domingo, 27 de octubre de 2019

Un solar abandonado, por Mohamed El Morabet


Un solar abandonado, de Mohamed El Morabet.
Editorial Sitara. 211 páginas. 1ª edición de 2018.

Conocí en persona a Mohamed El Morabet (Alhucemas, Marruecos, 1983) el día de la presentación de la novela Las discípulas de Mateo de Paz, que tuvo lugar en Madrid a finales de 2018. Mohamed había publicado su novela Un solar abandonado con la editorial Sitara unas semanas antes que Mateo. Meses más tarde, ya en la primavera de 2019, me escribió a través de Facebook para proponerme la lectura de su libro. Ya he comentado muchas veces que lo normal es que rechace este tipo de ofrecimientos, porque me desvían continuamente de mis propósitos de lectura y me acaban generando cierta ansiedad. Pero en este caso sentía verdadera curiosidad por la novela de Mohamed y acabé quedando con él en una terraza de Callao, a intercambiarnos libros y a hablar de literatura y de la familia.

Decía que me interesaba Un solar abandonado por un dato curioso, que ha jugado muy a favor de la difusión de esta novela que ya alcanza su segunda edición, y es que, aunque El Morabet es de origen marroquí, la ha escrito en español. El Morabet proviene del norte de Marruecos y su lengua natal no es ni siquiera el árabe sino el amazigh, que, al menos durante su infancia, ni siquiera tenía registro escrito.

Igual que ha ocurrido en otros países europeos o en Estados Unidos, es lógico pensar que en España ha de desarrollarse una literatura de la inmigración, que hasta ahora estaba representada por algunos autores latinoamericanos asentados en el país. En este caso no se produce un cambio de lengua, y todavía no ha ocurrido (pero ha de ocurrir, y la novela de Mohamed es una muestra de ello) la gran eclosión de la novela de la inmigración que implica un cambio de lengua. Es decir, tienen que llegar aún las novelas de personas, asentadas en España, cuyos padres proceden de China o Ucrania y que hablan mejor español que el idioma con el que conversan con su familia. Y en este contraste entre dos lenguas o dos culturas tendrá que transitar una parte de la literatura española del futuro, como ya está ocurriendo con la apuesta de Mohamed El Morabet.

El narrador de Un solar abandonado es Ismael Atta, un marroquí procedente del pueblo de Alhucemas que vive en Madrid desde hace veintiún años. Pese a algunas coincidencias entre autor y personaje ésta no es una novela autobiográfica, como me contó Mohamed el día que quedé con él. De hecho, Ismael es más mayor que Mohamed, puesto que en 2011 (el tiempo narrativo de la novela) tiene treinta y nueve años, y Mohamed ha nacido en 1983. Ismael llegó a España en 1991 y Mohamed en 2002.

Bajo el cielo de Madrid, Ismael fuma y bebe demasiado. Un mensaje a su móvil va a romper su rutina y le va a obligar a confrontar su mirada con el pasado: su hermana le informa de que su abuela ha muerto en Alhucemas y él emprenderá un viaje al sur para asistir a su entierro. Hace ocho años que Ismael no regresa a su pueblo ni ve a los suyos. Tras la muerte de su abuelo, Ismael, siendo un niño, estuvo viviendo con su abuela durante trece años. Una abuela analfabeta y que casi no salía de casa. La abuela solía enviar a Ismael a jugar con otros niños en un solar abandonado que se encontraba enfrente de su casa, y que para él simboliza el pasado que dejó atrás al emigrar a España.

Debido a un encuentro casual, Ismael se dedica a realizar traducciones de su lengua natal, el amazigh, una lengua sin tradición oral y de la que, por tanto, existen pocas posibilidades de trabajo. En este sentido, la novela no acaba de ser realista, puesto que Ismael es un personaje más atacado por problemas existencialistas que mundanos. Que nadie busque aquí el duro relato de un inmigrante enfrentado a la supervivencia cotidiana porque la novela no transita por estos caminos. Más que sobre temas sociales o reivindicativos, se hablará aquí del lenguaje y de la esencia de la literatura. Ismael piensa en amazigh, una lengua sin tradición escrita, pero a la vez está obsesionado con la literatura, con la lectura y la escritura. La novela es muy metaliteraria, son continuas en ella las citas de escritores. «Casi agarro una tortícolis, como revelaba con sarcasmo Günter Grass que le ocurría cuando miraba a sus viejos amigos de la izquierda» (pág. 51), construcciones lingüísticas como ésta son comunes en toda la novela, donde el personaje recrea pequeñas anécdotas leídas en libros y usa adjetivos como «borguiano».
En cierto modo, me percato de que si un español hubiera querido escribir la novela de un inmigrante marroquí en España es muy posible que la hubiera hecho de un modo muy diferente al de El Morabet. Es posible que hubiera tratado de hacer un texto de denuncia social y trasfondo folclórico. Como decía Borges, en el Corán no hay camellos, y en la novela de El Morabet no están los tópicos sobre el mundo árabe que puede esperar un español. En realidad, además de ser una novela metaliteraria, no muy realista al hablar del mundo laboral, también contiene humor, un humor fruto del juego con el lenguaje. En este sentido, me ha encantado la expresión «aguaciles de la moral»; al principio me pareció que había una errata, que quería decir «alguaciles de la moral», pero la palabra «aguaciles» tiene todo el sentido si se lee la frase completa: «Porque esos aguaciles de la moral patrullan las vidas ajenas para aguar la fiesta», un toque de humor muy quevediano.

La trama principal de la novela es sencilla: Ismael recibe el mensaje que le dice que su abuela ha muerto y se dirige a Alhucemas con Laila, una desconocida con la que su jefa le ha puesto en contacto, porque da la casualidad de que también viaja a Marruecos. Ismael viaje en coche a Motril y desde ahí en ferry a Alhucemas. En este pueblo se encontrará con su familia y su pasado, situación que el narrador abordará sin demasiados dramatismos. Los capítulos en los que se desarrolla esta trama principal están intercalados con otros en los que se habla de la visita que hace Ismael a la Dekka sin dientes, un lugar en el que varios marroquíes se reúnen para contar historias en primera persona. Estás historias aparecerán en la novela y funcionan como narraciones dentro de la narración. Aquí, El Morabet se dedica a «cervantear», un verbo que usa en la novela y que parece muy adecuado para su propuesta. El narrador nos hablará de la tradición oral marroquí de contar historias, que es practicada tanto en la plaza de Marrakech como por su abuela analfabeta. Y aquí es donde la tradición occidental se une a la oriental: Cervantes y Las mil y una noches.
En una pirueta final, en un juego metaliterario que se ha anunciado ya en la novela, el escritor (Mohamed) conversará con su personaje (Ismael).

Ya he dicho que el estilo narrativo de El Morabet es juguetón y que abundan las bromas lingüísticas. Lo cierto es que en las primeras páginas me ha parecido que el estilo era algo recargado, como si Mohamed quisiera mostrarle al lector que, a pesar de provenir de otro idioma, domina el español culto. Por ejemplo leemos en la página 13: «Emborracharse consistió durante mucho tiempo en una escapatoria recurrente como aquellos pactos tácitos, retadores ante el tiempo, que nadie sabe cuándo se han suscrito, pero que todo el mundo acata con demasiada obsecuencia», o en la 17: «Me unía a ese inefable encanto que absorbía en permanente implosión las emociones nítidas para envolverlas en un nimbo de soledad». Pasadas las quince primeras páginas el texto se vuelve más fluido, algo que el lector agradece.

En definitiva, El solar abandonado es un texto valioso porque nos plantea una literatura de miscelánea, cultural y lingüística, que abre nuevos caminos para la narrativa en español. Recordad esto: los inmigrantes marroquíes en España leen a Borges y a Murakami y en el Corán no hay camellos.

domingo, 20 de octubre de 2019

Mi Berghof particular, por Javier Cánaves


Mi Berghof particular, de Javier Cánaves

Editorial Baile del Sol. 268 páginas. 1ª edición de 2019.

Soy amigo de Javier Cánaves (Palma de Mallorca, 1973) desde hace años. Empecé leyendo su poesía –aún recuerdo cuánto me gustó Al fin has conseguido que odie el blues– y más tarde le conocí en persona. Además de su carrera como poeta, Cánaves ha iniciado una nueva trayectoria en prosa. He leído sus tres novelas anteriores publicadas en Baile del Sol, La historia que no pude o no supe escribir, Los artistas y Piscinas iluminadas, que el autor llama su Trilogía de la huida. También he leído alguna que otra novela suya que aún no se ha publicado. Hace unos meses, Cánaves vino por temas laborales a Madrid, quedamos a cenar y me pasó su última novela publicada en Baile del Sol, Mi Berghof particular.

En principio la escritura de Mi Berghof particular está planteada como si se tratase de un diario que pasa por varias etapas. La primera de ellas sería la llamada Un hombre cojo y está escrita en 2011. Algunas de las páginas de esta sección las había leído ya en Tu cita de los martes, el blog de Javier Cánaves. También recordaba alguna de las fotos que acompañan el texto y que fueron publicadas originalmente en el blog. Cánaves sufrió un accidente jugando al fútbol y se rompió el tendón de Aquiles, fue escayolado y estuvo unas semanas viviendo en casa de sus padres. Entonces se propuso escribir un diario que debía terminar en el momento que finalizase su periodo de rehabilitación. En este diario que, en principio, habla de sus lecturas y del proceso de recuperación de su tendón, pronto se da pie a muchos más asuntos.
«Me he propuesto escribir cada día un mínimo de una hora. Se trata de hacer crecer este diario con todo lo que se me vaya ocurriendo. Me he convencido de que me hará bien, de que, de algún modo, me servirá de algo. Por un lado, se trata de ahondar en mí, de analizar ciertos aspectos de mi vida para llegar a verbalizar cuál es el auténtico problema. A estas alturas, me he convencido de que tengo un serio problema de carácter», leemos en la página 24. El planteamiento que se hace Cánaves para escribir su diario es muy similar al que se hace Mario Levrero cuando da comienzo, en La novela luminosa, a El diario de la beca; un diario que empieza a escribir para, mediante la imposición del hábito de la escritura, llegar a estar en disposición de enfrentarse a la corrección de una novela que escribió unas décadas antes. De hecho, Cánaves empieza a leer La novela luminosa en su libro y lo acaba dejando porque los paralelismos que encuentra entre la obra de Levrero y la suya le resultan demasiado inquietantes y, en cierto modo, anuladores de su libro.

Según empecé a leer su novela, la propuesta de Cánaves me pareció bastante innovadora: escribo una novela, cuya primera parte ya apareció en público en internet, y puedo comentar las reacciones de los lectores a través de los comentarios dejados en el propio blog o a través de Facebook.
Además de hablar de sí mismo y de su propia escritura (el libro es profundamente metanarrativo), Cánaves informa al lector de que va a empezar a hacer ficción, y para ello crea a unos personajes: por un lado está la relación que el viejo Pedro Capllonch establece con la joven prostituta Cecilia Polsen, en que aquel le cuenta su vida a cambio de dinero; y por otro están Alberto Sancevá, su pareja Nuria Tamena y su amigo Jaime Castell. Sancevá y Castell son escritores y, posiblemente un trasunto de Cánaves y su amigo Joan Payeras (poeta que hace alguna aparición en estas páginas). El propio Cánaves apunta que hace aparecer en la escena a estos personajes para tratar de temas personales que le pueden resultar espinosos y que no quiere herir ninguna susceptibilidad.
En el momento en que aparecen los personajes ficcionales comentados, los planos narrativos de la novela se multiplican, puesto que, al ser Sancevá y Castell escritores, también podremos leer sus propias creaciones literarias.

Ya he comentado otras veces que uno de los problemas de la autoficción es la incapacidad del autor para traspasar ciertos límites del pudor, sobre todo cuando se trata de aquellos que tienen que ver con reflejar lo que siente por sus seres cercanos. En este sentido, me da la impresión de que Cánaves rehúye algunos temas, como la relación que tiene con sus padres, y es prudente al hablar de su relación sentimental con las dos personas a las que denomina “la mujer de mi vida” y “la actriz”. Puede que yo no sea el lector más adecuado de este diario, puesto que he conocido en persona a estas dos mujeres y quizás esto influya en mi percepción de lo contado. En este sentido de romper con la barrera del pudor, Levrero era mucho más kamikaze en La novela luminosa. Pero Cánaves juega bien sus cartas, sobre todo cuando empieza a barajar los distintos niveles y planos ficcionales de los que he hablado.

El diario principal tiene dos interrupciones temporales y se retoma dos veces. La falta de tiempo para escribir se acabará convirtiendo en uno de los temas del libro, y quizás con esta temática se escriban algunas de las páginas más sinceras y hondas de la novela. De hecho, una de las fuerzas que le impele a continuar es la continua creación de reglas de escritura: escribir cada día una hora, escribir cada día 500 palabras, escribir porque se ha comprometido con los lectores de su blog a hacerlo, escribir porque se ha impuesto una fecha límite de escritura, escribir por mantener el puro hábito de escribir y poder seguir considerándose un escritor…

Ya he comentado que Mi Berghof particular es una novela fuertemente metanarrativa, y así, en otro plano de escritura, Cánaves le informa al lector de las modificaciones que va realizando en el propio cuerpo de su documento vivo, como por ejemplo, que suprime páginas de 2012 en una revisión de 2017.

En la década de 1990 Roberto Bolaño abrió uno de los caminos más importantes para la narrativa en castellano y, en la década siguiente, en la primera del siglo XXI, sería Mario Levrero quien abriera otro. Bolaño nos hablaba del artista aventurero, revitalizando la figura del poeta beatnik; Levrero proponía, sin embargo, el viaje interior, la interpretación de los sueños, la descripción de lo mínimo y de todo lo que ocurre en la mente del escritor, aunque éste no salga de casa (especialmente si éste no sale de su casa). En principio, Cánaves elige para su novela el camino de Levrero, puesto que escribe desde la incapacidad casi de moverse, paralizado en la casa de sus padres con una pierna escayolada. Berghof es el sanatorio en las montañas al que acudía Hans Castorp, el protagonista de La montaña mágica de Thomas Mann, para curar su tuberculosis. Sin embargo, aunque la apuesta principal de Cánaves era por Levrero, tampoco desdeña la herencia de Bolaño, puesto que una de las historias que escriben (o viven) sus personajes de ficción es un cuento con un aire muy bolañesco, que transcurre en Cedar City y tiene como protagonistas a dos poetas homosexuales, uno académico y el otro salvaje.
Además, en alguno de los comienzos narrativos a los que se entregan los personajes creados por Cánaves también se puede sentir el peso de la obra de Paul Auster, sobre todo cuando se juega con la idea de la casualidad, el destino y las obsesiones. Me parece un recurso logrado cuando Cánaves comienza una narración y un personaje le muestra a su pareja (otro plano ficcional) lo que está escribiendo y cómo esto influye en la narración primigenia, que será una novela que el lector no terminará de leer, o que tal vez lo haga gracias a un resumen de uno de los personajes o del propio Cánaves.

En definitiva, considero que Mi Berghof particular, gracias a los distintos planos y niveles en los que se mueve su escritura y a su moderno uso de las redes sociales para modificar el discurso de la propia escritura, es hasta ahora la obra en prosa más conseguida de su autor. Una obra que, como las del último Levrero, parece empezar con escasos niveles de ambición artística, para ir abriéndose a caminos insospechados y renovadores.

domingo, 13 de octubre de 2019

El mundo que Jones creó, por Philip K. Dick


El mundo que Jones creó, de Philip K. Dick.
Editorial Minotauro. 201 páginas. 1ª edición de 1956, ésta es de 2019.

Ya he comentado más de una vez que Philip K. Dick (Chicago, 1928 – Santa Ana, 1982) es uno de los escritores de mi vida, un escritor al que descubrí con dieciséis años, con la novela Ubik, y del que he leído casi todas las novelas que escribió, que hacen un total que supera la veintena y que le convierten en el escritor del que más libros he leído. Así que cuando vi en internet que la editorial Minotauro rescataba una de sus obras que no había leído no dudé en ponerme en contacto con ellos para solicitarla, leerla y escribir una reseña. Hace años existió una traducción de este libro con el título de El tiempo doblado, pero ahora mismo era inencontrable y por tanto es de celebrar que la editorial Minotauro la haya rescatado con una nueva traducción.

El mundo que Jones creó es la segunda novela publicada de Philip K. Dick, lo que ocurrió en 1956, después de Lotería solar (1955). La acción de El mundo que Jones creó se sitúa en 2002, un 2002 en el que las personas pueden comunicarse con teléfonos móviles (repito: esto está escrito en 1956). Si bien, Dick acertó en esta predicción tecnológica, el mundo que dibuja en esta novela es tremendamente fantasioso e imaginativo. Estados Unidos ha sido asolado (durante la década de 1970 y 1980) por una guerra nuclear que ha generado la existencia de personas mutantes. Sin embargo, los poderes con los que ha nacido Jones no parecen guardar relación con la guerra. Jones puede precognizar el futuro hasta un año desde su presente. Jones sabe que el futuro es estático, «¿Cambiarlo? Está totalmente inmóvil. Es más inmóvil, más permanente que esta pared.» (pág. 43)
En el mundo que Dick plantea las autoridades norteamericanas persiguen cualquier tipo de fundamentalismo, algo que consideran que conduce a la guerra. Si usted quiere predicar que Dios existe, tendrá que estar en condiciones de poder demostrarlo, porque de lo contrario puede acabar en la cárcel. Esta sociedad se guía por el libro de Hoff, que propone la doctrina del relativismo, enfrentada al fundamentalismo de cualquier tipo. La policía secreta investiga y detiene a Jones porque está empezando a tener seguidores que le consideran un profeta, pero ha de ponerle en libertad porque no incumple ninguna ley: él conoce el futuro y, por tanto, sus intervenciones públicas se basan en certezas y no en especulaciones.
Además, en el 2002 que nos propone Dick sobre la Tierra están cayendo unos cuerpos del espacio llamados derivos. «Es un organismo unicelular gigantesco que utiliza el espacio como medio de cultivo. Flota utilizando alguna clase de mecanismo de propulsión poco definido. Es algo absolutamente inofensivo. Es una ameba. Mide poco más de seis metros de ancho. Posee una especie de cáscara resistente para mantenerse aislado del frío. No se trata de una invasión ominosa. Esas pobres criaturas simplemente vagan sin rumbo fijo.» ¿Tiene razón el personaje que, en la página 49, describe así a los derivos? ¿Realmente no se trata de una «invasión ominosa»? Averiguarlo será una de las subtramas de la novela.
Además, y esto lo conocemos en el primer capítulo, existen, a las afueras de San Francisco, ocho personas encerradas bajo una cúpula, a la que sienten como un «útero» que no pueden salir de su refugio porque la atmósfera de la Tierra acabaría con ellos. ¿Son mutantes producidos por la guerra? ¿Forman parte de un experimento estatal? Y, en caso de que sea cierta la segunda afirmación, ¿cuál es el fin del experimento? ¿Tiene que ver algo con la colonización de otros planetas?

Como apunté al principio, ésta es la segunda novela de ciencia ficción que Dick publicó. Y en ella el lector habitual de sus obras siente una acumulación de sus elementos narrativos, como si aún no controlara del todo la fuerza de sus recursos y no consiguiera dosificarlos.
Como es normal en sus obras, nos encontramos aquí con un personaje –Cussick– cuya vida se halla en descomposición. Trabaja como policía secreto, y siente que el Estado controla su destino hasta un punto que le resulta desagradable, y a nivel privado se ha casado hace no mucho con una mujer rubia ­­–Nina– que parece despreciar su trabajo y ante la que se siente castrado. Hacia la mitad de la novela aparecerá el personaje de Tyler, una joven morena de diecisiete años, que puede representar la esperanza y la salvación personal para él. He marcado estas características capilares de las protagonistas femeninas («rubia» y «morena») porque es un binomio («rubia» castradora, que apabulla al protagonista y «morena» desequilibrada y sanadora) que se repite en las novelas de Dick. Según leí en la recomendable biografía que sobre Dick escribió Emmanuel Carrère, Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos, la «rubia» representaba a Anne, la segunda mujer de Dick (de un total de cinco), con la que se sintió bastante infeliz, y la «morena» representaba a su hermana melliza muerta al nacer.

Recuerdo que hace unos años le hablé de mi pasión de Philip K. Dick a una compañera de la asignatura de Lengua del colegio en el que trabajo, y le dejé algunos de sus libros. Me los devolvió tras dejar la primera de sus novelas prestadas (era Los tres estigmas de Palmer Eldritch) a la mitad. No le gustaba, porque Dick le parecía un escritor machista. Lo cierto es que me dejó algo descolocado, porque yo a Dick siempre le había visto como un autor muy imaginativo, con unas obsesiones sobre el mundo muy atractivas (el control estatal, la descomposición y relatividad de la realidad, la naturaleza del tiempo y el espacio, las religiones, la inteligencia artificial, el sentido de nuestra presencia en el universo…), que me había hecho disfrutar muchas horas de mi adolescencia y también de mi vida adulta.
Es cierto, que los protagonistas principales de las novelas de Dick son hombres, y que algunos de ellos sí que miran de un modo machista a las mujeres. Así, por ejemplo, cuando se habla del hijo que han tenido Cussick y Nina, el primero dice: «El ser humano perfecto: mi poderoso intelecto y su belleza.» (pág. 80). Páginas más tarde, Dick reserva para Nina algunos de los diálogos más inteligentes del libro, unas páginas en las que Nina se presenta como un personaje más rebelde y cuestionador de la realidad que Cussick. Esto me hace pensar que, aunque Cussick sea un personaje machista, no lo sea la obra de Dick. Aunque ya he apuntado también que casi todos los personajes principales de Dick son hombres, y diría que son una trasposición de sí mismo. Sin embargo, no debemos olvidar que una novela como El mundo que Jones creó está publicada en 1956 y que, en gran medida, aunque esté ambientada en 2002, es una obra que refleja las inquietudes de su época (como ese temor a la bomba nuclear y sus consecuencias) y también la configuración social de su tiempo.
Me ha resultado curioso hacer esta lectura de género de una novela de Dick, pero lo cierto es que prefiero quedarme con sus inquietudes metafísicas, sobre la búsqueda del lugar del ser humano en el universo, sus reflexiones sobre el relativismo del tiempo y del concepto de realidad. Me ha parecido que Dick se muestra ambicioso en esta segunda novela de ciencia-ficción (leí Lotería solar hace tiempo, pero diría que El mundo que Jones creó es una novela mejor que aquella), pero también debería añadir que aún no controla del todo sus recursos y los temas se dispersan un tanto. Aún le queda a Dick un camino por recorrer hasta llegar a sus grandes obras de la década de 1960, obras como El hombre en el castillo, Tiempo de Marte, Los tres estigmas de Palmer Eldritch, El doctor Moneda Sangrienta o ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Sin embargo, también he de decir que El mundo que Jones creó no defraudará para nada a los seguidores de Philip K. Dick, porque se trata de una novela primeriza –imaginativa y de ritmo acelerado– que ya contiene todos los temas de su obra y es perfectamente disfrutable.

domingo, 6 de octubre de 2019

Cómo dejar de escribir, por Esther García Llovet


Cómo dejar de escribir, de Esther García Llovet.
Editorial Anagrama. 128 páginas. 1ª edición de 2017.

Encontré  Sánchez, la última novela de Esther García Llovet (Málaga, 1963) en la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión de Recoletos, a pesar de ser una novedad literaria. Justo ese mismo día había leído una reseña muy elogiosa sobre ella y me apeteció leerla. Me gustó mucho Sánchez, me pareció una novela corta muy redonda, muy tensa, madura y bien construida. El mismo día que la acabé, me pasé por la biblioteca de Pueblo Nuevo y además de El monarca de las sombras de Javier Cercas saqué Cómo dejar de escribir, que García Llovet había publicado dos años antes en la editorial Anagrama. Hasta ahora, García Llovet había publicado en diversas editoriales (Lengua de Trapo, Salto de Página, Ediciones del Viento y Malpaso) y sólo ha repetido editorial con Anagrama, si no me equivoco. Era una autora de la que había leído, hasta estos dos libros de Anagrama, solamente un cuento en una antología (que creo que pertenecía al volumen Submáquina), un cuento que me había gustado y que me había hecho pensar que, más tarde o más pronto, me acercaría a sus libros.

El narrador de Cómo dejar de escribir es Renfo Ronaldo, un joven de veintitrés años, hijo de «el gran Ronaldo, el mayor escritor latinoamericano de su generación, el Ronaldo de la chupa de cuero. Mi padre.» (pág. 14). El gran Ronaldo ha muerto hace unos años y se ha convertido en una leyenda. Renfo vive solo en la que fue la casa de su padre, en un antiguo chalet de una colonia de Arturo Soria. Cómo dejar de escribir es una novela de ubicación tan madrileña como lo era Sánchez, de un Madrid de oscuridades de la Gran Vía y los barrios pudientes, y también de localizaciones más periféricas, como la parte de atrás del Jumbo de Arturo Soria (lugar para el botellón de muchos colegios de la zona durante décadas, un dato que no aparece en la novela y que yo como madrileño conozco, igual que lo conoce García Llovet, pero no lo cuenta).

Renfo no estudia, no trabaja y no tiene amigos de su edad. En la novela no se aclara cómo consigue el dinero (ni otros datos, como, por ejemplo, quién es o dónde está su madre), pero se supone que ha heredado de su padre escritor, quien llegó a tener mucho éxito en vida. Renfo se relaciona con Curto, un amigo escritor de su padre, que estuvo en la cárcel; va a algunas fiestas, celebradas en chalets de Arturo Soria, en las que no parece conocer a nadie o casi nadie; va a presentaciones de libros; habla con un mendigo llamado VIPS, porque pide a las puertas de estos restaurantes; y le gusta una chica a la que ve por el barrio. Además Renfo trata de escribir una biografía de su padre. A pesar de hablarle al lector de maratones de más de sesenta horas escribiendo sobre su padre, en el tiempo de la novela Renfo no escribirá. El lector lo verá deambulando por escenarios nebulosos, que en gran medida son sombras de las zonas ricas y residenciales de Madrid, unas sombras en las que se agazapan los marginados y los delincuentes. Curto está obsesionado con encontrar un supuesto manuscrito perdido de su amigo, el gran Ronaldo, y a esta búsqueda quimérica se dedicarán, en parte, él y Renfo en el tiempo de la novela. Además Renfo va a entrar en contacto con su abuelo Pascal Ronaldo, un famoso y escurridizo actor, que tuvo a su hijo cuando contaba diecisiete años y que nunca se ocupó mucho de él, igual que éste no se ocupó mucho de Renfo, al que mandó a un colegio interno en Ginebra.

Cuando comenté Sánchez ya dije que, en sus entrevistas, García Llovet declara que el primer autor que le llevó a escribir fue Roberto Bolaño. Esta influencia se notaba en Sánchez, más que en la elección de los temas (que también, porque habla de personas marginales y perdidos), en la sensación de amenaza y misterio que conseguía crear en cada párrafo, al mostrar escenas no explicadas del todo. Si la herencia de Bolaño se percibía en Sánchez, he de apuntar que en Cómo dejar de escribir resulta abrumadora. Directamente esta novela está concebida como un homenaje a Roberto Bolaño, puesto que el escritor al que se identifica en el texto como «el gran Ronaldo», de origen chileno, es un claro trasunto de Bolaño.

En Cómo dejar de escribir también García Llovet juega con la idea tan bolañesca de crear una sensación constante de amenaza y misterio. Renfo y Curto son dos escritores aficionados que hacen de detectives persiguiendo un manuscrito perdido. Los dos se relacionan con delincuentes, unos de ellos –apodados Los Maridos­– de nombres Pato y Carnicero parecen un trasunto (u homenaje) del Lobo y el Cordero de la novela El tercer Reich de Bolaño. Los juegos metaliterios con la obra de Bolaño son constantes, incluso una última frase de un capítulo está formada por dos palabras que son el título de uno de sus libros de cuentos (Llamadas telefónicas).
La influencia de la prosa de Bolaño sobre la de García Llovet resulta apabullante. García Llovet posa su mirada sobre personajes que hacen cosas aparentemente absurdas, que son seguidores de deportes extremos, por ejemplo, y lo remata con alusiones literarias. Diría además que la gran influencia sobre la escritura de Cómo dejar de escribir más que la obra de Bolaño en general es, concretamente, la primera parte de la obra de Bolaño. La fragmentación de Cómo dejar de escribir y las escenas que no son explicadas nos pueden hacer pensar en obras como Amberes. La elección del personaje, ese joven solitario, que vive fuera del círculo protector de los adultos, y la elección de temas, un mundo de marginados, me ha hecho pensar también en Una novelita Lumpen.
Hasta tal punto Cómo dejar de escribir me ha hecho pensar en la primera etapa de la obra de Roberto Bolaño que he llegado a pensar que Esther García Llovet se había propuesto escribir una novela inédito de Bolaño, una de esas novelas juveniles que los lectores de Bolaño sabemos que han estado durmiendo en el fondo de su ordenador durante décadas y que sus herederos y agente literario rescatan de vez en cuando.

Siento curiosidad por el resto de libros de García Llovet. No sé hasta qué punto la presencia de Roberto Bolaño se notará en Coda, Submáquina, Las crudas y Mamut.
Me gustó mucho Sánchez, repito que me ha parecido una novela corta muy redonda, muy destacada, y Cómo dejar de escribir me ha gustado también, pero no lo sitúo a la altura de Sánchez. En esta novela, que transcurría en una sola noche, todo estaba más hilado y era trepidante y repleto de ritmo. En este sentido, no funciona tan bien la fragmentariedad de Cómo dejar de escribir, siendo sin embargo una buena novela, quizás demasiado deudora de Bolaño, pero, en definitiva, una buena novela.