domingo, 31 de enero de 2021

Tránsito, por Rache

 

Tránsito, de Raquel Cusk

Editorial Libros del Asteroide. 221 páginas. 1ª edición de 2016; ésta es de 2017.

Traducción de Marta Alcaraz

 

Ya comenté la semana pasada que tomé prestado de la biblioteca Eugenio Trías, situada en el parque del Retiro en Madrid, la trilogía de Raquel Cusk (Canadá, 1967), formada por A contralúz, Tránsito y Prestigio, que le ha publicado en España Libros del Asteroide.

Después de acabar A contralúz empecé con Tránsito. La narradora de esta segunda entrega es la misma que la de la anterior; una escritora llamada Faye (igual que la otra vez, su nombre solo aparecerá hacia el final de la novela), que tras su divorcio ha dejado la campiña inglesa con sus dos hijos y se ha instalado en Londres, ciudad en la vivió años atrás. En A contralúz, Faye viajaba a Grecia, para dar un curso de literatura creativa y la novela retrataba a las personas con la que ella se relacionaba en este viaje, y que tendían a hablar de sí mismas sin pudor y con una gran capacidad de análisis.

Ya comenté que, aunque el libro me acabó gustando, tuve la sensación de que A contralúz se le podían achacar algunas imposturas: que todas las personas con las que Faye se cruzaba se abrieran ante ella a un nivel de profundidad similar, y que todas pudieran conocerse a sí mismas con gran capacidad de detalle y de autoanálisis; además, casi todas tenían problemas similares (parejas, divorcios, hijos…); por añadidura, aunque muchas eran griegas no parecían tener mayores dificultades en hablar, con la profundidad comentada, en inglés (también es posible que en Grecia el «nivel medio/alto» de inglés de los currículums sea diferente al de España).

 

En A contralúz, Faye está tratando de comprar una casa en Londres, y en plena clase en Atenas recibe una llamada de su banco para comunicarle que le han denegado la ampliación de su hipoteca. En Tránsito, ya ha comprado esta casa y está reformándola.

Durante la primera parte de esta segunda novela, Faye nos hablará de algunos de sus encuentros con el agente inmobiliario y el contratista de la reforma. En estas páginas, la propuesta de Cusk me ha recordado un poco a algunas reflexiones que el escritor Richard Ford hace en su serie de novelas protagonizadas por Frank Bascombe, que se dedica –precisamente– a vender casas. Bascombe reflexionaba sobre las esperanzas a veces desmesuradas que las personas tienen en cambiar de vida al mudarse de casa, y reflexiones similares recoge Faye de su agente inmobiliario y también de su contratista. Lemos en la página 145: «Lo que Gavin entendía era lo vulnerable que eras cuando tenías la casa hecha jirones. Es como estar en una mesa de operaciones, dijo Amanda», y sobre esta mesa de operaciones trata en gran medida Tránsito (el propio título nos indica que la protagonista se siente en un momento de cambio en su vida).

 

Debería decir, desde ya, que en esta ocasión la propuesta de Rachel Cusk me ha parecido más conseguida, o al menos yo he entrado mucho mejor en ella. Faye sigue hablando poco de sí misma y recogiendo las historias que los demás le transmiten. Ahora el escenario es Londres y no Atenas, así que la barrera del idioma no existe, y cuando da voz a algunos de los obreros que trabajan en su casa, como Pavel, que es polaco, sí quedan registradas sus dificultades con el inglés.

 

            En algún momento, el deseo de ocultarse de la narradora resulta misterioso y también desconcertante. Por ejemplo, se relata un encuentro literario en el que dos escritores y Faye tienen que dar una charla sobre sus últimos libros a un público. Faye registra las historias que cuentan sus dos compañeros de oficio (ya conté al comentar A contralúz que Faye es escritora, y que actúa como una especie de alter ego de Rachel Cusk), que son buenas narraciones, que actúan dentro de la novela como narraciones cortas de gran potencia, pero a la hora en la que le toca hablar a ella dice que va a leer un texto que trae preparado de casa y no lo muestra en la novela. «Leí en voz alta lo que había escrito. Cuando hube terminado, doblé los papeles y volví a meterlos en el bolso mientras el público aplaudía.» (pág. 100). Este juego en el texto puede azuzar la curiosidad del lector, ¿habrá hablado de su divorcio, que fue el tema de sus anteriores novelas, como Despojos. Sobre el matrimonio y la separación (publicado recientemente en España por Libros del Asteroide)? Poco después sucede algo que más que curiosidad puede mover al desconcierto del lector: el moderador del evento literario se empeña en acompañar a la autora hasta su hotel, y Faye parece darle indicaciones de que no quiere un encuentro sexual, «Me detuve antes de subir. Le di las gracias por acompañarme, me giré y enfilé los escalones» (pág. 111), poco después: «Su cuerpo alcanzó el mío; me empujó contra la puerta y me besó». Se describe esta escena, los olores, la presión de los cuerpos; y, por fin, Faye le da las buenas noches al moderador, entra en el hotel y cierra la puerta. Esto es todo, Faye no hará ningún comentario sobre el comportamiento de su acompañante. Lo ocurrido no será juzgado de ningún modo. Será el lector el que tenga que interpretar la escena o las emociones de su narradora. En estos momentos es cuando la propuesta de Cusk me resulta más artificiosa, más producto de una fórmula preconcebida que fruto de emociones profundas, y estas ausencias de juicios de valor sobre lo que protagonista ve, en más de una ocasión, he tenido la sensación de que restaban verdad narrativa a la propuesta. En cierto modo, me ocurrió algo parecido al leer los libros autobiográficos de J. M. Coetzee, Infancia y Juventud, sobre todo con una escena de Juventud en la que Coetzee en Londres se acostaba un día con un hombre y decía algo como «así que esto es lo que siente uno al acostarse con un hombre», y no había ninguna reflexión más sobre este episodio homosexual en una vida heterosexual. Así que al final, tanto Coetzee con Cusk se enfrentan a la experiencia vital desde una mirada un tanto lejana y fría que puede no convencer a algunos lectores.

 

Sin embargo, en Tránsito se filtran más elementos de la vida de Faye que los que se mostraban en A contralúz. Es interesante el retrato de sus vecinos de abajo, que han establecido con ella una mala relación. Faye irá a la peluquería y también nos narrará la conversación que tendrá con el peluquero, que vuelve a ser un interesante relato corto sobre relaciones personales y la idea de la maduración personal.

 

Me ha gustado el capítulo en el que Faye recibe a una estudiante en su casa y ésta le habla de su fascinación por el pintor norteamericano Marsden Hartley. La estudiante cuenta la vida del pintor y son páginas muy buenas. Lo he buscado en internet y he descubierto que Marsden Hartley, al que no conocía, es un personaje real.

 

Aunque en muchas escenas, Faye no emite ningún juicio sobre sus interlocutores, hay algunas apreciaciones que hace sobre ellos que me han parecido certeras y bellas. Por ejemplo ésta: «Amanda tenía un aspecto juvenil sobre el que la pátina de la edad parecía torpemente aplicada; era como si, más que envejecer, la hubieran tratado sin el debido cuidado, como la fotografía arrugada de una niña.» (pág. 141), o ésta: «Lo malo de ser sincero, dijo Julian, es que tardas mucho en darte cuenta de que los demás saben mentir.» (pág. 87)

 

Faye también da clases en un taller literario fuera de casa, y nos relatará las ideas, relatos y proyectos de sus alumnos. Sin embargo, nunca le contará al lector sobre qué está escribiendo o leyendo ella. En algún momento me ha exasperado un poco que esta escritora de éxito no se acerque a ningún libro; en un escena sale de casa y tiene que esperar a una amiga más de una hora en un café y no se ha llevado un libro para leer mientras (¿qué clase de escritor verdadero hace eso?). Sin embargo, sí sabremos que hay muchos libros en su casa y en un momento dado cita a Samuel Beckett (lo que ha contribuido a que me pueda tranquilizar).

 

En el último capítulo hay más diálogos que en el resto del libro y fluye muy bien. Una frase de la última página me intriga: «Sentí el cambio dentro de mí, lejos, agitándose en lo más profundo, debajo de la superficie de las cosas, como las placas tectónicas moviéndose ciegamente sobre sus rastros negros.» (pág. 221).

Esta trilogía va a más y esta misma noche, cuando termine de escribir esta reseña y cene, empezaré con Prestigio.

A contraluz, por Raquel Cusk

 

A contraluz, de Raquel Cusk

Editorial Libros del Asteroide. 218 páginas. 1ª edición de 2014; ésta es de 2016.

Traducción de Marta Alcaraz

 

La primera vez que oí hablar de Raquel Cusk (Canadá, 1967) fue en un artículo de Alberto Olmos. En una de sus columnas de Mala fama, escribía sobre literatura femenina y destacaba la trilogía de Raquel Cusk, formada por A contraluz, Tránsito y Prestigio, publicadas en España por Libros del Asteroide.

 

En septiembre del 2020 visité la biblioteca Eugenio Trías, ubicada dentro del parque del Retiro en Madrid, y al ver que estaban disponibles los tres libros los saqué en préstamo.

 

Una escritora inglesa recibe una invitación para impartir un curso de literatura creativa en Atenas. Sobre este viaje a Grecia y los encuentros que va a tener con diversas personas trata esta novela. Rachel Cusk nació en Canadá en 1967, pasó su infancia en Los Ángeles, y en 1974 su familia se trasladó a Reino Unido, donde ha seguido viviendo hasta la actualidad. Así que la experiencia vital de Cusk es más la de una escritora inglesa que canadiense. Al leer A contraluz el lector puede pensar que la escritora protagonista de la novela es la propia autora. Diría que Cusk juega a este equívoco. Durante la mayoría de las páginas del libro, sin embargo, la narradora no desvela su nombre, pero en la página 186 –ya cerca del final– se revelará que se llama Faye, y que, por tanto, se marca así una distancia entre escritora y narradora.

Alberto Olmos llamó a esta trilogía de Cusk «autoficción del otro». En gran medida, la apuesta de Cusk es la de ocultar la vida y los pensamientos de su narradora para dar voz a las personas con la que se encuentra.

 

Faye toma en Londres un avión camino de Atenas, y su «compañero de vuelo» (así será designado en toda la novela) le empieza a contar su vida. Proviene de una familia griega, que cuando él era niño emigró a Inglaterra y se educó allí. Ahora, de nuevo, vive en Grecia. El compañero de vuelo le empezará a narrar su vida a una desconocida hasta unos grados de intimidad desconcertantes. Principalmente, le hablará de sus exmujeres y procesos de divorcio. En algún momento la narradora se cuestionará, ante sí misma, por la verosimilitud de lo que está escuchando, presuponiendo que su compañero de vuelo está adornado alguna historia, para quedar mejor él que sus exmujeres. En los días que va a pasar en Grecia, y que van a constituir el tiempo narrativo de la novela, el compañero de vuelo llamará a Faye más de una vez para sacarla a navegar en su barco, y seguir contándole la historia de su vida.

 

Al principio, durante los primeros capítulos de A contraluz, la propuesta de Rachel Cusk me estaba pareciendo un tanto artificiosa. Ella no cuenta casi nada de sí misma, pero en cambio nos describe de forma detalladas las conversaciones que tiene con las personas que se va encontrando, y estas conversaciones –muy lejos de estar constituidas por banales conversaciones de ascensor– siempre son a corazón abierto, y tratan principalmente de las relaciones de pareja y su final, y de los hijos.

En Atenas, Faye quedará con Ryan, un amigo escritor irlandés, con el que hace tiempo que no se ve, y éste también le contará sus intimidades y los altibajos de sus relaciones. En este caso, al tratarse de un escritor, que además comparte idioma materno con la protagonista de la novela, la propuesta parece tener más sentido lógico: Ryan sí posee la profundidad de reflexión y la capacidad lingüística para expresarse como lo está haciendo; algo más dudoso en el caso del compañero de vuelo.

 

En realidad, se dinamitan en A contraluz algunos de los principios lógicos de la construcción de una novela: si nos fijamos en la historia de Faye, en el avance anecdótico de lo contado, esta novela carecería de tensión narrativa. Además, los personajes con los que se encuentra la narradora se sinceran con ella de un modo muy rápido, y con una gran capacidad de análisis sobre su vida, algo que no parece muy realista.

En el curso de escritura creativa, los alumnos de nuestra escritora también contarán historias sobre ellos mismos. Me estaba extrañando que, siendo estos alumnos griegos de diversas edades y condiciones, ninguno tuviera problemas con el inglés, idioma en el que se imparte el curso. El compañero de vuelo, que se ha educado en colegios ingleses, sí comete algún error con el idioma, algo que queda registrado para el lector, pero no lo hacen los alumnos griegos del curso literario. Hacia el final de la novela, Faye se encuentra con otra escritora que también ha acudido a la ciudad para impartir un taller literario y saca este tema; dice la nueva escritora: «No estaba muy segura de cómo iría lo de la barrera lingüística: escribir en un idioma que no era el tuyo se le hacía extraño. Ver a la gente obligada a utilizar el inglés casi te hacía sentir culpable, pensar en esa parte de ellos que perdían con la traducción, como quien, expulsado de su hogar, debe llevarse solo lo imprescindible.» (pág. 203) Me ha gustado leer esta reflexión, porque hasta entonces (en la página 203 solo quedaban 15 para el final) esta barrera del idioma no parecía existir. Faye queda con personas griegas y con ellas se establece una conversación en inglés con total naturalidad; de hecho, parecía hasta extraño cuando, estando en un restaurante, nos cuenta Faye que su interlocutora se pone a hablar en griego con un camarero, cuando lo lógico –según alguna implacable lógica anglosajona– sería que cualquier persona, de cualquier rincón del mundo, pudiera expresarse, con un gran nivel de hondura, en inglés.

 

La narradora, sin embargo, bajará la guardia en algún momento y nos dejará ver algunos de los problemas de su vida personal: ha sufrido un proceso de divorcio no hace mucho, y se ha tenido que trasladar con sus dos hijos del campo a Londres. En la gran ciudad, tiene problemas para poder comprar una vivienda.

 

He señalado algunos de los artificios de la construcción novelística, que han hecho que me costara aceptar la propuesta. Sin embargo, en algún momento he aceptado el pacto narrativo que debía establer con Cusk, me he relajado y he acabado disfrutando de A contraluz. Rachel Cusk podía haber elegido escribir un libro de relatos, cuyos cuentos fuesen las historias que ha puesto en la boca de los interlocutores de Faye en la novela. Estas historias son buenas en su mayoría, tienen profundidad y fuerza, y están contadas por una gran narradora. Pero, quizás resulte más difícil, como ya he apuntado, hacerle creer al lector que alguien puede cruzarse en un viaje de varios días con un número azaroso de personas y que todas hablen (más de la mitad en un idioma además que no es el suyo) con tanta coherencia y hondura de sus relaciones personajes o sus hijos. En algunas narraciones se entra de refilón la mala situación económica de Grecia, pero éste no parece un tema que le interese mucho a Cusk, cuyas obsesiones se vuelvan sobre las relaciones de pareja y la evolución de los hijos.

A contraluz, tras alguna reserva sobre su construcción, y lejos de parecerme una novela perfecta o revolucionaria, me ha acabado gustado cuando he decidido rebajar mi capacidad de análisis sobre su verosimilitud, y me he dejado seducir por la fuerza de las pequeñas historias que contiene. Ya estoy con Tránsito, la segunda novela de la trilogía. En unos pocos días os cuento qué tal.

 


domingo, 24 de enero de 2021

Las maravillas, por Elena Medel

 


Las maravillas, de Elena Medel

Editorial Anagrama. 226 páginas. 1ª edición de 2020.

 

Recuerdo cuando en 2001 Elena Medel (Córdoba, 1985) ganó el premio Andalucía Joven de poesía con Mi primer bikini, que publicó la ‒para mí mítica‒ editorial DVD en 2002. Leí poemas suyos en la biblioteca de Móstoles de este poemario y de los siguientes. Cuando hace unas semanas empezaron a aparecer reseñas positivas de su primera novela, Las maravillas, se la solicité a la editorial Anagrama para poder reseñarla.

 

En Las maravillas se habla, principalmente, de dos mujeres: Alicia y María, las dos proceden de un pueblo de Córdoba y en 2018 viven en Madrid. Aunque no se conocen en persona, Alicia es la nieta de María. Esta información no la recibirá el lector de forma inmediata en la historia. El tiempo de la novela abarca desde 1969 hasta 2018.

 

Las maravillas empieza con Alicia en 2018, acudiendo a su trabajo como dependienta de una tienda de bocadillos y chucherías en la madrileña estación de Atocha. «Busca en sus bolsillos sin encontrar nada.» es la primera frase de la novela, y nos da una clara medida de la importancia que va a tener el dinero en la narración. Alicia tiene 33 años en 2018, está casada con Nando, que le saca diez años, y con quien no parece muy feliz. En este mismo 2018, María tiene 71 años y es una jubilada involucrada en los movimientos sociales y reivindicativos de su barrio popular. De forma significativa, la novela empieza el día 8 de marzo de 2018, el día de la mujer. María se ha estado preparando en su asociación para manifestarse este día, una fecha que no parece tener mucha importancia para Alicia.

 

María se vino de Córdoba a Madrid cuando de joven fue madre soltera y tuvo que dejar en el pueblo a su hija Carmen al cuidado de su familia. Desde la capital les enviará dinero. En Madrid trabaja como mujer de la limpieza, primero como interna en casas de familias pudientes y luego como empleada de una empresa, que la manda a limpiar oficinas.

 

Medel divide la novela en once capítulos de unas veinte páginas cada uno, en los que va intercalando a sus dos protagonistas y tiempos narrativos. La novela, desde 1969 a 2018, como ya dije, abarca unos cincuenta años de la historia de España. En algunos casos, Medel sitúa a María en algunos momentos muy marcados: en el capítulo cuarto nos la encontraremos trabajando en una casa burguesa, justo en 1975, en el momento en el que va a morir el dictador Franco y su familia pudiente siente esta muerte de un modo muy cercano (como ocurría, por ejemplo, en Los románticos de Manuel Longares). En este capítulo, la relación de María con la familia de la casa en la que sirve me ha hecho pensar también en el personaje de Colometa en La plaza del diamante de Mercè Rodoreda. En el capítulo sexto, María estará de celebración en un bar justo cuando el PSOE de Felipe González acaba de ganar sus primeras elecciones en 1982.

 

Los capítulos correspondientes a Alicia no están marcados de un modo tan directo con acontecimientos históricos. En el caso de Alicia se narra, más bien, la caída de una familia en apariencia pudiente tras el suicidio del padre, y cómo la pérdida de capacidad económica va a determinar la vida de esta chica. De hecho, «Las maravillas» del título hace una referencia a los bienes de su casa (televisores, ropa de marca, etc.) que la hermana de Alicia no tiene pudor en mostrar a unas chicas pobres que son compañeras de clase de Alicia, y que ésta ha invitado a su casa con la aparente intención de hacerlas daño. Los capítulos de la Alicia adolescente me han recordado a algunos de Autopsia, la destacada primera novela del zaragozano Miguel Serrano Larraz.

En principio, el lector podría pensar que la personalidad negativa de Alicia es en gran parte consecuencia del trauma que supuso para ella la muerte del padre (que cada noche recrean sus pesadillas), pero en la página 128 podemos leer: «ya de pequeña me gustaba ser cruel».

 

Dos son las ideas constructivas que sustentan la novela: cómo el dinero marca la vida de las personas y cómo la mujer queda subordinada socialmente a la figura del hombre. De forma clara, esta obra de Elena Medel es más una novela de ideas que de trama. Las personalidades de sus dos protagonistas, María y Alicia, la abuela y la nieta que se desconocen, están bien perfiladas; pero en algún momento he sentido que, si bien el estudio de personajes era bueno, faltaba la trama sobre la que hacerlos avanzar.

También ocurre que, en algunas páginas del libro, las tesis que subyacen a su construcción se hacen demasiado evidentes, y es en estos momentos puntuales cuando la novela pierde. Así, por ejemplo, en el capítulo que nos remite a 1982 y al triunfo del PSOE se remarca de un modo insistente la posición secundaria de María en su grupo de amigos, en el que Pedro ‒su pareja‒ es escuchado cuando repite ideas que María le ha expuesto, sacándolas de los libros que lee, algo que Pedro no hace.

En cambio, en otras ocasiones, la potencia de las ideas expuestas es contundente y estos momentos narrativos remueven al lector. Me han gustado especialmente las páginas en las que se habla de cómo la cercanía o distancia al dinero no solo impone la mirada de las personas sobre el mundo, sino que incluso el amor o las relaciones de parejas vienen determinadas por telarañas de poder que dependen del dinero; y estos nudos de poder y dinero también dependen de la concepción machista de la sociedad. De este modo, una de las protagonistas de Las maravillas aceptará involucrarse en una relación de pareja porque ha perdido el trabajo y si no lo hace se verá abocada a una situación complicada en lo relativo a su vivienda; y, en cambio, la otra protagonista se niega a sí misma una situación económica más desahogada, si accediera a vivir en pareja, porque no quiere renunciar a su libertad de mujer que no da explicaciones, una libertad duramente conquistada.

 

El lenguaje de Las maravillas está trabajado, sin duda. Pese a la trayectoria de la escritora, que debuta aquí como novelista, después de una extensa carrera como poeta, no sucumbe aquí a descripciones líricas que la despisten de su propósito marcado ante las ideas que se ha propuesto exponer. De Belén Gopegui solo he leído su primera novela, La escala de los mapas, pero conozco su trayectoria, y me atrevería a sugerir que Las maravillas puede estar influenciada por las novelas sociales y políticas de Gopegui como La conquista del aire o Lo real. También podría relacionar a Las maravillas con las novelas de Rafael Chirbes, aunque en Medel hay menos peso del franquismo sobre la vida de sus personajes que en Chirbes.

 

Recapitulando, diría que los puntos flojos de Las maravillas son dos: las ideas están por encima de la evolución posible de una trama, y que estas ideas (importancia del dinero en la vida o machismo social) están, en algunos casos, mostradas de un modo demasiado explícito y descriptivo. Sin embargo, la creación de personajes es potente, y el lenguaje austero para describir unas vidas desvencijadas, sin tapujos y concesiones, es poderoso y descorazonador. En definitiva, y sopesando pros y contras, considero que el debut de Elena Medel en la novela es más que satisfactorio.

domingo, 17 de enero de 2021

UN RECORRIDO POR LA LITERATURA CHILENA

 Me grabé un vídeo para mi canal de YouTube (David Pérez Vega - Bienvenido, Bob) hablando de los libros chilenos que he leído.

Si te apetece verlo PINCHA AQUÍ.


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domingo, 10 de enero de 2021

MIS 10 NOVELAS ARGENTINAS FAVORITAS

 He grabado un vídeo para mi canal de YouTube (David Pérez Vega - Bienvenido, Bob) en el que hablo de mis 10 novelas argentinas favoritas del siglo XX.

Luego me animé y grabé dos vídeos más sobre literatura argentina. 

Si quieres verlo PINCHA AQUÍ.

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miércoles, 6 de enero de 2021

Lectura de mi novela "Caminaré entre las ratas" de José Luis Ibáñez Salas

El historiados José Luis Ibáñez Salas leyó mi novela “Caminaré entre las ratas” y escribió una reseña para la web Aquí Madrid. La dejo aquí:




La cuarta novela del escritor español David Pérez Vega, titulada Caminaré entre las ratas, apareció en el pobladísimo mercado literario español en unos días que fueron, que son, que seguirán siendo, muy malos para la lírica. Para la prosa. Y para la paciencia. Apareció cuando el mundo se disparaba en el pie asustado por su miedo y por su incompetencia para socializar el bien. En los primeros meses del infausto ya año 2020.

«Desde 2008 vivo en el país del volver a empezar, de los aprendices sin edad».

Esa sería una buena presentación para Domingo, el protagonista-narrador de esta novela. Esta novela social con las lágrimas suficientes de pura ficción fabulada, esta novela protagonizada por alguno de quienes estuvieron durante la crisis de finales de la primera década del siglo veintiuno entre los más afortunados, aquellos que les tocó trabajar más por el mismo sueldo (o menos, en realidad).

«Mi vida como máquina defectuosa que nunca llegó a funcionar».

Su prosa, la prosa de David Pérez Vega, es en Caminaré entre las ratas ascética, sucinta, directa, muy narrativa, pero también, como el poeta que él es, aparece teñida en ocasiones por la inevitable poesía sin la que las buenas novelas se quedan en meros divertimentos sin alma:

«La densidad de las palabras evitadas empieza a incendiar el aire que respiro».

La novela resulta ante todo muy didáctica. Uno aprende mucho al leerla. Sobre economía, sobre enseñanza, sobre la sociedad española en la que vivimos más o menos perplejos. Porque, aunque no es un tratado, ni un ensayo (el libro es una novela, que ya es ser), esta novela de Pérez Vega, nacido un año antes de la muerte del dictador Francisco Franco, social, como ya escribí, expone con absoluta claridad los principios básicos para poder explicar la realidad española, la realidad social española, mostrando personajes absolutamente incrustados en el verdadero ámbito vital de la España actual («este divertido país de sangría, fiesta y playas»), la de los aprendices sin edad, la de los filósofos del fútbol, también la de los triunfadores que mastican su estulticia desdeñando a quienes se preocupan porque el triunfo sea finalmente el de todos los ciudadanos posibles, no el de los más afortunados o el de los más carentes de escrúpulos.

La cita siguiente es larga pero ilustra a la perfección lo que vengo expresando:

«No deja de enternecerme la imagen de aquellos profesores de Universidad pública de suburbio defendiendo las ideas liberales de Milton Friedman […]. Los profesores estadounidenses defendían los presupuestos teóricos que beneficiaban los intereses de sus pagadores, pero los profesores españoles de la Universidad pública, funcionarios ilustrados, defendían la destrucción de lo público o de sí mismos por nada, por puro vasallaje ideológico, por haber ido a una Universidad del Medio Oeste americano y haber sido deslumbrados por las palabras de alguien que se apellidaría Johnson, Williams, Davis o Harris, y nunca García, Pérez, Sánchez o Fernández. […] En la Carlos III de Getafe, los hijos de los tenderos de barrio, de los conductores de autobuses de la EMT o de los taxistas del aeropuerto, comentaban en los pasillos de la facultad las huelgas de trabajadores de la época en términos drásticos al más puro estilo disciplinario Chicago Boys‘si yo fuese el director de la empresa echaría a todos los trabajadores y contrataría otros nuevos’. […] Así se las gastaban en la segunda mitad de la década de los 90 los chicos de los suburbios en la Universidad pública de Getafe cuando después de ponerse al día sobre el botellón y la marcha del fin de semana querían posar, apoyados en una barandilla fumando rubios, de adultos responsables y castigadores. Así hablaban los hijos de los administradores de pequeñas empresas, de operarios de fábrica o de los porteros de fincas que vivían en pisos de 70 metros cuadrados en Móstoles, Fuenlabrada o Getafe. […] Ellos podrían llegar a ser los directivos de las grandes multinacionales: eso les explicaban en las clases, cómo se dirige una gran empresa multinacional y, por tanto, serían los jefes de aquellos ingenieros que se creían tan listos».

El escritor protagonista-narrador de Caminaré entre las ratas (a quien la realidad de vez en cuando le da alcance y quien dice que es Richard Ford el novelista que más le ha influido)escribe libros que no son de género, libros «que sólo pretenden reflejar la vida de mi entorno social y por tanto ser literatura». ¿No hay demasiados sueños literarios en esta novela? Pregunto. ¿Por qué planificarse uno sus lecturas «con la intención de entender un mundo que se empeñaba en dejarme siempre fuera de sus placeres, un mundo del que en esencia desconocía las reglas más básicas de funcionamiento»? ¿Existen personas, como un personaje femenino de la novela, insertas «de forma contundente en el mundo de lo real» por el simple hecho de «estar alejadas por completo del mundo literario»?

Más didactismo en la novela. En esta ocasión nunca mejor dicho, pues, en un momento determinado, leemos un razonado ataque «a los gurús de la nueva educación» que incluye una defensa de la necesidad de los libros de texto, entre otros asuntos. No obstante, aunque estoy muy de acuerdo en lo que expresa aquí Pérez Vega (su protagonista, mejor dicho), considero que el problema no es tanto el que se atiende en estas páginas, creo que ese no es el debate, sino que el debate reside en qué enseñar más que en cómo enseñar: en cualquier caso, se agradece la reflexión.

Como también se agradece la divulgación de la teoría económica que hace David Pérez Vega (bueno, el protagonista): Smith, Malthus, Ricardo…

Hay mucha burla, siempre detallada, eso sí, contra el Gran Dios Capitalista, como por ejemplo esta:

«Sé que, en la actualidad, tienen que existir los directivos como Hans (los hijos-de que irrumpen en la vida con su sueldo de 500.000 euros bajo el brazo), pero, por favor, Gran Dios Capitalista, mantenlos en sus despachos aclimatados, lejos del trabajo y convencidos de su valía, permite que lean el periódico, llamen por teléfono a sus esposas o madres, saquen brillo a sus escudos de armas, que cobren sus desmesurados salarios y que no tengan tentaciones de aportar ideas reales».

El protagonista-narrador (que lee a Primo Levi, quien siempre nos recuerda, le recuerda a él, especialmente, «cómo hay que sobrevivir en lo oscuro» y del cual dice: «es mi guía en la oscuridad») ha aprendido desde su comienzo laboral «que no existen empresas corruptas, sino que la corrupción es la esencia misma del sistema capitalista empresarial».

Resulta a todas luces magnífica la explicación de qué es el neoliberalismo. En el imaginario personal de determinadas personas, como algunos de los personajes de la novela de Pérez Vega, «todos los hijos-de, los sobrinos-demujeres-del-sobrino-de eran héroes convencidos y aguerridos luchadores contra la opresión y la esclavitud a las que nos somete el Estado».

Y Móstoles, el Móstoles de los últimos cuarenta años como subescenario de una auténtica novela española de hoy en día, más actual que un periódico.

«Éramos los hijos de los pueblos pobres de España, emigrados, desde Andalucía o Extremadura, hasta el extrarradio de Madrid. Nos habíamos creído, adueñándonos de una mitología ajena, que podríamos llegar a ser tan aéreos como Michael Jordan y estábamos, como no había dejado nunca de mostrarme mi padre, apegados al suelo raso de los santos inocentes de Francisco Franco».

Porque esta es la historia de los monos que nunca bailaron break. Una historia en la que las ratas gigantes tienen, por fin, los días contados.

 

 

Gracias, José Luis.

domingo, 3 de enero de 2021

Plata quemada, por Ricardo Piglia

 


Plata quemada, de Ricardo Piglia

Editorial Anagrama. 227 páginas. 1ª edición de 1997; ésta es de 2015.

 

De Ricardo Piglia (Adrogué, provincia de Buenos Aires, 1940 – Buenos Aires, 2017) había leído hasta ahora buena parte de su obra: las novelas Respiración artificial, Blanco nocturno y El camino de Ida; sus libros de cuentos La invasión, Prisión Perpetua y Los casos del comisario Croce, su ensayo El último lector y sus diarios Los diarios de Emilio Renzi. Sabía que a Plata quemada se la considera una de las novelas más destacadas de Piglia, uno de mis autores favoritos de los últimos tiempos. No he había acercado a ella porque estuvo envuelta en un escándalo en Argentina, cuando le fue concedido a Piglia allá el premio Planeta, acusando a la editorial de haber concedido un premio pactado de antemano por una novela que Piglia ya tenía contratada previamente. En realidad, pensándolo en frío, lo llamativo es que algo así sea motivo de escándalo en Argentina, cuando en España el hecho de que el premio Planeta (como tantos otros correspondientes a editoriales privadas) está concedido de antemano es de sobra conocido y aceptado. «¡Qué escándalo, he descubierto que aquí se juega!», decía el policía de Casablanca en el local de Rick. Pues eso. Que hubiera polémica con el premio Planeta concedido a Plata quemada no rebaja, en cualquier casa, el aliento literario con el que Piglia pudo escribirla. Y, tras acabarla, digo ya que se ha convertido en uno de sus libros favoritos para mí, que soy un gran admirador. Vi la novela en La Casa del Libro de Gran Vía, en Madrid, y sentí el impulso de comprarla y de leerla de forma inmediata. Como así hice.

 

Según la contraportada, «esta novela cuenta una historia real. Se trata de un caso de la crónica policial que tuvo como escenarios Buenos Aires y Montevideo en 1965.» Al comentar en las redes sociales que estaba leyendo esta novela, un contacto argentino me señaló que, en realidad, no se trataba de una verdadera novela de no ficción sobre un crimen real, al estilo de A sangre fría de Truman Capote, sino que Piglia se había inventado casi todo. Llegó un momento que casi me convenció de que la novela al completo era una ficción, pero algún otro contacto me hizo ver que el caso policial sí que había existido en el Río de la Plata de 1965. He leído algún artículo de la prensa uruguaya (sobre todo uno del escritor Leonardo Haberkorn) donde se precisa que, aunque el caso policial fue real, Piglia se tomó más de una licencia poética al recrearlo. En las páginas finales de la novela, Piglia ha dejado un epílogo, que empieza con estas palabras: «Esta novela cuenta una historia real.» (pág. 221), al final del epílogo narra el encuentro en un tren con la novia de uno de los atracadores del banco, y dice que así es cómo comienza su interés por la historia. Este encuentro, al parecer, es falso; o más bien, también forma parte de la ficción. Me parece un juego interesante sobre los límites de la ficción y el periodismo o la novela de investigación. Piglia le hace creer al lector que todo lo que ha leído se ha basado en entrevistas con los testigos, reproducciones de los juicios, los informes policiales o psiquiátricos, y puede que no sea así, que, con el sustrato de un caso policial real, lo cierto es que haya construido una ficción. En algún momento de la novela, Piglia recrea los pensamientos de personajes que van a morir en el tiempo narrativo del libro y, por tanto, no existe posibilidad real de que pueda haber accedido a esos pensamientos en una investigación personal.

 

La discusión sobre la realidad o no de lo narrado me parece interesante, pero no es determinante para el disfrute de esta novela. Que lo contado esté basado en un informe policial o provenga de la imaginación de Piglia no hace a la obra literaria más o menos valiosa; el triunfo de un libro como Plata quemada (o de cualquier otro) ha de ser literario, ha de contener una verdad en su propia lógica, sin necesidad de apoyarse en el dato que provenga de la pura realidad.

 

A finales de 1965 un grupo de delincuentes comunes recibe un soplo sobre un furgón que ha de salir de un banco, en San Fernando, un barrio residencial a las afueras de Buenos Aires, con el dinero de los sueldos de una compañía, y organizan un asalto. El atraco no va a ser nada sofisticado; de hecho, la banda de criminales retratados en Plata quemada pertenece a «la pesada», que es, como en jerga argentina, se designa a un grupo de criminales violentes y con facilidad para usar armas de fuego. En el atraco están involucrados miembros de la policía, pero el grupo de delincuentes decide jugársela y huir con el dinero sin repartirlo con ellos. La idea será permanecer unos días en un departamento de Buenos Aires, para pasar poco después a Montevideo, donde tienen preparado otro departamento y esperar allí a que se calmen las aguas.

 

En el primer capítulo Piglia presenta a sus personajes y el escenario en el que se va a cometer el crimen. Entre el elenco de personajes destacan «los mellizos»: «Los llaman los mellizos porque son inseparables. Pero no son hermanos, ni son parecidos.». Dorda es grande y rubio, un tipo casi sin palabras,  el «Gaucho Rubio» le llaman. Un tipo que, como nos recordará su informe psiquiátrico de la cárcel oye voces dentro de su cabeza, a las que siente como una interferencia de radio. Dorda procede del interior, del campo, donde empezó a matar pequeños animales, hasta que pronto asesinó a una persona, iniciando una carrera de «criminal nato». El Nene Brignone es flaco y además es la voz de Dorda, con el que parece entenderse por gestos. Dorda y Brignone también son amantes, aunque ninguno se consideraría a sí mismo como un «homosexual». En gran medida, Plata quemada es una novela sobre «vieja masculinidad», sobre un mundo de hombres que confían en la violencia y la agresividad como un modo de vida, en un mundo de hombres cuya idea de gallardía y valor es la de morir antes de entregarse a la policía, la de morir matando. «La escuché como si me encontrara frente a una versión argentina de una tragedia griega. Los héroes deciden enfrentar la muerte y resistir, y eligen la muerte como destino.», escribe Piglia en el epílogo, en la página 225 del libro.

 

Uno de las grandes logros de la novela es la mezcla de registros lingüísticos, desde el puramente periodístico, al policial, al psiquiátrico, y sobre todo al propio de los criminales rioplatenses, «Yuta», «cana» o «taquería» serán, por ejemplo, tres sinónimos de «policía». Otro de los logros de Piglia es su capacidad para contar la historia sin juzgar a los personajes. En realidad, tanto policías como criminales parecen pertenecer al mismo mundo siniestro. Piglia no enfrente a la luz contra la oscuridad, ni al orden frente al caos, sino a dos haces de oscuridades diferentes que chocan entre sí. Además se habla también aquí de los «crímenes ideológicos», puesto que las bandas políticas y terroristas que luchaban por la vuelta de Perón al país en más de un caso han devenido, y se han mezclado, con la delincuencia común. «Los pistoleros se cortan, en el momento de ser detenidos, con yilé, en los antebrazos y en las piernas para no ser picaneados. “Si hay sangre no hay picana, porque con la corriente te vas en seco”.», (pág. 60) así se habla de las torturas policiales.

 

Me ha gustado que también aparece en Plata quemada como personaje Emilio Renzi, un joven periodista que está realizando una crónica del caso. Renzi es el alter ego de Piglia, que aparece en más de uno de sus libros. En Plata quemada se hace una descripción de Renzi (con anteojos y pelo enrulado) que coincide con la del mismo Piglia. En Los diarios de Emilio Renzi, Piglia usaba a este personaje para hablar de sí mismo. En estos diarios, Piglia mostraba en muchos momentos su interés por el género policial. Si bien en obras como Blanco nocturno, homenajea a autores como Raymond Chandler, en Plata quemada parece homenajear a los libros de crímenes reales, como el que ya he citado A sangre fría de Truman Capote.

El final del libro me ha parecido muy bello, intercalando las violentas escenas de un tiroteo entre la policía y los delincuentes con los recuerdos de la infancia de Dorda. En estas páginas, Piglia consigue que el lector sienta empatía y compasión por Dorda, el «criminal nato».

Ricardo Piglia es un autor de grandes páginas, de grandes rachas literarias en sus libros, y en más de un caso sus novelas acaban por írsele de las manos o por desinflarse. Plata quemada me ha parecido tal vez su libro más redondo; una obra de arte muy lograda.