domingo, 18 de diciembre de 2022

MIS 10 NOVELAS ESPAÑOLAS FAVORITAS

Grabé un vídeo para mi canal de YouTube, "David Pérez Vega - Bienvenido, Bob" hablando de mis 10 novelas españolas favoritas. Lo puedes ver aquí:



 

domingo, 11 de diciembre de 2022

El conde de Montecristo, por Alexandre Dumas


El conde de Montecristo
, de Alexandre Dumas

Editorial Navona. 1288 páginas. 1ª edición de 1844; ésta es de 2021.

Traducción de José Ramón Monreal

 

Durante las vacaciones de verano suelo acercarme a alguna obra importante de la literatura; importante por su prestigio y también por su número de páginas. En el verano de 2020 leí Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero de Álvaro Mutis y en el de 2021 La forja de un rebelde de Arturo Barea, en el de 2022 decidí acercarme a El conde de Montecristo de Alexandre Dumas (Villers-Cotterets, 1802 – Puys, 1870, Francia), una de las novelas más famosas de la historia. Se dio la circunstancia, unos meses antes, de que los editores de Navona contactaros conmigo, a través de las redes sociales, para ofrecerme una de sus novedades literarias, a petición de su autor, y yo me sinceré con ellos: más que una novedad literaria de un escritor que no conocía, prefería que me enviaran El conde de Montecristo, cuya edición había hojeado en alguna librería, una novela que leería en verano y de la que podría hacer una reseña y una vídeo reseña. Los editores estuvieron de acuerdo.

 

La narración comienza en 1815, con un barco comercial entrando en el puerto de Marsella. Su capital es el joven Edmond Dantès, de tan solo diecinueve años, quien ha adquirido este puesto, durante su último viaje, por la inesperada muerte del que había sido el capitán oficial. Este capitán le va a pedir un favor a Dantès en su lecho de muerte: antes de regresar a Francia, debe parar en la isla de Elba y contactar con unos conocidos suyos que le van a entregar una carta, que él debe llevar a una persona de París. Dantès es un joven ingenuo y noble que no duda en prometerle a su capitán que cumplirá su deseo. En 1815 es Napoleón quien está recluido en Elba, y la sociedad francesa está políticamente muy dividida entre partidarios de la restauración de la monarquía borbónica y los bonapartistas. Dantés, sin ser él muy consciente, ha recibido una carta que puede ser importante para el intento de Napoleón de volver al poder, tras huir de la isla de Elba, hecho que ocurrió el 26 de febrero de 1815, dando lugar al llamado «gobierno de los Cien Días». Al conocer estos datos históricos ‒ayudado por internet‒ cobra más sentido la primera frase de la novela, que se abre con una fecha: «El 28 de febrero de 1815, el vigía de Notre-Dame-de-la-Garde señaló la presencia del velero de tres palos el Pharaon, procedente de Esmirna, Trieste y Nápoles.»

Dantès baja  a puerto y conversa con el señor Morrel, dueño del barco, y quien le comunica que, si sus socios están de acuerdo, le gustaría que fuese el capitán oficial del Pharaon en adelante. Ésta es una gran noticia para Dantés que, contento, va a visitar a su padre y después a su novia Mercedes, una joven de diecisiete años, de origen catalán con la que se quiere casar pronto. El destino parece pintar bien para Dantès, pero no hemos contado todavía con la envidia humana ante la prosperidad ajena.

Danglars el contable del barco, de veintiséis años, no ve con buenos ojos el posible ascenso de Dantès; ya que aunque el joven es mucho más querido entre los marineros que él, quizás piensa que se merecería ese puesto.

Fernand, de veintiún años, es primo de Mercedes y está enamorado de ella. Para Fernand es una tragedia que ella se quiera casa con Dantès y no con él.

Danglars, junto con su amigo Caderousse, un sastre vecino y amigo del padre de Dantès, van a tener la oportunidad de encontrarse con un desesperado Fernand ante la inminente boda de Mercedes. Danglars, como de broma, entre copas de vino, escribe un anónimo en el que denuncia ante las autoridades a Dantés como agente bonapartista. Anónimo que arrojará a un rincón de la terraza en la que beben, pensando que Fernand lo va a recoger para denunciar a Dantès, como así sucederá.

«—Sí, pero de la cárcel se sale —repuso Caderousse, que con lo que le quedaba de su inteligencia se entrometía en la conversación—, y cuando se ha salido de la cárcel y uno se llama Edmond Dantès, se venga», en esta frase de la página 35 está contenido y anticipado el tema central de la novela, el de la venganza.

 

En realidad, aunque a primera vista parece inverosímil, Dumas se basó para escribir esta novela ‒según unas fuentes‒ en un caso real aparecido en la prensa de la época, sobre un hombre al que acusaron de agente inglés, que fue encarcelado y, al salir de prisión, dueño de un tesoro, se dedicó a satisfacer su venganza. Y según otras fuentes, esta novela está inspirado en la historia del padre de Dumas, que fue un militar francés, hijo de otro militar destinado en Haití y de su relación con una esclava negra. El padre de Alejandro Dumas, del mismo nombre, fue el primer militar negro francés que llegó a ser general, y estuvo dos años preso en Italia. Esta experiencia puede que alumbrara alguna de las escenas más famosas del libro.

 

Dantès será traicionado, detenido en medio de su banquete de esponsales, y encarcelado en la prisión de la isla If, en medio del Mediterráneo. El joven Villefort, sustituto del procurador del rey, podría llegar a entender la inocencia de Dantès, pero la Providencia o la Fatalidad se van a interponer en su camino: Villefort descubrirá que la carta que inocentemente porta Dantès está destinada a Noirtier, su padre. Villefort pretende ascender en la sociedad como monárquico, lo que hace que tenga que renegar lo más posible de su padre, eminente bonapartista. Villefort, que podía haber ayudado a Dantès, en cambio, lo encerrará en la última mazmorra para deshacerse de él.

Dantès, en la prisión de If, conocerá al abate Faria, uno de los personajes más memorables de la novela. Un preso que lleva años excavando en la roca para tratar de fugarse y que acabará apareciendo, por un error en sus cálculos, en la celda de Dantés. Faria se convertirá en mentor y referente para Dantès.

Tras catorce años, Dantés conseguirá fugarse de la cárcel, hacerse con una gran fortuna y empezar a organizar su venganza.

 

Hasta aquí he resumido la parte más conocida de la novela. Sin haber leído el libro hasta ahora, todo esto formaba parte de mi imaginario personal, y ya no recuerdo si fue por una serie o una película de dibujos animados o con actores reales, vista cuando era niño. Posiblemente también esta primera parte sea la mejor del libro.

 

Alguien me comentó en las redes sociales, cuando dije que estaba leyendo El conde de Montecristo, que en su edición original estaba dividida en tres partes. En esta edición de Navona no existe esa división, sino solo la de los capítulos, que son 117.

Después de la fuga de la cárcel, durante un buen número de páginas el protagonismo de la novela cambia desde Dantès hacia otros personajes secundarios. Esto va a permitir marcar la distancia de Dantès con su transformación en «el conde de Montecristo», un personaje mucho más sofisticado y sabio que Dantès, y en más de una ocasión también más siniestro.

 

El conde de Montecristo se acabó de escribir en 1844 y se publicó en 18 entregas durante los dos años siguientes. Tengo la sensación de que, tras el éxito de la primera parte, el editor o el propio Dumas, decidieron alargar la historia, porque entre la fuga de la cárcel de Dantès y la perpetración (o no) de su venganza, hay un excesivo número de capítulos, en los que la novela pierde fuerza narrativa. En esta parte, en la que Dantès llega a París, se muestran muchas casas de ricos y ambientes de la alta sociedad de la época; capítulos de poder y lujo que, imagino, serían del agrado del lector medio de este tipo de novelas en el siglo XIX.

Digamos ya que El conde de Montecristo cumple muchas de las características de un folletín, cuya definición, según la segunda acepción de la RAE; es la siguiente: «Obra literaria, teatral o cinematográfica que presenta sucesos y coincidencias dramáticas y emocionantes, aunque a menudo poco verosímiles, con una escasa elaboración psicológica y artística, y cuyo argumento suele ser el enfrentamiento entre el bien y el mal.»

 

Sobre todo, me ha parecido que El conde de Montecristo abusa de las «coincidencias dramáticas poco verosímiles», con personajes franceses que se encuentran, por ejemplo, en Roma con el conde, de casualidad, y que justo van a ser personas jóvenes relacionadas de forma muy directa con las personas con la que Dantès ha de vengarse en París. Estos jóvenes le van a permitir entrar en contacto con Danglars o Villefort de forma «natural». Además, las personas que conocieron a Dantès en su juventud no le identifican veinte años después. En la novela se resalta que su aspecto ha cambiado, pero sus gestos o su voz debían ser muy similares. Esto me ha saltado sobre todo en una escena en el conde habla ‒del propio Dantès‒ con un personaje que conoció en el pasado y esta persona no llega ni siquiera a sospechar que le tiene delante.

También me parece mucha casualidad que los tres personajes principales de los que Dantès desea vengarse (Danglars, Fernand y Villefort) se hayan convertido en personas muy ricas y destacadas de la vida parisina.

 

Cuando la definición de la RAE dice que el folletín propone un enfrentamiento entre el bien y el mal, ésta es también una característica que se cumple bastante en la novela. Dantès es en principio un personaje positivo, traicionado por otros negativos, y la venganza parece correcta en todo momento. Pero también debo añadir que uno de los temas que acaban siendo más interesantes del libro es el planteamiento de hasta qué punto es lícita o no la venganza de Dantès. En este sentido la novela tiene también un componente religioso, ya que Dantès se siente favorecido por la Providencia (que es otro nombre del mismo Dios) para llevar a cabo su venganza, después de haberse librado de la muerte en la cárcel y haber sido agraciado por una inagotable fortuna. Dios está diciendo a Dantès, o así lo cree él, que tiene derecho a vénganse de las personas que, debido a intereses egoístas, le perjudicaron en el pasado. Como si de un Dios del Antiguo Testamento se tratara, Dantès, citando la Biblia, considera que se puede vengar de sus enemigos hasta la tercera generación. Aquí el lector empezará a plantearse ‒igual que acabará haciendo el propio Dantès‒ si realmente tiene derecho de vengarse de los hijos de sus enemigos, desconocedores de las faltas de sus padres. Este planteamiento hace que el personaje principal trascienda al mero binomio el bien y el mal de un folletín, y a la poca «elaboración psicológica» de la que hablaba la definición. Pero no así en otros casos; por ejemplo, el narrador omnisciente de la novela siempre nos va a presentar a Danglars como un personaje negativo sin matices.

 

Sobre «las coincidencias dramáticas y emocionales» me ha llamado la atención una escena en la que Dantès, convertido en el conde de Montecristo, quiere salvar a un persona que sí le ayudó en el pasado (evitaré comentar quién es), pero espera para hacerlo hasta el último segundo en el que se va a hacer efectiva su ruina económica, cuando ya esta persona ha tomado la decisión de suicidarse y se encuentra al borde del colapso. Realmente le podía haber ayudado un tiempo antes y evitar este excesivo punto dramático y emoción que, en realidad, era innecesario, y solo tiene sentido dentro de la lógica de emotividad exaltada de una narración folletinesca.

 

Me llamaba la atención al principio una sensación de teatralidad de las escenas dibujadas, sobre todo porque Dumas reflejaba comentarios que los personajes murmuraban y que exponían en voz alta, aunque les perjudicasen, cuando lo normal hubiera sido que fuesen pensamientos que el narrador omnisciente le relatara al lector. Como buena novela del siglo XIX, El conde de Montecristo cuenta con un narrador omnisciente, que en algunas ocasiones interrumpe el texto y se deja ver, con comentarios como «Dejamos a Danglars que, presa del genio del odio, trata de bisbisear al oído del naviero alguna maligna suposición contra su colega (…)» En cualquier caso, no son intervenciones que resulten molestan.

 

En una nota al texto se comenta que Dumas cometió varios errores de lógica narrativa en la novela. Algunos se han corregido en las sucesivas ediciones, pero otros se han dejado. He detectado éste: en la página 81 se nos dice que Dantès «hablaba italiano como un toscano, español como un hijo de Castilla la Vieja», en la página 170, cuando Dantès se convierte en el alumno del abate Faria se nos dice: «Ya sabía, además, italiano y un poco de griego moderno, que había aprendido durante sus viajes por Oriente. Con aquellas dos lenguas no tardó en comprender el modo de regirse de las demás y al cabo de seis meses empezaba ya a hablar español, inglés y alemán». Como podemos comprobar, tenemos un problema con el español.

 

La prosa de novela me ha parecido correcta, sin grandes alardes estilísticos. Una prosa efectiva, propia de una novela de aventuras de calidad. Como ya he comentado, la capacidad de indagación psicológica de los personajes me ha resultado inferior a las de las grandes novelas europeas del siglo XIX. Sin salir de Francia, me parece que Émile Zola, Honoré de Balzar o Gustave Flaubet son escritores superiores a Alexandre Dumas.

 

Dicho todo lo anterior, podría parecer que no me lo he pasado bien leyendo El conde de Montecristo, y esto, en realidad, no es cierto. Sí me resultó una lectura entretenida, a pesar de esos capítulos del tercer cuarto, que ya he señalado, en los que creo que la novela se alarga artificialmente. Me hubiera gustado haberme topado con este libro en mi adolescencia. Si lo hubiera leído con catorce o dieciséis años creo que ahora mismo, de adulto, tendría un gran recuerdo de El conde de Montecristo. En la faja del libro se citan las palabras de muchos escritores de renombre alabando las grandezas del libro, como Gabriel García Márquez que dice: «El conde de Montecristo es la novela que me hubiera gustado escribir.» A mí edad, he disfrutado el libro sabiendo que es una novela de aventuras y con rasgos de folletín, con las limitaciones que esto puede suponer, pero también me ha gustado acercarme, al fin, a una de las novelas más famosas de la literatura y comprobar por mí mismo cómo estaba escrita y cuál era el alcance de su propuesta.

 

Acabaré con unas palabras sobre la edición de Navona: el libro con sus tapas de tela me ha parecido muy elegante. Su letra es algo pequeña, pero esto es entendible, teniendo en cuenta que el libro tiene casi 1.300. No existe espacio en la página entre un capítulo y otro, y hubiera preferido que no fuera así. He echado de menos un prólogo, en el que se hablara, aunque fuera brevemente, del autor y de la época. Las notas ocupan 25 páginas y están situadas al final del libro, lo que ha hecho que, hacia la mitad de la lectura, dejara de consultarlas.

El canal literario de YouTube La pecera de Raquel organizó una lectura conjunta con este libro y esta edición y sé que más de un participante acabó disgustado, porque la primera edición, al parecer, tenía algunos errores y un número de erratas significativo. Yo he leído la segunda edición y he de decir que solo he encontrado dos erratas en las casi 1.300 páginas, lo que me considero que constituye una edición casi perfecta. La editorial Navona aseguraba que la nueva traducción, a cargo de José Ramón Monteal, era la definitiva de este libro. Yo no sé francés y no he comparado esta traducción con ninguna otra; sin embargo, sí puedo afirmar que, en todo momento, he tenido la sensación de estar ante un gran trabajo.

 

domingo, 4 de diciembre de 2022

El acontemiento, No he salido de mi noche y Memoria de chica, por Annie Ernaux

 


El acontecimiento, No he salido de mi noche y Memoria de chica de Annie Ernaux

Editorial Tusquets. 119, 117 y 198 páginas. 1ª edición de 2000, 1997 y 2016.

Traducción de Mercedes y Berta Corral, y Lydia Vázquez Jiménez

 

Ya he contado que, cuando el 8 de octubre de 2022, se anunció que la nueva premio Nobel de Literatura era Annie Arnaux (Normandía, Francia, 1940) acudí a la biblioteca pública de Hermanos García Noblejas y saqué los cinco libros suyos que allí tenían. Decidí comentar conjuntamente los dos más antiguos, que eran El lugar (1983) y Una mujer (1987), porque los publicó seguidos y uno hablaba sobre la vida de su padre y el otro de la de su madre, así que formaban un díptico muy interesante.

En esta reseña me dispongo a comentar los tres restantes, que son El acontecimiento (2000), No he salido de mi noche (1997) y Memoria de chica (2016). La idea era haberlos leído en orden cronológico, pero lo cierto es que es que me equivoqué y leí antes El acontecimiento que No he salido de mi noche.

 

En El acontecimiento Ernaux nos habla de un embarazo no deseado que tuvo en 1963 y de un aborto clandestino al que se sometió a principios de 1964, cuanto contaba con veintitrés años y aún era estudiante. Entre la página 19 y la 20, la autora afirma: «En todo lo relacionado con el amor y el goce no me parecía que mi cuerpo fuera intrínsecamente diferente al de los hombres.» Desde el año 2000, o quizás un poco antes, pues el 2000 es el año de publicación de la novela y posiblemente la escribió antes, pero, en cualquier caso, con una edad ya cercana a los sesenta años, Ernaux trata de analizar cómo era a los veintitrés y cómo era la sociedad en la que vivía. En las novelas de Ernaux la experiencia individual siempre se analiza en relación a la experiencia colectiva de una época de Francia, y a una diferencia de clases entre una familia de tenderos de un pueblo, de la que ella procedía, y otra gente más adinerada.

«La semana después, Kennedy moría asesinado en Dallas. Pero este tipo de cosas ya no podía interesarme.», nos dice en la página 21, quizás los acontecimientos de Estados Unidos le quedaban en el momento de recibir la noticia de su embarazo no deseado a Ernaux lejos, pero no así los franceses.

 

Como en las otras novelas, las reflexiones metaliterarias son frecuentes: «Hace una semana que comencé este relato sin tener la certeza de que fuera a continuarlo.» (pág. 22)

Cuando Ernaux sabe que está embarazada el contexto social le indica que puede convertirse en madre soltera, en el modelo del que venía huyendo al haber accedido a la universidad, proviniendo de una familia de obreros y tenderos. «Ni la reválida ni la licenciatura en letras habían conseguido alejar la fatalidad de una pobreza heredada cuyos emblemas eran el padre alcohólico y la madre soltera. No había podido librarme de ellos, y lo que estaba creciendo dentro de mí era, en cierto sentido, el fracaso social.» (pág. 31)

 

«Sor Sonrisa forma parte de esas mujeres a las que nunca conocí y con las que, vivas o muertas, reales o ficticias, y a pesar de todas las diferencias, siento que tengo algo en común. Son artistas, escritoras, heroínas y mujeres de mi infancia que componen una cadena invisible dentro de mí. Tengo la impresión de que mi historia es la de ellas.» (pág. 41). El acontecimiento me parece la novela más feministas de las tres de Arnaux que llevo leídas hasta ahora. Otro párrafo sobre este asunto, y además sobre la pertinencia de hablar sobre ciertos temas, que me ha gustado es éste: «Es posible que un relato como este provoque irritación o repulsión, o que sea tachado de mal gusto. El hecho de haber vivido algo, sea lo que sea, otorga el derecho imprescriptible de escribir sobre ello. No existe una verdad inferior. Y si no cuento esta experiencia hasta el final, contribuiré a oscurecer la realidad de las mujeres y me pondré del lado de la dominación masculina del mundo.» (pág. 54) Las figuras masculinas del drama están representadas por el novio, que parece dar apoyo moral a Annie, pero poco compromiso, y los médicos, que pueden darle consejos, pero no ofrecerle ayuda real, porque esto pondría en juego sus licencias y su futuro laboral. Con las mujeres la autora sí establece una relación de ayuda y solidaridad, aunque no se retrata como a una figura positiva a la abortera, que ejerce un pequeño poder sobre las mujeres indefensas.

«Ver con la imaginación o volver a ver por medio de la memoria es el patrimonio de la escritura.» (pág. 59)

 

Más reflexiones metaliterarias: «Siempre que escribo me planteo la cuestión de las pruebas: aparte del diario y de la agenda que escribía en aquella época, no dispongo de ninguna otra certeza en lo que se refiere a mis sentimientos y a mis pensamientos de entonces, debido a la inmaterialidad y a la evanescencia de todo aquello que atraviesa mi mente.» (pág. 69)

 

Son varias las reflexiones que aparecen aquí sobre la legitimidad del aborto por parte de las mujeres, como la que aparece en la página 44: «Se juzgaba con relación a la ley, no se juzgaba la ley.», y muestra de una forma muy clara cuál es su opinión sobre este asunto, en el párrafo final del libro, que muestro aquí porque, al ser esta, en gran medida, una novela llena de reflexiones, no existe la posibilidad del destripe o el tan temido spoiler: «Me he quitado de encima la única culpabilidad que he sentido en mi vida a propósito de este acontecimiento: el haberlo vivido y no haber hecho nada con él. Como si hubiera recibido un don y lo hubiera dilapidado. Porque por encima de todas las razones sociales y psicológicas que pueda encontrar a lo que viví, hay una de la cual estoy totalmente segura: esas cosas me ocurrieron para que diera cuenta de ellas. Y quizás el verdadero objetivo de mi vida sea este: que mi cuerpo, mis sensaciones y mis pensamientos se conviertan en escritura, es decir en algo inteligible y general, y que mi existencia pase a disolverse completamente en la cabeza y en la vida de los otros.» (pág. 114-115)

 

Me ha gustado más El acontecimiento que El lugar y Una mujer, porque estas dos últimas novelas hablaban de la vida de unas personas desde un plano muy global, analizando en un escaso centenar de páginas toda una vida, y El acontecimiento Ernaux se centra en una experiencia de unos pocos meses. De este modo, se consiguen páginas más cercanas para el lector y de una gran intensidad y emoción. También me han gustado mucho las reflexiones metaliterarias, sociales y feministas.

 

Después empecé con No he salido de mi noche, que se publicó en 1997, y que guarda gran relación temática con Una mujer, de 1987. En Una mujer, Ernaux reconstruía la vida de su madre, a partir de haber recibido la noticia de su muerte, se traslada a principios del siglo XX, a la región francesa de Normandía, para explicarnos cómo era esa chica que crece en una familia obrera de pueblo, y que luego se va a casar con su padre. En las apenas 100 páginas de Una mujer, el ritmo narrativo es acelerado, y hacia el final de la vida de la madre, se nos cuenta que se la hubo de ingresar en una residencia de ancianos. La madre de Ernaux sufrió Alzheimer y cada vez resultaba más difícil que pudiera convivir en la casa familiar. En Una mujer nos encontramos con algunas páginas donde se habla de la vida de la madre en la residencia y de su pérdida paulatina de conciencia. En No he salido de mi noche, Ernaux expande estas páginas y nos habla, en otras 100 páginas, del proceso de degeneración que sufrió su madre, durante sus últimos años de vida, como consecuencia de la enfermedad del Alzheimer.

No he salido de mi noche empieza así: «Mi madre empezó con pérdidas de memoria y comportamientos extraños dos años después de sufrir un accidente de circulación grave ‒se la llevó por delante un coche que se saltó un semáforo en rojo‒ del que se había recuperado perfectamente.». Este accidente estaba relatado en Una mujer.

 


En la página 14 leemos: «Quizá deseaba dejar de mi madre, y de mi relación con ella, una sola imagen, una sola verdad, la que intente alcanzar en Una mujer. Creo ahora que la unicidad, la coherencia en la que desemboca una obra ‒sea cual sea, por otra parte, la voluntad de tener en cuenta los datos más contradictorios‒ debe ponerse en peligro cuantas veces sea posible. Al hacer públicas estas páginas se me presenta la ocasión. Las revelo tal y como fueron escritas, fruto del estupor y el trastorno que entonces sentía yo. No he querido modificar nada al transcribir aquellos momentos en que me quedaba junto a ella, fuera del tiempo.»

 

Así que No he salido de mi noche, después de la introducción inicial, done Arnaux da cuenta de sus intenciones narrativas, principalmente es un diario de notas que la autora tomaba sobre lo que se encontraba, y sus reflexiones, cuando iba a visitar a su madre a la residencia. A veces se filtrar en la narración recuerdos que ya han aparecido en otros libros: «He pensado en la gata que murió cuando tenía yo quince años, se orinó en mi almohada antes de morir. Y en la sangre, en los humores que perdí antes de abortar, hace veinte años.» (pág. 24). Estas dos imágenes pertenecen a la novela El acontecimiento.

 

Al tratarse de entradas de un diario, las anotaciones van precedidas de una fecha.

Destaco alguna entrada: «Satisfacción profunda por ir a ver hoy a mi madre como si fuera a descubrir una gran verdad que me atañe. Cegadora: ella es mi vejez, y siento en mí la amenaza de la degradación de su cuerpo, sus pliegues en las piernas, su cuello arrugado desvelado por el corte de pelo que acaban de hacerle.» (pág. 40)

 

Son muchas las entradas del diario que inciden en elementos desagradables y escatológicos: vómitos, excrementos o micciones en las habitaciones de la residencia, su olor, su presencia… de su propia madre, de su compañera de cuarto o de alguna otra persona que pasó por allí en ese momento.

 

«Acabo de verla, yo todavía soy joven, aún tengo historias de amor. Dentro de diez o quince años, seguiré viviendo y entonces ya seré vieja yo también.» (pág. 41)

 

Es cierto que No he salido de mi noche (parte de una frase que escribe la madre a un familiar) contiene algunas páginas dolorosas y estremecedoras, pero, dentro del conjunto de cinco libro de Annie Arnaux que he leído, ha sido la novela que me ha gustado menos. En los otros libros el análisis y la reflexión sobre lo contado, elevaban los propios acontecimientos que sirven de material narrativo, y aquí la muestra de estos acontecimientos es demasiado directa, sin pasar por el filtro del ese «análisis y reflexión» del que hablaba.

 

Tras No he salido de mi noche (1997) me acerco a Memoria de chica (2016), que con sus casi 200 páginas es la novela más larga de Annie Arnaux que he leído. La escribe durante 2014, el año en el que la autora ha de cumplir setenta y cuatro años, y reflexiona sobre la chica que era ella en el verano de 1958, cuando iba a cumplir dieciocho. Para llevar a cabo esta tarea se sirve de un juego literario curioso: escindirse a sí misma en dos personas. La narradora de Memoria de chica tiene setenta y cuatro años y, lógicamente, habla de sí misma en primera persona, pero cuando habla de sus recuerdos de 1958 se refiere a sí misma como la «chica de 1958» y habla en tercera persona al hablar de sus recuerdos. Es decir, la Arnaux actual, la de 2014, piensa que ya no es esa chica de 1958, pero que no hay nadie más cualificado que ella para tratar de entenderla y darle un sentido social o particular a sus recuerdos. Así que la Annie de 2014 mira a esa «chica de 1958» que no es ya ella y tratará de entenderla.

 

En la página 18 leemos: «Yo también he querido olvidar a aquella chica. Olvidarla de verdad, es decir no querer escribir más sobre ella. No pensar más que debo escribir sobre ella, sobre su deseo, su locura, su estupidez y su orgullo, su hambre y su sangre cortada. No lo he conseguido.» También en este libro, como en los anteriores, el lector se enfrentará a reflexiones metaliterarias: «Nunca llegué más allá de unas cuantas páginas, salvo una vez, un año en que coincidía exactamente el calendario con el del año 1958. (…) Muy pronto empecé a retrasarme en mi escritura, a causa de las incesantes ramificaciones que el flujo de imágenes, de palabras, hacía proliferar.» (pág. 18-19)

 

La chica que en 1958 va a cumplir dieciocho años va a trabajar como monitoria de campamentos para niños durante el verano. Ha puesto muchas expectativas en esta salida de casa y su aspiración principal es la de «vivir un romance». Así pronto tendrá una experiencia sexual con alguien que en ese momento le parece un adulto, el jefe de los monitores, un chico de veintidós años, que ya está trabajando como profesor de educación física en un colegio. Él y ella bailan en una fiesta y pronto él la lleva a su habitación. «Ella está haciendo todo lo que le pide.» (pág. 54), «Él, solo él es el amo.» (pág. 55). La escena del encuentro sexual (ella es virgen) está descrito de un modo brutal, antirromántico, y desde el punto de vista actual podría considerarse como una violación. Aunque la propia narradora nos dice que ella nunca ha podido considerarlo así, porque ella deseaba estar con aquel chico ‒al que llama H‒ y no tenía la experiencia suficiente como para juzgar si las maneras del hombre eran las adecuadas o no. En realidad el monitor jefe tiene una novia oficial, y en el campamento se acuesta con la ingenua Annie, pero también con otra monitora rubia, algo más mayor que ella. Annie se liará con algún otro chico y, enseguida, cogerá fama de «fácil», lo que va a hacer que se convierta en blanco de las burlas de los otros monitores y monitoras, todos más mayores que ella.

 


«A medida que voy avanzando, la suerte de sencillez anterior del relato ubicado en mi memoria desaparece. Ir hasta el final de 1958 significa aceptar la pulverización de las interpretaciones acumuladas a lo largo de los años. No pulir nada. No construyo un personaje de ficción. Deconstruyo la chica que fui.» (pág. 71)

 

«¿Debo escribir que, diez años antes de la revolución de Mayo, yo era sublime de puro intrépida, una vanguardista de la libertad sexual, un avatar de Bardot en y Dios creó a la mujer ‒que yo no había visto‒ y adoptar en consecuencia un tono jubiloso, ese que anima la carta que tengo ante mis ojos, enviada a Marie-Claude a finales de agosto del 58?» (pág. 72)

 

Y a pesar de las burlas que recibe, la chica del 58 quiere seguir formando parte de ese grupo de monitores con los que se siente libre.

 

Ya he dicho que Memoria de chica tiene el doble de páginas que los otros libros de Ernaux que he leído. Y en realidad parece que está formado por dos partes que podrían haber sido casi libros independientes. En la primera parte se narra este verano del 58 y esas experiencias sexuales, y cómo son juzgadas desde la moral de 58. Y en la segunda parte se habla del año siguiente, del 59, cuando Annie ha roto el contacto con H. pero sigue enamorada de él y sueña con volver a encontrárselo en las calles de Rouen, donde estudia, o al año siguiente en el campamento si es admitida de nuevo como monitoria. Y la Annie de ese año empieza a culpabilizarse de no haber podido conquistar a H, y a tener problemas de bulimia y autoestima. Me parecen interesantes las reflexiones sobre la elección universitaria hacia magisterio, porque la considera una aspiración más acorde con su familia y la clase social a la que pertenece. Aunque luego (aunque no estoy seguro del todo de esto) acaba cambiándose a una licenciatura en letras.

 

Me gusta esta reflexión: «No poder situar la anterioridad de un recuerdo con respecto a otro impide establecer una relación de causa efecto entre ambos: no sé si recibí aquella carta antes o después de haber leído, aquel mismo mes de abril de 1959, El segundo sexo de Simone de Beauvoir que me prestó Marie-Claude.» (pág. 141). Esta lectura de Simone de Beauvoir será importante para que la «chica de 1958» pueda tomar conciencia de qué ha representado para H, su enamorado, y para los otros chicos del campamento, y pueda empezar a tener un posicionamiento político más adulto, y darse cuenta de que había sido «un objeto sexual», en palabras de Beauvoir.

También me gusta esta reflexión metaliteraria sobre las novelas de autoficción: «Al empezar a escribir sobre ella, por una artimaña inconsciente, he dejado todo el rato en suspenso la cuestión de mi derecho a desvelarla. De alguna manera he bloqueado mis escrúpulos con el fin de llegar a un punto ‒actual‒ en el que sé que es imposible quitar ‒sacrificar‒ todo lo que he escrito acerca de ella. Esto vale para lo que he escrito sobre mí. En ello radica precisamente la diferencia con un relato de ficción.» (pág. 184).

 

En resumen, me ha parecido que Memoria de chica es el libro con más matices y más interesante de los cinco que le leído de Annie Arnaux. Le seguirían El acontecimiento, El lugar, Una mujer y, por último, No he salido de mi noche, en el que me parece que hay poca distancia entre el material literario y su tratamiento.

Como reflexión final sobre el tema de los premios Nobel: no sé si existiría algún otro escritor o escritora que se lo pudiera merecer más, y no sé si esto es fácilmente medible. En cualquier caso, la concesión del premio Nobel me ha hecho acercarme a una escritora cuya propuesta de análisis autobiográfico me ha parecido muy interesante. He disfrutado de estos libros de Annie Arnaux.

domingo, 27 de noviembre de 2022

Un hijo cualquiera, por Eduardo Halfon

 


Un hijo cualquiera, de Eduardo Halfon

Editorial Libros del Asteroide. 139 páginas. 1ª edición de 2022

 

He leído bastantes de los los libros que ha publicado Eduardo Halfon (Ciudad de Guatemala, 1971), MonasterioDueloSignor HoffmanMañana nunca lo hablamosEl boxeador polacoSaturno, CanciónBiblioteca bizarra, y algunas obras más tempranas como El ángel literarioDe cabo roto y Elocuencias de un tartamudo.

 

Después de algunos titubeos iniciales en busca de una voz propia, Halfon acabó creando al personaje que va a ser el narrador de todas sus novelas: Eduardo Halfon, alguien muy parecido a su autor, pero que no es exactamente él. El Halfon personaje es un fumador empedernido, por ejemplo, y el Halfon autor no fuma. Por lo demás, los dos comparten edad, nacionalidad y peripecias vitales comunes. En los libros que está publicado, desde hace ya unos años (algunos son rescates de editoriales anteriores), en la editorial Libros del Asteroide, está creando una obra que, en realidad, es la misma novela, publicada por partes, ya que todos estos pequeños volúmenes, que apenas superan las cien páginas, están unidos por un mismo narrador y por unos temas comunes. Halfon habla en estos libros de su gran familia judía latinoamericana, proveniente de Europa o de Oriente Medio, e indaga en el tema de la identidad. ¿Es Halfon judío, guatemalteco, norteamericano (donde ha vivido gran parte de su vida), polaco? ¿Cuál es su identidad?

 

En Un hijo cualquiera aparece, en gran medida como hilo conductor de su nueva propuesta, la figura de su hijo real, nacido hace cinco años, y del que en el libro nos va a hablar desde su nacimiento hasta que tiene tres o cinco años. En el primer capítulo, Halfon habla del parto de la mujer para dar a luz a su hijo, y de la decisión inicial de hacerle o no la circuncisión, una decisión que han de tomar los padres, que será irreversible para el hijo, y que, de un modo u otro, formará parte de su identidad. «Y entendí, de una manera categórica o aun mística, que el pene de mi hijo, a partir de ese momento, ya no era suyo», leemos en la página 14, como conclusión de este capítulo. A través de los padres y los antepasados se va ya conformando la que será, por aceptación o rechazo, la identidad del hijo.

Desde aquí, Halfon recuerda algunos episodios de su niñez, uniendo así sus recuerdos iniciales con los primeros pasos de su hijo. «El sentimiento de paternidad, como escribió James Joyce en Ulises, es un misterio para el hombre.» (pág. 11), Halfon, en sus reflexiones sobre la paternidad evoca a algunos autores, como en la cita que señalo.

En Un hijo cualquiera también nos habla de sus comienzos en la lectura y en la escritura, a una edad relativamente tardía, a los veinticinco años, al volver a Guatemala tras una larga estancia en Estados Unidos y un título de ingeniería bajo el brazo. A los veintiocho años viaja a París: «En aquel tiempo, en París, yo estaba en mi primera fase de lector. Es decir, la fase de alguien que, cualquiera que sea su edad, acaba de descubrir la magia de los libros y siente la necesidad de leerlos todos. La lectura, entonces, como acto personal de anarquía o como inmolación literaria (dependiendo si uno está más próximo a Emma Bovary o a don Quijote). Leer como si la literatura fuera una droga. El lector junkie.» (pág. 37). No estoy del todo seguro, pero creo que ya había leído previamente en los libros de Halfon algo sobre sus comienzos en la lectura y la escritura. Sí que estoy seguro, sin embargo, de leer aquí, de forma tangencial sobre algunos temas ya tratados en otros libros: en la página 18 nos habla de cómo en el año 1981, tras la escalada de violencia en Guatemala, los padres de Halfon deciden mudarse a Estados Unidos. Sobre esto había leído en el libro de relatos Mañana nunca lo hablamos. En la página 135 aparece alguna referencia al abuelo polaco que escapó de un campo de concentración, historia que se cuenta en El boxeador polaco.

 

Las fronteras entre lo que es una novela y un libro de cuentos en Halfon son difusas. En sus libros es frecuente que se produzcan saltos en el tiempo y en el espacio y que el Halfon personaje nos cuente historias que se pueden ajustar al tiempo narrativo de un relato, y que no tienen, en realidad, que ver con una composición clásica de novela. En la contraportada del libro Halfon habla de «historias que componen este libro» y los editores de «los textos reunidos en este nuevo libro». Creo que de un modo deliberado se evita hablar de libro de relatos porque esto limitaría las ventas. El mercado del libro en España, e imagino que casi todos los países será igual, acepta mucho mejor las novelas que los libros de relatos. En Monasterio, donde Halfon narra el viaje su viaje a Israel, para asistir a la boda de una hermana, nos encontramos de forma más clara con una novela, y en Signor Hoffman con un libro de relatos, unidos por la persistencia de una misma voz narrativa. Pero, en el fondo, y como ya he apuntado, cada nueva entrega de un librito de Halfon supone, en realidad, un nuevo capítulo de su gran y única novela en construcción.

 

De Un hijo cualquiera me gustaría destacar el relato titulado Beni, en el que Halfon viaja a Guatemala para recoger los restos de su abuelo muerto, y ha de entrar en un cuartel militar acompañado de un viejo guardaespaldas de la familia. Me ha parecido una narración muy poética y con una gran tensión narrativa, que indaga en el pasado de violencia del país dejando sin aliento al lector. Un relato que comparte sequedad y precisión con los textos de su compatriota Rodrigo Rey Rosa.

 

Por el contrario, me parece que tiene menos tensión un relato titulado La pecera, donde un Halfon que acaba de sufrir un accidente se adentra en un cine de Bélgica, donde las cosas parecen normales, pero no del todo, con un ligero toque onírico a lo Julio Cortázar.

 

He leído Un hijo cualquiera en muy poco tiempo. Lo he disfrutado como suelo disfrutar los libros de Halfon, aunque también es cierto que ha desaparecido en parte la sensación de extrañamiento y sorpresa del principio, de la época en la que leí Monasterio y Duelo, quizás sus obras más destacadas. Los relatos o novelas de Halfon siempre son entretenidos y me dejan con sensación de querer leer más, lo que es, claramente, un síntoma positivo. Pero no sé si hay en la propuesta de Halfon algunos indicios de agotamiento, como si los misterios principales de su gran familia judía hubieran sido ya expuestos en sus páginas y él siguiera dando vueltas alrededor de ellos de un modo indefinido. Desde luego, cuando en 2008, Halfon creó en El boxeador polaco al personaje Halfon y la idea de la búsqueda de la identidad en su familia judía dio con una propuesta poderosa, que generó sus mejores frutos en Monasterio y Duelo, pero no sé si la misma fórmula va a poder ser repetida por él para siempre. Por ahora su obra me parece de las más estimulantes de la narrativa latinoamericana del presente. ¿Escribirá Halfon en el futuro algún libro en el que deje de lado al personaje Halfon, se agotará la propuesta o podrá renovarla de forma inagotable? El tiempo nos dirá.

 

 

domingo, 20 de noviembre de 2022

El libro de nuestras ausencias, por Eduardo Ruiz Sosa


El libro de nuestras ausencias
, de Eduardo Ruiz Sosa

Editorial Candaya. 460 páginas. 1ª edición de 2022.

 

En 2016 me sorprendió positivamente la lectura de Anatomía de la memoria (2014) la primera novela de Eduardo Ruiz Sosa (Culiacán, México, 1983), una novela muy madura, en la que, desde el presente, se investigaba sobre un grupo político de los 70 en Culiacán, llamado «los Enfermos» y que deseaban cambiar el mundo, desde la clandestinidad y sus bibliotecas de libros prohibidos. En 2019 leí el libro de cuentos Cuántos de los tuyos han muerto, que también me gustó mucho. Sabía, porque he hablado con Ruiz Sosa en más de una ocasión, que llevaba años trabajando en la novela que ha sido al final El libro de nuestras ausencias, con el que ya estaba enfrascado, por ejemplo, cuando escribió y publicó el libro de cuentos. En un epílogo, el autor nos contará que algunos de los personajes de El libro de nuestras ausencias habían aparecido ya en 2003 en sus escritos.

 

En El libro de nuestras ausencias volvemos a Culiacán, la ciudad natal del escritor, en la costa oeste de México. Volvemos también a los apellidos y nombres que contienen algún significa simbólico para los personajes, como Teoría Ponce o Fernando Ciego. Ahora, en vez de acercarnos a un grupo político, en principio nos acercamos a un grupo de teatro.

Un grupo de amigos, relacionados con este teatro, buscan a Orsina o sus restos. Orsina era la actriz más destacada de la ciudad, a la que tras enfermar de cáncer ha reclamado su familia, quienes la han ido cambiado de hospital a hospital según los amigos indeseados se presentaban allí. La familia, de buena posición, a la que Orsina había dado la espalda, reclama ahora para sí su enfermedad o sus restos. Los personajes sienten en su interior, cada vez de un modo más intenso, la ausencia de Orsina, e inician su búsqueda por las carreteras y campos cercanos a Culiacán. Estos viajes les van a permitir entrar en contacto con otras personas que también persiguen a sus desaparecidos, casi siempre madres en busca de los restos de sus hijos ausentes. En este sentido, destacan las páginas en las que los protagonistas se van a enfrentar al «muro de los desaparecidos», unas vallas, cerca de la carretera, en las que las personas van pegando las fotos de sus familiares ausentes, y a cuya densidad enfermiza ellos contribuirán añadiendo las fotos de Orsina. Un muro que representa más un altar, o un monumento, que una esperanza real de que alguien indique el paradero de los desaparecidos.

 

Además de la ciudad de Culiacán, serán, de forma más concreta, dos los escenarios de la novela: el teatro de la ciudad, que en el pasado fue una cárcel, y la imprenta de los hermanos Teoría Ponce y Roldenas, que se acabará convirtiendo en un lugar de culto a los desaparecidos, gracias a un truco legal para que el negocio no sea embargado.

 

En El libro de nuestras ausencias nos encontramos con un narrador múltiple, un «nosotros», que termina siendo omnisciente, porque los personajes se acaban contando todas sus aventuras en un bar, y así sus experiencias acaban siendo colectivas. Desde el «nosotros» genérico se individualiza hasta un «yo» movible, donde un personaje concreto toma la palabra para contar algo a los demás. Ya comenté en Anatomía de la memoria que detectaba alguna influencia de Gabriel García Márquez, y este recurso de la voz múltiple me ha hecho recordar mi lectura de El otoño del patriarca (1975), donde también existía esta construcción.

También comenté cuando hablé de Anatomía de la memoria que me parecía percibir en Ruiz Sosa una influencia ‒tan común, por otra parte, en los autores latinoamericanos de su generación‒ de Roberto Bolaño. Aunque el estilo de Eduardo Ruiz Sosa es ya marcadamente suyo, y relacionado principalmente con sus libros anteriores, sin acudir a fuentes externas, sí que la propuesta de El libro de nuestras ausencias me ha hecho pensar en La parte de los crímenes de 2666, y su insistencia en dejar constancia de las mujeres desaparecidas y muertas en México. La idea de los muertos, de forma violenta, en México recorre la espina dorsal de la nueva novela de Ruiz Sosa de un modo febril, alucinatorio. De hecho, hay un momento en el que también me parece que se evoca al Juan Rulfo de Pedro Páramo y el lector tiene la sensación de que a través del «nosotros» del narrador múltiple están hablando voces de personas ya muertas sobre otras personas muertas y además desaparecidas.

En la página 408 me parece detectar un homenaje explícito a Bolaño, ya que se cita la ciudad de Gómez Palacio, que da título al segundo relato del libro de Bolaño Putas asesinas. Y poco después, en la página siguiente, se habla de la localidad de Papasquiaro, que es el segundo apellido del nombre artístico del gran amigo de Bolaño, Mario Santiago Papasquiaro, trasunto de Ulises Lima en Los detectives salvajes.

 

En Anatomía de la memoria Ruiz Sosa escribía su texto con algunas curiosidades tipográficas, como usar un sangrado no usual en muchos de sus párrafos. En los cuentos de Cuántos de los tuyos han muerto rompía la lógica de la prosa y separaba sus palabras como si se tratara de versos. De esta última forma escribe El libro de nuestras ausencias, con saltos textuales propios de la poesía. Además no hay ningún punto en el libro, aunque sí se pueden encontrar comas y puntos y comas. Cuando normalmente regiría un punto, Ruiz Sosa decide empezar en un nuevo renglón. Además no hay mayúsculas, al no haber puntos, salvo las que corresponden a los nombres propios. Todas estas licencias le transmiten al lector la sensación de encontrarse ante un libro que tiene que ver, en muchos aspectos, más con la poesía que con la prosa.

 

Si he de sacarle algún fallo a El libro de nuestras ausencias sería éste: en más de un momento parece estar escrito entre brumas, y esto hace que el lector sienta a los personajes como distantes, resultando difícil ‒tras el velo del narrador múltiple‒ identificar sus aventuras personales e interesarse por ellas, lo que va en perjuicio de la tensión narrativa propia de una novela. De hecho, en más de un caso existen repeticiones en el texto, sobre todo cuando se habla de la ausencia de Orsina, que tienen que ver con las repeticiones musicales al estilo de Thomas Bernhard, y con los ritmos propios de la poesía. Sin embargo, El libro de nuestras ausencias también contiene páginas de gran belleza formal, sobre todo aquellas que hablan de los desaparecidos y de la búsqueda que ejercen sobre ellos sus familiares, que en la mayoría de los casos suelen ser las madres. Se habla poco de las causas de estas desapariciones, y de este modo se nombra al narco casi como de pasada y al final. La sensación es que las desapariciones en México son una realidad cotidiana y cuyas causas están por encima de lo real. Todas las familias mexicanas deben aprender a lidiar con sus ausencias. Son estremecedoras las páginas que hablan de oficios como el de elaborar muñecos que sustituyan al desaparecido o el muerto para poder realizar un enterramiento que calme a las familias, las búsquedas en las morgues, la imposibilidad de encontrar restos reconocibles de los familiares años después de su desaparición, pero aun así la búsqueda incesante, como un medio de vida, como la vida misma.

Pese a la carencia señalada, sobre la distancia que siente el lector hacia los personajes y sus historias personales, El libro de nuestras ausencias me ha parecido una novela valiosa sobre la realidad latinoamericana actual, repleta de páginas estremecedoras, y escrita con una gran belleza formal.

domingo, 13 de noviembre de 2022

El lugar y Una mujer de Annie Ernaux


El lugar
y Una mujer, de Annie Ernaux

Editorial Tusquets y Cabaret Voltaire. 101 y 108 páginas. 1ª edición de 1983 y 1987.

Traducción de Nahir Gutiérrez y Lydia Vázquez Jiménez

 

En 2021, cuando se anunció que el nuevo premio Nobel de literatura era el tanzano Abdulzarak Gurnah, me quedé tan sorprendido como imagino que le ocurrió a la mayoría de las personas del mundo hispano, puesto que casi todos desconocíamos el nombre de este autor. Cuando el 8 de octubre de 2022 se anunció que el premio Nobel era para Annie Ernaux (Normandía, Francia, 1940) sí sabía, esta vez, quién era, pero no había leído ninguno de sus libros. Sabía que estaba incluida en la corriente literaria de la autoficción y que muchas mujeres escritoras, a las que sigo en las redes sociales, la ensalzaban como un icono del feminismo. Me pareció una buena idea pasarme por la biblioteca de Pueblo Nuevo al salir del trabajo, la tarde de ese 8 de octubre, para ver qué libros tenían de Arnaux. Encontré cinco, y los saqué todos. Eran El lugar (1983), Una mujer (1987), El acontecimiento (2000), No he salido de mi noche (2016) y Memoria de chica (2016).

 

Decidí leerlos en orden cronológico. Así que empecé con El lugar. La novela empieza contando un hecho en apariencia trivial: la narradora se está enfrentando a sus exámenes prácticos de aptitud pedagógica para convertirse en profesora de instituto.

«Mi padre murió exactamente dos meses después», leemos en la segunda página, tras narrar la escena anterior. A partir de aquí, la escritora va a mostrarnos el entierro del padre, y desde ahí viajará al pasado para reconstruir su vida, desde que él era un niño, desde antes de tener impresiones propias sobre él.

Desde las primeras páginas de este primer libro, el lector tiene la impresión de que en la narración de Ernaux no existe distancia entre narradora y autora. No sé si Ernaux se inventará algo, pero el lector lee sus libros como si, en todo momento, hablara de distintas facetas de su vida y de la de sus familiares.

Los padres regentaban un café en un pueblo de la región de Normandía, de donde es originaria la familia. Las personas de buen nombre del barrio no fueron al entierro del padre, nos dice en la página 17. El tema de las clases sociales y sus implicaciones (cuando escribo esta reseña ya llevo leídos cuatro de los cinco libros de la biblioteca) es determinante en la obra de Ernaux.

 

«Quería hablar, escribir sobre mi padre, su vida, y esa distancia que surgió durante mi adolescencia entre él y yo. Una distancia de clase, pero especial, sin nombre. Como el amor dividido.» (pág. 20) Por lo que he leído sobre Ernaux sobre este tema de la distancia de clase que surgió entre sus padres y ella, cuando se convirtió en estudiante universitaria, versaba su primera novela, titulada Los armarios vacíos (1974). Es normal en la obra de Arnaux que se repitan escenas de un libro a otro, pero que en cada uno se centre en un tema concreto, en una de las partes de su vida.

Como vemos, a través del párrafo que he señalado más arriba, también es normal encontrarnos en sus novelas anotaciones metaliterarias, en las que la autora reflexiona sobre el propio impulso de la escritura. «Poco después me doy cuenta de que la novela es imposible. Para contar una vida sometida a la necesidad no tengo derecho a tomar, de entrada, partido por el arte, ni a intentar hacer algo “apasionante”, “conmovedor”. Reuniré las palabras, los gestos, los gustos de mi padre, los hechos importantes en su vida, todas las señales objetivas de una existencia que yo también compartí.» (pág. 20)

 

«Al escribir se estrecha el camino entre dignificar un modo de vida considerado inferior y denunciar la alienación que conlleva.», esta frase de la página 48 bien podría tomarse como el lema, o la intención narrativa, de este libro o de toda la obra de la autora.

En El lugar la escritora dice que la familia vivía en Normandía, en el pueblo de «Y.» y, en otras novelas, esta sigla nos muestra a Yvetot.

 

«Escribo, quizá porque no teníamos ya nada que decirnos.» (pág. 74). El padre se queda fascinando cuando ve a su hija hablando en inglés con unos turistas. Le parece increíble que haya podido hablar un idioma sin haber viajado al país en el que se habla. La cultura de la que se va a apropiando Annie Ernaux va creando una diferencia de clase entre su padre y ella. Su padre empezó de niño trabajando en una granja, a principios del siglo XX, (nació en 1899) y de ahí pasó al entorno de las fábricas, hasta que pudo convertirse en tendero (el café que regentaba también era una tienda).

 

El estilo de Ernaux es descarnado, y aparentemente sencillo, pero esta «sencillez» no implica simpleza, sino un deseo escarbar en la esencia de lo que quiere contar hasta dejarlo en el hueso narrativo. Las novelas de Ernaux son cortas, apenas llegan a las cien páginas de letra grande. Se leen en un rato. Me llama la atención que casi nunca se detiene a contar anécdotas concretas, sino que levanta acta notarial de acontecimientos del pasado sin tratar de ser, como ella misma afirmaba en una cita que he recogido más arriba, “apasionante” o “conmovedora”. Pero esto no implica que no acabe siendo “conmovedor” lo que cuenta, porque las escenas que dibuja sí tienen fuerza y poesía. 


 

Tengo la impresión de que sus libros ganan al leer varios de ellos seguidos. Así que justo al acabar El lugar empiezo con Una mujer (1987), publicado cuatro años después de El lugar. Son la cuarta y la quinta novela de la autora. Enseguida compruebo que Una mujer tiene la misma estructura que El lugar: empieza hablando de la muerte de la madre, de ahí nos narra el entierro y, luego, pasa a la reconstrucción de su vida. Este planteamiento inicial me atrae. Me gusta la idea de que la autora me hable de la figura de su padre y luego de la de su madre.

Nos encontramos con la misma voz narrativa sin fisuras entre las dos obras, y aquí se acrecienta mi sensación de encontrarme ante una narrativa puramente autobiográfica. Lógicamente, algunos de los datos o acontecimientos narrados van a ser los mismos, pero Ernaux consigue evitar las confluencias, evitar contar lo mismo dos veces, y cuando algún dato coincide (traslado de un pueblo a otro, por ejemplo) cuenta anécdotas diferentes o pone el foco de su narración en aspectos diferentes.

 

A diferencia del padre, cuya muerte es más repentina, fruto de un infarto en 1967, a la edad de 68 años, la madre ‒siete años menor que el padre‒ va a sufrir un periodo de degeneración física, con enfermedad de Alzheimer, y morirá en una residencia, tras un periodo de desorientación, en el que ya no reconoce a su hija o a sus nietos. Ahora la ciudad de «Y.» de El lugar pasa a ser Yvetot.

En la página 22 leemos: «Mañana hará tres semanas que tuvo lugar la inhumación. Solo anteayer conseguí sobreponerme al terror de escribir en lo alto de una hoja en blanco, como un principio de libro, no de carta a alguien, “mi madre murió el lunes 7 de abril”.», así que de nuevo tenemos aquí reflexiones metaliterarias, en las que la narradora nos habla de cómo surgió el primer impulso para escribir el libro que en el lector tiene en las manos.

«Voy a seguir escribiendo sobre mi madre. Es la única mujer realmente importante en mi vida y estaba demente desde hacía dos años. Quizás haría mejor en esperar a que su enfermedad y su muerte se fundan en el curso pasado de mi vida, como ha sucedido con otros acontecimientos, con la muerte de mi padre y la separación de mi marido, para tener esa distancia que facilita el análisis de los recuerdos. Pero en este momento no soy capaz de hacer otra cosa.» (pág. 23)

«Lo que espero escribir de manera más justa se sitúa sin duda en la intersección de lo familiar y lo social, del mito y la historia.», leemos en la página 24, y puede, de nuevo, ser tomada esta frase como un lema de las intenciones narrativas de la autora. En la solapa de su novela El acontecimiento se recoge una cita del también escritor francés Emmanuel Carrère: «Admiro la manera de narrar que Ernaux ha inventado, mezclando autobiografía, historia y sociología.» Creo que Carrère capta la esencia de la novelística de Ernaux bastante bien. La autora no se limita a indagar en su pasado para extraer de él un significado personal que, quizás, se convierta en universal, sino que también analiza el entorno en el que han crecido los personajes, en este caso sus padres, que quiere retratar.

 

Al igual que en El lugar, en Una mujer, Ernaux también recoge expresiones hechas que usaban sus padres, y que pertenecen al habla colectiva de la región de Normandía de la que proceden, y esto marca una distancia con el lenguaje culto francés. En la primera novela estas frases estaban señaladas con letra bastardilla y en la segunda mediante comillas.

Además del tema social de Un lugar, se une aquí el análisis del machismo de la época. En la página 34 leemos: «Pero en una época y en una ciudad pequeña donde lo esencial de la vida social consistía en saber lo más posible sobre la gente, donde se ejercía una vigilancia constante y natural sobre la conducta de las mujeres, no había otra alternativa que verse atrapada entre el deseo de “aprovechar cuando eres joven” y la obsesión de que “te señalen con el dedo”. Mi madre se esforzó por adecuarse lo más posible al juicio más favorable sobre las muchachas que trabajaban en una fábrica: “obrera pero seria”, practicando la misa y los sacramentos, el pan bendito, bordando su ajuar con las monjas del orfanato, no yendo nunca al bosque con un chico.»

En la página 37, la madre conoce al padre, y se resume un poco la información ya suministrada al lector en Un lugar, que yo tenía muy reciente. Los padres se casarán en 1928.

La madre le pegaba tortas con facilidad, pero a los cinco minutos la estrechaba entre sus brazos. Sobre esto escribe: «Intento no considerar la violencia, los desbordamientos de la ternura, los reproches de mi madre como simples rasgos de su personalidad, sino situarlos también en su historia y condición social. Esta forma de escribir, que me parece ir en el sentido de la verdad, me ayuda a salir de la soledad y la oscuridad del recuerdo individual, por el descubrimiento de un significado más general.» (pág. 54)

A diferencia del padre, la madre de Ernaux sí leía y se preocupaba por la cultura, así que cuando Annie puede ser estudiante, siente que la diferencia con su madre no es tan grande como con su padre, aunque a veces la madre se queja de los «privilegios» a los que ha podido aspirar la hija gracias a sus sacrificios. «En ciertos momentos, tenía en su hija, frente a ella, a una enemiga de clase.» (pág. 67). Esto ocurre cuando la hija entra en la adolescencia y empieza a identificarse con los artistas malditos.

 

«Entre las clases en el instituto de montaña a cuarenta kilómetros, un hijo y la cocina, me convertí enseguida en una mujer que no tiene tiempo.» (pág. 74), los roles machistas también persiguen a la hija, una generación después.

 

«En 1967, mi padre murió de un infarto en cuatro días. No puedo describir esos momentos porque ya lo he hecho en otro libro, es decir que nunca habrá otro relato posible, con otras palabras, con otro orden de las frases.» (pág. 75). Ese libro es El lugar, por supuesto.

 

En la página 93 se muestra ya el título del que va a ser otro de los libros de la autora: «Querida Paulette, no he salido de mi noche», cuando se describe ya el proceso degenerativo provocado en la madre por el Alzheimer en No he salido de mi noche.

 

Como había supuesto al principio, la obra de Annie Ernaux se me ha hecho más interesante al leer estos dos libros seguidos. La misma voz narrativa nos habla de la vida del padre y luego de la madre. Son dos novelas cortas que se complementan muy bien, y que, en realidad, acaban siendo una sola. Biografía y sociología se han mezclado de un modo muy interesante. Ha he leído El acontecimiento y también me ha gustado mucho.