domingo, 29 de mayo de 2022

Taller de escritura, por Javier Cánaves

 


Taller de escritura, de Javier Cánaves

Editorial Calambur. 165 páginas. 1ª edición de 2021.

 

Javier Cánaves (Palma de Mallorca, 1973) es mi amigo desde hace años. Empecé leyendo su obra poética, a través del libro Por fin has conseguido que odio el blues (premio Hiperión 2003) y, más tarde, nos acabamos conociendo en persona. Después de libros de poesía como Al sur de todo mapa, Limpieza y absorción, El peso de los puentes o Momentos estelares, empezó a trabajar más la prosa. Hasta ahora había publicado cuatro novelas en la editorial canaria Baile del sol (donde yo tengo cinco libros publicados). Las tres primeras se titulan La historia que no puede o no supe escribir, Los artistas y Piscinas iluminadas,  y formarían lo que Cánaves llama La trilogía de la huida. Su temática es bastante parecida a la de sus poemas: el amor, las parejas rotas, la imposibilidad de conservar el amor, etc.; y cuya principal influencia sería la prosa densa y triste de Juan Carlos Onetti. Es diferente la cuarta novela, Mi Berghof particular, donde Cánaves se deja llevar por la influencia de autores como Mario Levrero y Roberto Bolaño, y escribe una especie de diario metaficcional, que se entremezcla con narraciones inventadas.

Creo que Javier Cánaves es el único escritor del que he leído más libros que los que tiene publicados, porque es normal que nos intercambiemos nuestros manuscritos con el fin de señalar erratas o proponer cortes y mejoras. Así que de Cánaves he leído dos novelas más que, por ahora, permanecen inéditas.

Taller de escritura se ha publicado a finales de 2021 en la editorial Calambur, pero es un libro que yo había leído en su versión manuscrita en el verano de 2020. Y en esta novela, de nuevo Cánaves juega a reinventarse a sí mismo como escritor. Sé que Cánaves empezó en Mallorca a impartir talleres de escritura creativa, y ha decidido usar esta experiencia vital como sustrato de su nueva obra de ficción.

El protagonista y narrador de la novela es Santiago Biza, del que acabaremos descubriendo que trabaja en el departamento de comunicación de una entidad financiera, mientras que en su tiempo libre desarrolla una carrera literaria que él mismo considera invisible. Santiago Biza va a narrarnos una historia, y desde un punto indeterminado del futuro arranca rememorando el día en el que Alberto Sancevá, otro escritor invisible de Mallorca, va a visitarle a su casa para ofrecerle un puesto de profesor que ha quedado vacante en su escuela de escritura. Biza aceptará y se hará responsable de dos clases. Será de una sola de ellas de la que nos va a hablar en su narración. Biza admiraba a Sancevá por su última novela, pero, cuando éste solo consiguió vender cien ejemplares, se desencantó y dejó la escritura, y también de creer en el arte, y se ha centrado en ganar dinero con los talleres. Esta será una de las ideas que recorran el libro: ¿qué sentido tiene escribir? ¿Qué se busca al hacerlo? Biza sigue siendo un creyente de este arte, pero ¿podrá seguir siéndolo después de las experiencias que se dispone a contarnos?

 

El libro se presentó en la librería La biblioteca de Babel de Palma de Mallorca, y la presentadora fue la escritora Sabina Pons. Me comentaba Cánaves que le gustó una frase de Sabina, cuando decía que Taller de escritura es tres libros en uno: una novela policial, un manual de escritura creativa y un libro de escritura del yo. Es una afirmación que me gusta y quisiera comentarla. Cánaves mostrará en esta novela ‒a través del personaje de Santi Biza‒ sus dudas sobre su vocación artística, que ha de compaginar con su vida laboral y familiar. Esta vocación artística, en la mayoría de los casos, no va acompañada del deseado reconocimiento de ningún público. En la página 144 el narrador cita la famosa sentencia de Josep Pla «el hombre que lee novelas a partir de los treinta y cinco años es un cretino» para completarla de la siguiente forma: «Por supuesto, también lo es el que las escribe y no gana dinero con ellas. Somos unos cretinos que juegan a las adivinanzas, básicamente.» Por tanto la novela tiene componentes de la literatura del yo y de la metaficción, porque se hacen continuas referencias al propio acto de escribir. De hecho, en más de un caso se juega con las enseñanzas propias de un taller de escritura, del que Biza, ha sido profesor. Así el texto se corrige a veces a sí mismo, cuando Biza se da cuenta de que está utilizando o abusando de recursos literarios inapropiados para contar su experiencia, recursos que no le permitiría usar a sus alumnos. Por ejemplo, en la página 51 leemos: «No había paracaídas ni flotadores capaces de salvarnos. Y, claro, como suele decirse, de perdidos al río. Si esto lo escribiera uno de mis alumnos, lo tacharía sin contemplaciones. Nada de frases hechas, ¿lo entienden?» Este recurso tiene un efecto cómico en la novela, pero también marca un trasfondo de intrascendencia hacia el hecho literario. ¿A quién le importa, en realidad, el uso de «frases hechas» en una novela sin lectores?

 

Taller de escritura está planteada además como si fuera un ejercicio propuesto en un taller de escritura; en el propio taller de escritura que se describe en la novela, de hecho. Santiago Biza ha empezado a recibir en su móvil mensajes amenazantes, a los que al principio no da importancia, pero que le empiezan a inquietar cada vez más, sobre todo a partir del momento en el que uno de ellos aparece escrito sobre la puerta de su propia casa. Sabe que la persona que los envía tiene que encontrarse entre las personas que acuden a su taller, porque se refieren a él con el apelativo de «profesor», y encuentra a cinco sospechosos, personas del taller, o su entorno, con los que ha tenido algún enfrentamiento o problema, o que se ha revelado que tenía una cuenta pendiente del pasado, y, en cierta medida, Biza tratará de hacer de detective para averiguar quién es la persona que ha empezado a quitarle el sueño. De este modo, Taller de escritura se convierte también en una narración policial que sigue el modelo clásico de la «habitación cerrada»: una víctima (el narrador y detective) y cinco sospechosos. «Era como estar dentro de una novela de Conan Doyle o Agatha Christie.», escribe Biza en la página 145.

 

Además, el narrador, desde el punto indefinido del futuro desde el que cuenta la historia, juega (desde el primer párrafo del libro) a adelantar información al lector sobre sucesos que va a contar más tarde; usando de nuevo un recurso propio de la generación de intriga en la novela.

La influencia de Roberto Bolaño, con su gusto por los cuentos dentro de la novela, también está presente en Taller de escritura, ya que Biza nos irá contando las narraciones que escribe Lourdes García, la alumna con más talento de su taller. Suelen ser narraciones duras y desconcertantes, que actúan generando un foco de oscuridad y misterio en el libro.

 

Taller de escritura es otro atractivo, y divertido, paso más en la carrera literaria de Javier Cánaves, que cada vez se está volviendo más original.

domingo, 22 de mayo de 2022

Todo Henry Roth: LLámalo sueño, A merced de una corriente salvaje y El americano

 En mi canal de YouTube (David Pérez Vega - Bienvenido, Bob) hablo de uno de los escritores de mi vida, el judío norteamericano Henry Roth, padre, en gran medida, de la literatura judía norteamericana. Ahora lo está reeditando Alfaguara y yo lo leí hace ya más de 20 años.



Si quieres ver el vídeo PINCHA AQUÍ.

domingo, 15 de mayo de 2022

La forja de un rebelde, por Arturo Barea


La forja de un rebelde
, de Arturo Barea

Editorial Cátedra. 1335 páginas. 1ª edición de 1938-1946; ésta es de 2020.

Edición a cargo de Francisco Caudet

 

Tenía pendiente, desde hace mucho tiempo, leer la trilogía de La forja de un rebelde de Arturo Barea (Badajoz, 1897 - Faringdon, Inglaterra, 1957), y más desde que en 2018 empecé a escribir una novela en la que realizaba una investigación familiar acerca de la guerra civil. La forja de un rebelde está formada por tres libros, La forja, La ruta y La llama, y en el último de ellos, Barea se ocupa de su experiencia en la guerra civil española.

Quería acabar de revisar mi novela de la guerra en el verano de 2021, pero avanzada julio y nunca acababa de ponerme con ella. Siempre se interponía entre los dos la escritura de una reseña o la grabación de una vídeo reseña. A finales de julio decidí parar con los libros cortos y acercarme a uno que superarse las 1.000 páginas para, de este modo, no tener que escribir una nueva reseña, al menos, durante un mes. Elegí La forja de un rebelde. Estuve sopesando si lo leía en los tres volúmenes como los vende Debolsillo o si me acercaba al grueso único volumen que había sacado Cátedra en 2019 con notas y un estudio previo del profesor Francisco Caudet. Al final me decidí por la segunda opción, porque prefería leer una edición con notas y prólogo (que he dejado para el final, como siempre). Debería decir que esta edición de Cátedra, que me ha acompañado durante todo el mes de agosto, y algunos días más de julio y septiembre, no es, en realidad, nada cómoda. Pesa mucho y la letra ­‒sobre todo la de las notas‒ es realmente pequeña. Creo que hubiera sido más lógico que Cátedra hubiera elegido publicar este libro en dos volúmenes, uno para el estudio de Caudet y La forja y uno segundo para La ruta y La llama. En dos volúmenes publicó, por ejemplo, La Regenta de Leopoldo Alas Clarín, y no sé por qué habrá decidido sacarlo en uno solo esta vez.

 

La forja comienza su acción en 1907, cuando su protagonista ‒llamado Arturo Barea‒ tiene diez años, y llegará hasta 1914. Como leeré después en el estudio de Caudet, Barea toma, en gran medida, datos reales de su biografía para escribir estos libros, pero, teniendo en cuenta la distancia que existe entre el tiempo de escritura (La forja está escrita en 1938, cuando Barea ya había comenzado su exilio en Francia) y el de los recuerdos, Caudet considera que hay aquí recuerdos recreados o inventados para dar continuidad narrativa a lo recordado. La primera escena del libro es muy bella y significativa: Barea evoca los pantalones que se secan, tras haber hecho su trabajo las lavanderas, en las cuerdas de los tendederos a orillas del río Manzanares de Madrid. Barea nació en Badajoz y su padre murió cuando él ‒el menor de cuatro hermanos‒ tenía dos meses. La madre se trasladó a Madrid y allí trabajó de lavandera, y también como sirvienta de unos tíos, para sacar a sus hijos adelante y no tener que entregarlos a la inclusa de los huérfanos. La entrega y la pobreza de la madre, Leonor, serán un símbolo que recorrerá toda la novela. Barea, a pesar de que llegará a disfrutar de una posición económica desahogada en la vida adulta, cerca ya de la guerra civil, nunca olvidará sus orígenes humildes y el sacrificio de su madre, y esto hará ‒pese a sus aires de señorito‒ que se posicione siempre en su vida del lado de los más desfavorecidos.

 

En el comienzo La forja se recrea un verano de Barea en los pueblos de los que eran originarios sus familiares: Navalcarnero, Brunete y Méntrida. Barea empieza a escribir La forja cuando la guerra civil en España dura ya dos años, y en este libro indaga en su pasado fijando su mirada sobre las desigualdades o los problemas del país que van a llevarle a la guerra. Así, de estos pueblos nos describirá, por ejemplo, el modo brutal en el que los mozos celebran las fiestas maltratando animales, o las maniobras de los caciques locales para que otras personas del pueblo tengan que ser pobres o solo puedan trabajar para ellos, creando grandes desigualdades y un enorme caldo de cultivo para el resentimiento. Personas que cultivan la tierra tirando ellos del arado, porque no tienen animales para que lo hagan ellos. También nos mostrará las discusiones entre familiares religiosos y anticlericales.

Durante una temporada leí libros publicados en España durante la posguerra, porque quería saber cómo los escritores salvaban el problema de la censura o qué podía aparecer en las librerías durante esos años. Así, mentalmente estaba asociando la lectura de La forja con estos otros libros, y me sorprendí al leer algunos párrafos en los que Barea hablaba de sexo de un modo explícito. Aunque la escritura de La forja es anterior a otros libros españoles en los que yo estaba pensando (por ejemplo en La familia de Pascual Duarte, 1942, de Camilo José Cela o Los bravos, 1954, de Jesús Fernández Santos) se me hizo, de repente, una propuesta más moderna. La forja se publicó por primera vez en inglés a principios de la década de 1940 en Estados Unidos, y lógicamente no existía allí la censura franquista. También llama la atención, a veces, ver cómo Barea rompe los tabús y cuenta, por ejemplo, que un primo, con el que compartía cama, quiso abusar sexualmente de él. Un primo que, aunque cambiara el nombre, debía estar basado en un familiar real. Imagino que, al haberse asentado en Inglaterra y publicar en inglés, no le preocupaba la reacción de sus familiares atrapados por el franquismo.

 

El lenguaje de La forja es crudo y directo. Barea quería acercarse en su obra al habla del pueblo, del que se sentía parte, y que estaba siendo arrasado por el fascismo. También tiene más de un toque lírico. En realidad, La forja se me ha hecho una lectura muy amena y moderna, sobre todo cuando, en su segunda parte, Barea nos habla de que abandona el colegio de curas escolapios en el que está becado, por sus buenas notas, y empieza a ganarse la vida. Al principio, gracias a la ayuda de unos tíos de su madre con dinero, parecía que iba a poder ser ingeniero, su sueño, pero la muerte del tío lo complica todo, y él no quiere que se le ayude por caridad. Por lo que cuenta, parece que Barea tenía bastante carácter, porque acaba mal con los escolapios y con los jefes de algunas de las empresas por las que pasa. Existe en él un fuerte rencor de clase. Me ha gustado mucho cómo describe el mundo del trabajo en España en la década de 1910. Resulta que, por entonces, ya existía algo muy parecido a la figura del «becario», chicos de catorce años que entraban a trabajar en los bancos sin sueldo. Entraban sesenta y, al año siguiente, la empresa elegiría a tres para que pudieran quedarse y empezar a cobrar.

«De poco tiempo a esta parte las chicas comienzan a trabajar en oficinas y en tiendas en una cantidad cada vez mayor. No se han atrevido a tomar chicas meritorias y en todas partes les dan sueldos pequeños de dos duros al mes. Pero con ellas sustituyeron a los empleados y a los dependientes. Porque con chicos solos no puede llenarse una oficina o una tienda, pero con mujeres y chicos sí. La dependencia de los bazares se ha visto poco a poco en la calle. Había dependientes que llevaban treinta años en la casa y ganaban cincuenta o sesenta duros al mes. Por término medio ganaban cuarenta duros y podían sostener una casa modesta. Ahora toda la dependencia es de muchachas. Muy guapas, con un uniforme negro de satén y un delantalito chiquitín, que venden cuatro veces más que los dependientes antiguos. La que más, cobra quince duros al mes. Del antiguo personal no queda más que un viejo con un gorro negro que se pasea por las salas y aterroriza a las chicas despidiéndolas a la menor falta o las manosea cuando están sacando cajas de algún rincón, sin derecho a que protesten.» (pág. 613-14) En este párrafo, se ve esta modernidad y denuncia de las que hablaba.

Barea se hace sindicalista y al ir a escuchar una charla se enfada y discute con unos obreros, cuando ven entrar allí a un compañero de trabajo y a él, vestido con el traje del banco. «Hoy tenemos a unos señoritos haciendo turismo», le dice un obrero, y Barea le acaba diciendo que ellos cobran mucho menos que él.

 

La ruta empieza en 1921, con Barea convertido en sargento y destinado en África. Como Barea tiene instrucción va a tener la suerte de poder dedicarse a tareas de intendencia y va a poder permanecer apartado de las que van a ser las carnicerías del frente. Más del 80% de los reclutas de muchas zonas de España son analfabetos, nos contará. La ruta es principalmente un compendio de diversas corrupciones que puede presenciar en el ejército. Por ejemplo, para construir una carretera los mandos anotan que tienen que pagar el sueldo de 200 trabajadores, aunque solo haya 160. Los 40 sueldos restantes se los reparten ellos. Y así interminablemente. El ejército español en África es pobre y está mal alimentado; por supuesto, con la comida los mandos también hacer diversas trampas. Los mandos están sobredimensionados y mal pagados. De nuevo, Barea quiere mostrarnos en La ruta algunas de las claves de la guerra posterior. Los mandos africanistas,  y entre ellos hablará de Franco y Millán-Astray, quieren permanecer en África para seguir consiguiendo medallas y ascensos, aunque esto está desangrando al país. Aunque Primo de Rivera, tras su golpe de estado en 1923, quiere salir de África, serán los militares africanistas los que le presionarán para que esto no ocurra. Y, más tarde, las técnicas invasoras y de destrucción serán las que aplicarán en la península contra su propio pueblo republicano.

 

Me ha gustado de La ruta, además de esta denuncia del militarismo, la crítica de las costumbres. Por ejemplo, Barea, harto del casino y del prostíbulo, se irá a vivir con una chica que conoce y paseará con ella como si fuera su esposa, aunque no lo es. Esto le será reprendido por sus superiores: está permitido tener una familia, e ir todos los días al casino y al prostíbulo, pero no convivir con una mujer que no es su esposa a la vista de todos.

Dentro de un nivel muy alto, La ruta es el volumen en el que considero que la trilogía pierde un poco su brío. Éste se recuperará en La llama, que empieza en 1935, cuando ya parece que va a ser inevitable que se dé un golpe militar. Barea ha comprado una casa en un pueblo, llamado Novés. Allí va a dejar a su mujer y sus cuatro hijos durante la semana y él irá los fines de semana. En Madrid, Barea tiene una amante, que es la secretaria con la que trabaja en una empresa de patentes. Barea sabe que su matrimonio ha sido un fracaso y no quiere divorciarse porque sabe también que esto le va a dejar en una mala situación económica. Diría que Barea no es amable consigo mismo cuando habla de estos temas sentimentales y familiares, y en algún momento resulta hasta cruel y cínico. Sin embargo, aún no ha renunciado al amor y quiere a una compañera con la que poder conversar de tú a tú, que no va a ser ni su mujer ni su amante. En 1935 el ambiente está caldeado en Novés, con dos grupos muy divididos. A la gente más humilde de Novés le resulta extraño que el nuevo «señorito» de la capital se identifique como uno de ellos, y llegue a organizar un mitin allí para las elecciones de febrero de 1936.

 

Los comienzos de la guerra están narrados con mucho brío. Barea sentirá con tristeza la violencia del pueblo, que llega a quemar iglesias o a fusilar a personas indefensas, una violencia con la que no se siente de acuerdo. Gracias a unos contactos políticos, pasará a trabajar en el departamento de Censura de Prensa, que opera desde el edificio de la Telefónica en la Gran Vía. Al principio, su tarea ‒supervisar que los periodistas no hablen de pérdidas de la República‒ le parecerá un tanto absurdo, pero se animará cuando vea con que regocijo algunos periodistas extranjeros hablan del avance de las tropas de Franco. En este trabajo conocerá a Ilsa Kulcsar, una austriaca antifascista que habla bastantes lenguas. Ilsa se convertirá en su mujer y será con quien acabe conviviendo en el exilio inglés. Además Barea se convertirá en «la Voz Incognita de Madrid», un locutor de radio que trata de dar ánimo a la población sitiada.

Lo cierto es que toda la peripecia vital de Barea es sorprendente y muy rica, y el fresco que levanta sobre el primer tercio del siglo XX en España es impresionante.

 

Al final del libro leí el estudio de Francisco Caudet. Como, en gran medida, acaba contando la vida de Barea, tenía la sensación de que no me descubría nada nuevo, porque la vida de Barea es la novela de Barea. Sí que me resultó interesante un tema extraño que se da en este libro: a pesar de que está escrito con un lenguaje muy castizo, en más de un caso tiene errores de traducción del inglés. Y esto es extraño porque el lector español piensa que La forja de un rebelde no puede ser un libro más español, pero, sin embargo, se vendió primero en inglés y algunos estudios dicen que se perdió el manuscrito original, y al publicarse en español, para la argentina Losada, Ilsa, que era la traductora al inglés, tuvo que retraducirlo al español. Según Caudet en realidad nunca existió como tal el manuscrito en español, porque Barea escribía notas de un modo desordenado e Ilsa les daba forma al traducirlas al inglés para acelerar la publicación del libro en Estados Unidos. Barea debería haber revisado la versión española con más ahínco. Lo hizo para Losada unos años después de la primera publicación, pero aun así se colaron muchos «falsos amigos» del inglés, porque Ilsa, pese a ser una gran políglota, no controlaba tanto el español como hubiera sido necesario. Esto es más latente sobre todo en la tercera parte, en La llama.

 

La forja de un rebelde es un libro testimonial y una aventura humana muy interesante para un lector actual. He disfrutado mucho de este libro, y Barea se me ha hecho un personaje muy humano y cercano. Será difícil que esta gran novela no esté en la lista de las diez mejores lecturas del año.

domingo, 8 de mayo de 2022

ESPECIAL 10.000 SUSCRIPTORES EN MI CANAL DE YOUTUBE

 Mi canal literario de YouTube "David Pérez Vega - Bienvenido, Bob" ha llegado a los 10.000 suscriptores y he grabado un vídeo especial, mostrando mis estanterías de libros pendientes de leer.


Si te apetece hacer este recorrido por mi biblioteca fantasma PINCHA AQUÍ.

domingo, 1 de mayo de 2022

Amores torcidos, por Recaredo Veredas

 


Amores torcidos, de Recaredo Veredas

Editorial Tres hermanas. 338 páginas. 1ª edición de 2021.

Prólogo de Elvira Navarro.

 

Había coincidido con Recaredo Veredas (Madrid, 1970) en más de una presentación literaria de Madrid durante los últimos años, pero nunca, hasta ahora, había leído un libro suyo. A raíz de la publicación en 2021 de mi novela Esto no es Bambi en la editorial Maclein y Parker y de la publicación de la suya, Amores torcidos, en la editorial Tres hermanas, acabamos quedado ‒gracias a la intermediación de nuestro amigo común Eduardo Laporte‒ para intercambiarnos estos libros, ya que los dos hemos compartido en ellos obsesiones comunes: el mundo laboral madrileño de los licenciados en carreras de Ciencias Sociales; ADE en mi caso, Derecho en el suyo.

 

Amores torcidos sitúa su acción en Madrid, en dos tiempos narrativos: 2019, el presente del personaje, cuando es un hombre cercano a los cincuenta años, y 1986, cuando es una adolescente de dieciséis. El libro está formado por cinco capítulos extensos, donde los impares se corresponden con una historia que avanza en 2019, y los pares con una historia que avanza en 1986. Con el añadido de una coda final, ambientada en 2019, en la que, en un final abierto, el lector puede atisbar la futura vida del personaje, después de haber atravesado una intensa crisis vital y moral.

 

Antonio es un abogado de éxito, que dirige, desde unas ostentosas oficinas de la Castellana, su propio bufete de abogados, formado por unos treinta tiburones «juniors». Está casado y tiene un hijo, al que casi no ve porque ha delegado su atención en su mujer, como suelen hacer los ejecutivos que se preocupan por su carrera. Además, mantiene una relación clandestina con Alicia, su segunda en el bufete. Antonio también acude a ver a una psicóloga porque se siente comido por la ansiedad y le cuesta dormir, a pesar de su dependencia de los tranquilizantes, a los que puede llegar a mezclar con alcohol o cocaína.

 

La novela está escrita en tercera persona, pero, gracias a la técnica del estilo indirecto libre, Veredas nos acerca mucho hasta los pensamientos de Antonio, principalmente, pero también a los de otros personajes del libro que van a ir cobrando su espacio. Veredas retrata a sus personajes, desde la primera página, con una mirada mordaz y descarnada, mostrándolos como unos cínicos desencantados sin redención. Así, en la primera escena, se describe un juicio, y los términos en los que desarrolla poco tienen que ver con cualquier idea de justicia social. «La jueza adopta la actitud que le toca, prescindiendo de su condición humana y atendiendo a factores procesales próximos a la robótica. Hace suyas las palabras de los técnicos, aunque sepa que están comprados. (…) Para ella es la quinta vista del día y la jaqueca da sus primeros calambres. No quiere impartir justicia, solo desea irse a casa, encender el aire acondicionado y ver una serie de Netflix en pijama.» (pág. 21)

 

Al principio, el lector asiste hipnotizado a la descripción del ambiente judicial madrileño, mundo que conoce el autor perfectamente, porque él es abogado y trabaja en un bufete. Ya he comentado alguna vez que a mí me interesan las narraciones que hablan del trabajo, lugar en muchos casos en el que confluyen la extrañeza máxima y los seres humanos. Pero Veredas no se va a limitar aquí a hacer una novela costumbrista, a mostrarnos, de un modo desinhibido y cruel, cómo funciona un bufete de abogados por dentro, ya que Antonio, su personaje principal, guarda más de un trauma del pasado con el que se va a enfrentar en el presente narrativo del libro.

De forma casual, Antonio coincide en un juicio con Martín, un antiguo compañeros del colegio, que también es abogado como él. Pero a diferencia de Antonio, Martín es un profesional mediocre al que el éxito no acompaña en absoluto. A pesar de la reticencia inicial de Martín, Antonio hace un esfuerzo por acercarse a él y retomar la relación del pasado. Además, se propondrá ayudarle, contratándole para su bufete de abogados, aunque sea mucho mayor que los que van a ser sus compañeros, y a Alicia no le parezca, bajo ningún prisma, un abogado competente.

En realidad, el recuerdo que guarda Antonio de Martín no es nada bueno, y es frecuente que aparezca en sus pesadillas más íntimas. Así que Antonio puede estar intentando alcanzar una redención, mediante la realización de una buena obra, o por el contrario, estar perpetrando una venganza.

 

Los capítulos dos y cuatro, correspondientes al año 1986, y el paso de Antonio por un colegio privado de Madrid, son demoledores. Antonio era víctima de un grupo de abusones, que se referían a él como «pringao», y que estaba liderado por Martín. Lo interesante de la construcción ficcional de Veredas es saber mostrar la ambigüedad y ambivalencia de los sentimientos humanos. Martín golpea a Antonio, pero también le protege frente a otros. Antonio siente que es su verdugo, pero que también es su amigo, su único amigo, en realidad. «Antonio no se atreve a contestar, tal vez la paliza sea un gesto de cariño. Sus padres le aman y le golpean, el afecto y la violencia no pueden separarse. Teme, aunque nunca se lo reconozca, que el fin de la violencia termine con la amistad.» (pág. 213). Incluso en la actualidad, la relación de adulterio que Antonio mantiene con Alicia, es una relación sadomasoquista, en la que se entremezclan el sexo y los golpes.

En el resumen de la contraportada del libro se habla de «drama tan adictivo como la mejor novela negra», y lo cierto es que me parece una comparación acertada, ya que Amores torcidos es una novela que no da tregua al lector, repleta de tensión narrativa y de personajes torturados. En más de una ocasión el lector va a tener la sensación de que Veredas no da nunca tregua a sus personajes, a los que lleva siempre al borde de la extenuación mental y el colapso nervioso. De hecho, en algún momento, me estaba pareciendo que la novela no era del todo realista, ya que las situaciones planteadas acaban siendo tan tensas y extremas que parecen adentrarse en los caminos del expresionismo. En cualquier caso, aunque en algún momento se llegue a jugar con la verosimilitud narrativa, el autor consigue tener en vilo siempre al lector.

 

En el prólogo, Elvira Navarro dice que Veredas sabe dibujar como nadie un Madrid poco atractivo para la literatura, el Madrid de las oficinas de la Castellana y las urbanizaciones residenciales de Pozuelo. Y lo compara con el Manuel Longares de Romanticismo, novela en la que se muestra el barrio de Salamanca, en el momento de la Transición, cuando sus habitantes pensaban que de nuevo «venían los rojos».

 

No me gustaría acabar esta reseña sin antes hablar también del humor caustico de Veredas, un humor que se consigue gracias al cinismo con el que se muestran las realidades de la novela, como por ejemplo, en la página 51 leemos: «Otra vez debe negar el salto. Sabe que las tentaciones solo pueden borrarse con tranquilizantes de alto voltaje. No puede permitírselos porque provocan el sueño y la gordura. Prefiere recordar la belleza de su mujer y su hijo y, sobre todo, el éxito de su despacho. Es feliz, se dice, aunque quiera matarse.»

Amores torcidos me ha parecido una honda novela psicológica, sobre los trastornos que padece en su vida adulta un adolescente que fue maltratado, tanto en casa como en el entorno escolar. Es una novela dura, pero a la vez repleta de humor, ambigüedad y comprensión hacia los límites de la mente humana, siempre sometida a la ansiedad y al peso de la culpa y los recuerdos.