domingo, 19 de marzo de 2023

Cartas I, por H. P. Lovecraft

 

Cartas I, de H. P. Lovecraft

Editorial Aristas Martínez. 537 páginas. 1ª edición de 2023.

Traducción y edición de Javier Calvo

 

 

En el verano de 1990 leí por primera vez a H. P. Lovecraft (Providence, 1890-1937). Lo descubrí gracias a la solapa de un libro de cuentos de Stephen King. Me gustaba el terror por entonces; pero al encontrarme con Lovecraft, el adolescente que yo fui descubrió que el terror era, más que una cuestión de trama, una cuestión de atmósfera. Y Lovecraft era el maestro de la atmósfera terrorífica. En los años 90 lo leí en las ediciones de Alianza, y cuando ya andaba yo por los treinta y cinco años leí los dos tomos con sus narraciones completas que sacó la editorial Valdemar con las traducciones de Francisco Torres Oliver, José María Nebreda y Juan Antonio Molina Foix. De adolescente leí bastantes de los relatos de Lovecraft, pero no todos, y estas obras completas me encantaron. Con algún altibajo, me lo pasé muy bien con ellas. De hecho, me di cuenta de que de adolescente se me habían pasado algunas narraciones que ahora me parecen de las más punteras del autor.

 

Creo que hace años, la editorial Valdemar anunció que iba a sacar las Cartas de Lovecraft, pero de algún modo aquel proyecto se truncó y ha sido la editorial Aristas Martínez quien las acabado sacando en España. El editor y traductor ha sido Javier Calvo, traductor de, entre otras, de la obra de David Foster Wallace en España. Aristas Martínez va a sacar tres volúmenes de cartas.

 

Las primeras cincuenta páginas del libro son un prólogo, a cargo de Javier Calvo, donde éste nos cuenta algunos detalles de la vida y la obra de Lovecraft, y la historia de la edición de las cartas en el mundo anglosajón, así como sus temas. Calvo afirma que el 99% de la escritura de Lovecraft fueron cartas. Su obra narrativa es relativamente exigua (consta de 52 relatos o novelas cortas) y Lovecraft murió sin conocer el éxito literario en vida. Publicó siempre en revistas baratas que detestaba y también le rechazaban continuamente sus obras, y se dedicaba a escribir cartas, donde sentía que no tenía cortapisas. Lovecraft no fue al colegio, porque su madre pensaba que su débil salud no se lo permitía, y Calvo afirma también que, aunque llegó a estar dos años casados, murió sin haber mantenido relaciones sexuales. Vivió un corto periodo de tiempo en Nueva York, ciudad de que acabó abominando, y el resto de su vida la pasó en su Providence natal, donde convivía con alguna tía, después de la muerte de su madre, y la escritura de cartas representaba su vida social. Podía escribir de cinco a quince cartas al día, y algunas llegaron a tener una extensión de 70 u 80 páginas; cartas en las que describía sus viajes por la costa Este norteamericana. Algunos de sus amigos retenían un tiempo sus respuestas con la idea de que Lovecraft se centrara más en escribir ficción que cartas.

 

Las últimas estimaciones indican que Lovecraft escribió unas 75.000 cartas, de las que se conservan 10.000. En Estados Unidos existe una edición completa de las Cartas de Lovecraft, que llega a los 23 volúmenes. Javier Calvo afirma que el conjunto total de las cartas contiene más de una repetición y también información poco relevante. Él ha seleccionado el material, para este primer volumen, de tal modo que principalmente se muestren las ideas que tenía el autor sobre escritura, sobre su obra, la de sus amigos o el género de terror en general. Calvo identifica los siguientes temas en las cartas de Lovecraft:

1) Textos didácticos sobre escritura

2) Reflexiones sobre la literatura extraña y construcción de un canon de sus obras

3) Reflexiones sobre la literatura Pulp

4) Reflexiones sobre la expresión literaria genuina

5) Diatribas contra el mercado y la escena literaria americanos

6) Diatribas contra escritores y escuelas literarias

7) Laboratorio de colaboraciones literarias

8) Debates intelectuales

9) Diatribas sociológicas

10) Narración de sueños

11) Diarios de viajes

12) Reflexiones sobre urbanismo y arquitectura

 

Calvo además de elegir unas cartas sí y otras no, también elige párrafos significativos dentro de estas, y ha dejado fuera algunos de los temas, como el de los sueños y los diarios de viajes.

 

La selección de las cartas empieza en 1919. Durante la década anterior, hasta 1917, Lovecraft, después de unos escarceos adolescentes, no había escrito ficción extraña. Se había dedicado a la prensa amateur y a la poesía. En 1917 escribió algunos relatos, animado por W. Paul Cook, que era editor de una revistilla amateur (de lo que ahora sería un «fanzine») y escribió La tumba (1917), Dagon (1917) y Polaris (1918). Las cartas recogidas aquí, empiezan cuando Lovecraft visita, junto a unos amigos del periodismo amateur, Boston para escuchar una charla del escritor inglés Lord Dunsany, que le causará fascinación y será una inspiración para él. Poco después escribirá La nave blanca, su primer relato claramente dunsaniano.

En 1918 empieza a trabajar revisando textos ajenos para revistas. En algunos casos, estas revisiones eran trabajos de negro literario encubierto. De hecho, llego a hacer de negro literario para un personaje tan popular en la época como era el escapista Harry Houdini.

 

Las primeras cartas están dirigidas a amigos de su círculo de periodistas amateurs, como Rheinhart Kleiner. Pero pronto empezará a formarse lo que acabará siendo el llamado «Círculo de Lovecraft» y los destinatarios de sus cartas pasarán a ser jóvenes, adolescentes en muchos casos, que conoce a través de su lectura de las revistas pulp y con los que empieza a intercambiar relatos e impresiones sobre literatura. Uno de los primeros será Frank Belknap Long, un joven estudiante de Nueva York, interesado en la escritura extraña.

 

Al final de cada año de cartas hay una ilustración, dibujada por Lovecraft, o una portada de alguna de las revistas en las que aparecieron sus relatos. Cada año comienza con una introducción de Javier Calvo para informarle al lector del momento vital que va a atravesar el autor durante los siguientes doce meses, cuáles han sido sus peripecias vitales más importantes y quiénes son las nuevas personas que ha conocido y que se van a incorporar a su grupo de intercambio de cartas (las cartas llegarán a sumar 97 interlocutores). Estas introducciones acaban formando una especie de biografía que le va a resultar muy útil al lector para contextualizar el contenido de las cartas que va a leer.

A Frank Belknap Long le escribe en 1921: «Igual que a ti, me abruma la futilidad de todo esfuerzo, y la única razón por la que leo o escribo algo es que sería todavía más infeliz si no lo hiciera.» (pág. 113).

En agosto de 1922 Lovecraft le envía una primera carta al californiano Clark Ashton Smith solicitándole amistad, tras ver unos dibujos y unos poemas suyos, mostrados por Samuel Loveman en Cleveland. En esta primera carta le escribe: «Lo cierto es que soy alguien que odia la realidad, un enemigo del tiempo y del espacio, de la ley y la necesidad. Ansío un mundo de misterios, esplendores y terrores gigantescos, donde no reine más limitación que las de la imaginación sin cortapisas. La vida y las experiencias físicas, con el estrechamiento de la visión artística que generan en la mayoría de personas, son objetos de mi desprecio más profundo. Es por esta razón por lo que desprecio a los bohemios, que creen esencial para el arte llevar vidas desenfrenadas. Mi desprecio no se basa en la postura de la moral puritana, sino en la de la independencia estética; me repugna la idea de que la vida física tenga algún valor o significado.» (pág. 142)

Este será el comienzo de una de las grandes amistades epistolares de su vida. A Smith le hablará del rechazo que le causa su obra Herbert West, reanimador, que escribió por dinero, y serializándola, algo que Lovecraft odiaba.

 

En 1923 Lovecraft va a contactar con la revista Weird Tales, que será fundamental para él. Escribe a la revista presentándose en una curiosa carta en la que parece que trata de conseguir no publicar allí en vez de publicar. Además, se muestra arrogante, despreciando a la revista que, en gran medida, va a ser su casa literaria. Lovecraft mantuvo una relación cuanto menos ambigua con las revistas de literatura extraña. En gran medida, despreciaba lo que publicaban, historias trilladas de trama, para un público poco cultivado, aunque entre sus páginas se acabasen colando, de vez en cuando, lo que él entendía por relatos extraños genuinos y artísticos.

 

En 1924 Lovecraft se va a mudar a Nueva York, tras casarte con Sonia Green en Manhattan, a la que ha conocido en el círculo de los periodistas amateurs. Lovecraft no va a conseguir ganarse la vida en la gran ciudad, no le van a contratar en una agencia literaria ni como redactor.

En sus cartas escribirá en contra de la velocidad de escritura que exigen las revistas pulp, cuando él piensa que los escritores de verdad escriben sin prisas.

En 1925 su mujer se va de Nueva York por trabajo y él sigue sin encontrar, o buscar, uno. Por extraño que parezca en la biografía que conocemos de Lovecraft, al que siempre identificamos como ermitaño, durante un periodo de seis meses, saldrá todas las noches con sus amigos de Nueva York, hasta que acabe rechazando este tipo de vida. Durante este periodo escribe pocas cartas y sobrevive en la pobreza.

En 1926 escribe las 30.000 palabras del ensayo El horror en la literatura.

Su empleo mejor remunerado en Nuevo York duró dos semanas y media y consistió en escribir direcciones postales en sobre para los encargos de una librería.

En 1926, desencantado de Nueva York y deshecho su matrimonio, vuelve a Providence. «No hay posibilidad de que Providence me ilusione o me desilusione; sé lo que es, y mentalmente nunca he vivido en otra parte (…) Siempre seré un inadaptado.», le escribe a Lillian D. Clark en marzo de 1926 y en la misma carta escribe su famosa alocución «Yo soy Providence», que aparecerá muchos años después como inscripción sobre su tumba.

 

De 1926, tras fracasar en Nueva York y volver a su ciudad natal, son también algunas de sus diatribas más duras contra la ciudad, y algunos de sus comentarios más racistas, que se deben entender como las palabras de una persona profundamente frustrada, en una sociedad, la norteamericana de 1920, que, no lo olvidemos, era en general racista. Llega a llamar a Nueva York «perrera de mestizos febriles» (pág. 238), y se enroca en un provincianismo patriótico, en el que, según él, el arte verdadero solo puede proceder del contacto con los antepasados. «Todo arte genuino es local» (pág. 239), le escribirá a Bernard Austin Dwyer.

En 1926 comenta en alguna carta que le está aburriendo la escritura de su novela corta La búsqueda en sueños de la ignota Kadath (uno de los relatos de Lovecraft que menos me gusta) y con él finalizará su etapa dunsaniana.

En 1926 empezará a cartearse con el escritor August W. Derleth, a quien le escribe aconsejándose sobre cambios en algunos de sus relatos tempranos y le insinúa que en un relato de terror lo más importante es la atmósfera.

 

Los autores favoritos de Lovecraft son Edgar Allan Poe, Arthur Machen y Algernon Blackwood.

Tras su regreso a Providence pasa de llamarse a sí mismo «abuelo» a «anticuario», la mayoría de sus interlocutores siguen siendo más jóvenes que él.

Extrañamente, en algunas de sus cartas, Lovecraft deja ver un peculiar sentido del humor. Siempre habló en términos despectivos de su propia obra, y ensalzaba hasta la exageración ridículas la de sus amigos. «Me produce un orgullo propio de un abuelo ver a algunos de esos niños florecer y convertirse en autores y hombres de intelecto; y es que produce satisfacción ver la genialidad reconocida en su juventud. También me ha gratificado el hecho de que ninguno de mis “descendientes adoptivos” se haya vuelto un notorio libertino ni un atracador popular.» (pág. 282), carta a Zealia Brown Reed.

 

En 1929 es cuando empieza a escribir las cartas de 70 o 80 páginas donde le narra a su interlocutor sus viajes, y que Javier Calvo no ha seleccionado aquí.

En 1930 conoce a Robert E. Howard, el texano creador de Conan el Bárbaro, que será otro de sus grandes amigos epistolares. También comienzan él y sus amigos a escribir relatos donde aparecen los «dioses primigenios» que crea Lovecraft, pero también Clark Ashton Smith, por ejemplo. Una cosa que me ha parecido bastante divertida: Lovecraft empieza a meter estas referencias a sus dioses primigenios en los relatos que revisa de otros o que escribe como negro literario, y de esta forma empieza a expandir por el mundo de las revistas pulp sus criaturas de referencias.

En octubre de 1930 le dirá a Robert E. Howard que, para él, el mejor relato de terror es Los sauces de Blackwood. Un relato que leí porque tenía esta referencia de Lovecraft y que me pareció muy bueno.

 

En 1931 escribirá algunas de sus obras más recordadas, como En las montañas de la locura y La sombra sobre Innsmouth, pero se las rechazarán y esto empezará a minar definitivamente la moral artística de Lovecraft. Empieza a barajar la idea de dejar de escribir o de escribir solo para él. En noviembre de 1931 le escribirá a Clark Ashton Smith una de sus cartas más amargas. Escribirá: «El problema de la mayor parte de mi obra es que queda a medio camino entre dos categorías: el modelo abyecto de las revistas, la asociación con Weird Tales ha injertado de forma inconsciente en mi método, y el relato genuino. Mis relatos no son lo bastante malos para los editores baratos ni tampoco lo bastante buenos como para obtener una aceptación y reconocimiento estándares.» (pág. 384).

 

En 1932 morirá su tía Liliana, con la que vivía en Providence.

En una carta a Robert Barlow, fechada en agosto de 1933, escribirá un párrafo que me ha parecido de los más hermosos del libro: «Yo soy uno de los que no cambian; no hay en mi psicología gusto ni interés alguno que no tuviera ya en mí, de una forma u otra, antes de cumplir los cinco años. Mi estilo tanto en prosa como en verso ya era “básicamente” el mismo a los 11 o 12 años que ahora (aunque, por supuesto, por entonces mi tratamiento de las ideas y las imágenes era ridículamente inmaduro), y mi recuerdo continuo de aquellos días lejanos es tan nítido que todavía puedo acceder a todos aquellos pensamientos y sensaciones. No me cuesta esfuerzo alguno –sobre todo cuando estoy en ciertos bosques y prados que no han cambiado en absoluto desde mi infancia– imaginarme que todos los años transcurridos desde 1902 o 1903 son un sueño… que sigo teniendo 12 años y que cuando me vaya a casa será atravesando las calles más tranquilas y de pueblo de aquellos años; pobladas por caballos y carretas, y pequeños tranvías de colores con las plataformas abiertas, y con mi vieja casa del 454 de Angell Street esperándome en el horizonte; y que mi madre, mi abuelo, mi gato negro y otros compañeros que ya no están siguen vivos y no han cambiado.» (pág. 432)

 

El tramo final del libro es realmente emocionante y triste, con un Lovecraft cada vez más agotado, que sufre continuos rechazos editoriales, mientras sus amigos más jóvenes están triunfando en la literatura. Cada vez más aislado y solo. Sin embargo, no duda en ayudar a todos los principiantes que le piden consejo, como al adolescente Robert Bloch, que luego escribiría Psicosis. Y también ayudará a algunos ancianos a arreglar sus relatos, y que necesitan alguna influencia que los anime. Esto se lo cuenta a Robert H. Barlow en una carta de septiembre de 1934.

Hay algún momento hermoso cuando en 1935 Lovecraft consigue vender En las montañas de la locura. Sin embargo, la novela corta se publicaré en tres partes, en tres meses consecutivos de una revista, y sobre todo la última parte apareció con muchas mutilaciones y erratas, lo que deprimió a Lovecraft.

La sombra sobre Innsmouth aparecerá en forma de libro, pero con tantas erratas y con tan poca distribución que volverá a sumirle en la depresión.

En 1936 no acudirá al médico pese a sus dolores estomacales. A principios de 1937, fallecerá a los 46 por un cáncer intestinal. A su funeral acudirán tres personas.

 

Yo he sido siempre muy fan de Lovecraft, desde que, como apunté al principio, le descubrí en 1990. He llegado a ir a Providence en 2011 y he buscado, con una guía, todos los lugares en los que vivió o que hizo aparecer en sus relatos. Me llegué a alojar en el hotel Biltmore, que sale en alguno de los relatos de Lovecraft. Lo que quiero decir es que yo no soy objetivo con Lovecraft, ya que para mí es alguien que pertenece a un selecto ramillete de escritores que, con sus virtudes y defectos, está más allá del bien y del mal. Me han encantado este primer volumen de las cartas. Ha sido muy emocionante poder entrar en la intimidad de un de los artistas a lo que más admiro. Y me ha parecido muy buena la edición de Javier Calvo, con su extenso prólogo y sus notas aclaratorias antes de empezar cada año, y sus ilustraciones. Cartas I se puede leer como una suerte de diario o biografía que va a hacer las delicias de cualquier fan del autor. La edición de Aristas Martínez es un lujo. Creo que estoy, ya en marzo, ante uno de los libros del año.

domingo, 12 de marzo de 2023

Basada en hechos reales, por Delphine de Vigan


 Basada en hechos reales de Delphine de Vigan

Editorial Anagrama. 342 páginas. 1ª edición de 2015, ésta es de 2016

Traducción de Javier Albiñana

 

Saqué de la biblioteca de Móstoles dos libros de Delphine de Vigan (Boulogne-Billancourt, 1966), Nada se opone a la noche (2011), que era el que realmente quería leer, y también su siguiente novela, Basada en hechos reales (2015), que ‒según leí en la contraportada‒ hablaba de la recepción de su anterior libro, y pensé que este tema me iba a interesar.

Me gustó mucho Nada se opone a la noche, donde la autora habla de la muerte de su madre y reconstruye su vida. Este fue, sin duda, un libro muy personal para la autora, y parece difícil conseguir escribir otra buena novela después de la implicación emocional de la anterior. Basada en hechos reales, que se publicó cuatro después de la anterior novela, empieza así: «Pocos meses después de que apareciera mi última novela, dejé de escribir. Durante casi tres años, no escribí una sola línea.» (pág. 7). Como me estaba acercando a este libro según acababa el otro, tuve la sensación, como lector, de que la voz narrativa que me hablaba era la misma. Es decir, Delphine de Vigan seguía contándole al lector su vida, desde una primera persona en la que no existía distancia entre autor y narrador. En este caso, parecía que iba a contarle el bloqueo que siguió a la aparición de su libro de más éxito, Nada se opone a la noche. Y este tema está presente en la novela, pero, además, quiere hablarnos de otro asunto, de L., una mujer a la que conoce en una fiesta y que, en principio, se va a convertir en su amiga, y va a ayudarle a salir del bache, de la parálisis que siente como escritora.

 

La narradora está hablando desde el futuro, desde ese periodo posterior a los tres años en los que no pudo escribir, y, al contarnos su experiencia con L., en más de un caso, no tiene los recuerdos claros. Desde el comienzo, el lector va a saber que conocer a L. no fue, en realidad, una buena experiencia para Delphine. Aunque la narradora enseguida se enttrega a ella, la perspectiva novelística es la de tratar de analizar cómo fue posible que llegara a confiar tan ciegamente en una persona que acabó siendo dañina para ella. Una sensación de amenaza constante se cierne sobre la novela.

 

Además del bloqueo como escritora, un elemento desasosegante para De Vigan es que ha empezado a recibir cartas anónimas amenazantes de alguien que parece ser un familiar, enfadado con la publicación de Nada se opone a la noche y la revelación pública de los secretos de familia que se mostraban ahí. En más de una ocasión, De Vigan nos va a transmitir la idea de que quiere dejar atrás la narración autobiográfica y que quiere volver a la ficción, idea que le quiere quitar de la cabeza L., quien opina que, frente a la nueva narrativa de las series de televisión, por ejemplo, la ficción en la novela está muerta, y que el público ya solo se identifica con lo “auténtico” que representan los testimonios de la novela autobiográfica.

Hay más de una opinión sobre la recepción de Nada se opone a la noche que me interesa. «Por primera vez en mucho tiempo, me dio la impresión de que las cosas recobraban su forma y sus proporciones habituales, como si todo aquello ‒la novela aparecida meses antes, su resonancia ondulante, aquella sucesión de círculos concéntricos que se había propagado en un radio imposible de medir y había alterado profundamente mi relación con algunas personas de mi familia‒ no hubiera existido nunca.» (pág. 88)

«Yo quería volver a la ficción, quería protegerme, quería recobrar el placer de inventar, no quería pasarme dos años sopesando cada palabra, cada coma, despertándome en plena noche, con el corazón saltándome en el pecho, presa de pesadillas indescifrables.» (pág. 151)

 

Delphine acaba siendo cada vez más dependiente de L., quien llegará incluso a trasladarse a su casa, e iniciará un proceso para aislarla de sus familia o de sus amigas, tratando, de ayudarla a que vuelva a escribir, pero siguiendo la línea de indagación interior que ella considera que es la correcta. Además, L. acabará contando a Delphine que son compañeras del instituto, aunque la segunda no recuerde para nada a la primera. L. parece conocer muchos detalles de la vida de Delphine. Es alguien que se ha leído en profundidad todos sus libros, sus entrevistas, declaraciones, etc.

 

Aunque desde el propio título se insinúe que la novela está «basada en hechos reales» y la narradora, al igual que ocurría en Nada se opone a la noche, se llame Delphine, y aparezcan nombre de familiares que ya aparecían en el otro libro, como familiares reales, el lector acaba teniendo la impresión de que en realidad se enfrenta a una ficción, y de que L. es un personaje inventado por la autora, alguien que no existió y que no entró en su vida. Creo que existe alguna entrevista en la que la propia autora afirma esto, que Basada en hechos reales, aunque use una voz narrativa muy cercana a la real de Nada se opone a la noche, es en realidad una obra de ficción, una especulación sobre la importancia que tienen los elementos «reales» o «ficticios» en la composición de una novela.

 

Voy a decir desde ya que Basada en hechos reales me ha parecido una novela bastante inferior a Nada se opone a la noche. Y he acabado opinando esto porque, en gran medida, Basada en hechos reales se acaba convirtiendo en una novela de tesis. Es decir, L. es un personaje con pocos matices que, por alguna causa patológica, está obsesionada con que Delphine tiene que escribir solo novelas autobiográficas y no ficcionales. Conversaciones entre las dos, en este sentido, se repiten varias veces, y acaban siendo redundantes. En realidad, diría que la propia autora vivió este debate dentro de sí misma y consideró que era una buena idea escenificarlo en forma de novela: ¿novela autobiográfica o novela de ficción?, usando la forma del thriller para hacerlo más ameno.

El problema es que lo que era estimulante, misterioso y poético en Nada se opone a la noche, con unos personajes llenos de secretos y aristas, pasa a ser una narración mucho más plana en Basada en hecho reales, con unos personajes principales que acaban resultando poco creíbles. No me ha acabado de resultar verosímil la evolución del personaje de Delphine de Vigan, desde una mujer sensible, reflexiva e inteligente en Nada se opone a la noche, a la mujer que se supone que se acaba convirtiendo en una pelele sin voluntad en manos de L. Es cierto, que, como la novela está contado desde el futuro y rememora los momentos pasados, la autora ya ha recuperado su inteligencia, pero no me resultaba creíble que hubiera podido llegar al grado de abandono y aislamiento en el que se supone que cayó en manos de L., que, como ya he dicho, acaba siendo un personaje con pocos matices. Basada en hechos reales acaba siendo un homenaje explícito a Misery de Stephen King y también, aunque de un modo más subterráneo, a El club de la lucha de Chuck Palahniuk.

 

En resumen, entiendo que es difícil sobreponerse a la escritura de una novela tan íntima, intensa y desgarrada como es Nada se opone a la noche, pero Delphine de Vigan trata en Basada en hechos reales de convencerle al lector de que la ficción puede ser tan misteriosa y emocionante como la narración de la realidad (algo con lo que estoy de acuerdo), pero, jugando con sus propias cartas, no lo acaba de conseguir.

domingo, 5 de marzo de 2023

Nada se opone a la noche, por Delphine de Vigan

 


Nada se opone a la noche de Delphine de Vigan

Editorial Anagrama. 371 páginas. 1ª edición de 2011, ésta es de 2012

Traducción de Juan Carlos Durán

 

Leí cinco libros seguidos de Annie Ernaux, la premio Nobel de 2022, y me apeteció seguir con literatura francesa, escrita por mujeres y que practicaran la autoficción. Me había fijado, desde hacía tiempo, en Delphine de Vigan (Boulogne-Billancourt, 1966), como representante de una nueva literatura francesa que me apetecía leer y, sobre todo, en su novela Nada se opone a la noche (2011), en la que sabía que analizaba la vida de su madre. Un día, paseando entre los anaqueles de la biblioteca pública de Móstoles, vi la edición de Panorama de narrativas de esta novela y de la siguiente que sacó, Basada en hechos reales. Me llevé las dos en préstamo.

 

Nada se opone a la noche comienza con la narradora encontrando a su madre muerta en su casa. No mucho después va a tener que asumir que la muerte de Lucile, su madre, ha sido debida a un suicidio. Desde el comienzo el lector va a identificar a la narradora de la novela con la propia autora, sintiendo que no hay distancia entre las dos figuras. La autora, Delphine de Vigan, vive esta escena terrible y toma la decisión de escribir una novela reconstruyendo la vida de su madre, desde que era una niña, pasando por su relación con ella, hasta el momento de su muerte. «Entonces pedí a sus hermanos que me hablasen de ella, que me contaran. Los grabé, a ellos y a otros que habían conocido a Lucile y a la familia feliz y devastada que era la nuestra. Almacené horas de palabras digitalizadas en mi ordenador, horas cargadas de recuerdos, de silencios, de lágrimas y suspiros, de risas y confidencias.» (pág. 18)

 

De Vigan trata de ser objetiva y dar forma al material recuperado sobre la familia numerosa que representaba su madre y sus tíos, pero en más de una ocasión también rellena los huecos especulando sobre lo que podía sentir su madre sobre determinados sucesos. «Lucile sintió cómo su corazón se aceleraba por efecto de la cólera.» (pág. 35). Esto hará que la autora también deje en el texto reflexiones metaliterarias sobre este tipo de decisiones artísticas. «Pero ¿qué me había imaginado? ¿Qué podría contar la infancia de Lucile mediante una narración objetiva, omnisciente y todopoderosa? ¿Qué me bastaría con hacer una criba del material que me habían entregado y elegir, como si fuese a la compra? ¿Con qué derecho?» (pág. 41)

 

Los abuelos, Georges y Liane, engendrarán ocho hijos, y adoptarán a otro, tras la muerte accidental de uno de ellos. Lucile es la tercera de los ocho hermanos.

Roberto Bolaño afirmaba que uno debe escribir siempre su novela como si tratase de una novela de detectives, aunque no lo sea en absoluto, y éste es uno de los grandes aciertos de la novela de De Vigan. La autora se ha propuesto indagar en la historia de su familia para tratar de descubrir el origen del dolor de su madre. Así, por ejemplo, la autora se plantea si debe hablar de la época en la que su abuelo pudo ser, aunque fuera de lejos, colaboracionista durante la época de la ocupación nazi, y se pregunta: «¿La posición de Georges durante la guerra podía haber afectado al sufrimiento de Lucile?» (pág. 96)

Hay momentos sorprendentes en el análisis del pasado familiar, y el lector llegará a pensar en ese tópico que afirma que la realidad supera siempre a la ficción. La familia que compusieron los abuelos George y Liane se va a descubrir pronto como una familia excesiva: muertes accidentales, suicidios, posibles abusos sexuales… y todo esto dentro del contexto de una clase media que, en algún momento ‒cuando a Georges le va mejor en la empresa de publicidad que ha creado‒ consigue cumplir algunas de sus aspiraciones burguesas.

 

De Vigan informará al lector de las dificultades técnicas con las que se va encontrando al escribir. Pensaba que le iba a ser fácil introducir ficción en la historia de su madre de niña, pero al final tiene la sensación de que no puede tocar nada, aterrorizada ante la idea de traicionar la historia.

«¿Tengo derecho a escribir que mi madre y sus hermanos fueron todos, en un momento u otro de sus vidas (o durante toda su vida), heridos, dañados, desequilibrados, que todos conocieron, en un momento u otro de sus vidas (o durante toda su vida), una gran pesadumbre, y que llevaron su infancia, su historia, sus padres, su familia, como marcada a fuego?» (pág. 154)

 

En la página 155 termina la primera parte de la novela, una parte en la que la autora ha reconstruido el tiempo de vida de su madre en el que ella no ha estado presente. Desde el principio nos indicará que no va a querer hablar o especular sobre la vida o la intimidad de su madre con su padre, o con sus otras parejas. En esta segunda parte la narración se volverá mucho más intensa, puesto que la autora usará como material narrativo la subjetividad de sus recuerdos personales sobre su madre. Delphine y su hermana pequeña, tras el divorcio de los padres, cuando la madre tiene veintiséis años (tuvo a Delphine con tan solo diecinueve), van a pasar a vivir a solas con ésta, en una situación de precariedad económica, con diversas parejas de la madre que, en el contexto de la década de los 70, pasan por hippies o contraculturales. Pero todo se complicará cuando aparezca la bipolaridad en la madre, enfermedad que hará que tenga diversos ingresos psiquiátricos. A estos estados mentales no va a ayudar su adicción a la marihuana. Las historias de muertes y suicidios se seguirán sucediendo en el entorno de la familia.

 

La autora consulta, para dar vida a sus recuerdos, los diarios que empezó a escribir a los doce años. Y vemos ya aquí un núcleo inicial de su futuro de escritora. La madre también era aficionada a escribir y la autora conserva un texto en el que la madre describe algunos de sus ataques de locura. Un texto que pensó insertar en su propia novela, pero que luego se dio cuenta de que no encajaba en el proyecto. En Nada se opone a la noche, la autora también nos hablará del periodo depresivo que le hizo caer en la anorexia, y la relación que tuvo esto con su madre, y cómo esta situación le condujo hacia la escritura de su primera novela.

 

Frente a las novelas de Annie Ernaux, que tenía muy recientes, me parece que Ernaux practica una escritura más reflexiva, y era muy interesante ver cómo ponía los acontecimientos de su vida en relación a los procesos históricos y sociales que le tocó vivir. En este sentido, De Vigan es una narradora más pura que Ernaux, pero de su análisis de la vida de su familia y la suya propia también se pueden extraer enseñanzas o principios universales. Nada se opone a la noche me ha parecido un libro muy intenso, de una gran fuerza poética desgarrada, una narración muy auténtica, donde la autora se ha adentrado en el dolor de su madre, y en el suyo propio, sin temor y sin descanso. Un valiente y valioso libro de la nueva narrativa europea.

domingo, 26 de febrero de 2023

RESEÑA DE MI NOVELA ESTO NO ES BAMBI


Álvaro Sánchez, comentarista habitual de mi canal de YouTuBe, ha leído mi novela Esto no es Bambi y ha escrito una reseña para su blog Por qué leer. La dejo aquí. Muchas gracias, Alvaro.

 

«Esto no es Bambi. Ya el título te pone en antecedentes. La cosa va en serio. Esta novela realista, —cruda si quieres—, te cuenta como es la vida en William Golding, una de las auditoras que componen el selecto elenco de las Big Four en las que los jóvenes estudiantes de ciencias económicas, empresariales y ramo afín sueñan con conseguir un puesto. William Golding (nombre del autor del señor de las moscas) es un trasunto de Arthur Andersen, empresa en la que el propio autor estuvo trabajando.

Es una novela de personajes. De situación. Esto, por prejuicio, nos puede hacer pensar en una lectura hacia ninguna parte, lenta o falta de ritmo. Podría ser, pero no. Nada más lejos de lo que te encuentras al leer. ¿Por qué? Bueno, en primer lugar porque Pérez Vega tiene un estilo concreto, directo. Está todo lo que tiene que estar, pero sin concesión alguna al texto abigarrado.

Yo creo que la estructura también ayuda. Seis voces narrativas, —tres chicas y tres chicos—, contando su experiencia en esa macro empresa, consiguen dotar de gran realismo la novela, a la vez que la hacen muy amena. Lo que más me gusta es que no es el mismo episodio enfocado desde seis puntos de vista diferentes, como si filmases una escena con seis cámaras en posiciones diferentes de la misma sala. No. Aquí cada narrador toma la historia donde la deja el anterior, y la hace avanzar. Como una carrera de relevos.

¿Hacia dónde? Hacia la no vida.

El relato muestra la evolución. Desde los comienzos entusiastas hasta el desencanto posterior. Ese trabajo con el que sueñas y que luego poco a poco va enseñando su verdadera identidad: esclavista, absorbente, irrespetuosa con el individuo —aquí apenas una cifra—, e imposible de conciliar con una vida personal emocionalmente aseada.

Un entorno tan propicio al revolcón como contrario al vínculo. Una empresa total. Totalitaria más bien. Jornadas maratonianas que invaden el reloj de sus empleados —eufemismo de esclavos— y con ello toda su vida. Consiguen afiliados. Personas tan orgullosas de alardear de trabajar en esa empresa por fuera, como amargadas y frustradas en su fuero interno.

Desde luego, esas empresas se llevan aquí un buen rapapolvo. Se denuncian, unas veces entre líneas, otras sin tapujos, prácticas poco éticas en muchos ámbitos. El trato sexista a las chicas, las argucias en la documentación, las alusiones a la vida personal de sus empleados, la ausencia de diversidad racial en las filiales de otros países… No se deja nada Pérez Vega en esta crítica. Había ganas.

«También critican a Margaret porque no nos ofreció anoche cargar el coste de las pizzas al job, como es habitual en otros clientes cuando hay que quedarse a cenar.»

Esto no es Bambi. David Pérez Vega. 2021

Esto no es Bambi es un título y un mantra. Lo repiten sin cesar los tiburones de la auditora contable más grande del país. Es una admonición y una amenaza. Esto no es agradable y feliz —parece decirnos—, aquí venimos a sufrir. La perversión de valores como el sacrificio, la entrega, el esfuerzo o la tenacidad, juega aquí en favor de la explotación despótica.

Otro elemento interesante es la ironía. Es un libro muy ameno, porque transpira una cierta socarronería que hace brotar alguna risa contenida, no una carcajada atronadora, sino una de esas risitas que se relamen para sí, tipo «ahí lo llevas Arthur».

Insisto: es muy irónico. Por ejemplo, los personajes trabajan como auditores externos para un cliente enorme, una empresa que no tiene escrúpulos contables a la hora de maquillar sus cifras. A esa empresa la bautiza el autor como Modélica. Todo un modelo. O la propia Arthur Andersen que se parodia aquí con el nombre de William Golding, el autor de El señor de las moscas.

Es una novela escrita en 2021. Está ambientada en el 2000. Me gusta mucho porque te topas con cosas que casi había enterrado en mi adolescencia: las pesetas, el Todo a Cien, lo de esperar una fecha para ir a comprar el nuevo disco de moda a FNAC… Consigue una ambientación muy lograda, la verdad.

No entiendo por qué libros así no son mas populares. Con los bodrios que algunas veces alcanzan el pináculo de las ventas, reconozcámoslo. Un libro con una propuesta interesante, trascendente. Con una arquitectura distinta, original. Tiene una peculiaridad que me gusta mucho. Como cada uno narra la historia desde donde la dejó el otro, es como si todos sumaran un total, que es el personaje y narrador único. Entonces, el arco dramático del personaje, desde la ilusión inicial de trabajar para esa prestigiosa firma hasta la decepción final, se aprecia en el conjunto de los seis, y no de uno en uno. Es como una experiencia sumada. Colectiva. Me encanta. No te encuentras estos recursos tan buenos en muchos libros. Pero este es un libro para reflexionar sobre el contexto laboral y plutocrático en el que vivimos, y estos libros no resultan cómodos al establishment.

¿No nos cansamos de leer siempre lo mismo? Esta novela me parece una excelente forma de pensar fuera de la caja. Literatura. No todo es ocio, y mira que yo lo he pasado bien con este libro.

Marta, la pija —facilona— de Pozuelo. Carmen, la lectora de Allende, católica y malagueña. Alfonso, sin paladar para el arte conceptual, y con un ojo poco crítico para darse cuenta del abuso laboral al que lo someten. Un currito con ínfulas de triunfador: un machaca. Nerea, la empoderada complutense, mujer hecha a sí misma en la universidad pública, que una vez toca la cima se da cuenta de que la montaña es de estiércol. Daniel, —dicho así, con acento inglés—, que busca y no encuentra tiempo para leer y escribir, el que comprende que un trabajo tan absorbente no merece la pena (el trasunto más claro del autor). Y por último Javier. El perfecto gilipollas. La consecuencia directa de una educación elitista y un trabajo para “triunfadores”, es una persona con un vacío moral y existencial que trata de esconderse detrás del racista, machista y clasista que afecta ser. Es como una epílogo de todo lo anterior.

«Al final no vamos a tener que trabajar en fin de semana (…) Salimos a la calle sobre las nueve y media de la noche. Me encuentro mareado, pero contento.»

Esto no es Bambi. David Pérez Vega. 2021

¿Hay una crítica velada al ejecutivo yuppie? Puede. Cada tanto, lees algún comportamiento inapropiado de algún gilipollas que trata mal a una camarera filipina, que es brusco al dirigirse al taxista, etc. porque ¿sabes qué?: trabajo en la auditora contable más grande del país. Soy el último mono y no tengo vida propia. Trabajo más horas que un reloj y me pagan una mierda, pero yo lo valgo. Me creo superior porque me han lavado el tarro. Desde luego el libro vale hasta el último de sus párrafos. Al menos yo lo pienso así.

Yo nunca he trabajado en un multinacional de estas. Mis conocimientos contables son menos que escasos. Sin embargo, este libro hace que un mundo que me es tan ajeno, me resulte cercano. Puedes empatizar con esos jóvenes que vuelcan su ilusión en ese puesto de trabajo. Puedes entender los excesos contables, los abusos laborales, la falsedad documental… Se hace accesible lo complejo y complejo lo que aparentemente es simple. Se nota que el autor es profesor de bachillerato para abajar estos sofismas y embrollos de la Economía.

Las grandes siglas de la auditoría contable sangran aquí. Son atizadas desde dentro, por alguien que las conoció como célula de sus propios cuerpos. Si unas cifras en unas memorias no cuadraban con los asientos contables declarados, pues se imprimen unos nuevos que sí cuadren y andando.

Es conocido que se trata de un libro autobiográfico. El material literario es la propia experiencia del autor. Literatura del yo. A Pérez Vega se le encuentra escamoteado entre los seis personajes, diría yo, más que claramente replicado en uno concreto, aunque uno de ellos es Deivid pero rebautizado como Daniel —dicho así, en inglés—. Todos llevan algo de su experiencia, tan hábilmente reflejada y a la vez escondida a la vista en esta novela de formato medio.

«Severo le contesta que en la oficina de Nueva York, en la que ha estado trabajando, no es raro quedarse a pasar la noche en el edificio. Los empleados tienen habilitadas unas salas con colchones. Porque claro, dice, es una tontería tener que ir hasta tu casa para dormir tres horas y perder una por el camino.»

Esto no es Bambi. David Pérez Vega. 2021

No veo este libro como un libelo. No, porque pongo el televisor, veo las noticias, leo periódicos… Constato que todos los ajustes de que habla Daniel (dicho a la inglesa) se parecen mucho a lo que cuentan las cabeceras en papel color salmón.

Creo que hay ciertas partes que son difíciles de leer. No por estar mal escritas, nada de eso, sino porque es un poco repetitivo leer sobre A3s, A4s , subalternos, gerentes, directores y tramas documentales que se listan como en una relación. Sin embargo, se hace llevadero por la evolución de cada personaje que va abriendo los ojos —o negándose a hacerlo de forma contumaz— ante la corrupción y el abuso.

Me parece una lectura obligada para estudiantes. ADE, empresariales, económicas, finanzas y contabilidad… Todos deberían leer esta obra antes de obnubilarse con trajes y corbatas que tantas veces tratan de disfrazar de exitoso a quien no es más que un esclavo.

Termino mi lectura. Un libro diferente. Me cuesta muchísimo imaginarme a Pérez Vega trabajando en un sitio así. Un alma literaria y creativa, un demiurgo, amordazado en algo tan ordinario y vulgar como ese ambiente. Sin embargo, una experiencia como aquella no fue en balde. No si ha desembocado en una novela tan interesante, tan amena y trascendente, porque no nos engañemos, entre los escarceos de oficina, este libro encierra mucho sobre la sabiduría real, la que nos enseña a vivir poniendo atención a lo que merece la pena.

El final no te lo vas a creer. No te asomo ni una pista porque no me gusta hacer espoiler alguno, pero es de traca. De sacarse el sombrero.

Mi mejor resumen: compra este libro.»

domingo, 19 de febrero de 2023

La otra historia de los Estados Unidos, por Howard Zinn

 


La otra historia de los Estados Unidos, de Howard Zinn

Editorial Pepitas de calabaza. 765 páginas. 1ª edición de 1980; ésta es de 2021.

Traducción de Enrique Alda. Introducción de Anthony Arnove

 

Leí por primera vez La otra historia de los Estados Unidos (1980) de Howard Zinn (Nueva York, 1922 – Santa Mónica, 2010) en mayo de 2002. Mi amigo Antón, que había estudiado la carrera de Historia, me lo recomendó y lo tomé en préstamos de la biblioteca de Móstoles. Entonces estaba publicada por la editorial Hiru. Cuando vi que Pepitas de Calabaza volvía a sacarlo, con una nueva traducción e introducción y actualizado hasta el gobierno de Bill Clinton, me apeteció solicitárselo para hacerle una reseña. Considero que La otra historia de los Estados Unidos es uno de los libros que más ha influido en mi vida a nivel político y me pareció que sería una buena idea volver a acercarme a él, después de veinte años.

 

Esta edición empieza con un prólogo de Anthony Arnove, en el que afirma que La otra historia de los Estados Unidos cambió la forma en la que millones de personas entendían la historia. Se publicó en Estados Unidos cuando Reagan iba a llegar al poder y podía ocurrir que se revertiera todo lo conseguido por los movimientos de los derechos civiles unos años antes. El libro tuvo la suerte de recibir una reseña extremadamente positiva del historiador Eric Foner en The New York Times.

La historia normalmente se contaba desde el punto de vista de los gobernantes, los conquistadores, los diplomáticos y los líderes, y Zinn la miraba desde la perspectiva del pueblo, desde los oprimidos.

El libro trascendió a la cultura popular, cuando se habló de él en la película El indomable Will Hunting (1997) de Gus Van Sant, en Los Simpson de Matt Groening y en Los Soprano.

El libro alimentó una corriente progresista, y recordó la idea de que el cambio social se hace desde abajo, con los obreros que hacen huelgas, los consumidores que hacen boicots y los soldados que se niegan a luchar.

 

El libro comienza hablando de la llegada de Cristobal Colón a América, marcada por la búsqueda de oro. Llegaba desde España, donde el 2% de la población poseía el 95% de las tierras. Colón construyó un fuerte en La Española (actualmente la isla en que se divide Haití y República Dominicana). Colón regresó a España y volvió con 17 barcos. En La Española no había el oro que Colón pensaba que había. Esclavizó a los indios arahuacos y les exigió que le entregaran cada tres meses una cantidad de oro. Los arahuacos empezaron a suicidarse en masa. En dos años murieron la mitad de los habitantes de La Española. En los libros de Historia de los niños en Norteamérica se celebra el Día de Colón, y no se habla de la esclavitud y las matanzas, algo con lo que Zinn no está de acuerdo.

Dice Zinn: «En mi opinión cuando contamos la historia, no debemos acusar, juzgar ni condenar a Colón in absentia. Es demasiado tarde; sería un ejemplo de moralidad inútil. Lo que en cambio sí debemos condenar es la facilidad con la que se asumen esas atrocidades como un precio, deplorable, aunque necesario, que pagar por el progreso.» (pág. 25) «una de las razones por las que esas atrocidades siguen presentes es porque hemos aprendido a enterrarlas bajo una capa de otros hechos.»

Pág. 26: «Mi punto de vista al contar la historia de los Estados Unidos es diferente: no debemos aceptar el recuerdo de los estados como nuestro. Los países no son comunidades ni nunca lo han sido. La historia de cualquier país, presentada como la historia de una familia, oculta conflictos de intereses encarnizados –que a veces explotan y en la mayoría de las ocasiones se reprimen– entre conquistadores y conquistados, amos y esclavos, capitalistas y trabajadores, y dominantes y dominados en raza y sexo. Y en semejante mundo en conflicto, un mundo de víctimas y verdugos, la labor de los intelectuales, tal como sugirió Albert Camus, es no estar en el lado de los verdugos.»

 

Lo que Colón les hizo a los arahucanos de las Bahamas, Cortés se lo hizo a los aztecas de México; Pizarro, a los incas de Perú; y los colonos ingleses de Virginia y Massachusetts, a los powhatanos y los pequots.

En las colonias inglesas de Norteamérica: en 1585, en Virginia Richard Grenville atracó con 7 barcos. Saqueó e incendió poblados indios.

Los puritanos empezaron una guerra contra los indios en Massachusetts, Connecticut y Rhode Island, para apropiarse de su territorio. En Norteamérica existían unos 25 millones de indios.

 

Pág. 39: «No hay otro país en la historia del mundo en el que el racismo haya sido tan importante durante tanto tiempo como los Estados Unidos.» Los virginianos de 1619 necesitaban desesperadamente mano de obra. No consiguieron forzar a los indios para que trabajaran. Lo solucionaron con la esclavitud de negros. En 1619 ya se había trasladado a un millón de negros de África a los colonias españolas y portuguesas. Se los capturaba en el interior de África, a menudo por negros que participaban en el comercio de esclavos, y se vendían en la costa. En estos desplazamientos a la costa morían dos de cada cinco. Uno de cada tres moría en el transporte por mar. Dominaron el mercado de esclavos los holandeses y después los ingleses. En 1795 en Liverpool había más de cien barcos de esclavos. En 1800 se habían trasladado de 10 a 15 millones de esclavos a América. En los comienzos de la moderna civilización occidental África perdió unos 50 millones de habitantes.

Las condiciones de los negros y los blancos en la América del siglo XVII estaban encaminadas al antagonismo y el maltrato. Comenzó la historia del racismo en Norteamérica. Los sirvientes blancos y los negros podían trabajar juntos, pero se aprobaron leyes para prohibir sus relaciones. En 1793 la mitad de la población de Virginia eran esclavos. El miedo a las revueltas de los esclavos en las plantaciones era permanente. La primera revuelta a gran escala tuvo lugar en 1712 en Nueva York, provocaron un incendio. A veces se unían a los negros los sirvientes blancos con contrato.

Pág. 53: «Solo un miedo superaba el temor a una rebelión negra en las colonias americanas: que los blancos descontentos se unieran a los esclavos negros para derrocar el orden existente.»

 

En 1676 Virginia se enfrentó a una rebelión de hombres blancos de la frontera, a los que se unieron esclavos y sirvientes. Se trató de la «rebelión de Bacon». La Cámara de los Burgueses de Jamestown declaró la guerra a los indios, pero eximió a los que cooperaran y esto enfureció a los hombres de la frontera. Bacon quería organizar destacamentos armados para combatir a los indios. Se le acusó de rebeldía y se le apresó. Pero fue liberado. Su rebelión no duró mucho tiempo.

Los pobres blancos europeos llegaban a Norteamérica con un contrato de servidumbre que duraba 5 o 7 años. Los sirvientes no podían votar. Era frecuente que los sirvientes huyeran.

En las colonias muy pocas familias controlaban las tierras. Era una sociedad feudad que vivía del trabajo de los esclavos y los sirvientes. Las colonias eran sociedades de clases enfrentadas, un hecho ensombrecido por la importancia que la historia oficial dio a la supuesta unión de los colonos contra Inglaterra.

Cuando las colonias cumplieron cien años, a mediados del siglo XVIII, la amenaza de la violencia (de los indios, esclavo y blancos pobres) y el problema del control se volvieron más serios. A menudo se usaba a los blancos pobres como muro de contención en la frontera de los indios. Pero la rebelión de Bacon mostró que esta podía ser una estrategia arriesgada.

La unión de blancos pobres y negros era lo que más atemorizaba a los ricos plantadores blancos. En este contexto, el racismo se volvió cada vez más práctico. Otro mecanismo de control fue desarrollar una clase media blanca de pequeños plantadores, granjeros y artesanos. Para gobernar, la clase alta necesitaba hacer concesiones a esta clase media. Se instauró el lenguaje de «la libertad» en una guerra contra Inglaterra.

Desde la rebelión de Bacon en 1760 se habían dado 18 sublevaciones para derrocar el gobierno colonial y 6 revueltas de negros.

Después de la guerra contra Francia de 1763, Inglaterra necesitaba más dinero de las colonias, y las colonias necesitaban menos a Inglaterra.

Los arrendatarios pobres de las colonias se ponían del lado de Inglaterra, y los líderes americanos trabajaron para ganarse a la población rural.

En 1770 los soldados británicos dispararon contra trabajadores en Boston (la Masacre de Boston), lo que hizo que aumentara el sentimiento antibritánico.

La Declaración de Independencia de 1776 no contó con los indios, los esclavos y las mujeres. El 69% de los firmantes de la Declaración habían ocupado cargos durante la administración colonial de Inglaterra.

La independencia se llevó a cabo porque el pueblo estaba armado. Gran parte de la población blanca se incorporó a filas. En Carolina del Sur apenas pudieron luchar contra los británicos porque tenían que usar su milicia para mantener bajo control a los esclavos.

Según Edmund Morgan, se trató de una guerra por conseguir cargos y poder entre la clase alta de las colonias. La Independencia no abrió las puertas a ninguna clase social nueva.

 

Tras la independencia siguió el proceso de desplazar a los indios hacia el oeste.

Algunos negros del Sur se liberaron durante la guerra y se establecieron en Gran Bretaña.

En los estados norteños, el hecho de que hubiera una acuciante necesidad de esclavos condujo hacia el fin de la esclavitud.

Para la Constitución de 1787 hubo una conexión directa entre la riqueza y el apoyo mostrado. Pág. 115: «La Constitución fue un compromiso entre los intereses de los propietarios de esclavos del Sur y los intereses de los adinerados del Norte.»

 

No se habló de las mujeres en la Declaración de Independencia ni en la Constitución. Esto las unía a los esclavos negros. Muchas mujeres llegaron a América como sirvientas, y sus condiciones de vida eran similares a las de los esclavos. El abuso sexual por parte de los amos era habitual. Para una mujer tener un hijo fuera del matrimonio era delito. Era raro que las mujeres intervinieran en los asuntos públicos. Después de la independencia ninguna constitución dio el voto a las mujeres. No podían tener propiedades y cuando trabajaban su salario era una cuarta parte o la mitad de lo que ganaba un hombre.

En las fábricas textiles el 89% de los trabajadores eran mujeres. Algunas de las primeras huelgas industriales tuvieron lugar en estas fábricas en la década de 1830.

Las mujeres tuvieron problemas para entrar en las escuelas profesionales.

Las mujeres llevaron a cabo un gran trabajo en las sociedades antiesclavistas del país.

 

La mayoría de los libros de Historia que estudian los niños norteamericanos hablan poco de los indios. En 1820, 120.000 indios vivían al este del Misisipi, en 1844 quedaban menos de 30.000.

Durante la guerra de Independencia, casi todas las naciones indias lucharon del lado británico.

Jefferson duplicó el tamaño del país al comprar Luisiana a Francia. El general Jackson era el militar que promovía muchos de los enfrentamientos contra los indios. Jackson acabó siendo el gobernador de Florida, tras luchar contra los semínolas, y luego presidente del país. Los colonos se expandían hacia el Oeste, expulsando a los indios. Los norteamericanos no cumplían los tratados que firmaban con ellos.

El capítulo 7, que trata del acoso y expulsión de los indios de sus territorios hacia el Oeste y el Sur es uno de los más terribles y emocionantes del libro.

 

Texas se separó de México en 1836, adoptó el nombre de «Estado de la Estrella Solitaria». Se incorporó a Estados Unidos en 1845. Empezó el acoso al territorio mexicano, al cruzar tropas norteamericanas hacia el río Grande. El Congreso norteamericano declaró la guerra a México en 1846, y muchas personas norteamericanas se opusieron. La mitad del ejército del general Taylor eran inmigrantes recién llegados. Hubo 9.207 desertores de esta guerra. México se rindió, y la frontera con Texas se estableció en el río Grande y México cedió Nuevo México y California.

 

En 1790, el Sur producía 1.000 toneladas de algodón anuales; en 1860, un millón. El número de esclavos en este periodo aumentó de 500.000 a 4 millones.

La importación de esclavos se ilegalizó en 1808. Sin embargo, antes de la guerra de Secesión se pudieron importar de forma ilegal unos 250.000.

La sublevación de esclavos más importante de Estados Unidos tuvo lugar en Nueva Orleans en 1811.

Durante la década de 1850, unos 1.000 esclavos huyeron anualmente al Norte, Canadá y México. Una de las formas de resistencia era trabajar lo menos posible. Los casos en los que los blancos pobres ayudaron a los esclavos no fueron frecuentes. En el Sur se pagaba a los blancos pobres para que controlaran a los negros. La religión también se usó para controlar.

Los negros libres del norte (200.000 en 1850) hicieron campaña para abolir la esclavitud. Los abolicionistas negros fueron la columna vertebral del movimiento antiesclavista.

La Ley de Esclavos Fugitivos, aprobada en 1850, permitía adueñarse de negros con solo asegurar que habían huido. Una ley que Lincoln se negó a condenar públicamente. Lincoln se opuso a la esclavitud, pero no veía a los esclavos como iguales. Antes de la guerra, en un discurso en Clarleston Lincoln dijo que no estaba a favor de la igualdad social ni de conceder el voto a los negros.

En 1860, Lincoln, como líder del partido Republicado, fue elegido presidente. La élite del Norte deseaba una expansión económica, tierra libre, mano de obra libre, mercado libre. Los intereses de los esclavistas se oponían a esto. El racismo en el Norte estaba tan enraizado como en el Sur. En 1862, Lincoln hizo pública una versión preliminar de la Proclamación de Emancipación, que se hizo pública en enero de 1863. Declaró libres a los esclavos de las zonas que seguían combatiendo contra la Unión. La Unión abrió sus puertas a los negros, y cuantos más ingresaban en ella, más daba la impresión de que era una guerra para liberarlos. Se usó a los soldados negros para los trabajos más duros y sucios. Los soldados blancos cobraban 13 dólares y los negros 10.

En la guerra de Secesión hubo 600.000 muertos en cada bando, de un total de 30 millones de habitantes.

Al final de la guerra algunos negros ocuparon tierras de los amos blancos en el Sur, pero en agosto de 1865, el presidente Andrew Johnson devolvió las tierras a los propietarios confederados.

Hubo un corto periodo tras la Guerra de Secesión en el que los negros del Sur votaron, y se introdujo la educación pública multirracial. En 1875, la Ley de Derechos Civiles prohibió la exclusión de los negros de hoteles, teatros, trenes y otros espacios públicos.

Pero Johnson vetó leyes que favorecían a los negros y facilitó el regreso de los estados confederados a la Unión sin garantizar la igualdad de los negros.

Se llegó a elegir a negros para asambleas legislativas de algunos estados sureños. A partir de 1869, el voto negro consiguió dos representantes negros en el Senado y 20 congresistas. Esta lista disminuyó a partir de 1876 y el último congresista negro abandonó el Congreso en 1901.

La oligarquía blanca del Sur organizó el Ku Klux Klan y los políticos del Norte empezaron a sopesar si les interesaba el apoyo político de los negros pobres.

La violencia blanca contra los negros aumentó en la década de 1870.

En 1877 se hicieron concesiones al partido Demócrata y al Sur blanco y se retiraron del Sur las tropas de la Unión, el último obstáculo para establecer de nuevo la supremacía blanca.

Con la desaparición de los esclavos, la riqueza del antiguo Sur se evaporó.

Cuando acabó la guerra de Secesión, 19 de los 24 estados del Norte no permitían votar a los negros. En 1900, todos los estados del Sur contaban con una ley escrita que privaba de los derechos civiles y segregaba a los negros.

 

En el valle del Hudson hubo en 1839 un movimiento de protesta contra los arriendos, de los que eran dueños unas pocas familias que controlaban el destino de 300.000 personas. Hacia 1880 consiguieron que los contratos de arrendamiento pasaran a manos de los agricultores. Este ejemplo de lucha de clases no se toca en los libros de historia de Estados Unidos, donde se perpetúa la dependencia tradicional en los líderes heroicos en vez de en las luchas del pueblo.

 

En 1835, 50 gremios se organizaron en sindicatos en Filadelfia y se convocó una huelga general de jornaleros. Zinn busca ejemplos de movimiento obrero en Estados Unidos en el siglo XIX; algo acallado por los libros de historia, considera. De los 6 millones de trabajadores del país en 1850, 0,5 millones eran mujeres, que también protagonizaron huelgas.

La guerra de Secesión debilitó la conciencia de clase. Los soldados podían atacar a los obreros si hacían huelga y, aun así, las hubo. Los blancos pobres del norte no parecían tener muchos incentivos a luchar contra el Sur, ya que veían a los negros como sus competidores en el trabajo.

Después de la guerra los obreros pusieron en marcha una iniciativa para conseguir la jornada de 8 horas.

 

En 1873 una crisis económica devastó el país. Eran unos tiempos en los que los patronos usaban a inmigrantes recién llegados para poner fin a las huelgas.

En 1887 hubo otra gran depresión. En más de un caso, la Guardia Nacional actuaba contra los trabajadores en huelga.

 

Este es un gran párrafo: «A pesar de que algunos multimillonarios iniciaron sus negocios siendo pobres, en la mayoría de los casos no fue así. Un estudio sobre los orígenes de trescientos tres ejecutivos de la industria textil, el ferrocarril y el acero de la década de 1870 demostró que el noventa por ciento de ellos provenía de familias de clase media o alta. Las historias de Horatio Alger sobre personas que pasaban “de los harapos a la riqueza” eran ciertas en algunos casos, pero, en general, fueron un mito muy útil para el control.» (pág. 274).

En 1877 salió elegido presidente Rudolf Hayes, tras un acuerdo entre demócratas y republicanos, que sentó las bases para que, ganara quien ganara, la política nacional no cambiase y se protegieran los intereses de los ricos.

 

En la década de 1880 y 1890 llegaron a Estados Unidos muchos inmigrantes de Europa, lo que contribuyó a que se fragmentara la clase obrera. Entre ellos se establecían competencias económicas desesperadas. También se usaba a los inmigrantes como esquiroles en las huelgas.

En 1886 los sindicatos formaron el Partido Laborista Independiente, que sacó el 31% de los votos en Nueva York.

En 1893 tuvo lugar la mayor crisis económica en la historia del país.

La Alianza de los agricultores de 1877 se mostró solitaria con el movimiento obrero.

En 1891 se fundó el Partido Populista de Texas en Dallas y era interracial. El sistema bipartidista trató de que los negros y los blancos pobres no votaran, y de enfrentar a estos últimos con los primeros.

 

Estados Unidos buscaba un mercado externo más extenso y se anexionó Hawái en 1893. Ayudar a la independencia de Cuba en 1898 podía cohesionar al país entorno a la idea del patriotismo y haciendo perder fuerza a las huelgas. La guerra trajo consigo más trabajo, pero también una elevación de los precios. Murieron 5.462 soldados estadounidenses en la guerra, pero solo 379 en combates, el resto fue por enfermedades, que, en buena medida, tuvieron que ver con la mala alimentación suministrada por el ejército.

En 1898 se firmó la paz con España, que entregó Guam, Puerto Rico y Filipinas a Estados Unidos a cambio de 20 millones de dólares.

 

Estados Unidos invadió Filipinas y empezó una guerra. En Estados Unidos había un fuerte racismo y se podía trasladar a la población filipina. Los negros norteamericanos que participaron en la guerra querían prosperar y querían demostrar que eran tan valientes y patriotas como los blancos, pero también eran conscientes de que se trataba de una guerra brutal contra personas de color. Un gran número de soldados negros desertó.

 

A principios del siglo XX en Estados Unidos había escritores que defendían el socialismo: Upton Sinclair, Jack London, Theodore Dreiser o Frank Norris.

En 1904 murieron 27.000 trabajadores en accidentes laborales. En 1914 fueron 35.000 y 700.000 resultaron heridos. La sindicalización iba en aumento. En 1910 el suelto de los trabajadores negros era un tercio del de los blancos, y estaban excluidos de la mayoría de sindicatos de la FET. Los líderes de la FET tenían buenos sueldos y se codeaban con los patrones. Así muchos trabajadores buscaron otro tipo de sindicado, que fueron los IWW (los wobblies), que se llegaron a convertir en una amenaza para la clase capitalista.

Sobre un millón de personas leía prensa socialista. Las mujeres socialistas fueron muy activas en el movimiento feminista de comienzos de 1900. Se empezaron a manifestar por el sufragio femenino.

En 1903 se fundó un Consejo Nacional Afroamericano. Durante el mandato de Theodore Roosevelt el socialismo y los sindicatos IWW eran una amenaza real para el sistema y se admitieron reformas para crear una clase media que amortiguara los conflictos de clase. En 1910 se diseñó una propuesta de ley sobre indemnizaciones laborales. El Partido Socialista siguió creciendo. En Colorado casi se produce una guerra civil cuando los mineros entraron en huelga en 1914.

 

Cuando comenzó la Primera Guerra Mundial, en Estados Unidos el socialismo crecía y la lucha de clases era intensa. En 1915 los pedidos de material bélico de los Aliados reactivaron la economía. La guerra favoreció el empleo en Estados Unidos, que entró en la guerra en 1917, con reclutamiento forzoso. En Nueva York el candidato socialista consiguió en 22% de los votos en 1917 y en Chicago un 34,7%. La Ley de Espionaje se usó para encarcelar a todo estadounidense que hablara o escribiera en contra de la guerra. Los socialistas estaban en contra de la guerra y se los empezó a acusar de ser proalemanes. Se potenciaba el patriotismo. Al final de la guerra se votó una ley a favor de deportar a extranjeros que fueran contrarios a la propiedad privada. Se deportó a 4.000.

 

En febrero de 1919, los líderes de los IWW estaban en la cárcel. Al comenzar la década de 1920 los IWW habían desaparecido y el Partido Socialista se desmoronaba. El Ku Klux Klan se extendió por el norte. En 1924 contaba con 4,5 millones de miembros.

En la década de 1920 los salarios medios aumentaron, pero la prosperidad se concentró en la clase alta. Las mujeres consiguieron el derecho a votar.

En 1929, tras el crack, más de 50.000 bancos cerraron. Para 1933 un cuarto de la población activa se quedó sin trabajo.

En 1932 llegó a la presidencia Franklin Roosevelt que inició un programa de reformas, el «New Deal». El gobierno entró en el mundo de los negocios contratando a parados.

En 1934, 1,5 millones de trabajadores, de diferentes sectores, se declararon en huelga.

El New Deal consiguió reducir el desempleo de 13 a 9 millones. Sería la Segunda Guerra Mundial la que dio trabajo a casi todo el país, generando además patriotismo y haciendo que se difuminara la lucha de clases. La mayoría de los negros quedaron excluidos del New Deal.

 

La Segunda Guerra Mundial fue la guerra más popular en la que luchó Estados Unidos. A los negros el antisemitismo de Alemania no les parecía muy diferente de su situación en Estados Unidos. El país entró en guerra tras el ataque a Pearl Harbour de 1941. Uno de los deseos de Estados Unidos era suplantar el papel de Inglaterra en Oriente Medio y controlar el petróleo.

Una de las políticas norteamericanas estuvo muy cerca de emular al fascismo: el trato que se dio a los japoneses-estadounidenses de la Costa Oeste. 110.000 personas (3/4 partes nacidos en Estados Unidos) estuvieron en campos de concentración durante tres años.

En agosto de 1945 se lanzaron las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, a pesar de que los líderes japoneses habían empezado a hablar de la rendición un año antes. Es posible que las bombas atómicas fueran la primera gran operación de la guerra fría contra Rusia.

 

En la década de 1950, Estados Unidos intervino en la guerra de Corea. Los movimientos revolucionarios se multiplicaron, Indochina, Indonesia, Filipinas…

Joseph McCarthy empezó a acusar a personas de pertenecer al Partido Comunista.

En 1959 Fidel Castro tumbó el gobierno de Cuba de Batista. Cuba se acercó a la Unión Soviética y en 1960, el presidente Eisenhower autorizó en secreto a la CIA a armar y entrenar a exiliados cubanos, que desembarcarían en la bahía de Cochinos, sin conseguir un levantamiento de la población.

 

En las décadas de 1950 y 1960 empezó con fuerza el movimiento negro por los derechos civiles.

Martin Luther King promulgaba su mensaje en contra de la violencia, pero las ideas de Malcom X, más belicosas, podían estar más cerca del sentir de muchos negros. Los ingresos totales de las empresas de capital negro representaban el 0,3% de los ingresos empresariales. En 1977 la tasa de desempleo entre los jóvenes negros era del 34,8%.

 

Entre 1964 y 1975 tuvo lugar la guerra de Vietnam. El presidente Johnson aprovechó unos incidentes en el golfo de Tonkín para iniciar una guerra a gran escala contra Vietnam. A comienzos de 1968 había más de 500.000 soldados en suelo vietnamita. Richard Nixon fue elegido presidente, gracias a su promesa de sacar al país de Vietnam. Los jóvenes habían empezado a no inscribirse para el reclutamiento y se negaban a incorporarse a filas.

El movimiento pacifista no solo fue estudiantil, sino que la clase trabajadora también estuvo muy concienciada. Los jurados comenzaron a ser más reacios a condenar a los manifestantes pacifistas.

 

La Segunda Guerra Mundial obligó a más mujeres a incorporarse a la vida laboral. En 1960 el 36% de las mujeres tenía un empleo remunerado. Las mujeres representaban el 51% de los votantes, pero solo ocupaban el 4% de los escaños.

En 1973 solo se prohibía el aborto en los 3 últimos meses de gestación. Las mujeres empezaron a hablar abiertamente del problema de la violación.

 

Se multiplicaron las sublevaciones en las cárceles. Cuando más pobre se era, la posibilidad de acabar en la cárcel era mayor. Las cárceles acababan siempre llenas de negros pobres.

A finales del siglo XIX quedaban unos 300.000 indios. En 1969 había 800.000, y empezaron a reivindicar con fuerza sus derechos.

En la década de 1970 el comportamiento sexual también sufrió cambios. La homosexualidad ya no se escondía.

 

En 1970 la confianza en el gobierno era muy baja. Tras el caso Watergate, Nixon dimitió y Gerald Ford se convirtió en presidente. En 1975 se acabó la guerra de Vietnam, y el gobierno de Estados Unidos parecía ansioso por mostrar su fuerza internacional. Así se produjo un incidente en Camboya y Estados Unidos sobrerreaccionó.

Entre 1977 y 1980, la presidencia de Carter trató de recuperar a la ciudadanía desencantada. A pesar de tener algunos gestos hacia la comunidad negra y los pobres, Carter protegió la riqueza y el poder.

Durante la presidencia de Carter, Estados Unidos continuó apoyando a regímenes de todo el mundo que encarcelaban a disidentes, torturaban y cometían masacres: Filipinas, Irán, Nicaragua e Indonesia.

En 1977 el 1% más rico del país poseía el 33% de la riqueza. Carter aprobó reformas fiscales que beneficiaban principalmente a las corporaciones.

 

Entre 1980 y 1988 estuvo Ronald Reagan en el poder. Fueron años de aumento del desempleo. Las tasas de impuestos para los ricos eran cada vez más bajas. A finales de los 80, al menos un tercio de las familias afroamericanas vivían por debajo del umbral de la pobreza. Después de la caída de la Unión Soviética parecía tener sentido reducir el presupuesto militar, pero los congresistas republicanos y demócratas se unieron en contra de una transferencia de fondos del presupuesto militar a necesidades humanas.

Para demostrar que la institución militar aún era necesaria, George Bush inició dos guerras: contra Panamá y otra mucho mayor contra Irak. Se impidió a los periodistas estadounidenses ver de cerca la guerra y se censuraron sus artículos. La mortalidad infantil se disparó en Irak.

 

A comienzos de la década de 1990 empezó a tomar fuerza un movimiento antinuclear, con las mujeres en cabeza.

En 1980, cuando Reagan llegó a la presidencia, solo votó el 54% de la población con edad para hacerlo. Así que Reagan gobernó con el 27% del total del apoyo de los votantes. Igual pasó con Bush en 1988.

En 1990 una encuesta mostraba que el 84% de los encuestados estaba a favor de aumentar los impuestos a los millonarios (el 1% de la población poseía el 33% de la riqueza). La mayoría de estadounidenses estaban a favor de un sistema sanitario como el de Canadá. Ni los demócratas ni los republicanos lo llevaban en sus programas. Los dos partidos favorecen siempre el beneficio económico de las grandes corporaciones, y no existe un partido socialdemócrata.

La población latina continuó aumentando, hasta alcanzar el 12%, igual que la población negra.

El declive de la actividad industrial y la deslocalización de fábricas debilitaron el movimiento obrero.

Varios miembros de la CIA la abandonaron y escribieron libros en su contra.

Bush quería superar lo que llamó “síndrome de Vietnam” y por esto se embarcó en la guerra contra Irak. En 1991 el 84% de los blancos apoyaba la guerra, pero solo el 48% de los negros.

En 1992 fue el quinto aniversario de la llegada de Colón a América y se produjo una reacción espectacular por parte de los indios. Los profesores del país comenzaron a contar la historia de Colón de un modo diferente al de su dimensión heroica.

 

El capítulo 23 se titula La próxima revuelta de los guardianes, y era el último en la versión que leí hace 20 años. El propio Zinn señala que algunos de sus comentarios en este capítulo se pueden haber quedado anticuados. Dice sobre su libro «a pesar de todas sus limitaciones, es una historia irrespetuosa con los Gobiernos y respetuosa con los movimientos de resistencia del pueblo» (pág. 669). Él mismo dice que su libro está sesgado, pero que no le preocupa porque casi todos los libros de Historia sesgan en la dirección opuesta. Estos libros sugieren que en tiempo de crisis se debe esperar que aparezca una figura grandiosa que salve al pueblo.

«En una sociedad altamente desarrollada, la clase dominante no puede sobrevivir sin la obediencia y lealtad de millones de personas a las que se conceden pequeñas recompensas para que mantengan en funcionamiento el sistema: los soldados y la policía, los profesores y los presentantes públicos (…). Estas personas se sienten tentadas de aliarse con la élite.» Pero se está produciendo un descontento de la clase media, entre el 70% y 80% de los estadounidenses no confía en el gobierno, ni en el mundo de los negocios ni en el Ejército.

Zinn piensa que los ciudadanos norteamericanos deberían revelarse contra el sistema y crear pequeñas comunidades autónomas del poder, donde se compartirían los trabajos rutinarios.

 

En esta edición leo, por primera vez el capítulo 24, La presidencia de Clinton. Su presidencia empezó con esperanzas de cambio. En 1992, la primera vez que ganó, el 45% de los votantes no acudió a las urnas. Solo consiguió un 43% de los votos. En 1996, con una abstención del 50%, consiguió un 49% de los votos.

En 1993 Clinton fue responsable del ataque a los fanáticos de Waco, donde murieron 86 personas, entre las que había mujeres y niños.

El proyecto de ley contra el crimen de 1996 volvía a hacer pie en el castigo y no en la prevención. La administración Clinton se negó a establecer programas para crear puestos de trabajo. Estados Unidos siguió vendiendo armas en todo el mundo. Se bombardeó Bagdad y en junio de 1993 se entró en la guerra de Somalia. En 1997, Estados Unidos vendía más armas al extranjero que todos los países del mundo juntos.

En 1998 la administración Clinton respondió a los atentados en las embajadas estadounidenses de Kenia y Tanzania bombardeando Afganistán y Sudán.

Clinton se mostró reacio a defender un modelo de atención médica universal. El presupuesto militar siguió aumentando.

 

El capítulo 25, Las elecciones del 2000 y la guerra contra el terrorismo, también es nuevo. Bush ganó las elecciones del 2000, tras los problemas de los recuentos de votos en Florida. Bush propuso recortes de impuestos a los ricos y se opuso a la reglamentación medioambiental.

El 11 de septiembre de 2001 se produjo el ataque a las Torres Gemelas y Bush ordenó la «guerra contra el terrorismo» y bombardeó Afganistán.

Zinn sugiere que Estados Unidos debería dejar de ser una superpotencia militar, pero podría ser una superpotencia humanitaria.

 

Este libro contiene también un Epílogo. Zinn dice que su parcialidad ante los hechos históricos no nació de su implicación en el movimiento de los derechos civiles en el Sur, ni de sus 10 años de actividad contra la guerra de Vietnam, sino de haber crecido en una familia obrera de inmigrantes en Nueva York.

«Los intereses de clase siempre se han ocultado tras un velo envolvente denominado “interés nacional”» (pág. 727)

En toda la carrera de historia, dice Zinn que nunca le hablaron de las masacres de negros, que se repetían una y otra vez, pero sí de la Masacre de Boston, donde los soldados británicos mataron a cinco personas, y este acontecimiento se usa para fomentar el patriotismo.

 

La lectura de La otra historia de los Estados Unidos, como ya me ocurrió hace veinte años, ha sido una lectura potente, política, aleccionadora y moral. Este es un libro que todo ciudadano debería leer.