Estuve a punto, a principios del
verano pasado, de comprarme esta novela según la vi en las mesas de novedades
de las librerías. Casi caí en la tentación justo cuando -el día anterior, sin
ir más lejos- había considerado que debía hacer bajar mi montaña de libros inleídos
antes de comprar nuevos. Estuve a punto de comprar este libro y aún tenía en
ese momento (y sigo teniendo) en casa sin leer El limonero real de Juan José Saer (Serondino, Argentina,
1937 – París, 2005). Al volver del verano lo compró uno de los profesores de
lengua del colegio donde trabajo (al que yo he conseguido hacer aficionado a
Saer). Me lo prestó hace meses, y ha sido ahora –acabando febrero de 2015-
cuando me he puesto con él.
En Nadie nada nunca el Gato
Garay vive en una casa de su familia, ubicada en el pueblo de Rincón, cercano a
la ciudad (la innombrada Santa Fe de las novelas de Saer). “A mí todo el mundo
me conoce: nuestra familia, ya se sabe, desciende del fundador de la ciudad”,
dice de sí mismo el Gato en la página 25 (La historia sobre este fundador de la
ciudad están narrados en la novela La ocasión).
El primer capítulo de Nadie nada nunca está escrito en tercera
persona: el Ladeado se acerca hasta la casa del Gato para que le guarde un
caballo –el omnipresente bayo amarillo- porque en la región alguien está
asesinando caballos por las noches (al principio el asesino –o asesinos- se
conformaba con pegarles un tiro en la cabeza, pero ha empezada además a
descuartizar sus tripas); estamos en febrero, el “mes irreal” se le llama en la
novela por corresponderse con el de la canícula de agosto. El Gato Garay bebe
vino blanco, se baña en el río, sale a montar a caballo o espera a que Elisa,
su pareja, le visite los sábados. De vez en cuando también se encuentra con
Carlos Tomatis o Horacio Barco (personajes –sobre todo el primero- habituales
del universo saeriano).
Se acaba el primer capítulo y en
el segundo Saer nos narra lo mismo pero ahora desde la primera persona del
Gato. Esto es algo al principio desconcertante, porque se repiten a veces
estructuras de palabras y frases, pero Saer va añadiendo matices a lo narrado,
desde la supuesta objetividad del primer capítulo hasta la subjetividad del
segundo.
Cuando haya leído unas cincuenta
páginas el lector de Nadie nada nunca ya habrá
descubierto que para Saer la trama no es fundamental en esta novela, que ésta
es una narración en la que los sucesos son pocos y que además se vuelve a ellos
una y otra vez desde distintas perspectivas. En la página 195 leemos, al
comentarse un artículo periodístico escrito por Tomatis, que éste ha citado con
evidente sorna a un etnólogo irlandés llamado el profesor Leopold Bloom. Queda sobre
el papel esta pista, hecho fehaciente del homenaje que supone Nadie nada nunca al Ulises de James Joyce. Lo que le interesa a Saer
aquí es analizar la percepción que tienen de su realidad los escasos personajes
que vienen a encontrarse en un zona muy delimitada del mundo: la orilla de una
playa, frecuentada por bañista de “la ciudad”, cercana al pueblo de Rincón. Un
verano tórrido y un ambientes aplastante, el Gato sentirá la realidad como una
telaraña densa contra la que debe luchar o dejarse envolver por ella. Lo que
percibimos tiende a repetirse, viene a decirnos Saer: el mismo bayo amarillo al
final del patio, y delante de él dos tambores de aceite, las mismas viejas
cajas de baterías y cubiertas podridas. De forma difusa el Gato gana dinero
escribiendo en sobres unas direcciones de la guía telefónica que le suministra
Elisa.
La realidad narrada desde la
perspectiva del Gato, de Elisa, del Ladeado, o del Bañero, personaje que vigila
la playa. De fondo una realidad ominosa: alguien está asesinando caballos por la
noche; y un inspector de policía (curiosamente apodado Caballo) que está
dispuesto a torturar a los sospechosos para conseguir una confesión. Desde un
fondo aún más oscuro, un contexto histórico: la dictadura de Videla. La muerte
de los caballos puede ser debida a unas maniobras militares, opinan algunos,
alguien está haciendo prácticas de tiro y las muertes (al menos las primeras)
son por accidente; o puede que se deban a venganzas personales.
La narración, sobre todo la que
atañe al Gato, Elisa o el Bañista es densa en matices, muy visual, reflexiva,
con frases largas y elegantes. Reproduzco aquí, como ejemplo, una de la página
19: “En el silencio de la siesta, hirviente, desde bajo los árboles
atravesados, a esta hora, de luz, desde su propio silencio, habiendo dejado,
por un momento, distraído, de tascar, retraído, serio, circunspecto, el bayo
amarillo me contempla.”
La prosa, de alta calidad y
belleza formal, pertenece ya al periodo de plena madurez artística de Saer,
pero tengo la impresión de que tanto en esta novela como en la anterior suya –El limonero real- prima más para él la
indagación formal en el propio magma de la narración que el placer del lector.
En novelas posteriores el equilibrio entre la indagación sobre el gran tema de
Saer (que no es otro que el de la percepción de la realidad) y la creación de
una trama puramente novelesca está más logrado, y esto es algo que el lector agradece.
Porque es cierto que, pese al alarde técnico que supone esta novela, adolece de
cierto inmovilismo: los personajes miran desde la ventana y… hacen exactamente
eso: miran desde la ventana. Aunque escribir esto último en cierto modo
desmerece la sutileza narrativa de Saer, en cualquier página está presente la
belleza poética y la inteligencia sutil de uno de los mejores prosistas de la
lengua española de las últimas décadas.
Sobre la mitad del libro hay unas
páginas que están escritas con menos sobrecarga estilística, en ellas se narra
el misterio en torno a la muerte de los caballos. Este tema crea un punto de
tensión constante sobre la novela, a pesar del inmovilismo del mes irreal que supone
febrero.
Pichón Garay, el hermano gemelo
del Gato, vive ya en París, y ha enviado al Gato una novela de contenido
pornográfico. En uno de los capítulos del libro, el Gato se sienta a leer el
libro y nosotros leemos un resumen de lo que él lee, que acaba funcionando como
un relato independiente. Esto me gustó bastante. Curiosamente, éste es el libro
de Saer en el que el sexo está más presente: los encuentros entre el Gato y
Elisa son narrados con profusión de detalles. Dentro del análisis de la
realidad circular, detenida, el sexo forma también parte de esta realidad en la
que Saer quiere adentrarse con minuciosidad.
Según avanzaba en la lectura
recordaba que yo había leído en alguna otra novela o cuento del universo Saer,
que Pichón, al volver a la ciudad desde París, recordaba con tristeza que al
Gato se lo llevaron los militares de la casa blanca de la orilla del río y que
nunca más se supo de él. Pensaba que Nadie
nada nunca iba a acabar con esta escena, insinuada, como un presagio, por
la muerte de los caballos; que el secuestro y desaparición del Gato a manos de
los militares iba a acabar con la parsimonia del mes irreal. He hecho memoria,
y he buscado en qué libro Saer nos cuenta esta escena. He encontrado alguna
referencia en La pesquisa: en esta
novela Pichón Garay regresa de visita a la ciudad desde París. “Pichón hace ya
varios años que viene reprochándose secretamente el no haber venido cuando la
desaparición del Gato y de Elisa y, desde que está de vuelta en la ciudad,
considera que es una prolongación de esa actitud el no haber querido ni
siquiera visitar la casa de Rincón y el departamento de su madre antes de la
venta”, esto se lee en la página 139 de La
pesquisa, y sé que en este libro (esto casi seguro que es en Glosa)
o en algún otro cuento hay una evocación más extensa de estos hechos. Algo,
esta desaparición, que yo tenía presente cada vez más al leer Nadie nada nunca, como si fuese a ser la
conclusión de la novela que tenía entre manos. Lo extraño es que lo acaba
siendo (al menos para mí, conocedor del universo Saer), a pesar de que esos
hechos no están narrados en Nadie nada nunca,
sino en La pesquisa o en Glosa, o alguna otra novela o relato. En
realidad, es como si Saer hubiera escrito durante toda su vida una sola novela
y las novelas o cuentos que nos han llegado fuesen los capítulos, más largos o
más cortos, de esa única novela, la novela de “la ciudad”.
Ya he insinuado que Nadie nada nunca no se va a convertir en
una de mis novelas favoritas de Saer, pero me percato también de que esa
monumental novela única que representa la obra narrativa de Saer es en realidad
(a pesar de estar leyéndola a intervalos más o menos discontinuos) una de mis
novelas favoritas de todos los tiempos, y tal vez debería algún día leer todos
estos libros seguidos para disfrutar de una forma más compacta del universo
Saer. Sólo me falta para haber leído toda su narrativa las novelas El
limonero real y Lo imborrable. Tal vez las lea en
2015.
No quiero acabar esta entrada sin
felicitar a la nueva editorial Rayo
verde por reeditar en España la obra de Juan José Saer, como ya he dicho,
uno de los mejores prosistas en nuestro idioma de las últimas décadas. Si
alguna persona no ha leído nada de Saer no le recomendaría empezar por Nadie nada nunca, un libro exigente que
posiblemente no sea la mejor llave de entrada al fecundo universo Saer. Las
otras dos novelas que ha publicado recientemente Rayo verde son mucho más
recomendables para el neófito: La pesquisa y El entenado, dos libros
maravillosos. Esperemos que Rayo verde siga con la ingente y valiosa labor de
reeditar a Juan José Saer. Poco después de escribir esta reseña, días antes de
colgarla en el blog, descubro a través de Facebook que Rayo verde acaba de
reeditar Glosa, publicada por primera en 1985, una novela inencontrable (salvo
tal vez en el circuito de librerías de segunda mano y de importación desde
Argentina) ahora mismo en España y que no es sólo una de las cumbres de la
narrativa de Juan José Saer, sino una de las grandes novelas escritas en
español de las últimas décadas. Es ésta reedición, sin duda, una estupenda
noticia literaria. Esperemos que Rayo verde continúe rescatando del olvido las
novelas de Saer para el lector español. No me queda más remedio que agradecerle
su gran labor editorial.
Leí hace tiempo una opinión llamó mi atención sobre esta novela. Advertía que no se podía esperar nada de acción aunque había algo especial en la forma en que estaba contada. Me quedé indecisa pero curiosa.
ResponderEliminarEn este caso, me he quedado más con la sensación de que no es para mí o, al menos, para ahora. Aunque si me encuentro algo de Saer le echaré al menos un vistazo, que las formas diferentes de contar siempre me parecen interesantes.
¡Saludos!
Hola Caminante:
EliminarSaer es un grandísimo escritor y tan sólo el estilo con que está escrito "Nadie nada nunca" justifica de sobra su lectura. Pero como digo en esta entrada, si no has leído nada de él posiblemente no sea la mejor forma de empezar esta novela. Prueba con La pesquisa o El entenado, por ejemplo.
Saludos
Hola David,
ResponderEliminarLa novela que nombraste, quizá por prudencia, como "una novela de contenido pornográfico”, tiene que ver con "La filosofía en el tocador” del Marqués de Sade. Extrañamente, ese pasaje que lee el Gato no se encuentra en "La filosofía...", pese a que los personajes son los mismos. Acaso sea una visión del Gato deducida por su lectura de esa novela... y lo interesante es que esa escena de agonía que allí padecen los personajes de Sade, esa imposibilidad de llegar a lo real, es una consecuencia del ejercicio de libertinaje según la poética saeriana.
Entonces todo empieza a conectarse únicamente en el dominio de la imaginación. ¿El autor del asesinato de caballos (¿acaso no será el Gato? ¿O el Caballo Leyva?) no sufrirá la misma agonía? ¿Y también el Gato, en pleno momento de su coito?
A mí también me cuesta decir que "Nadie nada nunca" es mi novela favorita, pero es la novela cuyos detalles me visitan más que ninguna otra de Saer, quizá por su destreza de suscitar la imaginación del lector. Aún me falta leer "La grande”, la única me queda, temo terminar de leer toda su obra (ya no sabría más de Saer), a pesar de mi ansiedad de conocerla.
Saludos cordiales,
Maní
Hola Maní:
EliminarLo cierto es que pensé que la obra erótica comentada era de Sade, pero como no estaba del todo seguro no concreté más. Gracias por la aclaración.
También, en algún momento, yo acabé sospechando que el asesino de caballos podía ser el Gato. Existe en el texto alguna señal al respecto: el bayo amarillo se asusta cada vez que se le acerca el Gato. O podría ser el policía Leyva.
De todos modos, creo que Saer podría haber usado la excusa narrativa del misterio creado en torno a los caballos para hacer avanzar más la trama. Parece que a Nadie nada nunca le falta algo en este sentido.
La grande es una de las novelas de Saer con la que más he disfrutado. Se supone que se quedó inconclusa, que le falta un capítulo, pero al leerla no se aprecia esto, tiene un cierre de todo su ciclo narrativo muy bueno.
Saludos
Estoy de acuerdo que Nadie nada nunca no es la mejor novela de Saer (yo votaría por El limonero real o Glosa), pero me gustó su manera experimental de narrar. La prosa, como siempre, es impresionante también. Glosa es la fuente que buscas para la historia de lo que pasó a Gato y Elisa; habiendo leído Glosa antes de Nadie nada nunca, Nnn me pareció aún más amenazante que tal vez sea. De todos modos, creo que El entenado sería mi próximo libro del gran Saer. ¡Saludos!
ResponderEliminarHola Richard:
EliminarEncontré alguna referencia a la historia del Gato y Elisa en La pesquisa, pero estaba casi seguro de que se hablaba de eso en otro lugar, y ese lugar era Glosa. Yo leía Nnn (me gusta la abreviatura) pensando que ese final de su historia estaba todo el rato sobrevolando a los personajes. Me parece curioso que si alguien lee esta novela sin haber leído las otras, posiblemente hará una lectura muy diferente de este libro.
El entenado es un gran libro, de una prosa soberbia.
Saludos.
En Glosa hay un párrafo "El año anterior, en Mayo, Washington (personaje de Glosa), ha muerto de un cancer de próstata ; en junio, el Gato y Elisa, que estaban viviendo juntos en la casa de Rincón desde que Elisa y Héctor se separaron, han sido secuestrados por el ejército y desde entonces no se tuvo más noticias de ellos.
ResponderEliminarHola José:
EliminarMuchas gracias por el dato. Son este tipo de comentarios los que enriquecen al blog y hacen que esto tenga sentido.
Saludos
En Glosa se puede leer en la pag 155, en la edición de Seix Barral. NNN, se publicó en México año 1980, en plena dictadura militar, y la muerte de los caballos, las entiendo como una metáfora de los secuestros torturas y muertes de personas en la dictadura militar, hay muchas alusiones a ese tema. Como perlas se escribe sobre los Falcón que recorrían las calles de Rincón, sobre un "borracho Videla", sobre el "Haroldo" (escritor desaparecido, Haroldo Conti). Del envío de sobres con direcciones me parece haber leído que lo hacia otro escritor desaparecido Héctor Ohesterheld y así sucesivamente. Me gustan muchos tus comentarios. Saludos José de la ciudad de Santa Fe.
ResponderEliminarHola José: sí es cierto que las muertes de los caballos parecían la metáfora de algo más, algo amenazante y latente. Quizás le faltó a Saer meter lo de la desaparición del Gato y de Elisa en este libro,. Quizás -lo he comentado con otros lectores- a NNN parece que (a pesar de la excelencia de la prosa) le falta algo.
EliminarMuchas gracias de nuevo por el comentario.
Me encanta que comente aquí alguien de Santa Fe. Algún día tendré que visitar esa ciudad.
Saludos
Hola, en mi comentario anterior no salió el párrafo de Glosa, dice así "El año anterior, en mayo, Washington ha muerto de cáncer de próstata; en el mes de junio, el Gato y Elisa, que estaban viviendo juntos en la casa de Rincón desde que Elisa y Héctor se separaron, han sido secuestrados por el ejército y desde entonces no se tuvo más noticias de ellos." O sea que en su novela siguiente explica el epílogo de la anterior. NNN, transcurre en Febrero y el secuestro del Gato y Elisa, transcurre en Junio. Washington es un personaje de Glosa. Saludos Jose
ResponderEliminarGracias por la cita.
EliminarSaludos