lunes, 14 de septiembre de 2009

A quien corresponda, por Martín Caparrós


Este libro de Martín Caparrós ya lo había hojeado en Madrid cuando salió como novedad en marzo de 2008. Me apeteció comprarlo en Buenos Aires. La edición argentina de Anagrama es de un color gris más pálido que la española y la portada es un poco más blanda; eso sí, el precio al cambio era menos de la mitad.

Si una de las tendencias de la narrativa actual es la mezcla de géneros, Caparrós ha escrito una novela de su tiempo, ya que una gran parte de ella correspondería a otro género, en este caso al ensayo. Y es estrictamente moderna aunque gran parte de sus reflexiones correspondan a la década de los años setenta del siglo XX en Argentina, unos años, en todo caso, vistos desde el presente de la primera década del siglo XXI.

La estructura narrativa contempla capítulos de dos tipos: en el primero se dan paso las voces de un pequeño pueblo argentino, Tres Perdices, donde el cura local, un respetado hombre de edad, ha sido asesinado con muestras de salvajismo; el tono usado es seco, breve, irónico o sarcástico, a veces.
En el segundo tipo de capítulos (más extensos y numerosos que los otros) toma la palabra la voz narrativa de Carlos Hugo Fleitas, un hombre cercano a los sesenta años y militante en los setenta en el movimiento guerrillero de los montoneros; con un tono más hondo, más intrincado que el anterior.
Los capítulos en los que Carlos toma la palabra suelen comenzar con un encuentro que mantiene con diversos personajes: uno de sus amigos revolucionarios, una amante al menos veinte años más joven que él, su mujer muerta… con estos tres personajes, principalmente, y otros que le surgirán en su búsqueda del pasado (un militar de alto rango, un torturador…) Carlos va desgranando su relación con el mundo que le rodea, o su relación con la derrota. Carlos reflexiona sobre su generación, la siguiente y el devenir de su país, y siente que pertenece a la generación más derrotada de la Argentina, aquella que quiso darlo todo por un mundo mejor, y acabó claudicando y sentando las bases para una sociedad, en la que ahora vive, peor que la que tenían hace treinta años. Toda su entrega, sus sacrificios, la muerte de su mujer, fueron “al pedo” nos dice, y todo por una idea errónea, piensa.

Dos hechos mueven a Carlos a actuar: una bronca con su antiguo amigo de militancia, Juanjo, y la noticia de que un cáncer va a acabar pronto con su vida. Así iniciará, treinta años después y dejando atrás la imposibilidad de su olvido, una investigación para averiguar qué le ocurrió a su mujer (embarazada) en uno de los “chupaderos” del régimen militar.

Tras cada encuentro se reflexiona sobre los sueños de juventud, sobre los ideales perdidos, sobre la tortura (de una forma estremecedora)… aunque, quizás, las reflexiones más interesantes sean en torno a la idea de la venganza. ¿Por qué no hubo venganzas contra los militares cuando llegó la democracia, ni colectivas ni individuales?, se pregunta Carlos. A quien una de las cosas que más parece dolerle es intuir que los antiguos militantes montoneros acabaron pactando con el nuevo régimen para sacar rédito político a su condición de víctimas, usurpando el lugar a las verdaderas víctimas, los desaparecidos, los muertos…

Una novela dura, un ajuste de cuentas de Caparrós con su generación, con su país; y para un extranjero una buena oportunidad de profundizar en los conflictos internos y en las heridas sin cerrar de un país, invisibles para el paseo y el ojo de un turista.
Quizás para esto sirva la literatura, para este paseo por las calles internas de una sociedad.

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