domingo, 18 de mayo de 2025

El libro vacío /Los años falsos, por Josefina Vicens


 El libro vacío / Los años falsos, de Josefina Vicens

Editorial FCE. 331 páginas; primera edición de 1958 y 1982, ésta es de 2011.

Prólogo de Aline Petterson

 

Mi amigo Federico Guzmán vivió unos años en Madrid y cuando regresó a México –en 2014, si no me fallan las cuentas– me regaló un libro de una escritora de su país; un libro formado por dos novelas cortas: El libro vacío (1958) y Los años falsos (1982) de la escritora Josefina Vicens (Tabasco, 1911 – Ciudad de México, 1988). Por aquellos días los dos leíamos con fervor al uruguayo Mario Levrero y Federico me dijo que venía conexiones entre las obras de Levrero y Vicens y que seguramente era una escritora que me iba a gustar. Que haya permanecido este libro una década en mi estantería de libros por leer solo habla de mi desbarajuste a la hora de organizar mis lecturas.

 

El libro vacío está narrado por Juan García que se debate entre el deseo de ser escritor y el de no tratar de escribir nunca más. «No he querido hacerlo. Me he resistido durante veinte años.», así comienza la novela. Las primeras páginas son profundamente metanarrativas, y José García da insistentes vuelvas a la idea de que la escritura es una condena para él, que no puede dejar. «Yo no quiero escribir. Pero quiero notar que no escribo y quiero que los demás lo noten también. Que sea un dejar de hacerlo, no un no hacerlo. Parece lo mismo, ya sé que parece lo mismo. ¡Es desesperante! Sin embargo, sé que no es igual. Por lo contrario, sé que es absolutamente distinto, terriblemente distinto. Porque el dejar de hacerlo quiere decir haber caído y, no obstante, haber salido de ello. Es la verdadera victoria. El no hacerlo es una victoria demasiado grande, sin lucha, sin heridas.» (pág. 27) Lógicamente la novela completa no se iba a poder sostener con reflexiones de este estilo y, poco a poco, la vida y los recuerdos de José García se irán filtrando en las páginas que escribe.

José nos informará de que ha comprado dos cuadernos. En el primero irá haciendo anotaciones a vuelapluma y si considera que algo de lo que escribe ahí merece la pena lo pasará al segundo. El primer cuaderno será la novela que el lector va a leer. En este sentido, El libro vacío (1958) podría estar emparentado con El discurso vacío (1996) de Mario Levrero, donde el propio Levrero declaraba que iba a empezar a escribir sin ningún plan, simplemente con la peregrina idea de cambiar su letra y de este modo cambiar su personalidad, dando la vuelva así a la idea de la psicología de deducir la personalidad de una persona a través de su escritura. Es lógico pensar que Levrero conocía el libro de Vicens y que su título es un homenaje al de la mexicana.

En principio, a José García le gustaría escribir una novela, pero piensa que no tiene vivencias suficientes para hacerla creíble. Intentó hacerlo y sus personajes carecían de vida. «No se trataba de usar la experiencia y el conocimiento, sino la imaginación; una imaginación de la que carezco en absoluto, porque no pude, a pesar de todos mis esfuerzos, urdir una trama medianamente interesante. Como no pude, tampoco, lograr siquiera un escenario.» (pág. 45).

Poco a poco, iremos conociendo datos de la vida de José: está casado y tiene dos hijos, el mayor, en la universidad, tontea con una chica, que puede que no le convenga, y el pequeño tiene problemas de salud. José, a sus cincuenta y seis años, trabaja de contable en una oficina por un bajo sueldo y siente que su vida es un fracaso. De niño vivía cerca de la costa y quiso ser marino. Lo cierto es que, aunque el juego inicial era el de dar vuelvas y vueltas sobre la doble y paradójica idea de escribir y de dejar de hacerlo, la novela toma cuerpo cuando José nos relata los detalles de su vida, que él mismo considera miserables y banales, pero en esa misma miseria y banalidad se encuentra la capacidad de que el lector pueda empatizar con él y seguir leyendo la novela con interés. Incluso, en algún momento de la narración, el propio hecho de hablar en su cuaderno, que no lee nadie, de sus miserias, va a impeler a José a tratar de actuar sobre la realidad.

En la página 131 José señalará que suele cometer faltas de ortografía al escribir, pero estas no aparecen en el libro que el lector tiene entre manos y, por tanto, en detalles como este se puede percibir la mano de la autora sobre los gestos de su criatura que escribe.

 

En El libro vacío, más de una vez, José indica que se siente solo y que desea poder entenderse con el próximo. Como ya he señalado, esta novela se publicó por primera vez en 1958, un tiempo en el que estaba muy en boga la corriente existencialista dentro de la literatura y escritores franceses como Albert Camus o Jean-Paul Sartre parecen influencias para Vicens.

Además de relacionar este libro con El discurso vacío de Mario Levrero, creo que también se le podría relacionar con Bartleby y compañía de Enrique Vila-Matas, con ese personaje que desea, pero sin conseguirlo, dejar de escribir.

El libro vacío es una novela en esencia triste sobre los anhelos de un tipo corriente cuya única esperanza de realizarse –la escritura de una gran obra– no parece estar a su alcance; pero esa dolorosa esperanza, en la que se asienta la esencia de lo humano, no parece acabar de abandonarle nunca.

 

Los años falsos (1982) es una novela bastante más corta que El libro vacío. Mientras que esta última, en el formato reducido del FCE, tenía unas 200 páginas, la segunda tiene unas 100. Igual que me ha ocurrido al acercarme a las primeras páginas de El libro vacío, las primeras páginas de esta segunda novela me han generado algo de confusión. «Todos hemos venido a verme.» es la primera frase de la novela. En la primera escena no acababa de entender si una madre y sus dos hijas gemelas visitaban una tumba en la que yacía el padre y el hermano, o el hermano estaba con las mujeres fuera de la tumba. Durante algunas páginas he pensado que el narrador era un joven de diecinueve años muerto y que narraba desde la tumba que compartía con su padre, para comprender, más tarde, que en realidad el joven narrador estaba vivo, pero que su conflicto vital era que el mundo parecía empeñado en que tenía que ocupar el espacio que había dejado su padre, muerto cuatro años atrás.

El padre se dedicaba a la política y el hijo va a encontrar un trabajo acompañando a la cuadrilla de su padre, a sueldo todos de un político; así se hará un espacio entre los antiguos amigos de su padre, que quieren llamarle por el nombre del difunto, a lo que él se niega. En gran medida, Vicens hace en esta novela una crítica contra la clase política mexicana (extrapolable a la de todo el mundo, supongo), que ella conocía, porque participó en diversos movimientos sociales, sobre todo a favor de las mujeres campesinas (como vi en un reportaje sobre su vida en YouTube). Leeremos: «Yo pensaba –pero pensaba solamente– en la diferencia que existe entre el Presidente que describen los políticos, sentado poco menos que a la diestra de Dios Padre, y en el transitoriamente sentado en Palacio Nacional, rodeado de lacayos, y oscilando entre escribir su nombre en las páginas de la historia o en los bancos de Suiza.» (pág. 304)

En Los años falsos Vicens parece criticar también el machismo de la sociedad mexicana: iremos conociendo la vida del padre de Luis Alfonso, el narrador, un hombre armado, que abandona a su familia durante semanas, que malgasta el dinero en la cantina y que tiene una amante. Leeremos: «Ser hombre, para ellos, es tener muchas mujeres: esposa y todas las que puedan tener. Mientras más mujeres se tengan más hombre se es.» (pág. 321)

El hijo, Luis Alfonso, que es una persona más sensible habrá de decidir qué camino quiere seguir en la vida, mientras que todas las fuerzan parecen querer hacer que se convierta en una sombra de su padre.

 

Josefina Vicens, como he dicho, se dedicó gran parte de su vida a la política, a favor de las mujeres del campo, y, por lo que he podido ver en internet, fue una persona adelantada a su época, puesto que no escondía demasiado su lesbianismo. Fue crítica taurina y escribió guiones de cines. El libro vacío y Los años falsos, con su lenguaje cuidado y pensativo, me han parecido dos novelas notables de la literatura latinoamericana del siglo XX.

domingo, 11 de mayo de 2025

Actos humanos, por Han Kang

 


Actos humanos, de Han Kang

Editorial Random House. 202 páginas; primera edición de 2014, ésta es de 2024.

Traducción de Sunme Yoon

 

De Han Kang (Gwangju, Corea del Sur, 1970), Nobel de Literatura 2024; leí en octubre, cuando se produjo el fallo del premio, dos novelas: La vegetariana (2007) y La clase de griego (2011). En diciembre de 2024, la editorial Random House publicó dos más: Imposible decir adiós (2021) y Actos humanos (2014). Estas dos últimas las he leído de más moderna a más antigua, y creo –aunque tampoco importa demasiado– que quizás debería haber seguido el orden cronológico, ya que la protagonista de Imposible decir adiós, que es una escritora, cuando empieza su narración sufre pesadillas porque en el pasado, en 2014, publicó una novela sobre las matanzas de mayo de 1980 en la ciudad coreana de Gwangju.

El lector conocerá, en las últimas páginas de la novela, las circunstancias históricas que conducirán a los sucesos narrados; pero creo que, con el fin de contextualizar el argumento, voy a hablar ya de estos hechos: en octubre de 1979 muere asesinado el dictador de Corea del Sur, Park Chung-hee. En diciembre de 1979, el militar Chun Doo-hwan dio un nuevo golpe de estado. En 1980 disolvió la Asamblea Nacional y se presentó a las elecciones presidenciales como candidato único. Entre el 18 y el 27 de mayo de 1980 se produjo en la ciudad de Gwangju el llamado «Levantamiento de Gwangju», que condujo a la represión estatal y a la llamada «masacre de Gwangju». Murieron entre 1.000 y 2.000 civiles, muchos de ellos estudiantes que pedían democracia para Corea del Sur, y que fueron acusados de ser extremistas comunistas.

 

La novela se divide en siete partes. En cada una de ellas Kang se va a acercar a un personaje diferente. El primero será Dongho, un estudiante de secundaria de quince años. Kang narra este capítulo en segunda persona y tiempo presente. Dongho está buscando a su amigo Jeongdae, otro estudiante que, junto con su hermana, alquiló una habitación en la casa familiar de Dongho. Dongho sabe que Jeongdae ha muerto, tras recibir disparos de los militares y está buscando su cadáver. Dongho se siente culpable porque al sentir que Jeongdae caía al suelo se fue a refugiar y dejó su cuerpo sobre la calle. Dongho ha tomado la tarea de llevar un registro de los cadáveres sin identificar, que se encuentran en el Gobierno Provincial o en un gimnasio cercano. «Y era cierto, tu trabajo no era duro. Seonju y Eunsuk se ocupaban de poner planchas de madera aglomerada o poliestinero en el suelo y extender una lámina de plástico para colocar encima los cadáveres. Les limpiaban la cara y el cuello enmarañados con un peine fino y los envolvían con el plástico para evitar que despidieran olor. Mientras tanto, tú anotabas en el libro de registro el sexo, la edad aproximada, la clase de vestimenta y el calzado que llevaban y les asignabas un número.» (pag. 18). Estas chicas, Seonju y Eunsuk va a ser las protagonistas de otras de las partes del libro.

Actos humanos es una novela que requiere de un lector atento para disfrutarla plenamente. Los protagonistas de todas las partes están relacionados entre sí y, no estoy del todo seguro, pero creo que en esta primera, titulada Las avecillas, ya aparecen todos los personajes de los que más adelante Han Kang nos va a contar su historia.

La primera parte, que es la más extensa, no da tregua. Desde la primera página, el lector siente la tensión narrativa. El ejército ha matado ya a bastantes civiles y se nos ha hablará de la logística desarrollada para poder identificar los cuerpos, pero además se empieza a rumorear que el ejército va a entrar de nuevo en la ciudad para cargar contra las personas que se encuentran en el Gobierno Provincial. Se recomienda a los más jóvenes –a los menores de diecinueve años– que se vayan a sus casas, pero algunos, como Dongho, no quieren obedecer esta orden.

 

La segunda parte se titula El hálito negro y está narrada en primera persona por Jeongdae, el amigo al que buscaba Dongho en la parte anterior. «Nuestros cuerpos estaban apilados en forma de cruz.» (pág. 47) es la primera frase. Jeongdae está muerto y su alma flota cerca del que ha sido su cuerpo. Como ocurría en Imposible decir adiós, Han Kang no duda aquí en usar un elemento no realista en una narración profundamente realista y que aspira a hablar de un hecho histórico. Dongho, en la primera parte, sentía inquietud por el alma de su amigo y aquí nos la encontramos.

Como también ocurre en otras de sus novelas –en La clase de griego e Imposible decir adiós– en Actos humanos Han Kang también hace uso de poemas para expresar algunos sentimientos. Esta segunda parte es especialmente espeluznante, sobre todo cuando el personaje nos cuenta cómo los militares queman los cadáveres.

 

La tercera parte se titula Las siete bofetadas. Está narrada en tercera persona y su protagonista es Eunsuk, chica que aparecía en la primera parte del libro. Eunsuk trabaja en una pequeña editorial y esto le permitirá al lector conocer cómo funcionaba en ese momento la censura en Corea del Sur sobre las publicaciones artísticas. De este modo, debe reunirse en la clandestinidad con un traductor de un texto occidental y, más tarde, será interrogada –y recibirá las siete bofetadas que adelantaba el título del capítulo– sobre su paradero.

 

En Hierro y sangre conoceremos el destino de los detenidos por las manifestaciones y así sabremos de las torturas que van a sufrir en la cárcel. En este caso, la narración está escrita en primera persona, pero ahora se usa el tiempo pasado, porque a partir de aquí la novela ya no habla de la masacre de Gwangju desde el presente de mayo de 1980, sino que esos acontecimientos empezarán a ser una evocación, un recuerdo traumático en la vida de las personas que participaron en ellos. Personas que van a sufrir soledad, pesadillas, depresiones… y algunas se acabarán suicidando. «Cuando me llamó por teléfono, usted me dijo que Jinsu no era un hecho aislado. Que era muy probable que muchos más de nosotros acabáramos quitándonos la vida.» (pág. 104). Además, en esta cuarta parte, sabremos que a los protagonistas los está contactando alguien –un periodista, la propia escritora Han Kang– para que le cuenten su historia. Las consecuencias de los hechos históricos, aunque en apariencia puedan ser olvidados, siguen vigentes en la realidad, parece decirnos Han Kang en esta segunda mitad de la novela.

También sabremos que algunos de los militares que fueron enviados a Gwangju, para reprimir las protestas de la población civil, eran veteranos de la guerra de Vietnam, que tildarán a sus compatriotas de «malditos rojos» y actuarán contra ellos de una forma completamente fanatizada.

 

En Donde se abren las flores, una mujer ha de enfrentarse a la disyuntiva de atender los requerimientos de una persona, a la que rechazó en el pasado, para hacer un reportaje sobre la masacre de Gwangju o no hacerlo.

 

Donde se abren las flores nos acerca a la madre de Dongho, el protagonista de la primera parte, que desde la actualidad recuerda a su hijo, asesinado a los quince años. Esta es una de las partes más emotivas del libro.

 

En La vela cubierta de nieve la protagonista será la propia Han Knag, originaria de Gwangju. En esta parte final del libro nos hablará de cómo llegó a conocer los acontecimientos que ocurrieron en su ciudad cuando ella era una niña y aportará algo de contexto histórico.

 

Actos humanos, como también ocurría en Imposible decir adiós, es una dura y profunda indagación sobre la condición humana, sobre lo que una persona es capaz de hacerle a otra. La entrega, el dolor, el remordimiento, pero también la violencia y el odio se mezclan en esta tensa novela, de la que cuesta apartar la mirada, igual que cuesta apartarla de un accidente en la carretera. Actos humanos me ha parecido otra gran novela de Han Kang.

 

lunes, 5 de mayo de 2025

Annie John, por Jamaica Kincaid

 


Annie John, de Jamaica Kincaid

Editorial Lumen. 156 páginas; primera edición de 1985, ésta es de 2023

Traducción de Héctor Silva

 

En 2023 vi esta novedad de la editorial Lumen en algunas librerías de Madrid, Annie John de Jamaica Kincaid (Antigua y Barbuda, 1949). Estuve hojeando el libro y me pareció interesante: una novela de iniciación, en parte autobiográfica, de una mujer negra de las Antillas; la novela de una escritora que había sido candidata al premio Nobel en más de una ocasión. Algún tiempo después, me volví a encontrar con un ejemplar de este libro en la librería de segunda mano Ábaco. Costaba 7 € y, en realidad, no era un libro de segunda mano, porque estaba intacto. Lo compré y, meses más tarde, cuando se acercaba la concesión del premio Nobel de 2024 me puse con él, después de leer dos libros de relatos de la china Can Xue y hacer mis propias quinielas sobre el premio.

 

Annie John está escrita en primera persona y acompañaremos a su protagonista desde que tiene diez años hasta que cumple diecisiete. «Hubo un breve tiempo, cuando yo tenía diez años, en que creí que solo se morían personas desconocidas.», esta es la primera frase del libro. Gracias a ella la autora nos trasladará al mundo de la infancia, con su tipo de creencias propias, y sabremos también que la historia está siendo narrada desde algún punto indefinido del futuro y que, por tanto, lo narrado aquí será una rememoración. El primer capítulo nos traslada al descubrimiento de la muerte por parte de la niña que, más tarde, sabremos que se llama Annie John, y su atracción por velorios y entierros de personas desconocidas. Es un buen capítulo y entiendo que la autora haya decidido colocarlo en el libro antes del segundo, que, por lógica narrativa, podría haber sido el primero, puesto que en él, Annie John nos narrará su historia y la idílica relación inicial con sus padres y sobre todo con su madre. La madre se peleó con sus padres y a los dieciséis años llego a la isla de Antigua desde Dominica, su isla de nacimiento. El padre, que sacará treinta y cinco años a la madre (esto lo sabremos en el último capítulo) es carpintero. A veces algunas de sus antiguas amantes, con las que ha tenido más de un hijo, echarán mal de ojo y santerías sobre Annie John y su madre, pero nunca sobre él.

 

He leído en internet algunos datos sobre la vida de Jamaica Kidcaid y, en gran medida, coinciden con la información que da sobre sí misma el personaje de Annie John, pero creo que no debemos confundir, en cualquier caso, a personaje con autora, puesto que también se pueden encontrar hechos diferentes. Por ejemplo, en la novela, Annie John es hija única, y en la realidad Jamaica Kidcaid tuvo un buen número de hermanos.

 

Annie John nos hablará de algunos episodios fundamentales de un infancia o adolescencia, como su paso por el colegio o el cambio a la secundaria. Nos hablará de su afición por los libros o la forma en la que destacaba en los estudios, a pesar de que fuera de las aulas su comportamiento no era precisamente ejemplar. Nos hablará también de sus mejores amigas, de esas chicas de las que pensaba que era inseparable, pero con las que acabará sintiendo, con el paso del tiempo, que ha dejado de compartir asuntos importantes. Estos episodios los irá narrando en saltos temporales de dos o tres años. De los diez años, pasaremos a los doce, a los quince y definitivamente a los diecisiete.

 

Nunca había leído ningún libro de una escritora de las Antillas y la verdad es que este tema me resultaba atractivo. La isla de Antigua fue una colonia británica hasta 1981, así que, en el tiempo narrativo de la novela, los habitantes de la isla reciben una educación británica. Me han resultado curiosas las páginas en las que Annie John se cuestiona la figura de Cristóbal Colón, quien llegó a la isla en 1493, y es reprendida por ello, ya que su profesora considera que es un personaje histórica relevante e intachable. También se hablará del pasado esclavista de la isla; el esclavismo quedó abolido en Antigua en 1833. En este sentido, me ha resultado llamativa la forma de hablar en la novela de una chica de origen inglés que llega a su clase: «Mirándole el rostro, yo sabía cómo se sentía Ruth. Sus antepasados habían sido los amos, mientras que los nuestros habían sido los esclavos. Ella tenía tantísimo de qué avergonzarte, y estando diariamente con nosotras era inevitable que lo tuviera siempre presente. Nosotras podíamos mirar a cualquier de frente, pues nuestros antepasados no habían hecho nada malo, excepto permanecer indefensos. (…) Pero nosotros, los descendientes de los esclavos, sabíamos perfectamente lo que había ocurrido en realidad, y yo estaba segura de que si los papeles hubieran estado invertidos, nosotros habríamos actuado de modo diferente; estaba segura de que si nuestros antepasados hubiera ido de África a Europa y se hubieran encontrado con la gente que vivía allí, se hubieran interesado como corresponde en los europeos que viesen, habrían comentado “qué bien” y a continuación se habrían vuelto a casa a contárselo todo a sus amigos.» (pág. 83).

 

Sin embargo, aunque sí se hablará, como ya he dicho, de la relación de Annie John con sus amigas, sus profesoras o el entorno del colegio, lo más importante del libro, su tema central, será hablar de la relación de Annie John con su madre. En los primeros capítulos, cuando se narran los diez años de la protagonista, Annie John nos mostrará la relación idílica que tiene con su madre. De hecho, la última frase, antes de dar el salto temporal a los doce años, será esta: «Tal era el paraíso en el que yo vivía.» (pág. 30)

A partir de los doce años, la relación entre madre e hija comienza a torcerse. En la página 51 leeremos: «Yo había caído en desgracia con mi madre.» Aunque no se acaba de explicar de un modo claro por qué ha ocurrido ese cambio, el lector acaba pensando que la madre desea que su hija crezca como una «señorita», cumpliendo una serie de códigos sociales bastantes rígidos que, en gran medida, chocan con los intereses o aficiones de Annie John. Quizás también podríamos pensar en que, con el crecimiento adolescente de Annie John, se empieza a establecer una rivalidad entre las dos mujeres de la casa.

 

La prosa es sencilla, contenida, no exenta de momentos poéticos.

He tenido la sensación de que la novela, agradable en su primera mitad, aunque algo tópica en su descripción de la infancia y la adolescencia –pese al paisaje insólito donde se sitúa–, decaía en la segunda parte, debido principalmente a la insistencia de la autora en esta idea de la mala relación entre madre e hija. Kincaid ha ido acumulando escenas en las que se mostraba el choque entre las dos mujeres, de un modo bastante similar unas y otras, pero considero que le ha faltado introspección psicológica para analizar este conflicto de un modo más profundo.

Leída esta novela de Jamaica Kincaid, escrita originalmente en inglés, siento ahora curiosidad por la obra de Maryse Condé (Guadalupe, 1934 – 2024), otra escritora antillana que escribió su obra en francés.

domingo, 27 de abril de 2025

Cuentos completos 4, por Philip K. Dick


 Cuentos completos 4, de Philip K. Dick

Editorial Minotauro. 681 páginas. Relatos escritos entre 1954 y 1964; ésta edición es de 2020

Traducción de Carlos Gardini y Manuel Mata. Introducción de James Tiptree.

 

Ya he contado que en julio de 2021 leí Cuentos completos 1 de Philip K. Dick (Chicago, 1928 – Santa Ana, 1982), un autor del que en la adolescencia había leído muchas de sus novelas. En julio de 2022 me acerqué a los Cuentos completos 2 y ya instauré un ritual, al que di continuidad en 2023, leyendo los Cuentos completos 3, y con el que he seguido, por supuesto, en julio de 2024, leyendo Cuentos completos 4. El volumen 1 reunía 25 cuentos, escritos entre 1951 y 1952; el segundo 27, escritos entre 1952 y 1953; el tercero 23, escritos entre 1953 y 1954; y el volumen 4 tiene 18 cuentos, escritos entre 1954 y 1964. Hemos de tener en cuenta que la primera novela de Dick, Lotería solar, no apareció hasta 1955 y, por tanto, las tres primeras recopilaciones de relatos reúnen cuentos escritos por un Dik que, como mucho, contaba con 26 años. Tenía ya ganas de arribar al volumen 4, porque aquí llegamos a relatos escritos en la década de 1960, cuando Dick escribió algunas de sus obras maestras, como El hombre en el castillo (1962) o Tiempo de Marte (1964).

 

De entrada habría que apuntar que este volumen 4 solo tiene 18 cuentos, mientras los otros tres tienen de media 25. Por tanto, los cuentos del volumen 4 son más largos, llegando a contarse aquí más de una posible novela corta, que supera las 50 páginas.

 

Autofab es el primer relato y, como en otros escritos de Dick, se nos presenta aquí un mundo postapocalíptico, un mundo arrasado por cinco años de guerra nuclear. Los supervivientes recogen alimentos y bienes de primera necesidad que las fábricas ubicadas en el interior de la Tierra –de funcionamiento autónomo– dejan para ellos en la superficie. Asistiremos a la conspiración de unos hombres para destruir estas fábricas que les abastecen y les permiten sobrevivir, porque que están convencidos de que volver a realizar las actividades básicas por sí mismo es fundamental para el resurgimiento de la raza humana. Volvemos a dos temas principales en Dick: el miedo a la guerra nuclear, propio de quien fue un adolescente cuando se lanzaron las bombas atómicas sobre Japón en 1945 y asistió a al comienzo de la Guerra Fría; y también aparece aquí la lógica propia de una narración de Dick, que, en muchos casos, parece ser autónoma de la lógica general del resto de los mortales. Como siempre, los detalles de este relato son maravillosos. Así leemos en la página 31: «Un enorme reyezuelo mutante se agitó en su sueño, se envolvió mejor en la capa de harapos con la que se cubría de noche y continuó dormitando.» Este volumen 4 empieza bien.

 

Servicio técnico: un técnico de una empresa del futuro llama a la casa de nuestro protagonista. Aunque al principio el hombre no da credibilidad a lo que escucha, pronto se convencerá de que realmente el visitante viene del futuro –y con malas noticias, pues anuncia dos guerras mundiales– y, lo mejor, rápidamente convencerá a sus compañeros de trabajo de que ese viajero del tiempo es real. De nuevo, nos encontramos aquí con la lógica propia de un relato de Dick, que se aleja de la lógica convencional. El aparato que el vendedor quiere reparar quiere solucionar el problema de la diversidad ideológica, lo que evitaría las guerras.

 

Mercado cautivo: como acababa ocurriendo en el relato anterior, este tercero también es una crítica al capitalismo depredador. Una vieja vendedora de un ultramarinos ha encontrado una grieta en el espacio-tiempo, a través de la cual vender mercancía a unas personas del futuro que, en una tierra desolada, están construyendo una nave espacial para huir. En alguna medida, me ha recordado a algunos de los cuentos de Ray Bradbury en Crónicas marcianas. De nuevo, una narración divertida.

Después de estos tres cuentos iniciales, que ocupan las primeras 100 páginas del libro, empiezo a pensar que estos relatos tienen ya menos titubeos que los de las entregas anteriores, en los que, a veces, un deseo humorístico final, hacía que la narración perdiera algo de su fuerza, sacrificada al convencionalismo de la sorpresa final.

 

El patrón de Yancy nos lleva ya fuera de nuestro planeta: unos expertos de la Tierra van a visitar Calisto porque un ordenador local ha dictaminado que la democracia puede estar en peligro allí. Los terrícolas tendrán que descubrir si la imagen de un amable señor mayor que aparece en la televisión de Calisto, todos los días, es una forma de control mental. De nuevo, la obsesión de Dick por la opresión estatal.

 

El informe de la minoría, el quinto relato, seguramente es el más famoso del libro porque de él existe una versión cinematográfica, la película Minority Report. En este relato, escrito aún en 1954, tenemos a un Dick a pleno rendimiento de sus facultades. La historia sobre la sociedad que ha conseguido controlar los crímenes porque tres precognitores puedes detectarlos y, por tanto, los asesinos son detenidos antes de que puedan llevar a cabo sus acciones, es muy imaginativa y sugerente. Vi la película hace años y su final no es el mismo que el del relato, donde Dick vuelve a insistir en la idea de aspirar a una dictadura desde la toma del poder. El nivel sigue siendo bueno.

 

En Mecanismo de recuerdo un hombre va al psicólogo porque tiene fobia a subir escaleras. El psicólogo descubrirá que su trauma no se originó en el pasado, sino en el futuro. El hombre es un precognitor y la mayor cercanía temporal a un hecho que para él va a ser traumático hace que sus fobias se incrementen. De nuevo, es un cuento tan absurdo en su planteamiento como imaginativo.

 

La M imposible es una breve novela policial. Aquí tenemos un asesinato, un asesino, policías y un detective privado. Esta narración podría ser también una película. Me parece muy factible que funcione cinematográficamente. El asesino material (esto lo sabrá el lector desde el principio) es un robot con forma de caja de zapatos, que puede convertirse en un televisor para disimular su presencia.

De nuevo, los imaginativos detalles de la narración consiguen elevar el relato. Así, leemos en la página 245 un párrafo que me ha encantado: «Habían pasado muchos años desde la última vez que Ackers pagara la fortuna que costaba una taza de café. Con la superficie de la tierra completamente cubierta de instalaciones industriales y residenciales, no había espacio para los campos de cultivo, y el café se había negado a arraigar en otros sistemas. Probablemente Lantano lo cultivaba en alguna plantación clandestina de Sudamérica, cuyos trabajadores creerían que los habían trasladado de manera ilícita a alguna colonia lejana.» Una narración rápida, loca, imaginativa y brillante.

 

Nosotros, los exploradores puede que sea uno de los relatos que más me han gustado del conjunto, pese a su aparente sencillez. Seis hombres vuelven a la Tierra desde Marte, después de haber sufrido allí un accidente. Sin embargo, no se esperan el recibiendo que van a tener. Este cuento me ha recordado a aquel del volumen 2, titulado Impostor, en el que un robot pensaba que era un hombre. Nosotros, los exploradores es un cuento dramático por lo que tiene de filosófico, ¿quién es humano?, y ha conseguido emocionarme.

 

Juego de guerra me ha hecho pensar en algunos cuentos de Dick de volúmenes anteriores. Un departamento de importaciones de la Tierra tiene que probar si los juguetes que proceden de Gamínedes son actos para el consumo de los niños humanos. ¿Existe alguna conspiración en Gamínedes para dominar la Tierra a través de los juguetes? Su inocencia me ha remitido al primer Dick cuentista.

 

En Si no existiera Benny Cemoli vienen unas naves espaciales desde Centaury a la Tierra, tras una guerra nuclear, con el fin de dirimir responsabilidades entre los terráqueos. Las autoridades locales tratarán de engañan a la delegación extranjera fingiendo que existe un conato de rebelión en la Tierra.

En este volumen, como en los anteriores, existen unas notas finales en las que se aclara cómo fueron escritos los cuentos y dónde y cuándo fueron publicados. También, en algunas ocasiones, Dick comenta sus cuentos. Sobre este dice: «Siempre he creído que al menos la mitad de los personajes famosos de la historia no han existido.»

 

Una actuación novedosa me ha recordado a algunas de las novelas que Dick escribía por esta fecha. Un tipo corriente vive en un edificio de apartamentos. Si no aprueba unos exámenes patrióticos puede ser expulsado de allí. Su sueño es tocar su jarra de barro, junto con su hermano, delante de la Primera Dama, que es quien ostenta el poder real en Estados Unidos, aunque cambien los presidentes. Me ha gustado mucho el detalle de la existencia del papula, un robot que imita a un animal de Marte extinto y que puede controlar telepáticamente a las personas.

 

Araña de agua es un cuento muy divertido. El gobierno está haciendo experimentos para conquistar las regiones más remotas del espacio mandando a presos. Aún no saben cómo hacer volver las naves desde el espacio profundo. Al gobierno se le ocurre la idea de ir al pasado, a una convención de precog, para traer desde allí a uno de ellos que parece conocer la fórmula para hacerlo. Lo gracioso es que en realidad van a una convención de ciencia ficción y Dick hace comparecer allí a casi todos los escritores famosos de la época. El precog que habrá de viajar al futuro no es otro que Poul Ardenson, un escritor real que tenía que ser amigo de Dick, para que le permitiera usar su imagen en este cuento. El propio Dick hace un cameo en este cuento.

 

Lo que dicen los muertos tiene 76 páginas. Es el relato más largo del libro y es casi una novela corta. Creo que está a la altura de algunas de las primeras novelas significativas de Dick, como Ojo en el cielo (1957) o Tiempo desarticulado (1959). Sarapis, un poderoso hombre de negocios, muere. Pero en este futuro la muerte no es el final, porque aún pueden las funerarias activas a estas personas, en un estado de semivida, para poder comunicarse con sus seres queridos. Sin embargo, Sarapis no parece poder acceder a la semivida, mientras que una voz que podría ser la suya empieza a aparecer en los teléfonos o en los televisores. La idea de la semivida la usó Dick también en su novela Ubik (1969) y la de la invasión de la realidad por un ente extraterrestre en Los tres estigmas de Palmer Eldritch (1965). De nuevo, aquí revuela la idea moral de si es justo asesinar a una persona que puede ir a convertirse en un dictador.

 

Orfeo con pies de barro es un relato juguetón, bastante humorístico, que Dick publicó con seudónimo. Una empresa ofrece la posibilidad de viajar al pasado para actuar como «musa», es decir, como alguien que puede sugerir, por ejemplo, a Mozart, que componga alguna de las obras que va a componer. Sin embargo, el nuevo cliente va a ser una musa bastante desastroso. Un cuento inferior a los anteriores.

 

En Los días de Perky Pat de nuevo nos encontramos con una California desolada por la guerra nuclear, en la que los supervivientes (llamados «carambolos») viven en pozos. Mientras que los niños están aprendiendo a sobrevivir en la superficie, los adultos se han refugiado en el juego de Perky Pat, que sería una especie de muñeca Barbie, que recrea las bondades de la vida antes de la guerra. Esta idea la volvería a usar Dick en Los tres estigmas de Palmer Eldritch. El pozo de nuestros protagonistas se acabará enfrentando a otro pozo: estarán en juego sus muñecas. De nuevo, es un cuento con una lógica propia, una lógica que solo parecer existir en la mente de Dick y acaba siendo un cuento fascinante. Quizás el mejor del libro. Me han encantado los detalles del mundo que dibuja, con sus ataques de gatocanes mutantes, mientras los marcianos les envían comida desde el cielo.

 

En El suplente una flota de naves ha entrado en el sistema Solar con intenciones hostiles. El gobierno del mundo lo ejerce una máquina, el Unicéfalon, que siempre ha de tener cerca a un suplente humano por si falla. No lo ha hecho durante las últimas décadas, pero justo ahora ha dejado de funcionar y el suplente (un hombre de un sindicato) toma el poder. ¿Tendrá la tentación de convertirse en un tirano?

 

¿Qué vamos a hacer con Ragland Park? es una segunda parte del relato anterior. Ahora aparecerá un cantante con un extraño poder: los temas políticos que aparecen en sus canciones se convierten en la realidad. Sin ser malos relatos, ni este ni el anterior están entre los mejores del libro. El tema de la toma del poder absoluto ha sido tratado mejor en cuentos anteriores.

 

¿Oh, ser un blobel! es un cuento antibélico. En el pasado los humanos lucharon contra los blobel. El protagonista del cuento será un humano que trabajó de espía y que se transformaba en blodel, que son seres gelatinosos. Ahora, con la guerra ya acabada, habrá doce horas al día en las que seguirá transformándose en blobel, lo que consigue hacerle bastante desgraciado. De nuevo, no es de los mejores cuentos del libro.

 

Como ya he ocurrió en los veranos anteriores, he disfrutado de mi dosis anual de Philip K. Dick, un autor con el que me lo paso muy bien y con el que me cuesta ser objetivo. En cualquier caso, sin querer desmerecer los logros de los volúmenes anteriores, creo que la calidad media de los relatos de este volumen 4 es superior a la de los anteriores. Como he señalado al principio, Dick está empezando a perfilar de una forma más clara sus grandes temas (¿es la realidad real?, el poder absoluto, las paradojas de los viajes en el tiempo, la vida después de una guerra nuclear…) y no pierde el tiempo en dar al relato una vuelta final, normalmente con intenciones cómicas o de generar sorpresa, que hacían sus narraciones anteriores más inmaduras. Cuentos completos 4 de Dick contiene grandes relatos de la fantasía y de la ciencia ficción. En el verano de 2025 leeré el Volumen 5.

 

 

domingo, 20 de abril de 2025

La vida suspendida, de Eduardo Laporte

 


La vida suspendida, de Eduardo Laporte

Editorial Sr. Scott. 161 páginas. 1ª edición de 2025.

 

Ya he comentado alguna vez que Eduardo Laporte (Pamplona, 1979), navarro residente en Madrid, es mi amigo. Había leído hasta ahora cuatro de sus libros: La tabla (2015), Diarios 2025-2016 (2017), Tiempo ordinario (2021) y Navarra-Madrid (2024). En enero de 2025 se ha publicado su último libro, La vida suspendida, en la nueva editorial Sr. Scott. Como suele ser habitual, Laporte me incluyó en la lista de la editorial para el envío de ejemplares de prensa; aunque cometió un pequeño error: envió el libro a mi antigua dirección y esto hizo que me tuviera que acercar a la casa en la que viví hasta 2022 para rescatarlo.

 

La vida suspendida empieza con un prólogo del propio Laporte, escrito ya próximo a la publicación del libro, y con más de un año de diferencia respecto a la finalización del texto principal. En este prólogo, Laporte, después de conversar con su nuevo editor en Sr. Scott, Alberto Beceiro, nos expone la idea de «publicar a su pesar». Es un concepto que me interesa, porque alguna vez yo también he sentido ese pudor que parece experimentar Laporte ante la idea de que los demás vayan a leer su texto. «Lo publicaría, por tanto, a mi pesar, porque ya estaba escrito y porque me cansaba de acumular manuscritos en el cajón.» En este prólogo, quizás a modo de advertencia, el autor le adelanta al lector que su obra trata sobre una IVE (Interrupción Voluntaria del Embarazo). Adentrarse en sus páginas –unas páginas en gran medida dolorosas y conflictivas– va a ser, por tanto, un acto que dependerá de la responsabilidad del lector.

 

Todos los libros que he leído de Laporte –así como el resto de los que tiene publicados– están escritos desde el «yo»; o bien son diarios, recopilaciones de artículos o novelas que hablan desde su propia experiencia. La vida suspendida, nos dirá el propio Laporte, también habla de una experiencia personal, pero el autor le ha añadido algunas dosis de ficción: «Es lo que aprendí de esta áspera experiencia y que, de mejor o peor manera, trato de reflejar en este escrito tan verdadero que tuve que recurrir a injertos de ficción, para hacerlo creíble.» (pág. 13). En cualquier caso, a mí, que he leído los diarios de Laporte me resultará complicado (aunque el autor, como veremos, nos va a dar alguna pista), leer este libro pensando que tiene ficción añadida, porque sigo viendo la voz narrativa del autor, y reconozco algunos de sus episodios vitales, ya comentados en otros libros.

 

Laporte conoce a María, a la salida de un cine, alguien que leyó, en algún momento, alguno de sus artículos periodísticos, le agregó a Instagram y, al fin, le ha reconocido ese día azaroso. Empieza una relación con ella y, solo unas pocas semanas después, recibe la noticia de que se ha quedado embarazada. Durante un breve lapso de tiempo, Laporte va a fantasear con la idea de tener ese hijo y convertirse en padre.  De hecho, apuntará que, tras un largo periodo de inestabilidad económica, quizás sea este su momento. Sin embargo, la falta de planificación y la fase tan inicial en la que se encuentra su relación con María harán que ambos tomen la decisión de iniciar una Interrupción Voluntaria del Embarazo en un hospital público de la Comunidad de Madrid. La vida suspendida nos va a hablar de este proceso, desde una perspectiva que puede resultar insólita o impúdica: la voz narrativa de Laporte se va a dirigir de forma directa al feto que no pudo convertirse en persona, en su hijo; al que se referirá con varios nombres, destacando el de «Serafín». «Vuelvo a ti en este ejercicio de literatura de duelo, extremo quizá patético, gratuito y pornográfico. (…) Quizás quiera volver a ti para cerrar también los duelos y quedarme para siembre en la celebración.» Uno de los libros de Laporte que me falta por leer es Luz de noviembre por la tarde (2011), donde homenajea a sus padres, que murieron de cáncer, cuando él era bastante joven, con una diferencia de pocos meses. Así que este nuevo libro se emparentaría con ese otro por temática, pero también con sus diarios. De este modo, La vida suspendida tiene una fuerte filiación con Tiempo ordinario (2021), un diario del que Laporte quitó las referencias a fechas concretas y que se lee como una narración de unos cuantos momentos vitales, sobre los que el autor va reflexionando, como apuntes poéticos de su propia vida. En La vida suspendida la voz narrativa es similar, pero, en este caso, las escenas evocadas son más intensas, al tener más fuerza narrativa y más conflicto.

En la novela existe una escena central, la de la visita a la clínica abortista, que va a coincidir con el día del Padre de 2022, y la narración se irá demorando al acercarse a los días previos y a los posteriores, basculando sobre ese día clave en esta historia, en el que un aspirador acabará succionando al feto de escasas semanas.

 

En gran medida, me ha sorprendido la capacidad de Laporte para mostrarse sin pudor en esta obra. Desde hablar de sus problemas financieros y la necesidad de recurrir a empresas, fuera del circuito bancario habitual, de micropréstamos, hasta sus inquietudes religiosas, de las que nos había empezado ya a hablar en sus diarios, pasando con sus problemas con los clientes de grandes empresas para los que trabaja de autónomo, escribiendo textos corporativos.

 

Quizás la nota de ficción (el propio Laporte así lo insinúa) sea la creación del amigo Petrus (varios de los personajes del libro aparecen aquí con un nombre ficticio), que hará sentir culpable a Laporte, al enfrentar su decisión a sus ideas religiosas. Y este personaje tiene la labor, por tanto, de generar más tensión narrativa a un texto ya bastante tenso y triste.

 

Como ocurría en sus otros libros, Laporte llena con fruición su texto de citas literarias; y su lenguaje tiende a ser reflexivo y poético, con algunos detalles hacia el deje más moderno, como «ese espermatozoide y óvulo que habían logrado ese match» (pág. 20), que otorgan la texto, a veces, un raro deje humorístico; y, en algunos casos, elige mezclar un registro culto del idioma con otro más vulgar: «Miembros de Hamás se han cargado a cientos de jóvenes» (pág. 135) o «sabios del pasado que no se habían coscado de nada» (pág. 147). Sé que estas características son rasgos del estilo de Laporte, pero en algunos casos son construcciones lingüísticas que no me acaban de convencer.

 

Me han gustado las reflexiones que hace Laporte sobre el propio sentido de la obra en marcha: ¿la escribe para pedirle perdón al hijo que nunca nacerá? ¿La escribe para tratar de conseguir algo de reconocimiento literario? O, en cualquier caso, ¿qué sentido tiene enfrentar su dolor al dolor real de un padre que ha perdido a un hijo de quince años, con el que a compartido una cantidad ingente de recuerdos, como le llega a ocurrir al corregir el texto de un cliente?

 

De las cuatro obras que llevo leídas de Laporte, La vida suspendida es que la que más me ha emocionado. Ya me pareció que Tiempo ordinario daba un salto respecto a su anterior libro de diarios, titulado sencillamente Diarios 2015-2016, y creo que ahora se vuelve a dar un salto desde Tiempo ordinario a La vida suspendida, que me ha parecido una obra desgarrada, sentida, impúdica y bella.

domingo, 13 de abril de 2025

Tennessee, de Luis Gusmán


 Tennessee, de Luis Gusmám

Editorial Contrabando. 138 páginas. 1ª edición de 1996, esta es de 2020.

En 2019 me sorprendió muy gratamente la lectura de Villa (1996) de Luis Gusmán (Buenos Aires, 1944), un autor argentino del que nunca había oído hablar y que en España publicaba la pequeña editorial Contrabando, ubicada en Valencia. Villa hablaba sobre las personas que, en las dictaduras, considerándose apolíticas, tratan de seguir con su vida, mirando siempre para otro lado cuando las consecuencias de esas dictaduras irrumpen en su entorno. Era una novela escalofriante. La elegí entre mis diez novelas argentinas favoritas del siglo XX. Esto hizo que en mi primera visita a la librería Lata Peinada, que abrió su sucursal de Madrid en 2020 (ya ha cerrado) comprara, entre otros libros, Tennessee (1996) de Luis Gusmán. Sin embargo, mi habitual desbarajuste de lecturas, que hace que dé prioridad a aquellos libros que solicito a las editoriales y postergue los que compro, ha hecho que no me haya acercado a esta novela hasta cuatro años después. Por fin, en el verano de 2024, me acerqué a la lectura de Tennessee.

De entrada, me llama la atención constatar que Tennessee se publicó en Argentina el mismo año que Villa. Imagino que Luis Gusmán las habría escrito durante los años anteriores y no tuvo, en principio, mucha suerte a la hora de encontrar editores para sus obras. Lo que, dada su calidad, me resulta extraño.

El personaje principal de Tennessee es Walenski, un cincuentón que, hace años, trabajó como «pesista» o persona que realiza espectáculos levantando pesas. En el mundo de las pesas, le introdujo su amigo Smith, con el que había trabajado en un camión frigorífico de reparto de carne. Smith, en el pasado, llegó a ser medalla de oro, como levantador de pesas, en los juegos olímpicos de Tennessee. Tuve que comprobarlo en internet: nunca ha habido unos juegos olímpicos en Tennessee. Esta ciudad, que da título al libro, simboliza el lugar de la felicidad al que Smith siempre ha soñado con volver, como se sueña con volver, en realidad, no a un lugar físico, sino a la propia juventud y al mundo del éxito y la esperanza. Para Walenski, sin embargo, Tennessee simboliza la idea de aquello que ya no podrá alcanzar nunca, porque tiene más de cincuenta años, y en el pasado nunca llegó a ser tan buen pesista como su amigo.

Walenski vive y trabaja en el Regatas, un club náutico, bastante decadente, a las afueras de la ciudad de Buenos Aires, que, según sople el viento o no, puede impregnarse de un olor fétido. En realidad, el Buenos Aires que retrata Luis Gusmán en esta novela no es, en ningún caso, el de las postales turísticas, sino un Buenos Aires de arrabales, de villas miseria y de oscuridad. Así, por ejemplo, se nos hablará de robos habituales en funerarias o en visitas a los cementerios. «Las viejas hablaban del miedo que les daba ir al cementerio, ubicado cerca de la vía, en los fondos de una villa. “Porque cuando suben las escaleras para poner flores en los nichos altos, desde abajo, pendejos, sobre todo pendejos, les mueven la escalera y las amenazan hasta obligarlas a tirar los monederos. La gente va sin plata, sin relojes, solo con las flores en la mano, cuando los pétalos vuelan por el aire es señal de que han tirado a alguien”» (pág. 20)

«La ciudad tiene otra ciudad clandestina adentro, como si fuera un guante. Hay garitos, peleas a muerte entre perros, lucha entre mujeres; sólo hay que leer los avisos del diario para enterarse.», leemos en la página 96.

Walenski, pese a su tamaño y sus músculos, se siente un hombre desamparado, un hombre que creció sin padres, al amparo de Ema, una mujer que lo había criado, al igual que a otros niños, que son para Walenski sus «hermanos de leche». Cuando comienza la acción de la novela, Ema acaba de morir, lo que le sumirá en una honda tristeza. Para Walenski

ya pasaron sus mejores años y la hernia que le está creciendo, cada vez más, en el abdomen le está haciendo pensar que ya no va a desear, dentro de poco, que le vean desnudo ni las prostitutas que suele frecuentar.

Después de acercarnos, durante unos breves capítulos, al mundo de Walenski, la narración va a empezar realmente cuando este reciba la visita de Deganis, un abogado de la ciudad, que le preguntará por Smith, al que no consigue localizar y que quizás esté relacionado con el pasado de Salermo, el dueño de una de las fábricas más importantes del barrio de Avellaneda y que ha muerto hace poco. Deganis le comunica a Walenski que, quizás, Smith hubiera estado extorsionando a Salermo por algo que sabía de su pasado, y ahora está empezando a extorsionar a su hija Telma, la cliente de Deganis.

En principio, Tennessee se desarrolla bajo los parámetros de una novela negra, más o menos clásica. Walenski, ejerciendo de detective, tendrá que averiguar dónde se oculta su antiguo amigo Smith. Para ello deberá –como marcan los parámetros del género– visitar algunos de los lugares más sórdidos de la ciudad. Por supuesto, en Tennessee también habrá una bella mujer, Telma. Pero, como en toda buena novela negra –o en toda buena novela, en general–, no hallaremos en Tennessee simplemente la narración de una persecución, sino que la historia irá haciéndonos comprender los lazos que han unido, y siguen unido, la vida de estos dos personajes: Walenski y Smith. «Hace mucho tiempo que para la gente nos hemos convertido en una sola persona. No es la primera vez que para encontrar a Smith me vienen a buscar a mí. Si le digo que hace mucho que no lo veo no me va a creer.», leemos en la página 24.

El texto, escrito en tercera persona, nos acerca al punto de vista de la historia de Walenski, pero no siempre es así. De este modo, me sorprendió que en la página 75 empieza un capítulo que se fija en las andanzas de otro personaje, al que Walenski ha tenido que ir a buscar a Pehuajó, un pueblo de la provincia. Los escenarios decadentes no solo se limitan a las afueras de Buenos Aires, sino que también se adentran en su provincia. En los capítulos de Pehuajó conoceremos a Ordóñez, un siniestro jefe de policía, que nos acerca a los presupuestos de Villa, puesto que el narrador nos insinuará que Ordóñez ha sido un torturador en los tiempos de la dictadura de Videla y que, ya en democracia, ha seguido teniendo la capacidad de ejercer su poder con abuso de autoridad; por ejemplo, sobre sus rivales sexuales.

Sin grandes excesos verbales, la prosa con la que Gusmán ha escrito Tennessee es precisa y bella. Me gusta, por ejemplo, la limpieza de esta frase con la que comienza una escena: «Los días fueron pasando como el río, lentos, oscuros, estancados.» (pág. 54). Es destacable la maestría con la que el autor maneja el flujo de la información que le da al lector; cómo la retiene, la sugiera o la expande en los cortos capítulos de la novela.

Entre Villa y Tennessee me quedó con Villa, pero, como ya he dicho, Villa es una novela que me gusta mucho, y Tennessee, pese a no llegar a la hondura de Villa, sigue siendo una gran novela corta, que me ha hecho disfrutar mucho en el caluroso julio de 2024. Como punto final, me gustaría reivindicar la obra de Luis Gusmán, un autor poco conocido en España, y también reivindicar la gran labor de las editoriales pequeñas como Contrabando.

domingo, 30 de marzo de 2025

Minimosca, por Gustavo Faverón


Minimosca,
de Gustavo Faverón Patriau

Editorial Candaya. 715 páginas. 1ª edición de 2024.

 

Había leído, hasta ahora, tres libros de Gustavo Faverón (Lima, 1966): las novelas El anticuario (2010) y Vivir abajo (2019) y el ensayo El orden del Aleph (2021). De este último libro, tuve el privilegio de ser –junto al escritor Javier Moreno– el presentador en Madrid. Faverón ha publicado algún ensayo más, pero su obra narrativa solo consta de estas dos novelas que cito y a las que une Minimosca (2024). Desde hace varios años conocía la existía de Minimosca, porque le había oído hablar de este proyecto al propio Faverón. Al principio, el autor pretendía que se tratase de una novela corta, que se correspondería con la segunda parte de la versión final del libro (que sobrepasa las 700 páginas), que se llama igual que el título, y que escasamente tiene 100 páginas. De hecho, El orden del Aleph –en palabras de Faverón– era otra de las partes de Minimosca, y el contenido de este ensayo, en principio, era fruto del trabajo de uno de los personajes de la novela, una profesora colombiana. Faverón decidió sacar esa parte del libro y crear con ella un nuevo texto sobre la obra de Jorge Luis Borges.

 

El amnésico es la primera parte de la novela que, ciertamente, comienza de un modo desconcertante: un hombre sale a pasear por las noches a un bosque cercano a su casa en un pueblo de Maine, hasta que se da un golpe y pierde la memoria. Esto le llevará a convertirse en un vagabundo que vive con otros vagabundos. La narración comienza a desdoblarse en diversos relatos dentro del relato, de algunos de ellos serán protagonistas artistas reconocibles, como Marcel Duchamp o Stephen King. Aunque Vivir abajo era una novela que acababa entrando en el terreno de los fantástico, su primera parte – titulada La piedra de la locura– mostraba una narración realista, donde un personaje trataba de localizar a otro; al empezar a leer Minimosca, después de la lectura de la anterior novela, el lector va a darse cuenta enseguida de que la apuesta de Faverón es, en su nueva novela, más radical que en la anterior. Un aire onírico, que va a acabar recorriendo todo el libro, impregna ya de un modo potente las páginas de El amnésico. Los personajes, como los de las obras de Franz Kafka, se mueven en la densidad de los sueños y las realidades más mundanas de la vida (como, por ejemplo, la necesidad de ganarse el sustento con un trabajo remunerado) van a tener muy poca relevancia en la narración; o, más bien, en las narraciones, porque Minimosca es una narración de narraciones, una novela formada por múltiples relatos cortos que, en gran parte, pero no en todos los casos, acaban encajando entre sí. El amnésico que podía llegar a hacernos pensar en un alter ego del autor, ve películas en un sótano en su casa, hechas por George Bennett, que era uno de los protagonistas de Vivir abajo. Desde bastante pronto, el lector habitual de Faverón va a saber que ambas novelas, Vivir abajo y Minimosca están relacionadas.

 

Como dije, Minimosca es la segunda parte de la novela, y podría haber sido una novela independiente, como apuntaba Faverón. Al finalizar el libro completo, aunque lo contado en esta parte se complementa con lo expuesto en otras, el lector tendrá la sensación de que, efectivamente, Minimosca (la parte, no la novela) podía haber sido un libro independiente; igualmente El amnésico podía haber sido una novela independiente.

En Minimosca nos trasladamos a Lima y su protagonista va a ser Arturo Valladares, un joven con una historia trágica tras de sí, ya que su padre asesinó a todos sus hermanos y a su madre. A Arturo le van a asaltar dos pasiones: el boxeo y la poesía. De nuevo, el surrealismo dominará la narración: Arturo aprenderá a tumbar a sus rivales en el ring sin golpearlos, usando la técnica de susurrarles versos de César Vallejo, su héroe poético.

Las historias, las narraciones dentro de las narraciones, se van a suceder también en Minimosca. De hecho, en esta segunda parte se usa el recurso del manuscrito encontrado: John Sinclair, en Utah, lee un manuscrito, hallado en un cubo de basura, que cuenta la historia de Arturo. El manuscrito, sabremos, está escrito por Mónica Buchenwald (aunque ella afirmará, más adelante, que nunca lo ha escrito), que acabará teniendo una relación con Arturo. También, entreverada con la historia de Arturo, conoceremos la intricada vida familiar de Mónica, que pasa por los campos de concentración nazis en Europa.

Como ya he apuntado, Faverón, que coqueteaba en Vivir abajo con el género fantástico, se adentra en él de lleno en Minimosca, y no tiene problemas en convertir a unas moscas (muertas, además), que viven en la casa de Mónica, en sus sabias interlocutores.

El título del libro, tiene que ver con la categoría pugilística en la que pelea Arturo y también con un estado de ánimo. «Desnudo sobre la balanza, Arturo siente que esa palabra describe con exactitud el estado de apocamiento y aflicción que lo embarga con frecuencia en tardes como esa. Recibe la palabra con los brazos abiertos, después los cierra para abrazarla.» (pág. 106)

 

La tercera parte se titula Angus, y su personaje va a ser Angus White. Si el lector está atento (aviso de que es posible perderse en el laberinto de nombres e historia que ha perpetrado Faverón) sabrá que Angus es la persona que conversa en la segunda parte con John Sinclair, que ha encontrado el manuscrito donde se narra la historia de Minimosca.

Nos trasladamos ahora a San Francisco y, entre otras cosas, Angus conversará con su amigo Richard Diekenborn sobre un libro que este último ha encontrado, esta vez en un árbol, en el que Esmée Maisse (que es la madre de Mónica Buchenwald) habla de él, pero dice barbaridades y recoge una serie de entrevistas que él (pintor de profesión) nunca ha dado.

En esta parte de la historia harán sus cameos poetas y escritores como como Allen Ginsberg, Martín Adán o Herman Melville.

En el cuarto de baño de Dickenborn aparecerá Arturo Valladares, a quien Mónica busca en Lima. Es normal en esta novela que las personas aparezcan y desaparezcan en los lugares más inverosímiles. En esta novela la realidad tiene grietas y otras realidades paralelas pueden invadirla, y así es posible que puedan convivir dos «yos» de un mismo escritor, por ejemplo.

 

La cuarta parte es Momias y aquí nos trasladaremos a Bolivia, al pueblo de La Higuera, donde se dio muerte a Ernesto Che Guevara. Uno de sus protagonistas principales serán George Bennett que, como ya he apuntado, era una de los protagonistas de Vivir abajo. De hecho, una de las tramas principales de Vivir abajo era localizar a Bennett. Sabremos ahora que, durante muchos años, estuvo viviendo en La Higuera con una mujer argentina llamada Raymunda Walsh, sobrina del escritor Rodolfo Walsh. Bennett, para vengar la obra de su padre –un agente de la CIA que se dedicó a torturar gente y a crear cárceles secretas en Latinoamérica– ha dedicado parte de su tiempo a buscar y a matar a nazis. Uno de ellos era el marido de Raymunda. Los dos conviven con el hijo ciega de Raymunda y el nazi, Mario Ernesto. A La Higuera también se va a vivir un pintor norteamericano, al que se denominará el Pintor Fugitivo, y que el lector acabará sabiendo que se trata de Richard Diekenborn, pero tal vez no el Richard Diekenborn real sino uno falso, sobre el que escribió Esmée Maisse.

 

La quinta parte se titula Utah. Richard Diekenborn se ha trasladado a Utah, porque compró la casa de Uriah Vargas, que es un escultor suicida cuya historia se contaba en la tercera parte. En Utah, Richard se juntará con Angus White y John Sinclair y acabaremos comprendiendo que su historia está, de un modo rocambolesco, unida a la de Mónica Bachenwald.

 

Y aún queda una sexta y una séptima parte, tituladas El museo de la Rue de Babylone y El Sur, donde César Vallejo será uno de sus protagonistas y Angus White se encontrará con Mónica Bachenwald y se cerrarán algunos de los hijos narrativos que estaban quedando pendientes; y así, comprenderemos al final que todas las historias que hemos leído, dentro de esta historia, estaban más hiladas de lo que suponíamos al principio.

 

Cuando, hace unos cinco años, escribí la reseña de Vivir abajo dediqué bastante espacio a comentar las similitudes que encontraba entre la obra de Faverón y la de Roberto Bolaño. La influencia de la obra de Bolaño sigue presente en Minimosca: el gusto por la digresión, por contar argumentos de películas, de relatos, de sueños…, dentro de la historia principal; el gusto por hablar de la literatura como hilo argumental, con la presencia en Minimosca de escritores convertidos en protagonistas de las historias. También se encuentra aquí el gusto de Bolaño por el mal: la presencia de nazis o de discípulos de nazis en Latinoamérica. Pero ahora veo que el estilo y los intereses de Faverón han ido más lejos que en Vivir abajo, que ha dejado ya más atrás la obra del maestro y se ha adentrado en territorios nuevos, en obsesiones ya más personales. De hecho, el interés por «el mal» en Faverón es tan exagerado, con sus asesinos, pedófilos, violadores, torturadores… que no deja de tener un aire paródico. También encontramos en Minimosca la presencia de Jorge Luis Borges, por el gusto por la paradoja y el relato fantástico. Decía Ricardo Piglia que la obra de Borges tenía un único narrador, que era Borges; algo similar podríamos decir del laberinto de historias que nos propone Faverón en Minimosca. Kafka, Bolaño, Borges… además de la presencia –tanto estilística como real– de multitud de escritores. Por ejemplo, y no quería dejar de mencionarlo, el escritor boliviano Jaime Saénz vuelve a aparecer en las páginas de Minimosca, como lo hizo también en las de Vivir abajo.

 

El lenguaje de Minimosca, plagado de referencias literarias y poesía, con frases muy largas, formadas, en realidad y en muchos casos, por más de una frase unida por la conjunción «y», es plástico, original y bello.

Minimosca es una obra muy inteligente, donde, en más de una ocasión, resulta algo complicado acabar de seguir todas las conexiones que Faverón establece entre unas historias y otras, entre unos personajes y otros. Minimosca está escrita con la ambición de las grandes novelas del boom latinoamericano, a cuya estirpe pertenece. Obviamente, no he leído ni una mínima parte del conjunto de la literatura escrita en español en lo que llevamos de siglo, pero, dentro de lo que conozco, o de las referencias que he podido tomar de los más entendidos, considero que Minimosca entra en el olimpo de las grandes obras escritas en español en el siglo XXI, junto con libros como 2666 de Roberto Bolaño o La novela luminosa de Mario Levrero. Si usted no ha leído nada de Faverón, creo que puede ser una experiencia literaria deslumbrante acercarse a Vivir abajo y Minimosca y leerlas seguidas, porque son dos obras (o una sola, tal vez) que van a perdurar.