domingo, 11 de agosto de 2013

Laberinto de muerte, por Philip K . Dick

Editorial Minotauro. 235 páginas. 1ª edición de 1970, ésta de 2013.
Traducción de Carlos Gardini.

El verano pasado escribí por fin en el blog una entrada sobre Philip K. Dick (Chicago, 1928-Santa Ana, 1982), hablando sobre El hombre que tenía todos los dientes exactamente iguales, una de sus once novelas realistas que nunca vio publicadas, y en aquella entrada –especialmente larga- hablé de mi pasión adolescente por Dick, autor con el que volví pasados los treinta. También me extendí comentando algunos datos curiosos de su biografía o citando lo que escritores como Roberto Bolaño o Rodrigo Fresán han escrito sobre él. Como no voy a repetir todo esto, dejo AQUÍ un enlace a esa entrada.

Es de agradecer la labor que está llevando a cabo la editorial Minotauro rescatando la obra de Dick, dispersa en más de una editorial desaparecida a día de hoy, y muchos de cuyos títulos emblemáticos ya no se podían encontrar en el mercado. Además de volver a publicar estos libros, Minotauro está realizando también nuevas traducciones de las obras de este autor. A veces me han dado ganas de comprar alguno de los libros de Dick que está sacando, aunque ya lo tuviera en las ediciones de los años 80 con la traducción antigua. De todos modos, aún tengo que leer los cinco volúmenes con los cuentos completos de Dick, ya que aunque ahora -de adulto- me gustan mucho los libros de relatos, creo que me está pasando con este autor lo que me pasaba en la adolescencia: que prefería siempre (con la excepción de H. P. Lovecraft) las novelas a los libros de relatos.

Unos de los sábados de julio, por fin, paseando entre las estanterías de La Central de Callao me llevé la grata sorpresa de que Minotauro había al fin rescatado un título de Dick que no tenía y que no había leído; un título que, de hecho, no me sonaba de nada: Laberinto de muerte. Así que lo compré de forma inmediata (desplazándome hasta la Fnac de Callao, porque tenía un vale regalo de cinco euros que caducaba en unas semanas). Pensaba que este libro no se había publicado nunca en España, pero buscando en internet he visto que lo sacó Plaza & Janés en 1999, con la traducción del mismo Carlos Gardini que aparece en la presente edición de Minotauro.

En Laberinto de muerte una serie de personas, hartas de los trabajos que están realizando hasta ahora, han solicitado su traslado a otro lugar de la galaxia donde poder empezar de nuevo una vida más grata, llevando a cabo una misión que les satisfaga más. De este modo, todos (un grupo de unas catorce personas) acaban confluyendo en el planeta Delmark-O. Han llegado allí en unas precarias naves espaciales de un solo uso, y cuando ya creen que han acabado de llegar todos los componentes de la colonia, y se juntas para escuchar la transmisión del motivo de su misión, la conexión se estropea. Se han quedado aislados y sin saber para qué están en Delmark-O, un planeta con atmósfera, fauna y flora, y alguna construcción, que aún no saben si es humana o no.
Entonces empiezan a morir, uno a uno, los componentes del grupo, que no saben lo que está ocurriendo… Quizás alguien esté llevando a cabo un experimento con ellos, en Delmark-O… quizás “nuestro propio gobierno. Como si fuésemos ratas en un laberinto de muerte; roedores encerrados con el adversario máximo, para morir uno por uno hasta que no quede nadie.” (págs. 121-122).

El comienzo de la novela me estaba pareciendo muy teatral; un grupo de personas encerradas en un escenario (aunque este escenario sea un planeta entero), donde se van  produciendo asesinatos. En realidad, si nos abstraemos de las pinceladas de ciencia-ficción, parecía la trama de una novela policiaca barata. Los personajes tampoco estaban bien dibujados (aunque Dick no ha sido nunca un gran escritor de personajes), y las reacciones causa-efecto de sus actos resultaban a veces un tanto ilógicas.
La verdad es que tras leer unas cincuenta páginas, Laberinto de muerte me estaba pareciendo una de las peores novelas de Philip K. Dick que recordaba: un argumento deslavazado, personajes planos, ninguna idea clara de hacia dónde avanzaba la trama… y la seguía leyendo porque era una novela de Dick, y aún sus peores páginas me parecen que contienen elementos valiosos. Dick escribió muchas novelas, la mayoría en plazos de tiempo muy cortos –en escasas semanas- y su producción es, cuanto menos, desigual. Además repite bastantes ideas de un libro a otro, y algunos de sus personajes pueden ser casi transferibles de una novela a la siguiente. Pero Dick también es un escritor poderoso, y eso que he apuntado de que “repite bastantes ideas de un libro a otro” se puede entender como un defecto pero también puede ser una virtud: Dick posee todo un mundo propio de obsesiones autorreferenciales, y aun en sus peores obras nos podemos encontrar con la impronta de Dick, con toda su personalidad angustiada.
Me fascina, en todo caso, su capacidad para sorprender con los detalles, su ilimitada inventiva con los seres que describe y los aparatos que inventa. De este modo, uno de los personajes da una vuelta fuera de los edificios de la colonia y ocurre lo siguiente: “Un bicho se subió a su zapato derecho, se detuvo y extendió una minicámara de televisión." Me cautivó esta imagen absurda, me gusta como Dick, frente a la meticulosidad de otros autores de ciencia-ficción, siente la absoluta libertad surrealista de escribir frases como ésa. Es como si Dick, dentro de los parámetros de una novela barata, dentro de sus clichés, reventara el propio género menor que ha elegido para expresarle, llevándolo hacia otro lugar inesperado. En este sentido, la experiencia de leer un libro como Laberinto de muerte es parecida a la que se experimenta al leer a autores como César Aira, y su obsesión por pulverizar los convencionalismos del género. Quizás la mayor diferencia estriba en que Aira lo hace de forma irónica, y a Dick le salía solo.

Como decía antes, casi todos los temas de Dick se encuentran en esta novela: los matrimonios que no funcionan; la idea de que estamos siendo vigilados por un ente superior, en esta novela existe una realidad donde los dioses se materializan de forma habitual y también pueden escuchar nuestras plegarias (por tanto, es raro encontrarse a un ateo en este mundo); pero también la presencia que nos vigila puede ser ominosa, se puede tratar de una supervisión estatal, que atenta contra la libertad del individuo; la realidad contemplada puede ser verdadera o un simulacro: me ha fascinado también una imagen del libro en la que los personajes atraviesan una zona de humedales y entre las lagunas del camino se ven anfibios nadando, algunos de los cuales es real, pero otros son construcciones humanas. Uno de los personajes agarra a uno, le quita la cabeza y se le ven los cables. Y, de forma más general, la realidad vivida puede ser verdadera o no; como ocurre en otras novelas de Dick, como Ubik u Ojo en el cielo, los personajes pueden estar viviendo una realidad virtual…
Además, dentro de este contexto disparatado de novela pulp, Dick se permite citar a Jung, a Spinoza o a Kant, y filosofar siempre sobre su angustiado concepto de lo real.

Decía al principio de la entrada que según llevaba leídas cincuentas páginas, Laberinto de muerte me estaba pareciendo de las peores novelas de Dick –a lo que se unía la idea de que no conocía de antemano el título, y por tanto, pensaba, que lo más normal era que se tratase de uno de sus título más olvidables-, pero según me adentraba en sus páginas la lectura se me ha hecho más agradable. Su trama, en principio inconsistente, se engrandecía cuando las obsesiones de Dick –dios, la paranoia, lo real, lo imaginario- empezaban a aparecer en escena, y se entreveraban con una libertad compositiva tan surrealista que los defectos de la novela parecían un juego irónico de escritor experimentalista.


Desde luego, a alguien que no conoce a Dick le recomendaría que empezara por títulos más redondos como Ubik, Valis, Dr. Bloodmoney, El hombre en el castillo, Tiempo de Marte o Los tres estigmas de Palmer Eldritch; pero lo curioso de Dick es que incluso su peor novela de ciencia-ficción tiene una poesía propia (consigue conquistar un mundo propio) que la hace superior a su mejor novela realista.

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