Editorial Mondadori. 255 páginas.
1ª edición de 1988.
Traducción de Marcelo Cohen.
Al regresar del viaje de San
Francisco pensé que me apetecía volver a leer con más frecuencia a escritores
norteamericanos y empecé a anotar mentalmente nombres: me gustaría retomar, por
ejemplo, a Philip Roth y a Richard Ford, y leer a autores de esa
generación o anteriores, como John
Updike o Thomas Wolfe, a los que
nunca leí (y quizás no estaría mal algo de los beatniks). Pero también me di cuenta de que ya existe una nueva generación
de autores norteamericanos, nacidos en los 60, que desconozco. Y entonces comencé
a anotar nombres como Jonathan Lethem,
Michael Chabon, David Foster Wallace o Dave
Eggers. (Se admiten sugerencias
sobre esta nueva generación).
Un viernes hojeé libros en Tipos infames, la librería-bar de
Malasaña, y me apeteció algo de Chabon y de Lethem, pero decidí no comprar nada
y buscar información en Internet sobre cuáles eran sus mejores libros.
Cuando tuve esta información consideré
también que debería volver a usar más las bibliotecas públicas, por un tema
económico pero sobre todo de espacio: si sigo comprando libros al ritmo actual
en unos pocos años no me van a caber en casa.
Y así, el viernes siguiente al de
la hojeada de libros en Tipos Infames, tomé Sainz de Baranda y bajé la cuesta
de Doctor Esquerdo para acercarme a la biblioteca de Retiro.
No tenían La fortaleza de la soledad
de Jonathan Lethem, que posiblemente era el que más me apetecía leer. Y estuve
debatiéndome entre algunos de los libros de ensayos de Foster Wallace y los de
Michael Chabon. Y de este último, no estaba seguro si lanzarme directamente a
su novela Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay, que se supone que
es su obra maestra, por la que le dieron el premio Pulitzer de 2001, o empezar
con sus obras anteriores.
Al final me pudieron dos cosas,
la disponibilidad de la biblioteca y la curiosidad. Así que acabé sacando tres
libros de Michael Chabon (Washington
D.C., 1964): Los misterios de Pittsburgh, su primera novela de 1988, Chicos
prodigiosos, su segunda novela publicada (en 1997), y Las
asombrosas aventuras de Kavalier y Clay, su mejor obra (según lo que
leo en Internet), publicada en 2001.
Me
atrajo la idea de acercarme a Los
misterios de Pittsburgh por las siguientes palabras leídas en la wikipedia
(ver AQUÍ): “Su primera novela, titulada Los misterios de Pittsburg, la
escribió con motivo de su tesis en la UC, Irvine. Cuando la leyó su profesor,
el también escritor MacDonald Harris, la envió a un agente literario, quien le
propuso editarla ofreciéndole la poco frecuente suma de 115.000 dólares como
adelanto. Los misterios de Pittsburgh se
publicó en 1988,
y rápidamente se convirtió en un best-seller en
Estados Unidos, convirtiendo a Chabon en una celebridad literaria en su país.
Su
rápida popularidad le reportó una oferta para protagonizar un anuncio
publicitario de las tiendas de moda Gap y
su inclusión en la lista de las cincuenta personas más atractivas que
elabora la revista People, negándose a participar en ambas propuestas”.
En realidad creo que algo así
sólo le puede pasar a un escritor de 24 años en un país como Estados Unidos y
en ningún otro lugar del mundo, y me imagino que además se corresponde con una
época pasada –1988–, un tiempo en el que aún no existe Internet y los
escritores en un país opulento como Estados Unidos aún tenían un peso social
importante. ¿Se imagina alguien la misma situación en España?
Así que Los misterios de Pittsburgh está escrito por un chico de 22 o 23
años que aún está en la universidad, y lo cierto es que su brillante primer
párrafo invita a seguir leyendo: “A comienzos del verano comí con mi padre, el
gánster, que el fin de semana había venido a la ciudad para concretar alguno de
sus vagos negocios. Acabábamos de atravesar un período de silencio e inquina:
un año que yo había pasado enamorado de una chica frágil y extraña con la cual
compartía el apartamento, y a quien él, de sólo verla, había detestado con una
sinceridad y una furia que no le eran usuales. Pero hacía un mes que Claire se
había mudado. Ni mi padre ni yo sabíamos qué hacer con nuestra libertad”.
La acción se sitúa en la ciudad
de Pittsburgh (lógicamente) a principios de los años 80 (posiblemente 1981), y
todo transcurre durante un verano, el verano del último año de universidad del
narrador, Art Bechstein.
Aunque la historia parece muy
cercana al tiempo narrado, como si Bechstein nos hablara desde el presente de
su verano, por algunas indicaciones del texto descubriremos que en realidad
todo es una evocación desde la edad adulta de ese momento crucial en la vida
del protagonista. Por ejemplo, leemos en la página 163: “Fuimos hasta la gran
BMW negra, dejando en la cerca dos bultos del tamaño de un puño cada uno. Aún
hoy es posible distinguirlos a cincuenta metros de distancia”. Y este “aún hoy”
nos hace descubrir que el tiempo narrativo es posterior a lo narrado, algo que
quedará claro al final de la novela.
En su último verano como
estudiante Bechstein conoce a nuevos amigos: al sofisticado y atractivo homosexual
Arthur, que le llevará a lujosas fiestas, y que le acercará a Phlox, la chica
con la que trabaja en la biblioteca de la universidad; con esta última
Bechstein comenzará una relación, aunque también se siente atraído por una de
las bellas amigas de Arthur, Jane, que a su vez mantiene una relación con
Cleveland, quien se convertirá también en amigo de Bechstein.
La novela tiene mucho sentido del
ritmo, su lenguaje es desenfadado, pero en ningún caso el joven Chabon escribe
con descuido; como es habitual en la narrativa norteamericana su dibujo de
escenas es rápido, preciso y vitalista. Los diálogos abundan, y como se podría
esperar de un nuevo narrador de la realidad de los años 80 hay drogas, alcohol,
música... pero estos temas no son dominantes en la obra, que avanza
inexorablemente hasta hacer descubrir a Bechstein su lugar en el mundo: en
algún momento va a tener que elegir entre su relación con Phlox o su nueva
relación con Arthur, es decir, habrá de averiguar si es heterosexual u
homosexual y también tendrá que aclarar cuál es su verdadera relación con su
padre, el contable de los mafiosos. A veces el estilo norteamericano comentado
–las escenas precisas, el potente ritmo narrativo, las apreciaciones incisivas
sobre los personajes– es tan genuino y característico que tenía la impresión al
leer el libro de que si esta novela estuviese escrita por David Leavitt o Richard Ford
yo la leería con la misma naturalidad intercambiable que la leo pensando que es
de Michael Chabon.
En gran medida Los misterios de Pittsburgh es una
novela sobre la impostura. Arthur, el joven refinado, proviene de un entorno
social mucho más humilde del que pretende hacer creer a los demás; y por el
contrario Cleveland, el rebelde pendenciero de la moto, el alcohólico y posible
delincuente juvenil, sí que procede de una familia adinerada.
Me gusta cómo Chabon consigue que
la relación de Bechstein con Cleveland (quien querrá que el primero le ayude y
le presente a su padre para subir en la organización mafiosa de la que él es un
simple peón) hará que aflore la verdadera relación de Bechstein con su padre.
Y así, Chabon conduce a Bechstein
desde las más ricas mansiones de Pittsburgh, que Arthur se encarga de cuidar
mientras sus dueños están de vacaciones, hasta las casas más miserables, donde
Cleveland recauda los intereses de préstamos ilegales.
Hay un detalle que me parece tan
ingenuo como encantador en la novela: todos los personajes respetan y se
sienten atraídos por la literatura: Bechstein cita a Tolstoi al narrar, Phlox cita a autores franceses, a Arthur le
encantan los autores hispanoamericanos como Manuel Puig o García Márquez,
a los que lee en su idioma original, y el rebelde Cleveland esconde entre la
ropa un libro de relatos de Edgar Allan
Poe y en el pasado quiso ser escritor.
Quizás me ha parecido que la
disyuntiva que Chabon propone para Bechstein al tener que hacerle elegir
drásticamente entre Phlox y Arthur –entre su heterosexualidad o su
homosexualidad– es un tanto brusca, o que el final trágico de Cleveland es bastante
melodramático. Pero sin ser Los misterios
de Pittsburgh una de las obras maestras de la narrativa norteamericana, sí
que es una novela solvente, de lectura amena; y si tenemos en cuenta el hecho
extraliterario de que está escrita por alguien de 22 o 23 años hace de Michael
Chabon un autor realmente prometedor, del que ya llevo por la mitad su segunda
novela, Chicos prodigiosos, que ya sé
que es superior a su primera obra, y de la que hablaré la semana que viene.
Me ha sorprendido mucho tu entrada por la cantidad de coincidencias. Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay fue una lecura de la que guardo un gratísimo recuerdo aunque no seguí con el autor. Me apunto el título que nos traes hoy. Por otra parte, he leído mucho Roth pero me ha sorprendido que señales a Thomas Wolfe. Leí dos libros de él que me encantaron y recientemente una buena amiga lectora me recomendó una novela cortita de la que no había oído hablar que tengo muchas ganas de leer: El niño perdido. Un abrazo.
ResponderEliminarHola Yossi:
ResponderEliminarEl nombre de Thomas Wolfe me suena desde que a los 19 años leía los libros de Bukowski, y él admiraba a Wolfe, pero en aquel momento no había ediciones fáciles de encontrar de este autor. Tengo que leer el que sacó Valdemar: El ángel que nos mira, que lo tengo localizado ya en dos bibliotecas.
Con Roth tengo que volver, hace mucho que no leo nada suyo y me encanta.
En el blog va a haber dos entradas más de Chabon: Chicos prodigiosos, y otra para Las maravillosas aventuras de Kavalier y Clay. Ya tengo escritas las entradas, y la verdad es que contra pronóstico Las fabulosas aventuras me ha decepcionado. Me esperaba más de un premio Pulitzser.
El niño perdido lo ha sacado Periférica. Creo que me pondré antes con El ángel que nos mira.
saludos
Esperaré a leer las tres reseñas de Chabon para decidir con cuál me pongo, aunque creo que ya está claro: Chicos prodigiosos. Pero no nos adelantemos.
ResponderEliminarA mí el gringo que más me ha impresionado últimamente es Donald Ray Pollock y su libro de cuentos Knockemstiff.
Abrazo!
F.
Hola F:
ResponderEliminarMe has hablando tanto de Pollock me que voy a tener que poner con él.
Sí, creo que de los tres libros de Chabon que leído me quedo con Chicos prodigiosos.
saludos
Hola. Estupenda reseña. De los citados, mi consejo es Huérfanos de Brooklin de Lethem y todo Foster Wallace empezando por La niña del pelo raro y Algo divertido que... (los otros no me gustan demasiado). Un cordial saludo
ResponderEliminarHola José:
ResponderEliminarGracias por tus palabras.
Se me ocurrió otro libro que me recomendaste tú: uno de un tal Jhonson, sobre la guerra de Vietnam y que sacó Mondadori. Cuando lo citaste lo busqué y sé que lo tienen en la biblioteca de Móstoles. Cualquier día de estos lo leo.
saludos
Ah, Árbol de humo, de Denis Johnson... es una lectura densa, pero vale mucho la pena. Aquí una reseña http://www.revistadelibros.com/articulos/el-humo-era-el-mundo
ResponderEliminar¡Saludos!
Hola:
ResponderEliminargracias por la referencia.
saludos
Hola David,
ResponderEliminarChabon me encanta. Estoy deseando leer lo que tienes que decir sobre "Kavalier & Klay" porque me pareció una joya y parece que no te ha gustado tanto.
De aquella hornada de yankees salieron muy buenos relatistas. Recuerdo con especial agrado "Pastoralia" de George Saunders y "¿Quieres ser mi perro?" de Arthur Bradford.
La verdad que da gusto que existan blogs como el tuyo. Enhorabuena!
Hola Fran:
ResponderEliminarMañana domingo ya cuelgo la entrada de Chicos prodigiosos y al otro la de Kavalier y Clay.
Sí, la verdad es que éste último no me acabó de convencer, y enumero en su reseña los factores que me parecen que hacen que se acerque más al bestseller comercial que a lo que entiendo por gran literatura.
Creo que con Kavalier y Clay se me han juntado dos problemas: el del empacho, tres libros seguidos de este autor quizás hayan sido demasiados, y el de las expectativas incumplidas. Estaba convencido de que el de Kavalier y Clay iba a ser el mejor de los 3, y al final me sentí decepcionado.
Y pienso que si llego a sacar sólo éste de la biblioteca y leerlo sin los otros dos antes, mi impresión podría haber sido diferente.
Gracias por tus palabras hacia el blog. A mí sabes que también me encanta Estado crítico. Y me alegró ver que Sara Mesa quedó finalista del Herralde. Me dije: ey, con esta chica he comentado sus reseñas (que me parecen estupendas) en estado crítico y mira ahora está ahí en Anagrama, menudo lujo de colaboradores.
saludos