domingo, 24 de octubre de 2010

Cuentos completos, por Haroldo Conti

Editorial Bartleby. 323 páginas. Ediciones de los libros de cuentos: 1964-1967-1975. Esta edición de 2008.

Ya comenté aquí, hace un año, la sorpresa que fue descubrir la figura del escritor argentino Haroldo Conti a través de la novela Sudeste, que me deslumbró con su lenguaje poético y su original conquista de un territorio propio dentro de la dicotomía argentina campo-ciudad: la de los riachos e islas del delta del Paraná.

Estos Cuentos completos reúnen los tres conjuntos de relatos que Conti publicó en vida, Todos los veranos (1964), Con otra gente (1967) y La balada del álamo carolina (1975), además de otros cuantos relatos publicados en revistas. El total asciende a 23 cuentos más un prólogo escalofriante escrito por Gabriel García Márquez. En él, el autor colombiano nos habla de los últimos días como hombre libre de Conti, antes de ser detenido por los militares argentinos en 1976 y no volverse a saber nada de él. Gracias al prólogo leeremos con un sobresalto final el último cuento del conjunto, A la diestra, acabado la mañana del día en que fueron a buscar a Conti.

Los dos primeros cuentos, Marcado y Todos los veranos, vuelven a recrear el territorio de su primera novela, Sudeste, y se mueven en esa zona anfibia de barcas, playas, islas… Aquí volvemos a retomar el lenguaje poético de la novela comentada. En estos dos relatos, Conti continúa creando su propia mitología sobre el delta del Paraná, donde el nombre de los barcos me recuerda al rastrear de nombres de carros de Borges en el viejo Buenos Aires. También Conti evoca en estos cuentos, como Borges en sus comienzos, la figura del malevo; pero en este caso un malevo fluvial o pirata de río.

El resto de los cuentos se sitúa principalmente en el territorio rural de la provincia argentina. Sólo en algunos casos se adentran en las calles de Buenos Aires. Si bien, cuando el cuento es urbano, suele recrear a personajes que añoran su abandonado entorno rural.

Durante los primeros cuentos, además de la recreación fluvial, predomina una intencionalidad política, como podemos observar en el cuento, o novela corta, La causa. En ella se habla del impacto de un levantamiento militar en un pueblo, narrado con una polifonía de voces (experimento a la moda de los años 60, Rodolfo Walsh hace algo parecido en su cuento, o novela corta, Cartas). También podríamos hablar de un interés social, por ejemplo, en el cuento Como un león, donde se recrea un día en la vida de un chico de un poblado marginal.
Algunos de estos cuentos políticos, como Cinegética, donde un grupo de militares dan caza a un hombre, recuerdan a la construcción minimalista de Ernest Hemingway.

De los primeros cuentos destacaría, además de los dos fluviales, Los novios, muy medida su contención y la forma de mostrar la tristeza en un pueblo, regido por convencionalismos sociales importados de la vieja Europa católica; y Ad astra, sobre un personaje rural empeñado en volar, para lo que irá perfeccionando distintos modelos de alas, metáfora del progreso o del deseo artístico que nos eleva sobre la mediocridad del entorno.

Según avanza el libro, según nos adentramos en los cuentos que deben pertenecer al conjunto La balada del álamo carolina (no existe en este volumen la separación por libros), los textos se hacen más intimistas, y Conti parece estar evocando continuamente su pueblo natal en la provincia de Buenos Aires, Chacabuco. Los personajes, un tío, la madre… empiezan a parecer los parientes reales del escritor. Esta intencionalidad evocadora queda latente al repetirse en varios cuentos elementos recurrentes, el álamo carolina, el pueblo Chacabuco y otros lindantes, la carrera popular del pueblo Las doce de Bragado (que también es el título de uno de los cuentos).

En la página 256 Conti deja, o creo que deja, una pista sobre sus influencias literarias. En el cuento Mi madre andaba en la luz, un hombre que trabaja en un fábrica en Buenos Aires vuelve al pueblo a pasar unos días, y en un baile se cita a la familia de los Pavese, que aún no habían podido casar a su hija menor. Puede que sea una casualidad, pero al leer ese apellido italiano enseguida pensé en el escritor piamontés Cesare Pavese, en sus poemas, pero sobre todo en novelas como La noche y las hogueras, en la que un emigrante italiano vuelve a su pueblo después de haber pasado muchos años en Estados Unidos.

Conti como Pavese nos habla de personas lacónicas, tristes, unidas a una pequeña porción de terruño por más que se alejen de él. De hecho, alejarse de la casa natal sólo parece motivar la nostalgia continua, pero no ya la nostalgia de volver al lugar geográfico al que pertenecen, sino también a un tiempo que se ha ido (en esto podría recordar también Conti a la obra poética del chileno Jorge Teillier). Lo cierto es que los últimos cuentos se van haciendo cada vez más poéticos, evocadores e intimistas.

Sin embargo, aún queda espacio para el humor en cuentos como Devociones y Bibliografía. Este último, sobre un autor joven cuyo mayor deseo es publicar y que entra en contacto con un editor que pretende hacer negocio con él y no con sus libros. Conti se lo dedica a sí mismo, y cualquier aspirante a escritor debería leerlo.

Y llegamos al último cuento, A la diestra, el cuento escrito en la última mañana de un artista como hombre libre, el cuento que precederá a la cárcel, la tortura y la muerte. En su último párrafo, Conti vuelve a evocar a ese recurrente álamo carolina, que representa a su casa natal y a todos los suyos allá en la provincia, allá en Cachabuco, en el centro de su mundo.

Un conjunto de relatos muy notable, que deja un poso de melancolía y evocación poética similar al de la obra del comentado Cesare Pavese.

Un lector argentino, paisano de Haroldo Conti, ha sido tan amable como para enviarme el enlace de una foto del álamo carolina, un árbol real y que todavía se alza en el lugar que lo vio Conti. Dejo aquí su foto:


miércoles, 20 de octubre de 2010

Encuentro en la librería Iberoamericana con Raúl Zurita


Ayer martes estuve en la librería Iberoamericana de la calle Huertas 40, en Madrid, para asistir a una lectura del poeta chileno Raúl Zurita. La cita era a las 7,30 de la tarde. Llegué andando (ahora puedo hacerlo, a través del Retiro) unos 5 minutos antes de la hora y aún no había casi nadie en la librería. Mientras hojeaba los libros de Zurita y me acercaba a la caja para pagar Cuadernos de Guerra, un numeroso grupo (numeroso en relación al tamaño de la librería) irrumpió en el local y, actuando con rapidez, tuve tiempo para hacerme con una silla; si bien en primera fila, quedándome a un escaso metro del sitio que minutos más tarde iba a ocupar el poeta.

Ésta es la cadena de casualidades que me ha hecho conocer la figura de Zurita: hace unos años, los libros de Roberto Bolaño me llevaron a interesarme por la poesía chilena. Me sorprendió mucho saber, a través de un foro donde se conversaba sobre Bolaño y otros autores relacionados, que los poemas que el nazi Carlos Weider de Estrella distante dibujaba con una avioneta en el cielo de Santiago de Chile tras el golpe militar, una imagen tan sugestiva como delirante, una imagen que pensaba que sólo podía ser inventada, tenía un correlato en la realidad en la obra del poeta Raúl Zurita. La relación existe en el acto poético: Raúl Zurita, como Carlos Weider, también escribió versos en el aire, en este caso sobre el cielo de Nueva York y no sobre el de Santiago de Chile; por supuesto, Zurita no es un nazi, sino que fue un miembro del partido comunista chileno, encarcelado y torturado tras el golpe militar.
En las páginas 88-89 de Entre paréntesis, escribe Bolaño: “Zurita crea una obra magnífica, que descuella entre los de su generación y que marca un punto de no retorno con la poética de la generación precedente”.

Igual que había pensado al empezar a leer a Bolaño que poetas como Jorge Teillier o Enrique Lihn eran inventados, y después salí de mi error a través de interesantes lecturas, también me llamó la atención la obra de Zurita, pero no había leído, hasta ahora, más que poemas sueltos en Internet. Ayer acabé comprando la edición de Amargord de Cuadernos de guerra, que contiene los libros de poemas Los países muertos, In Memoriam y Las ciudades de agua, y la reedición por Visor del libro de 1979 Purgatorio.

El día antes de la lectura busqué más información sobre Zurita en Internet y así leí que además de escribir versos en el aire, ser torturado por los golpistas chilenos, escribir en el desierto versos para ser leídos desde el aire, también llevó a cabo actos de performance poética sobre su propio cuerpo, llegando a la autolesión, a arrojarse amoniaco a los ojos o a quemarse la mejilla con un hierro al rojo (wikipedia). Y todo esto, la verdad es que para mí no tendría demasiada importancia si los poemas no sostuvieran al personaje; pero leo los poemas y lo sostienen de sobra, dándole en este caso un aura loca o trasgresora que me atrae. Además Zurita, por si necesita de validaciones oficiales, fue premio nacional de poesía en Chile.

Y entra Raúl Zurita en la librería Iberoamericana de Huertas, con su barba blanca y una mirada alegre con un trasfondo de tristeza. Pienso que aparenta más años de los 60 que tiene en realidad. Sonríe al público, que, como dirán los organizadores, es el más numeroso de los actos que han tenido lugar en su local; unas 40 personas, en sillas, juntos a los anaqueles de los libros, en las escaleras… y yo sentado en una primera fila, constituida únicamente por mi silla, a un metro del poeta.

Habla José Ignacio Padilla, el librero, para agradecer la presencia de los presentadores, el público, el poeta…, habla Juan Soros, el editor de Amargord, para agradecer la presencia de etc… y hablar de la colección de poesía Transatlántica en la que se incluyen los libros de Zurita.

Empieza a hablar Niall Binns, poeta, crítico y profesor de universidad, especializado en poesía hispanoamericana, de origen inglés. Yo leí algunos poetas suyos en la antología de la editorial DVD Feroces (recuerdo uno de unos cepillos de dientes que me gustó bastante), y tengo en casa su edición de Huerga & Fierro de los poemas de Jorge Teillier. Binns hace una introducción general de la poesía de Zurita, leyendo unos folios que le contextualizan dentro de una tradición.

Después toma la palabra el poeta Andrés Fisher y comenta los libros de Zurita que esta noche se presentan, Cuadernos de guerra y Purgatorio.

Mientras Binns y Fisher hablan, observo a Zurita, que hace oscilar su mirada entre el público, sus presentadores y los títulos de los libros del anaquel que le queda al lado (narrativa hispanoamericana). Cuando toma la palabra se emociona para decir que oyendo a sus presentadores le gustaría parecerse a la persona que dibujan. Parece que va a ponerse a llorar, agacha la cabeza, se recompone, toma el libro Cuaderno de guerra y empieza a leer. Las marcas de sus mejillas quemadas brillan a un escaso metro de mis ojos.
Nos envuelve la dicción clara de unos poemas poderosos, unos poemas con playas y desiertos, tortura y resistencia.

Cuando finaliza se abre un turno de preguntas. Una mujer con acento hispanoamericano (casi todo el público era hispanoamericano, con varios acentos mezclados) le pide a Zurita que, si no está muy cansado, lea, por favor otro poema, y él lo hace. Sólo tres horas antes ha aterrizado del vuelo desde Santiago, poco después tiene otra presentación en Madrid.
Un chico chileno le pregunta por una frase de una entrevista, en la que Zurita afirmaba que la lengua española era eminentemente religiosa, independientemente de cómo se declarase el hablante. Zurita ironiza sobre sus palabras, pero cita versos de diferentes poetas donde esa idea se ve latente.
También dice el poeta que la poesía española le parece que es demasiado correcta.

Nadie pregunta. Ante el silencio, lo hago yo. Me interesa saber qué poetas chilenos le gustan más, y él cita a Neruda y Pablo de Rokha. Yo digo: “¿Y Teillier, le gusta? Él me contesta que le respeta, pero que no es de los que más le gustan. También nombra al argentino Borges, como ejemplo de poeta cerebral, frente a los poetas más subjetivos, en los que parece englobarse a sí mismo.

En realidad me he quedado dentro con la pregunta más importante: ¿qué le parece que Bolaño use la idea de su poesía aérea en Estrella distante? No puedo resistirme, y se lo pregunto, con algún circunloquio de por medio, cuando me está firmando sus libros. Zurita sonríe, me dice que sí, que sabe que Bolaño (de quien no le gusta su poesía, pero cuya prosa le parece que tiene mucha fuerza) se basó en él para esa imagen, y busca un poema de Cuaderno de guerra. En la página 133 me muestra estos versos: “Cuando surgiendo de las marejadas se vieron de nuevo / los estadios del país ocupado y sobre ellos al hepático / Bolaño escribiendo con aviones la estrella distante de / dios que no estuvo de un dios que no quiso / de un dios que no dijo (…)”.

Por cierto, a través de las palabras de Binns descubrí otra curiosidad sobre la obra de Bolaño: el personaje del cura y crítico de literatura Sebastián Urrutia Lacroix, narrador de Nocturno de Chile (otro personaje que yo pensaba que no podía ser más que inventado) está basado en la figura real de José Miguel Ibáñez Langlois, sacerdote del Opus Dei, poeta, teólogo y crítico literario (wikipedia), conocido por su seudónimo Ignacio Valente. Éste fue uno de los primeros valedores de la obra de Zurita, como dice Binns.

Y, tras hojear los libros de Mario Levrero que aún no he leído (había uno titulado Nick Carter, que en España no está publicado, de unas 80 páginas, editado en Uruguay en una tirada de 1.000 ejemplares, al paralizante precio de 33 euros, pienso: no debo tener estas tentaciones), salí a la calle en busca de un autobús; y aunque, como diría Robert Walser, ya era tarde y todo estaba oscuro, me encontraba ligero y lleno de energía.

domingo, 17 de octubre de 2010

El bosque de la noche, por Djuna Barnes

Editorial Seix Barral. 191 páginas. 1ª edición de 1936, ésta de 1988.

Acabo de releer la semblanza que Javier Marías hace de Djuna Barnes en Vidas escritas, un conjunto de retratos de escritores. Aquí Marías en una frase ambigua, porque no queda claro si está parafraseando a Barnes, a Malcolm Lowry o simplemente opina, escribe (esto sí es innegable) que El bosque de la noche es “una obra maestra técnica, pero algo monstruoso”.

En la semblanza de Marías se presenta a Barnes como una más de las intelectuales norteamericanas que recorrían el concurrido París de entreguerras, y que pudo conversar con Hemingway o con S. Fitzgerald.

El bosque de la noche temporalmente se sitúa en torno a 1927, y la acción transcurre entre Viena y París. El comienzo del libro, donde se narra el nacimiento de uno de los protagonistas, Felix, es notable; en él, Barnes nos transmite información acerca de sus padres: el padre (judío) muere, a los 59 años, antes del nacimiento de Felix, y la madre, a los 45, lo hará en el parto. Felix sólo sabe de sus padres lo que ha podido contarle una tía. Así, Felix, de quien sabemos que ha hecho fortuna pero no se nos informa en qué, adopta el título de Barón del padre, sin saber (el lector sí lo sabe) que es un título falso. La acción comienza cuando Felix tiene 30 años, en ese citado 1927. A Felix le gusta relacionarse con gente del circo y admira cualquier rasgo de nobleza.

Aparece en escena el doctor Matthew O´Connor, que al igual que Felix es un falso barón, también se nos informa de que él es un falso médico. La simulación parece ser uno de los grandes temas de este libro, la simulación y el deseo.

De forma accidental, a través de su contacto con el sableante doctor, Felix conoce a la joven norteamericana Robin Vote, a la que propone matrimonio, con la idea de tener un hijo que recoja sus fantasías nobiliarias.

Después de dar a luz a un hijo varón, Robin deja a Felix por Nora, otra joven norteamericana. Y a su vez, a Nora la abandonará Robin por la ya cincuentona Jenny Petherbridge.

En algún capítulo vuelve a aparecer Felix, gracias a un encuentro con el doctor O´Connor, y también Nora en otra escena con el doctor, quien vertebra la acción y la continuidad narrativa de la novela.

Djuna Barnes mantuvo en su vida relaciones sentimentales con hombres y mujeres. El bosque de la noche habla de lesbianismo y también de homosexualidad (el doctor o´Connor lo es), pero siempre desde una perspectiva poco clara, insinuante, como, imagino, sería necesario en los años 30 del siglo XX, una época aún no propicia al “escándalo” descubierto.

En la contraportada del libro se recogen los elogios de otros artistas contemporáneos de Barnes. Destacan las frases de T. S. Eliot: “El genio más grande de nuestros días” y de Dylan Thomas: “Uno de los tres grandes libros en prosa que jamás haya escrito una mujer”. Como podemos observar los grandes entusiastas de El bosque de la noche eran poetas.

Si escritores como Hemingway, contemporáneos de Barnes, abogaban por el minimalismo narrativo y la precisión, Barnes elige un camino opuesto, que en algún lugar de Internet llaman prosa poética.

Barnes trabaja mucho el párrafo, sus descripciones son sugerentes. Por ejemplo, cuando entra en escena Robin se narra así: “El perfume que exhalaba su cuerpo era de la calidad de esa carne de la tierra que es el hongo, que huele a humedad capturada y, no obstante, es seco, ahogado, por el aroma del aceite de ámbar que es una enfermedad interna del mar, sugestivo de un sueño imprudente y total.” Y así se continúa, haciendo metáforas durante una página.

Quizás el capítulo más interesante del libro sea el titulado Vigilante, ¿qué me cuentas de la noche?, donde en un largo monólogo el doctor reflexiona sobre la noche y sus atractivos. Los diálogos del doctor son siempre excesivos, poéticos, irreales. En un momento de este capítulo él y Nora, con quien conversa, se quedan callados, entonces se nos dice de él: “Y pensó: Él se viste para yacer junto a sí mismo, porque está constituido de tal manera que el amor, para él, sólo puede ser algo especial; en una habitación que al evidenciar que es ocupada por él se encuentra tan lacerada como la postrera agonía.”

“Al fin y al cabo, la calamidad es lo que todos perseguimos”, aún dice el doctor en la página 137, como un resumen de las intenciones narrativas de Djuna Barnes en esta novela.

La verdad es que he disfrutado de algunas de las páginas de este libro denso y algo oscuro. He disfrutado de él por párrafos, a veces densos como la poesía y con un trasfondo irracional o evasivo en su discurso. Pero la construcción novelística global no me ha satisfecho. Los personajes desaparecían de escena, confusos, diluidos, y sólo la presencia del doctor O´Connor daba unidad a lo narrado. Me ha costado penetrar en las claves del libro y no creo que, como dice la solapa de Seix Barral, esta sea una novela de intensidad dostoievskiana, puesto que Dostoyesvski sí que apuesta por la continuidad narrativa y la construcción globalizada del material narrativo.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Aquí empieza nuestra historia, por Tobias Wolff

Editorial Alfaguara. 466 páginas. 1ª edición 2008; 2009, ésta en español.

Aquí empieza nuestra historia es el octavo libro publicado por Tobias Wolff. Antes había escrito tres libros de relatos: De regreso al mundo, Cazadores en la nieve y La noche en cuestión; dos novelas autobiográficas: Vida de este chico y En el ejército del faraón; y dos novelas de ficción: Ladrón de cuarteles y Vieja escuela.
Los he leído todos. De hecho, el último, Vieja escuela, lo hojeé en Londres durante un viaje en Semana Santa y no pude esperar a la traducción. Lo leí en inglés, con todas mis limitaciones. Durante bastante tiempo Wolff ha sido uno de mis escritores favoritos, tras leer Aquí empieza nuestra historia lo sigue siendo.

Aquí empieza nuestra historia es un conjunto de 31 relatos, de los que 21 son una recopilación de libros anteriores y 10 son nuevos.

Recordaba bastantes de los cuentos seleccionados de los libros anteriores; algunos no me sonaban al empezarlos, pero al avanzar recordaba su conclusión o alguna escena suelta, algún otro se me había olvidado por completo.

En la selección están algunos de los que estimo como los más destacados cuentos de Wolff, Cazadores en la nieve, El mentiroso, El hermano rico, Leviatán o Avería en el desierto, 1968… algunos de los mejores cuentos que he leído nunca, verdaderas obras maestras del género. Wolff comenta en un pequeña introducción que ha realizado cambios en los relatos; la verdad es que después de tantos años tendría que releer las ediciones originales en España para encontrar alguna diferencia. Los cuentos eran como los recordaba o como creía recordarlos.

Extrañamente también me he encontrado con alguno de los que consideraba los cuentos más flojos de Wolff, como Una bala en el cerebro, que parece un chiste de escritores sobre críticos literarios.

Y me ha resultado más extraño aún no encontrarme con alguno de mis cuentos favoritos, no ya de Wolff sino de la literatura en general. El título del libro Aquí empieza nuestra historia es el título de un cuento del volumen De regreso al mundo, uno de los mejores cuentos que he leído nunca, un cuento que debería saberse de memoria cualquier aspirante a escritor. Una de las mejores metáforas sobre la magia y el poder de la literatura.
Otro relato que yo aprecio bastante y que no está en la selección: La persona desaparecida.

Según terminaba el libro he vislumbrado una hipótesis sobre el criterio de selección de Wolff. Los cuentos nuevos en general me han gustado menos que los antiguos, y de los antiguos me gustan más los de las dos primeras colecciones, De regreso al mundo y Cazadores en la nieve que los de La noche en cuestión. De este último libro hay más relatos seleccionados que de los otros, y los nuevos se parecen más a ellos.

En los dos primeros libros de relatos Wolff crea personajes y nos presenta unas escenas sin solución, un punto clave en la vida de una o varias personas. Los cuentos no tienen nudo ni desenlace, son chejovianos puros. Para mí su fuerza poética es muy potente, así como la intensidad que cobra lo no contado.

En La noche en cuestión y los cuentos nuevos de Aquí empieza nuestra historia, Wolff crea cuentos más cerrados, más historias de nudo y consecuencias, lo que hace que resulten más artificiosos; que se les vea más el truco, en resumen.

Aún así, en La noche en cuestión, hay piezas más que notables, como El otro Miller o Smorgasbord (otra obra maestra); y también los hay por supuesto en los nuevos, con relatos como Una biblia blanca, Ruiseñor, El beneficio de la duda o Beso profundo.
Este último comentario, con un cariz casi negativo, sólo es un intento de crear categorías dentro de un conjunto muy sobresaliente de cuentos. Wolff posiblemente sea, junto con Alice Munro, el máximo representante del cuento realista en inglés.

En los nuevos cuentos, Wolff emplea un recurso no usado hasta ahora: el uso de interjecciones y “palabras malsonantes” en el texto. Deja de lado el lenguaje (normalmente en tercera persona) poético y funcional, y la voz narrativa se acerca más al lenguaje y al estado de ánimo del personaje. Por ejemplo: “contuvo su rabia lo suficiente para agarrar el puto plano sin partirlo en pedazos” (pág 416, cuento Ruiseñor). ("el puto plano" señor Wolff, ¿qué está pasando con su lenguaje?). También como novedad temática aparecen las nuevas tecnologías: e-mails en vez de llamadas telefónicas (señor Wolff ¿no se irá a hacer ahora afterpop?), y nuevas realidades sociales: la mujer soldado, la homosexualidad en el ejercito, la guerra de Irak… y lo más interesante: el narrador, normalmente alguien con problemas familiares relacionados con hermanos o padres, ahora se centra en la relación de los padres con sus hijos (el tiempo tampoco pasa en balde para Wolff)


También durante la lectura del libro se me han ido ocurriendo algunas diferencias entre los cuentos de Tobias Wolff y los de Raymond Carver:

1) Los personajes de Carver son de clase social más baja que los de Wolff. En Carver la mayoría de los conflictos son económicos, en Wolff hay más conflictos familiares, o debidos al simple paso del tiempo y la mecánica de los recuerdos.

2) En Carver la fuerza de la historia oculta es más importante en el desarrollo del relato que en Wolff. Por tanto la epifanía final del relato cobra más importancia en Carver que en Wolff.

3) Wolff se sirve de un recurso menos usando por Carver: Wolff connota estados de ánimo con condiciones atmosféricas; en Wolff llueve más, hay niebla, nos perdemos en la ventisca, nos morimos de calor...

4) La importancia de la infancia y adolescencia sobre los personajes es más importante en Wolff que en Carver.

Tobias Wolff, uno de mis escritores favoritos. Todo el mundo que desee ser escritor debería leer Vida de este chico, una de las más hermosas lecciones vitales que he encontrado nunca; que cuenta además con la dedicatoria más terrible hallada en un libro, (cito de memoria): “Dedicado a mi padrastro, que siempre me decía que con todas las cosas que yo no sabía se podía escribir un libro; pues bien, aquí está”.