Editorial Salto de Página. 217
páginas. 1ª edición de 2010; ésta de 2014.
Este libro de Federico Falco (General Cabrera,
Argentina – 1977) me lo regaló Pablo
Mazo, su editor en España. Los diez cuentos que lo forman están precedidos
por un prólogo del escritor Antonio
Jiménez Morato; que yo he leído antes de acercarme a los cuentos y que
recomendaría que se hiciera mejor al final. En el prólogo, Jiménez Morato reivindica
la literatura “del interior” argentino; y más concretamente la del grupo de
jóvenes escritores que proceden o han desarrollado su actividad literario en la
ciudad de Córdoba.
Al haber leído el prólogo antes que
los cuentos no acababa de comprender el afán de Jiménez Morato por intentar
demostrar que las piezas que componen este libro eran solamente en apariencia
realistas. Jiménez Morato nos habla de Raymond
Carver, quien según él ha servido como paradigma para la vuelta de la
dominación de la estética realista en el relato; pero el planteamiento realista
de Carver se ejerce en la descripción de personajes en principio inverosímiles,
y aquí es –escribe Jiménez Morato- donde Carver consigue traspasar los límites
del puro realismo; etiqueta, esta última, que a Falco no le gusta que le adjudiquen.
Tras leer el libro y volver a las
páginas de Jíménez Morato, su prólogo ha cobrado más sentido para mí. Es cierto
que los diez cuentos de La hora de los monos son en
apariencia realistas y que el lector puede visualizar con facilidad, como si de
una película se tratase, la historia contada. Pero no reflejan (o no la mayoría
de ellos) una realidad que intente reproducir lo cotidiano; y por lo tanto
su afán no es el costumbrista, sino que la realidad narrada refleja la
extrañeza ante el mundo, y estos relatos suelen moverse en una delgada línea
que separa lo verosímil de lo inverosímil.
El primer cuento –Las
aventuras de la señora Ema- trata sobre una señora mayor que entra por
primera vez en el zoológico que se ve desde la terraza de su casa. Cree que les
ha ocurrido algo a la pareja de tigres que contempla desde los atardeceres de
su hogar. Y esa visita al zoológico, en el que puede permanecer una vez
cerradas sus puertas al público porque ha conseguido la complicidad de un
empleado, a pesar de moverse dentro de los parámetros del realismo físico
(nadie vuela, los animales no hablan…), se lee como un relato en el que los
límites de lo verosímil están siendo trastocados. El resultado es un cuento
cautivador, muy sugerente, y el lector avezado en la lectura de libros de
relatos ya puede percatarse de la madurez compositiva de esta pieza de catorce
páginas.
Un efecto de extrañamiento
similar ante lo real nos produce el siguiente cuento: Elefantes, sobre la
visita de un circo, durante unas semanas, a un pequeño pueblo, que el lector
entiende que está situado en la pampa argentina.
En el tercero, Un
camino amarillo, se usa un recurso que aparece en alguna otra pieza del
libro: la relevancia en la escritura de los sueños o de las alucinaciones,
espacios ficcionales que pueden tener en el cuento casi tanta importancia como
la historia narrada en primer plano.
Y al leer estos tres cuentos ya
sentía la existencia de algunas conexiones u obsesiones compositivas: la
soledad de los personajes parece un tema importante aquí; una soledad con
momentos epifánicos, momentos en los que los seres desvalidos que pueblan estas
páginas van a descubrir (como en un buen cuento de Carver) verdades importantes
(aunque sean incómodas) acerca de ellos mismos.
Sobre la idea de la soledad se
sustenta con más profundidad el cuarto cuento, El hombre de los gatos,
para mí uno de los mejores del conjunto. Aquí sí que podríamos encontrar un
elemento que podría ser puramente fantástico: el protagonista toma una droga
que en la realidad no existe.
El que menos me ha gustado del
libro (y aún así me parece que está bien) ha sido el quinto relato, Los
días que duró el incendio, donde se parodia la investigación policial
de unos casos de violación a través de una representación teatral, en la que
los personajes hablan en verso. La idea es simpática, pero para mí le falta la
intensidad que tienen otras piezas más logradas de este libro.
El pedigrí de los canarios
es una bella historia de desamor, locura y soledad, donde se acumulan los
elementos connotados simbólicamente en el relato.
Ballet, sobre un
escritor, puede que sea el cuento más autobiográfico (y en realidad no hay
ninguna pista que lo indique); y la reflexión sobre la búsqueda del artista es
tan irónica como desalentadora.
En Asiático y Flores
nuevas me ha parecido que el deseo de plasmar la vida en el interior
argentino es más intenso que en otras composiciones; porque aquí la relevancia
de los lugares físicos, con los nombres de los pueblos o ciudades está más
marcado. Tienen más elementos en común: sus protagonistas son los más jóvenes
de los cuentos del libro. En Asiático un
joven que ha dejado la universidad inicia un atropellado viaje para encontrarse
con su amigo o amante: pueblos por los que no pasa el autobús, lugareños
hostiles y extraños sueños que empiezan a ser acuciantes. Flores nuevas es otro de
los cuentos que más me ha gustado del libro, con un adolescente descubriendo el
mundo desde un pequeño pueblo del interior argentino. Está muy bien dibujado el
paso de la infancia a la vida adulta; un cuento muy melancólico y bello, donde
la soledad vuelve a estar muy presente.
El último –La hora de los monos- es
un cuento armado sobre el puro deseo de contar historias: dos personas esperan
en un pequeño aeropuerto y para pasar el tiempo hablan. Toda una reivindicación
del arte de narrar.
La prosa es ajustada –siguiendo
las enseñanzas de Raymond Carver-, pero la distancia entre lo contado y lo
sugerido hace que se consiga más de un momento lírico.
La hora de los monos me
ha sorprendido muy gratamente. Federico Falco es un escritor joven, del que no
había leído nada y del que tenía pocas referencias; pero sus cuentos me han
conquistado como lector de forma inmediata desde la primera composición del libro,
ese original Las aventuras de la señora
Ema. Creo que he vuelto a experimentar esa felicidad lectora que sentí al
acercarme a mi primer libro de Salto de Página, que fue Como una historia de terror
de Jon Bilbao; un libro de relatos
que también me pareció estupendo.
Sé que Federico Falco estuvo
viviendo en Madrid hasta hace no mucho, y que ahora se ha vuelto a Argentina.
Así que ya no está en España para defender su libro desde las trincheras de las
presentaciones. Sería una pena que el lector español aficionado al relato
dejara pasar este libro, porque La hora
de los monos es un magnífico libro de relatos.
Hola :D
ResponderEliminarEste no me llama mucho...
Un beso ^^
Hola Tamara:
EliminarImagino que serás más lectora de novela. Pero es una pena, porque este libro está muy bien.
A mí cada día me gustan más los libros de cuentos.
Saludos
Hola, David.
ResponderEliminarHe visto el enlace en el muro de Federico y me he animado a leer tu texto. Está muy bien y, por la parte que me toca, te confieso que yo también he pensado siempre que los prólogos serían más eficaces como epílogos (de hecho en Israel los posponen, y eso te da mucho más margen de movimiento en el texto, quizás por eso cada vez que me piden uno para allá digo que sí al instante). Muchas gracias por leer el libro de Fede y darle cancha en tu blog, creo que no ha tenido el eco en España que un libro tan bueno merece. Abrazo
Hola Antonio:
EliminarYo los prólogos los suelo leer al final, pero no me molesta que estén al principio. El tuyo me resultó bastante interesante.
Siempre me gusta recomendar desde el blog esos libros que te parecen muy buenos y te parece que han tenido una repercusión muy inferior a la que se merecen. No te pierdas, hablando de esto, el libro de otro argentino, ahora reeditado: El traductor de Salvador Benesdra.
Un abrazo