso en la novela, un paso brusco, eléctrico, que no
da tregua al lector.
Manteniendo las peculiaridades de
cada personaje, el estilo del libro es rápido y normalmente de frases cortas y
tajantes, que a veces carecen de verbo; por ejemplo, en la página 15 podemos
leer: «Ronquidos, llantos, gruñidos, ayes. El cuerpo se recostó contra una
fuente de piedra agrietada, demasiado inquieto como para intentar dormir». Para
acompañar esta sensación de inmediatez, rapidez y violencia que impregna cada
página, también se reproducen en el texto sonidos onomatopéyicos («cri cri cri»
o «puaj, puaj») y coloquialismos propios de Hispanoamérica («quivo»,
«chicote»…), y en algún caso ‒intuyo‒, propios del subambiente carcelario
(«tonchi», por una droga que imagino que será la cocaína; o «wa-wa», por bebé);
además, los personajes de La Casona también usan más de una palabra en inglés,
españolizándola («bisnes» por negocio, por ejemplo, o «selfis»).
Cada capítulo empieza con una mirada
desde el poder. Así, las primeras voces narrativas serán las del gobernador o
el juez, y luego entrarán en escena policías, presos o familiares de presos,
porque La Casona es una cárcel muy particular: en ella, algunos presos viven
con sus familias, aunque éstas no hayan cometido ningún delito, o incluso
siguen allí por voluntad propia después de haber cumplido su condena, ya que en
la cárcel hicieron prosperar sus negocios y no quieren perderlos. Todo se puede
comprar y vender: dormir en una celda más amplia, salir y entrar de la cárcel
para ir a la ciudad, pagar a los policías desde fuera para que maten a un preso,
porque los familiares de la que fue su víctima no están contentos con la
sentencia… El negocio de otros presos, auspiciado y vigilado por los policías,
puede ser también ofrecer protección a terceros, en un ejercicio de puro abuso
y extorsión.
El lector entra en la rueda de voces
narrativas de La Casona con asombro, con la sensación de haber penetrado en un
territorio feroz, sucio, violento y bien dibujado. La idea de documento veraz
es muy grande y las imágenes narradas tienen mucha fuerza.
A partir de la página 70 empecé a
plantearme lo siguiente: el libro me está gustando, sus páginas están bien
escritas y son potentes, pero no puede ser que Edmundo Paz Soldán no haya
creado aquí un nudo dramático globalizador que mueva a los personajes hacia
algún desenlace temporal con una trama unificadora, porque si pretende seguir
narrando su rueda de voces sin cohesionarlas, la novela va a descarrilar. Me
percato de que este pensamiento es propio de un aprendiz de escritor y no de un
lector puro. Con la edad, uno ha de aceptar que ya no volverá a ser nunca aquel
lector adolescente de Philip K. Dick
y seguir adelante. Como era lógico suponer, Paz Soldán cuenta con una carrera
sólida de escritor a sus espaldas porque sabe lo que ha de hacer para que no se
le descarrile una novela. Por supuesto, aunque en las primeras páginas las
líneas narrativas que servirán de pilares de carga en la construcción de la
novela están sólo sugeridas, éstas van cobrando cada vez más fuerza.
Principalmente son dos las columnas de las que hablo: en La Casona (igual que
en Los Confines) cada vez es más fuerte el culto pagano a la diosa Ma Estrella,
a la que se representa con un cuchillo entre los dientes, y las autoridades
locales empiezan a verlo como una amenaza electoral que puede jugar a favor de
algún candidato de la oposición que ha abrazado el culto, en principio propio
de personas poco instruidas, de modo que deciden prohibirlo. El segundo núcleo
narrativo sería que en La Casona se está expandiendo un virus desconocido que
produce vómitos y diarreas, que hace que los enfermos se muestren violentos y
que mueran en poco tiempo.
El pueblo de Los Confines (esto
ocurrirá antes en el interior de La Casona) pronto relacionará la prohibición
del culto a Ma Estrella con la peste desatada, entendiendo que la segunda es
consecuencia de la ira de la primera. La muerte, el caos y la violencia se
darán la mano cada vez con más intensidad.
En cierto modo, Los días de la peste (ya desde el título) nos puede hacer pensar en
una historia medieval, una historia que podría estar situada en la Bolivia de
1950, 1900 o 1800, hasta que ciertos elementos, como la presencia de drones,
sitúan la acción en la época actual. Cuando unos presos discuten sobre la
implantación en la cárcel de un negocio de implantes biónicos, podríamos llegar
a pensar incluso en una novela ligeramente futurista.
Los días de la
peste me ha hecho pensar en Mario Vargas
Llosa, uno de los autores predilectos de Paz Soldán, quien escribió una de
sus primeras novelas, Río fugitivo, bajo la influencia de
la ópera prima de Vargas Llosa, La ciudad y los perros. En Los días de la peste tenemos una cárcel,
en vez de un colegio militar, que actúa como opresivo mundo cerrado. También la
novela de Paz Soldán me ha traído a la mente Lituma en los Andes, en la que Vargas Llosa indagaba sobre el peso
de las religiones paganas y las supersticiones en Perú. Me doy cuenta ahora de
que, si Vargas Llosa hubiera escrito esta novela, no le habría indicando al
lector en cada corte del texto a quién pertenecía la nueva voz narrativa. Yo
siempre he considerado que estas confusiones que generaba Vargas Llosa en sus
libros no eran del todo necesarias y agradezco los encabezamientos de Paz
Soldán.
En cierto modo, también he pensado
en José Donoso y su gusto por las
máscaras deformantes y los monstruos cotidianos en El obsceno pájaro de la noche,
en la Casa de Ejercicios Espirituales de la Encarnación de la Chimba.
Los días de
la peste podría inscribirse en la tradición de la novela de dictadores
hispanoamericana (Yo, el supremo de Augusto
Roa Bastos o El otoño del patriarca de Gabriel
García Márquez, por citar dos ejemplos clásicos), al entender el espacio de
la cárcel como metáfora de lo que ocurre en un país. Por tanto, el gobernador
sería ese dictador cuya omnipresencia fluye al ritmo de los golpes de Estado y
las desavenencias de un poder del que no acaba de tener el control absoluto.
Pero también podría inscribirse en la más moderna tradición del género
apocalíptico (El año del desierto de Pedro
Mairal o Plop de Rafael Pinedo,
por citar otros dos ejemplos), con ese inquietante virus que va destruyendo el
precario equilibrio de La Casona.
Los días de
la peste es un libro potente y eléctrico, asfixiante y terrible en las realidades e
injusticias que muestra, una novela poco apta para lectores melindrosos (lo
mostrado aquí suele ser sucio y brutal, y no hay claros personajes positivos),
que, nutriéndose de la tradición hispanoamericana, nos da muestras de su salud.
No conozco toda la obra de Edmundo Paz Soldán, pero tengo la impresión de que Los días de la peste es uno de sus
trabajos más ambiciosos y logrados.
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