Editorial Menoscuarto. 428 páginas. 1ª edición de 2011, con textos editados originalmente entre 1819-1934.
Traducción de Ignacio Ibáñez Fernández.
Edición y prólogo de Santiago Rodríguez Guerrero-Strachan.
Cuando apareció este libro en 2011 pensé que podría ser un interesante complemento a la Antología del cuento norteamericano, a cargo de Richard Ford, que leí durante el verano pasado (ver AQUÍ). Estuve hojeando este Pioneros, cuentos norteamericanos del siglo XIX en la última Feria del libro de Madrid, en la caseta de la editorial Menoscuarto, lo que me llevó a entablar conversación con el que al principio pensé que era un librero para descubrir después que era el editor de Menoscuarto, José Ángel Zapatero.
Una única cosa me hizo dudar a la hora de comprar este libro: de los 16 cuentos que componen esta antología ya había leído 6 en la de Richard Ford. Me decidió el hecho de que los 10 restantes me seguían llamando la atención, y que los 6 repetidos son grandes relatos, así que no me ha importando volver a leerlos y disfrutar con ellos.
Las dos antologías citadas se abren con el mismo cuento: Rip Van Winkle (1819) de Washinton Irving, todo un clásico para entender la tradición del relato norteamericano: Rip Van Winkle se duerme un día siendo inglés y cuando despierta ya es norteamericano.
Para el segundo cuento, las dos antologías repiten autor, Nathaniel Hawthorne, pero cambia el cuento: El joven Goodman Brown (1835) en la de Ford y El experimento del doctor Heidegger (1837) en la de Rodríguez. Sobre El experimento del doctor Heidegger, un cuento moral con elementos fantásticos sobre el deseo de ser eternamente joven, creo que ha pasado el tiempo peor que sobre el misterio arcano de El joven Goodman Brown.
Lo mismo que con el segundo cuento ocurre con el tercero: y ya hemos llegado a Edgar Allan Poe. El cuento de la antología de Rodríguez es El hombre de la multitud, un relato sobre la extrañeza de la condición humana, y también de terror psicológico. En cierto modo, como el de Hawthorne, este cuento explora también, desde otra perspectiva, el miedo a la vejez y a la soledad. Es Poe, es bueno.
En realidad me estoy dando cuenta y me está sorprendiendo ahora, que comparo sobre la mesa en la que escribo una antología con otra, lo ineludible de ciertos nombres en la tradición del relato norteamericano: el cuarto autor también es el mismo, Herman Melville. Si el cuento elegido por Ford es el famoso Bartleby el escribiente (1853), que ya había leído antes de haberme acercado a esta antología, en la de Rodríguez el cuento seleccionado es La mesa de manzano (1856).
Igual que el año pasado me llevé a Mallorca, para pasar la semana del viaje de fin de estudios con los alumnos de 1º de bachillerato del colegio donde trabajo, una antología de relatos, que entonces fue: Mares tenebrosos. Una antología de cuentos de terror en el mar, de la editorial Valdemar, en este viaje me llevé este libro de Pioneros. Me recuerdo perfectamente, hace unas semanas, a las 4 o las 5 de la tarde en la playa, escondido del sol entre las rocas y la sombra de los árboles, leyendo este cuento, La mesa de manzano, pensando que el tiempo no había pasado y que estaba con la antología de relatos de Valdemar, porque La mesa de manzano tiene un planteamiento clásico de cuento de terror: una mesa encontrada en la buhardilla de una casa, que es trasladada al salón y de la que empiezan a salir extraños ruidos. No sabía que Melville hubiera escrito cuentos de terror (o de semiterror, como se verá al final del relato), todo un descubrimiento.
La primera diferencia verdaderamente significativa entre ambas antologías se da en el quinto cuento, al haber seleccionado Rodríguez a una escritora de la que nunca había oído hablar: Rebecca Harding Davis, cuyo relato La vida en la factoría (1861) podría considerarse en realidad una novela corta, ya que tiene unas 60 páginas. La vida en la factoría es una narración peculiar, ya que frente a los escenarios normalmente campestres de los otros cuentos, ésta nos introduce en una ciudad industrial y es un relato social sobre las condiciones de explotación en que vivían los obreros de una fundición al más puro estilo naturalista de Émile Zola. La vida en la factoría me ha interesado leerlo por su valor histórico, pero la verdad es que su estilo exagerado y moralista suena bastante anticuado. Así describe Davis a una mujer: “Quizá esta pobre desgraciada débil y fofa contaba con algún estímulo en su vida gris que le mantuviera el ánimo: puede que algún amor, esperanza o necesidad urgente” (pág. 122).
En el sexto cuento, nueva coincidencia en autor con la antología de Ford: Mark Twain; aquí el cuento es Suerte (1886). La ironía y la ligereza aparente de Twain siempre son encantadoras: uno de mis autores norteamericanos favoritos. Si no lo han hecho antes, lean por favor Las aventuras de Tom Sawyer o Las aventuras de Huckleberry Finn: no son novelas juveniles.
El séptimo cuento, La garza blanca (1886) de Sarah Orne Jewett, está también en la antología de Ford; lo que no es de extrañar, puesto que es un cuento magnífico sobre el fin de la infancia.
El resto de relatos que coinciden en las dos antologías son: Suceso en el puente de Owl Creek (1890) de Ambrose Bierce, La historia de una hora (1894) de Kate Chopin, Hacer un fuego (1908) de Jack London y Fiebre romana (1934) de Edith Wharton. Es llamativo que los dos últimos relatos señalados ya no son del siglo XIX, como anunciaba la portada del libro, pero Rodríguez en el prólogo justifica su elección por afinidad estética con los relatos anteriores.
Una agradable sorpresa, el tipo de sorpresa con la que deseaba encontrarme al comprar esta antología, ha sido el relato La viña embrujada (1887), del escritor afroamericano Charles W. Chesnut: relato desconocido de un autor desconocido por mí. Trata sobre la convivencia entre blancos y negros y reconstruye el lenguaje popular de las leyendas terroríficas del campo.
Lo mismo puedo afirmar del cuento La monja de Nueva Inglaterra (1891) de Mary E. Wilkins Freeman, un bello y triste retrato sobre la posición de la mujer en la sociedad norteamericana del siglo XIX.
Al menos la lectura de estos dos relatos (y no sólo de ellos) justifica la ambiciosa declaración de principios de la contraportada de Pioneros: “Esta antología de cuentos estadounidenses del siglo XIX se propone reconsiderar el canon literario: junto a nombres mayores y bien conocidos (Poe, Hawthorne, James, Crane…), aparecen en estas páginas autores –sobre todo autoras– menos difundidos entre los lectores hispanos, pero de semejante valía literaria”.
Magnífico el cuento Lo auténtico (1892) de Henry James, cuya lectura me ha hecho intentar retomar un viejo plan: leer las novelas que tengo pendientes de James. No sé por qué no lo hago, puesto que siempre que leo algo de él me parece uno de los mejores escritores estadounidenses.
Otra agradable sorpresa ha sido el cuento El papel de pared amarillo (1892) de Charlotte Perkins Gilman; un cuento de terror psicológico muy en la línea de los de James y que, como el de Freeman, constituye un grito a escuchar sobre el papel social de la mujer. (Mi novia apunta que debería resaltar más este cuento. Ella lo leyó en una antología de la editorial Valdemar, con cuentos de terror escritos por mujeres, y le gustó mucho. A mí la verdad es que me ha llamado más la atención el de La monja de Nueva Inglaterra, que parece adelantar cien años el estilo de la gran escritora de relatos Alice Munro)
Por último, voy a destacar que me ha gustado el conjunto que forman los cuentos El bote raso (1897) de Stephen Crane y el de Hacer un fuego (1908) de Jack London, ambos sobre el hombre enfrentado a la naturaleza: al poder del mar, por parte de los náufragos de un bote en el primer caso, y al poder del frío en el segundo. El nuevo hombre enfrentado con sus fuerzas a la naturaleza, un tema muy norteamericano.
Pioneros es una antología muy recomendable para los amantes del relato norteamericano, que lo más habitual es que conozcan los frutos que ha dado el género durante el siglo XX; una antología que combina cuentos clásicos, ineludibles, con más de una agradable sorpresa, y que reivindica la labor fundacional de la mujer en las letras norteamericanas.
Muchas gracias por la reseña tan compelta y entusiasta del libro.
ResponderEliminarMe recuerda a los muchos meses que pasé releyendo y seleccionando los relatos para la antología. He de decir que lo mejor de todo el proceso es esa fase, la de la selección.
Los norteamericanos son unos maestros en el arte del relato. Muchos quedaron en la carpeta a la espera de otra antología.
Algo que me hace mucha ilusión es pdoer compartir con otros mis gustos literarios y en este caso, el haber "descubierto" al público algunos cuentos, es algo que colma mis aspiraciones.
Espero que con la antología se pueda ver la evolución y las continuidades de la narrativa breve norteamericana del siglo XIX, auqneu sea desde mi punto de vista que, aunque personal, está documetnado.
Hola:
ResponderEliminarSantiago Rodríguez Guerrero-Strachan, supongo.
Gracias por entrar a comentar. La verdad es que para mí, que crecí como lector leyendo los cuentos de Carver, Richard Ford, Tobias Wolff, Hemingway... y que siempre he sido un admirador del relato norteamericano, es especialmente grato poder beber de las fuentes que bebieron estos escritores que cito y a los que tanto admiro.
Ya me comentó, en la Feria de Madrid, José Ángel Zapatero el gran trabajo que habías llevado a cabo para elaborar este libro.
Esperemos que esos relatos que quedaron en la carpeta podamos leerlos algún día, y mientras que se os ocurran nuevas antologías. A mí me apetecería leer una, por ejemplo, sobre el relato de terror norteamericano, o sobre el relato de ciencia-ficción norteamericano.
Se me olvidó mencionar en la entrada que me gustó el prólogo del libro.
Enhorabuena por tu trabajo.
David
Interesante el libro. Y la reseña.
ResponderEliminarLa cubierta -horrenda- es cosa aparte.
Un saludo.
P.D. Le animo a retomar a James, coincido en que es de los mejores escritores norteamericanos, y aun de los no norteamericanos.
Hola Barbusse:
ResponderEliminarEl libro está bien, sí. Y a portada creo que hace referencia al cuento de Melville, donde aparece una crisálida de mariposa.
Y sí, tengo que leer las novelas de James, y mira que me lo he propuesto veces.
saludos