Me llega este mensaje
desde mi editorial Baile del Sol:
«La editorial Baile del Sol, con la colaboración
del Cabildo de Tenerife, está procediendo a la digitalización de una parte de
sus publicaciones.
Se trata de algunas novedades editoriales y también de títulos ya pertenecientes al catálogo de la editorial. A partir de ahora, los libros se podrán descargar en versión digital a través de las diferentes plataformas, entre ellas, Amazon, Lektu, itunes, Barnes&Noble, books, waltzbooks, jpc, kobo, tagus, etc.
Se trata de algunas novedades editoriales y también de títulos ya pertenecientes al catálogo de la editorial. A partir de ahora, los libros se podrán descargar en versión digital a través de las diferentes plataformas, entre ellas, Amazon, Lektu, itunes, Barnes&Noble, books, waltzbooks, jpc, kobo, tagus, etc.
Se ha digitalizado dentro de este proyecto la
novela de David Pérez Vega, El hombre
ajeno. Se trata de una historia intensa y sorprendente en la que el
protagonista, Juan Linares, dedica su vida a investigar la verdadera naturaleza
del salvadoreño Héctor Meier Peláez, y determinar si fue uno de los grandes
poetas ocultos centroamericanos o un guerrillero sanguinario, mientras
compagina sus investigaciones literarias con un trabajo de carga y descarga de
camiones en una nave industrial.»
Dejo aquí el enlace a la versión digital de El
hombre ajeno (5,49 €), y el texto correspondiente a la primera página del
libro:
CAPÍTULO 1
Se acercaba hacia él, compacto y rápido, como un
meteorito a punto de estrellarse. Cuando le vio, Juan se detuvo. No terminó de
levantar la caja que tenía entre las manos y, dispuesto a esperarle, se recostó
contra el tobogán que contenía la cinta transportadora. De niño —era
consciente— una sonrisa irónica y desafiante solía aparecer en sus labios
cuando se enfrentaba a situaciones similares. Sin embargo, hacía tiempo que
había decidido prescindir de ese gesto.
El otro aceleraba sus pasos —su nombre era Javi,
recordó Juan— y, cuando aún faltaban unos metros para el choque, le gritó:
—Y tú, gilipollas, ¿dónde coño te metes?
—Tenían aquí trabajo, ¿no lo ves?
—contestó, con el mismo tono cortante aunque más sereno.
—¡Te vas y dejas el otro camión sin
nadie, hostias, con las cajas petando el tobogán! —Javi ya se encontraba
encima.
Le temblaban las mandíbulas, sus labios
escupían palabras arrastradas y saliva. Con ambas manos empujó el pecho de
Juan, que no retrocedió porque su cintura se apoyaba contra el tobogán. Con un
movimiento brusco, inesperado, le devolvió el empellón y se desplazó hacia la
izquierda.
Aunque Juan nunca había trabajado su
cuerpo en un gimnasio para imponerse a los demás mediante la insinuación
arrolladora de la fuerza bruta —como intuía que había hecho su compañero de
trabajo—, sobrepasaba en altura a Javi, la amplitud de sus hombros era mayor y
se encontraba en forma. Se había abierto un espacio entre los dos, y la nueva
embestida de Javi se disolvió en el ramo de brazos que se apresuró a
interponerse.
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