jueves, 14 de enero de 2016

Un poema de Siempre nos quedará Casablanca

Hacía tiempo que no dejaba aquí uno de mis poemas. En navidades fui al cine a ver El despertar de la fuerza, con un amigo con el que había visto El retorno del jedi hace casi treinta años en unos cines de Móstoles que ya no existen.

Vuelve a estar de moda la saga de La guerra de las galaxias (o Star Wars como dicen ahora),  y me apetece colgar aquí un poema sobre la primera vez que vi La guerra de las galaxias en el cine. Debía ser el año 1981 o 1982 y mi abuelo me llevaba al cine.



Este poema pertenece a mi libro Siempre nos quedará Casablanca.


                 CINE MILITAR


Mi abuelo no tenía que pagar entrada,
con la pinza de su tarjeta de reservista
del ejército colgada de la camisa,
y yo cinco duros que él sacaba del fondo
de su monedero. Era el cine del cuartel,
al que mi abuelo me llevaba cada domingo,
tan alto, con sus largos pasos de determinación
y desfile. Recuerdo el vértigo de esquivar
la prolongación de los cañones de los fusiles.
Me llenaba de orgullo cuando los soldados
se cuadraban alzando su brazo y decían
a mi abuelo: «¡A sus órdenes, mi teniente!»,
y yo apretaba fuerte su mano. Bonitos
y robustos tanques paseaban alrededor
del cine. Yo no sabía nada de política,
tenía siete años. El cuartel era un lugar hermoso
y vital, de recias esquinas y uniformes de piedra
y tenía un cine, donde vi o soñé,
ahora no lo recuerdo exactamente,
La guerra de las galaxias. Su arena sedienta,
los androides brillaban y las espadas láser brillaban,
como la pinza de la tarjeta que colgaba

tan alta de la camisa de mi abuelo.

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