domingo, 29 de junio de 2014

Modo Linterna, por Sergio Chejfec

Editorial Candaya. 215 páginas. 1ª edición de 2013; esta de 2014.

La editorial Candaya ha publicado varias de las novelas de Sergio Chejfec (Buenos Aires, 1956), concretamente las tituladas Baroni, un viaje, Mis dos mundos y La experiencia dramática. Chejfec, dado mi gran interés por los escritores hispanoamericanos, y más concretamente por los argentinos, es un autor que me hacía sentir curiosidad. Había leído en prensa y blogs reseñas de sus novelas, que en muchos casos son un híbrido entre novela, ensayo o libro de memorias; además sabía que en Argentina publica en la editorial Alfaguara. Alfaguara funciona en los países hispanoamericanos con sedes nacionales y cada una de ellas apuesta por los autores de su país; si estos pueden interesar a un nivel internacional entonces la maquinaria editorial trabaja para que la obra de estos autores esté presente en todos los países de habla hispana. Las preguntas que me surgían eran: ¿Alfaguara no promociona a Chejfec fuera de Argentina porque piensa que no va a gustar fuera de las fronteras de su país? ¿Es un escritor localista? ¿Es un escritor que está bien para un mercado concreto pero no es autor por el que se deba apostar para un mercado internacional? Ahora, tras acercarme a mi primer libro de Chejfec, entiendo por dónde van las respuestas: Chejfec es un escritor cuya apuesta de escritura es profundamente literaria; un autor de vuelo intelectual y que puede quedar lejos de las expectativas del gran público.
Creo que cada vez se está trastocando más mi sentido jerárquico del mundo editorial: la gran editorial, la que tiene capital para invertir en grandes promociones y puede elegir a los “mejores” autores, en realidad no se guía por un criterio de calidad literaria sino de capacidad de ventas; es decir, ha de apostar por autores que contenten a un público fácil, cada vez menos exigente respecto a los criterios literarios, y es realmente en las pequeñas editoriales, sin grandes aspiraciones comerciales, donde se desarrolla en gran medida en la actualidad el fenómeno literario. Alfaguara no lanza a Sergio Chejfec en España no porque no tenga la calidad literaria suficiente para apostar por él, sino precisamente por lo contrario, porque es un autor eminentemente literario y por tanto será difícil que conquiste a un público masivo cada vez más confundido respecto a los valores literarios. Así que es de agradecer la labor de editoriales pequeñas, pero pujantes, como Candaya, a favor de la literatura que abre caminos y arriesga; es decir, a favor de la literatura sin más.

Fue a principios de mayo cuando, gracias a las redes sociales, me enteré de que Sergio Chejfec presentaba (junto al escritor cubano Antonio José Ponte) su nuevo libro de relatos en la librería de Malasaña Tipos Infames. Ese mediodía había estado comiendo en el trabajo prácticamente en silencio: la conversación de mis compañeros no se salía en ningún momento de los cauces estrictamente futboleros: final de Lisboa y sorteos de los clubes para conseguir entradas. El mundo giraba correctamente, al parecer, y yo callaba. Fue todo un alivio para mí acudir esa noche a Tipos Infames y escuchar hablar a Chejfec, preguntado por Ponte. Dijo Chejfec que él construía sus cuentos a partir de los mismos impulsos narrativos que escribía sus novelas. Le interesan los espacios físicos, los escenarios suelen ser protagonistas de sus historias; también le interesa la tecnología, cómo esta influye en la vida de las personas; y el escritor argentino Juan José Saer, al que calificó de “demasiado inteligente” para ser un escritor. Cuando Chejfec empezó a hablar de Saer la presentación ganó mucho para mí. Descubro algo que me fascina: el personaje de Sergio Escalante, que en la novela Cicatrices se dedica a dilapidar el dinero familiar en el juego, está basado en el propio Saer, que tenía (sorprendentemente) una adicción al juego.

Modo linterna está formado por nueve cuentos, o más bien nueve construcciones narrativas, porque, en muchos casos, los textos de este libro dinamitan las convenciones del cuento. Siete de estos textos (o versiones previas) ya habían aparecido en diversas publicaciones, y sólo dos –Una visita al cementerio y Vecino invisible– eran inéditos.

Los de este libro son cuentos en general largos, que normalmente superan las veinte páginas.
El primero de ellos, Vecino invisible, de entrada me desconcierta: el narrador parece ser el propio autor (algo común en más de una de las composiciones de este libro: Chejfec ha hecho de sí mismo un personaje literario) que nos relata una llegada a Caracas (ciudad en la que ha vivido largos años, ahora lo hace en Nueva York). El relato parece basar su construcción en la pura digresión narrativa. El narrador habla de la llegada a la ciudad, y en la segunda página del relato leemos: “Ese paisaje de ventanas insomnes me recordó una viñeta que había encontrado tiempo atrás en una revista”, y a partir de aquí el narrador volverá a esa viñeta de la revista, que llegará a constituir un pequeño misterio en la historia. Además, Vecino invisible me desconcierta porque no me queda claro si se trata de un relato realista o fantástico, con esos dos vecinos que discuten en la casa contigua a la del narrador, pero de los dos sólo uno puede ser visible a la vez. Esto puede tratarse de una mera metáfora política o tal vez de un hecho tomado por “real” en el relato. Vecino invisible es un relato poco convencional, y en cierto modo rompe con todos los convencionalismos del relato: la estructura no es compacta, sus escenas no son significativas dentro de una composición que persiga revelar en su final una verdad, sino que las páginas parecen seguir el ritmo divagante de los pensamientos del autor, quien parece buscar alguna verdad sobre sí mismo al analizar hacia dónde le llevan sus pensamientos. Eso sí, el lenguaje es elegante, inteligente, bello.

El siguiente cuento, Donaldson Park, hace que aumente mi desconcierto. Donaldson Park propone una descripción física (aunque también sentimental) de un suburbio de Nueva Jersey: “Highland Park es un punto inconsistente en la espesa trama de suburbios, carreteras y autopistas que cubre el territorio del estado de Nueva Jersey, en Estados Unidos” (pág. 26). Como Chejfec apuntó en la presentación del libro, le interesan mucho más los espacios no connotados por el turismo o el arte que aquellos que sí lo están. Chejfec no quiere describirnos Manhattan, sino ese Highland Park con su espacio repetido en el que uno corre el riesgo de perderse. También aquí aparece el desconcierto que la tecnología provoca en el autor: “Cada casa tiene un repertorio asombroso de máquinas para lidiar con las estaciones” (pág. 42).
De este relato me quedo con la composición lingüística; y con el brillo de algún pequeño detalle. Pero he de decir que por ahora, tras leer los dos relatos comentados, no estoy seguro de que Chejfec sea mi escritor. Sus temas son originales, pero me parecen más propios de una revista de arquitectura (por su descripción del espacio físico en Donaldson Park) que de un libro literario.

Me gusta más el tercero, Los enfermos, en el que una mujer recibe el extraño encargo de cuidar a un enfermo desconocido. Las reflexiones sobre lo real en este relato son muy reveladoras sobre la visión del mundo de Chejfec. Destaco este párrafo: “Desde hace un tiempo indefinido, no sabe si mucho o poco, es víctima de una especie de reparo que hasta este momento no ha visto en nadie, y sobre el que nunca ha leído ni escuchado hablar. Es una vaga aprensión contra los artefactos o las técnicas demasiado actuales, nuevas o en boga, de uso sofisticado y en fase de difusión. No es rechazo por la dificultad que trae el uso y la adaptación. Más bien piensa que si cede y los incorpora a su vida quedará marcada para siempre por los vestigios del momento cultural que ellos representan. Puede parecer exagerado, pero carece de elementos para verlo de otra manera. Como ignora por cuánto tiempo tendrán vigencia esos nuevos objetos y procedimientos asociados, y en especial desconoce el arraigo de las costumbres y de las formas de la imaginación que se derivan de ellos, sospecha que de sumarse a alguna de estas tendencias tecnológicas su vida perderá densidad, porque terminará diluyéndose en los avatares de lo novedoso y sobre todo acabará 'historizada', fechada, expuesta a un presente que en el futuro habrá de verse como un tiempo efímero, un inopinado desvío o una digresión colectiva; ella como prisionera de alguna moda ya semiolvidada, adormecedora y para ese momento escandalosamente vetusta” (págs. 48-49).

El relato que me conquista definitivamente es el cuarto, Una visita al cementerio. Cuatro argentinos residentes en París deciden buscar la tumba donde descansan los restos de Juan José Saer. El estilo del relato imita al del maestro, y la percepción cruzada de los personajes sobre lo que está ocurriendo es la clave de la composición del cuento. Me doy cuenta de que el homenaje es completo cuando detecto en las frases reminiscencias de los títulos de los libros de Saer (La pesquisa, El lugar).

Novelista documental es otra de mis composiciones favoritas del libro. En este cuento, un narrador, fácilmente identificable con el autor, nos describe los tiempos muertos de un encuentro de escritores en el hotel de una ciudad hispanoamericana, donde la estrella invitada es Enrique Vila-Matas. Aquí el narrador hace una poética de su escritura que podría ser la del propio Chejfec: “Preciso las fotos para documentar que es cierto lo que escribo; que mi principal temor es encontrar a alguien que me pida cuentas, y después ante mi silencio me acuse de inventar todo (…). De un tiempo a esta parte no sé si la realidad a secas, en todo caso el documento acerca de los hechos verdaderos, es lo único que me salva de una cierta sensación de disolución. La novela, le digo, puede ser ficción, leyenda o realidad, pero siempre debe estar documentada” (pág. 100).

En su gran reseña de El cultural (ver AQUÍ) Nadal Suau habla de dos padres literarios para el Chejfec de este libro: Juan José Saer y Enrique Vila-Matas. En Novelista documental Vila-Matas aparece como personaje en ese hotel lleno de escritores, para irónicamente demostrarles dónde está lo importante de la realidad: otra vez en el fútbol.
A Saer y Vila-Matas yo añadiría la presencia de Roberto Bolaño: el interés de Chefjec por la figura del escritor es muy grande; principalmente por su insignificancia y su persistencia romántica. Esto queda reflejado en otro de los cuentos que más me ha gustado: El testigo, en el que un personaje solitario investiga la vida de escritores tan famosos como Julio Cortázar a través de las guías telefónicas del Buenos Aires de la década de 1930.

Es original el cuento El seguidor de la nieve, sobre un hombre que reflexiona sobre los muñecos de nieve y la extrañeza que le producen.
No he disfrutado mucho de Deshacerse de la historia, porque para hacerlo creo que tendría que haber leído previamente Martín Fierro de José Hernández.

Hacia la ciudad eléctrica es un buen cierre para este libro porque resume bastante bien los temas desarrollados en él: la voz narrativa de un escritor que gracias a su gran capacidad para divagar consigue encontrar vinculaciones muy curiosas entre los objetos, los espacios físicos, la historia… mientras intenta acudir a una convención de escritores en una ciudad decadente, y (como ya se apuntó en Novelista documental) lo narrado se sustenta en fotografías que se muestran en el libro.


En resumen: Sergio Chejfec es un escritor que requiere de un lector exigente, con una apuesta narrativa muy seria, una mirada original que puede tanto interesar profundamente al lector como, en algunos casos, dejarle indiferente, porque los temas elegidos pueden ser demasiado nimios. Modo linterna contiene relatos que pueden llegar a desconcertar y no captar del todo la atención del lector, como Donaldson Park, junto a obras maestras del género como Una visita al cementerio, Novelista documental o El testigo. Tengo curiosidad por leer alguna de las novelas de este autor.

miércoles, 25 de junio de 2014

Reseña de El hombre ajeno en el blog Heroínas Díscolas

El primer día que firme en la Feria del Libro de Madrid ejemplares de El hombre ajeno, tuve la suerte de conocer a Sonia Aguirre, que escribe el recomendable blog literario Heroínas Díscolas (Ver AQUÍ). Sonia Aguirre suele comentar con asiduidad en el blog y me gustó ese día poder conocer en persona a gente como ella, con la que compartes una pasión común y con la que habitualmente tratas a través de internet. 

Sonia leyó mi libro y, unas semanas después, ha tenido la amabilidad de escribir sobre El hombre ajeno una reseña en su blog. La dejo aquí:



Conocí al autor de esta novela, David Pérez Vega, por su blog literario Desde la ciudad sin cines. Me gusta el tono serio y reflexivo de sus reseñas, los autores latinoamericanos y contemporáneos por los que se interesa (yo suelo inclinarme más por autores más clásicos, ya al abrigo de sus tumbas y el contraste con otros gustos es saludable). Es muy agradable además su dedicación y la paciencia con la que contesta a todos los comentarios, incluso los puntillosos (mea culpa) además de las pocas ínfulas que gasta, siendo una de las voces más interesantes en la "crítica blogosférica". En serio, sus entradas tienen más enjundia que muchos artículos de los magacines literarios de los grandes periódicos.

Bueno, al ajo. Por su blog sabía que ha publicado una novela, Acantilados de Howth y de vez en cuando postea alguno de sus poemas -también tiene un par de poemarios publicados-. Hace poco, con motivo de la Feria del Libro de Madrid, comentó que estaría firmado su nuevo libro: El hombre ajeno. Decidí acercarme y comprarlo porque me gusta cómo escribe y aunque soy muy escéptica con las novedades, hay que arriesgar de vez en cuando.

El autor firmándome mi ejemplar en la Feria, yo con mis zapatillas de hacer cola.
(La foto la hizo mi amiga Marigel que me acompañó ese día) 

El hombre ajeno nos presenta a su protagonista, Juan Linares, en un momento de inflexión en su vida, una de esas mesetas en las que ocurren con frecuencia los hechos importantes. Es un licenciado en Filología Hispánica que mientras termina sus estudios de postgrado se interesa por la vida de un oscuro poeta salvadoreño, Héctor Meier Peláez. En lugar de intentar hacerse un lugar en el mundo académico de la universidad, trabaja descargando camiones en una nave de un polígono industrial para ahorrar y así poderse dedicar a terminar su tesis.

La novela tiene tres partes: la primera y la tercera desarrollan la historia de Juan Linares y la segunda (Interludio) es la narración de la biografía del poeta Meier. Desde un comienzo queda claro que la fascinación de Linares por este poeta en particular tiene que ver no sólo con sus cualidades literarias sino con la vida violenta que llevó. Meier es un trasunto radical del poeta salvadoreño Roque Dalton que militó en la guerrilla del ERP y murió a manos de sus propios compañeros que le acusaron de espiar para la CIA o la inteligencia cubana, en fin,cualquier cargo que justificase la eliminación de ese pájaro que aleteaba demasiado para la jaula de la ideología.

Fuente imagen: Artículo "Roque Dalton continúa vivo en sus versos: hoy cumpliría 79 años" en Cuba Debate

El Meier de la historia es hijo de un inmigrante alemán (el padre de Dalton era estadounidense), ambos fueron guerrilleros y poetas malditos. A partir de este núcleo común, el autor desarrolla un personaje con entidad propia. 

Aunque el protagonista de la historia es básicamente un intelectual, queda claro desde el comienzo que la violencia le genera una fascinación que no es ajena a su historia personal. Hay una alusión constante a un hecho traumático que marcó el fin de su infancia y configuró su personalidad actual. El encuentro casual con un antiguo compañero de colegio actualiza el conflicto y la culpa que arrastra. 

Linares parece un tipo frío que vive como aislado de sus propias emociones por una fina película. Ese interés por la agresividad parece retrotraerlo a la irreflexión de la infancia, a un estallido peligroso pero vital. Para poder ubicar a este personaje, hay una detallada descripción de su mundo: el Madrid de justo antes de la crisis económica. En el microcosmos de la nave industrial conviven los inmigrantes latinoamericanos, reventados por los trabajos más duros pero agradecidos por ingresar por fin en el sistema legal del trabajo con los jóvenes españoles de suburbio.

La descripción de esta tribu juvenil es de los mayores logros de la novela. Es desolador el paisaje de esta juventud sin cultura del esfuerzo, sin interés alguno por formarse y que vive para la religión del fin de semana. Son estos los especímenes que aparecen en los realities de la televisión y que son tan patéticamente superficiales que parecen impostados, chicos con unos extraños peinados esculpidos con gomina y unos cuerpos hipermusculados esculpidos en el gimnasio: "Les fascinaba la marcha del fin de semana, el dinero rápido en el bolsillo y los coches para lucirse con música estridente.". 

Es muy interesante la descripción de esta cultura de las drogas, que no es exclusiva de la marginalidad: "Cocaína para excitarse, hachís para alcanzar la calma... otros lo conseguían con café y tila, conducción de coches y masajes, pádel y meditación budista...". Cada uno con los vicios que se puede permitir. 

Sobre todo en la primera parte "El viento del suburbio", hay una potente descripción de la sociedad del sur madrileño: desde estos bárbaros jóvenes que consumen sus vidas con la misma avidez con la que se enfrentan a una raya de coca, hasta los literatos compañeros de promoción en la universidad. Es una mirada fina, que no pretende reducir sus retratos a estereotipos y que termina siendo un completo tratado de fauna social: jóvenes formados más de lo necesario para trabajos precarios (como Rafa, el mejor amigo del protagonista), pijos de suburbio, jevis, góticos, etc. Hay una crítica al sistema educativo que deja varados tanto a sus desechos como a quienes se entregan a su sistema de memorización de contenidos. Lo de describir a la aldea para describir el universo funciona aquí muy bien. 

A la par se desgrana una crónica familiar que se centra en la relación con el hermano mayor, cuya vida ha quedado destrozada por la ilusión de que era él quien controlaba su relación con las drogas: cárcel, intento de suicidio, rehabilitaciones. Lo usual, sobre todo el miedo de volver a confiar en quien hace equilibrio sobre el filo de la reincidencia. Es muy vívida esa casa familiar, el trabajo y la vida de los padres, su negocio, su origen rural. 

Hay algo de estructura detectivesca en el descubrimiento del hecho violento que late bajo la culpa y la frialdad emocional de Juan Linares. Poco a poco van quedando al descubierto capas de recuerdos que nos enfrentan al secreto del protagonista. Lo más significativo de su hallazgo en este sentido es enfrentarse a la mirada del otro y descubrir que lo que es una cicatriz vital para él, para el otro fue menos que un rasguño.

El Interludio, que está contado con una voz diferente a la del narrador omnisciente de las otras dos partes, aunque se supone que es la introducción de un trabajo académico, está contado de una forma cálida y cercana, no se hace estéril ni tiene el tono aburrido de la mayoría de verdaderos escritos académicos. Como ya dije antes, es notoria la influencia de la figura de Dalton en la estampa de Meier, sin embargo, David Pérez logra darle entidad propia, la hace aún más revolucionaria al añadirle la doble rebeldía de su identidad sexual. Un poeta guerrillero y homosexual que fue demasiado para la guerrilla que se atragantó con su historia de amor con un compañero indígena. La biografía es detallada y tiene la verosimilitud del detalle y la documentación histórica del contexto. Aquí es de gran utilidad el profundo conocimiento del autor de la literatura hispanoamericana. Lamentamos no poder ofrecer a nuestros lectores una fotografía del guerrillero rubio, que imagino como un cruce entre el propio Dalton, un Rimbaud americano y un Saint-Exupery rabioso rayando el cielo con su avioneta. 

Es en este Interludio en el cual se hace más presente la influencia de Bolaño. Afortunadamente, no cae en la imitación, que es muy penosa cuando se trata de un escritor con un estilo tan potente, es más bien un homenaje: "En 1989 los ultrarrealistas reeditaron Maricón y comunista, con una tirada de 1.500 ejemplares, en 1991 otros 1.500. Lo mismo hicieron con Aviones de volcán.". 

Ese aire de la selva y el duro pasaje de la guerra y los diarios poéticos de Meier, no nos distraen de la historia de Linares, hay una profunda conexión entre ambas historias, que se hace presente con un personaje del familiar depositario de su legado que se exilia en España.

En la tercera parte se recogen los hilos de las historias abiertas, que terminan, casi todos, por confluir. El final no es cerrado pero tenemos la sensación de que el protagonista entra en otra fase de su vida que nos gustaría seguir atisbando, lo cual es una señal de que el autor ha triunfado en esa misión que a veces parece olvidarse: que el lector se crea el mundo que ha puesto en pie. 

Puestos a buscar aristas por pulir, aquí van un par de ellas:

- Esperaba que algunos personajes secundarios que tenían peso en la narración (no adelantaré cuáles para no destripar la historia) tuviesen más continuidad en la resolución de la historia y, por el contrario, simplemente parecen desvanecerse en el aire.
- En ocasiones -no numerosas- el lenguaje, que es muy sobrio, peca de una cierta rigidez, probablemente como consecuencia de la precisión que autor busca en cada expresión, como decir que un personaje "presentaba una resaca" en lugar de decir que tenía un resacón o algo un poco más sencillo.
- Hay un detalle insignificante, un pecadillo venial de laísmo pero que resalta por que está en un lugar muy importante de la historia. Ese "yo las entro tío" tiene muy fácil corrección en una segunda edición pero pensándolo bien, tal vez tiene cierto sentido que en ese contexto el personaje hable así. 

Como impresión final, diría que la narración se lee con interés y un ritmo sostenidos. La personalidad introvertida pero observadora del protagonista es coherente con la visión analítica de su universo y es una lectura que te deja con ganas de oír más la voz de este autor. 

La edición de Baile del Sol es buena, se agradece la generosidad con el tamaño de la tipografía y la calidad del papel, sólo recuerdo haber encontrado una errata en la página 82. La portada es sobria y elegante. Aparte del éxito que han tenido ahora con Stoner, el catálogo de esta editorial es muy interesante y arriesgado, se atreven incluso con ese bicho raro de la poesía. 

Petición final al autor: Por favor esperamos la página en Wikipedia de Héctor Meier Peláez, me ofrezco modestamente a reseñar alguna de sus obras. 

Muchas gracias, Sonia.

Una única aclaración, que ya le hice a Sonia en un comentario en su blog: esa laísmo final está puesto a propósito y define un estado mental del personaje.

Y ahora tendré la impudicia de dejar aquí (los que no tenemos agentes literarios tenemos que trabajarnos el terreno nosotros mismos) un enlace a la tienda on-line de Baile del Sol. El hombre ajeno está rebajado un 5%, no cobran gastos de envío a casa y además, por lo que me cuentan algunos amigos, al recibir el libro los editores de Baile del Sol (que son muy majetes) meten en el paquete otro libro de la editorial de regalo. Este es el enlace por si a usted le apetece comprar El hombre ajeno:

domingo, 22 de junio de 2014

El cielo de Lima, por Juan Gómez Bárcena

Editorial Salto de página. 317 páginas. 1ª edición de 2014.

Leí alguna reseña del primer libro de relatos de Juan Gómez Bárcena (Santander, 1984), Los que duermen (Salto de página, 2012); y, por tanto, ya conocía el nombre y el incipiente prestigio de este autor cuando Pablo Mazo, el editor de Salto de Página, me ofreció el envío de esta novela, convencido de que me iba a gustar.

La novela El cielo de Lima está basada en la siguiente anécdota real: estamos en 1904 y, en la ciudad de Lima, dos jovencitos burgueses, José Gálvez y Carlos Rodríguez, juegan a ser poetas bohemios. Admiran mucho a Juan Ramón Jiménez, y deciden escribirle una carta para pedirle su último libro autografiado. Piensan que tendrán más éxito en su empeño si fingen ser una jovencita melancólica en vez de ellos mismos. Así crean a Georgina Hübner, personaje que irá intercambiando con Juan Ramón una correspondencia cada vez más íntima. El final de este “romance” hizo a Juan Ramón Jiménez escribir el largo poema Georgina Hübner, en el cielo de Lima. Si alguien tiene curiosidad por el poema lo colgué hace unas semanas aquí (se encuentra pinchando la etiqueta del blog correspondiente a Juan Ramón Jiménez; como dicen en los blog de cines: “cuidado, tiene spoilers”).

Conocía esta anécdota porque en diciembre de 2011 leí el libro de cuentos Ensimismada correspondencia de Pablo Gutiérrez. Uno de los relatos de este libro se titulaba precisamente Georgina Hübner, en el cielo de Lima; y recreaba la misma anécdota que utiliza Gómez Bárcena para su novela, pero en 32 páginas en vez de en 317. Lógicamente la intención de los autores al recrear este episodio de la vida de Juan Ramón Jiménez era diferente y el resultado no se puede medir ni por el número de página ni por la capacidad de condensación.

Desconozco hasta que punto existen documentos sobre este episodio, pero ahora que estoy con la novela de Gómez Bárcena fresca en la memoria he hojeado el cuento de Gutiérrez y encuentro algunas diferencias: Según Gutiérrez, el nombre completo de Carlos Rodríguez es Carlos Rodríguez Hübner; y Georgina es una prima suya a la que él recrea de forma idealizada en las cartas que le dirige a Juan Ramón. En la novela de Gómez Bárcena, Georgina Hübner es una mera creación intelectual, y la prima de Gutiérrez no existe.

Lógicamente, partiendo de la pequeña anécdota señalada un escritor no tiene ninguna obligación de intentar recrear el acontecimiento real. La anécdota sirve en cualquier caso como punto de partida para levantar ante el lector un mundo ficcional. Pero en cierto modo, la lectura previa del cuento de Gutiérrez ha condicionado parte de mi lectura de la novela de Gómez Bárcena, y además esto ha ocurrido, de forma inverosímil, gracias a un recuerdo falso: yo pensaba haber leído en el cuento de Gutiérrez que Juan Ramón viajó a Lima y los dos aprendices de poetas bohemios le engañaron al presentarle a la prima como a la verdadera Georgina que escribía las cartas que el poeta había leído. Esto no está en el cuento de Gutiérrez, esto estaba en mi cabeza. Y yo, alentado por este recuerdo falso, esperaba al leer la novela de Gómez Bárcena la llegada de Juan Ramón a Lima y me extrañaba que ese encuentro (yo esperaba aquí una novela de enredo) demoraba en producirse. No sé si estoy revelando demasiado de la trama, pero, en cualquier caso, si alguien lee el poema señalado de Juan Ramón ya deducirá que el poeta no llegó a conocer a ninguna Georgina de carne y hueso.

Creo que me estoy desviando del comentario real de la novela, de lo que sí está en las páginas de El cielo de Lima. Esta novela, escrita con un humorismo tierno, me ha recordado bastante en el tono compositivo a Fabulosas narraciones por historias de Antonio Orejudo. En ambos libros –Fabulosas narraciones por historia y El cielo de Lima- aparece Juan Ramón Jiménez y se recrea una época desde la mirada desprejuiciada del presente. El tono burlesco e irónico hacia los aprendices de poetas y escritores es común a ambas. El lenguaje con el que se expresan los personajes, igual que en la novela de Orejudo podía ser el de los jóvenes madrileños de los años 80 del siglo XX, el de los protagonistas de El cielo de Lima no juega a recrear el posible lenguaje de unos peruanos de principios del siglo XX, sino que José y Carlos se expresan prácticamente como jóvenes del siglo XXI, y no necesariamente con modismos peruanos. “A mí no me la da…”, dice, por ejemplo, uno de estos jóvenes en la página 287. En la página 76 el narrador omnisciente habla de “una mañana de novillos”; expresión puramente española y actual. De hecho, aunque se nota que Gómez Bárcena se ha documentado para escribir esta novela (salarios de la época, huelgas de trabajadores, estudio de algunos usos y costumbres…) también plantea un juego con sus lectores del siglo XXI: hay bromas en el texto que directamente apelan al presente: “Ya no quedan hombres como los de antes, dice don Augusto con frecuencia, los de hoy son de otra pasta, con veinte todavía parecen niños que quieren seguir jugando. Llegará el día en que con treinta no tengan ni mujer, ni hijos, ni trabajo, ni casa, ni ganas de tener ninguna de las cuatro cosas.” (pág. 145). Estaba pensando (y haciendo anotaciones que lo probasen) que para escribir El cielo de Lima, Gómez Bárcena había estudiado los juegos literarios que despliega Antonio Orejudo en Fabulosas narraciones por historia y el propio autor deja una clara pista en su texto que actúa como un nuevo guiño de complicidad con el lector y como un homenaje a su maestro: “Tomando chocolate caliente y bizcochuelos, haciendo reverencias y escuchando recitales de piano, hablando del tiempo o de las ventajas de viajar en tren con damitas remilgadas que algún día podrían ser sus esposas.” (pág. 77). Las negritas son mías, y con ellas señalo que obviamente no es una casualidad que cinco palabras de una frase del libro de Gómez Bárcena se unan para ser el título de un libro de Antonio Orejudo.

Ya he comentado que el acercamiento inicial del narrador a los protagonistas de la novela, José Gálvez y Carlos Rodríguez, es bastante burlesco; y esto es así desde la segunda página de la novela: “Son sólo dos señoritos jugando a ser pobres en una buhardilla de Lima.” Pero según avanzan las páginas del libro, el narrador se muestra más compasivo con ellos, sobre todo con Carlos, hijo de un nuevo rico déspota y cargado de completos; entre ellos, el de ser de origen indio frente a personas como el amigo de su hijo, José, un rico en decadencia, que es descendiente de próceres peruanos. Para Carlos, cuya caligrafía femenina hace que las cartas de Georgina sean creíbles, el personaje creado, Georgina Hübner, cada vez es más real, funcionando para él como un ideal inalcanzable; y este juego del libro me ha parecido inteligente: Georgina no es tan sólo una musa inalcanzable para el poeta Juan Ramón Jiménez, quien recibe sus cartas pero nunca una foto, sino que empieza a ser también una musa inalcanzable para su creador, Carlos Rodríguez.
El cielo de Lima está escrito en capítulos cortos que se leen con mucha rapidez; su sentido del ritmo es muy alto. La novela mantiene siempre un tono simpático, muy juguetón, y, después del retrato burlesco y algo sangrante de los personajes, gana en emoción al centrase en un cada vez más humanizado y trágico Carlos Rodríguez.

Juan Gómez Bárcena ha publicado esta primera novela, repleta de encanto, en el año que cumple los treinta; un escritor joven del que podemos esperar mucho.

jueves, 19 de junio de 2014

Mi poema La Morita en la revista Adiós

Conocí a Javier Gil en la presentación de un libro de Ana Pérez Cañamares. Javier Gil coordina la sección Versos para el Adiós, de la revista Adiós. Una revista que se distribuye en tanatorios, e incluye reportajes sobre cementerios, tumbas, rituales para despedirse de los muertos, canciones o poemas que hablan de la muerte, la despedida última a nuestros seres queridos, o cualquier noticia que tenga que ver con lo anterior. Así, por ejemplo, la revista contiene una sección llamaba Mundo funerario excéntrico, con noticias cuyos titulares (en el número 106) son estos: “Tumbas chinas con nombres de chinos… vivos”, “3.800 rostros cubrirán las obras del Panteón de París”, “Cementerios que apuntan al cielo” o “La imprudencia de la soldado Harrison”.

La revista Adiós se distribuye gratuitamente en tanatorios; y está financiada con publicidad sobre funerarias, venta de féretros, servicios de cremación, incineración, etc.

Lógicamente, la revista Adiós parece sacada de un cuento de Roberto Bolaño o de la serie A dos metros bajo tierra




El día en que conocí a Javier Gil me dijo que si tenía algún poema que hablara de la muerte, la despedida última de familiares o de algo relacionado con estos temas se lo enviara. Así lo hice. Más de dos años después mi poema La Morita, perteneciente al poemario Siempre nos quedará Casablanca (Baile del Sol, 2011) ha encontrado su hueco en la revista Adiós correspondiente a los meses de mayo y junio de 2014, con Bob Dylan en la portada. Mi poema aparece en la sección Versos para el Adiós, junto con un artículo escrito por Javier Gil sobre Antes que anochezca de Reinaldo Arenas

Y yo estoy contento; es decir, uno no sale todos los días en revistas que convocan el "I CONCURSO CEMENTERIOS de España", con un reportaje al lado de mi admirado Reinaldo Arenas, y con Bod Dylan mirándote desde la portada.

Dejo aquí el poema:

LA MORITA
                                                  
Hoy viernes no salí demasiado tarde del trabajo
y me he pasado a verte, abuelo.
Te veo mejor, menos hinchado,
incluso puedes bajarte de la cama
y sentarte en el sillón.
      (Escuetas calles
y tejados de Carabanchel, después sólo el páramo
donde se escurre plácida la tarde.
Hay una extensa vista, no diré que bella,
desde la ventana de esta planta 18:
Pulmón y problemas respiratorios.)
Me parece bien que te quites los tubos
de oxígeno de la cara porque ya estás harto,
mientras te cuento cosas absurdas de mi trabajo y los jefes
y te ríes, buena señal, no has perdido la cabeza.

«Te acuerdas de la Morita, la perrita de Vázquez
con la que jugabas de pequeño cuando íbamos al río.
Qué lista era aquella perrita, cómo te desataba
el pañuelo de la pierna. Y te acuerdas cuando
te bañabas en el río y hacías que te ahogabas
y la Morita te sacaba, o cuando Vázquez
cogía la cajetilla de tabaco y ella traía el mechero
y luego lo volvía a dejar donde estaba.
Qué lista era aquella perrita.»

Sí, abuelo, ya lo recuerdo, hará casi veinte años
que no pensaba en ello. Pero esta tarde
me has hecho el regalo de recuperar esos días
que fueron nuestros. Mientras contengo las lágrimas
la noche avanza, y ninguno de los dos nos levantamos
a dar la luz; hasta que entra la enfermera
con la cena (sopa castellana y tortilla
española con pimientos), que tú no quieres
probar porque los medicamentos te quitan
el apetito.
                  Débil pero entero,
no quince días después, cuando pueda volver
a tener otro rato libre del trabajo (fines de semana
incluidos) y me pase de nuevo a verte,
sabré que eso ya no eres tú, esa convulsión
de ojos cerrados conectada al oxígeno y al suero.
Porque tú sigues siendo esa voz amable
en la penumbra que me acerca a los días de la infancia,
alumbrando los rincones del pasado; en la luz de río,
saludando a todos tus amigos, de tu mano avanzo.


En el siguiente enlace está la revista Adiós, número 106, en su versión digital. Mi poema aparece en la página 24.

domingo, 15 de junio de 2014

Si nos encontramos de nuevo, por Ana Teresa Pereira

Editorial Baile del Sol. 151 páginas. 1ª edición de 2012.
Traducción de Silvia Capón.

Este libro, Si nos encontramos de nuevo, me llegó a la oficina de correos cercana a mi casa en la misma caja que el de Crisis de Jorge Majfud, comentado hace unas semanas. Si bien este último lo pagué yo –a precio de autor de la editorial–, el de Ana Teresa Pereira (Madeira, Portugal, 1958) fue un regalo de mis editores. De entrada, si sobre el de Crisis dije que tenía, a mi juicio, la mejor portada de un libro de Baile del Sol, sobre este de Pereira no puedo decir lo mismo. Ese corazón formado por un nudo marinero hace pensar en una novela romántica; y ésta es, en realidad, una novela romántica, pero de calado literario y no puramente cursi como parece sugerir la imagen. No sé si este pequeño detalle ha podido quitarle lectores a esta novela, en la que los editores de Baile del Sol tenían puestas unas esperanzas similares a las que consiguieron con Stoner, la gran novela de John Williams con la que mi editorial se apuntó un gran tanto en 2010.

Ana Teresa Pereira es una autora que publicó su primer libro en 1989, y que en 2012, año de la publicación de Si nos encontramos de nuevo, llevaba más de treinta títulos editados. Desconozco su nivel de notoriedad en Portugal, pero desde luego, después de leer su novela, puedo afirmar que es una escritora con mucho oficio a sus espaldas.

Empecé a leer el libro el miércoles 14 de mayo, víspera de fiesta en Madrid, sobre las 11 de la noche, después de haber salido a cenar fuera y tomar unas copas de vino; además de haberme levantado a las 6.26 am, y estar bajo los efectos sedantes de las pastillas contra la alergia al polen. Dejé de leer a las 12 de la noche, sin tener muy claro si al día siguiente iba a continuar con el libro. Los cuatro capítulos que había leído me habían resultado cuanto menos confusos. Cuando al día siguiente tomé de nuevo la novela y traté de continuar por el capítulo cinco me di cuenta de que, si quería enterarme de algo, iba a tener que empezarlo de nuevo. Lo hice. Como sospechaba, la escritura del libro no era confusa, confusa estaba mi cabeza la noche que empecé a leerlo. Si nos encontramos de nuevo requiere, en cualquier caso, de un lector atento, porque en cada capítulo (sobre todo al comienzo) se da información parcial sobre los personajes que será revelada en más detalle páginas más adelante, y será labor del lector el rastrear esos detalles sutiles del texto.

Byrne tiene cincuenta y dos años y, tras una larga temporada de vagar por el mundo, ha regresado a Inglaterra para ser profesor universitario en Oxford. Labor que acaba de abandonar en el tiempo de la novela para dedicarse durante un año a escribir un ensayo sobre la escritora Iris Murdoch. Su amigo Ed le ha buscado una casa en Londres para que viva durante su año sabático. Así, alquila el ático de una casa en la céntrica New Row. Lee a Iris Murdoch, pasea cerca del río, acude a los museos o las librerías y por las noches se emborracha en los pubs con sus viejos amigos. Podrá disfrutar de la casa alquilada en soledad hasta que regrese a ella la atormentada Ashley, una pintora de treinta y cinco años, que arrastra tras de sí una historia exageradamente trágica de soledad. Casi todo el mundo importante en su vida parece haber muerto.
Byrne se ha enamorado de Ashley antes de conocerla por lo que ella ha dejado de sí misma en la casa: sus libros, las reproducciones de cuadros famosos colgados en las paredes, sus películas...: “Tal vez sea posible amar a una mujer por un libro, un poema subrayado, una película en blanco y negro, una casa, la mirada de un hombre cuando habla de ella, la forma en que su perro la espera”. Con esta frase comienza la novela.

La estructura está muy trabajada: escrita en tercera persona, el narrador nos acercará a la visión del mundo de sus dos personajes principales –Byrne y Ashley– en capítulos alternos (doce capítulos para Byrne, doce para Ashley), de un mismo número de páginas (no exactamente, pero casi del mismo número de palabras), que en la edición de Baile del Sol siempre es de cinco. La tercera persona, en estilo indirecto libre, en más de una ocasión cede la voz narrativa a los dos personajes.
Ya he comentado que el lector tiene que estar atento a la información que suministra el narrador para reconstruir el pasado de los personajes; y, según avanza la novela, la estructura dibujada desde el principio empieza a cobrar un papel más relevante: cuando los personajes comparten la casa de New Row el lector puede acercarse a la descripción de la misma escena desde el punto de vista primero de Byrne (capítulos impares) y luego de Ashley (capítulos pares).

En Si nos encontramos de nuevo el arte es omnipresente: tanto Byrne como Ashley parecen vivir dentro de las páginas de un libro, los fotogramas de una película o llegan, incluso, a viajar a una ciudad extranjera porque echan de menos estar frente al cuadro de un museo que visitaron en el pasado. Así, por ejemplo, Byrne “había estado en Rusia siguiendo el rastro de Rilke” (pág. 21); o bien Ashley: “Estaba en Londres, se dio cuenta de repente, había vuelto, un impulso muy fuerte había crecido en ella los últimos días y había tenido que volver. No sabía para qué, tenía algo que ver con los cuadros de la National Gallery, con las librerías” (pág. 16).
De hecho, su relación con el arte define a los personajes, así como la relación que se establece entre ellos. Su primer encuentro se describe de la siguiente forma: “No hablaron de nada íntimo, de nada personal, hablaron de la nieve, de la marca de la champaña, del árbol de navidad en Trafalgar Square, de los cuadros de Turner de la National Gallery, de los cuadros de Turner de la Tate, de la sala etrusca del British Museum, de un libro de Richard Crompton que ella había comprado por la mañana en la Marhpane, de una película de George Cukor con Ingrid Bergman y Charles Boyer” (pág. 48).

Además del amor al arte (sobre todo a la literatura y a la pintura) que se desprende de sus páginas, me ha gustado reencontrarme en esta novela con las calles de Londres.
Quizás el lector percibe la dramática historia de amor de Si nos encontramos de nuevo casi siempre a través de un espeso velo de referencias artísticas, y me habría gustado que las vivencias cotidianas de los personajes se hubieran desarrollado más (es decir, una novela más larga). Pero ese es el tono crepuscular y poético elegido por la veterana escritora Ana Teresa Pereira para hablarnos de Byrne y Ashley, sus amantes heridos de arte, y está conseguido. Es posible, me aventuro, que esta novela esté concebida como un homenaje a la escritora inglesa Iris Murdoch, a la que yo no he leído (y ciertamente, esta novela ha hecho que me apetezca acercarme a su obra), y cuya presencia referencial en la novela la convierte casi en un personaje más del drama.


He investigado un poco en internet y he observado que se ha hablado poco en España de Si nos encontramos de nuevo, una novela que se merecía –sin duda– haberse encontrado con un número mayor de lectores, que bien podrían haber disfrutado de ella.

martes, 10 de junio de 2014

El hombre ajeno, de nuevo

Este jueves 12 de junio volveré a estar firmando ejemplares de mi novela El hombre ajeno en la Feria del Libro de Madrid (parque del Retiro). Esta vez será en la caseta 287 -librería Punto y coma-, de 18:00 a 20:00 horas.
Estaré junto a Ramón J. Soria Breña, que firma su libro Los dientes del corazón.




A día de hoy El hombre ajeno se puede comprar en la Feria del Libro de Madrid: caseta 275, y a partir del jueves en la 287. Y a través de la página web de la editorial. Ahora mismo está de rebajas, y (como con todos los pedidos de la web de Baile del Sol) no hay gastos de envío. En el siguiente enlace:



Más tarde, junto a otros doce autores de Baile del Sol estaré en la librería de Lavapiés El dinosaurio todavía estaba allí, participando en la presentación conjunta de las novedades (poesía, relato y novela) de la editorial. Este es el cartel del evento:



domingo, 8 de junio de 2014

La hora de los monos, por Federico Falco

Editorial Salto de Página. 217 páginas. 1ª edición de 2010; ésta de 2014.

Este libro de Federico Falco (General Cabrera, Argentina – 1977) me lo regaló Pablo Mazo, su editor en España. Los diez cuentos que lo forman están precedidos por un prólogo del escritor Antonio Jiménez Morato; que yo he leído antes de acercarme a los cuentos y que recomendaría que se hiciera mejor al final. En el prólogo, Jiménez Morato reivindica la literatura “del interior” argentino; y más concretamente la del grupo de jóvenes escritores que proceden o han desarrollado su actividad literario en la ciudad de Córdoba.
Al haber leído el prólogo antes que los cuentos no acababa de comprender el afán de Jiménez Morato por intentar demostrar que las piezas que componen este libro eran solamente en apariencia realistas. Jiménez Morato nos habla de Raymond Carver, quien según él ha servido como paradigma para la vuelta de la dominación de la estética realista en el relato; pero el planteamiento realista de Carver se ejerce en la descripción de personajes en principio inverosímiles, y aquí es –escribe Jiménez Morato- donde Carver consigue traspasar los límites del puro realismo; etiqueta, esta última, que a Falco no le gusta que le adjudiquen.

Tras leer el libro y volver a las páginas de Jíménez Morato, su prólogo ha cobrado más sentido para mí. Es cierto que los diez cuentos de La hora de los monos son en apariencia realistas y que el lector puede visualizar con facilidad, como si de una película se tratase, la historia contada. Pero no reflejan (o no la mayoría de ellos) una realidad que intente reproducir lo cotidiano; y por lo tanto su afán no es el costumbrista, sino que la realidad narrada refleja la extrañeza ante el mundo, y estos relatos suelen moverse en una delgada línea que separa lo verosímil de lo inverosímil.

El primer cuento –Las aventuras de la señora Ema- trata sobre una señora mayor que entra por primera vez en el zoológico que se ve desde la terraza de su casa. Cree que les ha ocurrido algo a la pareja de tigres que contempla desde los atardeceres de su hogar. Y esa visita al zoológico, en el que puede permanecer una vez cerradas sus puertas al público porque ha conseguido la complicidad de un empleado, a pesar de moverse dentro de los parámetros del realismo físico (nadie vuela, los animales no hablan…), se lee como un relato en el que los límites de lo verosímil están siendo trastocados. El resultado es un cuento cautivador, muy sugerente, y el lector avezado en la lectura de libros de relatos ya puede percatarse de la madurez compositiva de esta pieza de catorce páginas.
Un efecto de extrañamiento similar ante lo real nos produce el siguiente cuento: Elefantes, sobre la visita de un circo, durante unas semanas, a un pequeño pueblo, que el lector entiende que está situado en la pampa argentina.

En el tercero, Un camino amarillo, se usa un recurso que aparece en alguna otra pieza del libro: la relevancia en la escritura de los sueños o de las alucinaciones, espacios ficcionales que pueden tener en el cuento casi tanta importancia como la historia narrada en primer plano.
Y al leer estos tres cuentos ya sentía la existencia de algunas conexiones u obsesiones compositivas: la soledad de los personajes parece un tema importante aquí; una soledad con momentos epifánicos, momentos en los que los seres desvalidos que pueblan estas páginas van a descubrir (como en un buen cuento de Carver) verdades importantes (aunque sean incómodas) acerca de ellos mismos.

Sobre la idea de la soledad se sustenta con más profundidad el cuarto cuento, El hombre de los gatos, para mí uno de los mejores del conjunto. Aquí sí que podríamos encontrar un elemento que podría ser puramente fantástico: el protagonista toma una droga que en la realidad no existe.

El que menos me ha gustado del libro (y aún así me parece que está bien) ha sido el quinto relato, Los días que duró el incendio, donde se parodia la investigación policial de unos casos de violación a través de una representación teatral, en la que los personajes hablan en verso. La idea es simpática, pero para mí le falta la intensidad que tienen otras piezas más logradas de este libro.

El pedigrí de los canarios es una bella historia de desamor, locura y soledad, donde se acumulan los elementos connotados simbólicamente en el relato.

Ballet, sobre un escritor, puede que sea el cuento más autobiográfico (y en realidad no hay ninguna pista que lo indique); y la reflexión sobre la búsqueda del artista es tan irónica como desalentadora.

En Asiático y Flores nuevas me ha parecido que el deseo de plasmar la vida en el interior argentino es más intenso que en otras composiciones; porque aquí la relevancia de los lugares físicos, con los nombres de los pueblos o ciudades está más marcado. Tienen más elementos en común: sus protagonistas son los más jóvenes de los cuentos del libro. En Asiático un joven que ha dejado la universidad inicia un atropellado viaje para encontrarse con su amigo o amante: pueblos por los que no pasa el autobús, lugareños hostiles y extraños sueños que empiezan a ser acuciantes. Flores nuevas es otro de los cuentos que más me ha gustado del libro, con un adolescente descubriendo el mundo desde un pequeño pueblo del interior argentino. Está muy bien dibujado el paso de la infancia a la vida adulta; un cuento muy melancólico y bello, donde la soledad vuelve a estar muy presente.

El último –La hora de los monos- es un cuento armado sobre el puro deseo de contar historias: dos personas esperan en un pequeño aeropuerto y para pasar el tiempo hablan. Toda una reivindicación del arte de narrar.

La prosa es ajustada –siguiendo las enseñanzas de Raymond Carver-, pero la distancia entre lo contado y lo sugerido hace que se consiga más de un momento lírico.

La hora de los monos me ha sorprendido muy gratamente. Federico Falco es un escritor joven, del que no había leído nada y del que tenía pocas referencias; pero sus cuentos me han conquistado como lector de forma inmediata desde la primera composición del libro, ese original Las aventuras de la señora Ema. Creo que he vuelto a experimentar esa felicidad lectora que sentí al acercarme a mi primer libro de Salto de Página, que fue Como una historia de terror de Jon Bilbao; un libro de relatos que también me pareció estupendo.

Sé que Federico Falco estuvo viviendo en Madrid hasta hace no mucho, y que ahora se ha vuelto a Argentina. Así que ya no está en España para defender su libro desde las trincheras de las presentaciones. Sería una pena que el lector español aficionado al relato dejara pasar este libro, porque La hora de los monos es un magnífico libro de relatos.

miércoles, 4 de junio de 2014

El hombre ajeno en la Feria del Libro

Hoy he podido tener al fin en las manos la versión definitiva en papel de mi novela El hombre ajeno; y me he acercado a la caseta de la librería Atticus-Finch (275) para asegurarme de que los libros habían llegado.

Así que estoy deseando recibir ya las primeras impresiones ajenas sobre mi nueva novela.

Por si a alguien le apetece pasarse mañana por el Retiro, aquí estaré:



domingo, 1 de junio de 2014

Crisis, por Jorge Majfud

Editorial Baile del Sol. 141 páginas. 1ª edición de 2012.

Creo que conocí el nombre de Jorge Majfud (Tacuarembó, Uruguay – 1969) cuando, en la Feria del Libro de Madrid de 2009, algunas editoriales independientes tuvieron la simpática idea de intentar promocionar -a través de un encuentro en el que se hablaba sobre la calidad de las obras y los pocos frutos que había dado su promoción- al worst seller de la editorial. Baile del Sol presentó a este encuentro la novela La reina de América de Jorge Majfud.
El año pasado hice un pedido de mis propios libros a Baile del Sol, y a la lista añadí algunos de los títulos de la editorial que me apetecía leer; y que yo compro al precio especial de autor. Entre estos libros, que recogí en la estación de correos cercana a mi casa, me llegó Crisis (2012) de Majfud. Creo que su portada –a mi juicio la más atractiva de un libro de Baile del Sol-, elaborada con un dibujo de Ernesto Camacho Jr. y diseñada por Ramón Buzón, contribuyó al interés por esta obra del extenso catálogo de Baile del Sol. A este detalle casi aleatorio de la portada, se unía mi interés por los autores hispanoamericanos y el tema de esta novela: la comunidad latina de Estados Unidos.

En la contraportada del libro (imagino que escrita por el propio autor) se nos dice: “Crisis es una novela-mosaico cuyos protagonistas son múltiples y son uno solo. El mosaico, sin principio ni final, se compone de diferentes momentos del drama, las angustias y las esperanzas de los inmigrantes hispanos en Estados Unidos en el contexto de la Gran Recesión. (…) El mosaico, la unidad hecha de fragmentos, es la gran nación hispana en el corazón del gran país anglosajón.”

La novela se compone de diferentes fragmentos narrativos, que bien podrían ser tomados por microrrelatos. Su presentación es siempre la misma: Fecha, evolución del índice bursátil Dow Jones, un lugar y una hora. Por ejemplo:

Miércoles 15 de octubre. Dow Jones: 8.577
Orofino, Idaho. 6:30 PM

El índice Dow Jones marca la evolución de la crisis financiera que, como al resto del mundo, afecto a Estados Unidos entre los años 2008 y 2009. Así, en la primera anotación del libro, en la página 11, nos encontramos con un Dow Jones que marca los 13.058, y que en la página 65 ha descendido hasta los 6.598. Entre esos números se desarrolla los dramas propuestos en la novela.
En los fragmentos de Crisis nos acercamos a diversos personajes latinos que han de enfrentarse a una situación que normalmente les provoca un choque cultural. En muchos casos, estos choques culturales tienen que ver con la mirada con la que los norteamericanos observan a los latinos, una mirada cargada, en más de un caso de clichés culturales: los latinos son machistas, violentos, no saben mantener la distancia adecuada entre las personas… Y los latinos que pueblan las páginas de esta novela habrán de enfrentarse a las limitaciones que esos tópicos les imponen como ciudadanos, en un contexto en el que el trabajo se está empezado a volver cada vez más precario para los menos favorecidos, entre los que se encuentran ellos mismos. Y la “crisis” a la que alude el título de esta novela será, por tanto, económica, pero también será una crisis de identidad. En este sentido me ha conmovido la escena en la que un grupo de personas en un restaurante aplauden a unos veteranos de guerra y una mujer latina empieza a aplaudir también por no sentirse excluida, ante la indiferencia de un anglosajón, que parece mostrar así su rechazo a la guerra. Esta escena será luego narrada por la mujer a su marido latino, quien cargará sus palabras contra el anglosajón no patriótico.

Los contrastes culturales de los que se ocupa esta novela se pueden observar, con claridad, en este párrafo de las páginas 54-55: “Mira sentado al borde del río de la Fifth. Nadie se toca al pasar. Es ese espacio que meten los anglos entre uno y otro. El mismo espacio que meten entre una voz y la otra. Los latinos se tocan, se interrumpen y se solapan en sus discusiones. Hay un metro normal entre dos amigos que hablan y un segundo entre un argumento y el otro. Ellos son más fríos, más crueles, más respetuosos. Indiferentes. Uno no se imagina cómo se miran y se seducen sin correr el riesgo de ser demandados por acoso. Uno no se imagina cómo hacen el amor con veinte centímetros de distancia entre uno y otro.”

Los enfoques de la novela son múltiples: se usa la primera persona, la segunda o la tercera; se habla de inmigrantes recién llegados, o de segunda o tercera generación, que critican a los recién llegados porque no se “adaptan”; se muestran las voces de políticos en un debate de televisión enfocado a latinos; hombre, mujeres; jóvenes pandilleros violentos o profesores universitarios intelectuales; también aparecen bastantes páginas en las que un profesor comenta ideas sobre una tesis universitaria sobre el valor simbólico de los superhéroes en la cultura norteamericana…

Los personajes son múltiples, aunque en muchos casos se repitan los nombres (principalmente los de Ernesto y Lupe); y en más de un caso parece que se esté hablando de la misma persona de la que ya leímos fragmentos de texto anteriormente, con otro nombre y localizado en otro lugar de Estados Unidos. En más de un caso hay un persona –normalmente identificado con el nombre de Ernesto- que nos podía hacer pensar en un trasunto del propio autor: en Nueva York nos encontramos con “Ernesto, el uruguayo de la libretita de cuero” (pág. 54); y en la página 66 aparece otro Ernesto que es escritor, y que ahora se encuentra en California; en otras páginas y otros lugares habrá más Ernestos que parecen ser profesores de universidad interesados por el contraste entre la cultura norteamericana y la latina.

La construcción del lenguaje de la novela parecía, a priori, algo complicado: si se quiere dar voz a toda la comunidad latina de Estados Unidos ¿cómo hacerlo?: ¿Mezclando todas las variantes idiomáticas del español de Hispanoamérica con construcciones propias del inglés? ¿Un personaje habla con deje mexicano, otro chileno y otro salvadoreño? Jorge Majfud elige para escribir Crisis un registro del español culto; y en realidad casi todos sus latinos (o el narrador que habla de esos latinos) se expresan con un lenguaje cuidado, cargado de una leve poesía melancólica, bastante parecido; salvo por alguna pequeña variante que consigue dar al texto un sabor localista. Así, en la página 11 nos encontramos con términos como “perros hermanos” y “jimadores”, que identifico con mexicanismos. Me interesa detenerme en una construcción lingüística como la siguiente: “un día me había cruzado con una mara, una patota como le dicen allá”, en la que gracias a esas palabras contrastadas (“mara” y “patota”) conviven dos variantes latinas en la misma comunidad.

Al pensar en Crisis me viene a la cabeza la obra del escritor Junot Díaz. Sus tres libros publicados, dos de cuentos (Los boys y Así es como la pierdes) y una novela (La maravillosa vida breve de Óscar Wao); aunque están escritos originalmente en inglés, tratan de temas parecidos a los de Crisis: la integración de una comunidad latina (en su caso la dominicana) en Estados Unidos. Pero podría apuntar, que las historias de Díaz, partiendo de una mirada más estrecha (la comunidad a la que él pertenece, la dominicana) logran un cercanía mayor con el lector porque nos hablan de personajes concretos con unas peripecias más desarrolladas que las del libro de Majfud.

Creo que me hubiera gustado más leer una novela sobre la experiencia concreta (con una secuenciación de escenas) de uno sólo de los “Ernestos” propuestos en la novela (reflexiono sobre la construcción novelística: desde lo concreto uno debe aspirar a la experiencia universal); pero la apuesta de Majfud me parece compleja, y como lector agradezco los riesgos que toma. Me ha gustado acompañar en esta aventura-mosaico latina a un nuevo autor hispanoamericano, acercarme a la obra de Jorge Majfud, compañero de editorial.