domingo, 28 de abril de 2013

American Splendor, por Harvey Pekar


Editorial La Cúpula. 192 páginas el primer volumen, 208 páginas el segundo y 191 el tercero. Primer volumen: ediciones originales de 1976-1982; segundo volumen: ediciones originales de 1983-1991; tercer volumen: ediciones originales de 1993-2004. Los libros de La Cúpula están editados en 2011, 2011 y 2012, respectivamente.
Traductor: Francisco Pérez Navarro.

Conocí a Harvey Pekar (Cleveland, EE.UU., 1939-2010) gracias a la película American Splendor, rodada en 2003, y que imagino que llegaría a España ese año o el siguiente. La película me gustó mucho. El trabajo de Paul Giamatti, dando vida a Pekar, era muy bueno; y además me llamó la atención sobremanera su atrevido formato: una mezcla de imágenes reales, entrevistas a cámara de las personas que Pekar mostraba en sus cómics, al lado de los actores que estaban actuando como si fuesen ellos e imágenes de archivo (cuando Pekar empezó a ser mínimamente conocido estuvo participando en el programa televisivo Late night, donde le entrevistaba David Letterman) y dibujos extraídos directamente de sus cómics.
En la feria del libro de Madrid de ese año, pregunté por los cómics de Harvey Pekar en una librería especializada, y aunque al principio uno de los vendedores pensaba que no tenían nada, otro recordó que la editorial El Víbora estaba publicando los cómics del dibujante Robert Crumb, y que uno de ellos estaba dedicado a las colaboraciones que hizo con Pekar para American Splendor. Y allí me sacaron el cómic: escondido entre montañas de páginas dedicadas a superhéroes estaba Pekar, el antihéroe mítico del cómic de la otra América, como Charles Bukowski podría ser el antihéroe mítico de la literatura de la otra América.
Me gustó aquel cómic, aunque no sé dónde está. Se lo debí dejar a alguien que nunca me lo devolvió.

Años después la editorial La Cúpula empezó a publicar una antología de American Splendor, que en dos años alcanzó tres volúmenes. Mi novia, gran aficionada al cómic realista (o novela gráfica), los fue comprando –creo que alguno se lo regalé yo–. Desde hace tiempo, yo tenía ganas de leerlos, y creo que el deseo se avivó definitivamente después de ver la película Searching for Sugar Man, que ya comenté en el blog hace unas semanas. En esta película Rodríguez era un artista que había tenido que vivir de una profesión muy diferente a su quehacer artístico, y su deambular por las calles nevadas de su Detroit natal me recordó a algunas de las imágenes de los cómics de Pekar, otro artista que no podía vivir de su obra y que también caminaba por las inclementes calles de una ciudad norteamericana, Cleveland. Además, tenía por delante las vacaciones de Semana Santa y parecía un buen momento para leer estos libros de gran volumen, que resultarían algo incómodos de llevar en mi maletín de profesor para leerlos en el transporte público o en la ruta del colegio.

Harvey Pekar es el hijo de unos inmigrantes judíos de Polonia. Su padre tenía una tienda de comestibles en Bernard Malamud. Harvey no quiere ser como su padre, una persona culta atrapada por un trabajo que no le satisface, pero inevitablemente, en gran medida, va a repetir su ciclo vital. Pekar va a ejercer de funcionario de grado bajo en la ciudad de Cleveland, la mayor parte del tiempo en un hospital, y además va a escribir artículos sobre música o política para revistas especializadas de difusión nacional (antes de iniciarse en el mundo del cómic). Esta doble vida va a generar todo un sinfín de frustraciones para Pekar, convencido de que podría haber sido, por ejemplo, un profesor universitario, pero al que su origen humilde le ha impedido serlo, y que tiene que convivir con personas con unos intereses culturales muy diferentes a los suyos. Sus escritos en revistas nacionales le reportarán unos ingresos siempre inferiores al mínimo necesario para conseguir vivir de ellos. Lo mismo ocurrirá con sus cómics, de los que podrá sacar unos miles de dólares al año, pero, en todo caso, una cantidad insuficiente para dedicarse a ello en exclusiva. Además, también es consciente de que si dejase de trabajar perdería la mayor parte de los temas personales de los que habla en su obra.
Cleveland en la que realizaba jornadas de noventa horas semanales, y además era un estudioso de la Torah. En este sentido los antecedentes familiares de Pekar me han recordado a los del gran escritor judío americano

“Imagínate, tío... Si no hubiera conocido a Crumb, nunca habría escrito guiones de cómics, para que veas...”, nos dice Pekar en una viñeta de la página 79 del primer volumen. Pekar coincide en Cleveland con el que años después iba a ser uno de los más famosos artistas underground norteamericanos, el dibujante de cómics Robert Crumb. Ambos son jóvenes coleccionistas de música jazz, y Pekar le muestra unos guiones que está escribiendo para un cómic basado en su propia vida. Crumb se convierte en uno de los primeros dibujantes de Pekar.
Si tuviera que buscar un equivalente literario a estos libros sería el de una novela autobiográfica formada por relatos. Es curioso leer las historias que los componen, pasar de una a otra y encontrarse con la obra de múltiples artistas gráficos que representan a Harvey Pekar con rostros a veces diferentes, según la sensibilidad de cada dibujante.
El método de trabajo de Pekar, por lo que he deducido en los libros, cuando hace lo que podríamos llamar metacómic, es el siguiente: él escribe los guiones, y va distribuyendo sus textos en viñetas, que dibuja con monigotes. Luego este material se lo envía a uno de los dibujantes que en ese momento trabajan con él, junto con fotografías que muestran las localizaciones de los lugares que aparecen en esa historia.
Quizás este procedimiento provoque que en muchos de los relatos de esta antología prevalezca el pensamiento sobre la acción. Recuerdo en especial una historia del segundo libro, titulada Mañana cumplo cuarenta y tres años (cómo vivo ahora). En ella, Pekar pasea por un parque reflexionando sobre su vida y el paso del tiempo. No hay más personajes, no hay diálogos; en la parte superior de las viñetas un cuadro recoge los pensamientos de Pekar y, abajo, los dibujos de Gerry Shamray muestran a un hombre que camina por un parque, un hombre que se pasa la mano por la frente, angustiado; que se detiene junto a un árbol; que mira al cielo... Un pensamiento sobre la acción que nos puede acercar al existencialismo francés de Sartre o Camus.

Para Harvey Pekar la vida cotidiana, el puro hecho de levantarse de la cama e ir hasta el trabajo, es todo un desafío. Muchos peligros parecen acecharle en cada paso: un pequeño golpe con el coche, que hará que tenga que gastarse un dinero con el que no contaba en un taller de reparaciones, la pérdida de unas gafas, una discusión con un compañero de trabajo, un editor de revistas que se retrasa en el pago de un artículo... La angustia domina la vida de Pekar, que cuando no tiene preocupaciones parece buscarlas.
Además de la angustia, su comportamiento obsesivo-compulsivo parece desbordarle: como coleccionista de discos de jazz estará casi dispuesto a pasar hambre por conseguir un disco raro, que muy probablemente almacenará sin escuchar.

El sentimiento de soledad también parece ser uno de los temas más recurrentes del primer volumen, hasta que conocerá a Joyce, su tercera esposa, uno de los personajes clave en American Splendor. El miedo ante la enfermedad cobrará cada vez más presencia, según el narrador va cumpliendo años, la afonía crónica primero, y luego el cáncer que le detectan, el deterioro de una cadera...
Una reflexión sobre la lectura de cómics y la percepción de la realidad: yo normalmente leo novelas, y me doy cuenta de que interpreto el mundo en líneas de texto. Continuamente me narro a mí mismo lo que me ocurre como si estuviese escribiendo mentalmente. Durante los días que he estado con estos cómics he llegado a percibir viñetas de cómics al conversar con alguien. Estaba sentado en un bar enfrente de unos amigos y veía los encuadres de las viñetas y los bocadillos de texto insertados sobre la persona que estaba hablando.
Quizás Harvey Pekar habría llegado a ser un artista más reconocido y más completo si él mismo hubiese sido capaz de dibujar sus historias; pero en todo caso marcó una de las líneas del cómic moderno para adultos, abriendo el camino a la novela gráfica, por la que muchos otros han transitado después con mayor éxito que él: Daniel Clowes, Chester Brown, Joe Matt, Peter Bagge, Jeffrey Brown, Jaime Hernandez...

Quizás para mí el problema de las novelas gráficas es que se leen enseguida. Por eso prefiero leer obras completas, como cuando leí Paracuellos de Carlos Giménez (lo comenté en el blog, ver AQUÍ); así que leer seguidos los tres volúmenes recopilatorios de American Splendor, con los que he estado casi una semana, lo puedo considerar una experiencia similar a leer una novela. La verdad es que me ha interesado leer sobre Harvey Pekar, un personaje con muchas aristas; y me he quedado con ganas de más. Me habría gustado que este recopilatorio hubiesen sido las obras completas de Harvey Pekar, que deben ser cientos y cientos de páginas.

jueves, 25 de abril de 2013

José Agustín Goytisolo, unos poemas



Ya he hablado en el blog, durante las pasadas semanas, de la poesía de Juan Luis Panero y la de Jaime Gil de Biedma. Unido a estos dos nombres surge en mi cabeza, en mi memoria de lector de poesía, el de Juan Agustín Goytisolo (Barcelona, 1928-1999). Durante una temporada -durante un tiempo muy seguido, en realidad- saqué de la biblioteca de Móstoles al menos cuatro o cinco de sus libros de poesía, en las austeras y cuidadas ediciones de Lumen. Me gustaba de Goytisolo su compromiso, su poesía amorosa, su leve ironía dolorida.
Recuerdo que el que más me impactó de sus libros fue Del tiempo y del olvido (1977).



Dejo aquí algunos poemas suyos:



Alguna noche

Alguna noche -las fogatas eran
de dolor o de júbilo-
la casa te veía desertar.

Te abrías a una vida
distinta, a un mundo
alegre como los ojos de un dios:
voces mayores, fuegos de artificio,
inacabable noche de San Juan
en tu estancia vacía...

El tiempo se agrandaba en los rincones,
se detenía en torno al corazón,
mientras el estruendo proseguía,
lejos, lejos, quién sabe si real.

Después, todo más claro:
los sonidos pequeños, el crujido de un mueble
la lluvia en el desván.

Nueva vida a las cosas, el alba aparecía,
y tú llegabas, amorosamente.


Las mujeres de antes

En los Paseos junto al mar
en las sillas de mimbre de los bares
reclinadas en suaves chaises-longues de terciopelo
fumando cigarrillos atrevidos y exóticos
vestidas de colores muy decentes
o en lugares cerrados y más íntimos
mirándose al espejo
retocando sus labios y empolvándose
las mujeres de antes parecían irreales
eran como otra cosa algo distinto
pero cuando nos daban caramelos
o las fotografiaban de perfil
todos todos sabíamos que aquello se acababa
que no podía ser
que la hermosa película no iba a continuar siempre
y que la extraña joya que al parecer tenían
escondida en los pliegues del escote
o quizás entre las piernas
iba a volverse pronto mercancía barata
que ellas eran como nosotros
con sus deseos y melancolías
con sus trabajos y su desengaño.

Y entonces ¿para qué fingirse diosas
si ni ellas lo querían
y para qué tanto suspiro absurdo
tanta mano bellísima frotando en solitario
tanto dedo en saliva
si de la fiesta aquella sólo iban a quedar
algunos viejos cuadros y montones de cajas de sombreros
llenas de fotos ocres junto a discos partidos?


La noche le es propicia

Todo fue muy sencillo:
ocurrió que las manos
que ella amaba,
tomaron por sorpresa
su piel y sus cabellos;
que la lengua
descubrió su deleite.
¡Ah! detener el tiempo!
Aunque la historia
tan sólo ha comenzado
y sepa que la noche
le es propicia,
teme que con el alba
continúe su sed
igual que siempre.
Ahora el amor la invade
una vez más. ¡Oh tú
que estás bebiendo!
Apiádate de ella,
su garganta está seca,
ni hablar puede.
Pero escucha su herido,
respira la agonía
de un éxtasis y el ruego:
¡no te vayas, no, no te vayas.
¡Quiero beber yo!


Esos locos furiosos increíbles

Llegan apresurados y nunca dicen para qué
ni de dónde proceden
y enseguida te piden dos mil francos
que casi siempre te han de devolver
o te quitan la toalla sin respeto
cuando te estás duchando
se ponen la colonia los polvos el masaje
la loción de tu novio o de tu hija
te arrastran a lugares espantosos o bellos
y ni siquiera piden tu opinión
y beben prodigiosamente se ponen a cantar
en cualquier parte
o arman la del gran dios en un bar miserable
y por motivos nimios
siempre siempre avasallan te compran un sombrero
o unas flores
y un día salen al galope quizá hacia los infiernos
qué desastre.

Señora caballero muchachita asustada
militante de un partido ecologista:
si se tropieza usted con uno de esos
locos furiosos increíbles
no le deje escapar llévelo a casa
son tiernos como niños
a veces tienen frío quién sabe si es porque
les han pegado duro
duermen poco se lavan todo el rato y son muy
besucones y mirones
pero cuidan los libros sacan todas las noches
el cubo de basura a la escalera
y están sólo pendientes de tener siempre
un cenicero al lado.

Tienen por fin el gran inconveniente:
se van mas vuelven pronto
duran toda la vida.


En este mismo instante...

En este mismo instante
hay un hombre que sufre,
un hombre torturado
tan sólo por amar
la libertad. Ignoro
dónde vive, qué lengua
habla, de qué color
tiene la piel, cómo
se llama, pero
en este mismo instante,
cuando tus ojos leen
mi pequeño poema,
ese hombre existe, grita,
se puede oír su llanto
de animal acosado,
mientras muerde sus labios
para no denunciar
a los amigos. ¿Oyes?
Un hombre solo
grita maniatado, existe
en algún sitio. ¿He dicho solo?
¿No sientes, como yo,
el dolor de su cuerpo
repetido en el tuyo?
¿No te mana la sangre
bajo los golpes ciegos?
Nadie está solo. Ahora,
en este mismo instante,
también a ti y a mí
nos tienen maniatados.

domingo, 21 de abril de 2013

Matate, amor, por Ariana Harwicz


Editorial Lengua de Trapo. 149 páginas. 1ª edición de 2012.

El día de la presentación de Será mañana, la novela de mi amigo el escritor mexicano Federico Guzmán Rubio, que tuvo lugar en noviembre de 2012 en Madrid, al finalizar el acto, una gran parte de las personas que habíamos asistido a la librería-bar Tipos Infames acabamos tomando algo en Malasaña. Recuerdo que Jorge Lago, uno de los editores de Federico, se mostraba contento con la novela Matate, amor de Ariana Harwicz (Buenos Aires, 1977) de reciente aparición en aquel momento. Yo había visto el libro días antes en librerías y me había llamado la atención la poderosa imagen de la portada, un cuadro elegido por la autora de la novela –dato que supe más tarde- y muy adecuado con el contenido, como constato una vez leído el libro.

Semanas después le pedí la novela a Federico, que sabía que la tenía, y la he leído el pasado marzo.
Matate, amor es una novela corta organizada en capítulos de breve extensión; desde su primera frase entraremos en un mundo amenazante y cargado de violencia contenida, que en algún momento acabará haciéndose real: “Me recliné sobre la hierba entre árboles caídos y el sol que calienta la palma de mi mano me dio la impresión de llevar un cuchillo con el que iba a desangrarme de un corte ágil en la yugular”.

La voz narrativa -durante la mayor parte de la novela, pero con significativos puntos de fuga- pertenece a una mujer joven, que vive en pareja y que tiene un bebé. Una mujer argentina, dados los modismos lingüísticos empleados y que, por algún detalle del libro, conseguimos deducir que vive en Francia, en un entorno rural, y convive con un hombre francés.

La narradora parece sufrir una gran insatisfacción vital que le conduce a un cuestionamiento constante de la vida familiar convencional. En la página 8 (segunda de la novela) podemos leer: “¿Y yo? Una mujer normal, de una familia normal, pero una excéntrica, desviada, madre de un hijo y con otro, quién sabe a esta altura, en camino”.
En la página 22: “Y eso es un día vivido? ¿Eso es un ser humano viviendo un día de su vida”.
Página 57: “De todos modos, desde hace tanto e, incluso, desde antes de nacer, y mientras mi esposo anda gritando por ahí de celos, estoy muerta”.

El distanciamiento de la protagonista con su pareja y su bebé es muy grande, hasta el punto que la convivencia parece inviable. Ella no tiene un trabajo remunerado y suele pasar largos momentos tumbada en el bosque cercano a su casa, mientras que su pareja está fuera trabajando. Ella especula con la idea de que su pareja le es infiel. Ella acaba siéndole infiel a él con un vecino. En la página 29, por primera vez, el texto abandona a la joven mujer que nos cuenta la historia y la voz narrativa se desplaza hasta la del vecino. Lo que ocurrirá en alguna ocasión más a lo largo de la novela y, dado que esto tiene lugar sin aviso de ningún tipo, el lector leeré las primeras frases de un capítulo con extrañeza hasta que consiga percatarse del cambio del punto de vista.
Además de distanciada, la relación de la protagonista con su pareja y su bebé también es ambigua. Por ejemplo, en la página 15 el bebé preocupa mucho a la narradora: “Voy a ver si el bebé respira a cada minuto, lo toco para ver si reacciona, lo destapo, lo cambio de posición, lo ilumino, lo levanto, todavía estamos en la etapa de la muerte blanca”. En la página 68 el bebé le preocupa esto a la narradora: “El bebé gatea hasta la chimenea y en segundos va a necesitar el botiquín. Apuesto a que el padre no se mueve. Podría ser millonaria si me hubieran dado todo el dinero que gané en apuestas. Y la ganadora es… El bebé pone las manos en las brasas, el padre reacciona a lo Bush frente a las Torres Gemelas. Lo veo salir corriendo a buscar vendas y antiinflamatorios”.

En más de uno de sus capítulos la novela tiene toques oníricos o alucinados. En la página 69, el bebé de seis meses ha trepado hasta las ramas más altas de un árbol.

El interés de Ariana Harwicz por lo puramente biológico del ser humano, por la muerte, la enfermedad y lo enfermizo me ha recordado al que muestra la escritora chilena Lina Meruane en obras como Sangre en el ojo o Fruta podrida.

El algún momento de la novela la narradora apunta: “Un soplo de irracionalidad había quemado mi existencia y me encontraba en medio de la nada con un arma cargada entre manos” (pág. 129).

Explícitamente en la página 97 se habla de Sylvia Plath y de Virginia Woolf. La sombra de estas dos escritoras planea sobre Matate, amor, una sombra maldita que habla de mujeres suicidas, de mujeres disconformes con la sociedad en la que viven y oprimidas por ella. Una sombra que habla de mujeres con pocas opciones, a parte de la de ser madre y ama de casa. En la página 99 de esta novela la protagonista afirma: “Soy madre, listo. Me arrepiento, pero ni siquiera lo puedo decir. (…) Lo traje al mundo, ya es suficiente. Soy madre en piloto automático. (…). Mamá era feliz antes del bebé. Mamá se levanta todos los días queriendo huir del bebé, y él llora más.”; y esta sombra no deja de ser extraña al ser invocada por una joven que nos habla desde el siglo XXI, desde un siglo en el que la mujer puede salir ahí fuera y trabajar, un siglo en el que existen guarderías para bebés; donde existe el aborto y el divorcio o la idea de ser una madre soltera e independiente. Porque a pesar de que la narradora no parece desear a su pareja, en vez de separarse decide casarse con ella, y el lector tiene que entender que existe una dependencia ineludible.

El estilo de Harwicz me ha parecido trabajado, poderoso y poético, pero apuntaría que Matate, amor acaba ahogándose en su propia vehemencia, en su deseo de mostrar una situación asfixiante para una mujer, que el lector percibe que en todo momento tiene las puertas abiertas aunque ella no deja de reiterar que están cerradas, y tan sólo la locura parece sostener su discurso. Y aún así uno se pregunta por qué no es el hombre el que toma la decisión del alejamiento. El propio deseo de mostrar el horror, un horror no real, un horror que parte de la locura, lastra la capacidad de avanzar en el tiempo de la novela; y hace que leamos más de uno de sus breves capítulos con la sensación de mostrarnos, otra vez, una situación o una idea en exceso remarcadas en el discurso narrativo.
Antes he citado a la escritora chilena Lina Meruane. Quizás sería interesante leer Sangre en el ojo, una novela que me llamó mucho la atención el año pasado, y compararla con Matate, amor, otra obra de la nueva narrativa femenina sudamericana que también aborda el tema de la dependencia humana -o del extravío humano-; y que sea el lector quien decida cuál de ellas le gusta más (yo, quede dicho, prefiero Sangre en el ojo).

jueves, 18 de abril de 2013

Jaime Gil de Biedma, unos poemas


Poco después de descubrir a Juan Luis Panero, del que hablaba la semana pasada, me acerqué a Jaime Gil de Biedma. Recordaba haber leído de él algunos poemas en el instituto que me desconcertaron: ¿aquello era poesía? Parecía prosa. Y en aquel momento de los 16 o 17 años me pasó lo mismo que le ocurre a todos aquellos españoles que no leen poesía: exijo que la poesía sea incompresible, esto no rima y además se entiende, por tanto no es poesía. Si fuese poesía verdadera no la leería puesto que no la entiendo (entiendan ustedes la paradoja de la poesía).
Compré una recopilación de su poesía titulada Que la vida iba en serio, y que editó Plaza & Janes en 1998. La editorial sacó por aquellos años una colección de poesía en pequeño formato. El libro costaba 350 pesetas o algo así. Años después compré el libro de su poesía completa, que editó Lumen, con prólogo de Carme Riera, bajo el título Las personas del verbo.
Me encanta la elegancia de la poesía de Gil de Biedma, su aparente sencillez; su casi inverosímil conjunción de profundidad y ligereza.

Dejo aquí unos poemas:
(En eL primero me inspiré para el comienzo de mi poema Cine de Verano. Ver AQUÍ. Unas palabras del poema Canción de Aniversario –estas: el tiempo, ese pariente pobre
que conoció mejores días
- las usé como cita en uno de mis poemas de Móstoles era una fiesta).




Barcelona no es bona,
o mi paseo solitario en primavera

                                          A Fabián Estapé

                                   Este despedazado anfiteatro,
                  impío honor de los dioses, cuya afrenta
                                   publica el amarillo jaramago,
                                     ya reducido a trágico teatro,
                            ¡oh fábula del tiempo! representa
                     cuánta fue su grandeza y es su estrago.
                                                             Rodrigo Caro

En los meses de aquella primavera
pasaron por aquí seguramente
más de una vez.
Entonces, los dos eran muy jóvenes
y tenían el Chrysler amarillo y negro.
Los imagino al mediodía, por la avenida de los tilos,
la capota del coche salpicada de sol,
o quizá en Miramar, llegando a los jardines,
mientras que sobre el fondo del puerto y la ciudad
se mecen las sombrillas del restaurante al aire libre,
y las conversaciones, y la música,
fundiéndose al rumor de los neumáticos
sobre la grava del paseo.
                                        Sólo por un instante
se destacan los dos a pleno sol
con los trajes que he visto en las fotografías:
él examina un coche muchísimo más caro
-un Duesemberg sport con doble parabrisas,
bello como una máquina de guerra-
y ella se vuelve a mí, quizá esperándome,
y el vaivén de las rosas de la pérgola
parpadea en la sombra
de sus pacientes ojos de embarazada.
Era en el año de la Exposición.

Así yo estuve aquí
dentro del vientre de mi madre,
y es verdad que algo oscuro, que algo anterior me trae
por estos sitios destartalados.
Más aún que los árboles y la naturaleza
o que el susurro del agua corriente
furtiva, reflejándose en las hojas
-y eso que ya a mis años
se empieza a agradecer la primavera-,
yo busco en mis paseos los tristes edificios,
las estatuas manchadas con lápiz de labios,
los rincones del parque pasados de moda
en donde, por la noche, se hacen el amor...
Y a la nostalgia de una edad feliz
y de dinero fácil, tal como la contaban,
se mezcla un sentimiento bien distinto
que aprendí de mayor,
                                    este resentimiento
contra la clase en que nací,
y que se complace también al ver mordida,
ensuciada la feria de sus vanidades
por el tiempo y las manos del resto de los hombres.

Oh mundo de mi infancia, cuya mitología
se asocia -bien lo veo-
con el capitalismo de empresa familiar!
Era ya un poco tarde
incluso en Cataluña, pero la pax burguesa
reinaba en los hogares y en las fábricas,
sobre todo en las fábricas - Rusia estaba muy lejos
y muy lejos Detroit.
Algo de aquel momento queda en estos palacios
y en estas perspectivas desiertas bajo el sol,
cuyo destino ya nadie recuerda.
Todo fue una ilusión, envejecida
como la maquinaria de sus fábricas,
o como la casa en Sitges, o en Caldetas,
heredada también por el hijo mayor.

Sólo montaña arriba, cerca ya del castillo,
de sus fosos quemados por los fusilamientos,
dan señales de vida los murcianos.
Y yo subo despacio por las escalinatas
sintiéndome observado, tropezando en las piedras
en donde las higueras agarran sus raíces,
mientras oigo a estos chavas nacidos en el Sur
hablarse en catalán, y pienso, a un mismo tiempo,
en mi pasado y en su porvenir.

Sean ellos sin más preparación
que su instinto de vida
más fuertes al final que el patrón que les paga
y que el salta-taulells que les desprecia:
que la ciudad les pertenezca un día.
Como les pertenece esta montaña,
este despedazado anfiteatro
de las nostalgias de una burguesía.


Canción de aniversario

Porque son ya seis años desde entonces,
porque no hay en la tierra, todavía,
nada que sea tan dulce como una habitación
para dos, si es tuya y mía;
porque hasta el tiempo, ese pariente pobre
que conoció mejores días,
parece hoy partidario de la felicidad,
cantemos, alegría!

Y luego levantémonos más tarde,
como domingo. Que la mañana plena
se nos vaya en hacer otra vez el amor,
pero mejor: de otra manera
que la noche no puede imaginarse,
mientras el cuarto se nos puebla
de sol y vecindad tranquila, igual que el tiempo,
y de historia serena.

El eco de los días de placer,
el deseo, la música acordada
dentro del corazón, y que yo he puesto apenas
en mis poemas, por romántica;
todo el perfume, todo el pasado infiel,
lo que fue dulce y da nostalgia,
¿no ves cómo se sume en la realidad que entonces
soñabas y soñaba?

La realidad -no demasiado hermosa-
con sus inconvenientes de ser dos,
sus vergonzosas noches de amor sin deseo
y de deseo sin amor,
que ni en seis siglos de dormir a solas
las pagaríamos. Y con
sus transiciones vagas, de la traición al tedio,
del tedio a la traición.

La vida no es un sueño, tú ya sabes
que tenemos tendencia a olvidarlo.
Pero un poco de sueño, no más, un si es no es
por esta vez, callándonos
el resto de la historia, y un instante
-mientras que tú y yo nos deseamos
feliz y larga vida en común-, estoy seguro
que no puede hacer daño.



Contra Jaime Gil de Biedma

De qué sirve, quisiera yo saber, cambiar de piso, 
dejar atrás un sótano más negro
que mi reputación -y ya es decir-,
poner visillos blancos
y tomar criada,
renunciar a la vida de bohemio,
si vienes luego tú, pelmazo,
embarazoso huésped, memo vestido con mis trajes,
zángano de colmena, inútil, cacaseno,
con tus manos lavadas,
a comer en mi plato y a ensuciar la casa?
Te acompañan las barras de los bares
últimos de la noche, los chulos, las floristas,
las calles muertas de la madrugada
y los ascensores de luz amarilla
cuando llegas, borracho,
y te paras a verte en el espejo
la cara destruida,
con ojos todavía violentos
que no quieres cerrar. Y si te increpo,
te ríes, me recuerdas el pasado
y dices que envejezco.
Podría recordarte que ya no tienes gracia.
Que tu estilo casual y que tu desenfado
resultan truculentos
cuando se tienen más de treinta años,
y que tu encantadora
sonrisa de muchacho soñoliento
-seguro de gustar- es un resto penoso,
un intento patético.
Mientras que tú me miras con tus ojos
de verdadero huérfano, y me lloras
y me prometes ya no hacerlo.
Si no fueses tan puta!
Y si yo no supiese, hace ya tiempo,
que tú eres fuerte cuando yo soy débil
y que eres débil cuando me enfurezco...
De tus regresos guardo una impresión confusa
de pánico, de pena y descontento,
y la desesperanza
y la impaciencia y el resentimiento
de volver a sufrir, otra vez más,
la humillación imperdonable
de la excesiva intimidad.
A duras penas te llevaré a la cama,
como quien va al infierno
para dormir contigo.
Muriendo a cada paso de impotencia,
tropezando con muebles
a tientas, cruzaremos el piso
torpemente abrazados, vacilando
de alcohol y de sollozos reprimidos.
Oh innoble servidumbre de amar seres humanos,
y la más innoble
que es amarse a sí mismo!



Noches del mes de junio

                              A Luis Cernuda

Alguna vez recuerdo
ciertas noches de junio de aquel año,
casi borrosas, de mi adolescencia
(era en mil novecientos me parece
cuarenta y nueve)
                              porque en ese mes
sentía siempre una inquietud, una angustia pequeña
lo mismo que el calor que empezaba,
                                                            nada más
que la especial sonoridad del aire
y una disposición vagamente afectiva.
Eran las noches incurables
                                           y la calentura.
Las altas horas de estudiante solo
y el libro intempestivo
junto al balcón abierto de par en par (la calle
recién regada desaparecía
abajo, entre el follaje iluminado)
sin un alma que llevar a la boca.
Cuántas veces me acuerdo
de vosotras, lejanas
noches del mes de junio, cuántas veces
me saltaron las lágrimas, las lágrimas
por ser más que un hombre, cuánto quise
morir
         o soñé con venderme al diablo,
que nunca me escuchó.
                                    Pero también
la vida nos sujeta porque precisamente
no es como la esperábamos.


domingo, 14 de abril de 2013

Los detectives salvajes, por Roberto Bolaño



Ya había dedicado en el blog tres entradas a Roberto Bolaño (Santiago de Chile, 1953-Barcelona, 2003), una sobre un cuento inédito, que gracias a un premio permitió a Bolaño conocer a Sensini (o Antonio Di Benedetto) y dos sobre sus novelas póstumas El Tercer Reich y Los sinsabores del verdadero policía. Y en más de una entrada ha aparecido el nombre del chileno, un autor que representa para mí el último mito de mi juventud lectora. Lo primero que leí de él debió de ser en 1997 o 1998: en el suplemento cultural de El País Babelia, la última página estuvo dedicada, durante una temporada, a artículos en los que numerosos escritores explicaban cómo había tenido lugar su iniciación con la lectura. Y entre ellos me llamó mucho la atención el de un desconocido para mí, Roberto Bolaño. Además, por aquel año de 1997 o 1998, empezaba a sonar su nombre en los suplementos culturales, y yo me había fijado en él y lo tenía apuntado para una posible lectura. Aunque no me decidí a leerlo hasta el verano de 1999, meses después de que hubiese ganado el Premio Herralde de 1998 con Los detectives salvajes. Antes de empezar con esta novela saqué de la biblioteca de Móstoles Estrella distante, novela corta que me deslumbró. Creo que ya he narrado aquí cómo la terminé de leer una tarde calurosísima, tomando una coca-cola en el McDonald de la Plaza de la Constitución de Móstoles (que luego cerraron; y para que cierre un McDonald, el gran símbolo de la civilización occidental, las cosas deben de ir muy mal en alguna parte). Acabé Estrella distante y saqué de la biblioteca Los detectives salvajes; y ya no pude parar de leer a Bolaño. Creo que es el único autor del que he buscado todo lo que ha publicado y del que tengo casi todas las primeras ediciones de sus libros por puro afán coleccionista y mitómano. Ya conté aquí la sorpresa que supuso encontrar en una librería de segunda mano de San Francisco, el pasado verano, la primera edición de Los detectives salvajes por ocho dólares. Y la compré, claro, aunque en casa tenía la sexta edición, firmada por Leopoldo María Panero –que aparece retratado como personaje en la novela en las páginas 494-496, en la figura de Pelayo Barrendoáin– y quien, cuando en la Feria del Libro de Madrid de 2006, le pedí que me firmara el libro de Bolaño, tras preguntarle si conocía al autor y si lo había leído, alzó su cabeza caída, negó moviéndola y me preguntó: “¿Ha estado donde la muerte?”. Un momento alucinante.

Llevaba tiempo barruntando la idea de releer Los detectives salvajes y los principales libros de Bolaño, pero era un proyecto que se iba posponiendo. Cada vez intento leer más, abarcar más, para darme cuenta después de que no puedo estar al tanto de todas las novedades con buena pinta que se publican, que no puedo leer a todos los clásicos, que debería leer más libros de ensayo o de filosofía... y que debería también detenerme un poco, de vez en cuando, y releer. Me impresionó una conversación que tuve durante las navidades pasadas con un amigo al que hacía un tiempo que no veía, un amigo de mi edad, que también es bastante aficionado a la lectura. Me dijo que últimamente cada vez le costaba más encontrar libros que le emocionaran como solía ocurrir hace diez o quince años, y que había decidido que cada vez que leyera un nuevo libro que no le llenase iba a releer uno que le hubiera gustado mucho en el pasado. Su postura me parece un tanto radical, pero en absoluto desacertada. Llega un punto en la vida, y a este amigo y a mí mismo nos queda poco para alcanzar los cuarenta años, que hay que recapacitar sobre lo pasado, volver a ello. En realidad, leer un libro que te entusiasmó hace catorce años es una experiencia nueva, porque la mayoría de sus escenas las había olvidado.
Hace unas semanas, un domingo iba a comer a la casa de mis padres en Móstoles. Sabía que La vida interior de las plantas de interior de Patricio Pron como mucho me daría para el viaje de ida en tren. Necesitaba otro libro para el viaje de vuelta, y tomé de la estantería uno de mis dos volúmenes de Los detectives salvajes (la sexta edición, para preservar el valor de coleccionista de la primera). Al volver a Madrid desde Móstoles, esperando el tren en la estación, hojeaba los suplementos culturales que mi padre y mi tío me guardan cada semana, lectura que me serviría para el viaje de vuelta, porque ya estaba pensando en no releer Los detectives salvajes y leer algo de la cada vez más extensa zona de libros inleídos de mi biblioteca; y entonces empecé a leer la primera página de Los detectives salvajes como de broma, pensando que en realidad no lo iba a leer entero, y empecé a sonreírme ante las primeras anotaciones del diario de Juan García Madero; el diario de alguien a quien sentía como a un viejo amigo. Y me seguí sonriendo en el tren cuando los mitificados Arturo Belano y Ulises Lima irrumpen en el taller de poesía de Julio César Álamo. Y ya no pude parar de leer, claro. La verdad es que fue una gran idea la relectura, llevaba una temporada en el trabajo más estresado de lo normal, con menos tiempo para leer o escribir, y releer sobre estos jóvenes artistas soñadores, sobre estos viejos amigos a los que conocí por primera vez cuando tenía veinticinco años, es decir, cuando sólo era un poco más mayor que ellos, me ha sentado muy bien.
Y creo que hoy no voy a hacer una reseña al uso, creo que no merece la pena hacer un resumen del argumento de obras tan conocidas como ésta, y que han tenido tanta repercusión y reconocimiento. Creo que me apetece más reflexionar sobre el hecho de leer o releer y sobre la asunción de los propios mitos.

Me percato de que no es lo mismo leer de adulto un gran libro por primera vez, por ejemplo la grata experiencia que supuso el diciembre pasado la lectura de David Copperfield de Charles Dickens, una agradable obra maestra con la que disfruté mucho, que releer un libro que se ha convertido en un referente personal. Hace años, cuando releí algunas de las novelas de Philip K. Dick, el mito de mi adolescencia lectora, al principio temí que yo hubiera cambiado y que lo que me gustó tanto a los dieciséis años no fuese a hacerlo con la misma intensidad pasados los treinta. Sé que hay personas a las que les ocurre esto, pero en mi caso, mi configuración mental (o nostálgica) hace que sienta la relectura como una celebración, un reencuentro con el que fui. García Madero, Belano, Lima, Müller, Font... habían penetrado con fuerza en mi mente hacía catorce años, habían viajado o envejecido conmigo y yo volvía ahora, cerca de los cuarenta, a encontrármelos en el México DF de 1975 eternamente jóvenes, y volvía a vivir la fantasía de ser joven de nuevo; ya que además de reencontrarme con estos personajes en la relectura me encontraba conmigo mismo, con el que fui.
Es curioso cómo, tras los años, las 609 páginas de Los detectives salvajes se me han hecho más cortas que la primera vez.

Resalto algunos aspectos de la relectura:
1) Me he percatado, con más intensidad que otras veces, del recurso tan bolañesco de crear un misterio en el párrafo, o una sensación de amenaza. En el diario de García Madero, ante muchas situaciones a las que se enfrenta, nos dice que está temblando, y también (como ocurre con muchos personajes a lo largo de la novela) en más de una ocasión nos los encontraremos llorando.
2) Por si alguien no conoce el argumento (aunque he dicho que no iba a contarlo): García Madero, joven de diecisiete años, se ha unido a un grupo de poetas del DF, los realvisceralistas, liderados por Belano y Lima, personajes misteriosos que se supone que viven de la venta de marihuana. La primera parte del libro, Mexicanos perdidos en México (1975), está formada por el diario de García Madero desde que conoce a los realvisceralistas y abandona sus estudios de Derecho, hasta que tiene que huir del DF, junto con Belano, Lima y una joven prostituta llamada Lupe.
La segunda parte, Los detectives salvajes (1976-1996) es un compendio de voces narrativas. Principalmente serán los realvisceralistas los que toman la palabra. Alguien parece estar buscando a Belano y Lima, alguien que se va entrevistando con personas que han convivido con ellos, bien en América, Europa e incluso África. El tono juvenil y desenfadado del diario de García Madero da paso a la madurez, al descalabro de la vida real, a la pérdida de los sueños de la juventud y los sueños artísticos. Siempre he pensado que en la obra de Bolaño uno de sus grandes temas es la pérdida de la juventud (“la juventud es una estafa”, pág. 454).
En el diario de García Madero se anticipa todo lo que va a ocurrir: “Comí sentado en la cocina, en silencio, pensando en el futuro. Vi tornados, huracanes, maremotos, incendios” (pág. 62).
En la tercera parte, Los desiertos de Sonora (1976), retomamos el diario de García Madero. Los cuatro personajes que huyen del DF en la primera parte se han adentrado en los pueblos del norte buscando a Cesárea Tinajero, la supuesta madre poética de los realvisceralistas.
3) El diario de García Madero no es realista y presenta ciertas incoherencias. En la página 83: “Ernesto San Epifanio dijo que existía literatura heterosexual, homosexual y bisexual. Las novelas, generalmente, eran heterosexuales, la poesía, en cambio, era absolutamente homosexual”, y pasa a enumerar la clasificación que ha hecho el día anterior San Epifanio sobre la homosexualidad de los poetas, la clasificación de más de setenta poetas según diferentes categorías de homosexualidad.
Sin embargo, a pesar de ese alarde de memoria, luego leemos en la página 91: “Mientras comíamos se dedicó a contar chistes. Chistes de pintores. Nunca había escuchado a una mujer contar chistes tan buenos (desgraciadamente no recuerdo ni uno)”.
4) La estructura de la novela es compleja, y sin embargo no es cerrada. En la segunda parte, las voces a las que se les cede la palabra siempre hablan de las circunstancias en las que estuvieron con Belano y Lima. Pero en algún momento esta idea se rompe y aparecen voces que parecen olvidar su función de personas que ayudan a los detectives que buscan a Belano o Lima; como la parte en la que se parodia a los distintos tipos de escritores que firman en la Feria del Libro de Madrid.
Bolaño es un escritor en este sentido más libre e imprevisible que otro como, por ejemplo, Mario Vargas Llosa. Si este último hubiese tratado de escribir esta novela, no se habría salido de un patrón previamente establecido: todas las voces narrativas habrían hablado durante el mismo número de páginas y su aparición habría seguido un orden estipulado previamente, lo que no ocurre en Los detectives salvajes.
5) Bolaño a veces es descuidado con la puntuación de sus frases. Por ejemplo, leemos en la página 407: “Y yo entonces le dije que desde hacía casi un año no menstruaba, y que tenía problemas médicos, que había sufrido dos agresiones sexuales, que tenía miedo y rabia, que iba a hacer una película, que tenía proyectos, y él mientras me escuchaba me acariciaba el cuerpo y me miraba y de repente me pareció estúpido todo lo que le estaba diciendo y me entraron ganas de dormir, dormir con él, en su colchón tirado en el suelo de aquella casita minúscula, y fue pensarlo y quedarme dormida, un sueño largo y plácido, sin sobresaltos, y cuando desperté la luz del día entraba por la única ventana de la casa y se oía una radio lejana, la radio de un trabajador que se disponía a ir a su trabajo y Arturo, a mi lado, estaba dormido, un poco encogido, tapado con las mantas hasta las costillas, y durante un rato estuve contemplándolo y pensando cómo sería mi vida si viviera con él, pero luego decidí que tenía que ser práctica y no dejarme llevar por ensoñaciones y me levanté con mucho cuidado y me fui”.
Posiblemente, muchos de nosotros tomaríamos este texto y pondríamos más de un punto en algún lugar. Citando a Borges: Quevedo hubiese podido corregir una página de Cervantes, pero no hubiese podido escribirla.
En realidad, Bolaño me parece un estilista impresionante, con unas frases poéticas y bellas, abiertas al misterio; unas frases elásticas y elegantes, que se sobreponen a cualquier deficiencia en la puntuación o rima interna.
6) Me llama la atención, paralela al éxito de Bolaño en el mundo hispano y anglosajón, la campaña de desprestigio de Bolaño. Sobrevalorado, suele ser el término más común. (En mi propio blog ha ocurrido: vean la entrada correspondiente a los Cuentos completos de Franz Kafka.) La idea es falsa: si alguien tiene éxito entonces es que escribe bestsellers comerciales, y sus libros serán cultura de masas y por tanto sin valor elitista, que es el que creo que debe tener la literatura verdadera. Es decir, puedo citar a Bolaño como influencia mientras a Bolaño le conozca sólo yo y un pequeño círculo de allegados, si su fama crece entonces es porque está sobrevalorado, y entonces me tendré que buscar un nuevo referente elitista. Porque yo escribo, no tengo éxito, y esto quiere decir que no escribo bestsellers para las masas, sino que soy un escritor de la estirpe de Kafka, que será reconocido sólo por una élite intelectual después de mi muerte.
7) Encuentro conexiones en Los detectives salvajes con otros libros de Bolaño, y no me acordaba de esto: en la página 159 se nombra ya a la ciudad de Santa Teresa, clave en 2666. En la página 170 aparece un novelista francés llamado J. M. G. Arcimboldi; nombre similar al del escritor buscado en 2666. Pág. 596: “Y Cesárea apuntó una fecha: allá por el año 2600. Dos mil seiscientos y pico”.
8) Bolaño usa el sustrato de su propia experiencia vital como fuente de su narrativa. Pág. 237, se nos cuenta de Lima: “Probablemente no me lo crean, pero se duchaba con un libro. Lo juro. Leía en la ducha. ¿Que cómo lo sé? Es muy fácil. Casi todos sus libros estaban mojados”. Esta anécdota se la oído contar a Bolaño en una entrevista hablando sobre su amigo el poeta Mario Santiago, alter ego de Lima.
9) Como apunta Jorge Herralde, quizás la escena más extraña del libro sea la que Belano se bate en duelo de espadas con el crítico literario Iñaki Echavarne. Una escena excesiva, en todo caso.
10) Quizás Los detectives salvajes represente un homenaje de Bolaño a Pedro Páramo, la novela de Juan Rulfo; y las voces de la segunda parte cumplan una función similar a las de las voces de los muertos de Comala. Quizás ahora en vez de voces de muertos tengamos “una película de zombis” (pág. 329).

Ha sido todo un placer reencontrarme con Roberto Bolaño. Me ha transmitido una energía enorme. Espero seguir releyendo sus libros, y que se publiquen los manuscritos que, al parecer, aún se mantienen inéditos.

jueves, 11 de abril de 2013

Juan Luis Panero, unos poemas


He decidido inicial una nueva sección en el blog: homenajear a aquellos poetas que más admiro, colgando aquí alguno de sus poemas. Hasta ahora me había autoimpuesto la regla de hablar en este espacio de un autor sólo si había leído en ese momento un libro suyo, con la intención de comentarlo.

Voy a empezar por Juan Luis Panero
Descubrí su libro Poesía completa (1968-1996) en la biblioteca del pueblo de la sierra madrileña donde he pasado la mayor parte de los verano de mi infancia, adolescencia y juventud: Collado Mediano. Tenía unos veintidós años y no era lector de poesía. Creo que arrastraba el mismo complejo ante la poesía que la mayoría de personas de este país: la poesía es algo incomprensible que te obligan a estudiar en el colegio y que no tiene nada que ver conmigo. En la biblioteca, a la que subía por las tardes a leer o escribir, hojeaba este libro y leía poemas al azar. Lo que leía era perfectamente comprensible y me emocionaba mucho leerlo. Me dejaba helado y me golpeaba con la fuerza de la mejor literatura. Al volver a Móstoles compré el libro y aunque durante el día seguía leyendo prosa, por las noches, antes de acostarme, leía unos cuantos poemas de esta Poesía completa, que con el tiempo se ha convertido en uno de los libros de mi vida. Un libro que me condujo a hacer algo que de adolescente, cuando era un lector de ciencia-ficción y terror -y soñaba con ser un escritor de ciencia-ficción y terror- nunca pensé que ocurriría: a escribir poesía. 
Hasta ahora he escrito cinco libros de poesía, y creo que Juan Luis Panero me mostró el camino de mi propio estilo: poemas largos y narrativos.

Gracias, Juan Luis Panero.



Dejo aquí algunos de mis poemas favoritos:
Al abrir la Poesía completa nos encontramos con el poema Memoria de la carne; después de él sólo se puede seguir leyendo el libro:

Memoria de la carne

Por la noche, con la luz apagada,
miraba a través de los cristales,
entre los conocidos huecos de la persiana.
Como un rito o una extraña costumbre,
la escena se repetía, día tras día,
igual siempre a sí misma.
Frente a frente, su ventana,
la veía aparecer y bajo la tenue claridad de la luz,
lentamente, irse haciendo desnuda.
Sus ropas caían sobre la silla,
primero grandes, luego más pequeñas,
hasta llegar al ocre color de su cuerpo.
Andando o sentada, sus movimientos tenían
la inútil inocencia del que no se cree observado
y la imprevista ternura del cansancio.
Cuando todo volvía a la oscuridad,
los apresurados golpes del corazón
se aquietaban, con una sosegada prontitud.
De quien así ocultamente deseé,
nunca supe su nombre
y el romper de su risa es aún el vacío.
Sin embargo, allí, en la perdida frontera de los catorce años
por encima del Latín imposible
y de los misteriosos números de la Química,
el temblor detenido de mis manos,
la turbia fijeza de mis ojos sobre ella, permanecen,
dando fe de aquel tiempo, memoria de la carne.


Epitafio frente a un espejo

Dura ha de ser la vida para ti,
que a una extraña honradez sacrificaste tus creencias,
para ti, cuya única certidumbre es tu recuerdo
y por ello, tu más aciaga tumba.
Dura ha de ser la vida, cuando los años pasen
y destruyan al fin la ilusa patria de tu adolescencia,
cuando veas, igual que hoy, este fantasma
que tiempo atrás te consoló con su belleza.
Cuando el amor como un vestido ajado
no pueda proteger tu tristeza
y motivo de burla, de piedad o de asombro,
a los ojos más puros sólo sea.
Duro ha de ser para tu cuerpo ver morir el deseo,
la juventud, todo aquello que fuiste,
y buscar sin pasión tu reposo
en la sorda ternura de lo débil,
en la gris destrucción que alguna vez amaste.
«Es la ley de la vida», dicen viejos estériles,
«y nada sino Dios puede cambiarlo», repiten,
a la luz de la noche, lentas sombras inútiles.
Dura ha de ser la vida, tú que amaste el mundo,
que con una mirada o una suave caricia soñaste poseerlo,
cuando la absurda farsa que tú tanto conoces
no esté más adornada con lo efímero y bello.
Dura ha de ser la vida hasta el instante
en que veles tu memoria en este espejo:
tus labios fríos no tendrán ya refugio
y en tus manos vacías abrazarás la muerte.


Un año después de ya no verte
                                                       Corrido mexicano

                  Este es el corrido del caballo blanco
             que en un día domingo feliz arrancara.
                                                 José Alfredo Jiménez

Olor de solitario y soledad, cama deshecha,
cegados ceniceros en esta tarde de domingo,
helado soplo de noviembre en el cristal
y un vaso medio lleno de cansancio.
Te escribo por hacer algo más inútil aún
que pensar en silencio o imaginar tu voz,
o escuchar una música herida de recuerdos,
o pedir al teléfono un absurdo milagro.
«Este es el corrido del caballo blanco
que en un día domingo feliz arrancara.»
Este es el corrido pero nadie canta
y un muerto con mi nombre, vestido con mis trajes,
me saluda y observa por los cuartos vacíos,
me mira en la distancia como si fuera un niño
y acaricia en sus dedos un rastro de ternura.
Sobre su frente inmóvil va cayendo tu nombre
y humedece sus labios una lluvia perdida.
Olor de soledad y humo de aniversario
mientras busco, dolorosamente trato de recordar,
tus dos ojos insomnes con su vaho de mendigo,
devorando su luz, ahogando su locura.
Tus dos ojos como picos de presa que se clavan
y rasgan y desgarran la piel de nuestro amor.
Soplo de embriagado recuerdo, agria melancolía
rescoldo que tu lengua aún enciende
en estas horas de strip-tease solitario
en que celebro en tu derrota todas las derrotas.
Un año después y tu pelo, tu largo pelo
ardiendo desbocado entre mis manos,
clavado para siempre en esta almohada,
recorriendo esta casa, sus rincones y puertas,
como un viento insaciable que buscase su fin.
Un año después de ya no verte,
definitivamente talando en tu memoria,
qué real sigues siendo, qué difícil herirte.
La sosegada certidumbre de esta mesa en que escribo
puede tener la pasión estremecida de tu piel
y la ropa que el sillón desordena
puede ahora ocultar el temblor de tus pechos.
Sobre tu sexo abierto y tus muslos de arena,
sobre tus manos ciegas que persiguen la noche,
qué triste es el cuchillo, qué aciaga su hoja.
Un muerto con mi nombre y mis uñas mordidas,
un cadáver grotesco, me dicta estas palabras,
me señala en los cuadros, en la pared manchada,
el destino de hoy, de este día cualquiera,
al borde de mi vida, al borde del invierno,
al borde de otro año que empieza con tu ausencia,
al borde de mis ojos y tu voz que ahora escucho.
Un año después de ya no verte,
mientras te escribo, odiando hasta la tinta,
en esta tarde de noviembre, olor de solitario y soledad,
helado soplo en el cristal vacío. Un muerto.


Un étranger

Produce cierta melancolía,
una tristeza decadente -literaria sin duda-
como algunas canciones de entreguerras
o páginas perdidas de Drieu La Rochelle,
ver a un hombre solo, apartado y distante,
en la barra de un bar con decorado internacional.
En esa imprecisa edad, tan imprecisa como la luz del ambiente,
en que ya no es joven ni viejo todavía
pero lleva en sus ojos marcada su derrota
cuando con estudiado gesto enciende un cigarrillo.
Las muchas canas y las muchas camas,
un indudable estómago que la camisa inglesa apenas disimula,
el temblor, no demasiado visible, de su mano en un vaso,
son parte del naufragio, resaca de la vida.
Un hombre que espera ¿quién sabe qué?
y aspirando el humo, mira con declarada indiferencia
las botellas enfrente, los rostros que un espejo refleja,
todo con la especial irrealidad de una fotografía.
y es aún, algo más triste, un hondo suspiro reprimido,
ver al fondo del vaso -caleidoscopio mágico-
que ese hombre eres tú irremediablemente.
No queda entonces sino una sonrisa: escéptica y lejana,
-aprendida muy pronto y útil años después-
de un largo trago acabar la bebida,
pagar la cuenta mientras pides un taxi
y decirte adiós con palabras banales.

domingo, 7 de abril de 2013

La vida interior de las plantas de interior, por Patricio Pron


Editorial Mondadori. 140 páginas. 1ª edición de 2013.

Fue hace ya tres años cuando leí El mundo sin las personas que lo afean y lo arruinan, el anterior libro de relatos de Patricio Pron (Rosario, Argentina, 1975) y mostré en el blog mi entusiasmo por él (ver AQUÍ). Después apareció su novela El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia, y pensé en leerlo, pero por una cosa o por otra, por los avatares propios de un lector que quiere abarcar demasiado, la dejé pasar. Y quizás, me percato ahora, creo que he identificado a Pron, de una forma infundada, más como un escritor de relatos que como un novelista.

Cuando vi en el facebook de Ernesto Calabuig -escritor y crítico de El Cultural, que había reseñado muy positivamente el libro unas semanas antes– que iba a presentar La vida interior y entrevistar a Pron en la librería Rafael Alberti de Moncloa, me apeteció ir. En la siguiente foto, correspondiente al día de la presentación, se me puede ver en el margen inferior izquierdo, de perfil, con barba y la mano en el mentón:



De entrada he de señalar que La vida interior de las plantas de interior es un libro más corto que El mundo sin las personas que lo afean y lo arruinan: trece cuentos frente a dieciocho.
De las reseñas que han ido saliendo de este nuevo conjunto de cuentos (aunque deberían empezar por la faja: “Patricio Pron es un audaz escritor cuya voz es única”, dice Daniel Alarcón), me llama la atención que muchas insisten en esa idea de la voz única, como el mismo Calabuig en El Cultural: “Patricio Pron narra con la autenticidad de quien apela y sacude al lector desde una voz absolutamente propia”, cuando en muchos momentos es evidente la filiación de estos relatos con los de Roberto Bolaño.
La obsesión de Bolaño por el escritor como protagonista de sus historias está presente en las narraciones de Pron, así como la asunción romántica de la derrota de todo arte: “Los tres te miran con desconfianza. ‘Se asoma al abismo’, dices, casi sin aliento. ‘Se asoma a las fauces del puto abismo de la literatura’, murmuras para ti temblando”, escribe Pron en la página 28, en una escena donde se está describiendo la deliberación de un jurado de un premio de cuentos de provincias. La referencia al abismo es puramente bolañesca, pero no en menor medida que la imagen del protagonista temblando al defender una postura literaria (los personajes de Bolaño se asoman constantemente al abismo y tiemblan; tras catorce años acabo de releer Los detectives salvajes hace apenas unos días). La composición de algunas frases en Pron, por ejemplo al presentar alternativas para describir a los personajes (donde una de ellas suele ser la de un asesino), y después apuntar que el personaje puede contener todas las imágenes propuestas, se parece a lo que hacía Bolaño:

“Siempre pensaron que Marechal era un poco raro, como si en Bélgica se pudiese ser sólo ‘un poco’ raro y no un santo o un asesino de cuidado, sin términos medios”, escribe Pron en la página 95 de este libro.

“Las fotos enseñan a un joven alto, rubio, con el cuerpo de un atleta y la mirada de un asesino o un soñador o ambas cosas a la vez”, escribe Bolaño en La literatura nazi en América.

El recurso que emplea Bolaño en los cuentos de Llamadas telefónicas al llamar a los personajes por una única letra mayúscula (A le dice a B…), lo emplea también Pron en este libro.
También usa Pron otro recurso de Bolaño: el de describir sueños o películas, que acaban funcionando como microrrelatos dentro del cuento.

Me hizo gracia también que en la charla en el Alberti entre Calabuig y Pron, el primero le preguntara al segundo por un detalle que parece conectar algunos de sus cuentos de La vida interior: hay dos mujeres en cuentos diferentes que comen puré de patatas deshidratado. Reflejo aquí una de esas referencias en uno de los cuentos de Pron: “Un día ella compró veinte kilos de puré de patata deshidratado; esa noche le dijo que era más fácil de cocinar, que así ahorraba tiempo” (pág. 55).
En el cuento Compañeros de celda, Bolaño escribe: “Comía muy poco, se alimentaba únicamente de puré. Una vez entré en la cocina y vi un saco de plástico junto a refrigerador. Eran veinte kilos de puré en polvo. ¿No comes nada más?, le pregunté. Ella se sonrió y dijo que sí, que a veces comía otras cosas, pero casi siempre en la calle, en bares o restaurantes. En casa resulta más práctico un saco de puré, dijo”, págs. 137-138 de Llamadas telefónicas.

En realidad, no me parece mal ni inapropiado que Pron tenga a Bolaño como maestro; en realidad creo que ha elegido a un gran maestro, y seguramente la mayoría de los cuentos de Pron me gusten tanto porque los dos compartimos la admiración por Bolaño, pero me apetecía hablar de ese concepto tan complicado de adquirir que es la voz única.

Voy a empezar por los cuentos que menos me han gustado de La vida interior: hay dos narraciones, El cerco y Como una cabeza enloquecida vaciada de su contenido que pese a su corta extensión son corales. En ellos, el narrador posa su mirada sobre personas encadenadas por el azar de su vida, el primero, o por una prenda de ropa, el segundo, que me han parecido demasiado formales, propios de un taller de literatura.
La explicación, un cuento sobre un accidente de tráfico y los personajes involucrados, sobre el antes y el después del accidente, también me ha parecido demasiado mecánico, otro ejercicio de taller de literatura.
Cincuenta y cuatro veces, en el que el narrador es el perro de Pablo Picasso, tampoco me ha gustado demasiado. Me ha parecido que su contenido moría en su propia esencia de ocurrencia chistosa.

Y quedan nueve cuentos que sí me han gustado mucho. Nueve cuentos que justifican la inversión que hice en el libro y que me confirman algo que ya pensé al leer El mundo sin las personas…: que Pron es un escritor de talento muy dotado para el cuento.
Dentro de estos nueve cuentos podría hablar de dos bloques: los que hablan de escritores, que podrían ser casi autobiográficos, y los que hablan de personas solas (siendo en todo caso la soledad en la ciudad moderna el tema principal de todo el libro).
En el bloque de los cuentos sobre escritores se encuentran: Un jodido día perfecto sobre la Tierra, con un trasunto del propio Pron ejerciendo de jurado de un premio literario; Diez mil hombres, donde el juego autobiográfico apenas se oculta: “Algunos años atrás publiqué una novela llamada El comienzo de la primavera que ganó un premio” (pág. 59); Trofeos de amantes que han partido, sobre dos aspirantes a escritores y el mundo de los blogs literarios, que me ha hecho reír bastante; y Algunas palabras sobre el ciclo vital de las ranas, acerca de un aspirante a escritor que casualmente pasa a vivir en el piso de abajo del escritor que admira, que posiblemente sea el que más me ha gustado de estos que enumero.
En el bloque de los cuentos sobre la soledad encontramos: En tránsito, sobre una pareja que vive su amor en la distancia, un cuento elegante y triste; El nuevo orden de la última lluvia, sobre una actriz porno en Europa (una idea muy bolañesca de nuevo); Algo de nosotros quiere ser salvado, que es un cuento muy a lo Julio Cortázar y que acaba siendo una variante de un cuento de O’Henry, muy triste y bien trazado; Rododendro, Tradescantia, Tillandsia, Bromelia, acerca de la soledad de una vendedora de plantas, el paso del tiempo y los sueños rotos; y La cosecha, sobre un actor porno al que detectan sida y que se escapa a Brasil, con un interesante final abierto.

Así que, de trece cuentos, me han parecido bastante logrados nueve de ellos, lo que sin duda constituye un ratio más que notable para un conjunto de relatos; y aunque El mundo sin las personas que lo afean y lo arruinan tuvo más capacidad para sorprenderme, La vida interior de las plantas de interior me resulta, en gran medida, una constatación del gran talento de Pron.

jueves, 4 de abril de 2013

Reseña de Acantilados de Howth en el blog Atisbos




En el blog Atisbos mi novela Acantilados de Howth recibió su primera reseña en Internet. En aquel momento, hace ya casi tres años, de forma pudorosa, creé en el blog un enlace debajo de la portada del libro, pero no hice una entrada para agradecerlo o celebrarlo. Fue mi primera reseña y por su puesto le tengo un especial cariño. En ella, la persona que firma con el sobrenombre de Arrecogiendobellotas escribía frases como éstas:
“Emplea una corrección en el lenguaje que, visto el panorama, merece mencionarse.”
“Algo muy importante: pasan cosas y aparecen personajes diversos y bien perfilados. Todo ello, bien mezclado, hace de Acantilados de Howth una historia cercana y atrayente.”
“David Pérez nos retrata.”
Reseña completa AQUÍ.

Muchas gracias por tu atenta y primera lectura, Arrecogiendobellotas.