Editorial Los libros del lince.
281 páginas. 1ª edición de 2011.
Los libros del lince era otra de esas editoriales nuevas (apareció
en 2008, si no me equivoco) de la que me apetecía leer algún libro de su catálogo.
Está dirigida por Enrique Murillo,
autor de Anagrama en la década de
1980, que ha trabajado en múltiples editoriales punteras (entre ellas en
Anagrama, donde fue el lector que le recomendó a Jorge Herralde la publicación de La conjura de los necios
de John Kennedy Toole), además de
haber sido traductor de importantes escritores anglosajones, como Henry James, Vladimir Nabokov o Martin Amis. Somos amigos en Facebook y
me gusta el entusiasmo que siente ante los propios libros que publica (lo
contrario parecería absurdo si no conoces nada del mundo editorial; si has
podido acercarte mínimamente a él sabrás que lo que apunto no es ninguna
trivialidad).
Los Libros del Lince se dedica
principalmente a publicar ensayo, pero también mantiene una línea de narrativa.
En la biblioteca de Móstoles tienen varios de sus títulos y me decidí por éste
de El
peor de los guerreros del chileno, afincando en Barcelona, Rodrigo Díaz Cortez (Santiago de Chile,
1977). En realidad sucumbí a la historia personal de Díaz Cortez: su primer
libro de cuentos, La taberna del vacío (2000) se lo autopublicó en Chile y lo
vendía él mismo por los bares de Santiago. Con las ganancias (cuenta el autor,
quizás incidiendo en la creación de su propia leyenda) se pudo comprar el
pasaje de avión para Barcelona, donde actualmente trabaja conduciendo un taxi.
El peor de los guerreros se abre con una cita del poema de Roberto Bolaño Autorretrato a los veinte años.
Y quizás con esta cita Díaz Cortez pretenda hacer toda una declaración de
intenciones a favor del escritor nómada y aventurero; del escritor chileno que
acaba viajando a Barcelona, característica que comparte con Bolaño.
El peor de los guerreros sitúa su acción en el desierto de Atacama,
principalmente en el pueblo de Paitanás, y el tiempo narrativo abarca desde los
años 20 del siglo XX hasta la década de 1970; desde la época de la migración,
cuando los campesinos del sur -los paísas,
los guerreros- llegaban a Atacama
para trabajar en las minas de sal, hasta las torturas de los militares de
Pinochet. Entre medias la historia de la región: la pobreza, la explotación,
las revueltas, los abusos de los militares y la iglesia, hasta llegar a la
decadencia de la zona: “Todo esto ocurrió muchos años antes de que los alemanes
inventaran el salitre sintético, ya te lo había dicho, Benito, no te
distraigas, muchos años antes de que los clippers dejaran de cargarlo en sus
bodegas y la vida de los pueblos se fuera al carajo” (pág. 275).
La estructura es atrevida: Samu
le va narrando a Benito, el hijo de su hija adoptiva, la historia de su pueblo,
Paitanás, y de su familia: los padres de su madre, la Inglesa y Sofanor,
atracadores de barcos y amigos de correrías de Samu, hasta que este decidió
dejar la delincuencia y regentar un burdel; con múltiples saltos en el tiempo,
indicando el momento narrativo y el lugar donde transcurren los hechos al
comienzo de cada capítulo. Una de las peculiaridades de Samu es que está
muerto, algo de lo que nos enteremos en el segundo capítulo de la novela:
“Ahora ya no estaré en ninguna parte, desde que me lanzaron del avión en los
años setenta. Y no callamos porque no podemos, y no pararé hasta que escuches
toda esta tragicomedia.” (pág. 21). La condición de muerto de Samu le permite
situarse en la posición de narrador casi omnisciente, y digo casi porque a veces
le hablará a Benito de sucesos de los que no está seguro, sucesos convertidos
en leyendas o mitos de la región. Y la recreación del mito parece ser uno de
los planteamientos narrativos más serios que hace Díaz Cortez en esta novela.
Así nos hablará de los malvados que regentan la autoridad, el diablo
López-Cuervo y posteriormente de su hijo, el diablo López-Cuervo II; el líder
de la iglesia, el dios Alzamora; la Lorenzana, la hombruna salteadora de
caminos; y de la pareja de atracadores formada por la Inglesa y Sofanor, que ya
en la primera línea de la novela aparecen muertos en la pensión de la Ojerosa:
“La sonajera de mi reloj no logró despertar a la pareja porque ya estaban
muertos”. En torno al misterio creado por estas muertes bascula gran parte del
peso narrativo de la historia. Samu le irá narrando a Benito –quien desea
escribir una novela sobre las muertes de sus abuelos- la historia de la pareja,
desde el momento que él los conoció hasta todo lo que pasó después, dejando
siempre el hueco narrativo en sus palabras de la explicación del misterio,
explicación que –como la propia estructura de la novela marcaba desde el
principio- le será dada al lector sólo en las últimas páginas del libro.
Los personajes quedan más
definidos por sus acciones, provocadas por un comportamiento obsesivo (la
venganza, la generosidad, el deseo…) que por el flujo de sus pensamientos; y en
este sentido El peor de los guerreros
me ha recordado a las novelas de Gabriel
García Márquez. Lo trabajado del tratamiento del tiempo también me ha
recordado a la forma de pulir la estructura de García Márquez; incluso el
fraseo elegante me ha recordado a la prosa del colombiano. Esta oración, por
ejemplo: “A la semana siguiente de la visita de mi amigo, con el reloj en su
poder, activó el juego de la ambición” (pág. 47). Ese tipo de construcciones
lingüísticas -el juego de la ambición-
me parecen tan profundamente García Márquez… por no hablar del realismo mágico
que supone darle la voz narrativa a un muerto.
Y esto, igual que hace unas semanas
cuando hablaba de Patricio Pron como
discípulo de Roberto Bolaño, no es
ninguna crítica negativa a Rodrigo Díaz Cortez. Gabriel García Márquez me
parece un autor muy reivindicable. De hecho, yo he leído la mayor parte de sus
libros y tengo pensando hacer una relectura de los principales.
Por ponerle algún pero a esta
novela, podría apuntar que en más de un pasaje el tono tragicómico de lo contado –como he recogido antes, en palabras del
narrador, en la cita de la página 21-, su tendencia a la prosa elegante,
ligeramente irónica y distanciada, me parece que ha hecho que algunas de las
escenas perdieran toda la intensidad que podrían haber tenido de haber elegido
otro tono o un tipo de narración más lineal. En todo caso, querría destacar el
hecho contrario: Rodrigo Díaz Cortez, pese a su juventud me ha parecido un
escritor muy dotado, muy seguro en su manejo de los tiempos narrativos y con
una prosa tendente al juego metafórico muy elaborada, y al que considero
destinado a que hablemos más de él en el futuro. Sé que su siguiente novela ha
sido fichada para Mondadori Chile.
Así que, estimado lector de este
blog, recuerda que si viajas a Barcelona y tomas un taxi debes estar atento.
Podrías tener la gran suerte de ser el de Rodrigo Díaz Cortez y poder disfrutar
de una agradable charla sobre literatura durante el trayecto.
Precisamente supongo que uno de los objetivos de un blog como este es reivindicar a autores que difícilmente encontraríamos en otros sitios. Lo que has escrito me ha parecido suficiente para lanzarme a buscarlo, aunque que tal vez el realismo fantástico a estas alturas ya esté demasiado usado... veremos. Un saludo y gracias.
ResponderEliminarHola Joaquim:
EliminarEl realidad salvo el detalle de que el narrador está muerto, no hay ningún elemento fantástico. Y este detalle es un juego narrativo; sería igual que si el narrador fuese un narrador omnisciente.
Gracias por tus palabras sobre el blog. Creo que ha habido pocas reseñas sobre este libro; y la verdad es que está muy bien escrito y editado.
Merece la pena.
Saludos
Yo añadiría que no sólo has reivindicado a un autor desconocido, incluso reinvidicas una editorial que, al menos yo, no hace mucho descubri y no es muy conocida. Gracias por la reseña. Un saludo.
ResponderEliminarHola Ana:
EliminarEn estos tiempos de crisis general, y de crisis para el sector del libro, me gusta fijarme en la labor casi artesanal de algunos editores. En muchos casos las pequeñas editoriales hacen un trabajo más "literario" que las grandes y desde luego son las que hacen el trabajo de campo (de búsqueda de nuevos autores) más intenso.
Este libro es mejor que muchas de las novedades de jóvenes autores de los grandes grupos (y diría que además el texto no tiene ni una errata).
He leído otro libro de Los Libros del lince: Yo, precario. Me ha gustado también. Hablaré de él en dos semanas.
saludos
No conocía el título ni la editorial y me parece que ambos son interesantes. Uno por lo que nos cuentas, y la otra porque llevo mucho tiempo defendiendo que determinadas editoriales cuidan mucho sus catálogos y se merecen que pasemos la mirada por los lomos de sus libros. Con la crisis y la cantidad de librerías que cierran empiezo a creer que no es la era digital la que nos dejará sin libros de papel, sino las grandes superficies cuya oferta se limita muchas veces, a los títulos que conocemos. A mi me sigue gustando descubrir
ResponderEliminarBesos
Hola Mientrasleo:
EliminarLos libros del lince es una editorial que publica pocas cosa, pero por lo que he visto lo que publica lo hace de forma muy cuidada. He cambiado algún comentario con el autor sobre esta novela y me dice que esta es su segunda reseña en tres años. Lo que me parece injusto, porque es un libro que perfectamente podría estar editado en una editorial más grande y con mas repercusión.
saludos