domingo, 27 de enero de 2019

Las discípulas, por Mateo de Paz


Editorial Sitara. 446 páginas. 1ª edición de 2018.

Conocí a Mateo de Paz (Santurce, 1975) en la presentación de un libro –si no recuerdo mal– de Juan Gracia Armendáriz, y desde entonces hemos coincidido en otros eventos similares. También me invitó a participar en un especial de la revista Quimera sobre Mario Levrero que él coordinó. En una ocasión le dejé mi libro de relatos Koundara y él, algo después de un año, me ha enviado su primera novela, Las discípulas. Y me gustó pasarme por la librería Lé de Castellana para la presentación de esta novela y compartir ese momento tan especial con Mateo.

El narrador principal de Las discípulas es Marcelo, originario de Bilbao, que llegó a Madrid con la intención de estudiar Filología Hispánica, y con la de distanciarse de su familia y su entorno de amigos. En el momento en que comienza el relato, Marcelo trabaja por las mañanas de profesor de lengua y literatura en un instituto y por las tardes como profesor de escritura creativa en un lugar llamado Hostal Bukowski. Hasta aquí parece que existe más de un paralelismo entre Mateo de Paz y su personaje Marcelo, un paralelismo metaficcional que se romperá pronto.

La trama comienza cuando Hugo J. Platz, un profesor de matemáticas que fue su compañero en un instituto de Leganés, le propone corregir y terminar una novela que dejó inconclusa su padre Jacob Platz, una novela acompañada por las notas del propio Hugo. «Llevaba mucho tiempo sin escribir, pero cuando la necesidad de la escritura nos arranca palabras sinceras, decía Lucrecio, cae la máscara y aparece el hombre» (pág. 14): con esta predisposición se deja llevar Marcelo por el embrujo de la novela de Jacob.
Pronto comienza un juego de narradores interpuestos, ya que al lector se le muestran las páginas que Marcelo lee en la novela de Jacob. En ellas se nos presentará a Estefanía Santiago, una joven que trabaja como agente secreto en el Ministerio de Defensa, que se ha convertido en la amante de Jacob Platz (su jefe) y que ha recibido la misión de infiltrarse en un comando de ETA.
El tema terrorista será uno de los ejes vertebradores de Las discípulas. No sólo se hablará aquí de ETA, sino también del terrorismo islámico, o de un nuevo grupo terrorista –llamado Φ– cuyo objetivo es atentar contra los establecimientos de comida basura, y que acabará teniendo una función paródica sobre la organización de un grupo terrorista. Este planteamiento de un mundo amenazado por un terrorismo sin foco, un mundo plagado de espías y contraespías, me ha recordado a la fantasía posmoderna de Don Delillo en libros como Fascinación. Aunque el día de la presentación de Las discípulas le pregunté a Mateo de Paz por esta posible filiación de su escritura, él no pareció reconocerse en ella. Sí que habló, sin embargo, de su admiración hacia dos escritores que han ejercido una importante influencia en su libro: el Juan Carlos Onetti de La vida breve y el Miguel de Cervantes de El Quijote. A Onetti le podemos encontrar en el tono oscuro y a veces desesperado de Las discípulas, y a Cervantes en el recurso narrativo de mostrar otras novelas más breves dentro de la novela principal. Por ejemplo, en un momento de la narración, Marcelo es invitado a la casa de Hugo y su mujer empieza a contarle una historia que transcurre en Argentina. Esta historia de Argentina, en la que de nuevo se juega también al cambio de narrador, acaba resultando también un tanto paródica, puesto que De Paz ha decidido usar un vocabulario que me ha resultado «más argentino» que el que habitualmente encuentro en mis fecundas lecturas de autores argentinos. De este modo, surge ante el lector de Las discípulas una Argentina cuyo modelo es la propia narrativa argentina, más que su realidad.

Diría que el tema principal de Las discípulas es el de la identidad. En la novela de Jacob Platz, ese mundo de terroristas y agentes infiltrados, es frecuente que sus personajes vayan cambiando de nombres y de vida, perdiendo el lector –en parte– la pista sobre su verdadera identidad, que queda diluida en el magma de una narración de sombras y huidas.
También en la realidad de Las discípulas pueden converger distintos planos de las historias propuestas. Es decir, Marcelo pronto empezará a obsesionarse con la idea de que los hechos que Jacob cuenta en su novela son reales, y tratará de perseguir a las personas del mundo real que cree haber reconocido a través de las páginas de la novela que lee y corrige, lo que le ocasionará más de un conflicto. El más grave de ellos será que su mujer Paula (con la que el narrador tiene un hijo) le abandonará, y el personaje empezará a vivir en un mundo vacío y sórdido de pensiones (aquí entra, en gran medida, el componente onettiano del libro). Los planos de la novela llegarán a confluir de tal modo que, en su tramo final, acabé pensando en el Miguel de Unamuno de Niebla.
Marcelo es un lector de Philip K. Dick, y gran parte de sus problemas empiezan el día que sale de casa para buscar su novela Tiempo desarticulado; un título que no deja de ser un guiño a la estructura compositiva de Las discípulas.

Otro tema del que se habla es el del azar. «El azar es el pulmón de nuestro siglo», leemos en la página 155. Esta premisa será replicada en la página 172: «El caos era el pulmón de nuestro siglo», Aquí, la propuesta de De Paz me ha recordado a las novelas del primer Paul Auster.

El lenguaje de la novela es rico y repleto de frases elegantes, largas y matizadas. Hasta ahora, De Paz había publicado algún relato o microrrelato en libros colectivos y casi cuesta creer que Las discípulas sea su primer libro publicado. Me queda claro que De Paz lleva escribiendo y reflexionando sobre la escritura desde hace mucho tiempo. Quizá, puestos a sacarle algún «pero» a esta estimulante primera novela, podría decir que, en algún momento, me he visto abrumado por la superposición de historias y los posibles cambios de identidad de los personajes. Sé que en principio la novela contenía, en sus versiones más primitivas, un número bastante mayor de páginas que el definitivo (que tampoco es pequeño, puesto que son 446), y en su versión final algún tema narrativo ha quedado un tanto desdibujado, y es posible que tuviera más posibilidades narrativas. Sin embargo, creo que conviene destacar la gran ambición literaria que se observa en Las discípulas, la mezcla de tantos planos, enfoques, juegos y texturas narrativas en sus páginas. En cierto modo, es como si De Paz hubiera querido publicar sus tres primeras novelas en un solo volumen; un esfuerzo potente y salvaje, que ha dado lugar a algunas páginas muy bellas y misteriosas.

Las discípulas también me ha llevado a conocer a la nueva editorial Sitara –dirigida por Antonio Lafarga y María Agra– que, con poco más de un año de andadura, publica unos libros muy bien editados. Le deseo una larga trayectoria.

domingo, 20 de enero de 2019

La Regenta, por Leopoldo Alas Clarín


La Regenta, de Leopoldo Alas Clarín.

Editorial Alianza. 947 páginas. Primera edición de 1884-1885; esta de 2006.
Prólogo de Ricardo Gullón.

La Regenta de Leopoldo Alas (Zamora, 1852-Oviedo, 1901) era uno de los clásicos más importantes de la literatura española que no había leído. Llevo años diciéndome lo mismo: «deja de leer tantas novedades literarias y ponte con los clásicos que te faltan, que el tiempo es finito». Este pasado verano, pensaba leer Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós o La Regenta de Leopoldo Alas. Tras una conversación con uno de los profesores de Lengua y Literatura del colegio donde trabajo, me acabé decidiendo por La Regenta. Por ahora, Fortunata y Jacinta tendrá que esperar.

Quise comprar la edición anotada y con tapa dura que ha publicado la RAE hace unos años. Pregunté por el libro en muchas librerías de Madrid y no lo tenían en ninguna. Me dijeron que estaba agotado. Miré en Iberlibro y nada. En las bibliotecas de Madrid tampoco lo encontré. Al final saqué de la biblioteca Eugenio Trías una edición de bolsillo de Alianza y he leído la novela sin notas. Me dejé para el final el prólogo de Ricardo Gullón.

Como me ha ocurrido en otras ocasiones al acercarme a las grandes novelas del siglo XIX, en el primer capítulo de La Regenta sufrí un choque estético. Las primeras páginas del libro empiezan describiendo la ciudad de Vetusta, que será el escenario en el que se desarrolle la novela, y en cuanto aparecen algunos personajes, el narrador omnisciente le comunica al lector lo que debe pensar sobre el personaje que presenta antes de que éste realice ninguna acción. De este modo, en cuanto aparece en escena Fermín de Pas, el Magistral de Vetusta, el narrador informa: «Vetusta era su pasión y su presa. (…) Lo que sentía en presencia de la heroica ciudad era gula. (…) Y bastante resignación era contentarse, por ahora, con Vetusta».
De inmediato pensé en Rojo y negro de Stendhal, publicada en 1830, y que empieza describiendo a la ciudad de Verrièrres, y más tarde, el narrador empieza también a explicarle al lector lo que tiene que pensar sobre los personajes. También es cierto que el narrador de Rojo y negro intervenía más en la narración que el de La Regenta.
Cuando finalicé La Regenta y leí el prólogo de Gullón, vi corroborado un pensamiento que ya había tenido al leer el libro: a menudo la vinculación que se hace de La Regenta con Madame Bovary (1857) de Gustave Flaubert eclipsa la relación que también tiene con Rojo y negro de Stendhal. El comienzo entre los dos libros es similar, con esa descripción de una ciudad; en Rojo y negro se habla de la seducción de Sorel a la señora de Renâl, en cuya casa trabaja como preceptor. Esta línea argumental de la seducción, y el adulterio, también estará presente en La Regenta (1884), igual que en Madame Bovary (1857) y en Anna Karénina (1875-1877) de León Tolstói.

Como se ha señalado muchas veces, la línea argumental más importante de La Regenta no es nueva; cualquier lector español del siglo XIX que tuviera cierta cultura literaria podía percatarse de ello. Yo he leído Madame Bovary y Anna Karénina hace ya demasiados años como para poder establecer una comparativa realista; en cierto modo, creo que La Regenta, al menos en su comienzo, me hizo pensar en Rojo y negro porque mi lectura de este libro era más reciente (tan sólo tres años, frente a los veinte de Madame Bovary). Digamos también que esta primera línea argumental, pese a hacer que la trama avance hacia un lógico final, posiblemente no es lo más importante del libro. La Regenta no es una novela de trama, sino de descripción de ambientes y personalidades.

No sé si es necesario hacer un resumen argumental de un libro tan conocido, pero ahí va: Ana Ozores es una huérfana, de una buena familia venida a menos, que se acaba casando con un hombre bastante mayor que ella, de profesión regente. Cuando empieza la novela Ana tiene veintisiete años y Víctor Quintanar, su marido, ha superado ya los cincuenta y vive retirado de su trabajo (lo que no impide que a Ana se la siga llamando en Vetusta «la Regenta»). Desde hace al menos tres años, Ana y Víctor viven en habitaciones separadas y no tienen relaciones maritales. Víctor se dedica a cuidar pájaros, a inventar cacharros y a salir a cazar con su amigo Frígilis. Ana ve en la figura de Víctor más a un padre que a un marido. Casi negándoselo a sí misma, en ocasiones Ana piensa en don Álvaro Mesía, el presidente del Casino y del partido liberal monárquico de Vetusta. Cuando comienza la novela, Mesía tiene cuarenta y tantos años. Mesía es un ególatra, un enamorado de sí mismo al que el narrador se refiere en muchas ocasiones como el don Juan de Vetusta.
El hecho que da inicio a los acontecimientos que moverán la trama es que Ana ha decidido cambiar de confesor. El día elegido para que que comience el libro será aquel en que el Magistral Fermín de Pas pase a confesar a la Regenta. Fermín tiene treinta y cinco años y una personalidad «altanera» (tal y como se informó al lector en las primeras páginas del primer capítulo), que sueña con conquistar Vetusta. Esta conquista pasa por dominar al obispo, como ya hace, y a las familias más ricas de la ciudad a través de las instrucciones que da en las confesiones que lleva a cabo.
Sin embargo, Fermín de Pas, que posee un cuerpo muy atlético, también es un hombre, y acabará sucumbiendo a los encantos de Ana, que le considera su «hermano mayor» o «su padre espiritual». Sin embargo, Fermín no acabará de atreverse a llamar «amor» al sentimiento que le invade e inventará para él algunos eufemismos.

Ana Ozores y Fermín de Pas son los dos grandes personajes de la novela. Son personas jóvenes y pasionales, que, en gran parte, debido a unas circunstancias opresivas y que no han dependido de ellos (también en La Regenta hay trazas del determinismo naturalista de Émile Zola), tendrán dificultades para poder encontrarse en el enrarecido ambiente de Vetusta, tan dado a las habladurías y las maledicencias.
En su prólogo, Ricardo Gullón habla de un triángulo amoroso con cuatro vértices: Víctor, el padre-marido ausente; Ana, la joven mujer insatisfecha; Álvaro, el egoísta y fatuo galán maduro y Fermín, el padre religioso, cuya espiritualidad no es más que una sublimación del amor carnal.

Como decía, La Regenta no es una novela de trama. Por supuesto, suceden cosas aquí, pero mucho más importante que la descripción de los sucesos que van a tener lugar será la descripción de los pensamientos y las sensaciones que los protagonistas sienten sobre esos sucesos. En ese sentido, la evolución de las pasiones de Ana, muy dada a los extremismos bipolares, se describe de un modo realmente sutil, magistral.

En gran medida, La Regenta le sirve a Clarín para hablar de Vetusta, una ciudad detenida en la provincia, de la que describirá el ambiente moral y social. Y esta pequeña sociedad funcionará como ejemplo de que lo que el autor consideraba que era la España de la época, y posiblemente el mundo.
Cuando describe a la sociedad de la época, el estilo de Clarín es muy irónico, muy sarcástico. En este sentido, destaca, por ejemplo, el capítulo 6, en el que se habla de los miembros del Casino, del que Álvaro Mesía es presidente. Estas personas discuten normalmente de asuntos que desconocen. Con gracia y dardos envenenados, un recurso que usa Clarín para burlarse de sus personajes es el de comentar que hablan de obras literarias o del pensamiento que no han leído. Así, por ejemplo, Víctor Quintanar es un gran aficionado al teatro de Calderón y de Lope; ya le gusta menos el Don Juan de Zorrilla, y apuntará que prefiere el de Molière. A Clarín le falta tiempo para comunicarle al lector que Quintanar no ha visto representado, ni ha leído, el Don Juan de Molière.

La ironía de Clarín me ha recordado a la que usa Cervantes en el Quijote, pero Cervantes no era tan venenoso como Clarín. Cervantes parecía más dispuesto a perdonar las debilidades humanas.

El lenguaje de Clarín es muy vivo; entre otras cosas, porque en muchas ocasiones, gracias a la técnica del estilo indirecto libre, cede la palabra a los personajes. Clarín refiere sus pensamientos o transcribe sus monólogos interiores. En la página 250 leemos: «Obdulia se acercó al dignísimo Pedro y sonriendo le metió en la boca la misma cucharilla que ella acababa de tocar con sus labios de rubí (este rubí es del cocinero)». Así que el mismo narrador le indica al lector que está usando el estilo indirecto libre, tomando su vocabulario de un personaje. La verdad es que esto consigue un buen efecto cómico.

Según he leído, Clarín escribió La Regenta en relativamente poco tiempo y se publicó sin que hubiera podido revisarla tanto como le hubiera gustado. Por criterio del editor se publicó en dos partes: una primera con los quince capítulos iniciales en 1884 y otra con los quince capítulos siguientes en 1885. Durante la «primera parte» es normal que Clarín le adelante información al lector. Por ejemplo, en el capítulo 6 se describe el casino y en la página 198 leemos: «Pero de esta tertulia de última hora tendremos que hablar más adelante, porque a ella asistirán personajes importantes de esta historia». O en la página 77: «En su traje pulcro y negro de los pies a la cabeza se veía algo que Frígilis, personaje darwinista que encontraremos más adelante, llamaba adaptación a la sotana». En algunos estudios, se comenta que es posible que Frígilis sea el personaje más identificable con la figura del autor, un hombre solitario que vive en Vetusta pero que sólo se siente en comunión con la naturaleza, y al que los demás toman por loco porque, entre otras extravagancias, cree en las teorías darwinistas.

Para dar mayor sensación de realismo a su obra, Clarín compara los sucesos que ocurren en la novela con lo que pueden leer en «los libros», siendo los descritos por él más veraces. Así, en la página 362, leemos: «¡Cuantas veces sonreía el Magistral con cierta lástima al leer en un autor impío las aventuras ideales de un presbítero! “Qué de escrúpulos!, ¡qué de sinuosidades!, ¡cuántos rodeos para pecar!”».
En más de un ocasión, el narrador se refiere a Víctor Quintanar como «Quijote» y de alguna situación se dice: «Éstas son necedades de novela» (pág. 911), o «aquel gran escándalo que era como una novela» (pág. 934).
De la criada Petra, que acabará siendo fundamental para el desenlace de la novela, Clarín dirá que discurría perfectamente sobre los problemas de infidelidades «porque leía folletines» (pág. 873).
He tenido la sensación de que, al hablar de un mundo de referencias literarias, Clarín lo hacía de un modo irónico. Igualmente, cuando se refiere a sus personajes con adjetivos como «el idiota de don Víctor» o «la pobre huérfana», que le dicen al lector lo que tiene que pensar sobre lo que está leyendo (un recurso muy del siglo XIX) lo hace, también, de forma un poco irónica.

En gran medida, La Regenta es una novela fuertemente anticlerical, lo que le dio problemas a Clarín cuando se publicó e hizo que fuera censurada durante los primeros años del franquismo.

Uno de los aspectos que más me ha llamado la atención de la novela es la radiografía de la hipocresía social de la época. Las infidelidades y el sexo fuera del matrimonio parecen ser frecuentes en Vetusta y lo que precisamente se lleva mal es la supuesta virtud de la Regenta. Muchas personas desean que don Álvaro seduzca a la Regenta porque no aguantan su virtud, desean verla caer en el fango de lo humano que habitan ellos. Lo curioso es que hay personas cuya doble moral es tolerada y otras que no. La burla que Clarín hace de todo esto es muy divertida. Como ocurre con El Quijote, en las grandes novelas españolas el humor es algo bastante frecuente.

Pese a alguna duda inicial, como ya comenté, una vez que me he dejado llevar por los pensamientos de los personajes, el ambiente oprimido de Vetusta y la mirada sarcástica de Clarín sobre la sociedad que retrata me lo he pasado muy bien, y La Regenta me ha parecido una novela soberbia. Un clásico del siglo XIX perfectamente disfrutable.

domingo, 13 de enero de 2019

Los casos del comisario Croce, por Ricardo Piglia.


Editorial Anagrama. 177 páginas. 1ª edición de 2018.

El 20 de septiembre de 2013 asistí, en la Casa de América de Madrid, a la presentación de la novela El camino de Ida de Ricardo Piglia (Adrogué, 1941 – Buenos Aires, 2017). Resulta raro pensar –lo leo ahora en prensa– que justo entonces, en septiembre de 2013, a Piglia le habían diagnosticado la enfermedad de ELA, que acabaría con su vida, tres años después, en enero de 2017. En aquel momento de la presentación de El camino de Ida, Piglia era un escritor de setenta y tres años divertido, vital y lleno de ambición. Acabó el acto comentando que tenía tres proyectos entre manos: el primero sería escribir una novela sobre su abuelo, un inmigrante italiano en Argentina, que en el año 1915, en plena Primera Guerra Mundial, decide enviar a su mujer embarazada de vuelta a Italia para tener allí al que será el padre de Ricardo Piglia. El segundo proyecto era escribir un conjunto de relatos con Croce, el policía del pueblo de Blanco Nocturno, como protagonista, solucionando enigmas no necesariamente criminales. Y el tercero sería un ensayo sobre la figura del escritor en la literatura y que se emparentaría con su obra El último lector.

Me alegró mucho descubrir en septiembre de 2018 que Anagrama publicaba Los casos del comisario Croce; al menos el segundo de los proyectos de Piglia se ha hecho realidad, pensé y, sin dudarlo, le solicité el libro a la editorial para poder escribir una reseña sobre él. Por lo que leo en internet, Piglia dejó, antes de su muerte, preparados otros libros para su publicación, que principalmente son ensayos, pero entre ellos no se encuentran los otros dos libros de los que habló aquella tarde de 2013 en la Casa de América. Espero que este material esté entre sus inéditos y que llegue a publicarse.

Los casos del comisario Croce reúne doce cuentos, ocho de los cuales son inéditos. Desconozco dónde se habían publicado los otros cuatro. Yo he leído todos por primera vez, y me ha parecido una lectura muy coherente, un libro muy cerrado y no he percibido, en ningún momento, que a la escritura de estos cuentos la separarse ningún periodo de tiempo extenso.

El libro se abre con un divertido texto de Karl Marx titulado Liminar, que habla sobre la importancia social de la figura del criminal: «El delincuente no produce solamente delitos: produce, además, el derecho penal, (…), toda la policía y la administración de justicia penal. (…) Produce también arte, literatura, novelas e incluso tragedias.»

Después de esto, el lector entrará en el mundo del comisario Croce. El primer cuento se titula La música y al finalizar sus diez páginas siento el pálpito de la gran literatura y me siento muy feliz. Es decir, Piglia siempre ha sido uno de mis autores hispanoamericanos favoritos, pero temía que este libro póstumo no estuviera a la altura de lo que podía esperar de él. El libro, lo digo desde ya, ha superado mis expectativas con creces. Lo he disfrutado mucho.
El lector de Piglia ya conocía a Croce por la novela Blanco nocturno, como he apuntando al principio. En este libro, se señalaba que el pueblo en el que Croce hacía de policía era Adrogué, lugar de nacimiento de Piglia. En Los casos del comisario Croce, no se da este dato, simplemente se habla de un pueblo de la Pampa.
La música nos lleva a 1967. Croce trata de ayudar en un caso de falsa acusación. Él sabe que la persona que han encerrado por un asesinato es inocente, pero no puede probarlo y habrá de cumplir condena, de un modo injusto, durante casi cinco años. Croce es ya en este cuento un comisario maduro, alguien que ha sabido asumir los errores de la justicia y las malas pasadas de la vida. Alguien que, como sabremos por otros relatos, ha sido perseguido y ha corrido peligro de muerte tras el golpe de estado que apartó a Juan Domingo Perón del poder en 1955.

No estaba seguro de cómo iba Piglia a plantear los casos policiales de su personaje. En realidad, no trata de plantear un pequeño juego de salón al estilo de los casos resueltos por detectives como Sherlock Holmes (la creación de Arthur Conan Doyle) o el Padre Brown (la creación de G. K. Chesterton), sino que, más en consonancia con la tradición norteamericana del género, Piglia hará enfrentarse a Croce a la oscuridad de la condición humana. Y para mostrar esta condición humana se valdrá de pequeñas paradojas, en apariencia absurdas (por ejemplo, un hombre sale de ganar en un casino y se suicida). Y aquí, en consonancia con algunos de los planteamientos del maestro Jorge Luis Borges, al que Piglia nunca quiso seguir, es donde se despliega la capacidad de juego de Piglia.
Me han encantado los detalles que rodean a la anécdota contada en La música; la descripción del pueblo de la Pampa; la presentación del personaje de Rosa, bibliotecaria del pueblo y amante de Croce, que aparecerá en otros relatos; la caída de un meteorito del cielo, que anuncia a Croce (y al lector) la entrada en el mundo de lo imprevisible, de aquello que se puede descubrir mediante la intuición, la conexión libre de ideas y las premoniciones de los sueños (métodos deductivos habituales en Croce).

La película, que se adentra en un mito popular de la cultura argentina (supuestamente existía una película porno protagonizada por Eva Perón) me ha parecido un homenaje al Rodolfo Walsh del cuento Esa mujer, donde también se habla de Eva Perón sin nombrarla. Un cuento que en una votación –en la que participaron escritores, críticos y editores– apareció como el mejor cuento de la literatura argentina.
En este libro de Piglia existe una voluntad de homenajear (conversar o celebrar) la historia de la literatura argentina. Diría que Roberto Arlt está presenté en más de una presentación de personajes extremos y Croce es un comisario de la vieja escuela que puede recitar de memoria El Gaucho Martín Fierro de José Hernández.
«Primero tenía que formular el enigma, para luego ver si podía resolverlo.» (pág. 26)
En el estilo, debido sobre todo a la adjetivación densa y oscura, la escritura de este cuento me ha recordado a la de Juan Carlos Onetti: «Todo era demasiado irreal y demasiado atroz», leemos en la página 31.

En algunos de estos relatos Croce ya está jubilado («Croce había sido jubilado de oficio un año antes y estaba retirado, era un excomisario, pero los lugareños no hacían caso a esas minucias y lo llamaban siempre que andaban en problemas.», leemos en el cuento El jugador) y en otros es todavía un joven policía. A esos últimos pertenece El Astrólogo, que trata sobre un célebre criminal argentino, que también fue un activista político, y está ambientado en la década de 1930.
«Soy un simple comisario de pueblo, pero no se imagina las cosas que he visto…», le dice Croce al Astrólogo en la página 46.

La idea de El jugador estaba ya insinuada en los Diarios de Piglia: escribir un relato sobre una persona que va a un casino, gana y luego se suicida. Aparecen muchos jugadores de cartas y frecuentadores de casinos en este libro, sujetos en los que Piglia y Croce fijan su mirada. En cierto modo, El jugador parece un homenaje al Juan José Saer de una novela como Cicatrices, en la que se hablaba del juego de primera mano (Saer fue un ludópata).

En La excepción Croce resuelve un misterio histórico gracias a la interpretación de unos poemas (y esto parece todo un homenaje a Borges). Aquí se vuelve a hablar del militar Urquiza, personaje histórico sobre el que Piglia ya escribió en un cuento de La invasión.

El impenetrable habla de las dobles vidas y el deseo de desaparición. «De las hipótesis posibles, la verdadera resultó la más sorprendente.», leemos en la página 79.
La acción se sitúa en el mundo fluvial de los riachos del Paraná, en su mundo de gente esquiva y de lanchas, escenario de la novela Sudeste de Haroldo Conti, al que El impenetrable parece rendir homenaje.

La señora X se sirve del recurso de la carta anónima para presentar un caso de abusos sexuales y, con una triquiñuela a lo Borges, el culpable acabará entre rejas gracias a su deseo de ocultar la verdad. «“La mentira a veces es un camino para que triunfe la ley”, concluyó sarcástico Croce.», pág. 104.

La promesa trata sobre un caso religioso, y algunos de sus planteamientos me ha recordado a los de los cuentos de terror de Mariana Enriquez.

En La conferencia, Croce se convierte en uno de los escasos asistentes del pueblo a una charla de un escritor que es, ni más ni menos, que en el mismísimo Borges. El escritor conseguirá dormir a Croce sobre su silla, hasta que empieza a hablar del crimen perfecto. Croce acabará en la estación de tren esperando con Borges, y le contará a éste uno de sus casos.

En El Tigre el narrador es, como en tantos otros libros de Piglia, su alterego Renzi, que narra un encuentro en esta zona de ríos, cercana a Buenos Aires. Croce tiene que desaparecer porque la dictadura de 1955 sigue sus pasos. Renzi y Croce recuerdan los días que se conocieron, narrados en Blanco nocturno. Croce, igual que ya hizo con Borges, le contará varios de sus casos a Renzi.

En La resolución, Renzi vuelve a ser el narrador; así empieza: «Vamos a analizar un caso y tratar de sintetizar el modo de trabajar de Croce.» (pág. 146)
El método es de construcción similar a La resolución y trata sobre un asesinato entre estudiantes jesuitas.


El libro finaliza con una nota del propio Piglia, en la que nos informa que escribió estos cuentos usando el Tobii, un programa para escribir con la mirada, debido a lo avanzado de su enfermedad, y se pregunta si esto cambiará su escritura. A mí estos cuentos me han parecido bellos y precisos, de lenguaje conciso e inteligente. Unos relatos que trascienden las posibles limitaciones del género policial y que para mí hacen que Los casos del comisario Croce se encuentre, desde ya, entre mis libros favoritos de Ricardo Piglia. Una muy grata lectura. Queremos tanto a Piglia.

miércoles, 9 de enero de 2019

Microrrelatos de Antonio Cruz


Conozco a Antonio Cruz (Santiago del Estero, Argentina, 1951) desde hace años. Podría decir que es mi amigo sin conocerle en persona. Nos conocemos a través de Facebook. Él es médico, periodista, escritor y un gran difusor cultural, desde su revista literaria Tardes Amarillas.

Hemos intercambiado libros a través del correo. Y yo he leído su libro de microrrelatos Escrituras no tan sagradas (Antología personal).



Quiero dejar aquí una muestra de los microrrelatos de este libro:



NOCHE DE BRUJAS

Cegado por el pánico, desenfundó el arma y disparó repetidas veces sobre el monstruo. Nadie le había dicho que esa noche era hallowen



COMO ME CONSIDERO UN BUEN SICÓLOGO, DECIDÍ SOCORRERLO

En cuanto lo vi en el puente con la mirada perdida y el rostro confuso supe que necesitaba ayuda. Como me considero un buen psicólogo, decidí socorrerlo.
Me acerqué, le ofrecí un cigarrillo y nos quedamos conversando largas horas apoyados en la baranda.
Ya casi amanecía cuando apreté el gatillo. Aguanté el cuerpo con el hombro y disparé por segunda vez a su cabeza. Luego, con un empujón, lo tiré al río.
Me alejé con paso sereno y la satisfacción del deber cumplido. No hay nada que me ponga más contento que ayudar a los suicidas indecisos.



NOCTURNO DE PASIÓN

El dramaturgo sonríe. La mirada verde y chispeante de la pelirroja lo ha seguido durante toda la actuación y él intuye la invitación que es tan vieja como el mundo.
Sospecha que su desfachatada elegancia ha hecho lo suyo. Es audaz y se sabe atractivo.
Camina hacia su camarín divertido y ansioso. Tiene la certeza de que en un rato ella gemirá en sus brazos.
Despierta atormentado por un frío espantoso. Algo lacera sus entrañas. Las sábanas están viscosas. Prende la luz y las ve teñidas de rojo.
Imagina el último acto de alguna de sus tragedias.
La pelirroja ya no está en escena. 



PLATAFORMA UNO

El hombre de edad madura transita por la estación de trenes. Nadie repara en él. Se mueve con una sutileza que espanta y se asemeja a un fantasma.
Entra al bar situado frente a la plataforma uno. Invariablemente ocupa una mesa que da hacia la misma y fija su mirada durante horas observando absorto la constante partida de los trenes.
Ninguna de las personas que pueblan el bar, lleno de gente, se da cuenta de su presencia, aunque curiosamente nadie se sienta a su lado.
Él permanece solo, abstraído y concentrado mirando la partida de los diferentes convoyes. Cuando el expreso de las 07,30 se coloca en posición de partida, sus ojos cobran vida. Su corazón late más aprisa.
Cuando el tren parte, sonríe de manera triste, se levanta y se marcha.
Ese era en tren que abordó el día de su muerte.




VICTORIO

A pesar de la forma y la velocidad con que Victorio baja las escaleras, puede comprobar los deterioros en el viejo edificio. Las paredes dañadas reclaman a gritos revoque y pintura. En los descansos la humedad es tan espantosa que hasta da mal olor. Los pisos cerámicos están deslucidos y la madera de la baranda  totalmente descascarada.
Deberían haber hecho mantenimientos más frecuentes y no todo de una sola vez. Si lo hubieran contratado antes, en un plazo aceptable habría solucionado todos los problemas sin demasiado esfuerzo pero ahora está seguro de que jamás podrá terminar su trabajo. Cuando termine de rodar por las escaleras, cinco pisos más abajo, el tiempo se habrá extinguido para él.



CON LA NARIZ PEGADA AL VIDRIO

Con la nariz pegada al vidrio  y ojos bien abiertos, el niño semejaba una pintura barata y melancólica. A su espalda, el departamento, pequeño y viejo, olía a encierro y tristeza. La música vulgar que brotaba del aparato de  radio apagaba el ruido que hacía la mujer en la cocina mientras realizaba sus tareas.
Un gracioso juego de luces de colores sacó al niño de su mutismo. Ajustó su mirada y vio la mariposa a pocos centímetros de la ventana. Los ojos del niño se iluminaron un instante. Decidió salir a jugar con ella. Con una sonrisa espléndida fue en su busca.
Cuando la interrogaron, con la cara demacrada y sus ojos llenos de lágrimas, la mujer no encontraba explicación. Debido al ruido de la radio, ella nunca escuchó el llamado del niño ni el estruendo de los vidrios.



PRAGA HOLOSEVICH

La nieve cae sobre Praga. Mientras bajan las escaleras del hotel “Europa”, el hombre se vuelve a su esposa.
“Soñé que nos mataban a cuchillazos para robarnos”.
“Tu y tus sueños” contesta irónicamente la mujer.
“Mis sueños siempre se cumplen” insiste el sujeto.
“Mentira” replica la mujer “Hace veinte años que te aguanto y nunca se te cumplió ninguno” Dice con la intención de hacerlo enojar.
“Sería prudente que no saliésemos del hotel”.
“¿Y tu crees que por tus estúpidos sueños, que ya me tienen harta, dejaré de conocer ésta hermosa ciudad?”
“Espero que no tengamos que arrepentirnos”
Un rato más tarde, mientras corre desesperado por los vacíos andenes de la estación de Praga Holosevich tapando con sus manos la herida que borborita en su costado, el hombre tiene la certeza de que, como siempre, su sueño se cumplirá inexorablemente.




FINAL DE VIAJE

Se arrastra con gran esfuerzo por el estrecho túnel que está anegado por un líquido viscoso y tibio.
A pesar de ello avanza. Una extraña fuerza exterior lo empuja alternativamente hacia delante y atrás. Su corazón aletea desbocado y sus músculos, pequeños pero fuertes y flexibles, se esfuerzan al máximo.
Un largo instante y siente una explosión. Sus ojos son heridos por la luz.
Mientras un grito desgarrado escapa de su garganta y sus pulmones aspiran aire nuevo, una mujer grita: “Ha nacido un varón”



INFIERNO

Siento náuseas y mi cuerpo flota en el vacío. Un olor repulsivo hiere mi pituitaria. Abro los ojos y la luz lastima mis pupilas. Intento recuperar el ritmo de mi respiración todavía agitada. Hay murmullos apagados.
¿Dónde estoy? Me siento vulnerable y a merced de todo. ¿Estaré en el infierno?
Siento pasos. Enfoco mis pupilas. Descubro un rostro mordaz y una sonrisa sardónica. El sujeto, vestido de verde, agita un frasco ante mis ojos.
En ese preciso instante se hace la luz en mi cerebro. El cirujano acaba de quedarse con mi apéndice.



MINOTAURO

Como quería descubrirse se metió en la maraña de su alma. Todavía vaga por los meandros de su mente sin poder salir del laberinto porque olvidó llevar un hilo que le marcara el camino de regreso.



ALMA VIAJERA

Al regreso a Ítaca, el alma de Ulises gustaba salir a pasear cuando él se dormía. Cada noche, recorría todos aquellos sitios que había visitado en el azaroso viaje de vuelta.
Una noche visitó la isla de Ogigia, donde vivía la bella Calipso, quien aprovechó para apoderarse definitivamente del espíritu del único mortal que le había rechazado.
Por la mañana, cuando Penélope despertó, Ulises estaba muerto; en su rostro había una sonrisa.



DAVID Y GOLIAT (1 Sam 17, 4)

“Espero que hayas aprendido la lección, hija mía. Eso que dicen por ahí de que el pez grande se come al chico es un mito” dijo mamá piraña mientras el cardúmen terminaba de comerse un gigantesco surubí.



EL PROFESOR DE ÉTICA

En una universidad, donde por algún tiempo fui alumno en una carrera humanista, había un Profesor de Ética que era un gran académico. Curiosamente en la cúspide de su carrera y cuando aún tenía mucho para brindar a las nuevas camadas de estudiantes, renunció y se fue a vivir en una pequeña localidad rural.
Hace poco tiempo me lo encontré en la calle y no pude aguantar mi curiosidad.
-¿Por qué dejó de enseñar Ética? – Le pegunté
-Es muy simple – contestó - Cuando supe que algunos de mis mejores discípulos, que habían llegado a ser autoridades o burócratas del gobierno, miembros de los gabinetes ministeriales y funcionarios judiciales, no se diferenciaban en nada de aquellos a los cuales criticaba durante mis clases y que habían sido seducidos por la corrupción imperante en nuestra sociedad, me di cuenta que había perdido la batalla contra el sistema y que ya no me quedaba nada por hacer. Entonces decidí retirarme.
Me despedí apresuradamente y me marché casi a la carrera. No quería que me preguntara en que andaba trabajando por estos días.



CINTURÓN DE CASTIDAD

Cuando partió a las cruzadas, Sir Arthur entregó al abad la llave del cinturón de castidad de Lady Laura.
Su sorpresa fue mayúscula cuando, a pocas horas de dejar atrás su castillo, el abad, a galope furioso, alcanzó la columna de Sir Arthur para reclamarle que había dejado la llave equivocada.



HUELGA

La huelga de peones apenas fue el preludio. La rebelión de los caballos y la furia de los alfiles completaron la escena. Al final, el ajedrez, convertido en populismo terminó derrotado por los juegos de rol.



DE CÓMO LA BUROCRACIA EN EL PARAÍSO DETERMINÓ LA EXPLOSIÓN DEMOGRÁFICA

Asustado, rogó a Dios que la expulsara. Por el Sabatt, Yahvé pospuso el pedido. Al día siguiente era tarde. Adán ya había probado la manzana.



CHATO
(Para Jaime Muñoz Vargas)

Cuando el tren llega a la estación, Parodi descubre al Chato Muñoz asomando por la puerta de un vagón. Su mente se pone alerta. Recuerda al Gitano Salamanca y piensa que debe actuar de inmediato. El Chato es muy peligroso.
Se esconde en una esquina próxima al acceso, debajo de una marquesina y, cuando el Chato sale, lo sigue. Nota que lleva su mano derecha dentro del saco. Seguramente allí guarda su famosa magnum 44.
Parodi corre y se embosca dos cuadras más abajo. Cuando el chato aparece, él sale de las sombras de un portal y grita «¡Chato!». El hombre gira con ojos asombrados mientras su mano derecha abulta el saco. Parodi dispara. El Chato cae pesadamente. Se acerca y lo da vuelta con el pie. El muerto, con su brazo derecho en cabestrillo (más tarde, alguien le dirá que era un reconocido boxeador de Torreón), mira el cielo infinito a través de sus cuencas sin vida. «Se confundieron de Chato o confeccionaron un identikit equivocado» piensa Parodi… ¿O acaso será que su vista ya no es la misma? «¡Carajo! Los años no pasan en vano» filosofa.
Suenan las primeras sirenas. Él espera mientras acaricia su placa. Desde algún tocadiscos cercano, llega la voz de Leo Dan y Parodi, sin que tenga la puta idea del motivo, asocia la música con la muerte del desconocido.

domingo, 6 de enero de 2019

Un final para Benjamin Walter, por Álex Chico

Editorial Candaya. 251 páginas. 1ª edición de 2018.

A finales de 2017, Olga y Paco, los editores de Candaya, me hicieron llegar el libro Un final para Benjamin Walter de Álex Chico (Plasencia, 1980). Tengo buena relación con Olga y Paco y he leído bastantes libros de su editorial. Suelo estar pendiente de sus novedades y, cuando considero que uno de sus libros me va a gustar, se lo solicito para reseñarlo. A finales de 2017 publicaron casi a la vez Un final para Benjamin Walter y Tener una vida de Daniel Jándula. Tras leer una reseña entusiasta de Alberto Olmos sobre Tener una vida, me apeteció leer este libro y se lo solicité a los editores. Es decir, como tampoco puedo leer todas las novedades de todas las editoriales, entre el libro de Álex Chico y el de Daniel Jándula, me apeteció más el segundo. A Chico le conocía de su labor en la revista Quimera, e imaginaba que habría escrito un buen libro, pero había un detalle que me echaba para atrás: hablaba del escritor alemán Walter Benjamin, un autor que, desde hace bastantes años, he considerado que debería leer, pero, por un motivo u otro, aún no me había acercado a su obra. Así que me parecía lógico leer antes libros de Walter Benjamin que un libro sobre un autor español que habla de este escritor. Sin que yo se lo solicitara, Olga y Paco me enviaron, además de Tener una vida, novela que ya reseñé en su momento, Un final para Benjamin Walter. Tengo sentimientos encontrados con los libros que me mandan las editoriales a casa sin que yo los solicite. Me hacen pensar que, después de tantos años escribiendo reseñas, he perdido el control real sobre la elección de los libros que leo. Al fin y al cabo, leer es para mí una afición, y gran parte de su encanto reside en la elección de mis propias lecturas.

Así, bajo las circunstancias descritas, el libro de Álex Chico se iba quedando, mes tras mes, en la sección de libros por leer. Al final, ocurrió algo que me hizo cambiar de opinión: este último verano pude visitar, durante unas horas, Portbou, pueblo del que habla Un final para Benjamin Walter. Entonces supe que, más tarde o más temprano, leería el libro de Álex Chico, aunque no hubiera leído antes a Walter Benjamin (algo que también acabaré haciendo).

En una nota final, Álex Chico se refiere a su propio libro con el denominativo de «novela de ensayo ficción». En un artículo para la revista Oculta Lit, Álex Chico escribe: «Quien se plantea los límites de los géneros se cuestiona, a su vez, las posibilidades de la literatura, su alcance, su proyección»; y a esto juega en Un final para Benjamin Walter, a explorar los límites de los géneros.

Un narrador, que el lector identifica con el propio autor, escribe que viajó a Portbou con la idea de inspirarse y escribir un artículo para la revista Quimera. Portbou es el último pueblo de la costa de Gerona, pegado a la frontera con Francia. En septiembre de 1940, huyendo de los nazis, Walter Benjamin llegó a Portbou con la idea de atravesar la península Ibérica hasta Lisboa y partir a Estados Unidos. En la estación de Portbou, la policía española le pidió el visado de salida de Francia y él no lo tenía. Ante el miedo a ser deportado a Francia y caer en manos de la Gestapo, Benjamin se suicidó tomando morfina. Además, se supone que le robaron una maleta en la que llevaba algunos de sus manuscritos, que no pudieron encontrarse.

Alex Chico (o un personaje llamado «Álex Chico») viaja a Portbou con la intención de pasar unos días, y acabará allí unas cuantas semanas. En Portbou oirá hablar de Walter Benjamin. El dueño de un colmado le dirá que a Benjamin lo mataron. «Eso lo sabe todo el pueblo, añadió» (pág. 126). A Chico esta teoría le parece plausible, y se hace preguntas: ¿Cómo podía Walter Benjamin conservar tanta lucidez después de haber ingerido una gran cantidad de morfina? ¿No habría entrado antes en un estado de somnolencia? ¿Por qué, según algunas versiones, consumió sólo la mitad del Eukodal, el derivado de la morfina que llevaba consigo? ¿Cuál es la razón por la que el juez se apresuró a cerrar el caso tan rápido?». El mismo Chico se contesta un poco más abajo: «Difícilmente podremos resolver esas cuestiones» (pág. 127).

En realidad, aunque el impulso inicial de viajar a Portbou era el de saber algo más sobre los últimos días de Walter Benjamin, éste se convertirá en un tema del libro Un final para Benjamin Walter, pero no el central, o no el único. En al menos dos ocasiones –una al principio del libro y la otra al final–, Chico nos remarca una idea: «A medida que pasaban las semanas, fui descubriendo que el motivo principal de mi viaje iba variando, que había ido a Portbou siguiendo la pista de un autor muerto y que, en su lugar, me había encontrado con un pueblo» (pág. 20); y «Fui allí buscando a un hombre y acabé encontrando un pueblo» (pág. 240).

Así que, al final, Un final para Benjamin Walter trata más sobre Portbou que sobre el propio Benjamin en Portbou. Y es éste realmente un pueblo curioso, el pueblo con la media de edad más alta de Cataluña, que además ha ido perdiendo población, año tras año, desde hace unas décadas. La libre circulación por el territorio de la Unión Europea hizo que dejaran de tener sentido los puestos aduaneros, que era el principal negocio de la zona. Además, su enorme estación de trenes se ha quedado casi sin funciones.

Álex Chico deambula por las contadas calles de Portbou y sus alrededores y reflexiona sobre el territorio que contempla.
En este libro se hace mucho uso de las citas literarias, y entre ellas se encuentran las de W. G. Sebald, que sería un referente para Chico a la hora de escribir «novela de ensayo ficción».

En Un final para Benjamin Walter se aprecia la vocación de poeta de Álex Chico: muchas de sus páginas contienen reflexiones a las que anima un claro aliento poético. De hecho, imagino que Chico podría haber escrito perfectamente un poemario sobre sus días en Portbou.
También destacaría su capacidad para relacionar ideas y realidades en principio inconexas, como por ejemplo sus paseos por Portbou con una exposición madrileña de fotografías de Alberto García-Alix; relaciones que sustentan el halo poético del libro. Las reflexiones sobre el arte son frecuentes aquí, sobre todo las que tienen que ver con Dani Karavan, el autor de la escultura para la memoria de Benjamin a las puertas del cementerio del pueblo.

Chico llama a este libro «novela de ensayo ficción» y en algún momento me he encontrado planteándome lo siguiente: ¿hay ficción en este libro, o Chico reflexiona únicamente sobre lo que ve? Chico describe algunas conversaciones con personas de Portbou, y en la mayoría de los casos no entra en la intimidad que se puede esconder tras el nombre de Xavi, por ejemplo, y ese pudor, a la hora de hablar de estas personas, me hace pensar que Xavi es un lugareño real con el que Chico se encuentra en Portbou. Sin embargo, hacia el final del libro, Chico pasa a vivir sus últimas semanas en Portbou alquilando una habitación en un domicilio particular, y su arrendadora será una mujer uruguaya llamada Silvia Monferrer. Esta mujer le permitirá revisar sus cuadernos de dibujos y hablar sobre ellos. La relación que Chico establece con Silvia no me ha parecido equiparable a la que establecía con Xavi. Y ha sido aquí, en la narración de la vida de Silvia Monferrer (un relato sobre el descalabro de una vida artística que me ha recordado a los personajes de Roberto Bolaño), donde diría que Chico ha introducido la ficción en su libro. Me he sentido tentado de escribir a Álex Chico, a través del chat de Facebook, y preguntárselo. Imagino que me hubiera contestado, nos conocemos en persona. Pero al final he decidido no hacerlo, he preferido no saber y especular, porque, como el mismo Chico ha declarado en alguna entrevista, para él lo importante no es la verdad sino la verosimilitud.

«Buscar y no encontrar es también una respuesta», escribe en la página 131, citando a David Mauas. Y posiblemente esto es lo que ocurre en Un final para Benjamin Walter: «Desaparecen los testigos, los documentos, los expedientes. Cualquier intención de averiguar lo que ocurrió y no ocurrió está condenada al fracaso», leemos en la página 131. Tenemos aquí un bello libro que pivota sobre la figura y la muerte del escritor alemán Walter Benjamin, pero que expande sus intereses hacia otros caminos narrativos (el arte, los lugares que mueren convirtiéndose en no lugares, el paso del tiempo…), jugando a mezclar géneros literarios, el ensayo, la ficción, la reflexión y, añadiría, la poesía.

Le pregunté a Álex Chico, cuando le conocí en persona, qué libro de Walter Benjamin debería leer para empezar a conocer su obra, y me habló de El libro de los pasajes. Un libro que, sin duda, leeré.