domingo, 24 de septiembre de 2017

La línea del frente, por Aixa de la Cruz

Editorial Salto de página. 177 páginas. 1ª edición de 2017.

De Aixa de la Cruz (Bilbao, 1988) leí en 2015 su libro de relatos Modelos animales (Salto de página, 2015), un libro del que guardo un buen recuerdo. Cuando en mayo de este año, Pablo Mazo –el editor de Salto de Página– me comentó que después del verano iba a sacar una novela de Aixa de la Cruz me la apunté para pedírsela, a pesar de que al contarme el argumento me la destripó casi entera. No pasa nada, mi interés por la lectura es capad de vencer cualquier spoiler.

Pese a su juventud, La línea del frente es la tercera de De la Cruz, que empezó a publicar en 2007; es decir, a los dieciocho o diecinueve años.

La protagonista y narradora de la novela es Sofía Rodríguez Icaza, de veintinueve años y originaria de Bilbao. En el primer capítulo, Sofía llega a la casa de veraneo que su familia posee en una urbanización de Laredo, cuando ya ha pasado la temporada turística. Esto hace que sólo vaya a encontrarse allí con Agustín, el conserje; con un hombre, diez años mayor que ella y que vive en una casa ubicada en otra urbanización, un posible drogadicto que se pasa los días vegetando; y un gato. «Ya estamos todos. Personajes de una novela de aventuras. En esta orilla, Robinson Crusoe, y en la opuesta, el Castillo de If, la prisión de el conde de Montecristo.», así acaba el primer capítulo en la página 22.
El conde de Montecristo, insinuado en el párrafo anterior, es Jokin, novio del instituto de Sofía, y que en la actualidad cumple condena en la prisión de El Dueso, cerca de la casa de Sofía en Laredo.
Sofía se ha mudado desde Barcelona (dejando a su novio Carlos) a Laredo con un doble propósito: quiere acabar de escribir la tesis que tiene entre manos sobre el escritor y exetarra Mikel Areilza, que se suicidó en Argentina al adentrarse en el Río de la Plata con los bolsillos llenos de piedras (igual que Virginia Woolf, se dice en el texto); y también desea poder verse con Jokin, con quien ha vuelto a cartearse después de haber finalizado su noviazgo una década atrás.

Sofía se ha vuelto a interesar por Jokin desde que, dos años antes, lo vio en la televisión, cuando se encontraba en Barcelona. Jokin participaba en un enfrentamiento con la Ertzaintza, que tiene lugar cuando unos manifestantes tratan de defender a un rapero al que querían detener por unos comentarios en redes sociales, en los que enaltecía el terrorismo. Después del alto el fuego de ETA, la Ertzaintza sigue actuando en el País Vasco con la contundencia de los peores tiempos del terrorismo, parece considerar Sofía.
Sofia empieza a sentir que ella nunca se involucró, de ningún modo, en el llamado «conflicto vasco», que su familia adinerada siempre hizo esfuerzos para acercarla al mundo de la cultura, mientras que la alejaba del de la política. Sin embargo, siente ahora, Jokin sí tomó el camino de la significación, algo que empieza a considerar como una decisión valiente, y que puede hacerle ahora contemplar a su exnovio bajo el prisma del «heroísmo». Esto la llevó a contactar con él en la cárcel y a iniciar una correspondencia que le ha hecho dejar a su actual novio, al hacerle revivir una relación del pasado. En Laredo empezará a visitarle en la cárcel, mediante encuentros ordinarios, a través de un cristal, y otros con vis a vis.

La fijación de Sofía por el escritor Mikel Areilza proviene de su renovado interés por Jokin. Entre los dos empieza a establecer paralelismos, hasta el punto de querer indagar en los motivos de la lucha política de Jokin igual que lo hace en el pasado de Areilza al escribir su tesis. Para tratar de alumbrar la vida de Areilza, Sofía dispone del diario del escritor argentino Arturo Corazowski, quien trató en Buenos Aires con Areilza porque consiguió embarcarlo en el proyecto teatral del «biodrama». Éste consistía en subir al escenario a una persona real para que hiciera de sí mismo y observar cómo puede uno cambiar su historia o su pasado al sentirlo como una representación. Algo que pudo destrozar a Areilza y, tal vez, conducirlo al suicidio.

Esta idea del «biodrama» es importante en la construcción de la novela, puesto que en La línea del frente De la Cruz se ha propuesto reflexionar sobre la influencia que tienen las ficciones en nuestra mirada sobre el mundo. En la página 114 podemos leer: «Mi gran pecado ha sido siempre la inacción, la parálisis. Durante veintisiete años no hice nada heroico ni ruin salvo dejarme contagiar por aquellos vivas a ETA que se coreaban al final de los conciertos, mirar hacia otro lado, pero sin saber, siquiera, que lo hacía. No tengo derecho al examen de conciencia del que tanto se habla últimamente; nadie quiere que yo pida perdón. El cómputo suma cero. Y aunque es paradójica esta culpa por no haber cometido ninguna falta, es culpa, después de todo. La culpa inútil del empresario al que atormentan las hambrunas, la culpa que me inoculó Jokin cuando irrumpió en mi burbuja a través de una pantalla de plasma.»
Sofía parece experimentar hacia Jokin una doble culpa: la de su inacción y la de la mala conciencia de clase, puesto que, aunque compartieron aulas en el instituto, ella pertenecía a una clase social más alta que la de él. «A finales de los ochenta, cuando se implantó el modelo de inmersión lingüística en vasco, los colegios públicos se llenaron de clase media-alta, de la prole de abogados y políticos nacionalistas que querían predicar con el ejemplo. Mis padres, a quienes era indiferente aquella lengua que jamás aprendieron, se dejaron llevar por la moda.» (pág. 19). Además, para ella Jokin supone un misterio, puesto que no consigue averiguar cuáles son los motivos que le llevaron a enfrentarse a la policía y que le condujeron a la cárcel.

La novela comienza con un tono intimista, puesto que Sofía ha decidido recluirse voluntariamente en la casa de una urbanización sin vecinos, y con muy pocas ocasiones de interactuar con otros seres humanos (el conserje, el vecino de la otra urbanización y Jokin). Pero no toda la novela está escrita con la voz narrativa de Sofía, puesto que el lector puede acercarse a algunas de las páginas de los diarios de Arturo Corazowski, referidas a su relación con Mikel Areilza. Además los encuentros en la cárcel entre Sofía y Jokin están narrados como si se tratasen de actos teatrales, con diálogos y anotaciones en tercera persona de este estilo: «Desde el lado opuesto del cristal, Jokin imita el gesto y sitúa su mano sobre la silueta de la mano de Sofía.» (pág. 53). En estos capítulos, de un modo sutil, se índice en la idea de la representación, en la idea acerca de cómo la concepción narrativa de nosotros mismos o de los demás cala en nuestra forma de actuar.
Muchas de las comparaciones de la novela son muy actuales, abundando las referencias a series de televisión, pero también a textos literarios más clásicos.


La línea del frente es una novela relativamente corta, pero compuesta por múltiples capas. En muchas páginas, el lector tiene la sensación de que las ideas expresadas en el texto están simplemente sugeridas y que le corresponde a él llevar a cabo una labor de indagación en sus significados. Esto le hace leer en un estado de alerta permanente. Posiblemente, Aixa de la Cruz podría haber escrito una novela mucho más larga, mostrando el pasado de los personajes, por ejemplo, pero ha escrito un libro de 177 páginas y éstas parecen suficientes para sustentar su mundo de sugerencias y escenas a media luz. He tardado poco en leer el libro, me apetecía seguir leyendo cuando lo tenía en las manos. Me ha gustado La línea del frente

domingo, 17 de septiembre de 2017

Máscara, por Stanisław Lem.

Editorial Impedimenta. 417 páginas. 1ª edición de los relatos: 1957-1996. Ésta es de 2014.
Traducción de Joanna Orzechowska

A comienzos del curso 2016-2017 (al ser profesor sigo midiendo los años por cursos académicos) leí Solaris de Stanisław Lem (Lvov, Polonia, 1921-Cracovia, 2006), un libro que realmente me impresionó. Me dio pena no haberlo leído de adolescente, cuando era un gran lector de literatura de género (principalmente de ciencia-ficción y de terror). Intercambié algunos mensajes con su editora Pilar Adón, que me envió a casa Máscara. No sé por qué razón, el libro estaba empezando a quedarse sin leer en un altillo de mis estanterías, hasta que al finalizar el curso consideré que ya era el momento adecuado para ponerme con él.

Máscara está formado por trece relatos que, por su extensión, en algún caso llegan a ser novelas cortas. Hasta ahora no se habían publicado en España. Según leemos en el prólogo, los relatos fueron publicados en forma de libro en 1996 por la editorial polaca Interart. Son cuentos que, en muchos casos por su extensión y no por su calidad, se quedaron fuera de las antologías clásicas del autor. «Relatos que, sin importar su calidad y su trascendencia, se hurtaron durante años a los lectores de Lem.»

Hasta cierto punto, tenía ciertas dudas de si, después de la buena impresión causada por Solaris, esta recopilación podría ser la mejor manera de seguir con la obra de Lem. Pero nada más leer el primer cuento, La rata en el laberinto, mis dudas se disiparon. En él, dos científicos de acampada son testigos de la caída desde el cielo de un gran objeto en llamas. «Un sentimiento de rareza se apoderó de mí: no era miedo exactamente, sino la apabullante sensación de estar aproximándonos a algo increíble, inefable, a algo que, cuando menos lo esperábamos, emergía de la opaca claridad y se haría visible ante nosotros, como venido de otro mundo. (…) Me parecía que algo ominoso estaba a punto de ocurrirnos» (pág. 22). Ya he comentado alguna vez que cuando llega el verano me apetece leer relatos de terror o ciencia-ficción, como cuando era adolescente. A medida que me adentraba en las páginas de La rata en el laberinto, tenía la sensación de estar leyendo un relato de H. P. Lovecraft sobre seres primordiales venidos del espacio. Esto me resultaba muy divertido: siempre asocio el calor del verano y las vacaciones con el terror, y si es un poco serie B, mejor. Sin embargo, los grandes temas de Lem están aquí presentes: la evolución de la vida en distintos puntos del universo puede ser tan diferente que resulte imposible la comunicación, como ocurría con el planeta Solaris. «Es una tontería imaginarse que el Cosmos pueda repetir el mismo proceso evolutivo que nosotros, que derive en las mismas formas, los mismos cerebros, las mismas cuencas oculares, labios, músculos…» (pág. 31). Hacía el final, Lem nos da una posible explicación científica de lo ocurrido a nuestros protagonistas, cuyo rigor trasciende las encantadoras limitaciones de la ciencia-ficción de serie B.

Invasión vuelve a ser otro cuento largo (o novela corta) sobre un posible contacto con extraterrestres que llegan a la Tierra. De nuevo, los terrestres no tienen nada claro si van a poder comunicarse con los seres alienígenas, y se desatan las especulaciones y los temores. Hacia el final, un científico da una doble explicación sobre lo que puede estar pasando: «Señores, sé que quieren escuchar de mí la verdad, pero he de decirles que existen dos verdades en realidad. La primera se la dedico a los semanarios que incluyen artículos ilustrados de mayor extensión: las peras vidriosas son ejemplares procedentes de jardines botánicos pertenecientes a entes estelares altamente desarrollados. Estos seres los han cultivado con la única intención de satisfacer sus necesidades estéticas. La segunda verdad, igualmente válida, está destinada a la prensa diaria, sobre todo a la vespertina: las peras son monstruos cósmicos que disfrutan de la destrucción del universo, que a su vez constituye su forma de ser y de reproducirse como individuos» (págs. 94-95). Este párrafo que reproduzco aquí me ha hecho pensar en Jorge Luis Borges, con quien a menudo relacionan a Stanisław Lem, en concreto en el cuento Tema del traidor y del héroe, en el que la verdad es un concepto mutable que depende de quién quiera interpretar los hechos.

No todos los relatos aquí reunidos tratan de encuentros con extraterrestres. Otros tienen que ver con la evolución de la inteligencia artificial. Me ha gustado mucho el titulado El amigo, que trata del encuentro entre un joven aficionado a la radiotransmisión con un solitario y asustado hombre mayor, que tiene que construir una máquina de la que no sabe nada, siguiendo las órdenes que le da «un amigo». El narrador es el joven radioaficionado, que cada vez se irá involucrando más en la historia. El comienzo de este cuento me ha recordado también a H. P. Lovecraft, pero su desarrollo es diferente a un cuento clásico de Lovecraft.

Con estos tres cuentos hemos leído ya ciento cincuenta páginas del libro. Cada uno tiene unas cincuenta páginas y son, por tanto, más novelas cortas que relatos. Las sensaciones son buenas. Con estas tres novelas cortas podríamos tener un libro satisfactorio, pero aunque quedan diez cuentos por leer.

La invasión de Aldebarán es bastante más corto que los anteriores y muy divertido. Nos encontramos aquí con un inteligente juego de la perspectiva narrativa.

Moho y oscuridad, sobre unas pequeñas bolas que van creciendo en la casa de un hombre solitario, me ha recordado mucho a un cuento de terror de Thomas Ligotti. Gran creación de atmósfera.

En El martillo nos adentramos en el espacio de los viajes interestelares y la inteligencia artificial. En la página 197 los robots gritan: «¡Noooo! ¡Noooo!» cuando los desenchufan, y yo he pensado en Ray Bradbury. «Cualquier cosa, por atrevida u original que fuese, resultaba macabra, independientemente de las armaduras con las que las hubieran cubierto. Una esfera en forma de calavera, un torso alargado, un trozo de cristal con aparatos incrustados, una oscura frente convexa con los micrófonos y el altavoz sobresalientes… Todo aquello resultaba falso e irritante; por ello, finalmente optaron por abandonar los diseños rebuscados» (pág. 213). En este cuento, Lem reflexiona sobre la imposibilidad de asimilar la inteligencia artificial para la mente humana, que al final siempre cree estar conversando con una persona y le resulta inconcebible hacerlo con una máquina: «Por primera vez, comprendió que en el fondo de su subconsciente ardía el impronunciado, desconocido, sordo e ingenuo convencimiento de que, dentro del baúl de hierro, hubiera alguien escondido, como en el interior de un armario, como en un cuento, alguien acurrucado que hablaba con él a través de las cubiertas amarillas…» (pág. 229).

La formula de Lymphater incide en el cuento del científico que cree haber dado a luz a la inteligencia artificial perfecta. La perspectiva es nueva, pero las ideas quizá no tanto, sobre todo después de haber leído los cuentos anteriores. Aun así, si alguien leyera sólo este cuento en una antología no podría negar que es bueno. Pero, mezclado entre los demás, el relato empieza a mostrar planteamientos repetitivos. En este cuento se aporta, en cualquier caso, una nueva idea inquietante: los humanos son necesarios (simplemente) para crear la inteligencia artificial, que será un nuevo estadio en la vida del universo que superará todas las limitaciones de la mente y el cuerpo.

El diario es el cuento que menos me ha gustado. Tras más de veinte farragosas páginas sobre un ser que engendra universos, se informa al lector que lo leído es «un fragmento, simplificado y bastante abreviado, de la traducción del denominado “Diario”, que forma parte del material científico reunido por la tercera expedición de Alfa Eridani» (pág. 286). Es decir, hemos estado leyendo el diario de un ser extraterrestre que tiene la capacidad de crear mundos. Me costaba conectar con el texto; la apuesta de Lem en este caso me ha parecido demasiado experimental y arriesgada.

La verdad, sobre unos científicos que creen haber descubierto vida orgánica en el fuego, es un cuento de terror clásico y muy divertido.

Máscara es, posiblemente, el relato más largo del libro, y creo que también el mejor. Se trata de una estupenda novela corta, y solo por ella merece la pena leer el libro. La historia está narrada en primera persona por un robot que cree ser una doncella en un mundo con aspectos medievales (reyes, castillos, jardines…). La propuesta es muy original y la prosa muy densa, poética y medida. Al leerlo he recordado al Franz Kafka de La guarida o La metamorfosis. El relato transmite a la perfección las dudas existenciales de la conciencia pensante en busca de sus orígenes.

Ciento treinta y siete segundos vuelve a ser un relato muy divertido sobre científicos e inteligencia artificial.

El acertijo es un cuento de tan sólo cinco páginas. En él se nos plantea un universo muy original e interesante: un mundo habitado por robots, que tienen su propia religión y que saben que en un momento necesitaron al hombre (ya extinguido) para existir, ha conseguido crear en el laboratorio un cerebro humano capaz de pensar.

La colchoneta, acerca de las dudas de un millonario sobre la realidad o no del mundo que habita, parece influenciado por la narrativa de Philip k. Dick, autor al que Lem leyó y admiró.


A pesar de alguna repetición de ideas en algunos cuentos, Máscara es un gran libro de relatos y resulta extraño que no estuviera disponible para el público español hasta que no lo tradujo y editó Impedimenta en 2013 (tanto la traducción como la edición son magníficas, por cierto). Sólo el relato largo Máscara es una obra maestra de la narrativa del siglo XX. No tiene sentido decir que es una obra maestra de la ciencia-ficción, porque la inteligencia de Lem trasciende los géneros literarios. Ciencia-ficción filosófica, terror cósmico, acertijos sobre los confines del universo y la vida; el mundo de Lem es atractivo y convincente. Me llama la atención que casi no haya referencias a la Polonia comunista en la que vivió y escribió. Lo cierto es que el lector tiene la impresión de que son cuentos que transcurren en Estados Unidos, por el desarrollo tecnológico y, en más de un caso, porque los sitúa allí realmente. Si Stanisław Lem hubiera sido norteamericano, imagino que ahora mismo sería mucho más conocido. Aunque tampoco se pueda decir que no sea conocido y celebrado. Stanisław Lem es un gran escritor del siglo XX y me basta para afirmarlo haber leído Solaris y Máscara. Dos libros muy recomendables, estupendamente editados por Impedimenta.

miércoles, 13 de septiembre de 2017

El espíritu de la ciencia-ficción, por Roberto Bolaño

En la revista Quimera de junio de 2017 apareció una reseña que escribí sobre El espíritu de la ciencia-ficción de Roberto Bolaño. Fue un libro que le pedí a la editorial y que amablemente que enviaron a casa.

Dentro de poco se publicará Sepulcros de vaqueros, otro libro póstumo de Bolaño, que recoge tres novelas cortas. Tengo muchas ganas de que llegue a mis manos. He leído todo lo que ha aparecido en el mercado de Roberto Bolaño y me apetece seguir haciéndolo. Cualquier que conozca este blog sabe que yo soy un gran admirador de su obra y, aunque considero que sus libros póstumos no están a la altura de sus grandes obras, me sigue gustando leerlos, siempre encuentro en ellos páginas estupendas. Y además la polémica sobre si se deberían publicar o no estos libros me parece inútil: si alguien cree que estos libros no tienen interés le bastará con no acercarse a ellos. Para mí son una alegría.



Dejo aquí la comentada reseña de El espíritu de la ciencia-ficción. Es algo más corta de lo habitual porque tuve que adaptarme al espacio que me cedía Quimera.
Estoy muy contento de que aparezca una de mis reseñas en una revista a la que siempre he admirado mucho:




El espíritu de la ciencia-ficción
Roberto Bolaño
Alfaguara, 2016.
250 páginas.

Los chilenos Remo y Jan, de veintiún y diecisiete años, han llegado a México DF no mucho después del golpe militar de 1973. El narrador principal de la novela es Remo, aspirante a poeta que trabajará en el DF escribiendo para revistas literarias. Mientras Remo recorre la ciudad, Jan vive encerrado en la buhardilla que comparten. En ella lee novelas de ciencia-ficción, mientras trata de escribir una y envía cartas a destacados escritores norteamericanos del género.

Bolaño entrevera aquí diversos enfoques: la voz narrativa de Remo evoca un pasado (su vida en México DF, después de llegar de Chile) desde un punto indeterminado del futuro. La novela también muestra las cartas que, con tono alucinatorio, Jan envía a autores de ciencia-ficción como Robert Silverberg o Ursula K. Le Guin. Cartas en las que les muestra su admiración, además de narrarles sus dificultades vitales y miedos. En otros capítulos se reproduce una conversación entre una periodista y uno de los dos chilenos (no he llegado a saber de cuál de los dos se trata; he presupuesto que Remo). En ella se habla de una novela con la que uno de ellos ganó un premio en México. En este diálogo se reproduce el argumento de dicha novela, que podría constituir un relato autónomo sobre un remoto pueblo de Chile, del que se abren túneles terroríficos a una guerra en Europa.
De las tres partes de la novela, la que ocupa el cuerpo principal sería la de las andanzas de Remo en el DF. No pasará desapercibido, para cualquier lector de Bolaño, que esta narración constituye, en gran parte, un preludio de muchos hilos narrativos de Los detectives salvajes: Remo visita un aburrido taller de poesía y quedará fascinado por la irrupción en él del poeta motero José Arco. Esta escena se corresponde con la inicial de Los detectives salvajes, cuando el joven poeta Juan García Madero se une al movimiento poético del realismo visceral después de irrumpir en el taller Belano y Lima.
Remo y José Arco, sorprendidos por el alto número de revistas literarias que existen en México DF, comenzarán a investigar el fenómeno, actuando como los protagonistas de Los detectives salvajes, que trataban de encontrar a Cesárea Tinajero. La visita a la casa del doctor Ireneo Carvajal me ha recordado a la visita de Belano, Lima y García Madero a la casa de Amadeo Salvatierra, al comienzo de la segunda parte de Los detectives salvajes.
Si bien es cierto que, como ya he apuntado, en El espíritu de la ciencia-ficción se prefiguran algunos de los temas de Los detectives salvajes, también he de señalar que la tensión narrativa de la obra maestra de Bolaño es mucho mayor que la conseguida en esta nuevo inédito fechado en 1984. En Los detectives salvajes, la violencia y la persecución a la que son sometidos Belano, Lima y García Madero vertebra el texto y crea en él una sensación permanente de peligro y de riesgo que hace que el lector lea con gran intriga, disfrutando del sentido de la peripecia y la aventura. Este poderoso cauce narrativo de amenaza permanente no aparece reflejado, o lo hace a una escala muy menor, en El espíritu de la ciencia-ficción, una historia que, frente a Los detectives salvajes, queda más desinflada e inane. Eso no quiere decir que las páginas de El espíritu de la ciencia-ficción carezcan de esa belleza del desamparo tan bolañesca, porque los destellos de la gran prosa del chileno están aquí ya presentes. Como es característico de su estilo poético, en este libro Bolaño también va generando una sucesión de pequeños misterios ‒y amenazas‒ en cada párrafo. Y sus personajes siempre sufren el dolor quemante de su juventud e incertidumbre, y se les muestran al lector, en más de una ocasión, temblando, llorando o despertando de pesadillas. El capítulo de los poetas en moto es precioso.

El espíritu de la ciencia-ficción es una digna novela de formación y gustará a todos los admiradores de Roberto Bolaño. 


domingo, 10 de septiembre de 2017

Entrevista a Diego Trelles Paz, autor de "La procesión infinita"

Diego Trelles Paz (Lima, 1977) es licenciado en Cine y Periodismo por la Universidad de Lima y doctor en Literatura Hispanoamericana por la Universidad de Texas. Ha publicado los libros de cuentos Hudson el redentor (2001) y Adormecer a los felices (2015), el ensayo Detectives perdidos en la ciudad oscura. Novela policial alternativa en Latinoamérica. De Borges a Bolaño (Premio Nacional de Ensayo Copé 2016) y las novelas El círculo de los escritores asesinos (2005) y Bioy (2012, Premio Francisco Casavella de Novela y finalista del Premio Rómulo Gallegos 2013). Sus obras se han traducido al francés, inglés, italiano y húngaro. Actualmente reside en París.

Su última novela, titulada La procesión infinita, ha sido publicada por la editorial Anagrama. Puedes leer la reseña que escribí sobre ella pinchando AQUÍ.



En tus libros ‒también en La procesión infinita‒ aparece un personaje llamado Diego, «el Chato», que es un escritor peruano de tu edad. ¿Cuánto tiene «el Chato» de ti mismo?

El Chato aparece, por primera vez, en Hudson el redentor y, salvo en Bioy, es personaje de todos mis libros de ficción. Es recién en esta novela que aparece con mi nombre y habitando en la misma buhardilla parisina de Etienne Marcel. Aunque ha envejecido conmigo y compartimos algunos rasgos, experiencias y principios, el Chato no deja de ser un personaje. En El círculo de los escritores asesinos es uno de los autores implicados en la muerte del crítico literario García Ordóñez en Lima. El Chato es mucho más aventurado que yo, puede ser incluso imprudente. No he escrito nunca un libro de autoficción y dudo mucho que alguna vez suceda.


La estructura de La procesión infinita huye de la narración lineal. ¿Hasta qué punto te han influido tus estudios de cine a la hora de realizar el «montaje» de una novela?

El cine es fundamental. La literatura, como cualquier otra disciplina artística, puede nutrirse de otras formas y plataformas y dar soluciones narrativas a esos momentos que requieren de una puesta en escena distinta. No es un mero artilugio, a veces la literatura no llega. Por otro lado, el cine te enseña a ver y a entender dónde y por qué se coloca una cámara en determinado ángulo o qué queda dentro y fuera de un encuadre. En técnicas como el elipsis o el montaje, las posibilidades narrativas se multiplican.


En La procesión infinita podemos leer: «Y nunca, escúchame bien esto, Chato, o como chucha te llames, nunca jamás vayas por la vida oliéndole los pedos a Vargas Llosa, ¿entendiste?... La literatura no es para zalameros, causa. Es lo que sobra allá. Para escribir hay que matar, ¿escuchaste? ¡MATAR! (…) ¡Tuércele el cuello a Zavalita o no escribas nada!» ¿Cuál es tu relación, como autor peruano, con la figura de Mario Vargas Llosa?

Mario Vargas Llosa es una figura decisiva para autores de distintas generaciones y, desde luego, para mí también. Otros escritores peruanos que admiro y cuyos libros dejaron un sedimento en mi narrativa son Julio Ramón Ribeyro y Oswaldo Reynoso. Hay otros colegas que han sido influidos por autores de distinta estirpe como José María Arguedas o Luis Loayza. Algo importante y consciente fue mi decisión de ser escritor luego de leer Los cachorros, y esto ocurrió cuando todavía era un adolescente. Juan Antonio Masoliver Ródenas acierta cuando, en su reseña de la novela, recuerda al poeta mexicano Enrique González Martínez en ese famoso verso contra el modernismo donde pide torcerle el cuello al cisne. En el arte no se debe negar un origen contra el que, al mismo tiempo, es imperioso rebelarse.


La crítica ha hablado de la influencia de Roberto Bolaño en tu obra. ¿Te resulta más fácil sentirte vinculado a él que a Vargas Llosa?

Bolaño le escribió un precioso prólogo a Los cachorros de Vargas Llosa. A diferencia de Carlos Fuentes, Vargas Llosa siempre ha sido elogioso con la obra de Bolaño pese a las críticas del último hacia algunos de los escritores del boom. Ambos vivieron por y para la literatura. Con eso me identifico absolutamente. La crítica siempre establece vínculos porque, como buen detective, rastrea las lecturas de los que escriben. Pero ese árbol es mucho más frondoso: Onetti, Rulfo, Piglia, Puig, Ibargüengoitia, por nombrarte solo a los latinoamericanos.


La procesión infinita es una novela recorrida por la violencia (de Sendero Luminoso, del Estado, violencia individual…), un elemento recurrente en tus libros. ¿Qué peso tiene para ti la violencia como sustrato narrativo?

Es uno de los motivos de mi narrativa. Uno escribe sobre aquello que lo afecta. La violencia ha estado presente en mi vida desde la infancia. Sin ser víctima directa, soy también hijo de esa violencia, de esa guerra a la luz de las velas a la que alude Daniel Alarcón en su maravilloso libro de cuentos, y también un adolescente que creció en dictadura y se formó como ciudadano y como escritor en un país donde todo estaba chueco y los problemas se resolvían con esa misma violencia que no se acabó en 1992, cuando capturan a Abimael Guzmán, sino que se reformula, ese mismo año, cuando el presidente Alberto Fujimori cierra el Congreso y se convierte en dictador.


En el programa Cronopios y famas podemos escucharte decir: «Soy consecuente con los personajes (…), y no me importa perder al lector». La procesión infinita es una novela que dosifica bastante la información que se le da al lector, con drásticos saltos temporales y escrita con un lenguaje cuajado de peruanismos que, sin embargo, se publica en España. ¿En ningún momento temes que el lector español pueda perderse en ella?

Pensemos en las novelas de tres escritores mexicanos que escriben usando una jerga mexicana muy acentuada y a los que recomiendo plenamente: Yuri Herrera, Daniel Sada y Jorge Ibargüengoitia. Los tres son publicados en España y en muchas partes del mundo. Sada no se planteaba esa disyuntiva cuando escribió Porque parece mentira la verdad nunca se sabe y el resultado es una obra maestra que se lee y se estudia. Escribir pensando en un determinado lector es una trampa. Y lo es porque termina estandarizando el lenguaje y favoreciendo la impostura en pos de un mercado que exige más amabilidad. Me encantaría que mis libros se vendan en todos los supermercados y lleguen a cualquier lector del mundo, pero no al costo de sacrificar mi arte. Un buen libro genera sus lectores.


A finales de 2016, Juan Pablo Villalobos ganó el premio Herralde con su novela No voy a pedirle a nadie que me crea. El finalista fue Federico Jeanmaire con Amores enanos. El jurado también destacó la calidad literaria de Cómo dejar de escribir de Esther García Llovet, que se publicaría en el primer trimestre de 2017. Tu novela La procesión infinita se encontraba entre las cinco obras finalistas del premio. ¿Cómo fue la sensación, en primera instancia, de haberte quedado a las puertas de publicar en la prestigiosa Anagrama? ¿Cuándo supiste que Anagrama publicaría también La procesión infinita?

Soy de esos que se gastaba la mitad de su sueldo comprando libros. Era periodista, ni siquiera estaba en planilla, y apenas cobraba algo, no lo dudaba ni un instante: me iba primero al jirón Quilca o a Amazonas, y buceaba entre las pilas de libros de segunda buscando tesoros; luego me gastaba lo que tuviera en un libro importado. Solía ser de Anagrama porque en su catálogo estaban todos los autores que me interesaban y que representaban lo que yo entendía por literatura de autor. De repente esta anécdota pueda servir para entender la dimensión de lo que significa ahora ser autor de este gran sello.


En 2012 ganaste el Premio Francisco Casavella con tu novela Bioy, que además fue finalista del Rómulo Gallegos en 2013. Bioy tuvo una gran repercusión crítica. ¿Qué ha supuesto Bioy para tu carrera literaria?

Bioy sigue siendo un manicomio sin puertas de salida. La repercusión crítica se la ganó a pulso, como lo hacían antes las buenas novelas: no tuvo un gran impulso en promoción pero los lectores fueron pasándose la voz y esto generó lo que es ahora. Como escritor fue un deslumbramiento porque escribirla fue un proceso de aprendizaje, de descubrimiento, de independencia de mi voz. El círculo de los escritores asesinos había sido bien recibida en España pero habían pasado cinco años y la memoria para seguir carreras puede ser frágil. Bioy es, acaso, la prueba de lo que te señalaba antes. Es una novela que te golpea desde la primera página y que muchos simplemente abandonaron para volver después. No pensé en la sensibilidad de ningún lector para hablar sobre una guerra que había sido sangrienta hasta lo inhumano. Hay amigos escritores que piensan que La procesión infinita es mejor que Bioy. Da igual lo que yo crea, el comentario me deja tranquilo.


Tus libros se han traducido al francés, inglés, italiano y húngaro. Fuera del mundo hispano, ¿dónde han funcionado mejor?

En Francia. De hecho, La procesión infinita aparecerá en 2018 con mi editorial Buchet Chastel. Estar en Anagrama y en Buchet Chastel, editoriales que considero afines, es lo más importante para mí a estas alturas de mi carrera.

Cuando en el programa televisivo Lee por gusto te preguntan por tus cinco libros favoritos, citas los siguientes: El Quijote de Miguel de Cervantes, Santuario (o Luz de agosto) de William Faulkner, Viaje al fin de la noche de Louis-Ferdinand Céline, Meridiano de sangre de Cormac McCarthy y Los detectives salvajes de Roberto Bolaño. Si la pregunta se hubiese limitado a tus cinco libros favoritos de Hispanoamérica, ¿qué habrías contestado?

Pedro Páramo de Juan Rulfo, Conversación en La Catedral de Mario Vargas Llosa, Las muertas de Jorge Ibargüengoitia, La última niebla de María Luisa Bombal y Respiración artificial de Ricardo Piglia. Es una pregunta injusta porque siento que me faltan Onetti, García Márquez, Puig. ¡Rosaura a las diez de Marco Denevi o Luna caliente de Mempo Giardinelli! Y, claro, doy por descontado que no puedo repetir Los detectives salvajes de Roberto Bolaño porque ya la había mencionado antes.


Después de la gran época de escritores como Mario Vargas Llosa, Alfredo Bryce Echenique o Julio Ramón Ribeyro, ¿en qué estado consideras que se encuentra la literatura peruana en la actualidad?

Mejor en la producción que en la crítica. No solo hay pocos suplementos culturales sino que está la influencia de las redes que no siempre es la mejor. El problema de la literatura peruana nunca ha sido el nivel, sino la manera como los conflictos y las diferencias políticas terminan en el terreno artístico. Un buen escritor puede ser borrado de un plumazo por pensar distinto. Muchos de los que ejercen la crítica también escriben. Es casi un conflicto de intereses.


Me comentabas que estás escribiendo una trilogía temática, que comienza con Bioy y sigue con La procesión infinita. ¿Nos puedes hablar de la tercera novela? ¿Ya la estás escribiendo? ¿Cuál será su temática?

Luego de dos meses felices y llenos de chamba por los dos libros que estuve presentando en el Perú, he vuelto a escribirla. Siempre que adelanto algo de lo que voy a escribir, termino escribiendo otra cosa. Soy un escritor contreras y un poco histérico.


Muchas gracias, Diego. 

domingo, 3 de septiembre de 2017

Mi mundo privado, por Elvio E. Gandolfo.

Editorial Tusquets. 174 páginas. 1ª edición de 2016.

Ya he comentado, en más de una ocasión, que tras leer varios libros de Elvio E. Gandolfo (Mendoza, Argentina, 1947), me empecé a cambiar correos electrónicos con él. Esto ha llevado a que de vez en cuando conversemos sobre literatura o a que Gandolfo le pida a sus editores argentinos que me envíen sus nuevos libros. De este modo, he leído su último poemario (El año de Stevenson) y su último libro de cuentos (Cada vez más cerca). Hace unos meses me llegó a casa su última novela, titulada Mi mundo privado, que ha aparecido en Tusquets Argentina. La novela no es la distancia narrativa habitual de Gandolfo, que en prosa suele decantarse más por el cuento. Hasta ahora, era Boomerang (1993) su única incursión en este género.

Mi mundo privado comienza con la siguiente frase: «Hace unos días un par de cosas me permitieron descubrir la verdad.» Esa referencia a «la verdad» revelada se va a convertir en un motivo recurrente en el libro. Y esta verdad es esencialmente que dentro de él (un narrador muy cercano al autor) habita un «mundo privado» que sería el constituido por el conjunto de sus ideas, percepciones, recuerdos, sueños, aspiraciones, relaciones extrañas entre los hechos del mundo real… «El mundo real es un sitio perezoso, realista, un poco bobo, enamorado de la frase «es lo que hay». El mundo privado, en cambio, tiene un perfil que pertenece a un solo hombre (o mujer), le gusta la acción, le gusta la imaginación y hasta la fantasía (que usa más el plástico de color, las cintas de la seda, o el papel picado), cuenta con cierta inteligencia (destacada, por momentos), y siempre quiere más.» (pág. 153)

El detonante de la escritura es la conexión que la mente de Gandolfo establece entre el argumento de una novela que imaginó décadas atrás, pero que nunca llegó a escribir, y un vídeo que le envía su hija en el que, en pocos minutos, puede contemplar cómo evoluciona en el agua un cardumen de mantarrayas. En el primer capítulo se narra un resumen de la novela nunca escrita (titulada El día) y otro del vídeo que muestra la sorprendente presencia de las mantarrayas.

Cuando Galdolfo trata de comentar con sus amigos el descubrimiento que ha hecho de su mundo privado y su proyecto de escribir sobre él, éstos le hablan de Philip K. Dick y de solipsismo. La verdad es que dos páginas antes de que apareciera en el texto el nombre de Dick yo ya estaba pensando en él, ya que el narrador había comenzado a cuestionarse los límites entre lo que es real ‒dentro del mundo que percibe‒ y lo que no lo es.

Gandolfo ha descubierto «la verdad» sobre este mundo privado que habita en él, pero el alumbramiento no lo hace desde la solemnidad, sino desde el humor. Continuamente el narrador apela al lector del texto: «Tengo que hacer una solicitud sincera: que me disculpen estos devaneos, idas y vueltas. Es que el descubrimiento me dejó un poco perplejo, encantado y temeroso a la vez. Ustedes ya saben que soy escritor. Pero también saben que un escritor que se van en aprontes, se va quedando a la vez sin lectores.» (pág. 19).
Mi mundo privado acaba siendo un homenaje a la libertad creadora y la dispersión: mi mundo privado, parece decirnos Gandolfo, consiste en ponerse a escribir sin ningún plan previo. De esto modo, irán surgiendo reflexiones sobre sus obras escritas o no y sobre sus recuerdos. En más de un capítulo se evoca su infancia y primera juventud en la ciudad de Rosario, puesto que aunque Gandolfo nació en Mendoza, y allí pasó un año de su vida, su familia es de Rosario y creció en esta ciudad. Se evocan aquí a los tíos pilotos, por ejemplo y, de forma irónica, Gandolfo denomina a esta parte de su novela My own private Rosario. Gandolfo fue (como yo) un lector adolescente de ciencia-ficción. Me gustan las reflexiones que hace sobre los hechos que tienen lugar en la infancia (tener unos tíos pilotos y leer libros de ciencia-ficción) y cómo éstos influyen sobre su mirada adulta del mundo. Tener unos tíos pilotos, por ejemplo, ha hecho que su interés por los aviones haya sido siempre una constante dentro de él.
En otro capítulo Gandolfo evocará a las mujeres de su vida, y en otro nos hablará de la relación con su nieto, que le ha hecho rescatar su pasión infantil por los superhéroes.
Como en su mundo privado Gandolfo establece las conexiones que quiere y ‒a diferencia de lo que ocurre en la realidad lineal‒ él puede tener parte del control sobre lo evocado, en algún momento se le informa al lector acerca del siguiente hecho: se le está escamoteando información. «También aquí dejo de lado ese tema», no dice en la página 72 al pasar de puntillas sobre su divorcio.

Debido a que el mundo privado de Gandolfo (a diferencia de lo que ocurre en el mundo real) se recrea en la imaginación y la fantasía, el lector tampoco debe caer en el error de pensar que todo lo que lee del narrador-Gandolfo se corresponde con las vivencias del Gandolfo-real. «En algunos tramos, como tiraba mucha carne propia al asador, llegué a pensar que esto sería casi un tipo especial de autobiografía. Pero tengo que apresurarme a  aclarar que no. Después de todo, esto es literatura. Hay algunos tramos inventados. Como leo también ensayos y escribo críticas, y soy bastante intelectual, me tienta mantener la indecisión, el suspenso al divino botón. Pero señalaré ya mismo, sin vacilar, un par de cosas que inventé de cabo a rabo.», leemos en la página 133 y Gandolfo le indica al lector dos pasajes de los leídos (que no rebelaré en la reseña) que son inventados.

Si al principio hablaba de Philip K. Dick, en realidad habría que aclarar que la mayor influencia literaria sobre Mi mundo privado es la de la obra de Mario Levrero. Y sobre todo de La novela luminosa. Levrero fue amigo personal de Gandolfo y las conexiones entre sus obras me parecen claras. Si bien La novela luminosa está ordenada (en su extensa introducción de cuatrocientas cincuentas páginas, llamada El año de la beca) como un diario y la narración de Mi mundo privado no depende de la estructura del diario, sino que se deja llevar más por la digresión, hay varias líneas de confluencia entre una obra y otra. El lector de Levrero sabe que éste estaba obsesionado por la búsqueda de «el Espíritu», que vislumbraba en las manifestaciones extraordinarias que sentía percibir en la realidad, y por eso creía en la parapsicología, por ejemplo. Gandolfo en esta novela apunta: «Mi mundo privado está lleno de esos momentos de superstición a medias, corroída por mi carácter de lector, de escritor, de dudador sistemático.» (pág. 127). En La novela luminosa Levrero (gran admirador de Kafka) narra un episodio en el que tiene que renovarse el carnet de identidad con toda la fuerza de la locura burocrática kafkiana; con algo parecido podemos encontrarnos en Mi mundo privado, cuando el narrador se siente atrapado en la maraña de las compañías telefónicas y de internet con las que no puede comunicarse. A Levrero sí le gustaban los ordenadores y la informática y no a Gandolfo (quien incluso declara que no tiene celular), y ésta sí es una diferencia. Levrero reivindica los géneros literarios populares, sobre todo el policiaco, mientras que Gandolfo, gran defensor también de la literatura de género, reivindica por su parte la ciencia-ficción. Levrero centra su mirada en la extrañeza que le causan las palomas, y Gandolfo también convierte a un animal ‒en su caso las matarrayas‒ en metáfora de la extrañeza. Y ambos libros, La novela luminosa y Mi mundo privado, tratan de mostrar la singularidad  y lo perturbador de lo real al pasar por el filtro de la autoconciencia.

La novela luminosa es una de las grandes obras que cimentan la literatura en español del siglo XXI y es lógico que empiece a influir sobre otras novelas. En el caso que nos ocupa la confluencia artística entre Levrero y Gandolfo es tan antigua como visible. Sin embargo, habría que añadir que Mi mundo privado no es La novela luminosa de Gandolfo, puesto que el autor pone aquí tanto de sí mismo (de su particular «mundo privado») que el lector empieza cada capítulo del libro con la sensación de participar en un juego y en una aventura. Uno no sabe de qué va a hablar el siguiente capítulo de Mi mundo privado, igual que al leer uno de los libros de relatos de Gandolfo (Cada vez más cerca, por ejemplo) no sabe si se va a enfrentar a un cuento onírico, de ciencia-ficción, realista, de terror… ¿Será el siguiente capítulo de Mi mundo privado sobre recuerdos de infancia, de relaciones, una reflexión sobre los libros escritos o no escritos…? He escuchado a Gandolfo en una grabación del programa de televisión Otra trama decir que escribió la primera versión de su novela en unos dos meses y medio. Sin embargo, está claro que ha existido un gran trabajo de corrección posterior, puesto que la prosa (eludiendo cualquier idea de barroquismo) es muy eficiente y sonora.

Me ha gustado Mi mundo privado, igual que me gustan siempre los libros de Elvio E. Gandolfo. Como ya he dicho más veces: es sorprendente que el lector español no tenga un fácil acceso a la obra de este original autor. Hace no mucho la editorial de Córdoba (Argentina) Caballo negro publicó un volumen con sus Cuentos completos. El lector español debería tener un fácil acceso a libros como éstos (Cuentos completos, Mi mundo privado…) que, con su mezcla de géneros y de baja y alta cultura, están contribuyendo a la evolución de la narrativa posmoderna en español y aquí parece que no nos estamos enterando.