Bajos fondos, de Can Xue
Editorial Aristas Martínez. 122 páginas. 1ª edición de 2016; esta es de 2025
Traducción
de Tyra Díez
En 2024, las casas de apuestas señalaban el nombre de Can Xue (Hunan, China, 1953) como la más probable ganadora del premio Nobel de Literatura de ese año.
Sentí curiosidad y le solicité a la editorial
Aristas Martínez las dos antologías de relatos que ha publicado de ella: Hojas
rojas (2022) y Al otro lado (2024). Al final, el
premio Nobel lo ganó la surcoreana Han
Kang, y así tuve la oportunidad de leer a ambas autoras asiáticas.
Los cuentos de Can Xue eran surrealistas, inquietantes y muchos de ellos
parecían emular la falta de coherencia y angustia propia de los sueños, o más
bien de las pesadillas. En ellos, las personas se perdían en lugares a los que
no sabían cómo habían llegado, y aparecía o desaparecía gente de su lado casi
sin continuidad. Más de uno de esos cuentos estaban protagonizados por animales
o plantas: un sauce, unos animalillos indefinidos que habitaban bajo la tierra
del desierto, una urraca y una chicharra. Cuando vi que Aristas Martínez
publicaba un nuevo libro de Can Xue –en este caso una novela corta–, que estaba
protagonizada por una rata, sentí curiosidad, porque esos cuentos
protagonizados por plantas o animales que cito fueron de los que más me
gustaron de esas antologías. Así que cuando me llegó la publicidad del libro al
mail, se lo solicité al encargado de prensa de la editorial para poder
reseñarlo y, muy amablemente, me lo envió, y aquí estamos.
Aunque la contraportada habla de que el libro está protagonizado por «Wei
Qi, una carismática rata», el lector no acabará de tener la certeza de que la
narradora de esta historia sea realmente una rata, un animal de otra especie o
una clase indefinida de ser fantástico, que las personas suelen confundir con
una rata. Cuando los humanos se dirigen a ella, normalmente la denominan «rata»,
un nombre con el que ella no parece sentirse muy de acuerdo. En la página 20
leemos: «El enano entonces me llamó “rata”. No me hacía ninguna gracia ese
nombre. Qué iba a ser yo una rata, si era mucho más grande.»
Tampoco ella se identifica con el nombre de «Wei Qi», que es como la
acabarán llamando dos hermanos con los que se encuentra.
Sabremos que la narradora siente que su hogar es un barrio de chabolas,
asentado en los suburbios de una gran ciudad. En el segundo capítulo visitará
algunos edificios de oficinas, pero no le gustarán y decidirá volver al
suburbio, a los «bajos fondos» que se evocan en el título. Normalmente entraba
en las chabolas y se resguardaba del frío junto a la hornilla de la cocina. Allí
era tolerada y lo habitual era que los habitantes de la casa la alimentaran con
las sobras de su comida, como si se tratase de una mascota o una presencia
benéfica. «Los arrabales son mi hogar, nací aquí, crecí aquí, por las noches me
cuelo en cualquier chabola con lumbre, por el día merodeo husmeando su
intimidad. Conozco muchos de sus secretos, pero no capto sus enigmas. A simple
vista son incógnitas horribles a la par que hermosas, ¿será por eso que no
puedo evitar seguir fisgando?», leeremos en la página 30 y este párrafo será el
final de la primera parte de cinco.
En la segunda parte, la narradora ha pasado a vivir en un túnel, y se
cruzará con otros animales que habitan allí cavando. Esto me ha recordado al
cuento Movimiento vertical de Hojas
rojas, donde unos animalillos vivían bajo un desierto cavando túneles. Ya
dije entonces que ese cuento me parecía que estaba escrito bajo la influencia
del Franz Kakfa de El
refugio, y aquí se repite esa sensación.
Bajos fondos está recorrido por una
sensación de amenaza y violencia constantes. En todo momento, los humanos con
los que nuestra rata se irá cruzando pueden golpearla, atarla, quemarla, tratar
de envenenarla al ofrecerle comida… Aunque también, en otras ocasiones, pueden
ser compasivos con ella y permitirle entrar en sus casas para que se proteja
del frío, darle comida o liberarla si está atrapada. Si tratamos de buscar
significados a la literatura de Can Xue, todas estas sensaciones que transmite
el libro, sobre no saber a qué debe atenerse el personaje frente a los humanos
con los que se cruza, pueden hablarnos de un mundo sin un sentido definido, en
el que el individuo, en constante lucha por sobrevivir, se ve abocado a no
entender al otro, a la falta de concatenación entre sus acciones y el resultado
de estas. Aunque, a veces, se puede conseguir ayuda del próximo, parece decirme
Can Xue que el individuo está condenado a pulular en soledad por un mundo
incomprensible y agresivo.
Más de una vez la narradora evocará el valle donde vivieron sus ancestros.
Quizás aquí, Can Xue nos quiera mostrar la dualidad de los ciudadanos chinos
modernos, expulsados de su pasado en el campo para vivir, muchos de ellos, en
los arrabales de las grandes ciudades y ser mano de obra barata de fábricas
deshumanizadas. Este mundo es en el que trata de sobrevivir nuestra rata.
Como ocurría en los relatos, el lenguaje de Can Xue es evocador, poético y
misterioso. Me ha llamado la atención que, en este libro, la traductora Tyra Díez (que también tradujo Al otro lado), a veces toma un registro
coloquial del lenguaje. Así en la página 62 leemos «el niño, que se llamaba
Xiao Mu, la lio parda», en la página 63: «Xiao Mu muchas veces afanaba cosas de
la casa», o en la página 81: «¡aquel sigiloso gato negro se estaba papeando al
escorpión rojo!». Imagino que no debe ser fácil traducir del chino y tener que
tomar estas decisiones de traslación lingüística a otro idioma.
La crítica internacional ha relacionado la escritura de Can Xue con algunos
maestros occidentales como Kafka, Borges y Calvino, para acabar concluyendo que
Xue acaba teniendo un toque personal. Es cierto que, desde la primera página,
he reconocido en Bajos fondos a la
autora que conocía por las dos antologías de relatos mencionados, y esto acaba
teniendo sus pros y sus contras. La propuesta –con fuerte tendencia
experimental– de Can Xue es imaginativa, onírica, rica en matices y formas,
pero también creo que este tipo de narración se sostienen mejor en un relato de
veinte páginas, que en una novela corta de ciento veinte. Es decir, en los
cuentos de Hojas rojas o Al otro lado, aunque estaban
estilísticamente emparentados, cada quince o veinte páginas, la historia
contada se cortaba, de forma más acabada o más abrupta, algo –esto último– que
no tenía demasiada importancia, al fin y al cabo, en una narración que, en gran
medida, prescindía de la lógica natural de causa-efecto de un relato
convencional. Pero quizás esto mismo es más difícil de sostener durante toda
una novela, donde se van a suceder escenas oníricas, surrealistas o absurdas
sin orden de continuidad. Es cierto, que, como ocurría en los cuentos, Bajos fondos está cargado de símbolos
sobre la alienación moderna, la pobreza, la crueldad, la violencia o el
sinsentido existencialista, pero también es cierto que el estilo de escritura
de Can Xue no permite desarrollar demasiado bien a los personajes secundarios
de la historia, porque la rata-narradora siempre siente incomprensión hacia sus
acciones y el modo en que interactúan con ella. En este sentido, sin desdeñar
el extraño valor artístico de Bajos
fondos, considero que me ha resultado más gratificante –aunque las
propuestas sean, en realidad, similares– leer los cuentos que la novela. Si
alguien no conoce nada de la obra de Can Xue, de las tres obras que yo he
leído, publicadas por Aristas Martínez (tiene tres novelas más en Hermida Editores, de las que creo que
destaca La frontera), creo que le recomendaría empezar por Hojas rojas.
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