viernes, 25 de septiembre de 2009

Esto por ahora, por Andrés Rivera


Esta es la tercera de las tres novelas de Rivera que compré en Argentina, la más actual y la que menos me ha gustado. Como en El farmer y La sierva, la extensión es breve, 111 páginas que si se condensasen se quedarían en 50 ó así. Y recalco este dato porque el tema del número de página me ha parecido fundamental en la impresión que me ha causado el conjunto.
El farmer y La sierva funcionaban por la fuerza del cuerpo principal del relato, Rosas en su casa de Inglaterra recordando el pasado en la primera, y la intensa relación de dominación entre la sierva y el amo en la segunda. Rivera divagaba en torno a los personajes, indagando en sus recuerdos, en sus obsesiones, a veces sin continuidad temporal, pero siempre se regresaba al nexo central del relato, donde las subtramas quedaban hiladas, y todo con un lenguaje poético, poderoso.

En Esto por ahora aumenta el número de personajes, por un lado Lucas y su hermana, seducidos ambos por Cara i´guante. Éste propondrá ganar dinero a Lucas si comete un asesinato.
En otros capítulos asistimos a breves momentos en la vida de Arturo Reedson (el posible objetivo del asesino), en los años 50, en los 70… del siglo XX.

A pesar del vínculo del asesinato, las tramas no llegan apenas a tocarse, y los motivos narrativos no consiguen tomar hondura. Algunas escenas de Lucas o Reedson tienen una innegable fuerza poética, pero cada capítulo queda aislado del resto y el lector -o al menos yo como lector- no consigue traspasar la linde de las palabras para entrar en el terreno de las psiqué de los personajes: una escena en una fábrica, unas cartas de una amante… y las páginas de la novela se van diluyendo sin conseguir penetrar en ella, en el territorio que el lector debería sentir como los motivos esenciales del texto.

Supongo que este no debe de ser uno de los libro más celebrados de Rivera, sobre todo si tenemos en cuenta las cotas de calidad literaria alcanzadas en una novela como El farmer.

jueves, 24 de septiembre de 2009

El escritor y sus fantasmas, por Ernesto Sabato


De Sabato había leído, hace al menos una década, El túnel y Sobre héroes y tumbas. Recuerdo que ambas novelas me gustaron bastante. De El túnel me atrajo la contundencia existencialista de lo narrado, su fuerza hacia lo fatal. El ritmo de Sobre héroes y tumbas era otro, quizás adolecía de un deseo exagerado de trascendencia; en todo caso El informe sobre ciegos, contenido en la novela, me pareció magnífico.

Leyendo ahora este libro de ensayos, El escritor y sus fantasmas, una indagación sobre el sentido de escribir y leer novelas, comprendo mejor los intereses de Sabato como creador.

Según he leído en Internet, la figura de Sabato se encuentra cuestionada en la actualidad por más de un escritor y lector; es fácil, también, encontrar sobre este ensayo detractores en la red.
Para empezar, debería decir que me ha interesado leerlo, que con bastantes ideas de las expresadas estoy de acuerdo (hay bastantes cosas de las que habla Sabato con las que es fácil estar de acuerdo) y otras con las que no.

Suele ocurrir, sobre todo al leer poéticas, que cada poeta reivindica como el camino del poema verdadero aquel tipo de poesía que él practica, despreciando todas las demás: el escritor de poemas en prosa nos dirá que los poemas en prosa son los únicos que le llegan como lector, lo mismo hace el seguidor de los poemas clásicos y defiende la métrica respecto al verso libre, el poeta social no puede ni ver a los poetas del yo…
Algo similar se observa en este ensayo, Sabato expone como única línea de una novelística seria precisamente la que él ha llevado a cabo: la que vendría de Dostoievsky y llama “novela psicológica”.
Así atacará a los escritores que practican técnicas cinematográficas en sus obras, lo que le parece absurdo ya que se trataría de enfoques distintos sobre la realidad. Sería como querer hacer con un avión lo que se debe hacer con un submarino, nos dice.
Atacará también a la novelística social, pues le parece reduccionista llevar a cabo el análisis de la sociedad en su conjunto, sin partir del individuo, al fin y al cabo fruto de su tiempo y de la sociedad en la que vive, y por tanto sus ideas, sus conflictos internos, tendrán que ser sociales.
Ataca a quien quiera eliminar las ideas de la novela, ya que toda gran novela le parece un terreno propio para expresar ideas. De hecho, de lo más interesante del libro es la relación que el autor establece entre la filosofía y la novela, entendiendo esta última como un mecanismo para expresar las ideas filosóficas que atormentar a un individuo en una época. Las relaciones entre filósofos y escritores son nutridas, y las citas son interesantes.

Con las ideas anteriores me siento de acuerdo, además de con otro apunte del que no he hablado: el profundo interés que siente Sabato por la literatura como forma de vida, como camino para entender el mundo, que comparto.

Me siento en desacuerdo cuando Sabato acaba cayendo en la misma forma de pensar reduccionista que parece estar combatiendo. Así podemos leer frases como estas:
La tarea central de la novelística de hoy es la indagación del hombre, lo que equivale a decir que es la indagación del Mal. (página 189)
La invasión brutal y desenfrenada de la técnica occidenta ha producido estragos que ya empiezan a advertirse en el Japón: el suicidio de artistas y escritores es revelador. (página 191)
Me suena a moralina ese Mal que Sabato ve en la técnica, como si antes hubiese sido de otra forma, como si las pulsiones de una sociedad tuviesen que ver con el uso de las señales de humo, el correo, el teléfono fijo o móvil, como si no se pudiera concebir una literatura de celebración o de cualquier otro tipo.
Al abrir sólo las puertas de la literatura a lo psicológico, a lo que a veces llama lo irracional del hombre (que relaciona de forma unívoca con la angustia), acaba negando otras facetas de la literatura, por ejemplo, la lúdica. Siguiendo esta idea rechaza la casi totalidad de la obra de Borges (páginas 69 a 81), a la que considera un simple juego de ideas filosóficas, una evasión de la verdadera realidad del hombre, y piensa que de Borges sólo podrán perdurar esos poemas en los que evoca una calle, un atardecer…
Pienso que en los relatos de Borges, en sus juegos con las paradojas del tiempo, de la asimilación de una verdad y luego de su reverso, en el doble, en el infinito, en el laberinto… en todo eso que Sabato rechaza por su naturaleza de juego, también está la esencia del hombre, su inquietud frente al mundo, y no sólo en su angustia metafísica ante el mundo; digamos que esos juegos, esas indagaciones, ampliarían, desde mi punto de vista, la metafísica del hombre lejos de reducirla.

Casi siempre leo literatura y no reflexiones sobre la literatura. En cualquier caso, ha sido interesante cambiar.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Dublín al sur, por Isidoro Blaisten


A Blaisten también lo descubrí en Argentina, paseando por las librerías y consultando Internet después, en Iguazú. Compré, casi al final del viaje, este Dublín al sur, que parece ser su libro de cuentos más celebrado.
Me resultó curioso descubrir que en España lo editó también Lengua de Trapo en el formato de su primera época.

Se trata de una selección de doce cuentos de la obra de Blaisten, desde 1969 a 1978.
De entrada debería decir que algunos no me han gustado nada y otros realmente mucho. Lo que no deja de ser extraño, ya que lo habitual con los libros de cuentos es que guarden una coherencia interna más fuerte y nos gusten más o menos en conjunto, siempre con algunos favoritos, según la conexión personal con el autor.

Afortunadamente, los que no me han gustado nada han sido sólo dos: Violín de fango, donde el autor da la voz narrativa a un locutor de radio (creo) que habla de un actor, y las escenas surrealistas o inconexas se sucedían sin que consiguiese hacerme una idea de a dónde se quería llegar. Y Mishiadura en Aires, donde la voz narrativa pertenece a un hombre, que después descubriremos como loco, que interpela a un oyente con un discurso sin continuidad, incoherente, que no consiguió captar mi interés.

De los otros diez cuentos las impresiones han sido muy distintas. Algunos me han hecho pensar, dentro de la tradición argentina, en Julio Cortázar y en Roberto Arlt, y dentro de la tradición europea (de la que en gran parte vendrían Cortázar y Arlt) en Kakfa, y en uno de sus continuadores de Praga, Bohumil Hrabal.

La sed, donde dos matrimonios de amigos compiten por invitar a los otros a la mejor cerveza, me llevó a pensar en esos cuentos de Art en los que, con sarcasmo, se hace una crítica de las relaciones entre vecinos, compañeros de trabajo… El realismo costumbrista pronto da paso al expresionismo más cruel y divertido.

Como en muchos de los de Cortazar, los cuentos de Blaisten tienden al género fantástico sin que irrumpa en escena ningún ser extraordinario. Lo antinatural proviene de una particular forma de entender el mundo de sus protagonistas, es decir, de la interpretación que hacen de lo fenomenológico, tendente al surrealismo o al expresionismo.
Por esto último decía que me recordaban también a Kafka, a esa forma de hacernos creer lo irremediable de una relación causa-efecto que nosotros, lectores insertados en el mundo cotidiano, entendemos como absurda, pero a la vez nos crea una sensación de angustia y nos hace plantearnos la asimilación de las causas-efectos de nuestra vida y del mundo.
He pensado también en Bohumil Hrabal, un estupendo narrador checo, de Praga, porque además de la angustia kafkiana, en Blaisten también podemos encontrar un poso de humor al hablar de sus personajes, un humor tierno a veces y otras escalofriante, como en la estupenda novela Yo que he servido al rey de Inglaterra de Hrabal.

Me pareció magistral el cuento Los tarmas, donde se nos habla de unos pícaros, casi una sociedad secreta de ellos, que viven de colarse en banquetes o en funerales, y en arrasar con todo lo que encuentran a su paso.
Destacaría también La puerta en dos, donde un oficinista cae en las redes, en las trampas angustiosas, del arte al quedar subyugado por su deseo de hacer una biblioteca con una puerta vieja. Deseo absurdo al que estará dispuesto a sacrificar todo, como buen artista romántico.
Muy bueno también La felicidad, donde dos socios crean una prospera empresa para buscar cosas caídas en la calle.
Dublín al sur, donde un lector de Joyce tiene la oportunidad de dejarlo todo y vivir en Irlanda como si estuviese dentro del Ulises.
Me gustó bastante, también, El pez en la tarde fría, un melancólico repaso a la imposible felicidad e interpretación mágica de la infancia.


En suma, una muestra más de la gran tradición del cuento en Argentina.

lunes, 14 de septiembre de 2009

A quien corresponda, por Martín Caparrós


Este libro de Martín Caparrós ya lo había hojeado en Madrid cuando salió como novedad en marzo de 2008. Me apeteció comprarlo en Buenos Aires. La edición argentina de Anagrama es de un color gris más pálido que la española y la portada es un poco más blanda; eso sí, el precio al cambio era menos de la mitad.

Si una de las tendencias de la narrativa actual es la mezcla de géneros, Caparrós ha escrito una novela de su tiempo, ya que una gran parte de ella correspondería a otro género, en este caso al ensayo. Y es estrictamente moderna aunque gran parte de sus reflexiones correspondan a la década de los años setenta del siglo XX en Argentina, unos años, en todo caso, vistos desde el presente de la primera década del siglo XXI.

La estructura narrativa contempla capítulos de dos tipos: en el primero se dan paso las voces de un pequeño pueblo argentino, Tres Perdices, donde el cura local, un respetado hombre de edad, ha sido asesinado con muestras de salvajismo; el tono usado es seco, breve, irónico o sarcástico, a veces.
En el segundo tipo de capítulos (más extensos y numerosos que los otros) toma la palabra la voz narrativa de Carlos Hugo Fleitas, un hombre cercano a los sesenta años y militante en los setenta en el movimiento guerrillero de los montoneros; con un tono más hondo, más intrincado que el anterior.
Los capítulos en los que Carlos toma la palabra suelen comenzar con un encuentro que mantiene con diversos personajes: uno de sus amigos revolucionarios, una amante al menos veinte años más joven que él, su mujer muerta… con estos tres personajes, principalmente, y otros que le surgirán en su búsqueda del pasado (un militar de alto rango, un torturador…) Carlos va desgranando su relación con el mundo que le rodea, o su relación con la derrota. Carlos reflexiona sobre su generación, la siguiente y el devenir de su país, y siente que pertenece a la generación más derrotada de la Argentina, aquella que quiso darlo todo por un mundo mejor, y acabó claudicando y sentando las bases para una sociedad, en la que ahora vive, peor que la que tenían hace treinta años. Toda su entrega, sus sacrificios, la muerte de su mujer, fueron “al pedo” nos dice, y todo por una idea errónea, piensa.

Dos hechos mueven a Carlos a actuar: una bronca con su antiguo amigo de militancia, Juanjo, y la noticia de que un cáncer va a acabar pronto con su vida. Así iniciará, treinta años después y dejando atrás la imposibilidad de su olvido, una investigación para averiguar qué le ocurrió a su mujer (embarazada) en uno de los “chupaderos” del régimen militar.

Tras cada encuentro se reflexiona sobre los sueños de juventud, sobre los ideales perdidos, sobre la tortura (de una forma estremecedora)… aunque, quizás, las reflexiones más interesantes sean en torno a la idea de la venganza. ¿Por qué no hubo venganzas contra los militares cuando llegó la democracia, ni colectivas ni individuales?, se pregunta Carlos. A quien una de las cosas que más parece dolerle es intuir que los antiguos militantes montoneros acabaron pactando con el nuevo régimen para sacar rédito político a su condición de víctimas, usurpando el lugar a las verdaderas víctimas, los desaparecidos, los muertos…

Una novela dura, un ajuste de cuentas de Caparrós con su generación, con su país; y para un extranjero una buena oportunidad de profundizar en los conflictos internos y en las heridas sin cerrar de un país, invisibles para el paseo y el ojo de un turista.
Quizás para esto sirva la literatura, para este paseo por las calles internas de una sociedad.

martes, 8 de septiembre de 2009

La pesquisa, por Juan José Saer




Seguimos con la cosecha de la calle Corrientes.
A diferencia de Andrés Rivera, de Juan José Saer sí había oído hablar; no estoy seguro dónde, supongo que en el suplemento cultural de algún periódico. Y había hojeado varios de sus libros en la biblioteca de Móstoles, publicados la mayoría de ellos en España por la editorial RBA.
Recordaba vagamente que algún crítico o escritor más joven señalaba a Saer como uno de los más importantes escritores argentinos actuales (murió en 2005), y, aunque no sabía cuáles eran sus libros más señeros, pensé que esta “novela policial”, como dice en la página 3 bajo el título, podría servir para empezar.

Tras leer el libro, opino que donde en la página 3 dice: “Juan José Saer / La pesquisa / novela policial”, igual que el famoso cuadro de Magritte que representa una pipa se titula Esto no es una pipa, una flecha debería indicar en otro punto de la página: “Esto no es una novela policial”, o al menos decir que “esto no es sólo una novela policial” o “esto no es ante todo una novela policial”, sin querer menospreciar, en todo caso, al género policial.

Esta novela policial sería, al menos, dos novelas, una que es casi policial en la forma y otra que podría llegar a serlo en el contenido.
El libro empieza con un inspector de policía que mira la calle a través de la ventana de su despacho en Paris, una calle en la que actuará, seguramente en breve, un asesino en serie de ancianas.
La prosa, construida con frases largas y alambicadas es fluida, rítmica; inteligente en el análisis de los detalles y los temperamentos y psicologías de los personajes.
Y digo que no me parece, en realidad, una novela policial porque, si el texto empieza en la página 7, en la 30 ya hay elementos suficientes para desenmascarar al asesino y sus motivaciones. Como desde luego Saer no parece un narrador torpe o carente de imaginación a la hora de organizar la tramoya de un policial, empezamos a sospechar que sus intenciones son otras a las de atrapar a un asesino de ancianas, que tal vez el protagonista, tras la idea borgeana de que un hombre es todos los hombres, en realidad está buscando, siguiendo con el juego borgiano, algo que se evade de un espejo (no quiero contar nada más de la trama).

Esta primera novela es cortada por otra en la página 47. El narrador de la historia anterior, Pichón Garay, es interrumpido por su amigo Tomatis. Una persona más, Soldi, asiste a la conversación. Pichón ha regresado a Argentina desde París, donde vive, y el reencuentro con su ciudad (¿Santa Fe?) le provoca sentimientos encontrados. En algún momento sabemos que en Argentina tiene pendiente la historia de un hermano mellizo desaparecido por la dictadura y un olvido del que se avergüenza ante su amigo del pasado, Tomatis (Soldi es un amigo nuevo de éste, más joven que ellos).
En esta segunda novela, los tres protagonistas remontan en lancha por los riachos del Paraná para visitar la casa de otro amigo muerto, Washington Noriega. Allí la hija de Washington custodia los papeles del muerto, entre los que se ha encontrado una enigmática novela, En las tiendas griegas, de autor desconocido, y que recrea una conversación entre dos soldados en Troya, en medio de la guerra descrita en La Iliada por Homero. Soldi, el único de los tres que ha leído la novela, se la resume en un restaurante de Santa Fe más tarde.
“El Soldado Viejo posee la verdad de la experiencia y el Soldado Joven la verdad de la ficción. Nunca son idénticas, aunque sean de orden diferente, a veces pueden no ser contradictorias”, dice Pichón como conclusión de la narración de Soldi, (como conclusión de la mayoría de los cuentos de Borges, que parece ser uno de los padres literarios de Saer).

Pichón acaba de contar la historia de la experiencia (la que apareció en los periódicos, la que yo sospeché en la página 30) del comisario parisino; y Tomatis, dando al relato una bella vuelta de tuerca, deduce, a partir de los datos suministrados por Pichón, un final alternativo y no resuelto por la policía francesa (la verdad de la ficción, la verdad de un cuento de Borges o de Chesterton).

Lo curioso de la segunda novela, la que transcurre entre Santa Fe y los riachos del Paraná, es, además del trazo psicológico de los personajes -cómo unos ven a otros, o creen ser vistos por el otro-, cómo Saer centra su descripción de las escenas sobre detalles nimios: la forma de pinchar las aceitunas de los personajes durante la conversación en el restaurante, lo que cada uno puede ver del recinto según está sentado… lo que podría desviar la atención del relato, pero en cambio le confiere un aire melancólico, como si el tiempo sobrevolase directamente sobre el patio del restaurante, al que definitivamente llega el otoño, que en realidad está llegando sobre los dos amigos.

Estos personajes: Tomatis, Pichón, Washington… aparecen en otras novelas de Saer, que por lo que he leído en Internet ha compuesto con sus personajes y la ciudad de Santa Fe un micromundo parecido al que levanta Onetti en Santa María.

Creo que La pesquisa tiene, en parte, una continuidad en Las nubes, otra novela de Saer, que está en la biblioteca de Móstoles. A ver si encuentro Nadie nada nunca o La vuelta completa.

Si dije de Andrés Rivera que me había parecido un descubrimiento, debería subir el grado de mis adjetivos para ponderar el de Saer.

domingo, 6 de septiembre de 2009

La sierva, por Andrés Rivera


Siguiendo con Rivera, he leído La sierva, novela editada por Alfaguara en 1992 y que fue Premio Nacional de Literatura en Argentina.
Si en El farmer el protagonista estaba solo, aquí los dos protagonistas principales también lo están; por un lado Lucrecia, la sierva, y por otro Bedoya, el amo.
La narradora es durante gran parte del libro Lucrecia, aunque no es infrecuente que entre su primera persona se deslice otra tercera.
El relato comienza con un juego o una anécdota literaria, contada por Bedoya, un juez, un hombre culto y que gusta de disfrutar de su posición de poder y dominio. En la anécdota se habla de Flaubert, de Zola, de Naná… de la vieja Europa, como una metáfora de la dominación de la mujer, en este caso de Lucrecia, hija de una mujer que ya había sido comprada por otro hombre poderoso, otro Bedoya. Lucrecia no quiere seguir siendo sierva, y desea ante todo ser patrona. Es decir, aspira a que un hombre poderoso se case con ella, y ponga sirvientas a su mando.
Pero Lucrecia vive en un mundo de valores brutales, machistas, abusadores; y sabiéndolo no tiene reparos, tampoco, en usar sus encantos para inducir a otros al crimen y así liberarse ella de sus opresores.
Lucrecia ha matado, o ha inducido a matar, antes de conocer a Bedoya; o como consecuencia de su crimen ha conocido a Bedoya, más bien, el juez del caso a investigar. (Aquí hay un interesante juego de referencia con el mundo de los cuchilleros de Borges.)
Lucrecia pasa a ser ahora la sierva del anciano y poderoso Bedoya, y en un juego de dominio mental y erótico transcurre su vida en común, sus soledades.

Al principio la novela me parecía deslocalizada. Pero en algún momento se vuelva a hablar de Juan Manuel de Rosas, protagonista de El Farmer, y de la muerte de su sucesor, Urquiza. Por tanto, la acción de la novela debe transcurrir a finales del siglo XIX o principios del XX.
De nuevo un mundo de brutalidad, de abusos, de decadencia, en el que se entrecruza el discurso poético o literario, sobre todo hablando del Martín Fierro de José Hernández “el Homero de Argentina”, le llaman los amigos (o enemigos) de Bedoya.

De nuevo, como El farmer, una novela corta e intensa, poética y descreída, centrada en la descripción de un mundo crepuscular, tal vez como metáfora del presente argentino, o del presente del mundo.

El farmer, por Andrés Rivera


No tenía conciencia de haber oído hablar nunca de Andrés Rivera, pese a que sus libros están editados por Seix Barral o Alfaguara, y suelo estar al tanto de lo que publican este tipo de editoriales. No recuerdo haber visto ninguna de sus obras en las mesas de novedades de la Casa del Libro o el Fnac de Callao. Sin embargo, en Buenos Aires sus libros estaban en todas las librerías, las novedades junto a otros publicados hace más de una década, a precios de novedad y a precios de saldo…

Sentí curiosidad y, cuando pude usar Internet, comprobé que tiene bastante prestigio entre la crítica especializada argentina.
Su biografía también me parecía interesante. Me llaman la atención los escritores que antes de tener éxito han tenido “trabajo poco gratos” como diría Bolaño. Rivera fue obrero textil.

Como conclusión de mis pesquisas en Internet, me pareció que la novela El farmer debía ser una de las más representativas suyas, y a pesar de que era de las más caras la compré, junto a otras dos más baratas.

El protagonista de El farmer es Juan Manuel de Rosas, político argentino del siglo XIX, que gobernó el país con mano de hierro, como se desprende de su discurso atropellado.
Rosas, a la hora de narrar su historia, tiene setenta y ocho años, y está solo, exiliado de su patria en Inglaterra, cerca de Southampton, y sobrevive como granjero y gracias al dinero que le envían desde Argentina algunos de sus devotos, o devotas, pues suelen ser viejas conservadoras, a las que él en el fondo desprecia, quienes le recuerdan.
Rosas lleva ya veinte años en el exilio inglés, después de ser expulsado de Bueno Aires por el cacique enterriano Urquiza.

Rosas se define como un caballero español, “No hay en el mundo enemigo más esforzado de las asociaciones clandestinas, de la anarquía y del comunismo, que el general Rosas”, nos dice en la página 54. Tiene un amigo, Lord Palmerston, que le ha visitado siete veces en doce años.

Rosas está solo con una perra, con la nieve tras los cristales de su exilio, y con sus fantasmas, con los que conversa continuamente en un discurso circular. Después de veinte años no perdona, o no comprende, la traición de los suyos, de los que estaban dispuestos a morir por Rosas, y no puede cargar con el olvido. Tampoco parece poder soportar los cambios que observa en el mundo que le rodea, como el experimento de la Comuna de París -estamos en la década de 1870-, y Rosas echa de menos un antiguo régimen del que él fue custodio, un régimen de orden, en el que el orden tenía que ver con la apariencia y con el terror, con la doble vida y el rodar de cabezas, con los privilegios para unos pocos y la aniquilación para otros muchos. Rosas representa un mundo caduco y brutal en oposición a la apertura mental que deberá suponer cualquier tipo de declaración de derechos humanos.
Y afuera la soledad y la nieve avanzan hacia a él, en una Inglaterra que siente hostil, pervertida y ajena a sus viejos valores.

La voz narrativa de Rosas es poderosa, desgarrada, poética, despreciable…
También evoca en sus páginas a su enemigo Domingo Faustino Sarmiento, y conversa con él, “la mejor mente de la Argentina” le llama Rosas, aunque escribió de él: “Rosas hace el Mal sin pasión”, y puede que sea achacarle esa falta de pasión lo que duele a Rosas y no el Mal engendrado por él.
Sarmiento escribió la novela “Facundo”, sobre un cacique, y Rosas también escribe, pero no publica. Rosas y Sarmiento, como dos caras de la creación artística, dos polos que se acaban tocando, aislados de la modernidad.

Una novela corta, pero densa en ideas, luces y claros, que se une a la tradición Hispanoamérica de las novelas sobre dictadores: El señor presidente de Miguel Ángel Asturias, Yo, el supremo de Roa Bastos, o La fiesta del Chivo de Vargas Llosa.
Un descubrimiento este Andrés Rivera.