jueves, 28 de abril de 2016

Entrevista a Jeymer Gamboa, autor del poemario "Nuestra película de las vacaciones"

Jeymer Gamboa nació el 5 de enero de 1980 en Santa Cruz de León Cortés (zona de Los Santos), al sur de San José, capital de Costa Rica. Actualmente reside en el barrio de Villa Crespo en Buenos Aires, Argentina. Es egresado de la carrera de Diseño de Imagen y Sonido de la Universidad de Buenos Aires (UBA). También estudió periodismo y producción audiovisual en la Universidad de Costa Rica (UCR). Ha trabajado como periodista en distintos medios costarricenses. Como realizador audiovisual ha dirigido documentales y cortometrajes experimentales que se han mostrado en festivales y muestras de México, Costa Rica, Cuba, España, Polonia, Brasil y Argentina, entre los que destacan Rastros (2010), Marino de tierra (2010) y De cómo mirar una ventana con ladrillos (2008). También ha incursionado en proyectos de videoinstalación mostrados recientemente en Buenos Aires bajo el título de Extinciones(2012).
En 2011 la editorial Pre-Textos publicó su primer libro de poemas, Días ordinarios, con el que obtuvo el XI Premio internacional de poesía Emilio Prados, convocado por el Centro Cultural Generación del 27 en Málaga, España. También publicó los libros Nuestra película de las vacaciones (2014, ed. Liliputienses), El desplazamiento circunstancial (2015, ed. Arlekín) y la plaquette La insistencia de la luz (2015, ed. Neutrinos). Ha sido incluido en las antologías Una temporada en el Centro. Panorama actual de la poesía en Costa Rica (2013, ed. Amargord) y 1.000 millones. Poesía en lengua española del siglo XXI  (2014, ed. Municipal de Rosario).
Sus textos aparecen en revistas impresas y publicaciones en Internet como Catálogos de Valverde, revista Ping Pong, El maquinista de la Generación, Campotraviesa, Buensalvaje, Litoral, entre otros.




¿Tu interés por la poesía proviene de tu familia, del colegio o de alguna otra fuente?

Comenzó en el colegio. Viví hasta los dieciocho años en un pueblo de poco más de mil habitantes, un pueblo de primos, endogámico, de fuertes costumbres religiosas y actividades campesinas. Mi familia siempre se dedicó a la agricultura, a sembrar café, aguacate, mora y granadillas. En ese ambiente había muchos estímulos, mucho contacto con la naturaleza, pero no había libros. No había mucho espacio para la lectura. Lo que había era trabajo en la finca, algunas limitaciones económicas y la liturgia de los domingos. La biblioteca del colegio, que estaba en otro pueblo, era muy modesta. Sin embargo, ahí empecé a leer libros de poesía por mi cuenta, a Vallejo, Neruda, Paz. Luego mi profesor de inglés me pasó textos de poesía norteamericana e inglesa, me los pasaba en inglés o me los traducía, de Whitman, Dickinson, Keats. Todavía tengo la carpeta con las fotocopias que él me dio. Este profesor estaba muy interesado en todo eso y empezamos a compartir textos entre nosotros, eran lecturas y actividades por fuera de las clases del colegio, leíamos por gusto. En el colegio también convencí a dos amigos de armar un grupo de lectura, una especie de taller literario. Íbamos a acampar a los cerros del pueblo, con el Land Rover de mi papá, y leíamos poesía junto al fuego, los árboles y las quebradas. Tal vez lo hacíamos de una forma muy ingenua, pero ahí ya había un convencimiento, una fe rara. Yo bajaba de la montaña, después de esas lecturas, y en secreto me decía frente al espejo que era poeta. Por otra parte, cuando estaba en décimo, empecé a viajar en bus del pueblo hasta San José (la capital) para comprar libros, casetes y revistas. Lo que me ganaba en verano recolectando café lo gastaba en ese tipo de cosas. Viajaba los sábados a la capital con ese único objetivo. En uno de esos viajes compré una antología de poesía latinoamericana y descubrí los poemas de Nicanor Parra, esa también fue una experiencia importante. Entonces escuchaba casetes de Caifanes y Pink Floyd en mi walkman, mientras caminaba hacia el cafetal o apeaba aguacates, y regresaba a mi casa a leer a Parra, Cardenal y Girondo. Esa fue mi iniciación. Montaña, rock y poesía.



¿Tus primeras lecturas poéticas fueron de autores de Costa Rica? ¿Existe un tráfico fluido de libros entre los países adyacentes, Nicaragua, Panamá u Honduras? ¿Y de libros hispanoamericanos en general? ¿Es fácil conseguir traducciones de libros de poesía de otras lenguas en Costa Rica?

Mis primeras lecturas fueron principalmente de poetas latinoamericanos. En 1999, cuando entré en la universidad, abrí mi primera cuenta de correo electrónico y empecé a utilizar internet. Eso me abrió un mundo. Por esos años buceaba en una página que se llamaba poesía.com y en otras como Zapatos Rojos, 400 Elefantes, letras.s5.com y en los sitios de la Editorial Vox y Diario de poesía. En esas páginas descubrí una infinidad de autores contemporáneos, sobre todo de poesía sudamericana y varias traducciones del inglés. También salieron los primeros números de la revista Los amigos de lo ajeno, editada por Luis Chaves y Ana Wajszczuk. Esa revista también me abrió la cabeza. Publicaban poesía hispanoamericana, traducciones y textos que rompían con ciertos moldes con los que uno estaba acostumbrado a leer. Durante ese primer año que me fui a vivir a la capital también hice un par de talleres literarios, ahí las lecturas más bien se centraban en escritores costarricenses.
Me parece que nunca hubo un intercambio demasiado fluido de libros hispanoamericanos, por lo menos en esa época de los noventa y principios de siglo. Sí había actividades o encuentros donde participaban poetas de distintos lugares, como los que se realizaban en el Festival Internacional de las Artes en Costa Rica. Ahora tal vez es distinto, en Costa Rica han aparecido cuatro o cinco librerías que están importando libros de Estados Unidos, Inglaterra, España, Argentina y México, libros de muchas editoriales independientes, y también han surgido nuevas editoriales locales que, además de publicar a autores costarricenses, publican autores de Latinoamérica, España y también traducciones del inglés y portugués. Hay más actividad cultural. Por otro lado, está internet y todo el intercambio que se da ahí con los blogs, las revistas digitales y las redes sociales.


En los poemas de Nuestra película de las vacaciones citas a poetas como Ezra Pound, T. S. Eliot y Keats y no a poetas de habla hispana. ¿Debemos pensar que tus influencias son más de autores anglosajones que hispanoamericanos o españoles?

Para mí es difícil determinar cómo y cuánto influyen los textos de esos escritores. Todas esas lecturas llegan muy mezcladas y distorsionadas con otras cosas que uno lee, mira y escucha. En otros poemas que no están en ese libro también cito a escritores de habla hispana, como Saer, Panero y Solves. De todas formas, lo que más leo es poesía latinoamericana.
Me gusta pensar en los procedimientos que usaron Pound y Eliot para construir sus poemas, el uso precisamente de citas y la mezcla de textos de diversas procedencias. Esa forma de pensar la poesía como si no fuera poesía, más bien como un campo de escritura, un terreno para ensayar cosas. En Nuestra película, Eliot aparece citado cuatro o cinco veces, pero son cuestiones de las que no me doy cuenta en el momento de escribir, ese tipo de insistencias o repeticiones. Con la cita uno a veces corre el riesgo de caer en el esnobismo, la impostura, el culturalismo, por no decir directamente la pedantería. Trato de pensar la cita como un recurso literario más, una figura retórica si se quiere, que a veces funciona para quitar cierta pretensión de transparencia en los textos, para entablar un diálogo o incluso cuestionar el texto en el que se usó. Algunas de esas citas salieron de mis libretas de apuntes y las anoté para recordarme cuáles eran mis limitaciones.




  
Has estudiado periodismo y realización audiovisual. En tus poemas podemos encontrar una constatación artística de lo que ves al salir a la calle y existen muchas metáforas cinematográficas –empezando por el título de tu último libro, Nuestra película de las vacaciones-. ¿En qué medida sientes que el periodismo y la realización audiovisual han influido sobre tu poesía?

Sin proponérmelo se ha ido colando mucho lenguaje cinematográfico y procedimientos de las artes visuales en mis textos. Supongo que se debe a los intereses que uno tiene. Para mí son todos oficios distintos. En periodismo y realización audiovisual, por lo general, todo es más metódico, hay planes y objetivos que uno se fija de antemano, hay temas, encargos, tiempos de entrega, etc. La poesía es un misterio. En la poesía no hay nada a priori, uno camina siempre a tientas. Creo que uno escribe poesía para tratar de entender qué es un poema, algo que nunca se termina de resolver y, por eso, uno sigue escribiendo, hay una fuerza misteriosa detrás. El “salir a la calle” de esos poemas en realidad es un andar a la deriva, todo es más caótico y azaroso.


¿Qué opinas de la métrica en el poema? ¿Te parece un concepto anticuado?

Me parece que es una herramienta más, pero en mi caso es una limitación, porque no es algo que domine. No me parece un concepto anticuado y no está mal estudiar métrica, aunque yo no escribo de esa manera. Por otro lado, hay gente que se termina encasillando en una estructura o en ciertas formas de escribir, se ponen la camisa de fuerza. Hace poco leí que a Rodrigo Lira no le gustaba llamar poesía o poemas a sus textos y prefería usar la palabra escrituración. Me gusta más esa idea: una escritura abierta, híbrida, donde se mezclan las formas y los géneros, donde se pueden arriesgar cosas, incluso cometer errores.


¿Lees habitualmente más prosa o poesía?

Seguramente leo más prosa, pero la prosa la leo como poesía. La verdad es que no hago mucha distinción entre los géneros. No entiendo de literatura. Lo que hay son modos de leer. Cuando leo siempre busco las mismas cosas: un clima o una atmósfera, los detalles, la frase sugerente, la descripción de pequeñas situaciones, algún tipo de sentimiento, una incomodidad. Es una lectura de fragmentos, de bloques, de subrayados, de misceláneas. Un lector salteado, como dice Macedonio. Ahora, por ejemplo, estoy leyendo las novelas de Karl Ove y la poesía de Juana Bignozzi y no hago distinción entre esas lecturas y los emails que me mandan mis amigos, en el sentido de que estoy leyendo para encontrar algo: ese fragmento puro y mínimo.


Actualmente vives en Buenos Aires. Al leer Nuestra película de las vacaciones pensé que la segunda parte –Fotos colgadas en un tendedero- que hablaba de tus recuerdos del pasado nos llevaba hasta Costa Rica, y la tercera –La jugadora de Hockey y otros poemas-, en la que usas palabras tan porteñas como «subte» o uno de los poemas se titula Chivilcoy (ciudad de la provincia de Buenos Aires), se ubicaba en Argentina. ¿Estoy en lo cierto? ¿A qué lugar pertenecen las calles poetizadas del extenso primer poema del libro, La insistencia de la luz?

En Fotos colgadas hay una serie de evocaciones a la infancia, al pueblo donde crecí, al vínculo familiar, a la década de los ochenta. Es una especie de arqueología personal. Es un intento por reconstruir recuerdos a partir de ciertas voces, imágenes y sensaciones que aparecen, a veces de manera inesperada y otras veces de forma recurrente, en las conversaciones con la familia, en un objeto del pasado, en fotografías, en viejas libretas, en cajones. Son fotos con poca profundidad de campo, donde hay un detalle que está enfocado y el resto de la imagen sale borroso. Todo es medio espectral. Los poemas de La jugadora de hockey están más anclados en el presente, hay mucho deambular por las calles, desplazamientos en transporte público, largas caminatas; escribo sobre el trayecto de los mandados, para ir a comprar el pan, las verduras y pagar los recibos. Aparecen también los espacios domésticos: la cocina, la mesa, la ventana, las plantas. Y además recurro a los “espacios para ver” de la ciudad: los viejos cafés en ochava; la azotea con el panorama de antenas, tanques de agua, extractores eólicos y ramas de los árboles; las bancas de los parques; la ventanilla del bus.

Hay algunos giros porteños en muchos de mis poemas, al principio eso me generaba conflictos, pensaba que tenía que eliminar esas palabras. Después resolví que debía dejarlas, que de alguna forma el poema pedía que estuvieran ahí. En algunos textos aparece todo mezclado, palabras que vienen de mi pueblo, del lenguaje materno, como siembros, candelillas, cas, etc. con otras que son más porteñas, como ruta, subte, fernet, etc. Eso me parece que está bien, que aparezcan las palabras que el poema necesita o pide. Además así hablo yo, con acento tico y usando algunos giros porteños.

En La insistencia de la luz quería captar ciertos estados de ánimo que surgen al caminar sin un rumbo fijo, es un poema de impresiones y vagabundeos. Buenos Aires es una ciudad para caminar. A veces uno recorre treinta o cuarenta cuadras, casi sin darse cuenta. Siempre aparece ese impulso de bajarse del bus o del subte una o dos estaciones antes de llegar a la casa y caminar ese trayecto. La ciudad también tiene una luz especial, es una ciudad muy luminosa, hay días en que uno sale a la calle y parece que todas las cosas brillan, todo se vuelve muy sugestivo con la trayectoria solar según donde uno esté: la costanera, el parque Centenario, el bar San Bernardo, las calles estrechas del centro, una terraza en Villa del Parque. El poema hace referencia a esta ciudad, pero sería una Buenos Aires enrarecida porque todo está mezclado, las estaciones climáticas, los puntos de referencia, las voces, las digresiones. Para mí es una maqueta deformada por la sugestión, la fuga, la extranjería y el anonimato. Me gusta pensar que en ese texto hay un personaje que soy yo, deambulando, con su ciudadanía costarricense, en una ciudad de la que no puede o no quiere salir.


Con Días ordinarios ganaste en España el premio Emilio Prados para un autor menor de treinta y cinco años. ¿Era la primera vez que veías publicada tu poesía? ¿Por qué enviaste tu libro a un premio que se publicaba en España y no trataste de verlo publicado en Costa Rica o Argentina?

Ese premio me permitió publicar mi primer libro, hasta entonces no había publicado ni siquiera un poema en una revista. Siempre me ha costado acercarme a los editores, o enviarle mis textos a alguien para saber qué opinión tiene, con la excepción de un par de talleres literarios que había hecho hasta ese momento.
Lo del premio me permitía presentarme desde el anonimato, incluso si usaba mi nombre real, y en un lugar donde no conocía a nadie ni tenía relación con su ambiente literario. Ahora esos poemas y los que publicó Liliputienses han ido apareciendo en antologías y plaquetas en Costa Rica y Argentina.


¿Te interesa la poesía española? ¿Has leído a sus clásicos? ¿Qué periodo te interesa más? ¿Lees más a los poetas jóvenes españoles o a los costarricenses o argentinos?

Trato de estar atento a lo que se publica en España, más que todo lo que hago es buscar poemas en internet, leer reseñas, traducciones y revistas digitales. En el colegio y la universidad leí mucho a García Lorca, Rafael Alberti y algunos poemas de Luis Cernuda. Me sigue gustando la poesía de Leopoldo María Panero. Recientemente estuve leyendo algunos textos de Chus Pato y Francisco Ferrer Lerín que me gustaron. También leí buenos poemas de Carlos Pardo, Aitor Francos, Pablo Fidalgo, Julieta Valero, Mercedes Cebrián, Fruela Fernández, Miriam Reyes, entre otros. Me interesan mucho las traducciones y el trabajo editorial que hace Jordi Doce.
Leo más a los escritores jóvenes latinoamericanos, seguramente por cercanía, intereses y afinidades.


Nuestra película de las vacaciones ha aparecido en la editorial cacereña Ediciones Liliputienses, dirigida por el poeta José María Cumbreño, y por tanto vuelves a publicar en España. ¿Cómo conociste a Cumbreño y sus Ediciones Liliputienses?

A Cumbreño lo conocí por email, me escribió hace unos años cuando estaba comenzando Ediciones Liliputienses, en ese momento había publicado los dos primeros títulos de esa colección. En los emails intercambiamos algunas recomendaciones y me comentó su aventura de empezar a editar a poetas latinoamericanos en España. Desde entonces ha hecho circular mucha poesía latinoamericana y española, a través de libros, revistas, blogs, programas de radio y redes sociales. De alguna forma ha ido tejiendo una red de nueva poesía hispanoamericana, a puro pulmón, con recursos autogestionados y desde un lugar periférico. Su proyecto da cuenta de la poesía de esta época, es una pequeña editorial con gran resonancia. Ahora su labor de editor y promotor también ha desembocado en los encuentros de literatura Centrifugados.
Para mí fue algo muy positivo haberle dado un libro inédito a Cumbreño, a través de la publicación en Liliputienses vinieron en cadena otras cosas buenas y seguramente le ha pasado lo mismo a otra gente que él publicó.


Recomiéndanos, por favor, a un poeta clásico costarricense y a otro actual.

Recomiendo a Francisco Amighetti, no sé si llamarlo un poeta clásico, pero sí es de una generación muy anterior a la mía. Sus poemas son sencillos, como dibujos o viñetas sobre la vida en la provincia, o más bien en los límites interprovinciales, una poesía de las orillas. Me gusta la forma en que describe el paisaje, los espacios y los objetos. Sus poemas son sobre tapias, caminos, acequias, pulperías, viejas iglesias, fuentes de piedra y cantinas. También hay una mezcla de asombro místico y curiosidad astronómica en su poesía que me gusta mucho. Tenía la particularidad de acompañar sus poemas con hermosos grabados realizados por él, fue también un conocido artista plástico. Amighetti tiene un libro de crónicas sobre los viajes que hizo por diferentes países, en uno de esos textos habla de la época en que vivió aquí en Buenos Aires, en pensiones y hoteles familiares cerca de Constitución.

Por otro lado, recomiendo a Felipe Granados, un poeta de mi generación que murió joven. En vida solo publicó un libro titulado Soundtrack. Un poemario que me recuerda a esos compilados de música que uno grababa de la radio en casetes TDK, donde pueden convivir perfectamente canciones de José María Arguedas con Nine Inch Nails. El año pasado publicaron en Costa Rica otro libro de él con poemas que dejó inéditos. No puedo decir que Felipe fuera un amigo íntimo ni nada parecido, pero sí lo recuerdo con mucho cariño, las veces que me lo cruzaba por casualidad en la calle siempre sacaba algún libro o fotocopia y me lo leía en voz alta, era algo que hacía con gente conocida; una vez me leyó un poema de Gabriel Ferrater en un restaurante; otro día un cuento de Osvaldo Lamborghini en una venta de libros usados y también me leyó un fragmento de Los detectives salvajes en un bus mientras cruzábamos el centro de San José. Era lindo escucharlo leer. Escribió unos poemas muy potentes.


¿Cuáles son tus nuevos proyectos? ¿Estás rodando alguna película? ¿Estás escribiendo nuevos poemas?

El año pasado la editorial Arlekín me publicó en Costa Rica unos textos inéditos como parte de una antología que lleva por título El desplazamiento circunstancial. Aquí en Argentina la editorial Neutrinos acaba de publicar una selección de mis poemas, Un proyecto de futuro, donde también agregué cosas nuevas. Y en México van a salir otros poemas en una antología colectiva editada por Mamacita Editores.
Con un amigo estamos haciendo unos recorridos por la zona sur de Buenos Aires, nos interesa el paisaje de esa zona, cerca del Riachuelo, estamos tomando fotos, apuntes y videos para después armar algo con eso. Con otra amiga estamos haciendo unas intervenciones con textos y fotos relacionadas con los animales. Y con otra amiga empezamos a coeditar una revista de poesía.


En los mails que hemos intercambiado me comentabas que el escritor argentino Carlos Catania –autor de la novela Las Varonesas- ha sido una figura conocida en Costa Rica como dramaturgo y actor. Puedes hablarnos de esto, por favor.

En la entrevista que le hiciste a Carlos Catania me interesó lo que él cuenta sobre su relación con algunos escritores de Santa Fe, con Juan José Saer, Hugo Gola y Juan Manuel Inchauspe. También me dio curiosidad la novela Las Varonesas a partir de esa entrevista y la reseña que escribiste.
Carlos Catania y su hermano Alfredo, quien falleció hace dos años, forman parte de una generación de artistas, escritores e intelectuales sudamericanos que se exiliaron en Costa Rica en las décadas de los sesenta y setenta y que han tenido mucha influencia en el ambiente cultural de los últimos cuarenta años en el país. Además de los hermanos Catania, llegaron Helio Gallardo, Sara Astica, Rubén Pagura, entre otros.
Los hermanos Catania son conocidos por el impulso que le dieron al teatro independiente en Costa Rica, tanto como actores y dramaturgos. Y en el caso de Alfredo también como docente y gestor de varios grupos de teatro. 


Muchas gracias, Jeymer.
Pinchando AQUÍ puedes leer la reseña que escribí sobre Nuestra película de las vacaciones.
En el siguiente enlace puedes leer nuevos poemas de Jeymer Gamboa: NUEVOS POEMAS.

domingo, 24 de abril de 2016

Nuestra película de las vacaciones, por Jeymer Gamboa

Ediciones Liliputienses. 87 páginas. 1ª edición de 2103; ésta es de 2015.

Gracias a internet, conozco desde hace años el nombre de José María Cumbreño, el editor de Ediciones Liliputienses; al igual que yo, es un autor que ha publicado alguno de sus libros en la editorial Baile del Sol. Desde hace tiempo he empezado a fijarme también en la labor que está llevando a cabo a favor de la poesía con sus Ediciones Liliputienses, donde principalmente publica a nuevos poetas hispanoamericanos que, pese a haber escrito obras de calidad, difícilmente pueden ver la luz en nuestro país, debido a la condición minoritaria de este género, y a que la edición por la que apuesta Cumbreño es la que está fuera del circuito de los premios subvencionados con dinero público.

Cumbreño, además de apostar por una poesía de calidad, se muestra en las redes sociales combativo con el asunto relativo a los premios convocados por ayuntamientos, que son acaparados por las editoriales punteras y que de esta forma publican a sus autores gracias al dinero público. Por este motivo me pareció que le podía gustar mi novela satírica sobre el mundo de la poesía Los insignes. Le propuse –a través de Fecebook- un intercambio: yo le enviaba Los insignes y él me enviaba algún libro de poesía de su editorial para que lo comentara en el blog. Amablemente me envió más de uno. He empezado por Nuestra película de las vacaciones del costarricense Jeymer Gamboa (San José, Costa Rica, 1980).


El libro se divide en cinco partes. La primera se titula La insistencia de la luz y está formada por un único poema de once páginas. En este extenso poema quedan contenidos casi todos los temas que se van a tocar en el libro. Jeymer Gamboa además de poeta es periodista y realizador audiovisual, y estas dos últimas ocupaciones (y sobre todo la segunda de ellas) tienen un peso importante en su poética. La mirada sobre la realidad que le rodea, en muchas ocasiones, es la del fotógrafo o la del realizador de películas. En este sentido son muy significativos los primeros versos de este primer poema, y por tanto del libro. Dicen así:

Para sacarle ganancia a esta luz
tengo una cámara réflex
y gusto por las azoteas.


Un poco más adelante, en la página 15, nos desvela cuál es el impulso compositivo del poema: “No hay direcciones. Sólo salí a tomar fotos y apuntes / para un ensayo sobre las facultades de la luz”.
Este primer y largo poema me ha gustado mucho, gracias a él ya sabía que iba a adentrarme en una poesía que me iba a convencer; porque Gamboa practica la poesía que a mí más me suele gustar: la poesía narrativa, con bellos apuntes líricos y que no desprecia la reflexión sobre lo cotidiano.

La segunda parte se titula Fotos colgadas en un tendedero, y ya desde el título sabemos que Gamboa va a presentarnos aquí de nuevo algunas estampas que observa en la calle, desde un balcón.. que posiblemente le llevarán a alguna reflexión; y principalmente lo que hace es traer ante el lector la estampa de algunos recuerdo de infancia o juventud.

En este sentido me gustaría destacar esta composición:

ÁRBOLES

Por el parabrisas del viejo Land Rover
veo a las garzas sobrevolar el ganado.
La tarde empieza a declinar con los grillos.
El aire en la finca aún hierve
con los últimos minutos de sol.
Abro la ventanilla para apoyar mi brazo.
Mi padre me alcanza unos limones dulces.
Luego enciende el carro
y lo acelera durante un rato
hasta que nos ponemos en marcha
por el camino polvoriento, lleno de curvas,
bajo la sombra prolongada
de los árboles y la memoria.


En estas estampas del pasado se filtra la nostalgia:

PUNTO PANORÁMICO

Pienso en el pasado
como un punto panorámico
donde cada vez es más extraño
contemplar los escenarios
que recuerdo de la infancia.

Me refiero al potrero donde jugué
a las tandas de penales con mis primos,
al terreno que desmalecé con papá
para sembrar maíz o alistar almácigos,
a los rastrojos que recorrí con mis tíos
durante sus cacerías nocturnas.
Las quebradas desbordadas en invierno
y los caminos de tierra colorada para ir a la iglesia.

La geografía de mi infancia
ahora es puro lenguaje.
Debo elegir bien las palabras
para mantener la brisa fresca en el rostro
al deslizarme en un cartón por el altillo
donde estaba la casa vieja de madera.


La tercera parte se titula La jugadora de Hockey y otros poemas, y en este bloque de forma sutil los temas expuestos en los dos bloques anteriores (la contemplación de la naturaleza o los objetos, y los recuerdos) se abren a alguno más: las relaciones de pareja o el deseo. Si bien he leído la segunda parte (y la primera) considerando que las escenas descritas pertenecían a la Costa Rica natal del poeta, tras leer en internet que en la actualidad Jeymer Gamboa vive en Buenos Aires, y leer en los poemas de esta parte palabras que me sonaban tan porteñas como “subte” (por nuestro “metro”), he empezado a pensar que ahora estábamos en la capital argentina. Como pieza significativa voy a reproducir aquí el poema que da título al bloque:

LA JUGADORA DE HOCKEY
       
Después de entrenar con el equipo del colegio
la jugadora de hockey sube al autobús
y se sienta a mi lado.

Empuña el palo en forma de J contra el piso
y se relaja en el asiento.

La muchacha tiene rostro anguloso,
pelo rubio por la cintura y piernas largas. 
Su piel brilla con la transpiración
y la luz del atardecer.

Afuera el tránsito es lento y ruidoso.
Cada parada es un apunte mental.
Por la ventanilla miro a un paseador de perros
sentado en un cantero donde crecen envoltorios. 
Las cintas amarillas de precaución
rodean la zona en obras de su entusiasmo
y un cartel le ofrece acondicionador
para el deseo, emociones sin frizz. 
Enfrente, un mozo entra a un edificio
con el café expreso sobre una bandeja
mientras alguien sale al balcón en la parte alta
para sacudir el trapo roñoso del pensamiento.

En ese instante la jugadora de hockey y yo sonreímos
como si compartiéramos una clandestinidad fructífera.
Es un segundo cómplice y fortuito
que me acelera el pulso.
Después el trayecto vuelve a su cauce manso,
cada uno en sus fijezas.

Entonces decido sacar un libro
para leer durante las pausas
de los semáforos y las barreras del tren,
pero no logro pasar de la primera página,
de las rodillas manchadas con el jugo del césped.


En los poemas de esta parte hay varias muestras de uno de los recursos que usa Gamboa en estos poemas: la metapoesía, cuando la composición del poema habla del propio proceso de composición: “En “la calidad de la cosecha” / había escrito, pero lo taché / y escribí el presente.” (pág. 45), o unos poemas antes:

Quiero decirle que de esa época siempre permanece
alguna sensación rara dando vueltas dentro de uno.
Pero prefiero callarme porque me parece demasiado
obvia y sentimental mi reflexión.

Comentaba antes que al leer la palabra “subte” pensé que el escenario de los poemas era argentino. Esta idea se confirmó cuando llegué a un poema titulado Chivilcoy, que es el nombre de una ciudad de la provincia de Buenos Aires. Al leer este poema y el siguiente, titulado El samurái pensé que, pese a la mirada moderna de Gamboa sobre la cotidianidad, porque es alguien que posee una gran cultura audiovisual, también había en su mirada algo muy antiguo, muy clásico: esa contemplación de los fenómenos de la naturaleza que se muestra en la poesía china. Unas imágenes sobre flores o frutas muy coloridas, muy hermosas. Reproduzco uno de estos poemas:

EL SAMURÁI

Lluvias breves despiden la primavera.
El sol aparece como un samurái
sobre la llanura del atardecer.
Subimos a la azotea a tomar una cerveza.
El viento sacude la soga del tendedero
con prensas de madera sin nada que sujetar.
Los árboles ondean su óleo verde. 
Escucho el arrullo de las palomas
junto a los tanques de agua.
Cables y antenas enmarañan el cielo.
Charcos secándose en el piso ocre.
Nos quedamos callados, rogando por el alivio
de algo que no entendemos.
Las nubes con domicilio en los suburbios
se mueven apresuradas hacia la estación de trenes.


Ya he comentado más de una vez que cuando reseño libros de poesía a veces me cuesta encontrar las influencias a los libros leídos (en prosa lo tengo más claro, porque he leído más prosa y conozco mejor la tradición). A veces he pensado en el poeta chileno Jorge Teillier al leer estos poemas, pero no estoy seguro de que pueda considerarse una influencia. Gamboa cita en su libro a Ezra Pound, T. S. Eliot y Keats. E imagino que esto puede ser una pista clara de por dónde pueden ir las influencias del libro.

(Ya adelanto hoy que he contactado con Jeymer Gamboa y el autor se ha prestado a que le haga una entrevista, así que estas dudas sobre las influencias quedarán contestadas en los próximos días porque se lo pienso preguntar, iniciando así en el blog una nueva desviación y deriva respecto a la reseña tradicional, ¿qué no tienes algo claro sobre el libro a comentar?, pues nada más fácil que preguntarle al autor.)

La cuarta parte es la que da título al libro. En Nuestra película de las vacaciones se reflexiona sobre los viajes a través de tipo de imágenes que ya sabemos que vamos a grabar. Quizás esta parte me ha parecido menos vistosa que las anteriores. Dejo aquí uno de sus poemas:

UN FILM SOBRE EL INVIERNO

El primer brote
puede marcar el comienzo
de una película dedicada
a la primavera;
un pie, que intenta sumergirse
en el agua de un lago,
puede abrir un film sobre el verano,
como los primeros vientos
agitando las ramas
pueden dar la escena inicial
de la caída de las hojas;
un grupo azorado por el viento,
en torno a un gran termómetro comercial
–que aparece luego en primer plano–
puede comenzar con eficacia un film
consagrado al invierno.

El libro se cierra con un quinto bloque titulado Otros borradores, que, como ya apunté, vuele a jugar con el concepto metapoético de la obra en marcha. Los dos últimos poemas del libro abren nuevos caminos, pues nos encontramos aquí con dos poemas en prosa, y uno de ellos al menos podría pasar por un relato. Voy a mostrar aquí el poema que abre el bloque porque me gusta y porque me parece otro significativo resumen de las intenciones compositivas del libro:

CHAMPÁN AMARGO

Decidiste abrir una botella de champán
que te habían regalado para las fiestas de fin de año,
pero como la semana pasada la refrigeradora
se había desconectado por un corte eléctrico
la bebida ahora estaba amarga.
De todas formas, adormecidos por la luz de enero
y observando los árboles de la avenida,
tomamos varias copas en el balcón.
Después nos mostraste fotos de tus vacaciones en el sur.
“Esta semana me dan los resultados de los análisis”
dijiste repentinamente mientras sostenías la cámara digital
para que viéramos una fila de pingüinos arribando a una playa.
Hoy Ele, buscando otra cosa, encontró en un armario
el tapón de corcho que me regalaste ese día de amuleto.


He disfrutado mucho de este libro. Normalmente leo prosa (novelas y relatos), y cuando regreso a la poesía a veces me siento extraño, pero al poder leer poemas como los de este libro me voy, poco a poco, verso tras verso, sintiéndome cada vez más cómodo, reconfortado; y he acabado el libro, como en otras ocasiones, preguntándome por qué no leo más libros de poesía. El nombre de la editorial de José María Cumbreño –Ediciones Liliputienses- juega de forma irónica con el volumen de las tiradas de estos libros que están lejos de la promoción de los premios vacios y que se ocupan de autores que al vivir fuera de nuestro país no están aquí para promocionar sus poemas en redes sociales o recitales en bares, pero que son verdadera literatura. He buscado información sobre este libro en internet, y la verdad es que hay muy poca. He visto dos portadas de él, así que no le ha debido de ir tan mal: hubo una primera edición en 2013 y otra reimpresión en 2105. ¿Cuántas personas en España habremos leído este libro? Si usted es lector de poesía podría anotar este título, me ha parecido un gran libro de poesía.

Pinchando AQUÍ puedes leer una entrevista que le hago al autor.


jueves, 21 de abril de 2016

Eduardo García, unos poemas

Hace dos días me enteré de la muerte del poeta Eduardo García (1965 – 2016) en Facebook. No soy ningún experto en su obra, no he leído entero ninguno de sus libros, pero sabía que sí que había leído alguno de sus poemas. Lo hice gracias a la antología La generación del 99, coordinada por José Luis García Martín, uno de mis libros favoritos de poesía. Una antología con la que disfrute mucho hace ya tantos años.



Tomé el libro de la estantería y busqué a Eduardo García. Leí otra vez sus poemas. Volvieron a gustarme. Dejo aquí alguno de ellos como homenaje:


CESE  DE  HOSTILIDADES

¿Cómo reconciliarse con el mundo
si es tan necio, veleta, tarambana,
que es capaz de albergar al mismo tiempo
el Taj Mahal, los campos de exterminio,
la mezquindad, tu risa, la traición,
los libros, la ignorancia, un cuerpo que fascina,
el carbón y la sal, los muros y el espacio,
el cáncer y las playas tropicales?

Y sin embargo, y no obstante, y pese a todo,
acudimos al día como quien va a una cita
con una vieja amante casquivana,
la sonrisa planchada y el pañuelo
en el bolsillo izquierdo, fiel, solícito,
y hacemos el amor sin credenciales,
o escribimos poemas que interpretan
la vida a su manera,
                                 como si ésta
hubiera de aguardarnos a la vuelta
de la esquina, con su traje de novia
y su ramo de flores
funerarias.


ANUNCIOS

Nos prometen paisajes de ensueño y chicas rubias
que sonríen a bordo de un último modelo,
repentinos romances, placeres instantáneos,
el sueño de una vida más plena y más dichosa
en un destello frágil como un beso fugaz
que nos tendiera al paso una desconocida.
Son mentiras y son dulces y además nos recuerdan
esa dulce ficción de la literatura.



AL FONDO DE LA ESCENA

He cruzado el umbral. Estoy en casa.
Después del frío, y el viento y los veranos
he venido. Saludo a los objetos
Con un suspiro grave y respetuoso.
La sala decorada con flores que parecen
desplomarse carnívoras sobre los comensales.
He ocupado mi silla. Alguien comenta
el precio escaso de la vida humana
en un país remoto y las noticias
dejan caer promesas de un futuro
que merezca la pena. La mujer
me sirve una sonrisa.
El hombre habla con ella como quien acaricia
un sueño que se hiciera cotidiano.
Bajo el mantel los niños se pelean.
La sal. El pan. La mesa como siempre:
cada cual en su sitio, absorto en la tarea
de ser el personaje que la trama
dispone.
                Así, ya ves, somos felices.
Ignoramos que un día la ausencia de la madre,
esa silla vacía, inconcebible,
hará que el niño aquél -al fondo de la escena-
escriba estas palabras.

domingo, 17 de abril de 2016

No se lo digas a nadie, por Jaime Bayly

Portada de la editorial Seix Barral
Editorial Círculo de lectores. 443 páginas. 1ª edición de 1994; ésta es de 1995

Ya he comentado en el blog dos novelas de Jaime Bayly (Lima, 1965): La noche es virgen y El cojo y el loco. Las dos me gustaron, sobre todo la primera. Seguía teniendo pendiente leer alguna de sus primeras obras. Sé que, ahora mismo, para un joven lector literario el nombre de Jaime Bayly debe estar asociado a un tipo de propuesta bestseller que no le resulta atractiva, pero yo recuerdo que durante los años 90, los primeros libros de Bayly tuvieron una buena acogida de crítica (además de público), y a mí se me fue pasando leerle, aunque siempre lo consideré uno de esos escritores que tenía apuntado que quería leer. Como Bayly fue un autor leído en España en los 90, las tiradas de sus libros eran amplias y ahora es fácil encontrar estas novelas, a precios muy baratos, en las librerías de segunda mano de Madrid. Además, a mí pareja, que en la actualidad cada vez reniega más de la literatura de ficción y de las novedades literarias, le dio por leer a Jaime Bayly al que encuentra muy divertido, independientemente de su calidad literaria, y la mayoría de sus libros están por mi casa.

He leído No se lo digas a nadie en su edición del Círculo de lectores, ejemplar que compré en la librería de segunda mano Ábaco y que en la actualidad pertenece a mi suegra. Le pedí a mi pareja que lo trajera a casa porque me apetecía leerlo; una lectura que se me quedó pendiente de los años 90.

El protagonista de No se lo digas a nadie es Joaquín Camino, perteneciente a la clase alta limeña y alterego de Jaime Bayly. La novela comienza el día en que Joaquín ha terminado quinto de primaria y su madre le anuncia que lo va a sacar del colegio Sagrado Corazón, al que acudía hasta entonces, para llevarlo al Markham, una decisión que se toma sin consultarle a él y que de modo significativo supone el comienzo de esta ficción: la madre opina que el segundo es un colegio mejor y Joaquín debe saber dirigirse en la vida en contra de su voluntad. Por lo que he podido leer en internet sobre la vida de Bayly, él acudió a estos dos colegios en las fechas en las que lo hace Joaquín, y podríamos pensar que, a pesar de usar el filtro de la ficción para exagerar situaciones, muchas de las anécdotas que recoge este libro deben tener una base autobiográfica.

La novela está escrita en tercera persona, siguiendo muy de cerca las andanzas de Joaquín, narrando los aspectos que tienen que ver, sobre todo, con su despertar sexual y la aceptación de su condición de homosexual. El peso narrativo de la novela recae sobre los diálogos, con tanta fuerza que en más de una ocasión las frases que hacen que la escena cambie se pueden leer casi como las anotaciones de una obra de teatro. Son frases cortas, funcionales en la que nunca hay una metáfora ni un juego verbal (me ha parecido detectar sólo una comparación en toda la novela, que sería esta: “se tambaleó como un animal herido”, pág. 150). Estos párrafos que se escapan a la fuerza oral de los diálogos de la novela suelen, además de servir para cambiar de escena, explicar dónde está Joaquín o en qué momento del tiempo nos encontramos, para describir brevemente a los personajes que van apareciendo. Los personajes suelen quedar descritos por tres o cuatro atributos físicos: “Se quedaron callados. No había nadie más en la pequeña sala donde estaban sentados. Alfonso era alto, muy blanco. Tenía el pelo marrón y los ojos celestes. Joaquín lo había visto varias veces dando vueltas por la rotonda de la universidad, y le había parecido un chico bastante atractivo.” (pág. 151)

Dejando atrás la parquedad de los párrafos descriptivos, ésta es una novela de diálogos, en ellos se despliega toda la riqueza del lenguaje peruano, todos sus aumentativos o diminutivos, o el lenguaje de jerga que tiene que ver, sobre todo, con el consumo de droga, y que en la página 160 lleva a Bayly a dar una explicación para el lector de la época: “En Lima, a la coca le decían chamo, paco, paquirri, falso, falso Paquisha, blanca, blancanieves. La más común era decirle chamo.”

Con los aumentativos o diminutivos ocurre aquí lo mismo que en las novelas de Alfredo Bryce Echenique: este lenguaje acaba teniendo una función cómica en el texto. Aunque es cierto que lo que Bryce Echenique tiene de ternura, Bayly lo tiene de acidez, lo que también acaba siendo bastante divertido.
El mundo que se retrata aquí no deja de ser terrible. Joaquín comienza siendo un niño bastante inocente que sufre el abuso de los demás: su mejor amigo en el nuevo colegio, el director de este colegio, un cura que le confiesa, los monitores de un campamento del Opus Dei… acabarán queriendo abusar sexualmente de él. Escenas que, pese a la violencia contenida en ellas, al estar narradas con sentido del humor podrían llevarnos a pesar en una novela erótica del siglo XIX, en la que la expresión de la sexualidad se volviese expresionista: el director del colegio quiere castigar a Joaquín: “Voy a tener que darle unos cuantos palmazos en el poto. ¿Le parece justo, Camino” Empieza a hacerlo y la escena acaba así: “Se había bajado la bragueta. Estaba masturbándose. Joaquín le dio la espalda. Moulbright siguió palmoteándole el trasero. No bien terminó, le dijo a Joaquín que ya podía irse.”

Joaquín se sentirá incomprendido por sus padres: Maricucha, la madre, es una fanática religiosa cercana al Opus Dei, que por supuesto no quiere saber nada de la homosexualidad de su hijo. Y el padre, Luis Felipe, queda retratado como una persona brutal, obsesionado con hacer de su hijo un mujeriego machista, un clasista o un racista como él. Las escenas en las que se retrata al padre acaban siendo cómicas de puro exageradas. En un momento de la novela, por ejemplo, Luis Felipe lleva a Joaquín a cazar, y al regresar a Lima, atropellan a una persona en la carretera, el padre no se detiene para auxiliarla y le dice a su hijo: “-Así es la vida, pues –dijo, sonriendo-. No cacé nada en El Aguerrido, pero al regreso me cargué un cholo. Algo es algo, ¿no?” (pág. 113)

En la boda de una de sus hermanas, después de meses lejos de sus padres, Joaquín vuelve a verlos y decide contar a sus familiares que es homosexual. Su hermana le dirá que le ha arruinado la boda, pero la respuesta más brutal volverá a ser de nuevo la del padre: “-Un hijo maricón –murmuró Luis Felipe-, haciendo un gesto de desprecio-. Hubiera preferido un mongolito, carajo.” (pág. 116)

En cada capítulo se narra la relación de Joaquín con alguna otra persona. Cuando se empieza a convertir en adulto y se independiza, estar personas suelen ser amantes. Son historias llenas de frustración en las que las relaciones homosexuales han de vivirse de forma oculta, y en las que suelen repetirse variaciones de la frase que da título al libro. Su amigo Alfonso vive su homosexualidad como una etapa transitoria de su vida, pues da por descontado que acabará casándose con una mujer y teniendo hijos. Alguna otra de sus parejas tendrán novias formales y otras tendrán que luchar contra sus sentimientos religiosos.
Joaquín, en la medida que puede, trata de ser honesto con aquellas personas con las que se relaciona y hablarles de su condición sexual, algo que rara vez suele ser recíproco; pero él tampoco escapa al mundo y a la clase social a la que pertenece. Su frustración le lleva a cometer algún acto malvado, como echar en la cara gas antiviolaciones a una chica y abandonarla en un descampado, o acompañar a unos amigos a dar una paliza a un transexual, algo de lo que él trata de disuadirles pero de lo que acaba formando parte.
Uno de los puntos a favor de la novela es que no es moralizante; rara vez trata Bayly de situar a su alterego en un posicionamiento moral superior a la sociedad (machista, clasista, racista…) que retrata. Su alterego es un cocainómano y frívolo joven de Lima que trata de divertirse, a pesar de que le ha tocado ser homosexual en una ciudad –o en una clase social, más bien- que no tolera las diferencias, y así, a pesar de que él pertenece a una familia adinerada y es blanco en una sociedad profundamente racista también es una víctima. “-Haber nacido en el Perú y se homosexual es como una maldición –dijo Joaquín” (pág. 166)
“-Ay, hijo, no te imaginas qué alivio salir del infierno de Lima. Yo la verdad que ya estoy harta, harta, hasta la coronilla, de los apagones y las bombas y los cholos apestosos”. Le dice su tía a Joaquín cuando se encuentran en Miami, en la página 325.
“-Lo que creo es que deberías irte del Perú cuanto antes, Joaquín. Aquí te estás desperdiciando, hombre. Tienes que aceptar un hecho irreversible: los blancos, los que éramos dueños de este país, estamos de salida, vivimos encerrados y cada vez somos menos. Los cholos nos están borrando poco a poco. Es normal, pues, así tenía que ser. Los cholos son la mayoría. Ellos son los dueños de este país.” Así le habla a Joaquín un amigo en la página 323.


Me resultó raro que siendo esta una novela tan visual, tan cuajada de diálogos, que se alejaba de cualquier retrato introspectivo, de repente, traspasada ya la página 300, empiezan a aparecer pequeñas frases en la narración para describir algo más que los movimientos de Joaquín: “dijo él, hablando lentamente, sintiéndose cruel” (pág. 316) o “Lástima que justo escogió el de Mecano, pensó”.

También me ha resultado raro que en una novela que tan bien refleja el lenguaje oral de las calles de Lima en la década de 1980, cuando traslada a Joaquín a las calles de Madrid cometa más de un error al hacer hablar a personas españolas con claros peruanismos. He apuntado estos:

Un chico de quince años le dice a Joaquín: “Tú eres muy grande para ser mi amigo” por “Tú eres demasiado mayor para ser mi amigo”.
Un taxista le dice a Joaquín: “Ahora bájese de mi carro, por favor, yo no trabajo con mariconas”. ¿Se imaginan a un taxista madrileño llamando “carro” a su coche?
“-Vete a coger por el culo” –gritó el taxista.” Por “Vete a tomar por culo”.

No se lo digas a nadie se publicó en Seix Barral en los 90, con el aval de Mario Vargas Llosa, ¿no había entonces en una editorial tan potente correctores o editores atentos? ¿No tenía Bayly un amigo español al que consultar? Pero más grave que esto me ha resultado algo que he leído en la wikipedia: «En 2010 publica con el grupo Alfaguara una reedición de sus novelas: No se lo digas a nadie, Fue ayer y no me acuerdo, Los últimos días de 'La Prensa' y Yo amo a mi mami, pero suprimiendo los temas eróticos, ofreciendo una versión aún más ligera de ellas.» ¿Será esto verdad? Por lo que sé, Jaime Bayly –exitoso presentador de televisión- tiene que mantener un nivel de vida muy alto, y posiblemente esta noticia, de ser cierta, más bien parece una ocurrencia suya, con el deseo de llegar a un público más amplio, que una imposición de la editorial.

Cuando Jaime Bayly volvió a Lima tras publicar No se lo digas a nadie, le increpaban por la calle llamándole «¡Joaquín, Joaquín!», a modo de insulto. Es decir, en 1994 en Lima la literatura todavía era algo importante, algo capaz de provocar un pequeño escándalo burgués. Posiblemente Bayly haya sido uno de los últimos escritores del mundo hispano en poder conseguir algo así.

Posiblemente Jaime Bayly se ha convertido en la actualidad en un escritor que aspira más a vender que a hacer literatura, pero creo también que sus primeros libros, como éste que hoy comento, merecen la pena. Su ritmo es muy ágil y el retrato despiadado de la clase alta limeña, con unos diálogos tan ingeniosos y humorísticos, acaba haciendo de esta novela un libro divertido y a la vez amargo, algo (a pesar que de que la prosa de, por ejemplo, Alfredo Bryce Echenique, sea más honda) muy cercano a la buena literatura.



miércoles, 13 de abril de 2016

Entrevista a Óscar Esquivias, autor de Andarás perdido por el mundo

Óscar Esquivias (Burgos, 1972), novelista y escritor de relatos, acaba de publicar el libro de relatos Andarás perdido por el mundo en la editorial Ediciones del Viento.





He leído tu novela Jerjes conquista el mar y tus tres libros de cuentos La marca de Creta, Pampanitos verdes y el reciente Andarás perdido por el mundo. Respecto a estas obras, ¿qué me encontraría si me acercara a tu trilogía de novelas Inquietud en el paraíso, La ciudad del gran rey y Viene la noche?

La trilogía no se parece, creo, a ninguna de las obras citadas. Ni siquiera las novelas que la componen se parecen entre sí, ya que cada una de ellas contrasta radicalmente con las otras dos. La primera es una mezcla de una historia aventurera a lo Julio Verne con un relato histórico (como un episodio nacional de Galdós); la segunda se ambienta en el Purgatorio y pertenece al género fantástico (y esconde dentro de su estructura un libro de microrrelatos; si tuviera que emparentarla con otras obras, sería con El otoño en Pekín de Boris Vian, mezclada con las greguerías de Gómez de la Serna y la Leyenda dorada de Santiago de la Vorágine); la tercera está ambientada en la actualidad, es puramente realista y se podría considerar una novela social. El conjunto es un homenaje, sui géneris, a la Divina Comedia de Dante.


¿Te sientes más cómodo escribiendo cuentos o novelas?

Si por «comodidad» se entiende la tendencia innata hacia alguno de estos géneros o la facilidad técnica a la hora de abordarlos, debo decir que ambos me resultan igualmente atractivos, aunque, como es obvio, resulta más largo y trabajoso escribir una novela. Quiero pensar que me sucede como a Schubert, quien escribía lo mismo sinfonías que canciones.


¿Eres más lector de libros de cuentos, de novelas o de poesía?

La verdad es que no llevo la lista de cuántos libros leo de cada género. Frecuento los tres cotidianamente y sin esfuerzo. Supongo que leo más libros de poesía, por ser más breves, pero ni siquiera de esto estoy seguro.


Me llama la atención que muchos de los cuentos que escribes te los solicitan para libros colectivos y tienen que ser escritos bajo algún parámetro concreto. ¿No supone para ti un problema que algún elemento del cuento que vas a escribir venga impuesto desde fuera? ¿O, más bien, esto te resulta estimulante?

No me supone ningún problema. Si un encargo no me inspira, lo rechazo; pero esto sucede muy rara vez.


Además de los anteriores, los cuentos que podríamos llamar «de encargo», ¿existen otros cuentos que los escribas sin que te los pidan para algún clase de antología o libro temático? ¿Consideras estos cuentos más personales que los anteriores?

Creo que la mayoría de mis cuentos han nacido espontáneamente, sin que nadie me los pidiera y sin que supiera dónde ni cuándo se iban a publicar, pero no por ello los he escrito con mayor libertad estilística o con un contenido más personal.





¿Qué escritores españoles de cuentos te han influido más?

Quizá Ramón Gómez de la Serna, sobre todo en los microrrelatos de La ciudad del Gran Rey. Me gustan (pero no sé si me han influido) cuentistas como Ana María Matute, José Jiménez Lozano, Clarín, Quim Monzó, Sergi Pàmies o Julio Cerón (este último no escribía propiamente cuentos, pero sus colaboraciones en la prensa me divertían muchísimo y, de joven, me animaron a escribir). Entre mis contemporáneos, me siento muy cercano a Jon Bilbao, Cristina Grande o Carlos Castán.


¿Has sido un gran lector de la tradición cuentística norteamericana? ¿A qué autores norteamericanos de cuentos admiras más? ¿Son mejores para ti que Antón Chéjov?

Aparte de clásicos como Poe o Melville, he leído con mucha devoción a autores tan diversos como Carson McCullers, Flannery O'Connor, Ray Bradbury y Bernard Malamud. Entre los autores estadounidenses y canadienses más recientes, me gustan David Leavitt, Charles Baxter, Wells Tower y Alice Munro. Algunos cuentos de estos escritores están a la altura de los mejores de Chéjov (y este es el mayor elogio que se puede hacer a un escritor, creo).


¿Y sobre la tradición hispanoamericana qué nos podrías decir? ¿Qué autores hispanoamericanos te han influido más?

Me gustaría pensar que me han influido Borges, Cortázar, Ibargüengoitia, Jorge Riestra, Ribeyro, Rulfo, Arreola, Sara Gallardo, Blas Matamoro, Roberto Arlt, Ana María Shua o Roberto Bolaño. Adoro a estos autores, pero no sé si se les podría englobar a todos ellos en una única «tradición hispanoamericana». Entre los más jóvenes, me gustan mucho Patricio Pron, Samanta Schweblin o Tomás Sánchez Bellocchio.


Recomiéndanos a un autor de cuentos español y a otro extranjero.

Citaré dos libros casi secretos que me entusiasman: La senda de nieve oculta de Alberto Luque y Las vueltas de Costas Taktsís. Ojalá algún editor inteligente los reeditara porque, ambos, son obras maestras del género (el primero está ambientado en América y contiene cuentos casi épicos, muy originales, escritos con una destreza arrebatadora; el segundo es más íntimo, sucede en la Grecia natal del autor y tiene elementos autobiográficos, casi siempre referidos a la educación sentimental –y sexual– de los personajes).


Si hace unos años -los previos a la crisis- se hablaba del auge del cuento como género en España, ¿cómo consideras que es su situación actualmente? ¿Ha cambiado algo en los últimos diez años?

Como se suele decir, el cuento tiene una mala salud de hierro. Tengo la impresión de que la crisis económica general no ha influido especialmente en este campo: se siguen publicando libros extraordinarios que cuentan con un público quizá pequeño pero fiel (y, a veces, más numeroso de lo que se espera: por ejemplo, los últimos libros de Eloy Tizón o Sara Mesa han tenido, con todo merecimiento, varias reediciones).


Muchos de tus cuentos están ambientados en los escenarios de tu infancia, el barrio de Gamonal de Burgos o pueblos de la provincia como Villandiego. ¿Cuándo escribes un cuento ambientado en estos escenarios te guías únicamente por la memoria o también recurres a la inventiva?

En mi literatura, hasta ahora, todo está tan transformado por la fantasía que de ninguna manera puedo considerar el resultado como autobiográfico, por más que se ambiente en lugares muy queridos por mí o recree alguna situación que haya vivido o conocido directamente. En mis obras, lo que parece más verdadero suele ser inventado.


Por contraste con los anteriores, también tienes cuentos (sobre todo en tu último libro) ambientados en lugares muy diversos y protagonizados por extranjeros, como el cuento El príncipe Hamlet  de Mtsensk, ambientado en Rusia y con personajes de aquel país. ¿Un cuento como éste tiene detrás mucho trabajo de investigación o te dejas guiar por tu intuición narrativa?

Mtsensk, gracias a Leskov (y también a Shostakóvich) es un lugar familiar para mí (familiar literariamente, claro, tanto como lo puedan ser Elsinor, Brideshead o Vetusta). Cuando escribí ese cuento, por supuesto, me documenté, pero también me inventé un Teatro Leskov o un Puente de Hierro y mil cosas más que me venían bien para la historia. Yo defiendo la autonomía y autosuficiencia de la verdad literaria. Los escritores somos artistas, no notarios.


Casi todos los narradores de tus cuentos son muy jóvenes, en muchos casos niños o adolescentes que acaban el instituto o empiezan la universidad, ¿te llama especialmente la atención como narrador la fragilidad de esta etapa de la vida?

Los adolescentes suelen ser duros (aunque sufran –o crean sufrir– mucho). Me interesan mucho esos momentos de la vida en los que se forja nuestra personalidad, en los que somos conscientes de nuestra identidad. El autoconocimiento quizá sea una de mis preocupaciones literarias recurrentes.


Creo que no he leído ningún cuento tuyo narrado por un personaje femenino, ¿lo leeremos algún día?

Hay varios, aunque ciertamente no es la norma. En los relatos escritos en primera persona, la voz narradora que me surge de forma espontánea es la masculina, pero si un relato requiere una femenina, no tengo ningún problema en utilizarla. Aparte de ciertos cuentos publicados en obras diversas que no he recogido luego en mis tres libros, en La marca de Creta figura «El origen de las especies», en el que la protagonista cuenta el deterioro de su relación de pareja con otra mujer. Por su parte, Pampanitos verdes y Andarás perdido por el mundo son dos libros muy masculinos en sus voces narrativas, sentimientos y preocupaciones (me parece a mí).


En Andarás perdido por el mundo me ha parecido detectar una nueva inquietud religiosa, ¿ha sido algo consciente o involuntario?

Eso es cosa de mis personajes, no mía. En cualquier caso, el mundo espiritual y el arte religioso (en todas sus manifestaciones) siempre me han atraído mucho.


Casi todos tus cuentos son realistas, ¿te gusta la narrativa fantástica? ¿Escribirías un libro de cuentos de ciencia ficción o de terror?

Me gustan los libros bien escritos, con independencia de su género. Por citar un ramillete de autores que tocan lo fantástico, el terror o la ciencia ficción, adoro los cuentos de Heine, Lem, Poe, Bécquer, Mérimée, Ángel Olgoso, Buzzati, Cărtărescu o Bradbury, y podría añadir las hagiografías de Santiago de la Vorágine y las narraciones de la tradición oral. Muchos de los cuentecillos incluidos en La ciudad del Gran Rey son fantásticos. Si se me ocurrieran historias potentes que transcurrieran en otra galaxia, en la aldea pitufa o en los calabozos de la Inquisición toledana, no las rechazaría.


¿Cuándo le vas a entregar a tu editor, Eduardo Riestra, esa nueva novela que te reclamaba en la presentación de Andarás perdido por el mundo en la librería Alberti?

No lo sé, pero desde luego no antes de que esté satisfecho con el resultado.



Muchas gracias, Óscar.

Si desea leer las reseñas que he escrito de los libros de Óscar Esquivias pulse la etiqueta con su nombre que está abajo.