Dejo aquí un poema de El bar de Lee, pertenece al primer poemario que está contenido en este libro, el titulado Móstoles era una fiesta. En poemas anteriores, la voz poética apunta que se ha imaginado escribiendo en los bares del paseo de la Renfe como Hemingway escribiendo en los cafés de París, pero le ha dado vergüenza hacerlo. En este poema, titulado Bifurcaciones, por fin la voz poética escribe sobre la barra del café (son poemas con una especie de estructura novelística):
BIFURCACIONES
Hoy
estoy vencido, como si supiera la verdad.
Fernando
Pessoa
El
café dibuja humo como un rastro de pensamiento
que
se deshace en la noche y concluye en nada.
A
un palmo, una barricada de blancas salchichas
crudas
ulula su tosca presencia de búho de tripas,
bajo
el olivo de una vitrina que engaña a moscas autistas.
En
las mesas, detrás del rebujo de mi estómago,
colean
los últimos rostros cansados del viernes.
Hace
tres años (las mismas fiestas de Móstoles por estas fechas)
en
las mañanas de resaca leía En el camino
de
Jack Kerouac y el futuro aún era
un
jardín de senderos que se bifurcan.
La
vida parecía tener vuelta atrás
y
empezar de nuevo con un escudo de sabiduría
cuando
te veía igual que he anhelado hoy,
y
hablábamos en el rebullir de la música,
el
polvo levantado, la terquedad de la cerveza y el olvido.
Palabras
que parecían formar el principio del camino
que
lleva hasta ese jardín sin sombras. Tantos rostros
girando
igual que hoy pero sin ti, sólo tu fantasma
como
una inquietud vaga y esta escritura dormida
y
ociosa en la barra del café, derrengado Hemingway
de
las siete de la mañana. Palabras como su maleta
de
relatos perdida en una estación de tren
y
nunca encontrada, allá en París.
En
el bar, el río de chocolate
de
los que aún no han dormido y el río de café
de
los que marchan en tren a trabajar
se
mixtura en los mismos ojos detenidos en aguas
de
cansancio. Yo soy un trásfuga al café y
al
lápiz de mina gastada, mosca que se arrastra
por
el papel y sabe que ha de morir.
Una
noche similar a la que hoy acaba, hace tres años,
hablaba
contigo, tú has de recordarlo, de Cervantes,
fragor
de pasos y barreras que esperan la embestida
de
toros obnubilados, despedirme en tu sonrisa
cuando
el rebrote de personas se desforesta y los pasos
se
afelpan. Antes de dormir en el silencio
de
mi cuarto hojear un libro de Cioran
de
la biblioteca y leer aquella frase: La
vida,
esa chulería de la materia, taladrándome
con
su serrucho, barrunto de soledad que me cubre
de
nieve en la soledad final de Los muertos
de
Joyce, nieve tras una delgada ventana que cae
sobre
la oscura planicie central y las colinas
calvas,
las sediciosas aguas del Shannon,
sobre todos los vivos y sobre los
muertos.
Jack
Kerouac murió en una cabaña olvidado por todos
Cioran
murió en París buscando un último pensamiento
que
destruyera el mundo
Hemingway
se acercó a la boca la misma escopeta
con
la que tantos patos cazó en Venecia y disparó
James
Joyce fue operado de una úlcera de duodeno
con
su parche en el ojo, y entró en coma pensando
que
ya estaba agotado, que ya no podía escribir.
Afuera
el paseo se bifurca en el débil jardín
de
la mañana,
los
ventiladores giran triturando el humo
del
café y la noche,
mis
pensamientos vuelven a deshilvanarse
en
los huecos de las salchichas y me llevo
una
servilleta de papel secante a los labios,
los
churros apilados sobre platillos de patas
barrocas
parecen presuponer un cansancio
sin
reloj.
Aun
así me perdura la conciencia clara
de
que leí a Jack Kerouac en una mañana de resaca,
hablé
contigo de Cervantes en la noche y
los dos éramos tan interesantes como nos merecíamos.
Noches
que se bifurcan en días y
días
que se bifurcan en noches
tiempo
que se bifurca en tiempo
vida
que se bifurca en un sendero de muerte.
Han
pasado tres años, 1095 días.
Días
que se pierden en otros como
los
pliegues de un mapa sin geografía,
fronteras
de salchicha, océanos de café,
banderas
de servilletero, labios de papel secante.
Nacer,
morir,
las
tapas desgastadas
de
este mapamundi.
20-9-98.
Me gustó mucho, muchos bellos versos, me quedo con estos: Aun así me perdura la conciencia clara
ResponderEliminarde que leí a Jack Kerouac en una mañana de resaca,
hablé contigo de Cervantes en la noche y
los 2 éramos tan interesantes como nos merecíamos
Muy bello David
Me encantó además el epígrafe de Pessoa que preludia el poema
ResponderEliminarHola Ana:
EliminarMe alegra que te haya gustado el poema. Por aquellos días del 98 tenía una pequeña recopilación de poemas de Pessoa que releía con insistencia.
saludos