domingo, 2 de febrero de 2025

Caballos desbocados, por Yukio Mishima


Caballos desbocados
, de Yukio Mishima

Editorial Alianza. 635 páginas. Primera edición de 1969; ésta es de 2023

Traducción de Pablo Mañé Garzón

 

En el verano de 1998 leí Caballos desbocados (1969) de Yukio Mishima (Tokio, 1925 – 1970), tomado en préstamo de la biblioteca de Móstoles y publicado por la editorial Caralt. En ese momento no fui consciente de que esta novela formaba parte de una tetralogía, y lo cierto es que la leí sin tener la sensación de que me faltaba información o que la historia no se cerraba de un modo satisfactorio. Recuerdo que fue una novela que me impresionó mucho, la sentí muy ajena al mundo referencial de libros que solía leer por entonces, lo que me hizo pensar que era una historia «muy japonesa»; ahora mismo creo que debería apuntar que, en realidad, era una historia «muy Mishima».

 

(Aviso: para hablar de Caballos desbocados tendré que destripar el final de Nieve de primavera. En realidad, usted no debería preocuparse, la gran literatura es impermeable a los así llamados «spoilers» y, si algún día decide leer esta tetralogía, lo que yo cuente aquí ya se le habrá olvidado. Siento informarle de que usted no tiene memoria fotográfica.)

 

La acción de Nieve de primavera se situaba entre 1912 y 1914 y Caballos desbocados nos lleva al Japón de 1932. Honda, uno de los protagonistas de la primera novela, al que conocimos allí con dieciocho años, tiene ahora treinta y ocho. Como su padre, se ha convertido en juez, y ahora vive en Osaka. Está casado, pero no tiene hijos. Es un profesional prestigioso, que vive bajo el principio de la razón. También es alguien que piensa que la juventud se quedó ya muy atrás para él; de hecho, considera que su juventud murió con la muerte trágica de Kiyoaki –su amigo y protagonista de Nieve de primavera–, suceso con el que terminó la primera novela de la tetralogía.

 

La acción de Caballos desbocados va a comenzar cuando Honda recibe el inesperado encargo de acudir (en representación de su jefe) a un torneo de kendo (arte marcial japonés donde se combate con palos de bambú) fuera de su ciudad, en Nara. Antes de iniciar el pequeño viaje, Honda decide entrar en la torre de la justicia de Osaka, un alto edificio que no parece tener ninguna función especial. «Era un lugar que solo servía para acumular el polvo de los años.» (pág. 35), la torre solo alberga una escalera que da vueltas sobre sí misma. Honda la sube. Esta es una escena extraña y, teniendo en cuenta los acontecimientos posteriores, significativa. La subida de la escalera por el interior la torre vacía parece simbolizar el transito de Honda desde un mundo racional a otro más dominado por fuerzas inexplicables. Es esta una escena eminentemente kafkiana.

 

En Nara, Honda se va a reencontrar con Iinuma, que fue el preceptor de su amigo Kiyoaki, y uno de los personajes secundarios de Nieve de primavera. Cuando escribí la reseña de este libro no hablé directamente de él, pero pensaba en él cuando apuntaba que Kiyoaki era un personaje con aristas, alguien que desea vivir para los «sentimientos», pero que puede comportarse de un modo cruel con las personas que le rodean, como ocurría con el caso de Iinuma. Éste fue la única persona que trató de destapar el posible escándalo de la familia Matsugae (la familia de Kiyoaki), publicando un artículo en un periódico de extrema derecha. Iinuma regente un centro de entrenamiento de Kendo, vinculado a la extrema derecha, y que ha prosperado mucho desde que el pasado 15 de mayo de 1932 unos oficiales de la Armada intentaran dar un golpe de Estado y mataran a tiros al primer ministro (este es el trasfondo histórico y social de la novela). El alumno más destacado de Iinuma es Isao, su hijo de dieciocho años. Cuando Honda conoce a Isao su vida dará un vuelco: dejará atrás su mundo racional para empezar a pensar que Isao es la reencarnación de Kiyoaki. Al final de Nieve de primavera, un moribundo Kiyoaki le dice a Honda que volverá a verlo «bajo la cascada», algo que ocurre en Nara, donde Honda ve bañarse a Isao. Honda conserva también, de su pasada amistad, el cuaderno en el que Kiyoaki anotaba sus sueños. Honda acabará creyendo que, al menos uno de ellos, se corresponde con una escena que va a vivir con Isao.

 

Si bien Kiyoaki decidió vivir para los «sentimientos», Isao ha decidido que el sentido de su vida será «la pureza». Ya comenté que algunos elementos compositivos de Nieve de primavera podían hacerle pensar a un lector occidental en el conflicto presentado en la novela Orgullo y prejuicio de Jane Austen, porque Nieve de primavera, al fin y al cabo, es una novela de amor desgraciado. Caballos desbocados puede hacernos pensar, por su parte, en Los demonios de Fiódor Dostoievski, porque Isao se va a convertir en el líder de un grupo de jóvenes, con una media de edad de dieciocho años, que pretenden atentar contra algunos de las personas más relevantes del mundo de los negocios o de la política, que para ellos simbolizan la decadencia y la corrupción del Japón en el que viven. Después, morirán ejerciendo sobre sí mismos el ritual del seppuku. Hemos de fijarnos en el hecho de que el Japón de 1932 también sufre las consecuencias del crack de 1929 y muchos japoneses, sobre todo del campo, se han empobrecido mucho. Por otro lado, podríamos considerar también que Caballos desbocados es una novela quijotesca, puesto que Isao y sus amigos parecen actuar en la realidad movidos por la fuerza impulsora que les ha dado un libro, que, para sus designios, en gran medida es una lectura tan ideal como un libro de caballerías. Isao da a leer a los personajes con los que se encuentra (entre ellos a Honda), un pequeño libro titulado La liga del Viento Divino, de Tsunanori Yamao, que sitúa su acción en 1873, y habla de una rebelión –también por la pureza de Japón y en contra de su modernización– al principio de la era Meiji. Los rebeldes, que asaltarán un cuartel, fracasarán y se darán muerte mediante el ritual del seppuku. Esta narración es el capítulo 9 de la novela y ocupa 74 páginas.

 

Caballos desbocados me ha resultado una novela mucho más «japonesa» que Nieve de primavera. O, visto de otro modo, podría decir que Caballos desbocados es una novela en la que Mishima ha puesto mucho más de sí mismo que en Nieve de primavera. En uno de los capítulos de Caballos desbocados, Mishima nos lleva a una fiesta en la que hace comparecer a algunos a algunas de las personas más ricas de Japón, entre las que se encuentran personajes que aparecían en Nieve de primavera, como el duque Matsugae (padre de Kiyoaki), y otros que serán los objetivos de la organización de Isao. Mishima retrata a estos poderosos como personajes superficiales e indiferentes a los sufrimientos de los pobres de Japón, y siempre muestra más simpatía y comprensión cuando habla de Isao y su grupo. Por si alguien lo desconoce, el propio Mishima, a la edad de cuarenta y cinco años trató de dar un golpe de Estado, junto con un grupo de fieles, y al fracasar se suicidó con el ritual del seppuku. Así que, en gran medida, Caballos desbocados, puede leerse como el testamento ideológico de Mishima.

 

Como ya conté, leí Caballos desbocados hace más de veinticinco años y no sentí que hubiera una narración anterior que necesitase para comprenderla, pero ahora, en esta segunda lectura, sí observo que existen muchas conexiones entre Nieve de primavera y Caballos desbocados. Lo contado en la primera novela se vuelve a contar, en forma de resumen, en la segunda, por eso imagino que no hacía falta leer la otra novela para entender esta. También muchos personajes de una novela aparecen en la otra. Así que, en realidad, leer las dos novelas seguidas tiene más sentido que por separado. Igual que al principio de Caballos desbocados se evocada el título de la anterior novela, en un párrafo de la página 296 de Nieve de primavera se hablaba ya del título de la siguiente novela. Es este: «El rompimiento de la ola provocó un crujido, que se convirtió en grito y el grito en susurro. La carga de enormes garañones blancos cedía el paso a otra de garañones más pequeños, hasta que todos los caballos furiosos desaparecían gradualmente, no dejando en la arena de la playa más que las últimas marcas de sus cascos poderosos.»

Ya conté en la reseña de Nieve de primavera, que la traducción de este libro –a cargo de Domingo Manfredi– estaba hecha directamente del japonés, y que la de Caballos desbocados –de Pablo Mañé Garzón– del inglés. Sin embargo, creo que me ha sonado mejor la prosa de la segunda novela que la de la primera. Aunque, sin demasiado deseo de ser puntillo, sí que podría señalar dos errores: se usan en el texto, de forma continua, expresiones como «detrás suyo», en vez de «detrás de él» y, sin ninguna nota aclaratoria, se describe el espacio de las habitaciones contando el número de «alfombras» que tiene, algo que en español queda bastante raro. En otros libros japoneses que he leído, se habla de los «tatamis» que caben en una habitación, lo que resulta una unidad de medida en la cultura japonesa.

 

Por ahora me ha gustado bastante más Caballos desbocados que Nieve de primavera. Ya he empezado la tercera parte de la tetralogía, El templo del Alba.

domingo, 26 de enero de 2025

Nieve de primavera, de Yukio Mishima (El mar de la fertilidad I)


Nieve de primavera
, de Yukio Mishima

Editorial Alianza. 505 páginas. Primera edición de 1968; ésta es de 2021

Traducción de Domingo Manfredi

 

A finales de los años 90, leí dos libros de Yukio Mishima (Tokio, 1925 – 1970), tomados en préstamos de la biblioteca pública de Móstoles, Caballos desbocados (1969) y Después del banquete (1960). La primera de ellas me impresionó mucho y la segunda me gustó mucho menos que la anterior, y no leí nada más de Mishima. Hace unos tres años se volvió a despertar en mí el interés por la literatura japonesa, tras leer algún libro de Kenzaburo Oé, y aquí volvió la idea de regresar a Mishima. Cuando leí, en el siglo pasado, Caballos desbocados, me acerqué a ella y la disfruté como si fuera una novela autónoma y no parte de un conjunto. Por eso me llamó a atención descubrir que, al final de su vida, Mishima escribió una tetralogía llamada El mar de la fertilidad, y que Caballos desbocados era la segunda novela de la serie. Hace dos años, tras mis fiebres japonesas, Almudena –mi mujer– me regaló Nieve de primavera, primera novela de esta serie y, para lanzarme a leerla, antes contacté con el departamento de prensa de la editorial Alianza para ver si les parecía bien enviarme los otros tres libros y así poder leerlos y hacer reseñas de todos. A Alianza le pareció bien y me reservé el verano de 2024 para acercarme a esta extensa obra de la literatura japonesa del siglo XX.

 

La acción de Nieve de primavera comienza en 1912, siete años después de que terminara la guerra ruso-japonesa (1904-1905), momento en el que los dos protagonistas principales del libro tenían once años. En el presente narrativo tienen dieciocho y los dos son estudiantes de secundaria que preparan su acceso a la universidad. Por lo que se desprende del texto, en esa época, se empezaba la universidad en Japón con veinte años. Kiyoaki Matsugae es el protagonista principal de la novela, su padre es marqués, y pertenece, por tanto, a la alta nobleza japonesa. Su amigo del colegio Shigekuni Honda, no tiene título nobiliario, pero es hijo de un juez y su vida (sin los lujos de la de Kiyoaki) también es bastante acomodada. La familia Matsugae proviene de una estirpe de samurais y, en última instancia, a pesar de su buena posición social proceden del campesinado. Para tratar de volver a su hijo Kiyoaki más refinado, el marqués lo envió a educarse a la casa del conde Ayakura, cuyo linaje es más antiguo que el suyo, a pesar de que económicamente los Ayakura se encuentran en decadencia. La hija del conde Ayakura es Satoko, dos años mayor que Kiyoaki. Este es un joven apuesto y está convencido de que Satoko está enamorada de él. Empieza a ser un problema para una joven de la nobleza como Satoko seguir soltera a los veinte años, pues la sociedad de la época espera que a esa edad está ya comprometida o casada.

 

Nieve de primavera es principalmente una historia de amor, cuyos protagonistas son Kiyoaki y Satoko. En ella, Honda hará de testigo. Como es de prever, no va a ser una historia de amor fácil; aunque, en principio, podría haberlo sido, serán «el orgullo y también los prejuicios» de los protagonistas los que lo impidan. Cuando en el colegio en el que trabajo comenté, a finales de curso, que iba a leer en verano esta tetralogía de Mishima, uno de mis compañeros, profesor de Filosofía y amante de la cultura japonesa, pero que desconocía la figura de Mishima, se animó y compró Nieve de Primavera. Lo empezó a leer antes que yo, y me hizo esta reflexión: le recordaba a Orgullo y prejuicio de Jane Austen. Aunque el desarrollo, y las intenciones narrativas, de Nieve de primavera acaban siendo diferentes a las de la novela de Austen, es cierto que uno de los núcleos narrativos que mueven la trama se debe al «complejo» (o «prejuicio») de Kiyoaki de ser dos años menor que Satoko, y pensar que ésta le ve como a un niño inexperto. El «orgullo» de Kiyoaki hará que el amor entre los dos se complique hasta tal punto que pueda ser un peligro para el futuro de la familia imperial de Japón y la reputación de sus dos respectivas familias. La clandestinidad que habrá de tomar el amor de Kiyoaki por Satoko, parece que satisface al joven más que el camino sencillo al que podía haber optado, ya que «Lo único que le parecía válido era vivir para las emociones, morir solo para resucitar, mermando o subiendo sin dirección ni propósito.» (pág. 26)

 

Cuando leí la novela Kokoro de Natsume Soseki, editada por Satori, el traductor y experto en cultura japonesa Carlos Rubio decía en el prólogo del libro que en Japón no hay novela del siglo XIX como tal, sino que durante la era Meiji (1868 – 1912) al poder viajar algunos japoneses a Occidente, ahí se empaparán de la novelística europea y el modelo será trasladado a Japón. De este modo, al leer a los grandes escritores japoneses del siglo XX es palpable la cercanía en las formas a las que el lector occidental puede estar acostumbrado. De esta forma, no es nada extraño pensar que Orgullo y prejuicio de Jane Austen pueda ser una influencia para Nieve de primavera. Además una de las escenas fundamentales de la novela, una escena de amor entre Kiyoaki y Satoko tendrá lugar en un rickshaw, un vehículo cuyo equivalente en Occidente sería un carruaje. Una de las escenas amorosas centrales de Madam Bovary de Gustave Flaubert también ocurre en un carruaje. Imagino que Mishima conocía esta obra y la escena de su novela es un homenaje a la de Flaubert.

 

Es importante recalcar que la novela comienza en octubre de 1912. Se considera que la era Meiji finalizó el 30 de julio de 1912, cuando muere el emperador Meiji. No es una casualidad que Mishima elija, para comenzar su tetralogía, justo el momento en el que la era Meiji ha finalizado. El periodo de 45 años (3 de octubre de 1868 - 30 de julio de 1912) que duró el reinado del emperador Meiji se considera una época de occidentalización del Japón clásico, donde Japón toma el modelo de Estado de la Prusia de Guillermo I.

Políticamente Mishima es alguien que se mostró contrario a la perdida de las tradiciones japoneses y al proceso de occidentalización del país. Una lectura atenta de Nieve de Primavera nos muestra algunos momentos en los que se ve este proceso. Por ejemplo, en la página 53 leemos: «Desde su más temprana edad, Kiyoaki había tenido que soportar las lecciones de su padre sobre los modales occidentales en la mesa. Su madre nunca se había acostumbrado al estilo occidental, y su padre aún se comportaba con la ostentación de un hombre ávido por parecer extranjero, por lo que era el único que comía con naturalidad y desahogo.»

 

Unos interesantes personajes secundarios del libro serán los llamados «príncipes de Siam», Kridsada y Chao P., que vienen de su país para estudiar en el colegio de Kiyoaki y Honda, y que se harán amigos de estos últimos, con los que se comunicarán normalmente en inglés. Los príncipes de Siam no están acostumbrados al frío y este contraste será repetido en el libro, ya que el frío y sobre todo la nieve serán fuente de belleza en la composición de las imágenes, pero también de presagios funestos sobre el futuro de los dos jóvenes amantes. En las primeras páginas de Caballos desbocados encontramos la siguiente metáfora: «He ahí una cara –pensó Honda– que nada conoce de la vida; un rostro parecido al de la nieve recién caída que ignora lo que le espera.» (pág. 49), donde Mishima está conversado con su anterior obra.

 

Estuve buscando información sobre la tetralogía El mar de la fertilidad en internet y he descubierto que las versiones que existen en español de los libros Caballos desbocados, El templo del alba y La corrupción de un ángel están traducidas de las versiones inglesas y no del japonés. Sin embargo, Nieve de primavera sí que está traducida del japonés directamente por Domingo Manfredi. De hecho, es la primera novela de Mishima que se tradujo al español directamente del japonés. El trabajo es correcto, aunque he tenido la sensación de que alguna frase estaba organizada de un modo un tanto retorcido. Como curiosidad, puedo apuntar que ya he empezado a leer Caballos desbocados, con la traducción del inglés de Pablo Mañé y me suena mejor que Nieve de primavera, sin querer decir con esto que Nieve de primavera suene mal. De hecho, las imágenes que crea Mishima en esta novela, sobre todo con elementos de la naturaleza, son muy bellas, y las reflexiones que hace sobre la realidad de los personajes son profundas; personajes llenos de aristas, capaces de realizar actos hermosos, pero también crueles. Creo que está muy bien captada la intensidad de la juventud. Nieve de primavera me ha parecido una gran novela y ya estoy disfrutando de mi relectura de Caballos desbocados.

 

domingo, 19 de enero de 2025

Imposible decir adiós, por Han Kang


Imposible decir adiós
, de Han Kang

Editorial Random House. 252 páginas; primera edición de 2021, ésta es de 2024.

Traducción de Sunme Yoon

 

Cuando el pasado 10 de octubre se falló el Premio Nobel de Literatura 2024, que recayó sobre Han Kang (Gwangju, Corea del Sur, 1970), leí dos novelas suyas: La vegetariana (2007) y La clase de griego (2011). En ese momento eran las dos únicas obras suyas disponibles en español. La editorial Random House anunció que, para principios de diciembre, publicaría otras dos novelas suyas: Actos humanos (2014), que ha había aparecido en España en la editorial Rata, pero que, ahora mismo, estaba descatalogada, e Imposible decir adiós (2021), la última novela de Han Kang que se estaba traduciendo al español ­­–por Sunme Yoon, la traductora de todas sus obras– y que, en principio, estaba planificada para que apareciera en 2025, pero la concesión del Premio Nobel aceleró el proceso. Le solicité a Random House el envío de las dos novelas para poder leerlas y comentarlas, y decidí empezar por la última.

 

Imposible decir adiós está narrado por Gyeongha, una mujer que en 2014 publicó un libro sobre la masacre de Gwangju y que ha tenido pesadillas sobre los hechos investigados para su libro, durante los cuatro años siguientes. Al leer esta información, que aparece en la segunda página del libro, he pensado, de forma inmediata, que Imposible decir adiós era una novela de autoficción, puesto que, precisamente Actos humanos, publicada por Han Kang en 2014, habla de la masacre de Gwangju. Sin embargo, Gyeongha no acaba de dar muchos datos sobre su propia vida, y esta coincidencia entre personaje y escritora diría que acaba resultando poco relevante.

«Caía una nieve rala.» es la primera frase del libro y no parece casual, puesto que la nieve va a tener una importancia simbólica muy significativa en la composición de la historia. Además, la narración comienza con una descripción extraña, que el lector acabará sabiendo que se trata de un sueño de la protagonista. Esta elección de la descripción de un sueño tampoco es casual, porque un aire onírico e irreal irá cubriendo las páginas de una novela que, paradójicamente, nos va a hablar de horrores muy reales del siglo XX.

Gyeongha sueña con troncos negros plantados en la ladera de una colina. «Gruesos como durmientes de ferrocarril, todos tenían alturas distintas, como personas de diferentes edades. Sin embargo, no eran rectos como durmientes, sino ligeramente ladeados y curvos, como miles de hombres, mujeres y niños escuálidos andando cabizbajos bajo la nieve.» (pág. 12). Tuve que buscar el Google el significado de «durmientes de ferrocarril»; en España usamos la expresión «traviesas de ferrocarril» y «durmientes» se usa en Latinoamérica. Sunme Yoon, la traductora de todos los libros disponibles de Han Kang al español, es de origen coreano, pero se crio en Argentina; así que es normal que use términos como este.

El mar acabará anegando la ladera con los troncos negros, que la narradora piensa que es un sueño que evoca a las personas muertas, cuyas vidas estudió para su libro. Pero, quizás, apunta un poco más tarde, esa marea que se lleva los huesos de los muertos puede hablarle de un vaticinio personal.

En el pasado, Gyeongha le robaba horas al sueño para escribir y atender a su familia. «Mi mayor anhelo entonces era disponer algún día de todo el tiempo del mundo para la escritura; sin embargo, ahora que por fin lo tenía, el deseo se había esfumado.» (pág. 14). El lector no acabará de saber qué ha pasado con la familia de Gyeongha, pero he sentido, en esta ocasión, al personaje relacionado con la protagonista femenina de La clase de griego, que se había separado de su marido y había perdido la custodia de su hijo. Igual que la protagonista de La clase de griego (y también de la de La vegetariana), Gyeongha sufre trastornos alimenticios. «Me alimentaba a base de arroz, Kimchi blanco y agua que pedía por internet, pero terminaba vomitándolo todo cada vez que me asaltaban las migrañas y los espasmos estomacales.» (pág. 14). Como la protagonista de La clase de griego, Gyeonghae, en 2012, mientras escribía su libro, era profesora. En algún momento pensó que cuando publicase su libro se acabarían sus pesadillas, para, más tarde, darse cuenta de que cuando escribes sobre masacres las pesadillas siguen viajando contigo.

Gyeonghae está sola y al comienzo de la novela atravesaremos con ella un caluroso verano, que casi acaba con su cuerpo; ya que vive en un apartamento a las afueras de Seúl con el aire acondicionado roto y en el que casi no puede dormir por las altas temperaturas; sus problemas estomacales y de dolores de cabeza no contribuyen a que mejore su estado de ánimo. Durante estos primeros meses que recoge la narración, lo único que motiva a la protagonista a seguir viva es la idea de poder redactar su testamento, para el que no encuentra a un destinatario posible.

Gyeonghae saldrá de esta situación cuando reciba una llamada al móvil de Inseon, que es su amiga desde hace veinte años, desde el año en que se graduó de la facultad y tenía que hacer reportajes para la revista en la que empezó a trabajar. Inseon trabajaba de fotógrafa y empezaron a viajar juntas. En los últimos años, se han distanciado algo porque Inseon, que había iniciado una carrera artística realizando documentales, se había ido a vivir a su tierra natal, en la isla de Jeju, al sur de Corea, cerca de Japón. Allí tenía que cuidar a su madre anciana (ella siempre había dicho que su madre había sido una abuela para ella, porque había sido hija única y la tuvo ya pasados los cuarenta años). Su padre había muerto cuando ella tenía nueve años. Una vez que su madre muere, Inseon no vuelve a Seúl y se queda en la casa familiar dedicándose a la carpintería y olvidando, en apariencia, su carrera como documentalista. Inseon ha llamado a Gyeonghae desde un hospital de Seúl. Ha sufrido un accidente en su taller de carpintería y los médicos deben reconstruirle dos dedos de una mano. Inseon le va a pedir a su amiga un favor en principio extraño: que de forma inmediata se dirija al aeropuerto y viaje a la isla de Jeju para alimentar a su pequeña cacatúa, a la que tuvo que dejar sola precipitadamente cuando unos vecinos la encontraron desmayada y la llevaron al hospital. Gyeonghae acepta y llega a Jeju en el último avión, antes de que cierren los aeropuertos debido a una tremenda tormenta de nieve. También Gyeonghae podrá tomar el último autobús que en el aeropuerto de Jeju le podrá conducir hasta la aldea en la que se encuentra la aislada casa de su amiga. El lector sentirá que la odisea que está viviendo Gyeonghae por salvar a un pájaro es excesiva, pero en realidad no se trata aquí simplemente de un pájaro, sino de un símbolo de confianza y amistad. Y el contraste va a ser mucho mayor cuando el lector se enfrente a los descubrimientos que va a hacer Gyeonghae en su casa sobre el pasado de su familia, de la isla de Jeju o de toda Corea. Sabremos que en 1948, cuando Corea se dividió en dos países, algunos jóvenes de extrema derecha, originarios de Corea del Norte, entraron en Jeju (en Corea del Sur) para tratar de acabar con un pequeño grupo de insurrectos de izquierdas, escondidos en las montañas. Acabarían matando a 30.000 civiles. En 1949 las autoridades de Corea del Sur van a asesinar a 200.000 simpatizantes de la izquierda en el resto del país. Como he apuntado antes, el contraste entre la idea de salvar a un pájaro y asumir la historia ominosa del siglo XX acaba siendo un acierto de la novela. «El gobierno militar estadounidense ordenó poner fin al comunismo a toda costa, masacrando de ser preciso a los trescientos mil habitantes que componían por aquel entonces la población de Jeju.» (pág. 246)

«Ya no me sorprendía nada de lo que un ser humano podía hacerle a otro ser humano… Algo se desgarró en lo más hondo de mi corazón.», nos dirá Inseón en la página 246, a quien Han Kang también cederá la palabra, sobre todo en el último tramo del libro.

Como ocurría en La clase de griego, en algunos momentos Han Kang decide usar en esta nueva novela la poesía para expresar algunos sentimientos.

Imposible decir adiós es una narración eminentemente femenina; ya que además de la relación entre las dos amigas, también se va a ocupar de la relación de una de ellas con su madre.

 

Durante su primera parte, la novela, dentro de su dramatismo, su idea existencialista del aislamiento vital de las personas, y dentro del uso de descripciones de sueños, se mueve en los parámetros del realismo, para, en su segunda mitad, romper con esto y adentrarse en el terreno de lo onírico y, quizás, de lo fantástico. Es cierto que, al principio, este cambio me desconcertó un tanto y seguí leyendo, esperando que Han Kang continuara con su historia, dando una explicación racional a su cambio de registro. Quizás para hablar del hiperrealismo de las muertes en Jeju, centrándose en lo ocurrido a la familia de Inseon, Kang necesitaba este nuevo registro, que le permitía doblar con más fuerza las esquinas de la realidad. Es cierto, que aunque la narración se escapa a un explicación meramente racional, la fuerza de su poesía y de su denuncia se impone con potencia literaria y la autora sale bien parada de su libro, habiendo creado una obra de denuncia de gran fuerza y poderoso aliento artístico.

 

domingo, 5 de enero de 2025